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e+v inicio niviembre~diciembre 2018_evangelio y vida 02/10/18 09:59 Página 1

evangelio y vida

Comentarios a los evangelios de


noviembre (por P. Arturo García Fonseca, CM)
(Formador en el Seminario de Lagos de Moreno, Jal.)
diciembre (por P. Miguel Blázquez Avis , CM)
(Vicario de La Medalla Milagrosa de Narvarte, CDMX)

2018

Ciudad de México
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evangelio y vida
Cuadernos bimestrales


con reflexiones sobre el evangelio de cada día

Dirección: Silviano Calderón Soltero, cm


Parroquia Medalla Milagrosa
Ixcateopan 78, Col. Vértiz Narvarte,
03600 Benito Juárez, CDMX
Diseño: Miguel Ángel Díaz Lagunas
Administrador: Ismael Soto García, cm
Teléfono Celular: + 55 65 41 49 30
o al teléfono fijo: (55) 5605 5638
Escribe a: RevistaEyV@hotmail.com
Ixcateopan 78, Col. Vértiz Narvarte,
03600 Benito Juárez, CDMX

Depósito de donaciones en:


Banamex, Sucursal 241, Tlalpan,
N° de Cuenta: 7 9 6 8 2 1 3
a nombre de: Jaime Reyes M.

Para comentarios por correo electrónico


silvianocm@yahoo.com.mx
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Para leer el último día del año

El tiempo es la medida de lo efímero, de lo


precario, de lo que pasa. El tiempo es la medida
de nuestro paso por este mundo, de camino
hacia la eternidad de Dios.
El tiempo mide el transcurrir de nuestra vida
que, por un acto de amor creativo, comienza y
corre en este mundo hasta desembocar en la
eternidad de Dios, donde ya no existirá el
tiempo, todo será plenitud.
Estamos terminando un año y esperando el
inicio de otro. Un giro más de la tierra alrededor
del sol. Y cada que terminamos un ciclo, es
bueno que mires hacia atrás para evaluar
cómo ha sido el transcurrir de tu vida. Y
es bueno también mirar hacia adelante,
para ver cómo quieres que transcurran
los días que el Señor de la vida y del
tiempo te regalará.
La vida es la posibilidad de que
la gracia del Señor te inunde. La vida a veces es
dura, pero fundamentalmente es la fiesta de
los dones y bendiciones del Señor, la ruta de los
peregrinos a veces agotados pero, a quienes
Jesús se une para inundarles el corazón de
consuelo y de esperanza, en preparación y en
ruta hacia la verdadera fiesta de la eternidad.
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Los santos vivían intensamente el presente,


pero miraban en el horizonte el destino final,
la patria eterna.
La vida y el tiempo son el terreno que tenemos
para cultivar el amor a Dios y a los hermanos,
y el amor entregado y recibido nos adelanta
aquí, una chispa de la vida que nos espera en
la eternidad del amor infinito de Dios. El amor
es lo único que durará por siempre.
La vida nos ofrece la posibilidad de ir
avanzando, escalón por escalón, en nuestro
seguimiento de Jesús. La vida nos da la oportunidad
de ir creciendo en santidad.
Para reflexionar este fin de año les propongo
fijarse en tres aspectos importantes.
¿A quién debes agradecer?
¿Qué bendiciones han sido derramadas en tu
vida en este año y que quieres recoger hoy y
agradecer? Me imagino que el agradecimiento
se dirige sobre todo al Señor por su amor fiel y
constante. Él siempre ha estado ahí, junto a ti;
cada paso, cada decisión, cada dolor y cada
gozo. Evoca también a las personas concretas
por las que quieras
agradecer a Dios. Esas
personas fieles que
han caminado cerca
de ti, que te han
sostenido, que te han
animado, escuchado,
perdonado… También
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podrías recordar algunas circunstancias que te


han desafiado, que te han hecho madurar, crecer.
Tal vez algunas de esas circunstancias han sido
dolorosas, otras felices. Acoge tu vida tal como
ha transcurrido; acógela y acéptala. Agradécela.
Sólo abrazando lo que eres, podrás plantear
caminos para lo que estás llamado a ser.
¿A quién necesitas y quieres perdonar?
Tal vez hayas recibido heridas, vivido conflictos
y desencuentros durante este año. ¿Tienes
presentes a las personas que te hirieron? Es el
momento para sanar, para curar. No entres en el
nuevo año cargando resentimientos porque tu
camino se hará más pesado. Perdona, libérate.
Ofrece tu oración por las personas a quienes
quieres perdonar. Pon tus heridas en las manos
de Dios y pídele que te ayude a sanarlas.
¿A quién debes pedir perdón?
Es probable que no hayas sabido vivir como
verdadero hijo del Padre y hermano de todos;
tal vez hubo en ti egoísmo, orgullo, agresividad,
incomprensión. Quizás más de alguno necesitaba
una respuesta y no se la diste, alguno necesitaba
de tu ayuda o una palabra de aliento y te la
guardaste. Por ello pide perdón. Salda todas tus
cuentas. Antes de que acabe el año pide perdón
en tu corazón (y si puedes en persona) a todos
los que en este caminar de tu vida pudiste
haber lastimado.
Pide perdón. Para que puedas dormir en paz
la última noche del 2018 y puedas despertar en
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el 2019 renovado, listo para la nueva jornada


del año nuevo, con sus días y sus horas que
Dios te regala.
¡Que siga la fiesta de la vida! Hasta que Dios
te llame a sus brazos, a la fiesta del amor
eterno.
P. Silviano C. c.m.

Oración:
“Señor, dueño del tiempo y de la historia,
tu misericordia es infinita,
lo descubro en las bendiciones
que he recibido a cada paso.
Ayúdame a aprovechar
el tiempo y la vida que me das
para construir contigo una historia de amor,
de crecimiento, de solidaridad, de perdón.
Ayúdame a vivir cada día que me regalas
como un escalón que me acerque más a ti y a
mis hermanos.

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“Ven Espíritu Santo y santifícanos con tu poder”


Ap 7, 2-4.9-14; Sal 23; 1 Jn 3, 1-3; Mt 5, 1-12.

¿Somos Santos? Desde nuestro bautismo


estamos en el camino del Reino, pero muchas
veces nos olvidamos de vivir el amor de Dios
en nuestras familias y en nuestra sociedad,
y nos dejamos llevar por el odio, los pleitos
y las mentiras.
En las Bienaventuranzas se manifiestan

• noviembre • jueves •
los gritos de alegría de Jesús por la llegada del
Reino de Dios; y estas expresiones de felicidad fueron
interpretadas por los primeros cristianos como
impulsos a la conversión y al cambio de vida.
Se declara dichosos a aquellos que el mundo
consideraba malditos y desgraciados (los pobres,
los mansos, los que lloran); ellos son los pobres
del Señor que han puesto su confianza en él y se
alimentan de su misma vida
divina (justicia, misericordia y
limpieza de corazón); siendo
verdaderos discípulos que
(Todos los santos)

entregan totalmente su vida, a


los que Jesús ha prometido el
Reino de los Cielos (constructores de paz y
perseguidos por buscar la justicia y la voluntad
de Dios).
Así, y solo así, tú y yo trabajaremos por
construir el Reino de amor, unidad, paz y justicia,
• 2018

sobre todo en la familia. Y decir con el salmo:


“Esta es la clase de hombres que te buscan, Señor”
(Sal 23).
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2•noviembre•viernes•(Fieles difuntos)•2018
Sab 3,1-9; Sal 26; 1Jn 3,14-16; Mt 25, 31-46.
“Ven Espíritu Santo, Señor y dador de Vida”
Cristo es el Buen Pastor. Sin embargo hay
muchas familias que se alejan de su rebaño,
pues en vez de ser ovejas obedientes de Cristo,
son cabritos que se refugian en la soberbia, el
orgullo, el egoísmo, el alcoholismo y la droga.
Prefieren vivir en la cultura de muerte y destruir
su hogar.
Cristo es nuestro Rey, pero el criterio del Reino no
será el poder ni la elocuencia, sino el servicio. Y con
el servicio tendremos vida, y vida en abundancia
que se desborda hasta el cielo eterno.
Cristo es Nuestro Señor, y lo serviremos como tal
cuando nos entreguemos al amor de los hermanos
más pequeños (los pobres, los débiles y los
marginados) con las obras de
misericordia. Y si faltamos a esas
obras de misericordia para con
los humildes, es al mismo Señor
Jesús a quien despreciamos.
Seamos misericordiosos, ya que
los de la derecha son premiados
con la vida eterna, porque
cumplieron la ley del amor; y los de la izquierda
con el castigo eterno, porque no practicaron el
mandamiento mayor: EL AMOR.
Todos los días y más a la hora de la muerte
“espero ver la bondad del Señor” (Sal 26).
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3 • noviembre • sábado • 2018


Filp 1, 18-26; Sal 41; Lc 14, 1.7-11.
“Ven Espíritu Santo y permanece entre nosotros”
Hoy en día nos seguimos inclinando por una
vida materialista y de consumo. Nos gusta
mucho el dinero, la vestimenta de gran valor
y las comodidades. Buscamos amigos de los
que podemos obtener beneficios (palancas) o
ser los principales en todo evento.
Frente al orgullo y los intereses personales,
Jesús proclama que la humildad y la generosidad
con los pobres son valores que debe vivir todo
discípulo, comprometiendo su vida por el
Reino de Dios.
Si la soberbia nos lleva a despreciar a los
demás, es necesario que en nuestra vida
tengamos bien metida la humildad y sencillez
que Cristo nos enseña, ya que serán la
humildad y la sencillez el camino más favorable
para amarnos unos a otros como verdaderos
hermanos: “nadie tiene más amor que el que
da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13).
Del maestro, Cristo Jesús, aprendamos las
actitudes propias de la vida
del Reino de Dios: quien
quiera entrar en él, ha de
hacerse pequeño y no tener
pretensiones de soberbia ni
grandeza.
Que nuestra verdadera riqueza sea siempre
Dios. “Mi alma te busca a ti, Dios mío” (Sal 41).
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4 • noviembre • domingo • 2018


Deut 6, 2-6; Sal 17; Heb 7, 23-28; Mc 12, 28-34.
“Ven Espíritu Santo, llévame a la aventura del amor”
uchos de los creyentes decimos que
amamos a Dios, pero seguimos
destruyendo la vida, odiando a los
padres, peleando con los hermanos,
dividiendo la familia, perjudicando
a los vecinos, ofendiendo a la pareja, insultando
a los amigos, desacreditando a los hijos…
En el mandamiento del amor, Jesús compromete
nuestra existencia y nuestras relaciones con los
demás.
Compromete nuestra existencia porque amar
a Dios con todo tu corazón es dedicar tu vida a
hacer el bien que quiere Dios; con toda tu alma
es dejar que nuestros pasos los guíe Dios; con toda
tu mente es dedicar lo mejor de tu inteligencia a
conocer a Dios; con todas tus fuerzas es entregar
tu vida a la causa del Reino de Dios.
Compromete nuestras relaciones con los
demás porque el amor, la solidaridad y la ayuda
al prójimo nos invita a hacer un esfuerzo por
ver en nuestra familia, amigos y enemigos, el
rostro de Dios.
Para cumplir el mandamiento del amor
necesitamos gritar: “Yo te amo, Señor, tu eres
mi fuerza” (Sal 17).
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5 • noviembre • lunes • 2018


Filp 2, 1-4; Sal 130; Lc 14, 12-14.

