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TÍTULO: Trauma y “el miedo al derrumbe”

AUTOR: Jaime Lavín Henríquez*

RESUMEN:
Una tópica afín en la obra winnicottiana, a la noción de trauma, es la del miedo al
derrumbe. Expresión, que Winnicott recoge del material que sus propios pacientes
le brindaron durante su ejercicio profesional. El miedo al derrumbe sería una de
las formas posibles que asumen las agonías primitivas, que el individuo padece,
en los momentos más tempranos del desarrollo neonatal. Tales agonías se
asocian a los traumas primordiales que delatan la presencia del ambiente, al
condicionar el curso de los procesos de maduración que deben tener lugar en
dichas instancias. Precisamente, el presente trabajo tiene por objeto, proponer una
articulación posible entre las nociones winnicotianas de trauma y de “miedo al
derrumbe”, por medio de un recorrido teórico particular, intentando dilucidar la
relación existente entre ambos conceptos, y prestando especial atención al influjo
de la dimensión gravitacional en la constitución del psiquismo y el desarrollo
emocional.

PALABRAS CLAVES: Winnicott – trauma – “miedo al derrumbe” – gravedad

*Universidad Andrés Bello. E-mail: jaime.lavin@unab.cl


En el presente trabajo se aborda la relación existente entre las nociones de trauma
y “el miedo al derrumbe” en la obra winnicottiana, las cuales guardarían una
estrecha ligazón al interior de dicho corpus teórico. A partir de lo anterior, en esta
oportunidad, se pasará revista de manera exhaustiva al rol de lo gravitacional en el
desarrollo emocional del individuo.

La noción de “miedo al derrumbe” (“fear of breakdown”) de Winnicott (¿1963?)


proviene de las experiencias que sus propios pacientes le reportaron a lo largo de
su extenso ejercicio profesional, como pediatra y psicoanalista. En el texto que
lleva por nombre “El miedo al derrumbe”, el autor aborda una serie de vivencias de
las etapas iniciales de la vida de los pacientes, las cuales serían expresión de las
variadas modalidades que adoptan las agonías primitivas.

A pesar de que al conceptualizar el miedo al derrumbe, Winnicott tuvo en mente


un fenómeno que acontece en cuadros psicopatológicos graves, es posible
entender que algo de dicha vivencia trasciende, haciéndola hasta cierto punto
universal, razón por la cual cualquiera podría eventualmente evocarla, permitiendo
incluso empatizar con quienes vuelven a ella de manera recurrente. Lo anterior
ayuda a entender por qué por momentos pareciese tratarse como un fenómeno
singular, mientras en otros pasajes de la obra winnicottiana se apunta hacia una
vivencia compartida, de carácter universal (p. 112).

De acuerdo con Winnicott (¿1963?), el miedo al derrumbe que se advierte en


algunos pacientes en la clínica, dará paso a un proceso regresivo que conducirá
finalmente a dichos pacientes hacia un estado de dependencia absoluta. Como
fenómeno se asociaría a la etapa más temprana del desarrollo emocional, al poner
de manifiesto la necesidad vital de ser adecuadamente sostenidos. Si el ambiente
no logra cubrir tal necesidad de manera suficiente, surge como respuesta la
locura, entendida esta como un modo en que se organizan y despliegan las
defensas ante un evento perturbador en los albores de la vida.

*Universidad Andrés Bello. E-mail: jaime.lavin@unab.cl


En relación al concepto de miedo al derrumbe, Winnicott (¿1963?), formula
acepciones diferentes. En un sentido más grueso, el autor lo concibe como el
desmoronamiento de las defensas; en cambio en un sentido más específico, alude
a “ese estado de cosas impensables que está por debajo de las defensas”, vale
decir, a una modalidad de las agonías primitivas (p. 113). Este “más allá de las
defensas” apuntaría a un tiempo remoto, en el que el incipiente psiquismo no tiene
herramientas para poder hacer frente de “buena manera” a dicho tipo de vivencias,
apareciendo la locura como una respuesta por defecto ante el riesgo inminente de
un desplome total (Lavín, 2014).

Uno de los enunciados más contundentes y novedosos del texto en cuestión, es el


que se expone a continuación:

“Estoy ya en condiciones de enunciar mi principal afirmación, que resulta muy simple. Sostengo
que el miedo clínico al derrumbe es el miedo a un derrumbe ya experienciado. Es el miedo a la
agonía original que dio lugar a la organización defensiva desplegada por el paciente como
síndrome mórbido” (Winnicott, ¿1963?, p. 115).

