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Cuerpos Plegables
E
ste libro explora la atracción de
los ‘Siglos de oro’ por lo monstruoso.
Plegables
Varios trabajos recientes ya han
arrojado luz sobre la abundante representación
de cuerpos excesivos que afloran en los siglos
XVI y XVI y que parecen, acaso, reflejar el
lenguaje inflado y deformado a través del
cual son descritos en la literatura de la época.
Sin obviar sus logros, el libro intenta ir más
allá para mostrar que lo más sorprendente
de la monstruosidad en este periodo no es la Anatomías de la excepción en España
manera en que representa un exceso barroco,
VÍCTOR PUEYO
Cubierta: Siamesas de Villa del Campo (1687). “Relación
verdadera y copia de un maravilloso portento que la Magestad
de Dios N. Señor ha obrado con una niña monstruosa.” En
Henry Ettinghausen. Noticias del siglo XVII: Relaciones españolas
de sucesos naturales y sobrenaturales. Barcelona: Puvill, 1995.
Cortesía de Puvill Libros.
DISEÑO: SIMON LOXLEY
CUERPOS PLEGABLES
Tamesis
Founding Editors
†J. E. Varey
†Alan Deyermond
General Editor
Stephen M. Hart
Advisory Board
Rolena Adorno
John Beverley
Efraín Kristal
Jo Labanyi
Alison Sinclair
Isabel Torres
Julian Weiss
VICTOR PUEYO
CUERPOS PLEGABLES
TAMESIS
© Victor Pueyo 2016
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Índice
Agradecimientos x
Introducción 1
Conclusiones 185
Bibliografía 195
12. José Ribera: Magdalena Ventura con su marido (1631). Óleo 108
sobre lienzo. Hospital de Tavera, Toledo.
Hospital Tavera, Toledo. Fundación Casa Ducal de Medinaceli.
13. José Ribera. Santa María Egipcíaca en éxtasis (c.1640). Óleo 111
sobre lienzo.
Colección Pérez Simón (México).
LISTA DE ILUSTRACIONES ix
Nunca he agradecido nada por escrito, pero es un verdadero placer poder hacerlo.
Agradezco a la Universidad de Temple (Filadelfia) el apoyo financiero y
académico brindado, sin el cual este proyecto habría sido irrealizable; a Tamesis
el trato recibido y a mis compañeros, excompañeros y estudiantes su infinita
paciencia. Agradezco a todas las instituciones y bibliotecas que tuvieron la
bondad de abrirme sus puertas para husmear sus fondos, casi siempre sin suerte;
a cada uno de los conserjes y ujieres de cada uno de los museos que visité;1 a
esos sacrificados bibliotecarios que se dedican a digitalizar libros de otro modo
inaccesibles y cuyos dedos, oportunamente inmortalizados sobre la copia, nos
recuerdan que detrás de todo trabajo intelectual hay un trabajo manual anónimo,
cómplice y a menudo desinteresado. Agradezco a mis colegas del círculo de
Filadelfia (ustedes, los “tempranillos”), sus doctos consejos y su lectura de
partes, extensas en algunos casos, del manuscrito: Jesús Botello (University of
Delaware), Marina Brownlee (Princeton University), Israel Burshatin (Haverford
College), Gloria Hernández (West Chester University), Chad Leahy (University
of Denver), María Cristina Quintero (Bryn Mawr College), Jorge Téllez
(University of Pennsylvania), Felipe Valencia (Utah State University) y Sonia
Velázquez (Indiana University). Gracias también a Rocío Quispe-Agnoli
(Michigan State University), Joan Cammarata (Manhattan College), Kathrin
Theumer (Franklin & Marshall College) y María Mercedes Carrión (Emory
University) por cometer la amable temeridad de invitarme a sus paneles en
MLA y NeMLA, donde pude poner a prueba tres de los cuatro capítulos del
libro. Gracias a Javier Gómez Gil, por su inestimable (y muy estimada) ayuda
con los textos en latín. Y, en fin, gracias a Diego Simeone por volver a hacer
los domingos tolerables, al transporte público y a sus trabajadores, a todos los
amigos y compañeros de Stony Brook que me alojaron en sus casas cuando me
convertí en un sin techo, poco después de estallar la recesión de 2008; a Ricky,
camarero malayo del restaurante Penang; a Isabel Lozano Renieblas (Dartmouth
Este libro quiere explorar la fascinación por la monstruosidad en los siglos XVI
y XVII. Quiere hacerlo, además, de una manera diferente. Su propósito es
aplicar un tour de force a un argumento foucaultiano. Cuando se trata de
describir el proceso de formación del sujeto moderno, lo importante no es
mostrar cómo los cuerpos son disciplinados por el poder a través de los diversos
dispositivos e instituciones que lo administran, sino examinar cómo las
condiciones imaginarias en que se inscriben estos cuerpos modelan, mucho
antes, los mecanismos de disciplina que después se imprimen sobre ellos,
clasificándolos, censándolos o sometiéndolos a un régimen discursivo concreto.
Si sirve ahora una aclaración muy gráfica que tiene que ver con el tropo central
de este volumen, el poder solo pliega los cuerpos que ya presentan, de antemano,
una distribución simétrica de sus contornos, de sus formas, de sus vacíos y
oquedades. Mi objetivo es explicar el proceso simbólico que conduce, en la
transición al modo de producción capitalista, a este particular reparto de lo
sensible por el cual los cuerpos maravillosos exhiben un diseño – hasta donde
es posible constatar – necesariamente dual.
Fue quizá Michel Foucault el primero en advertir la frecuencia con que
cierta configuración geminada del cuerpo adquiría un relieve inédito entre
finales del siglo XV y mediados del XVIII. Lo hizo en una de sus lecciones
celebradas en el Collège de France (el 22 de enero de 1975) y recogidas después
en Les Anormaux. Al tratar de remitir la genealogía del individuo desviado
a la figura jurídica del monstruo, Foucault nos brindaba una inolvidable
definición de lo monstruoso. El monstruo presupone para Foucault la mezcla
de dos reinos, el reino animal y el reino humano. En su cópula imposible se
cifra el tabú de una doble transgresión: la transgresión de la ley civil y la
transgresión de la ley divina de la que la ley civil extrae sus fundamentos
“legales”. Según Foucault, el monstruo, en tanto excepción, no solo resulta
ilegible con respecto a la ley, sino que también constituye aquello cuya exclusión
permite fundar la ley misma, definir la normalidad de lo legal. Tres son sus
posibles variaciones. Foucault las ordena con respecto a tres edades: en la
Edad Media, el monstruo geminado que prevalece es la mezcla entre el hombre
y la bestia (el licántropo, el hombre con cabeza de pájaro o de pez, etc.); en
2 VICTOR PUEYO
Cuerpos bicéfalos
1 Esta apreciación permite ponerle fecha a la redacción del enigmático tratado, partiendo
de las numerosas referencias que en las literaturas vernáculas europeas confirman la fecha de
nacimiento de este monstruo genovés. Si el monstruo tenía doce años en 1629 en este momento
y el autor alude poco después el nacimiento de la niña de Tortosa (1634) como reciente, eso debería
significar que el autor preparó el manuscrito en este intervalo de 1629-1634. Sobre el monstruo
de Génova, véase Bondeson (vii-xxvi), Pender (157-161) y Del Río Parra (Una era 100-114).