“Ven Espíritu Santo y endulza nuestros pesares”


En esta cultura de muerte en que vivimos se
desprecia a la gente que, según nosotros, no está
a nuestro nivel intelectual o social: indígenas,
migrantes, vagabundos, viciosos, trabajadoras
domésticas, enfermos, ancianos, huérfanos,
pecadores… Y hasta nos burlamos de ellos. Es
tiempo de Conversión.
La comida del Evangelio a la que ha sido
invitado Jesús, nos sirve de enseñanza para saber
cómo debemos comportarnos ante los demás: con
sencillez y humildad. Nos enseña a hacer de
nuestras familias una escuela donde se aprenda la
generosidad de compartir con los más necesitados
lo mucho o lo poco que tengamos.
Amar es tener en cuenta a las personas más
pobres para compartir con ellos.
Amar es vivir con intensidad nuestra misión
en el Reino de Dios: “El
Espíritu del Señor sobre mí,
porque me ha ungido para
anunciar a los pobres la
Buena Nueva” (Lc 4, 16).
Amar es cumplir la justicia,
la verdad, la solidaridad, la
gracia, la paz, la vida y el amor, empezando por
nuestras familias.
“Dame Señor, la paz junto a ti” (Sal 130).
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6 • noviembre • martes • 2018


Filp 2, 5-11; Sal 21; Lc 14, 15-24.
“Ven Espíritu Santo, gocemos del banquete del Señor”
El mundo, creación de Dios, está invitado a vivir
el bien y el amor: “Y vio Dios que todo era bueno”
(Gn 1, 31). Pero se ha roto esta invitación, como
quien no quiere ir a una fiesta; pues en todos lados
seguimos viendo guerras, hambre, pobreza,
avaricia, abortos, injusticias, tráfico de personas y
de narcóticos, etc.
Es urgente comprender que el Señor Jesús hace
la invitación para compartir su banquete de amor,
alimentándonos de su eucaristía, su reino, su paz,
su felicidad… Y quiere que participemos todos
porque a todos nos ama.
Aunque debemos tomar en cuenta que somos
nosotros los que ponemos excusas para aceptar la
invitación de Dios, miles de pretextos
para no decirle “sí”: sí Señor, aquí
estoy para hacer tu voluntad (cfr.
Sal 40, 8-9).
La invitación está hecha, somos
llamados a escuchar y seguir a Jesús,
a vivir con buena actitud el servicio a los demás,
a dar desde el corazón y compartir la vida con
los demás.
No somos perfectos, pero estamos llamados a
dar nuestro mejor esfuerzo.
“Alabemos juntos al Señor” (Sal 21).
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7 • noviembre • miércoles • 2018


Flp 2, 12-18; Sal 26; Lc 14, 25-33.
“Ven Espíritu Santo, lléname de alegría y paz”
as comodidades de la vida y las seducciones
del mundo nos han perturbado pensando
que lo que ofrecen nos da seguridad;
y es cierto, pero solo temporal y ante
las cosas materiales, no ante las cosas
del corazón, no ante el mensaje de amor, no
ante la felicidad de Dios.
Jesús nos habla del desapego y del despren-
dimiento total de las cosas del mundo. Es así de
exigente su llamado. Y nuestra respuesta debe
ser radical, tomar la cruz y desgastar la vida
hasta terminar su obra de amor en el mundo.
Tener la valentía de aceptar nuestras cruces:
imperfecciones, problemas, tentaciones, pecados,
dudas, compromisos, y con ello aceptar que
Jesucristo nos quiere como discípulos suyos,
viviendo su evangelio.
El llamado que Cristo nos hace es a construir
el Reino de Dios y llegar a la vida eterna con las
manos –y nuestra vida– desgastadas por la
entrega y el servicio.
Preparémonos desde hoy a esa vida eterna en
el cielo renunciando a todo lo que no nos lleva
a la felicidad divina. Porque lo único verdadero
es apoyarse en Dios.
“El Señor es mi luz y mi salvación” (Sal 26).
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8 • noviembre • jueves • 2018


Flp 3, 3-8a; Sal 104; Lc 15, 1-10.
“Ven Espíritu Santo y se renovará nuestra vida”
Y me pregunto ¿por qué Jesucristo busca a los
pecadores?
Quizá porque comprende nuestra debilidad,
nuestras tentaciones, nuestra humanidad –él es
verdadero hombre–, y es tan misericordioso que
sabe que en nuestro corazón hay buenas intenciones
y el deseo de seguir el camino del bien.
Sin embargo, es muy triste saber que el Dios del
amor, el Buen Pastor que nos carga feliz sobre sus
hombros, viene a nosotros y nosotros seguimos
actuando movidos por el odio y la
soberbia, la avaricia y la pereza,
los vicios y los falsos placeres
que tanto nos destruyen.
Nos dejamos arrastrar por los
malos pensamientos y las malas
acciones.
En los dos ejemplos del Evangelio se nos muestra
el extremo de ir por lo más perdido, por lo último;
la misericordia es una exigencia de Jesucristo para
no perder a nadie de su rebaño, de su tesoro.
Reconozcamos nuestros pecados y nuestra vida tal
cual es, busquemos siempre el arrepentimiento, la
conversión y el perdón en los brazos del Buen
Pastor, nuestro Dios, Padre Misericordioso: “el que
busca al Señor será dichoso” (Sal 104).
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9 • noviembre • viernes • 2018


11 Cor 3, 9b-11.16-17; Sal 45; Jn 2, 13-22.
“Ven Espíritu Santo y hazme templo de tu amor”
emos condenado la pureza a vivir en un basural;
un imperio viola la inocencia, la sume a la oscuridad.
Ideas manipuladas, verdades contadas a medias.
Un corazón que endurece; su fuego se apaga y perece.
Atrás queda la tristeza, el mal llega a su final.
Un nuevo sol que comienza, se acaba la oscuridad.
La fe no es cuento de hadas, es como semilla plantada.
Dios es el agua y ella florece, en Él todo permanece.
Señor, hazme tuyo, santo, limpio, puro,
donde tú puedas morar.
Señor, ven, inúndame, renuévame, quémame,
abrásame en el fuego de tu amor.
Hazme templo, Señor.
Quiero entrar en tu casa, orar en mi cuarto.
Sentir tu presencia, estás a mi lado.
Desciende a mi abismo, levántame hoy mismo.
Tómame y resucítame.
Regresa mi vista a ver tus maravillas,
enciende mi vida;
sé tú el que brillas.
Ya no seré el mismo, caminar contigo;
siervo y testigo de tu luz”
(Canción Templo. Autor Johann Álvarez)
“Un río alegra la Ciudad de Dios” (Sal 45).
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10 • noviembre • sábado • 2018


Filp 4, 10-19; Sal 111; Lc 16, 9-15.
“Ven Espíritu Santo, necesitamos de tu Verdad”
ómo nos gusta el dinero! Hay personas
que harían hasta lo imposible por saciar
su avaricia. No les importa si hay que
pisotear a los demás, vender su propia
dignidad y destruir su libertad.
Eso no está bien. No le gusta a Dios. Jesús nos
habla de ser auténticos y de lo importante que es
tener una vida que sea responsable, en la que los
bienes materiales nos ayuden a tratarnos como
amigos que se quieren bien; unas relaciones que
generen entre nosotros la confianza y nos revelen
la verdad de lo que somos –hermanos–.
No vivamos de apariencias mostrando a los
demás que vivimos con lujos, a la moda y que
somos mejores que otros por lo que tenemos o por
el dinero que gastamos. Vivamos con fidelidad,
responsabilidad, y honestidad.
El dinero nos ayudará a “sobrevivir” en el mundo.
Pero la verdad de la vida está en la libertad, en la
confianza, en la gracia, en la justicia y en el amor.
La verdadera vida es el Reino de Dios, Jesucristo
mismo; y su Evangelio es el verdadero tesoro por el
que hay que entregar toda nuestra vida: “Dichosos
los que temen al Señor” (Sal 111).
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11 • noviembre • domingo • 2018


1Re 17,10-16; Sal 145; Heb 9,24-28; Mc 12,38-44.
“Ven Espíritu Santo y derrama tus dones”
En una homilía del 9 de enero de 2014, el Papa
Francisco comentaba acerca del amor cristiano:
“En el amor es más importante dar que recibir. El que
ama da, da… Da cosas, da vida, se da a sí mismo a
Dios y a los demás”. Bellas palabras que nos recuerdan
cómo nos hace falta ser generosos; aún para el
tiempo que le dedicamos a Dios.
Se nos olvida que nuestra misión está en donar
nuestro tiempo a Dios estando al servicio de los
demás, y muchas veces, con egoísmo, hacemos
nuestro trabajo para la Iglesia sin ganas, forzados
o esperando recibir recompensa.
Jesús nos enseña a ser generosos en nuestra
entrega a Dios y en el amor a los demás, y a no
hacer las cosas para que nos vean o buscando la
aprobación de los demás.
En la viuda pobre del evangelio vemos a la
gran cantidad de pobres que tienen muy
poco y que se las
ingenian para dar
algo de eso poco que tienen. Gente humilde
que es capaz de sacrificar algunas horas de trabajo
pagado para dedicarse al estudio y servicio
religioso. Aquí es donde debemos pensar: ¿Qué
es más importante para mí, Dios o las cosas
materiales? No olvidemos que: “Dios siempre es fiel
a su Palabra” (Sal 145).
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12 • noviembre • lunes • 2018


Tit 1, 1-9; Sal 23; Lc 17, 1-6.
“Ven Espíritu Santo y llénanos de misericordia”
Señor, te pido que me libres de ocasionar cualquier
problema; y si lo llegara a hacer, que tenga la
humildad para pedir perdón.
Aunque muchas veces me cuesta mucho trabajo
tener que ser sencillo y perdonar a quien me hace
daño, que mi fe en Ti, Señor, me ayude a seguir
este camino de perdón y misericordia. Amén.
(Oración escrita por un niño chihuahuense en el
acto penitencial antes de su primera comunión).
¡Cuánto bien nos haría
hacer esta oración en el
examen de conciencia que
realizamos al terminar el
día! Pues es inevitable el
tener problemas y conflictos;
pero también es inevitable el perdón, si queremos
vivir en la paz del Señor.
Y qué triste es cuando somos nosotros los que
buscamos los problemas, el pecado o la ocasión
para dañar a otros; porque entonces, estamos
actuando de muy mala fe contra nuestros hermanos.
Actuar así es perder los valores, es alejarnos de la
gracia –esto no es de Dios–.
Tengamos una gran fe que mueva nuestro
corazón a buscar siempre a Dios. “Haz Señor, que
te busquemos” (Sal 23).
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13 • noviembre • martes • 2018


Tit 2, 1-8. 11-14; Sal 36; Lc 17, 7-10.
“ Ven Espíritu Santo a nuestro corazón”
Cada vez son más las personas que se compro-
meten a trabajar en el servicio de Dios con mucho
entusiasmo, y entregan su vida a esta labor tan
hermosa.
Pero también es cierto que a muchas de ellas les
encanta recibir elogios, aplausos, condecoraciones,
y así, sentirse los dueños “de la iglesia”.
El mandato que nos da Nuestro Señor Jesucristo
es servir a los demás, sin ningún interés de por
medio, simplemente por generosidad –con
humildad y misericordia–.
Nos debe complacer en el corazón ayudar y
servir a los demás, sin egoísmos ni apariencia.
Debe llenarnos de alegría saber que sirviendo a los
hermanos, cumplimos con la voluntad de Dios.
Seremos dichos si nos entregamos completa-
mente al amor, sin esperar ninguna paga por ello.
Los elogios no son para nosotros, simples
servidores de Jesús. Todos los frutos
y logros de la Iglesia son para
gloria de Dios.
Que sea la humildad el
distintivo de los cristianos.
Nosotros solo somos instrumentos
de su amor.
A Dios, todo el honor y la gloria, porque “Dios
es nuestro Salvador” (Sal 36).
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“Ven Espíritu Santo y llénanos con el fuego


de tu amor” Tit 3, 1-7; Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6; Lc 17, 11-19.
En días pasados unos presos me contaban que
para ellos no hay oportunidad, que la vida nunca
les ha dado un “chance”; que viven como apestados,
como leprosos, viviendo y sufriendo en centros
penitenciarios; y nosotros preferimos ignorarlos.
Lo mismo pueden decirnos tantos grupos de
personas que son mirados con desprecio por una
sociedad que cada día tiende más a discriminar:
indígenas, migrantes, alcohólicos, drogadictos,
enfermos de sida, discapacitados
físicos o mentales…
Son muchas personas a quienes
miramos con recelo y no tienen
cabida entre nosotros porque
no piensan como nosotros: de
otras razas, mujeres, pobres,
homosexuales, enfermos…
Jesús, rostro misericordioso del Padre, no está
de acuerdo con una sociedad que rechaza y
condena. No es esa su misión. Él entrega su vida
por amor.
Sigamos los pasos de este Buen Pastor, que vino
para dar vida (y vida en abundancia), para curar y
sanar, para reintegrar y restaurar.
Construyamos una verdadera comunidad de
vida y amor con toda la humanidad. “El Señor es
mi pastor, nada me faltará” (Sal 22).
14 • noviembre • miércoles • 2018
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15 • noviembre • jueves • 2018