Tal como se mencionara anteriormente, en dicha frase de Winnicott se expresa la


tesis más llamativa respecto a la importancia y utilidad del miedo al derrumbe en el
espacio clínico. El derrumbe, que no alcanza a constituir en su momento una
verdadera experiencia debido a lo prematuro del individuo y su psiquismo, se
advierte en las agonías primitivas, erigiéndose las defensas como un vestigio que
delata a aquel evento temprano arrasador. La patología de este modo, resulta una
suerte de medida de emergencia ante el deficiente sostén brindado por el
ambiente en tan crucial momento. Sin embargo, este derrumbe que bajo estas
condiciones no puede ser preservado como recuerdo, debe pese a ello tener lugar
en el presente –y por vez primera- en tanto experiencia y no simplemente como
suceso. Y es que lo que aquí se observa no se ajusta a la dimensión de lo
reprimido, sino que más bien, se trata de algo pretérito, anterior a los tiempos de la
represión, por lo que difícilmente lograría ser representado, y mucho menos,
tramitado. Es por ello que el miedo al derrumbe no responde a una experiencia

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propia de las neurosis, sobre la cual el olvido opera como una forma de registro
(Lavín, 2014). En relación a este punto, Winnicott (¿1963?) afirma: “En este
contexto particular, inconsciente significa que la integración yoica no es capaz de
abarcar algo. El yo es demasiado inmaduro como para recoger todos los
fenómenos dentro del ámbito de la omnipotencia personal” (p. 115). Por su parte,
Pontalis (1977) añade:

“Ha tenido lugar algo que carece de lugar. Lo que determina todo el funcionamiento del aparato
está fuera de las conquistas de éste. Lo impensable hace lo pensado. Aquello que no ha sido
vivido, experimentado, que escapa a toda posibilidad de memorización, se haya en lo más
profundo del ser” (Pontalis, 1977, p. 14).

Ante la paradoja que se advierte entre vivencias que acaecieron, pero que no
tuvieron lugar, Winnicott (¿1963?) postula lo siguiente: “En otros términos, el
paciente debe seguir persiguiendo ese detalle del pasado que todavía no fue
experienciado, que adquiere la forma de una búsqueda de ese detalle en el futuro”
(Winnicott, ¿1963?, Pp. 115-6). Es relevante en esta frase la idea de “detalle”, la
que apunta a un evento que requiere tener lugar con posterioridad, ya que en el
momento en que irrumpe en escena, no se asocia a las restantes experiencias
que configuran lo que se denomina la historia del paciente.

Siguiendo la línea argumental anteriormente desarrollada, el autor agrega:

“Por otro lado, si el paciente está en condiciones de aceptar de algún modo esta extraña especie
de verdad –que eso que todavía no ha sido experienciado sucedió, empero, en el pasado-, queda
abierto el camino para experienciar la agonía en la transferencia, como reacción frente a las fallas
y errores del analista. El paciente podrá tramitar estos errores si las dosis no son excesivas, y
podrá dar cuenta de cada falla técnica del analista como contratransferencia. Dicho de otro modo,
poco a poco el paciente recoge la falla original del ambiente facilitador dentro del ámbito de su
omnipotencia y de la experiencia de omnipotencia que corresponde al estado de dependencia
(hecho transferencial)” (Winnicott, ¿1963?, p. 116).

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Todo esto nos lleva a concluir que el miedo al derrumbe pone de manifiesto una
gruesa falla ambiental en una etapa en la que el sostén del bebé constituye una
labor esencial imprescindible. Como se afirmara en otro trabajo: “Un sostén poco
confiable o defectuoso se asociaría al miedo al derrumbe como evento acaecido,
pero no experienciado” (Lavín, 2014). Esto sería lo que a Winnicott le permite
distinguir entre ser amado y ser desechado, es decir, entre ser sostenido de
manera adecuada, y fallar en su intento.

En el paso de la vida intrauterina al nacimiento, se evidencia cómo la gravedad


marca las primeras vivencias, dependiendo del modo en que el ambiente se hace
cargo de la necesidad de sostén que emana de los efectos de aquella sobre el
individuo.