14 VICTOR PUEYO
espinazos y, de la izquierda, le salía una mano, que tenía forma de dos manos
pegadas con ocho dedos. En el remate inferior del espinazo izquierdo le
salía un pedacillo de carne. Tenía también dos secesos para los excrementos
y tenía delante, en la parte natural, sexo de mujer. (fol. 73)
pienso que se debe entender […] si lo que [se] pare es monstruo, como escribe
Euchario Rhodion que acaeció en Vuendenberga, a donde dice haber nacido un
cuerpo con dos cabezas” (fol. 14v).4 Núñez se refiere a la localidad de Württemberg
(suroeste de Alemania) y al Der Rosengarten del médico germano Eucharius
Rösslin. En su traducción inglesa de 1540 (recientemente editada bajo el suntuoso
título de The Birth of Mankind: Otherwise Named, The Women’s Book), Rösslin
recomienda especial precaución si el feto: “hath but one body and two heads,
as appeared in the 17th of the birth figures, such as of late was seen in the
dominion of Württemberg” (100). Las ilustraciones de Rösslin, muchas de las
cuales están reproducidas tal cual en el Libro de Núñez, conservan la misma
distribución desigual de los gemelos, siameses o no, en cualquiera de sus
posiciones uterinas concebibles. En la ilustración del monstruo de Württemberg
una cabeza sonríe y la otra hace una mueca de disgusto. En otra ilustración,
que Núñez toma prestada y que reproduzco aquí por constituir una variante
diferente de la misma jerarquía oposicional, los gemelos separados aparecen
en posición invertida: el que nace bien (de cabeza) tiene los ojos abiertos y el
que nace mal (por los pies) los tiene cerrados (figura 2).
Pocos años después, el francés Pierre Boaistuau narraba un ejemplo muy
similar en sus Histoires prodigieuses, que habían tenido una respetable difusión
en España a partir de la traducción de Andrea Pescioni en 1603. El “monstruo”,
nacido en Beaumont hacia 1571, tenía “dos cuerpos, el uno de ellos tan perfecto
y cumplido cuanto una criatura humana lo puede tener. Y el otro cuerpo, que
es de otro niño, está conjunto y pegado con él por la parte delantera del pecho
y vientre” (fol. 292r y v). De nuevo, el segundo cuerpo, más pequeño esta vez,
es una excrecencia que sobresale del primero; de nuevo, también, las funciones
biológicas que se le atribuyen son vicarias: su único movimiento es cierto
resuello apagado, apenas el eco de un corto latido que se produce en el interior
del cuerpo principal, como si el segundo cuerpo fuera un mero tambor o caja
de resonancia. Finalmente, y para regresar al caso que nos ocupaba al comienzo,
Nieremberg cita al cirujano real Ambroise Paré, tan leído, probablemente, como
su compatriota Boaistuau, pero mucho más respetado que él en los magros
círculos médicos e intelectuales de la corte española:
4 Núñez es el autor del poema épico sobre Bernardo del Carpio La Lyra Heroica, dividido
en 14 libros y prologado por Juan López de Hoyos. También escribe el misógino Tractado del
uso de las mujeres, delirante manual de uso del sexo femenino publicado en 1572.
MONSTRUOS BICÍPITES: DEL CUERPO MÍSTICO AL CONTRATO SOCIAL 17
y seis, a dos niños trabados por el vientre y pecho, con distintas cabezas,
brazos y manos, que como eran de dos fueron cuatro. Pero abiertos se halló
que no tenían sino un corazón. (fol. 73)
5 Sólo cinco años después, en 1639, los Avisos de José Pellicer rememoraban un caso
idéntico: “En el Condado de Aviñón, en Francia, se dice por cierto que una labradora parió un
monstruo con dos cabezas que se besaban una a otra y un solo cuerpo. Bautizáronle y murió
luego. Abriéronle y le hallaron sólo un corazón” (62).
18 VICTOR PUEYO
los filósofos naturales ya desde finales del siglo XVI.6 A grandes rasgos, esta
elección era una elección entre el corpus aristotélico y el corpus platónico.
Por un lado, los partidarios del corazón se parapetaban en la autoridad de
Aristóteles, que en su Del sentido y lo sensible (capítulo II) establecía que el
cerebro es solamente una especie de “refrigerador” de aquellas pasiones que
el corazón produce en caliente y distribuye por el cuerpo a través de la sangre
(21);7 por el otro, existía una corriente platónica, que impulsará Galeno y que
arrancaba del Timeo, según la cual el alma racional reside en la “médula
cerebro”, aproximadamente ese lugar que Descartes llamará poco después
– aunque en un contexto distinto – la “glándula pineal” (235). La ubicación
del alma (racional e inmortal) en la mitad superior del cuerpo procuraba,
como es sabido, toda una serie de símiles que el humanismo explotaría para
promocionar la dignidad del hombre, apoyándose en el tópico platónico
(también recurrente en el Timeo y en el Filebo) de que la cabeza era a lo bajo
corporal lo que el cielo a la tierra.8 Esta oposición entre el corazón como
depósito y surtidor de sangre y la cabeza como “centro de mando” que refleja
el orden superior del cosmos constituía, a la postre, el eje rector de un debate
entre el viejo escolasticismo aristotélico y los vestigios de un platonismo
erasmista o reformista (también “aristotelizado”, en cualquier caso) que
palidecía ya a finales del siglo XVI, pero que todavía tendría que dar sus
últimos coletazos.9
14 Compárese con Rodríguez Gómez, que divide la matriz ideológica feudal en:
Lo que podríamos denominar “constantinismo” y “paulismo” bajomedievales: el primero
suponiendo la idea de la Naturaleza sacralizada (a pesar de la “caída”) y por tanto de la
necesidad lógica de los “dos poderes” (el Papado y el Imperio); el segundo suponiendo la
idea de la Naturaleza irremisiblemente corrompida, y por tanto suprimiendo cualquier
corporalidad posible, cualquier poder orgánico para la Iglesia. Lutero se mueve obviamente
en el horizonte inscrito en esta última perspectiva. (Teoría 245)
24 VICTOR PUEYO
16 La tesis de la sustitución de la lectura de los signos premonitorios por una lectura literal
o biologicista del cuerpo es, por lo demás, una tesis mayoritariamente aceptada. Ver, por ejemplo,
Park y Daston (23-46); Shildrick (20) o Katritzky (193).
17 El pliego (número XLVII) está incluido y comentado en la recopilación de relaciones de
sucesos de Ettinghausen (40-41).
26 VICTOR PUEYO
las apariencias no engañan: todo está doblemente repetido. La niña, que murió
a las seis horas, fue embalsamada y transportada a la Corte para que Carlos II
pudiera admirarla. Era solo la primera posta de una larga peregrinación por
“las casas de los grandes y títulos de esta corte” que Francisco García y María
Martínez, labradores pobres y padres de la criatura, emprenderían para buscar
el socorro de su liberalidad en forma de limosnas. Podría decirse que el carácter
sagrado del cuerpo monstruoso había devenido en mercancía, pero es mucho
más exacto considerar que la mercancía consistía precisamente en una disposición
inmanente – y desde el punto de vista gráfico, horizontal – de aquello que hacía
del cuerpo un cuerpo sagrado, como se verá en el próximo capítulo.