Fil 7-20; Sal 145; Lc 17, 20-25.
“ Ven Espíritu Santo, a darnos vida”
En muchas de nuestras familias (como en la
sociedad) está presente la cultura de muerte y
avaricia, el veneno de mentiras y engaños, la
destrucción de vicios y envidias, la
peste de la corrupción e injusticias. Y
pareciera que la indiferencia y la
pereza reinan en nosotros.
Tal vez, no acabamos de entender
quién es Jesús: Jesús es el Reino que ya
está entre nosotros. “Y La Palabra se
hizo carne y habita entre nosotros”
(Jn 1, 14); “Le pondrán por nombre Emmanuel,
Dios con nosotros” (Mt 1, 23); “Dios ha visitado a
su pueblo” (Lc 7, 16).
Comprendamos: El Reino de Dios que es amor,
justicia, paz, gracia, vida y verdad, es Jesús mismo,
y ya está entre nosotros, “todos los días hasta el
fin del mundo” (Mt 28, 20). Es urgente nuestra
conversión al camino de Dios, para que en nuestra
familia (y sociedad) reine Jesucristo, nuestro
Señor, y construyamos la civilización del amor. Y
así, el Reino de los Cielos se note en nuestra forma
de vida como testimonio para los demás.
Pongamos nuestro mayor esfuerzo para hacer
las cosas que nos lleven a vivir el amor, la unidad
y la paz en nuestra familia: “El Señor ama al
hombre justo” (Sal 45).
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16 • noviembre • viernes • 2018


2 Jn 4-9; Sal 118, 1. 2. 10. 11. 17. 18; Lc 17, 26-37.

“Ven Espíritu Santo, fuego que nos consume en amor”


as personas viven angustiadas por el cómo
y el cuándo será el día fatal del fin del
mundo; y hasta le ponen fecha, como
si supieran los acontecimientos
futuros.
Los hombres y mujeres de este tiempo debemos
estar atentos y preparados para el momento del
encuentro con el Hijo del hombre: Jesucristo. Esta
preparación no ha de ser tan solo un instante o
un momento determinado, porque nuestra vida
es un camino constante que requiere una
conversión permanente y continua.
Nosotros, como Iglesia, debemos esperar la
venida del Señor con una actitud de fe –en la que
reconozcamos su presencia–, con una esperanza
gozosa –en la que vivamos sus promesas–, y con
una caridad que inflame –en la que se exprese la
humildad del servicio–.
Debemos ser signos de esperanza con nuestro
actuar y nuestro hablar. Y que a la hora de la
muerte, el Señor nos encuentre con los signos de
la misericordia (ayudar al hambriento y al
sediento, asistir al migrante y al indigente, visitar
al enfermo y al encarcelado). Entonces veremos
el Reino eterno de Dios: “Dichoso el que cumple
la ley del Señor” (Sal 118).
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17 • noviembre • sábado • 2018


3 Jn 5-8; Sal 111, 1-2. 3-4. 5-6; Lc 18, 1-8.
“Ven Espíritu Santo, y hazme un hombre de oración”
Sabemos y hemos experimentado que Dios es
fiel, que no nos abandona y que hace maravillas
por nosotros. Pero muchas veces no estamos
dispuestos a permanecer fieles a Dios, ni
perseverantes en la fe. Porque es fácil decir “sí
creo” pero seguimos consultado los horóscopos,
la brujería y la pornografía; y seguimos cayendo
en la indiferencia, en la pereza y en la corrupción.
La invitación de Dios es clara: ser persistentes en
la oración para ser perseverantes
en la fe. Con la oración estaremos
confiando en su providente
compañía y nos dispondremos
a trabajar por un mundo mejor
en el amor.
La oración es:
• Un diálogo íntimo con Dios.
• La presencia del Espíritu Santo en nosotros.
• El motor de la Iglesia.
• La fuerza de la vida personal.
• El impulso de la unidad familiar.
Oremos por lo menos 10 minutos al día, ya sea
de manera personal, familiar o grupal, de tal ma-
nera que la oración se convierta en un hábito y
en una actitud de total confianza amorosa en
Dios. Recordemos: “Dichosos los que temen al
Señor” (Sal 111).
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18 • noviembre • domingo • 2018


Dan 12, 1-3; Sal 15, 5.8-11; Heb 10, 11-14. 18; Mc 13, 24-32.
“Ven Espíritu Santo, a renovar la faz de la tierra”
uando lleguen aquellos días, después
de la gran tribulación, en donde
nuestra vida esté vacía y no tenga
sentido el seguir en este mundo, en
donde nuestra familia se esté
cayendo a pedazos por la indiferencia, la
violencia y los conflictos, en donde los amigos
se conviertan en enemigos por chismes y
envidias... Entonces es el tiempo del amor y del
perdón, teniendo un encuentro con el Señor
Jesús que nos dará la vida plena.
Sigamos el camino de Dios, camino de
conversión y esperanza, camino que nos lleva a
vivir un cielo nuevo y una tierra nueva, camino
que nos impulsa a construir una persona nueva
y una familia nueva, camino que nos exige una
relación nueva de amistad con los demás.
En la Iglesia tenemos las primicias del Reino,
la herencia de la vida eterna. Por eso como
Iglesia debemos realizar nuestra vocación de
discípulos de Cristo construyendo una nueva
realidad de justicia y paz en nuestro ambiente
y con los que nos rodean.
Dejemos a un lado la soberbia y el orgullo, y
que sea Dios nuestro guía.
“Enséñanos, Señor, el camino de la vida” (Sal 15).
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19 • noviembre • lunes • 2018


Ap 1, 1-4; 2, 1-5; Sal 1, 1-2. 3. 4 y 6; Lc 18, 35-43.
“Ven Espíritu Santo, y enciende tu luz en mi”
os ciegan tantas cosas: La duda en
Dios que nos hace tibios en la fe, el
placer desenfrenado con su fuerza
irresistible, el dinero con sus cadenas
que aprisionan, el poder y la violencia
que despedazan vidas, el mundo con sus “luces
de colores” y modas que llevan al desenfreno.
Jesús es la luz de la vida. Solo él cura la
ceguera en la que nos encontramos. Él es la
respuesta de amor a esos gritos de dolor:
“Jesús, ten compasión de mi”.
Al sentir los pasos de Jesús, al escuchar su
voz, debemos experimentar la presencia viva
del Amor que no termina, mientras que los
demás gozos terreros pueden ser placenteros
pero sólo por algunos instantes, y muchos de
ellos pueden terminar en la muerte (vicios).
Vayamos más allá. Una vez que dejamos
que Jesús nos cure la “ceguera”, debemos
mirar con ojos limpios, a la luz del evangelio,
el rostro de todos los que nos rodean, y
ponernos a su servicio, de tal manera que
podamos glorificar a Dios, hoy y siempre, con
nuestras buenas obras.
Llenémonos de Dios para que podamos ser
mejores personas y reconozcamos a Jesús
como la luz de la vida: “El Señor protege al
justo” (Sal 1).
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20 • noviembre • martes • 2018


Ap 3, 1-6. 14-22; Sal 14, 2-3ab. 3cd-4ab. 5. Lc 19, 1-10.
“Ven Espíritu Santo, abrásanos con tu amor”
l pecado nos va alejando del Reino de los
cielos –nos hace bajos de estatura– y
nos separa de los demás –nos tachan de
publicanos y pecadores–.
El amor de Dios es como el amor de una mamá.
Pensemos en aquella mamá que trae a su bebito
de 3 meses y todo el mundo lo quiere cargar
pasándolo de mano en mano. De repente hay un
olor extraño; y sí… ¡se hizo el niño! Ahí, todo
cambia. La multitud se deshace buscando a la
madre para que tome a su bebé, y aquel que aún
lo tiene, lo sostiene con los brazos extendidos
hacia afuera, con los ojos bien cerrados, tratando
de no respirar. El bebé llora a gritos. Ya nadie lo
soporta. Y ahí viene la mamá corriendo, con una
mirada de preocupación por su hijo. Ello lo toma,
así como está, lo abraza fuerte, le da un beso largo
y suave, y le dice cuanto lo ama. Así es Dios
Cuando nadie quiere estar con nosotros, cuando
nadie cree en nosotros, cuando ni nosotros mismos
nos aguantamos, cuando estamos solos, adoloridos,
heridos en el corazón y apestamos a pecado… Ahí
está Jesús con los brazos abiertos, con una sonrisa
amorosa que nos dice: ¿acaso olvidaste cuánto te
amo? “Hoy voy a hospedarme en tu casa”. “¿Quién
será grato a tus ojos, Señor?” (Sal 14).
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21 • noviembre • miércoles • 2018


Ap 4, 1-11; Sal 150; Lc 19, 11-28.
“Ven Espíritu Santo, llénanos de tus dones y carismas”

ivimos en la cultura del bienestar y la


comodidad. Todo lo queremos fácil. Nos
viene bien quedarnos en la indiferencia
y no hacer nada, y hasta ponemos excusas
para seguir en el confort y la pereza. La ley del
mínimo esfuerzo.
Para Jesús esto no funciona. Nos ha dado a
cada uno, por medio del Espíritu Santo, ciertas
capacidades y dones para la construcción del
Reino. Pongámonos a trabajar.
Para vivir el Evangelio hay que correr riesgos
e involucrarse en el camino. Hay que meterse en
las actividades de los que luchan por la paz; aun
cuando muchas veces no salgan bien las cosas o
pareciera que en vez de ganar vamos perdiendo
las “monedas de Dios”. Dice el Papa Francisco en
La Alegría del Evangelio: “Prefiero una Iglesia
accidentada, herida y manchada por salir a la calle,
antes que una Iglesia enferma por el encierro y
la comodidad” (49).
San Vicente de Paul y a Santa Luisa de Marillac
no dudaron en poner a trabajar sus capacidades
y dones en la construcción de un mundo con más
paz, más justicia y más amor, sobre todo para los
más pobres y desvalidos (el Reino de Dios):
“Alabemos al Señor con alegría” (Sal 150).
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22 • noviembre • jueves • 2018


Ap 5, 1-10; Sal 149; Lc 19, 41-44.

“Ven Espíritu Santo y todo será creado”


Tenemos grandes personajes, héroes y santos en la
historia de la humanidad. Ellos son ejemplos a seguir.
Y sin embargo, seguimos renunciando a seguir esos
modelos de amor. Nos oponemos a transformar este
mundo de guerras, pobreza, hambre y muerte. Nos
resistimos a la conversión.
Estamos finalizando el año litúrgico. Hemos tenido
muchas oportunidades de crecer espiritualmente y
vivir una conversión permanente.
Dios nos ha visitado durante este año en la
eucaristía, en la confesión, en su Palabra, en la
persona de los amigos, en la comunidad cristiana, en
el servicio de los pobres… Y
todo encuentro con Dios nos
tiene que invitar a cambiar
este mundo de odio por uno
lleno de amor.
Jesús lloró por la incapacidad
de conversión de Jerusalén,
pese a tanto amor que Dios les ha demostrado:
“Ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios” (Ex 6, 7).
Oremos: Señor, trabaja en nosotros como el alfarero.
Moldéanos, para irnos despojando de las resistencias.
Recréanos, para vivir a tu imagen y semejanza. Y así, tu
gracia avance en nosotros.
“Bendito sea el Señor” (Sal 149).
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23 • noviembre • viernes • 2018


Ap 10, 8-11; Sal 118; Lc 19, 45-48.
“Ven Espíritu Santo, porque templo tuyo soy”
xistirán motivos por los cuales hoy
Jesús reaccionaría de una forma un poco
temperamental? Seguramente que sí.
Cuando faltamos a la verdad, cuando
existen tantas injusticias favoreciendo a muy
pocos y olvidándose de tantos, cuando vamos
marginando a muchos de nuestros hermanos.
¿Habrá más motivos? La falta de amor, nuestra
falta de compromiso por la paz, las divisiones y
las peleas que se generan en nuestras familias (y
pequeñas comunidades de la iglesia) a causa de
incomprensiones, intolerancia y malos entendidos.
Como discípulos y misioneros debemos colaborar
con la Buena Noticia que Jesús dio durante su
vida. Comprometernos a que nuestra Iglesia,
fundada por el mismo Jesús, sea lugar de encuentro
con Dios para que refleje su esencia: Iglesia
sencilla, solidaria, fraterna y misionera, donde
todos, sin excepción, podamos encontrarnos con
ese Dios vivo.
Invitemos hoy a Jesús en medio de nosotros,
para que con su poder y autoridad eche fuera
todos estos miedos y odios y haga de nosotros un
verdadero lugar de encuentro con Dios. “Mi
alegría es cumplir tus mandamientos” (Sal 118).
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24 • noviembre • sábado • 2018


Ap 11, 4-12; Sal 143; Lc 20, 27-40.