La siguiente cita de Winnicott expresa de manera certera, cómo el sostén guarda


relación con la forma en que se lleva a cabo la transición entre la vida intrauterina
y el nacimiento:

“Uno de los cambios provocados por el nacimiento es que el recién nacido debe adaptarse a algo
muy nuevo para él, que es la experiencia de ser empujado desde abajo en vez de ser sostenido
desde todos lados. El bebé pasa de ser amado desde todas las direcciones a ser amado sólo
desde abajo. Las madres valoran esto por el modo en cómo sostienen al bebé y a veces lo
envuelven en ropas que lo fajan: tratan de darle tiempo al bebé para que se habitúe al nuevo
fenómeno. Si se procede con torpeza en este pasaje de la era pre-gravitatoria a la era gravitatoria,
se sientan las bases del sueño de caer para siempre, o de ser alzado hasta alturas infinitas”
(Winnicott, 1988, p. 184).

La genialidad de Winnicott nos hace reparar en la maravillosa experiencia de la


vida intrauterina, esta vez, en lo que respecta a la sensación de ingravidez. Una
nueva y temprana forma de expresión de la ilusión de omnipotencia, que en esta
ocasión tiene que ver con el estado de suspensión al interior de la matriz.
Winnicott le llama de manera magistral "ser amado en todas las direcciones". Al
romperse la bolsa, en un momento anterior al parto, dicha suspensión se
interrumpe abruptamente, quedando el neonato expuesto por primera vez de

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manera notoria a los efectos de la gravedad. Nacer es caer, indefectiblemente. Es
importante en este punto resaltar el hito del alumbramiento. La gravedad se hace
notar en esta llegada al mundo; hete aquí la razón por la cual no resultaría inocua
una eventual falla en el recibimiento otorgado al neonato. Esto permite entender la
vivencia de las agonías primitivas, y su relación con el miedo al derrumbe. La
gravedad (en el sentido de lo gravitacional) formaría parte del "apremio de la vida",
y por ende, fomentaría la necesidad de ser sostenido por otro, para descansar
aunque sea momentáneamente del yugo de esta condicionante del ser, intentando
regresar a un estado anterior en el cual el sostenimiento no parecía necesario.

El miedo al derrumbe aquí puede ser entendido como el efecto de una falla
sensible en esta vivencia de ser empujado desde abajo, o sostén temprano. En
otras palabras, este miedo al derrumbe deriva de la falla ambiental, que al ocurrir
en un momento inicial se torna traumática. Como se expresara en otro texto, “En
el paso de la era pre-gravitatoria a la era gravitatoria, la intromisión del ambiente
por una intervención defectuosa cobra la forma del derrumbe. El miedo al
derrumbe dataría de este tiempo sin-tiempo” (Lavín, 2014).

Dentro de la categoría de “agonías primitivas”, Winnicott incorpora otras vivencias


además del miedo al derrumbe, tales como el miedo a la muerte, el vacío o el
caos. El miedo al derrumbe en términos de agonías primitivas, se expresa en el
miedo a caer para siempre, en cuya respuesta se desarrolla la defensa del
autosostén (p. 114).

La vivencia de caos a su vez, resulta útil como concepto auxiliar para intentar
dilucidar la relación existente entre el trauma y el miedo al derrumbe, tal como se
advierte en la siguiente cita:

“El caos es al principio un curso de ser interrumpido, y la recuperación se produce merced a la


reexperiencia de la continuidad; si la perturbación sobrepasa un grado tolerable de acuerdo con las
experiencias previas de la continuidad del ser, en virtud de leyes económicas elementales ingresa,
en la constitución del individuo, una cierta cuota de caos” (Winnicott, 1988, p. 191).

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En estos términos, el caos supondría un ambiente que desde su falla se hace
presente, sobrepasando las capacidades de las que dispone el individuo, con lo
cual su continuidad existencial se ve entorpecida, es decir, la espontaneidad del
ser es rápidamente coartada. Ante esta embestida del ambiente, el individuo se ve
compelido a generar una respuesta por desajustada que esta resulte. En esta
línea Winnicott señala: “Cada forma de caos contribuye al de las etapas
siguientes, y la recuperación respecto del caos en una etapa temprana constituye
un aporte positivo para esa recuperación más adelante” (p. 192). Así, el caos
establece relaciones de parentesco conceptual, con el trauma y el miedo al
derrumbe.

Respecto de estas temáticas, Nemirovsky (2005) refiere lo siguiente:

“Los fenómenos hoy tan frecuentes de despersonalización y extrañamiento, componentes


infaltables de innumerables cuadros –ataque de pánico, borderlines, comienzo de esquizofrenia,
neurosis severas– resultarían, desde este punto de vista, actualizaciones de situaciones
traumáticas tempranas (usualmente acompañadas de sensaciones, también adquiridas en los
momentos iniciales de la vida: las de caer interminablemente, perder conexión con el cuerpo o
desorientarse) originada en fallas del necesario aporte del medio, que Winnicott ha sintetizado en
los conceptos de holding, handling y presentación del objeto, durante el inicio de la crianza del
infante humano” (p. 256).