Sea como fuere, la misma distribución horizontal se aprecia en una noticia
que llegaba desde allende los mares y que databa del doce de agosto de 1675.
Se encuentra en la Recordación florida de Antonio de Fuentes y Guzmán,
crónica monumental de la Guatemala de finales de siglo. El capítulo sexto del
libro decimotercero se hace cargo “De un singular y admirable monstruo que
nació de una india, natural y vecina del pueblo de Santo Domingo Sinacao”
(98). Fuentes y Guzmán lo describe así:
18 Jaffary discute, entre otros, el nacimiento de una niña bicípite nacida en Santa Catarina
Quiane (diócesis de Oaxaca) el catorce de junio de 1741 (195); el de dos niñas unidas por el pecho
desde la clavícula hasta el ombligo, hijas de Mónica Josefa Nataren (197); y el del monstruo
bicéfalo que Rafaela Cortés parió en Guanajuato en 1785 (179). En todos ellos destaca, como ya
ocurría en la Recordación florida, su valoración como seres perfectos y acabados en sí mismos.
28 VICTOR PUEYO
The void emerged via the dis-incorporation of the king’s two bodies, human
and divine […] When the symbolic collapses to produce a disembodied
social presence, this originary link is said to involve an original temptation to
create an imaginary re-construction of a glorious body of the people […] The
people’s two bodies are not a modern consequence of the act of sacrificing
the sovereign body, but instead a given of politics itself. (Dissensus 34)
Cuando Rancière se refiere al doble cuerpo del pueblo, alude, por supuesto,
no al conjunto de los miembros del cuerpo político considerado como un todo,
sino al resto exclusivo (la parte que no tiene parte) que permite pensar la
democracia como el estado de hecho hipotético en el que el ciudadano tendría
un cierto carácter bifronte, gobernado y gobernador de su gobierno, parte que
se identifica con el todo y todo que se identifica con la parte en peligro de
exclusión. Este cuerpo desdoblado al que Rancière otorga el estatus de “nexo
originario” (“originary link”) no es un momento ya moderno; es la forma
misma de lo político que permite enunciar la modernidad. De su disociación
se deduce la distinción neta entre lo público y lo privado como esferas separadas
y, no obstante, dimensiones integrales de un mismo sujeto. A partir de ahí (y
no antes) podremos hablar de la eclosión de una “literatura del doble” – de
Diderot a Stevenson, pasando por Poe –, pero también de la emergencia de esa
manida psicomaquia “romántica” que presentaría al individuo como una
querella no resuelta entre la cabeza y el corazón o la razón (pública) y los
“sentimientos” (privados), donde el debate sobre los dos asientos del alma
quedaba relegado a la constatación de un doble asiento permanente en cuyo
pliegue se instalaría el sujeto.21 Estos monstruos no son, pues, todavía
propiamente los sujetos a los que dan lugar. Su fisonomía pertenece a un
dominio mucho más ambivalente, si no directamente liminal. La excepción
del cuerpo doble es, de acuerdo a la problemática de Rancière, un momento
posibilitador de lo subjetivo en que se anudan las funciones de la llamada
modernidad, pero también su necesario afuera.
Tal ambivalencia explica acaso las aparentes dificultades que plantea aquella
tesis según la cual la lectura alegórica de los cuerpos en nudo (como la de otros
monstruos) desaparecería entrado el siglo XVII en favor de su carácter inmanente
de maravilla. Si la tesis es perfectamente consistente con una gran cantidad de
ejemplos, no es difícil, en efecto, encontrar excepciones que parecen
desacreditarla.22 Hay que hacer aquí, en este sentido, una importante
estatuto natural de la excepción que resulta de ella. Pero, ¿qué es lo que está
mezclado en esta mezcla? Existen serias restricciones al respecto. No todas
las variedades de mezcla que definen al monstruo como compuesto son
igualmente legítimas en los Desvíos de la naturaleza. Rivilla Bonet/Peralta
Barnuevo niega la posibilidad de una mezcla entre simientes de diferentes
especies, entre los “hombres” y los “brutos”. En principio, esto es simplemente
una constatación de la poca credibilidad que otorga a aquellas criaturas
mitológicas que, como los centauros o los sátiros, suponen un híbrido ente
bestias y seres humanos. Poco después, sin embargo, al aclarar que también
entre los animales se producen mezclas de diferentes especies (e.g., la mula)
sin que por ello los consideremos monstruos, emplea la palabra “mestizo” para
referirse a este tipo de espécimen mezclado aunque no monstruoso:
Fueran lo que fueran los monstruos, fuera cual fuera ese estado de excepción
que permitían describir, estaba claro que su censo excluía a los ejemplares
mestizos, es decir, a ese “tercer género” de individuos (ni humanos ni
monstruos) que resultaba de la mezcla entre brutos y seres racionales. Tal vez
por esta razón, el hijo de una negra bozal llamada Mariana (suceso ocurrido
en Lima en enero de 1791 y recogido en el Mercurio peruano ese mismo año)
no nace bicéfalo, sino acéfalo. Su existencia reta los argumentos de aquellos
que ubicaban la residencia del alma en el cerebro, para entonces ya plenamente
respaldados por el cartesianismo. El Mercurio espeta desafiante: “díganos los
sectarios de Cartesio [obviamente, Descartes] y demás filósofos que suponen
el celebro seno del alma, ¿dónde residió ésta desde el instante en que se animó
el feto?” (fol. 8). No se ofrecen muchas más explicaciones en esta breve noticia,
pero resulta significativo que el hijo de esta esclava, Mariana, tenga dos sexos,
es decir, que su duplicación solo se aplique a las partes bajas.26
Por contraposición a estas criaturas, los monstruos criollos a los que los
Desvíos otorgan carta de naturaleza son exclusivamente monstruos compuestos
de dos idénticas semillas. También su génesis es compuesta. El monstruo
26 Nieremberg ya recogía, entre otros, el parto de una niña acéfala en Villafranca de Vizcaya
(fol. 79). De cualquier modo, estos casos son muy inusuales.
MONSTRUOS BICÍPITES: DEL CUERPO MÍSTICO AL CONTRATO SOCIAL 33
27 Doble autoridad que debe oponerse, en su diseño simbólico, a la doble autoridad ejercida
por el monarca y su virrey. La relación entre ambos es una relación claramente asimétrica. El
rey es rey y virrey al mismo tiempo, mientras que el virrey puede representar al rey, pero nunca
lo puede sustituir. Lo pone claramente el jurista jesuita Francisco Suárez en su De Legibus: “ni
el rey ni la reina pueden desentenderse de tal responsabilidad ni pasársela a otro. Ni siquiera por
lo que se refiere a su ejercicio o administración, como si no continuara en su persona el poder
de soberanía y el deber de gobernar” (mi traducción 11). Es por ello, tal vez, que Suárez rechaza
la posibilidad de un estado bicéfalo como “monstruo político” imposible de gobernar (9).
28 Sobre el Señor de los Temblores y su ascendiente en la tradición de una santidad de la
catástrofe latinoamericana, véase Prien (237-238).