“Ven Espíritu Santo y lléname de Vida”


La mente de los hombres de este mundo está
embotada por las felicidades y placeres
inmediatos. Viven como si ésta fuera la única
vida y se dejan llevar por los vicios, el libertinaje
y los excesos. Se escucha muy frecuentemente
entre la gente “el muerto al pozo y el vivo al
gozo”.
Jesús habla claro: Yo soy la resurrección y la
vida (Jn 6, 11, 25). Las palabras de nuestro Señor
Jesucristo son palabras de vida eterna.
Trabajemos como Iglesia en esta
vida construyendo el Reino de Amor
para que la felicidad verdadera en
Dios (unidad y paz) se desborden
plenamente en la vida eterna.
Descubramos, pues, que lo que hacemos de
bien en esta vida (las obras de misericordia)
tendrá su fruto cuando gocemos de la presencia
eterna del Creador.
El Señor es un Dios de vivos porque solo en Él
se encuentra la vida. Y ante la cultura de muere
que nos rodea, sepamos ser testigos de la
verdad y la justicia.
“Bendito sea el Señor, mi fortaleza” (Sal 143).
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25 • noviembre • domingo • 2018


Dan 7, 13−4; Sal 92; Ap 1, 5-8; Jn 18, 33b-37.
“Ven Espíritu Santo, conságrame a Cristo Rey”
Miremos a Jesús ante Pilato, proclamando
que es Rey al servicio de la verdad y del amor.
Mirémonos a nosotros mismos, a veces tan
engreídos y buscando admiración y aplausos de
los demás, creyéndonos los “reyes del universo”,
con poder, placeres y riquezas.
Jesús es el rey crucificado y su poder está en la
entrega de sí mismo para la salvación de todos.
Así nos enseña la inversión de valores en contra
de lo que la sociedad nos pregona y enseña.
Jesús se entrega a la condena y muerte para
enseñarnos que la verdadera realeza está en el
amor, en el perdón, en la
comprensión, en el servicio
y en la solidaridad. Este es
el reinado de Jesús y este
modo de reinar hemos de
aprender sus seguidores.
¿Eres bautizado? Felicidades, ya eres rey –porque
desde nuestro bautismo participamos de Cristo
sacerdote, profeta y rey–. Eres rey para servir y
no para ser servido.
Amando es como entendemos el evangelio y
sirviendo es como nos identificamos con Jesús
y su misión. SERVIR ES REINAR.
“Señor, tu eres nuestro rey” (Sal 92).
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26 • noviembre • lunes • 2018


Ap 14, 1-3. 4-5; Sal 23; Lc 21, 1-4.
“Ven Espíritu Santo, Padre de los pobres”
los fariseos del tiempo de Jesús, como a
muchos de nosotros, lo que les importaba
era su prestigio y apoderarse de los
bienes de los pobres. “Es tan ruin la
vanidad”, dice el escritor Chamfort.
La palabra vanidad significa vano, hueco, vacío.
Jesús conoce nuestro corazón y sabe cuando
estamos vacíos o cuando estamos depositando toda
nuestra vida al servicio del Reino de Dios; aunque
terminemos sin nada –deshechos y cansados–,
pero confiando humildemente en que Dios saldrá
en nuestra ayuda.
Las dos moneditas que entregamos en el arca del
tesoro de Dios, son el servicio y la caridad hacia los
pobres.
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “la
limosna hecha a los pobres es uno de los
principales testimonios de la caridad fraterna; es
también una práctica de justicia que agrada a
Dios” (CEC 2447).
Cristo nos llama a ser testigos incansables y
generosos, desgastándonos en nuestra donación a
los demás. Salgamos de nuestros hogares para
mirar las necesidades de los otros y ofrecerles
nuestra ayuda de hermanos: “Dichosos los limpios de
corazón (Sal 23).
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27 • noviembre • martes • 2018


Ap 14, 14-19; Sal 95, 10. 11-12. 13. Lc 21, 5-11.
“Ven Espíritu Santo y pósate sobre mi”
¿Qué por qué quiero mucho a la Medalla
Milagrosa?
* Porque en 1830 la Virgen
María se manifestó a una hija de
la Cridad (Santa Catalina) y desde
entonces se acuñó la medalla, y
en la familia vicentina nos hemos
dedicado a propagarla.
* Porque la Medalla Milagrosa
siempre ha pertenecido al pueblo. Fue
la misma gente la que le puso su nombre. Por eso,
y con justa razón, podemos llamarla “la Medalla
de los pobres”.
* Porque con la Medalla Milagrosa me siento
llamado al compromiso cristiano. Ya que la
medalla no es un simple amuleto que se porta y
ya, sino es un modo de vivir el evangelio como un
encuentro con Dios a ejemplo de la Virgen María.
* Porque en los símbolos de la Medalla Milagrosa
aprendo a seguir a Jesucristo y a crecer como Iglesia
en el amor, en la fe y en el servicio.
* Porque por la Medalla Milagrosa encuentro
la manifestación de la providencia y misericordia
de Dios y la intercesión de nuestra madre, la Virgen.
Por esto y por muchas cosas más, ¿cómo no
querer a la Medalla Milagrosa?
“Que todo se alegre ante el Señor” (Sal 95).
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28 • noviembre • miércoles • 2018


Ap 15, 1-4; Sal 97; Lc 21, 12-19.
“Ven Espíritu Santo y fortalece mi vida”

o hay duda que en la vida siempre hay


y habrá problemas y dificultades; algu-
nos tan fuertes que nos pueden voltear,
derrumbar, hacernos flaquear o bajar
los brazos…
Pero tampoco hay duda que, a pesar de las
dificultades de la vida, Dios siempre estará con
nosotros. Dios estará ahí, a nuestro lado, acompa-
ñándonos, sosteniéndonos, asistiéndonos. Dios
siempre está ahí.
Y en los momentos de mayor desesperación es
donde debemos fortalecer nuestra fe en el Señor,
confiar en Él, mirarlo y abrazarlo. Ya lo dice la
Palabra de Dios: “El Señor es mi roca y mi fortaleza;
es mi libertador y es mi Dios, es la roca que me da
seguridad…” (Sal 18, 3).
Y una vez fortalecidos con la fuerza del Espíritu
Santo, nosotros –discípulos y misioneros– podemos
dar testimonio del nombre de Jesús, que es verdad,
sabiduría, alegría, misericordia, humildad, bondad,
paz y amor.
Y ese testimonio se convertirá en obra maravillosa
de Dios, para bien de los demás.
“Señor, tus obras son maravillosas” (Sal 97).
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29 • noviembre • jueves • 2018


Ap 18, 1-2. 21-23; 19, 1-3. 9a; Sal 99; Lc 21, 20-28.
“Ven Espíritu Santo y lléname de ánimos”
Es en la amistad con Dios donde enfrentamos la
vida de fe, haciendo el camino diario con la
certeza de su presencia; y donde nos sentimos
amados por Él, aun en medio de las pruebas y
dificultades. Por eso nos dice Jesús: “tengan ánimo
y levanten la cabeza”. No son tiempos de vivir
agachados o andar de brazos cruzados.
Hoy se nos pide vivir en plenitud, buscando
algo que nos dé la felicidad completa (y no
pasajera).
Se nos pide ir hacia los hermanos descartados,
excluidos de la sociedad y que esperan que alguien
les diga que existe una vida plena –llena de
sentido– que existe un Dios que libera de las
esclavitudes de la droga, de la violencia, de los
vicios, de las injusticias, de la exclusión, de la
pobreza y del hambre.
Qué bonito cuando ayudamos
(con la alegría, con el estudio,
con el cariño, con el trabajo,
con las misiones) a levantar a
los demás, a levantar esos
techos de los que están sin
vivienda, a levantar al anciano que han olvidado,
a levantar a nuestras familia en el respeto que se
ha perdido y levantar el nivel de vida de los
pobres. “Dichosos los invitados al banquete del
Señor” (Sal 99).
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30 • noviembre • viernes • 2018


Rom 10, 9-18; Sal 18; Mt 4, 18-22.
“Ven Espíritu Santo, hazme apóstol de Cristo”
or qué seguir a alguien que me
invita a ser pescador de hombres?
Señor Jesús, alguna vez me pregunté:
¿Por qué seguirte?, y la respuesta la
encuentro cada vez que intento hacer vida tu
mensaje; cada vez que me siento parte de tu
cuerpo –la Iglesia–; cada vez que veo tu
rostro en cada uno de los que sufren y lloran;
cada vez que siento el cariño de los que me
rodean; cada vez que me encuentro contigo
al recibir la Eucaristía, la Confesión o alguno
de los sacramentos; cada vez que esa semilla
de amor que sembraste en mí, da fruto de
perdón y misericordia. Porque cada encuentro
contigo me anima a seguir tus pasos como lo
hicieron los apóstoles.
Señor Jesús, dame tu Espíritu para descubrir
la alegría de seguirte y la pasión de dedicarme
al servicio de los pobres.
Señor Jesús, que a ejemplo de los primeros
discípulos aprenda tu evangelio y trasmita a los
demás la alegría del servicio y de la entrega
en la promoción de la paz y la justicia.
Señor Jesús, siendo pescador de hombres,
quiero que: “El mensaje del Señor, resuena en
toda la tierra” (Sal 18).
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“Estén en vela, pues, orando en todo tiempo”


Ap 22, 1-7; Salmo 95, 1-7; Lc 21, 34-36.
Todos hemos visto los desastrosos
resultados de un derrame de petróleo en el
mar: el chapopote que alcanza el litoral
contaminando todo a su paso. Y allí, en medio
de tanta desolación, un ave, ennegrecida,
aleteando desesperadamente tratando
de remontar el vuelo en un esfuerzo
inútil. No lo conseguirá. Sus alas, su