Tales cuadros y manifestaciones psicopatológicas guardan directa relación con la


vivencia del miedo al derrumbe, en cuanto las falencias del ambiente en la
provisión de cuidados contribuyen al desarrollo de traumas. Sostiene Nemirovsky
(2005): “El miedo al derrumbe tiene sus raíces en la necesidad de recordar la
situación traumática original. Cuando este derrumbe se experimenta –por primera
vez– y se edita, podrá, después, recordarse” (p. 256). En este sentido, el trauma
original es entendido como lo que necesita ser experienciado a través de miedo al
derrumbe, en una suerte de “nuevo comienzo”. Dicho punto se vincula con la ya
enunciada cita que este autor efectúa de Jordán (2001) y que se reproduce
íntegramente aquí como sigue: “Lo traumático, al no ser propiamente una

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experiencia, no se constituye como memoria por lo tanto, no puede ser recordado,
ni olvidado” (citado en Nemirovsky, 2005, p. 258). Al respecto, Aceituno (2009)
resalta la necesidad de que los procesos de simbolización primarios tengan lugar,
para que las vivencias traumáticas puedan recibir alguna clase de tratamiento que
conlleve un posible registro, -y por qué no- una posible tramitación.

Por otra parte, resulta llamativo, el hecho de que muchos años antes, en su obra
“la defensa maníaca” (1935), Winnicott había establecido pares antitéticos
organizados en torno a dos ejes; a saber, “lo depresivo” y “lo ascensivo”. Asocia a
la primera categoría lo vacío, lo muerto, lo pesado, lo hundido, lo grave, lo bajo, lo
deprimido, lo caótico, lo despedazado. Por su parte, vincula a la segunda
categoría en discusión, lo pleno, lo vivo, lo elevado, lo leve, lo alto, lo alegre, lo
ordenado, lo integrado. Una vez más queda en evidencia el lugar central que
ocupa lo gravitacional en la teoría de este autor, sirviendo de base a algunos de
sus desarrollos conceptuales más clásicos, especialmente en lo que respecta a los
que conforman su teoría del desarrollo emocional.

A partir de la exploración del vínculo existente entre trauma y miedo al derrumbe,


se pesquisa la cita que se comparte a continuación: “En su acepción más popular,
el término <<trauma>> implica el derrumbe de la fe. El bebé o niño ha construido
una capacidad de <<creer en algo>>, y ocurre que la provisión ambiental primero
se adapta a esto y luego falla” (Winnicott, 1965, p. 180). El evento traumático
implicaría de este modo, la caída de la fe, al interrumpir el curso del desarrollo del
individuo. La ilusión de omnipotencia que se observa en la creencia del bebé
acerca de que él provee aquello que en realidad le presenta el ambiente, se rompe
súbitamente a partir de la aparición del trauma. La esperanza de recuperar la
continuidad existencial permanecerá congelada, a la espera de que el ambiente
ofrezca una nueva oportunidad para emerger (Lavín, 2014).

En relación con esto asuntos, Rodulfo (2013), menciona:

“Se constata una armazón compleja sembrada de paradojas y de aporías, toda vez que nuestro
autor habla largamente de lo esencial de una continuidad fundante de la experiencia emergente de

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ser –continuidad, en principio, a cargo del ambiente si ha de ser facilitador- y, sin la cual, nos
precipitaríamos en la “angustia sin nombre” más despedazante, tal es así, que solo el arte la puede
recrear y transmitir” (Rodulfo, 2013, p. 110).

La idea de la interrupción abrupta de la continuidad de la experiencia, para


Rodulfo (2013) supone que el derrumbe que nos sumerge en las agonías
primitivas, sobreviene. La continuidad existencial que se consigue solamente a
partir del influjo de un ambiente facilitador, constituiría un fundamento
indispensable para la experiencia en el cual se revela en plenitud el ser. El
derrumbe entra en escena en el momento en que dicha función de soporte no
logra completarse como es debido, posibilitando de este modo que el trauma
impacte de lleno sobre este incipiente individuo.

Para finalizar

Si bien “el miedo al derrumbe” de Winnicott apunta a las angustias propias de las
psicosis, es posible pensar que tales agonías se fundan en vivencias más o
menos universales ligadas al momento del nacimiento, en el cual se manifiestan
los efectos directos de la gravedad sobre el organismo del neonato.