36 VICTOR PUEYO
solo pretendía aliviar a los indígenas explotados en las mitas de los impuestos
opresivos que tributaban a la Iglesia, pero su aparición fue interpretada por
muchos (élites criollas y alto clero en particular) como un gesto de soberbia
absolutista; Melchor de Navarra, duque de la Palata, había sido no en vano un
consejero cercano a Carlos II durante la primera etapa de su reinado. Para salir
al paso de las críticas, el virrey dicta a Juan Luis López, gobernador de
Huancavelica, un extenso documento bajo el título de Discurso jurídico,
histórico-político, en defensa de la Jurisdicción Real, que se emite en 1685.31
En este documento, el virrey defiende la provisión enumerando algunas de las
disposiciones que habían entrado en vigor el año anterior:
Que los corregidores no consientan que los curas ocupen y se apoderen de los
bienes de los indios que mueren, sino que queden para sus hijos y herederos.
Que no permitan que les lleven derechos de bautismos, casamientos ni
entierros […] Que no los ocupen sin pagarles su trabajo. Que no se pague
sínodo a los curas que no tuvieren presentación real y canónica institución.
(fol.7)
31 Y del que existe una versión ampliada el mismo año bajo el título Discurso legal, theológico-
práctico en defensa de la provisión y ordenanza de gobierno del 20 de febrero de 1684.
38 VICTOR PUEYO
virreinato. El virrey le otorga un matiz favorable: cuatro ojos ven mejor que dos
y garantizan una “duplicada virtud” en el juicio (fol. 11). Pero a la hora de la
verdad, “como la Iglesia esté en la República y no al contrario la República en
la Iglesia” (fol. 10), la cabeza que gobierna el cuerpo político es para Melchor de
Navarra la cabeza del príncipe, de la misma manera en que Cristo culmina el
esquema piramidal del cuerpo místico que lo comprende y que lo legitima en
última instancia. Es normal, en este sentido, que el estado se inmiscuya en
asuntos que competen a la Iglesia. Navarra se queja de “la desproporción que en
sí encierra afirmar que, porque subsidiariamente se encargue el estado secular
de velar sobre algunos hechos particulares de los ministros eclesiásticos, se
descomponga (como se dice) la organización del cuerpo de la Iglesia” (fol.17).
El hecho, sin embargo, es que sus palabras no contemplan el caso contrario, que
la Iglesia pueda eventualmente legislar asuntos de interés civil.
Ese régimen de competencia compartida de las atribuciones religiosas y
seculares pertenece al giro proto-nacional, por así llamarlo, que se deduce de
la descomposición del cuerpo político imperial en las colonias. Por lo que
respecta al proyecto de una formación social peruana, uno de sus momentos
álgidos coincide con la llegada al poder de Melchor de Portocarrero. Entre 1690
y 1692, el nuevo virrey promulgaría una serie de edictos y despachos que
exoneraban a un buen número de curatos de su aportación a la mita y que venían
acompañados de un paquete de medidas para agilizar el cobro de los diezmos
por parte de la Iglesia.32 Su mandato incorporaría, además, guiños al estamento
religioso en forma de reformas legales y fiscales destinadas, por ejemplo, a
paliar la despoblación de los repartimientos sin mermar la cuantía de la “congrua”,
la renta mínima que percibía el cura a cargo de cada curato o jurisdicción
espiritual.33 Es por ello que la descripción del monstruo bicéfalo de 1694 en los
Desvíos recurría a una socorrida litote gongorina para atribuir “no
incongruamente” la “singular unión” de las provincias del alma a la conciliadora
gestión del virrey. Y es por ello que su autor afirmaba que con el “Conde de la
Monclova se restituyeron las jurisdicciones, y al afecto sagrado con que su
Excelencia venera la Iglesia” (fol. 38r).
Pero nada contribuyó más a consolidar los cimientos de esta sociedad que
el clima de piedad desatado tras el maremoto/terremoto de 1687. Portocarrero
32 Entre ellos los importantes documentos de 1692 relativos a la nueva regulación del trabajo
en las mitas de Potosí, que se conservan en la John Carter Library. Melchor de Navarra había
dejado a su sucesor una extensa relación manuscrita del estado de las cosas en el virreinato. Se
conserva una copia, a la que he podido acceder, en la Biblioteca de Castilla-La Mancha/BPE en
Toledo (signatura Ms. 49).
33 De todo ello se hacen eco los Anales de la Catedral de Lima (168-171). Para comprender
mejor la naturaleza de las decisiones que adoptó la Junta de 1691 con respecto a la gestión de los
repartimientos, véase González Casasnovas (255 y siguientes).
MONSTRUOS BICÍPITES: DEL CUERPO MÍSTICO AL CONTRATO SOCIAL 39
34 Según un informe del Cabildo Secular de Lima del año 1718, Monclova habría mandado
reforzar el cajón de mampostería que se hizo para proteger la imagen después del terremoto. Ver
Vargas Ugarte (30).
35 Veladas o no, estas alusiones infestan el subtexto de lo que se presume un tratado
teratológico: “y de todas cuantas aves de lino y cedro [velas y madera: barcos] llegaron a sus
playas abatiendo el vuelo para descansar en su muelle” (fol. 28). En ocasiones se solapan con las
alusiones a otro evento disruptivo: la piratería.
40 VICTOR PUEYO
de los mundos posibles de Leibniz (“Philosophes trompes qui criez: tout est
bien”); revela la presencia soterrada de un mundo malo, ese mundo “otro” que
supone el negativo de la razón iluminista y que Hegel identificará con América.
Carlos pacífico, orlándose las tres coronas de esta ciudad de los imperiales
laureles como insignias de la guerra y de las regias olivas como frutos de la
paz” (fol. 6v). Un escudo de armas de la ciudad grabado en el túmulo del monarca
resume la leyenda con el siguiente lema:
Feijóo recibe una consulta epistolar de Luis de la Serna sobre el caso cuya
respuesta se imprime casi inmediatamente después en Cádiz y en Lisboa, para
quedar recogida más tarde en sus Cartas eruditas y curiosas.39 Nada más
comenzar este primer capítulo, veíamos cómo Feijóo consideraba que el bautismo
del monstruo había resultado nulo en razón de la incompatibilidad del lenguaje
sacramental con cierta incertidumbre latente en torno al número de almas que
podrían habitar un cuerpo de dos cabezas. Ahora, como colofón, merece la pena
examinar la anatomía de ese cuerpo excepcional que Feijóo estaba vislumbrando
y cuya existencia misma amenazaba los límites del lenguaje en que todavía
estaba obligado a desenvolverse. Este cuerpo es para Feijóo un cuerpo donde
perfectamente pueden caber dos almas que, unidas por el tronco de la médula
espinal, descienden a través del sistema nervioso para animar los miembros
39 Estos datos nos los proporciona el propio Feijóo en la mencionada enmienda (ver nota
10) a la “Paradoja decimocuarta” (Obras 297).
46 VICTOR PUEYO
40 Feijóo está siguiendo, casi con absoluta seguridad, las quaestiones 31 y 32 del tratado
titulado Elysius jucundarum quaetionum campus y publicado en Frankfurt en 1670 (fols. 366-
382). “Ut narrat Josephus Acosta, Indi suis Diis sacrificantes cor extraxerunt, ac eo evulso
postquam corpus per triginta fere scalas decidit, clare fertur dixisse: O nobilis quare me
occiditis?” (fol. 376). Se hace eco del pasaje también la Historia de la vida del hombre de
Lorenzo Hervás (243).