• diciembre • sábado • 2018


cuerpo entero está impedido, pegado al
suelo por eso peso viscoso.
El hombre está creado para remontar el vuelo
y alzarse por encima de las cosas materiales. Bien
lo expresa S. Agustín: “Me hiciste, Señor, para ti,
y mi corazón está inquieto hasta
que descanse en Ti”.
Hoy concluimos el Año Litúrgico
con esta advertencia de Jesús. ¿Qué
se nos ha pegado por el camino que
pueda impedirnos disfrutar la ligereza
del espíritu? ¿Qué hace pesado nuestro
corazón? Puede que no sea tan grave
como el libertinaje o la embriaguez, pero ¿qué tal
“las preocupaciones de la vida”?
Jesús recomienda la vigilancia, la actitud
orante del que sabe que la fuerza le viene del
Señor, la actitud de hijos que pueden presentarse
erguidos ante su Padre, habiéndose sacudido todo
el lastre que se les ha pegado en el camino.
Que podamos decir con el Salmista: Nuestra
vida se escapó como un pájaro de la trampa de
los cazadores (Salmo 123).
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2 • diciembre • d
omingo (I Adv) • 2018
Jer 33, 14-16; Salmo 24; 1 Tes 3, 12- 4, 2; Lc 21, 25-28.34-36.
Y una vez más… Adviento.
Bueno, si lo miramos así, entonces es el caso de la mulita
que da vueltas a la noria y al completar una vuelta se encuentra
en el mismo lugar; y así vuelta tras vuelta. Pero éste no debe
ser el caso al comenzar nosotros un nuevo Año Litúrgico.
Es cierto que vamos a conmemorar y contemplar los
mismos misterios de la historia de la salvación y de Cristo,
pero lo debemos hacer desde una
nueva altura. Algo habremos crecido en
la fe durante este año pasado.
El Adviento evoca el pasado, nos
retrotrae a algo que sucedió histórica-
mente hace dos mil años y que nosotros
celebramos en Navidad: el nacimiento
de nuestro Señor Jesucristo. Un acontecimiento que nos
mueve a la alegría y a la acción de gracias. El Adviento
nos dirige también hacia el futuro, hacia el advenimiento
de Cristo en gloria y majestad, a ese encuentro
esperanzador con él al final de los tiempos. Esto nos
centra en la esperanza.
Y nos ofrece las líneas de acción para el presente:
Afianzarnos en la certeza
… de que Dios es un Dios liberador;
… de que el reinado de Dios ya está entre nosotros y no
podemos distraernos hasta el punto de no advertir su presencia;
… de que este tiempo es un tiempo de testimonio. Los cristianos
seguimos descubriendo a Cristo presente, aunque oculta y
sacramentalmente, en los sacramentos.
“Estén despiertos, con la cabeza alta”.
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3 • diciembre • lunes • 2018


Is 2, 1-5; Salmo 121; Mt 8, 5-11.
“Señor, no soy digno de que entres en mi casa”
i los creyentes escucháramos con atención
a Jesús en el Evangelio, nos daríamos
cuenta de que en más de una ocasión
nos deja a la intemperie y bastante
descolocados. Imagínate que alguien
dijera: “nadie tiene más fe que yo”.
De seguro que los judíos, si no lo decían, lo
pensaban, al igual que muchos cristianos.
Por eso el dicho de Jesús les debió caer como
cubeta de agua fría. Su fe, les dice Jesús, palidece
frente a la de un soldado romano.
La Navidad, como una fecha del calendario, nos
llega inexorablemente cada año. Y la celebramos
con toda la superficialidad y rutina de que somos
capaces, que no es poca.
Pero cuando la Navidad se contempla como
misterio, se te vienen a la mente las palabras del
centurión: “Señor, no somos dignos de que vengas a
nuestra pobre casa” ¿No hubiera sido suficiente una
sola palabra tuya, tu Palabra, para sanarnos? Así, su
Palabra, pero sin hacerse hombre, sin entrar en
nuestra ruinosa morada y tomar nuestra enfermiza
naturaleza.
Y Dios pasó por encima de todas nuestras reservas
y objeciones y dijo: “Voy a curarlos”.
La fe y el amor se nos dan, se viven, no se presumen.
En verdad necesitamos un Salvador. ¡Ven Señor!
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4 • diciembre • martes • 2018


Is 11, 1-10; Salmo 71; Lc 10, 21-24.
“Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven”
Se vale soñar. Isaías lo hace a lo grande. No es un iluso,
es un soñador. Lo que el profeta ve en lontananza no puede
expresarse con nuestras pobres palabras. De ahí esas frases
tan llamativas: “Habitará el lobo con el cordero…” Es la viva
imagen de la paz, de la convivencia fraterna, del paraíso, pues.
Lo que para Isaías era un sueño aún lejano, para los
apóstoles es una realidad. Tienen ante sí a Jesús, “dador y
consumador de nuestra fe”, “nuestra paz”.
Jesús se llena de gozo por la predilección del Padre por los
pequeños y sencillos, los ‘limpios de corazón’, porque ellos verán
lo que les ha sido negado a los entendidos y autosuficientes
de este mundo.
Cristo nos ha recordado nuestra condición filial, como
solo el Hijo nos lo puede revelar. Ya nadie puede pretender
haber vivido la experiencia cristiana sin una experiencia de
Dios en cuanto Padre. Cuando decimos
la oración del Padrenuestro lo debemos
recibir como la revelación que nos hace
el Hijo, Jesús, sobre el Padre.
La utopía profética en la que el lobo
habitará con el cordero, es decir de un
mundo reconciliado, no es propiamente
de Isaías; es la utopía de Dios, el sueño de
Dios. Ese sueño de Dios que a Cristo le
hace sonreír y exultar de gozo, porque para eso ha venido:
para hacer realidad el sueño del Padre.
Y qué gozo también, el de Jesús, al encontrarse con los
sencillos. Es semejante al del sembrador que encuentra por
fin una parcela de tierra buena.
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5 • diciembre • miércoles • 2018


Is 25, 6-10; Salmo 22; Mt 15, 29-37.

“Comieron hasta saciarse”


o solo de pan vive el hombre”, nos recordaba
Jesús. ¡Cuánta necesidad tiene nuestra
época materialista de atender esta llamada
a la trascendencia y a la espiritualidad!
Pero más adelante en el evangelio, Jesús
‘completará’ este dicho. No lo hará con palabras, sino
con los hechos: No solo de la Palabra de Dios vive el
hombre, sino también de pan. Con esto queda
descalificado un espiritualismo puro y desencarnado.
Dicen los entendidos que nuestro planeta produce
en exceso de lo que se necesita para alimentar a toda
la humanidad, para que todos puedan comer “hasta
saciarse”. Sin embargo, formamos parte de una
humanidad en la que un buen número tienen qué
comer, pero no tienen hambre, mientras muchos
más tienen hambre y no tienen qué comer. Y esos
son precisamente los comensales de Jesús: tullidos,
ciegos, lisiados, sordomudos. Los mismos que él dijo
que deberíamos sentar a nuestra mesa, porque no
tienen con qué devolvernos la cortesía.
La primera lectura de Isaías complementa el
evangelio. Ambos anticipan lo que Dios tiene preparado
para aquellos que lo aman, expresado en la forma de
“un gran banquete para todos los pueblos”, de una
gran fiesta fraterna.
El Adviento, símbolo de la vida entera, de marcha
esperanzada al encuentro del Señor, nos recuerda la
necesidad que tenemos de alimento, tanto para el
cuerpo como para el espíritu.
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6 • diciembre • jueves • 2018


Is 26, 1-6; Salmo 117; Mt 7, 21. 24-47.
“El Señor es la roca perpetua”
Las catástrofes naturales, inundaciones, terremotos,
etc., con todo y su estela de destrucción y muerte, tienen
su lado bueno: exhiben a los corruptos e incompetentes,
los malos constructores que engañaron y robaron.
Construyeron con malos materiales, construyeron en
cualquier sitio sin pararse a calcular el peligro.
Las palabras de Jesús no van dirigidas a gente
irreligiosa y descreía, sino a nosotros los creyentes, los
que tenemos la religión verdadera pero no practicamos
la verdadera religión. Los que oímos las palabras de
Jesús pero no las ponemos en práctica.
Edificamos sobre roca cuando
nuestra vida se fundamenta en Cristo,
cuando nuestra fe se apoya en la
solidez de las obras, cuando nuestra
vida está firmemente anclada en el
amor, cuando ponemos las personas
por encima de los legalismos.
Una vida así edificada aguantará cualquier crisis de fe
y cualquier tentación a sucumbir a la desesperanza.
Edificamos sobre arena cuando desplazamos a Dios
y ponemos en su lugar devociones, supersticiones.
Cuando nos construimos una religión a la medida y nos
hacemos “un dios que no puede salvar”.
He aquí algunas arenas movedizas: No leer el evangelio,
pero no perdernos el horóscopo de cada día; llenarse
de devociones, pero no recibir los sacramentos; respetar
a los muertos, pero maltratar a los vivos, etc.
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7 • diciembre • viernes • 2018


Is 29, 17-24; Salmo 26; Mt 9, 27-31.
“El Señor es mi luz”
Gozar de todos los sentidos es una bendición de
Dios. No todos los sentidos tienen la misma
importancia en la vida de una persona, ni se
considera igualmente desafortunada la carencia
de cualquiera de ellos.
El sentido de la vista parece ser
el más apreciado y su carencia, el
mayor infortunio. Mientras que los
otros sentidos nos permiten gozar
de las obras de los hombres
(mayormente), la vista nos permite
gozar de la obra de Dios, su maravillosa creación.
Incluso del cielo se habla como “visión de Dios”,
“ver a Dios cara a cara”.
Por eso la curación de la ceguera sería el signo
inconfundible y más revelador de la llegada de los
tiempos mesiánicos. Ceguera que simboliza la
oscuridad, tiniebla. Por el contrario, la visión es
símbolo de claridad, de luz.
Todo milagro requiere de la fe, no como causa
sino como condición indispensable. Pero la fe
tiene una vinculación más directa con la visión.
Hablamos de los “ojos” de la fe, la “iluminación”
de la fe. Somos luz e hijos de la luz. La curación
de estos ciegos por Jesús es una invitación a la fe,
a vivir como hijos de la luz. En la duda, en la
entación, sea nuestra oración: “Señor, que vea”.
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8 • diciembre • sábado • I. Concepción • 2018


Gen 3, 9-15.20; Salmo 97; Ef 1, 3-6.11-12.
“Él nos eligió antes de crear el mundo”
“Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los
sabios y entendidos y las has revelado a los sencillos. Gracias,
Padre, porque así te ha parecido bien”. Y Jesús se llenó de gozo.
Justamente esto se cumplió, más que en muchos otros
misterios, en el misterio de la Inmaculada Concepción
de María. Hoy la Iglesia proclama que María, desde el
primer instante de su concepción, fue preservada del
pecado original, con el que todos nacemos.
Privilegio personal y exclusivo, concedido a María en
previsión de que Dios la había elegido “desde antes de
crear el mundo”, para ser Madre de Cristo, el Salvador.
Siglos antes de que los teólogos descifraran este misterio
de la vida de María, ya el pueblo llano celebraba gozoso
este privilegio que ellos le regateaban.
La misma Virgen tuvo que venir a darles
un cariñoso empujón para sacarles de
su autosuficiencia profesional.
Cuando la Virgen se apareció a Santa
Catalina Labouré, dejó grabadas
perennemente en su Medalla estas
palabras: “¡Oh María, sin pecado
concebida...!”. Era el año 1830.
Dieciocho años después, 1848, la misma Virgen
María se identificó en Lourdes a Santa Bernardita: “Yo
soy la Inmaculada Concepción”.
Fue hasta 1854 que el Papa Pío IX proclamó
solemnemente, para toda la Iglesia, el dogma de la
Inmaculada Concepción.
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9 • diciembre • domingo (II Adv) • 2018


Bar 5, 1-9; Salmo 125; Fil1, 4-6.8-11; Lc 3, 1-6.
“Preparen el camino del Señor”
a liturgia de este domingo ya barrunta la
cercanía de la Navidad y está llena de alegría.
Alegría que ni la severidad del profeta
Juan logra opacar.
La literatura mundial está llena de personajes
míticos y superhéroes, en quienes los hombres
proyectan sus sueños y ambiciones. Son creaturas de
ficción, creadas por los hombres. Nos entretienen
pero no logran engañarnos.
Jesucristo no es un ser fantástico; es real. A dos mil
años de distancia podemos recrear su vida, rastrear
sus pasos, como lo hacemos con otros muchos
personajes de la antigüedad.
San Lucas nos traza las coordenadas históricas y lo
sitúa en un momento histórico concreto, los personajes
de la época y su geografía. Son gente famosa, pero ya
no son importantes: el emperador Tiberio, Herodes,
Anás y Caifás. Más importante que todos ellos es
aquella voz que clama en el desierto, Juan Bautista. Y
más importante aún, la Palabra, el Señor.
Cristo no es una figura del pasado. Está vivo entre
nosotros. Su presencia, su venida siguen dando vida
al mundo. Por eso el Adviento nos exige preparación
y esfuerzo.
¿Qué requiere de mí? ¿Qué obstáculos tengo que
remover, qué actitudes allanar, para que Cristo, vivo
y actual, llegue a mi vida y yo pueda allegarme a él
“limpio e irreprochable”?
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10 • diciembre • lunes • 2018