Se evidencia a lo largo de la obra de este autor, la necesidad de resaltar la


importancia de la dimensión gravitacional en la constitución del psiquismo, al
incidir directamente sobre el desarrollo emocional del ser humano. La urgencia por
brindar un sostén al recién nacido, da cuenta de manera sintética de aquello. Y es
que el “ser amado desde abajo” viene a reemplazar al “ser amado en todas
direcciones”. Se advierte en este punto de la obra winnicottiana, la equivalencia
entre “amar” y “sostener”, la cual nos permite entender de mejor manera cómo el
holding marca el curso del desarrollo en el sentido que se viene indicando.

En síntesis, el desarrollo emocional está atravesado por el influjo de la gravedad


sobre el ser humano, tal como ha quedado de manifiesto en el presente trabajo.

Lo novedoso de la propuesta de Winnicott radica en que las tareas que deben


desempeñar quienes encarnan al ambiente son sumamente concretas. Posibilitar
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la continuidad existencial implica llevar a cabo de manera oportuna y adecuada
una serie de acciones específicas, pero que sin embargo, no podrían ser
enseñadas a partir de un manual o protocolo, por ejemplo. Son cuidados físicos
particulares que deben brindarse al neonato o bebé de un cierto modo, en un
momento en el cual las distinciones entre lo físico y lo emocional sólo tienen
sentido y validez para aquellos que encarnan el ambiente. No se debe olvidar que
para Winnicott en una primera etapa el bebé no existe, ya que este se encuentra
sólo en relación a la madre en la unidad madre-hijo, y que lo psíquico y lo
somático tampoco existen como categorías independientes aún, pudiendo lograrse
tales distinciones a partir de los yerros de un ambiente que se hace notar. En
resumen, el ambiente debe ofrecer cuidados físicos con cierta espontaneidad, en
la que se expresa el desarrollo emocional de quienes cumplen dicha fundamental
labor. Es decir, cuando se habla de sostén (holding) se trata precisamente de
sostener en brazos a un bebé de la manera más adecuada a su desarrollo, de
soportar parcialmente por él, el influjo de la gravedad, expresando un amor desde
abajo en una transición desde el ser amado en todas las direcciones propio de la
vida intrauterina. En lo cotidiano nos encontramos tan habituados a la dimensión
gravitacional que desconocemos el importante rol que tiene en nuestra
experiencia, y que ha tenido incluso desde antes de nacer, en nuestro desarrollo
emocional. Lo traumático en este sentido, simplemente expresa el impacto que
acarrea en el individuo un inadecuado sostén en el tiempo en que este es
requerido, constituyendo una grave forma de hacerse notar que rompe
abruptamente la ilusión de omnipotencia del bebé, y que de paso con ello, marca
de manera profunda su desarrollo emocional.

Lo novedoso aquí es lo más obvio, y a partir de Freud, el psicoanálisis se ha


desarrollado como un método que permite rescatar, precisamente, lo novedoso de
lo obvio.

*Universidad Andrés Bello. E-mail: jaime.lavin@unab.cl


BIBLIOGRAFÍA

 Aceituno, R. (2009). Tener lugar. En: Espacios de tiempo. Clínica de lo


traumático y procesos de simbolización. Santiago: Ediciones Universidad de
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 Lavín, J. (2014). El trauma y sus réplicas. Las dimensiones de lo
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Winnicott (tesis para optar al grado de Magíster). Universidad de Chile,
Santiago.
 Nemirovsky, C. (2005). Lo traumático. A partir de la perspectiva de
Winnicott y hacia el pensamiento intersubjetivo. El concepto de trauma
según diferentes autores psicoanalíticos. En: Revista “Psicoanálisis”.
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[http://www.apdeba.org/wgcontent/uploads/El-concepto-de-trauma.pdf]
[ISSN 1988-2939]
 Pontalis, J. B. (1977). Encontrar, acoger, reconocer lo ausente. Winnicott,
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 Winnicott, D. (1935). La defensa maníaca. En: Escritos de Pediatría y
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 Winnicott, D. (1958). La capacidad para estar solo. En: Los procesos de
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 Winnicott, D. (¿1963?). El miedo al derrumbe. En: Exploraciones
Psicoanalíticas I. Buenos Aires: Paidós, 2004.
 Winnicott, D. (1965). El concepto de trauma en relación con el desarrollo del
individuo dentro de la familia. En: Exploraciones Psicoanalíticas I. Buenos
Aires: Paidós, 2004.
 Winnicott, D. (1988) La Naturaleza Humana. Buenos Aires. Paidós, 2006.

*Universidad Andrés Bello. E-mail: jaime.lavin@unab.cl

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