MONSTRUOS BICÍPITES: DEL CUERPO MÍSTICO AL CONTRATO SOCIAL 47
Así, partiendo de la centralidad del corazón como residencia del alma, Nájera
opera la “destrucción de dos para producir uno” que precisaba el éxito del
bautismo (fol. 12). Un ordinario ego te baptizo habría bastado, arguye, para salvar
a la única alma presente en el único corazón de un cuerpo doble. Este corazón,
fábrica y motor de la esencia sanguínea, revela además hasta qué punto la
restauración del cuerpo pleromático implicaba, ante todo, un giro sustancialista
desde el punto de vista ideológico, es decir, una recuperación de las formas
sustanciales del linaje. Nájera niega que dos formas sustanciales puedan cohabitar
en un único cuerpo. Solo los animales nacen, a este efecto, con dos corazones,
y esto se debe a que las almas de los animales son divisibles (fol. 11). El análisis
de Nájera es, por supuesto, mucho más complicado. Pero es la ilustración que
lo acompaña la que mejor perfila su posición. Se trata, me atrevería a decir, del
mejor emblema (y uno de los más tempranos) de ese cuerpo político borbónico
que acabaría triunfando en la península y que se prolongaría después bajo el
atuendo de un contrato societario (figura 5). El retrato del monstruo muestra un
cuerpo crecido y casi dividido simétricamente en dos mitades. Su bisectriz la
marca, por un lado, la juntura que se produce a la altura del codo entre los dos
brazos y, por el otro, el vértice delineado por las piernas y localizado en la zona
del perineo. A cada uno de los lados se reparten un pezón, un brazo, una pierna
y una cabeza. El diseño del niño recuerda de hecho, a simple vista, al diseño de
los cuerpos equilibrados que llevaban habitando la biblioteca de curiosidades
médicas desde mediados de siglo en España y en la América española.
Una mirada más atenta revela, sin embargo, la profunda asimetría que
ordena la composición del monstruo de Medina Sidonia. Aunque de manera
más sutil que en otras ocasiones, las dos caras del monstruo se disponen de
manera complementaria: una despierta y con gesto tranquilo, la otra con los
párpados entrecerrados y la boca ligeramente abierta, como si exhalara un
suspiro. El cuerpo no se basta a sí mismo para sustituir a las señales; por el
contrario, entraña un doble criptograma que hay que descifrar, contiene signos
que su fisonomía nos invita y casi nos obliga a leer. En particular, encarna
dos signos: por un lado, la cruz (X) cristiana que dibujan las dos aspas oblicuas
MONSTRUOS BICÍPITES: DEL CUERPO MÍSTICO AL CONTRATO SOCIAL 49
compuestas por cada una de las piernas, cuello y cabeza que se atraviesan en
el ombligo; por otro, la “y” pitagórica (Y) y por tanto laica que forman los
dos antebrazos incrustados en ese brazo común y que se hunde en el tronco
del monstruo.42 Estas dos mitades asimétricas no se miran la una en la otra;
se estructuran a partir de un eje vertical que las atraviesa subrayando su
diferencia jerárquica, subordinando el cuerpo civil al cuerpo sagrado en el
seno de esa unidad irregular que es el corpus mysticum. La clave de su diseño
no es, pues, el rostro, ni siquiera la disposición de dos cabezas que están ahí
la una junto a la otra como podrían no estar. Un típico gastrocéfalo (monstruo
acéfalo con la cara impresa en el pecho) se asoma al fondo para recordarnos
este hecho, para aclararnos que la cabeza es prescindible porque el alma reside
en el corazón. En su centro exacto, la clave del retrato es el tronco en que este
órgano se aloja, eje central en que se anuda y unifica la doble condición del
engendro. Si, de acuerdo con Nájera, solo los animales tienen dos corazones,
en el caso de los humanos es preciso aceptar como hipótesis de su especificidad
“la hipótesis primera de ser el tronco propiamente uno” (fol. 9). Una hipótesis
que, ciertamente, parece remedar en su anatomía al cuerpo político de aquella
España vertical que García Cárcel describe como una “España centralizada,
articulada en torno a un eje central que ha sido siempre Castilla, vertebrada
desde una espina dorsal y con un concepto de una identidad española
homogeneizada e «intensiva»” (114).
Todo lo demás, a partir de aquí, remite a una historia bien conocida. El cuerpo
pleromático de esta España vertical seguirá modelando cualquier expectativa
sobre la estructura política del estado durante lo que quedaba del siglo XVIII.
Todavía en 1812, las Cortes de Cádiz producían un texto significativamente
laxo en cuanto a la división de poderes. El poder legislativo recae en las Cortes,
pero el rey conserva en todo momento su derecho de sanción (artículo 142).
Bajo la fórmula de una “monarquía moderada”, la figura del monarca aglutinaba
funciones tanto legislativas como ejecutivas. Si comparamos esta carta magna
(constitución también, no hay que olvidarlo, de los territorios americanos del
hemisferio sur) con la Constitución política del Perú de 1823, las diferencias
son obscenamente evidentes. Sobre el papel, esa Constitución que nunca llegó
a aplicarse también concibe la república como un cuerpo orgánico: “Todas las
provincias del Perú, reunidas en un solo cuerpo, forman la nación peruana”
(artículo 1). Imaginada sobre el patrón simbólico de la excepción kenomática,
este cuerpo era, empero, un cuerpo claramente desintegrado, en cuya anatomía
la división entre el poder legislativo y el poder ejecutivo resulta explícitamente
formulada (artículo 29). En la Constitución peruana, el poder legislativo reside
42 Sobre la persistencia de este doble diseño, véase el análisis del monstruo de Rávena en
el capítulo 3.