Is 35, 1-10; Salmo 84; Lc 5, 17-26.
“Los dominan el gozo y la alegría”
Dios es todopoderoso y omnisciente. Pero hay
una cosa que puede ‘desarmar’ a Dios: la fe. El
mismo Dios no puede resistirse, se rinde ante la
fe. Los milagros la exigen. Un milagro que se hiciera
sin la presencia de la fe sería un desperdicio, peor
que un libro en una reunión de analfabetas.
La curación de un paralítico, junto con el perdón
de sus pecados, son dos maravillosos milagros, el
primero (el perdón) más maravilloso y difícil que
el segundo (la curación del cuerpo).
Y ahí estaban, ante Jesús, dos grupos: los que
creían y los que no creían. Los que, asombrados,
decían haber visto maravillas y los
que sólo vieron en el acto de Jesús,
un acto pretencioso y blasfemo.
Jesús vio la fe de aquellos hombres
que portaban al enfermo, como vio
los pensamientos mezquinos y
envidiosos de los escribas y fariseos.
Y viendo la fe de los primeros, Jesús
le dijo al paralítico: “Tus pecados te
son perdonados”, y viendo la incredulidad de los
otros, Jesús hace un gesto desafiante: cura al
enfermo de su parálisis. En ese orden; lo primero
es lo primero –que no se nos olvide– primero el
espíritu, después, el cuerpo.
¡Qué grande es la fe de aquellos hombres! ¿Es
la nuestra una fe viva o una fe rutinaria?
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11 • diciembre • martes • 2018


Is 40, 1-11; Salmo 95; Mt 18, 12-24.
“Como un pastor, reúne los corderos
y los lleva sobre el pecho”
o soy monedita de oro”, solemos decir
para expresar que no vamos a ser objeto
de aprecio para todo el mundo. Bueno, ni
el mismo Cristo lo fue. Ya lo anunció el
anciano profeta Simeón: Ese niño de María sería
signo de contradicción, bandera discutida.
Cristo suscitaba en sus oyentes las reacciones más
opuestas, ya fuera por sus gestos, por sus milagros o
por sus palabras.
Aunque no se nos dice, no es difícil imaginar los
sentimientos ocultos que suscitarían parábolas como
la del hijo pródigo y ésta de la oveja perdida.
Nosotros, los pecadores de hoy, leemos esta parábola
con emoción. Pensamos que no todo está perdido para
nosotros. Los “puros” siempre encontrarán en ellas
motivos de escándalo, porque Jesús parece encontrarse
demasiado a gusto con gente de mala vida.
Oveja perdida. Perderse es alejarse de Dios; pretender
uno hacer la guerra (contra el mal) por su cuenta; buscar
la plenitud humana al margen de Dios. Es también
orillar a Dios en una pretendida vida cristiana.
Frente a estas situaciones de “huida”, se alza
impresionante la misericordia de Dios como búsqueda
y perdón.
Búsqueda, salida, es el reto de la Iglesia en nuestro
tiempo, que el papa Francisco ha hecho suyo. Urge una
Iglesia generosa y audaz, que propicie el encuentro,
la alegría y el banquete.
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“Escucha hijito mío… Mi muchachita,


mi niña”Sir 24, 23-31; Salmo 66; Gal 4, 4-7; Lc 1, 39-48.
Se dicen cosas maravillosas de la imagen de la
Virgen de Guadalupe. Se descubren en ella símbolos
y significados, algunos muy razonables y bien
razonados, otros, jalados por los cabellos.
12 Hay quien no se quiere ‘mojar’ y habla del “hecho
guadalupano” como de un tsunami de devoción
• diciembre • sábado • V. de Guadalupe • 2017

popular sin mucho fundamento histórico. Pero ni la


devoción, ni la misma imagen son entendibles sin
aquel 12 de diciembre de 1531 y sin la
persona de Juan Diego.
Día memorable para la fe, cuando la
Virgen María, Virgen del Adviento y de la
esperanza, evocando su visita a su prima
Isabel, visita este continente y sus
pueblos, representados en la persona de
un indígena, para mostrarles su solicitud
maternal y su ternura.
Leyendo el Nican Mopohua, las expresiones que se
intercambian la Virgen y el vidente en esos diálogos
inigualables, que no se pueden explicar únicamente
por el genio de la lengua náhuatl, se llega a la
conclusión de que nadie pudo habérselas inventado.
Provienen de dos corazones llenos de ternura.
Todas las protestas de Juan Diego nacen de un corazón
humilde y hondamente filial. Él, como Isabel, pero
con sus propias palabras, también expresó su asombro:
¿Quién soy yo para que la Madre de mi Señor venga a
visitarme? Más allá de toda curiosidad por el fenómeno
de la imagen, dejémonos invadir por el asombro ante
el amor de nuestra Madre, la Virgen.
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13 • diciembre • jueves • 2018


Is 41, 13-20; Salmo144; Mt 11, 11-15.
“Para que vean y sepan, reflexionen y aprendan de una vez”
“No hay peor sordo que el que no quiere oír”, así reza
un dicho popular. Podemos ampliarlo y decir: “No hay
peor ciego que el que no quiere ver”. En una ocasión en
que Jesús dio rienda suelta a su frustración y
desconsuelo ante la torpeza de los apóstoles lo hizo en
estos términos: “¿Para qué tienen ojos, si no ven, y
oídos, si no oyen?”.
Varias veces termina Jesús sus enseñanzas con una
frase críptica: “El que tenga oídos para oír, que oiga”;
como diciendo, “Ahí queda eso, se lo dejo de tarea”.
El dicho de Jesús se refiere tanto al Reino de los cielos
como a la persona de Juan Bautista para quien, con
todo y su aspecto un poco estrafalario, Jesús solo tiene
las mayores alabanzas: una antorcha ardiente, un
carácter que no se doblega ante ningún viento de
halago o amenaza, el hombre más grande nacido de
una mujer, casi una réplica del
profeta Elías por su fuego y su
celo por la gloria de Dios.
Pero, al fin, un hombre del
Antiguo Testamento.
Para Jesús, el más pequeño en
el Reino, el que se ha hecho violencia para seguirlo, es
más grande que Juan.
San León Magno, en un sermón de Navidad, exhorta
a los bautizados, diciendo: “Reconoce, oh cristiano, tu
dignidad”. Si tienes oídos para oír, escucha: Tú,
cristiano, eres más grande que el Bautista. ¡Casi nada!
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14 • diciembre • viernes • 2018


Is 48, 17-19; Salmo 1; Mt 11, 16-19.
“Te instruyo por tu bien, te marco el camino a seguir”
De nuevo hay que dejar claro que este evangelio
va dirigido no a los incrédulos o ateos, sino a
creyentes, a bautizados. Es entre éstos donde se
encuentra esa inmensa legión de inconformes e
insatisfechos; pero no con una insatisfacción que les
haga aumentar la búsqueda, sino la insatisfacción
como incordio.
Para ellos, Juan “tiene un demonio” y Jesús es un
“borrachito empedernido”. La Iglesia preconciliar
era “así”, y la postconciliar es “asá”: El asunto es
justificar la propia incoherencia.
A falta de una sólida formación cristiana,
muchos católicos se dejan llevar por toda
clase de novedades de tipo religioso.
Su tutor es la televisión u otros medios
de comunicación. Su credo, un
revoltijo acomodaticio de creencias,
con frecuencia contradictorias. Lo
malo de muchos católicos es que
bailan a cualquier son que les toquen.
Cristo nos recuerda que nuestra relación con
Dios no puede ser dejada al capricho o al estado
de ánimo de uno (me nace, no me nace).
Él fue testigo y contemporáneo de una generación
caprichosa, a quien no complacían los caminos de
Dios. ¿Qué diría Jesús de nuestra generación?
Si sólo bailáramos al son que Dios nos toca, nos
iría mejor en nuestra vida cristiana.
Dejémonos instruir por Dios.
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15 • diciembre • sábado • 2018


Sir 48, 1-4.9-11; Salmo 79; Mt 17, 10-13.
“Tú fuiste designado para reconciliar a los padres con los hijos”
xistía una vieja creencia entre los judíos
sobre el profeta Elías, de la que se hace eco
el profeta Malaquías: “He aquí que yo envío
a mi profeta Elías antes de que llegue el
día, el grande y terrible día del Señor”.
Esta simple creencia les servía de pretexto a los
fariseos para cuestionar el carácter mesiánico
de Jesús. Si Jesús era el Mesías, ¿a ver, dónde
está Elías?
Los apóstoles, que compartían las creencias de
su tiempo, son los que plantean esta dificultad
a Jesús. Además, algunos de los apóstoles tienen
sobradas razones para hacer la pregunta; acaban
de ver a Elías junto a Jesús y Moisés en la escena
de la Transfiguración.
Y Jesús les explica: En realidad Elías ya ha
venido en la persona de Juan, su precursor. De
él, como de Elías, se dice que “ha venido a
reconciliar a los padres con los hijos”. Con él se
han ensañado, como se ensañarán contra el
Mesías. En esto también lo ha precedido este
hombre de fuego que era Juan Bautista.
A fin de cuentas, el asunto no es para perder
el tiempo en leyendas, creencias y fantasías,
que distraigan de lo fundamental: el proyecto
de salvación de Dios, al que ellos van a
contribuir muy a su pesar. El Hijo del hombre
va a padecer a manos de ellos y así se llevará a
cabo la salvación de todos.
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• domingo (III Adv) • 2018


16 • diciembre
Sof 3, 14-18; Salmo 12; Fil 4, 4-7; Lc 3, 10-18.
“El Señor es mi Dios y salvador. Con él estoy seguro.”
Vamos a concedernos el beneficio de la duda: Queremos
ser buenos. Vale. Lo que pasa es que no sabemos cómo.
Pues parece que no estamos solos en esto. Por lo visto a
los contemporáneos de Juan Bautista les pasaba lo
mismo. De ahí la pregunta que le hacen: “Maestro, ¿qué
debemos, qué tenemos que hacer?” Y Juan
les va poniendo la cataplasma a cada quien,
justo donde más le duele.
¿Eres insensible ante las necesidades de
los pobres? Afloja la bolsa. ¿Vendes,
compras, administras, tienes relaciones
financieras o comerciales con otros? Sé
honesto, transparente, huye de la corrupción
como de la lepra. ¿Que ustedes tienen una parcela de
autoridad, grande o pequeña? No importa, no abusen
de ella; ejérzanla como servicio.
O, a lo mejor, sí sabemos cómo, pero nos puede la
flojera o el desánimo. Por eso este domingo de
Adviento es como para meterte la alegría al cuerpo.
Antiguamente se conocía como el domingo “Gaudete”,
algo así como “Den rienda suelta a la alegría; disipen sus
temores; no desfallezcan, el Señor está en medio de
ustedes y los ama”. No se olviden, la Navidad, antes que
nada, es misterio de amor.
Hoy comienzan las Posadas, la novena de preparación
para la Navidad; ¿de veras? Quiero decir, ¿de veras nos
preparan las Posadas para celebrar la Navidad? Bueno,
sí; hay Navidad y Navidad; Posadas y Posadas.
Dime cómo son tus Posadas y te diré cómo es tu Navidad.
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17 • diciembre • lunes • 2018


Gen 49, 2.8-10; Salmo 71; Mt 1, 1-17.
“¡Oh Sabiduría que saliste de la boca del Altísimo!“
ivertido el evangelio de hoy, ¿verdad? ¡Y la
versión de Lucas lo es más todavía: Te
lleva hasta Adán! Todo sin registro civil,
pura memoria y tradición familiar. Pero no
es un ejercicio solo de buena memoria, es
algo muy serio que toca al misterio mismo de Cristo.
Es admirable con qué desparpajo decimos de Cristo
que es “verdadero Dios y verdadero hombre”. Hubo
momentos en la historia del cristianismo en que se les
atragantaba decir de Jesús que era verdadero Dios. En
otras épocas, lo que no aceptaban era que fuera
verdadero hombre. Ahora aun cuando aceptamos que
Cristo es verdadero hombre, nos cuesta llevar esto hasta
sus últimas consecuencias. Y espera que no haya quien
diga que Jesús es mitad Dios~mitad hombre, como un
monstruo mitológico. Sí, Jesús era todo Dios y todo
hombre, tan hombre como sólo Dios puede serlo.
La genealogía de Jesús está ahí para decirnos que
tiene un ADN humano, con ancestros incluso no muy
recomendables. Así es la humanidad que el Hijo Dios
asume y redime, una humanidad mestiza y pecadora.
Como la vida misma. Pero, atención, hay un momento
en la genealogía en que la fórmula “A engendró a B, B
engendró a C” se interrumpe. Es al llegar a José. El
Espíritu Santo se cuela aquí en la lista de los progenitores
de Jesús. José será únicamente padre legal por su
matrimonio con María, pero es a través de ésta que el
Hijo de Dios se llena de humanidad.
Gracias, María, por “humanizar” a Dios.
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18 • diciembre • martes • 2018


“O Adonai: ¡Oh Dios poderoso y guía de la casa
de Israel!” Jer 23, 5-8; Salmo71; Mt 1, 18-24.
Si hubiera una devoción algo así como los Siete
Dolores de San José, éste sería el primero: la noticia de
que la mujer que él amaba y con la que había planeado
convivir, estaba embarazada. Así hubiera sido si
aceptáramos la interpretación más severa de este pasaje
del evangelio de Mateo.
Me quedo con la interpretación moderna: José,
informado por María de lo que había sucedido, se vio fuera
de lugar. ¿Quién era él para meterse en ese ámbito divino
en el que María, de repente, se ve sumergida? ¿No será
él un estorbo para los planes de Dios?
¿No será mejor quitarse de en medio?
José era un hombre ‘justo’ en el
sentido bíblico de ‘santo y fiel’; lo dice
el Espíritu Santo. Era humilde.
Y también tuvo su “anunciación”. En ella
se le comunicó que él también era parte del
designio de Dios. Dios lo necesitaba. Actuaría como padre
para el hijo de María, con todas las de la ley: le impondría
el nombre como correspondía a un padre; legalmente lo
‘injertaría’ en su árbol genealógico para que, también con
todas las de ley, Jesús pudiera ser llamado “hijo de David”.
¿Fue todo esto sólo un sueño? No, fue una propuesta
de Dios, a la que José, ese silencioso hombre justo,
también respondió a su manera: “He aquí el siervo del
Señor; hágase en mí según tu palabra. Y el ángel se retiró
de su presencia”. Y al despertar, José hizo lo que le había
mandado el ángel y recibió a su esposa.
Gracias, José, por tu “sí” generoso al plan de Dios.
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19 • diciembre • miércoles • 2018


Jue 13, 2-7. 24-25; Salmo 70; Lc 1, 15-25.
“O radix Jese: ¡Oh renuevo del tronco de Jesé”
o es lo mismo saber que los milagros se
dan, que creer que tú puedes ser el
beneficiario de un milagro. No es lo
mismo saber que para Dios no hay nada
imposible, que Dios realice tu imposible
deseo. Es como pensar que el brazo de Dios, poderoso
en el pasado, ha ido perdiendo energía con el paso
del tiempo. Algo así le debió suceder a Zacarías.
Él conocía la historia de su pueblo. Habría leído
muchas veces, con emoción y temblor, la historia de
Samuel y de Sansón (1ª lectura de hoy). Dios había hecho
florecer el seno yermo de aquellas dos mamás. Su caso
personal era muy similar y su oración y la de su esposa
Isabel debió de ser muy fervorosa en un principio.
Pero pasaron los años y la situación se hizo más grave:
la vejez se hizo presente y la situación se convirtió en
‘imposible’. Como si Dios apuntara a lo “más difícil”.
Y un día, esas súplicas, que cada día eran más
desconfiadas, aunque nunca interrumpidas, fueron
escuchadas. Dios asoció a Zacarías e Isabel a su plan
salvífico. De esa pareja de ancianos, de esa carne
marchita, Dios hizo nacer un niño. Juan es su nombre.
Hijo de la vejez y del milagro. El bueno de Zacarías
no se lo creía; ¿a poco el brazo de Dios seguía tan
vigoroso como en el pasado?... Y se quedó mudo.
Y nosotros, ¿creemos que los milagros existen, pero
que Dios ya agotó su cuota hace mucho tiempo? ¿No
será nuestra fe la que se ha ido agotando?
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“O clavis David: Oh llave de David y cetro de la


Casa de Israel” Is 7, 10-14; Salmo 23; Lc 1, 5-25.
“Vas a concebir y darás a luz un hijo…Hijo del
Altísimo…Hijo de Dios”. Esto le dijo el ángel.
¿En el cielo hay porras? Escuchemos a S. Bernardo:
“Mira que el Ángel aguarda tu respuesta…. También
nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la
divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de
misericordia. Se pone entre tus manos el precio de
nuestra salvación; en seguida seremos
librados si consientes…
Esto te suplica, oh piadosa Virgen, el
triste Adán... Esto Abrahán, esto David,
con todos los santos antecesores tuyos,
...esto mismo te pide el mundo todo,
postrado a tus pies. Y no sin motivo
aguarda con ansia tu respuesta,
porque de tu palabra depende el
consuelo de los miserables, la redención de los cautivos,
la libertad de los condenados, la salvación, finalmente,
de todos los hijos de Adán, de todo tu linaje. Da pronto
tu respuesta... pronuncia tu palabra y concibe la divina;
emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la
Palabra eterna. ¿Por qué tardas? ¿Qué recelas? Cree,
di que sí y recibe. Que tu humildad se revista de
audacia... Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los
labios al consentimiento, las castas entrañas al
Criador... Levántate, corre, abre. Levántate por la fe,
corre por la devoción, abre por el consentimiento”.
Y María dio su “sí”, y en el cielo resonó un suspiro
de alivio, y hubo fiesta.
20 • diciembre • jueves • 2018
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21 • diciembre • viernes • 2018


Cant 2, 8-14 o Sof 3, 14-18; Salmo 32; Lc 1, 39-45.
“O Oriens: ¡Oh sol que naces de lo alto!”
ué notición! María sería madre. Y ¡de qué
forma! Sin dejar de ser virgen. Esa noticia
había que compartirla. Primero con su
esposo José. Después, con una mujer
agraciada y bendecida como ella, que
la comprendería perfectamente y que, además, la
necesitaba: Isabel.
Y María se pone en camino “presurosa”. A sus
quince años, María no corría, volaba como la
paloma del Cantar (1ª lectura).
Hay quien ha comparado este viaje al traslado
del Arca de la Alianza. María sería la nueva Arca
que porta al legislador de la nueva ley. Hay quien
en un arrebato poético, ha dicho que aquel viaje
fue la “primera procesión de Corpus”.
Lo que sí es cierto es que, entrar María en casa
de Zacarías e Isabel y quedar la casa inundada del
gozo del Espíritu Santo, fue todo uno. Las dos
mujeres se saludaron con palabras prestadas del
Espíritu Santo; los dos bebés, aun no nacidos,
presintieron su presencia el uno del otro y
brincaron de alegría. María e Isabel se quitarían la
palabra de la boca contando cómo el Señor había
sido bueno con ellas.
¿Y Zacarías? Ahí estaría, calladito, calladito,
admirando la fe de aquellas dos mujeres, lamentando
que la suya hubiera sido tan escasa.
¿Es nuestra fe generosa o egoísta? ¿Compartimos
con gusto el gozo de nuestra experiencia de Dios?
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22 • diciembre • sábado • 2018


I Sam 1, 24-28; Salmo I Sam. 2; Lc 1, 46-56.
“O Rex gentium: ¡Oh Rey de las naciones y
deseado de los pueblos!”
scribe San Beda, quien pone estas palabras en
boca de María: “El Señor me ha engrandecido
con un don tan inmenso y tan inaudito, que no
hay posibilidad de explicarlo con palabras, ni
apenas el afecto más profundo del corazón es capaz de
comprenderlo, y por ello ofrezco todas las fuerzas del
alma en acción de gracias, y me dedico con todo mi ser,
mis sentidos y mi inteligencia a contemplar con
agradecimiento la grandeza de aquel que no tiene fin, ya
que mi espíritu se complace en la eterna divinidad de
Jesús, mi Salvador”.
María es una mujer llena de gozo y su Canto rebosa
optimismo. Dios ha cuidado de Israel, su siervo,
pero su misericordia no se ha agotado. María da fe
de ello: El Señor ha hecho obras grandes en ella
porque ha visto la pequeñez de su sierva.
Dios que llena el vacío del corazón cuando éste
se vacía de todo lo terreno, ha encontrado en
María una capacidad inigualable. Y la ha amado
personal y preferentemente. Cuanto hay en María
es enteramente obra de Dios.
El Canto del Magníficat es un canto a la fe y la
humildad, a la esperanza y la alegría.
¿Soy humilde y agradecido a Dios por los dones
recibidos o soy de los que dicen: No le debo nada
a nadie?
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23 • diciembre • domingo (IV Adv) • 2018


Miq 5, 1-4; Salmo 79; Heb 10, 5-10; Lc 39-45.
“O Emmanuel: Oh Emmanuel, Rey y legislador nuestro”
Apenas han transcurrido dos días desde que escuchábamos el
mismo evangelio: la Visitación de la Virgen a su parienta Isabel.
Cuando se enteró María de que Isabel
había sido bendecida por Dios, se encaminó
presurosa a un pueblo de la montaña, para
visitarla. Ella también tenía un maravilloso
secreto que compartir. Además, la sierva del
Señor, también está para servir a los demás.
María e Isabel son testigos de las grandezas
del Señor.
María es portadora de Cristo, como lo será
en el Tepeyac y en tantos otros momentos de
la historia. Es “causa de nuestra alegría”,
como pudo atestiguar Isabel: el niño saltó de
gozo en su vientre; y ella misma está llena de
alegría por el inesperado honor de ser
visitada, no simplemente por una parienta,
sino por “la Madre de su Señor”, cuya presencia hace que el
Espíritu Santo irrumpa en esa casa.
Isabel y Juan se convierten en los primeros adoradores de
Cristo, oculto en el sagrario del seno de María.
María e Isabel, dos mujeres en las que Dios ha hecho grandes
cosas, guardando las distancias: Una es la madre del mayor de
los nacidos de mujer; la otra es la madre del mismo Dios.
Preparémonos nosotros a celebrar en Navidad este mismo
misterio con el mismo estremecimiento de Isabel: ¿Quiénes somos
nosotros para que el Señor venga a visitarnos y a vivir la vida de
los hombres?
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24 • diciembre • lunes • 2018


II Sam 7, 1-5.8-12.14.16; Salmo 88; Lc 1, 67-7.
“Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo”
Nueve meses, nueve largos meses. Para Isabel,
gestando una vida, para Zacarías, gestando un
himno. Y después, un parto gozoso para ambos.
No quiero imaginarme qué fue de aquella
tablilla en la que Zacarías escribió el último
mensaje de su mudez: “Juan es su nombre”.
Lo más notable de aquel día es que se le soltó la
lengua y se arrancó con un himno que la Iglesia
recuerda y hace suyo en la hora de Laudes.
Cuatro estrofas, de las cuales solo una (la 3ª)
está dirigida a su propio hijo, profeta y precursor.
Las demás se desgranan en alabanzas a la
fidelidad de Dios y a su infinita bondad, que ha
enviado la luz, el sol que nace de lo alto para
iluminar nuestros pasos, para que podamos
caminar sin temor, en santidad y justicia en su
presencia.
Hoy se acaba el Adviento. Apenas tres semanas
de preparación. Cabría preguntarse: ¿Cómo
llego yo a la Navidad? ¿Cuál
es el estado de mi corazón
para saborear el misterio de
Navidad? ¿Estaré yo entre los
hombres y mujeres de ‘buena
voluntad’ sobre los que se
derrame su paz?
Que esta noche, noche de Navidad, sea una
“noche santa” para ti y para toda tu familia.
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25 • diciembre • martes • 2018