MONSTRUOS BICÍPITES: DEL CUERPO MÍSTICO AL CONTRATO SOCIAL 51
Cuerpos birraciales
Las acémilas, que vimos en España; y en África la carasa, que según los
africanos dicen es como un becerro de cuello largo, como una lanza, de
pecho resplandeciente en el color, de pies cortos y manos largas, orejas de
cabra, pelo de buey; de gracioso andar y no se espanta de nada. También el
leontomigo, que procede de perra y de león; la crocuta, de hiena y de leona;
el musino, de cabra y de carnero […]. Pertenecen a este orden los bueyes con
clines [sic] de caballo que se crían en la Persia y los bueyes con giba, como
camellos que se acomodan a la carga; y el unicornio, que parece resultó de
caballo y ciervo, pues tanto se parece en las acciones a los dos. (fol. 44)1
1 Y la lista continúa: “el leopardo, de leona y pardo y el lince del lobo y del ciervo, como
dice Pereyra; y el tirio de cabrón y oveja” (fol. 44). La Curiosa y oculta filosofía de Nieremberg
añade nombres a este borgiano zoológico:
Como la crocuta, del perro y del lobo; el leontomigo, de león y perro; el lumar, de caballo
y toro; el mulo ligero del onagro y del asno ordinario; el musmón o umbro, de cabra y
54 VICTOR PUEYO
Estos cruces, habituales en la fauna animal, no lo eran tanto entre los seres
humanos. Ya a principios del siglo XVII, la mayor parte de los autores que se
desenvuelven en el incierto y pantanoso dominio de la teología médica rechazaba
la existencia de híbridos absolutos entre humanos y animales. Lo hacían siguiendo
el parecer de Aristóteles, que en su De generatione animalium (libro II, capítulo
quinto y libro IV, capítulo cuarto) niega la mezcla entre diferentes especies en
base a los diferentes periodos de gestación que les son propios (769b 25). Solo
en casos muy puntuales, cuando las especies exhiben cierta compatibilidad en
sus plazos (digamos una perra y un zorro), parece admitir Aristóteles la
posibilidad de un cruce entre dos especies. Aun así, siempre hablaremos de una
mezcla inestable. El primer parto mostrará cierto acoplamiento, cierta
compenetración, pero a medida que una generación dé paso a otra, el resultado
de la mezcla se asemejará cada vez más a la madre hasta coincidir con ella, ya
que en el animal predomina la materia y es la madre la que aporta la materia
frente al padre, que le insufla su alma o (como Aristóteles la llama) su forma
sustancial (738b 30). La opinión era comúnmente sustentada por facultados y
físicos a mediados del siglo XVI. Resuena todavía, por ejemplo, en el Libro de
la anotomía [sic] del hombre de Bernardo Montaña (1551). En este diálogo
renacentista de temática médica, su protagonista, el Marqués de Mondéjar,
inquiere al Doctor sobre “la causa porque cuando se juntan una hembra y un
macho de diferentes especies, como una raposa y perro, ordinariamente lo que
nace en cuanto a la especie paresce a la madre y en cuanto a la figura paresce
al padre” (fol. 89). La respuesta del Doctor se desvía un tanto del texto aristotélico,
que también tomaba al can y a la zorra como ejemplos, pero sigue identificando
a la hembra con la materia y al macho con la forma: “El espíritu vital que está
encerrado en la simiente del macho es muy puro y tiene mayor fuerza que el
espíritu que lleva la sangre arterial, y basta siempre para figurar la materia
según su naturaleza, mas no basta darle la forma que desea” (fol. 89).
La posibilidad de partos humanos mixtos es mucho más compleja, porque
estos tienen un periodo de gestación y patrones de desarrollo muy específicos.
A este hecho se refiere el autor de los Desvíos de la naturaleza cuando, haciendo
suyo un pasaje del De rerum natura de Lucrecio, afirma: “si el caballo florece
a los tres años y entonces el hombre está en mantillas y cuando éste a los veinte
es joven, aquél ya muere, ¿cómo se podrán creer los centauros ni los demás
mixtos?” (fol. 19r). Rivilla Bonet/Peralta Barnuevo no cree, con todo, que los
partos mixtos sean imposibles. Al contrario: defiende que el periodo de gestación
carnero; el ciniro, de cabrón y oveja; la híbrida, del jabalí y el puerco; el thoe, de[l] lobo
[y] la pantera, el teocrono, del gavilán y águila; el rhinobato, de la squatina y la raya pez.
(fols. 84-85)
Véase también Fuentelapeña (652) y Rivilla Bonet (fols.15v-16v).
ESTADO DE NATURALEZA Y CONSTITUCIÓN ANIMAL 55
2 Como no la descartan del todo el escéptico Carranza, que en su De partu (1629) debate
si los sátiros y centauros podrían ser tal vez ilusiones demoníacas (fol. 650) o Fortunio Liceti,
que en su De monstrorum caussis (1616) otorga credibilidad al amancebamiento de un simio y
una mujer lusitana desterrada en una isla desierta (fol. 217). Francisco Torreblanca, por su parte,
niega la veracidad de centauros, hipocentauros y onocentauros (seres con ancas de asno y cabeza
de persona), pero el hecho de que dedique todo un capítulo de su Daemonologia a refutarla
demuestra el interés que todavía suscitaba la posibilidad de su existencia (fols. 299-301).
3 En otras palabras: la hipótesis de un monstruo de dos especies con un alma racional es
equivalente a la hipótesis del monstruo de dos sexos o monstruo hermafrodita. Este problema
se analizará por extenso en el tercer capítulo.
56 VICTOR PUEYO
Toda la gente que hasta oy a hallado diz que tiene grandísimo temor de los
de Caniba o Canima [sc. can], y dizen que biven en esta isla de Bohío, la cual
debe de ser muy grande, según le pareçe, y cree que van a tomar a aquellos
a sus tierras y casas, como sean muy cobardes y no saben de armas; […] los
cuales diz que después que le vieron tomar la buelta d’esta tierra no podían
hablar, temiendo que los avían de comer, y no les podía quitar el temor, y
dezían que no tenían sino un ojo y la cara de perro; y creía el Almirante que
mentían, y sentía el Almirante que devían de ser del señorío del Gran Can
que los captibavan. (Colón 53)
Entraron los españoles desde luego que las conocieron como lobos y tigres y
leones crudelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de
cuarenta años a esta parte, hasta hoy, y hoy en día lo hacen, sino despedazallas,
matallas, angustiallas, afligillas y destruillas por las estrañas y varias y nunca
otras tales ni leídas ni oídas maneras de crueldad. (Brevísima 43)
ESTADO DE NATURALEZA Y CONSTITUCIÓN ANIMAL 59
7 La nueva legalidad se seguía esculpiendo a golpes, casi sobre la marcha, como sugieren las
palabras del propio Las Casas en los Tratados de 1552: “Docta y santamente lo hicieron los religiosos
de la orden de Santo Domingo […] concertándose todos a una de no absolver a español que tuviese
indios por esclavos, sin que primero los llevase a examinar ante la Real Audiencia” (271).
60 VICTOR PUEYO
8 Sopesada por Julián Juderías y, más modernamente, por Roberto Fernández Retamar
(56-73) y, en general, por Castro.
ESTADO DE NATURALEZA Y CONSTITUCIÓN ANIMAL 61
Apenas la maldición
cabó de echarle el padre
cuando al hijo el medio cuerpo
vio de pescado espantable.
Sumergiose en las cavernas
de aquellas profundidades
y año y día se pasó
que dél ningún rastro saben.
(fol. 1v)
Se trata, por supuesto, de la doble cara de una misma moneda: como toda
mercancía, la maravilla, llegada o no de tierras exóticas, reúne un valor de uso
y un valor de cambio, si bien con una ligera especificidad. El valor de uso y
valor de cambio se disuelven por lo que concierne a la maravilla en una misma
corporalidad espectacular. Cuando el monstruo deviene mercancía, la etimología
de la palabra monstruo (de monstrare, “mostrar”) adquiere un peculiar volumen
ontológico, de acuerdo al cual el ser del monstruo coincide con su ser visto, con
su mostrarse o ser consumido con la mirada. Podría decirse, en ese sentido,
que el monstruo propone un primer tipo de fetiche sin más valor de uso que su
valor de cambio, cuyo único ser es el decir o mostrar y cuyo único decir o
mostrar es su propio ser monstruoso. En virtud de esta carga de inherencia, y
al igual que sucedía con los monstruos bicéfalos, los cuerpos híbridos circularían
por ferias cortesanas y domicilios particulares durante todo el siglo XVII.16 La
existencia de este mercado de la excepción confiere un sentido histórico a la
curiosidad de los marineros que, en la relación del peje Nicolao, “de mil leguas
venían/a sólo verle y hablarle” (fol. 2r). Pero si es cierto que el ser de esta primera
mercancía parlante es inseparable de su estar en movimiento, no lo es menos
que el espacio vacío que precisa para hacerlo tampoco puede separarse del
paulatino vaciamiento que sufre el monstruo y que se consuma a medida que
el monstruo se convierte en un signo de sí mismo.
Un claro ejemplo de ello es el del famoso niño molusco o niño cubierto de
conchas Juan de Acosta. Los dos pliegos que recogen su nacimiento en 1628
(figura 6) y 1658 muestran cómo se venía gestando el progresivo desprendimiento
de la maravilla con respecto al modelo “trascendente” de la teratoscopia o
lectura de los signos providenciales. Mientras que el Juan de Acosta de 1628
es retratado con gesto mustio y una “santa cruz de carne y colorada” estampada
en el pecho (fol. 2), el de 1658 es un monstruo sonriente, una pequeña cláusula
de inmanencia en la que los signos – las conchas de carne que lo revisten como
si fuera un armadillo – forman parte de su cuerpo y, sin embargo, no coinciden
plenamente con él. Nieremberg nos recuerda que, después de bautizado y muerto,
el arzobispo de Portugal ordenó desenterrarlo. Al tirar de su mano para sacarlo
de la tumba, “el que lo hizo se salió con la manopla entera, como si le hubiera
quitado un guante, quedándose el niño con la mano formada y limpia que tenía
debajo de las láminas” (fol. 86).17 En efecto, la narrativa providencial que
constituía “desde dentro” al monstruo organicista se puede separar de él y se
separa ahora como si fuera una funda.
Menos conocidos son otros ejemplos, como el del hombre pez capturado
por unos pescadores que faenaban cerca de la costa de Rota (Cádiz) el dos de
mayo de 1669. Por el escenario en que acontece, parece ser otro episodio del
ciclo del peje Nicolao, aunque la fisonomía misma del monstruo recuerda
mucho más al monstruo polaco que exhibía la relación Limeña de 1625. Creo
que en este punto está justificado decir que es una suerte de permutación entre
ambas, pero la historia nos depara, de cualquier modo, algunas novedades. Se
trata esta vez de un monstruo que aglutina al menos tres especies (figura 7).
La relación lo describe así:
La forma era de pez y la medida tres cuartas escasas de largo. El rostro, con
distintas facciones y con las orejas bien formadas, era de hombre; el labio
inferior, extendido en forma de oçico, era de cochino, al cual, en disforme
similitud, se le ajustaba la inferior parte. El pecho, armado con espesas púas
de erizo. Lo demás del cuerpo, impenetrable y áspero. (fol. 2)18
18 El animal trae reminiscencias del porcus marinus que ilustraba los límites del Océano
Índico en mapas medievales como el mapa “Genovés” de 1457. Véase Van Duzer (419-420). El
porcus marinus seguiría apareciendo en los compendios europeos del siglo XVI. Como ejemplo,
puede verse el “porco marino” en el citado De aquatilibus de Pierre Bellon (fol. 64).
ESTADO DE NATURALEZA Y CONSTITUCIÓN ANIMAL 67
19 En “El sueño del Juicio Final”, el pastelero rinde cuentas ante el diablo cuando, de repente,
se oyen unos gritos: “Tales voces como venían tras de un malaventurado pastelero no se oyeron
jamás, de hombres hechos cuartos, y pidiéndole que declarase en qué les había acomodado sus
carnes, confesó que en los pasteles, y mandaron que les fuesen restituidos sus miembros de
cualquier estómago en que se hallasen” (116-117). Los pasteleros eran entonces, como se sabe,
sospechosos de preparar sus pasteles con carne humana.
ESTADO DE NATURALEZA Y CONSTITUCIÓN ANIMAL 69
20 Agamben, comentando este texto, nota cómo este “animal intermedio” ocupa una posición
“simétricamente opuesta al ángel”, en un cuadrado semiótico en el que el monstruo media entre
el hombre y el animal del mismo modo que el ángel lo hace entre Dios y los hombres (Abierto
39). Dedico a la función mediadora del ángel el cuarto capítulo de este libro.
70 VICTOR PUEYO
Habrá 41 años que sucedió en este Trugillo haber quemado a una india
porque, habiendo parido tres perrillos sin más semejanza humana que no
tener mucho pelo en los rostros y ser los brazos en forma humana, la india
confesó su delito de haberse mezclado con un perro (498).
22 Se vieron hombres salvajes, tanto en plaga oriental como occidental y americana, que
salían del vientre materno tan cándidos, limpios y leves como nuestros infantes.
ESTADO DE NATURALEZA Y CONSTITUCIÓN ANIMAL 73
sobre su posible origen, no se puede ocultar que son una “plaga”. Modelada
sobre la imagen de una vida desnuda, esta plaga iba a saturar, en efecto, el
imaginario de la metrópoli y de las colonias a partir de una doble imagen: la
del racional-salvaje y la del salvaje-racional. En ambos casos se trata de una
imagen geminada u horizontalmente dispuesta que se sitúa en el umbral de
indistinción entre el animal y el hombre y, consiguientemente, entre la barbarie
(feudal) y la civilización (moderna o capitalista).
Pero la integración de esta vida desnuda en la esfera política acusa un itinerario
diferente en América y en Europa. Mientras que en Europa el homo sylvestris
es aquello que debe ser proscrito para alcanzar un auto-proclamado estado de
civilización (el hobbesiano homo homini lupus cuya extirpación del estado de
naturaleza da lugar al paradójico hombre natural de Rousseau), en América
puede observarse una secuencia invertida de este proceso. La incorporación
del estado de excepción en Europa es lo que Agamben denomina una exclusión
inclusiva: el animal que libra una “guerra de todos contra todos” es expulsado
para instalar el contrato social en su lugar. El resultado es un sujeto diferente
que excluye lo diferente del sujeto (el monstruo, lo deforme – sin forma – o lo
caótico en su estado natural). El panorama que presenta el caso de las tardías
formaciones virreinales puede definirse, en cambio, como una inclusión exclusiva.
La inclusión exclusiva es la operación biopolítica que tiene lugar cuando el
estado de excepción ya coincide de antemano con la norma; en este caso, con
la norma colonial. El salvaje que lo habita es expulsado para volver a ser restituido
después en tanto resto político de su eliminación. A tal efecto, esta inclusión
exclusiva puede contemplarse como una prolongación de la forma horizontal
del hombre-monstruo (homo marinus u homo sylvestris) que caracteriza la fase
liminal del estado de excepción y que explica, grosso modo, la proliferación de
cuerpos híbridos en la literatura médica y jurídica de este siglo.
Es fácil encontrar ejemplos de su impacto en el archivo literario de la península.