N AVIDAD
Is 52, 7-10; Salmo 97; Heb 1, 1-6; Jn 1, 1-18.
“Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado”
–¿Oficina antisecuestros?
–Sí, ¿en qué puedo ayudarle?
–Quiero reportar un secuestro.
–¿Secuestro o desaparición?
–Definitivamente secuestro.
–¿Quién es la víctima?
–Un bebé varón.
–¿Marcas personales?
–No nos adelantemos. Con el tiempo tendrá
cinco marcas personales; cuando esté
muerto. Pero entonces ya no necesitaremos
los servicios de ustedes. Perderían el
tiempo buscándole entre los muertos.
– La verdad, no le entiendo muy bien. Pero... ¿tiene
alguna idea de quién lo ha secuestrado?
– Más que una idea. Han sido los integrantes
de una banda organizada.
– ¿Que integran…?
– Políticos, legisladores, educadores (?), cristianos
bobalicones y comerciantes, sobre todo
estos dos últimos.
– ¡Extraños socios!
– Lo son; pero cada quien tiene sus motivos,
aunque el objetivo es el mismo: deshacerse
del niño.
– Debe ser un niño muy especial
– Lo es, señor, lo es. Sin él no hay Navidad.
(Para los que aún tenemos al Niño, FELIZ NAVIDAD)
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26 • diciembre • miércoles • 2018


Hch 6, 8-10. 7, 54-59; Salmo 30; Mt 10, 17-22.
“El que persevere hasta el fin se salvará”
el idilio de Navidad la liturgia salta bruscamente
a la tragedia de un linchamiento.
Hoy celebramos al primer mártir de
nuestra fe: San Esteban. De seguro ya había
habido otros “testigos” (mártires) de la fe
antes que él, pero parece que el nombre de “mártir” ya
ha quedado consagrado para el testigo que rubrica su
fe con su sangre.
Varias cosas llaman mi atención. Primera: Aquellos
diáconos nunca son presentados en el libro de los
Hechos “sirviendo a las mesas” (razón por la que fueron
instituidos). Pero, bueno, Hechos no tiene por qué
contarlo todo. Sí, en cambio, los presenta como
vigorosos evangelizadores, llenos de gracia y poder,
llenos del Espíritu Santo.
Segunda: Que Esteban no solo anuncia a Cristo, sino
que es un fiel imitador de él; el mismo tribunal, la misma
acusación, el mismo simulacro de legalidad en el juicio
y, sobre todo, los mismos sentimientos de Jesús,
expresados hasta con las mismas palabras.
Tercera: Que no se haya puesto más énfasis al
profundo vínculo que hay entre el ‘testimonio’ de
Esteban y la conversión de Saulo, el joven cómplice de
la muerte del mártir. El mismo discurso (de Esteban)
enfureció a unos y convenció a otros.
Hay semillas que tardan en germinar, pero ahí
empezó a hacerse realidad lo de “la sangre de los
mártires es semilla de cristianos”.
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27•diciembre•jueves•San Juan• 2018


I Jn 1, 1-4; Salmo 96; Jn 20, 2-8.
“Les escribimos esto para que su alegría sea completa”
i no lo veo no lo creo”, frase tomada del
apóstol incrédulo Tomás. También frase
que se dice cuando sucede algo inesperado
o que juzgábamos imposible.
“Ver para creer”: (Tomada al pie de la letra)
Frase tonta que repetimos sin mucha reflexión.
Hoy celebramos la fiesta del apóstol y evangelista
San Juan. Su primera carta abunda en expresiones
como “hemos visto y oído y tocado”. Y el evangelio
(también suyo) contiene la frase inquietante “vio y
creyó”. Ajá, ¿no que no? Pues, no. Lo que se ve no se
cree. La fe transciende la razón y la razón no
necesita ningún ejercicio de fe. Pero no por eso la fe
y la razón dejan de ser buenos socios.
Lo que confiesa Tomás no es lo que ve y palpa. Lo
que ve Juan –unos lienzos doblados– no es lo que
termina creyendo. La humanidad de Jesús se podía
ver y tocar. Su divinidad es objeto de fe.
Pero no nos sintamos defraudados: Aún su
humanidad deja muchos espacios para la fe.
”Ver para creer” ha engendrado otras variantes:
“Comprender para creer”. San Agustín ha defendido
la complementariedad de la fe y de la razón, pero no
a partes iguales. La razón solo puede llegar hasta las
fronteras de la fe, aunque su servicio no es inútil. Y
afirmará: “Creer para entender; entender para creer”;
es decir, creo para entender y puedo y debo razonar
mi fe. La fe no es absurda; la fe es razonable.
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28 • diciembre • viernes • 2018


I Jn 1.5-2.2; Salmo 123; Mt 2, 13-18.
“La trampa se rompió y nosotros escapamos”
No sabemos cuánto tiempo habría transcurrido
entre el nacimiento de Jesús y la masacre de esos niños
inocentes, por órdenes de Herodes. No nos constan
algunos episodios del evangelio, pero sí nos consta
que Herodes “el Grande” era un gran bruto y que era
capaz de esto y de mucho más.
Pero a lo que iba: Sí ha sido un gran acierto de la
liturgia poner, primero la fiesta de S. Esteban y
después ésta, pegaditas a la Navidad. Como quien se
toma un vaso de agua después de la melcocha
espiritual y empalagamiento de nuestra Navidad.
La liturgia quiere contrarrestar una Navidad
idealizada con estas escenas de violencia absurda.
Porque, ¿qué hay de romántico en que un niño
nazca en un establo de animales y esté recostado en
un pesebre? ¿Qué hay de enternecedor en que unos
padres no puedan proveer a su
hijo de lo más elemental? ¿Qué
hay de parecido entre nuestra
Navidad y la de María y José?
Yo no quiero ‘arrojar’ un jarro
de agua sobre la fe de nadie;
solo quiero decir que, ya desde
el pesebre, la cruz estaba
‘arrojando’ su sombra siniestra sobre ese Niño. Que
Belén no solo contenía los tiernos vagidos de un recién
nacido, sino que también resonó con gritos de terror.
Pesebre y cruz; establo y calvario… Dos momentos
diferentes de una misma realidad, de un mismo y
amoroso designio de salvación.
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29 • diciembre • sábado • 2018


I Jn 2, 3-11; Salmo 95; Lc 2, 22-35.
“Y a ti, mujer, una espada te atravesará el alma”
resentación del niño en el templo. ¿Misterio
gozoso? ¿Misterio doloroso? Quedémonos
con “misterio agridulce”. Oír decir alabanzas
de un hijo hincha el corazón de una madre; oír
anunciar riesgos y peligros, lo encoge.
No es un futuro sacado del horóscopo el que se
augura al hijo de María; es la voz de la profecía: Este
niño ha sido enviado como luz para las naciones.
Pero también es un niño que concitará los
sentimientos más opuestos: un amor incondicional
y el odio más refinado.
Va a partir el mundo en dos: los que están de su
parte y los que están contra él. Ya no va a existir la
franja ambigua intermedia que convenientemente
llamamos “tierra de nadie”; ni va a ser posible
declararse neutral en este choque frontal entre el bien
y el mal. San Juan (1ª lect.) insiste en la existencia de
dos únicos bandos irreconciliables: luz~oscuridad,
verdad~mentira. Pretender neutralidad es un
autoengaño; indefinición es complicidad. Ante esa
“bandera” solo hay dos maneras de posicionarse. Y
en la escena final, solo hay ovejas y cabritos.
Cuenta Fray Diego Durán que, cuando reprendió
a un joven cristiano indígena por su conducta
incoherente, éste le respondió: “Padre, todavía
estamos nepantla”, ‘en medio’, en el sentido de
indecisos, como “nadando entre dos aguas”, entre la
fe cristiana y las prácticas idolátricas.
¿Pretenderemos nosotros seguir estando nepantla?
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30 • diciembre • domingo • 2018


Sagrada Familia
Sir 3, 3- 7. 14-17; Salmo 127; Col 3, 12-21; Lc 2, 41-52.
“Jesús crecía en saber, estatura y en el favor de Dios”
Hoy celebramos a la familia constituida por José
(cabeza de familia), María y Jesús. Pretender cambiar
este orden es mermar el sentido de la ‘encarnación’.
Jesús era el último, el subordinado: “volvió con ellos a
Nazaret y siguió sujeto a su autoridad”.
El Mesías no cayó del cielo como un meteorito. Nació
de nuestra carne y quiso hacerse en todo semejante a
nosotros. Pero un hombre no se hace en un día; ni
siquiera el Hijo de Dios se hizo hombre en un día. Su
“encarnación” dilató toda su vida. Necesitó sus treinta-
y-pico de años para “aprender a ser hombre”. Hasta
llegar a la última experiencia humana, la muerte.
Su vida como miembro de una familia humana es
parte de ese aprendizaje.
El Hijo de Dios se hizo hombre
para redimir al hombre; se hizo
hijo de familia para redimir a la
familia; se hizo parte de la
creación para redimir a la
creación entera.
Decimos con toda verdad que
José, María y Jesús formaban una familia sagrada.
En realidad, todo familia es sagrada, (un espacio querido
y bendecido por Dios) en la medida en que es escuela
de amor, de humanidad y de fe.
No caigamos en la trampa de reducir la familia a una
simple forma de convivencia.
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31 • diciembre • lunes • 2018


I Jn 2, 18-21; Salmo 95; Jn 1, 1-18.
“A Dios nadie lo ha visto jamás… el Hijo lo ha revelado”
Recurrentemente aparece en internet una pregunta:
“¿Se puede probar que Jesucristo es Dios?”. Nunca me he
metido a ver las respuestas que aportan. Dudo que
puedan cumplir las expectativas que provocan.
Pruebas sí se pueden encontrar para probar la existencia
de Jesús de Nazaret, con la misma confiabilidad con que
se puede probar la existencia de otros personajes históricos
de la antigüedad. Aun así, hay aspectos de la humanidad
de Cristo que pertenecen al
ámbito de la fe: su ser hombre
verdadero y perfecto en una
Persona divina.
Hoy S. Juan afirma con
rotundidad la divinidad de
Cristo, su procedencia divina,
su genealogía divina: Dios
Padre“engendró”a su Hijo, Dios como él.Ya en el principio
él –el Verbo, la Palabra– estaba con Dios y ERA DIOS.
El mismo que se hizo hombre, el Hijo por quien
llegamos a ser hijos, nacidos de Dios; hijos de la luz que
nunca deberíamos rechazar la Luz; hijos que viviendo en
el mundo nunca deberíamos hacernos cómplices del
mundo que lo rechaza a Él.
Jesucristo es la Palabra completa, absoluta. Dice San
Juan de la Cruz: “Después de darnos a su Hijo, a Dios ya
no le queda nada por decir”. Jesucristo es la revelación
definitiva.
Aceptemos a Jesucristo, en la escucha y práctica de su
Palabra.
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Bendición de la cena de Navidad en familia


n el centro de la mesa se colocará
una vela apagada. Toda la familia,
de pie, se reúne alrededor de la mesa.
Santiguándose dicen:
En el nombre del Padre y del hijo y del
Espíritu Santo. Amén.
La madre (o quien se designe) dice:
Hoy nos encontramos reunidos celebrando
el nacimiento del Señor Jesús de la Virgen
María. En esta noche santa, ponemos a Jesús
en el centro de nuestra vida, unidos a la
familia de Nazaret.
Uno de los hijos lee:
“Había en la misma comarca unos pastores,
que dormían en el campo y vigilaban por turno
durante la noche su rebaño. Se les presentó el
ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió
en su luz; y se llenaron de temor. El ángel les
dijo: “No teman, pues les anuncio una gran
alegría, que lo será para todo el pueblo: les ha
nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador,
que es el Cristo y Señor; y esto les servirá de

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