Sin salir del Persiles cervantino, podríamos aludir a la isla lobuna y a los licántropos
(y licántropas) que Antonio y Rutilio dicen que han visto en ella (Lozano 167-171),
o a la sentencia del Momus de León Battista Alberti que Lope repite en su frugal
Arcadia: “Guárdate del animal hombre, que tiene el pensamiento en lo más
escondido del corazón” (114-115). Su relato es, en cualquier caso, el relato de su
expulsión. Como nota Lozano, “el siglo XVI, en especial en Europa, fue notable
por la abundancia de casos de transformaciones lupinas, y los numerosos procesos
que tuvieron lugar, todos ellos culminados con condenas explícitas y categóricas,
prueban la generalización de tal creencia” (167). La desaparición del homo sylvestris
solo será precedida por la transformación del monstruo en objeto de feria o
mercancía, emblema de ese racional-salvaje que después se constituirá en la norma
civilizatoria. El hombre de aspecto selvático – el hombre natural, el que habita la
naturaleza humana – encuentra, sin embargo, su imagen invertida en América
74 VICTOR PUEYO
(el salvaje-racional) y es por eso que quiero oponer ahora el singular destino del
homo sylvestris europeo, imagen de un sacrificio de lo diferente que produce
diferencia, al homo marinus que ocupa un lugar central en los textos criollos
escritos al otro lado del Atlántico. Esta diferencia se hace particularmente nítida
en el campo literario. Mientras Góngora repele los ataques de Lope o de Jáuregui
contra la monstruosidad de su poesía (su poesía, contienden, viola las leyes del
lenguaje de la misma manera que el monstruo viola las leyes de la naturaleza),
los apologetas de Góngora en América enarbolan con orgullo la bandera de la
monstruosidad.23 El cuzqueño Juan de Espinosa Medrano comienza su Apologético
en favor de don Luis de Góngora con palabras que implican una defensa de su
propia defensa, es decir, de la propia legitimidad de su palabra como escritor que
escribe desde el hemisferio austral:
¿Pero qué puede haber de bueno en las Indias? ¿Qué puede haber que contente
a los Europeos que desta suerte dudan? Sátiros nos juzgan, tritones nos
presumen, que brutos de alma; en vano se alientan a desmentirnos máscaras
de humanidad. Perdono lo que me cabe; no me atrevo al desengaño. (13)
teñida de sangre, las masas indígenas de las que el letrado peruano trata de
distinguirse por medio del lenguaje aparecen como “hombres ignorantes, brutos,
ciegos, bárbaros, selváticos y bestiales”. Sin embargo, el caso de las colonias
se diferencia del metropolitano por la doble posición relativa de este ideologema
de “lo animal” con respecto al proceso civilizador, de acuerdo con la cual lo
excluyente permanece como parte de lo excluido y lo restituido coincide con
lo que se cancela. El hablante letrado de las colonias se define, simultáneamente,
como un hombre con respecto a las clases subalternas indígenas y como un
animal con respecto a las élites estamentales peninsulares.
Sin dejar a Espinosa Medrano, un momento paradigmático a propósito de
este segundo escenario se encuentra en uno de los sermones (“Dulce cosa es
el reinar”) de su Novena maravilla. El sermón se construye sobre los célebres
versículos del Génesis (I: 26-28) Faciamus hominem ad imaginem et similitudinem
nostram. Et praesit piscibus maris, volatilibus coeli, bestiis universaeque terrae
[Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza y que gobierne sobre los
peces del mar, las aves del cielo y las bestias de la tierra]. Para el Lunarejo, los
hombres solo tienen potestad sobre los peces (primer eslabón del reino animal)
en la medida en que no incumplan ningún mandato de Dios. De hacerlo, la
rebelión de los peces sería legítima y episodios como el episodio bíblico de
Jonás, devorado por una ballena tras desobedecer al padre, podrían y deberían
repetirse: “habrá bruto, que aunque le mate el hombre, le negará la sujeción por
no rendirla a dueño tan pérfido, a señor tan desleal: Ipsa conteret caput tuum
[Ella misma trituraría tu cabeza]” (191). Espinosa Medrano quiere subrayar
que, dentro de esa cadena del ser agustiniana, los peces solo le deben pleitesía
a Dios en última instancia. El resultado de aplicar esta tesis es un homo marinus
(hecho o “feto marino”, como traduce Espinosa Medrano) que establece una
doble relación con la creación: se relaciona con los hombres como animal y con
Dios como hombre. El animal queda así fuera y dentro de los límites reservados
al poder soberano, es el sujeto y el objeto de su jurisdicción. Más allá de la toma
de partido de Espinosa Medrano a favor de ese “vulgo escamoso”, más allá de
la manera en que insinúa pertenecer, como mestizo que es, a esa “muda república
de [los] peces” (190), lo que este sermón encierra es una auténtica teología del
poder soberano que refleja y al mismo tiempo invierte la problemática
contractualista del proceso civilizador europeo.24
El cuerpo bestializado del pueblo es, pues, antes que un residuo ocasional,
un elemento constitutivo del cuerpo político de las colonias. Su anatomía puede
proporcionar una perspectiva aventajada sobre un cúmulo de rasgos que ahora
se consideran específicos de las formaciones sociales latinoamericanas. Sin ir
más lejos, la perpetuación del modelo simétrico que rige la representación del
cuerpo en América Latina, con su consiguiente disposición geminada de lo
público/privado en el par humano/animal, arroja nueva luz sobre ese extraño
fenómeno que es el llamado populismo latinoamericano. Cuando describimos
en términos foucaultianos el proceso de modernización en América Latina, nos
referimos con frecuencia al proyecto de disciplinar el cuerpo, de erradicar la
barbarie, de domesticar e higienizar al otro; en una palabra: al proyecto de
excluirlo como tal. Agamben abre una vía diferente al conseguir mostrar que
este mecanismo de exclusión permanece incompleto si se omite su revés
dialéctico, esto es, el proceso por el cual la imagen del cuerpo disciplinado
tiende a coincidir cada vez más con la norma del cuerpo político con respecto
al cual se definía como excepción. En Europa (y hablar de Europa así es, desde
luego, una generalización intencionada, pero tal vez necesaria), el resultado de
este proceso parece ser el hombre natural cuyo estado de naturaleza se interrumpe
para dar paso al “sujeto libre”, al sujeto que entra libre y “naturalmente” a
relacionarse con otros sujetos en el mercado a través de la forma contrato. La
expulsión del hombre en estado de naturaleza da lugar a la naturalización del
hombre como tal. En los virreinatos, en cambio, ese cuerpo doblemente imaginado
dentro de un orden simbólico colonial-feudal (hombre con respecto a los animales,
animal con respecto a Dios) produce una imagen geminada del hombre-animal
que poco a poco va ocupando el lugar central de lo político a través de
configuraciones tan diversas como pueden ser el populismo nacionalista o el
socialismo indigenista. Piénsese, por ejemplo, en lo que significa la exclusión
del gaucho – claro ejemplo de hombre salvaje – del proyecto de la nación
argentina a condición de convertirse en su emblema, en un elemento en que se
cifra la argentinidad (de José Hernández a Borges, pasando por Javier de Viana).
Este cuerpo en nudo es sin duda la imagen de una contradicción todavía irresuelta
a finales del siglo XVIII/principios del siglo XIX, como muestran las copiosas
fábulas que describen y enmarcan (a veces literalmente) los procesos constituyentes
de los diferentes estados modernos.
25 Sobre la polémica puede verse la introducción de Martínez Mata y Magallón a Los literatos
en cuaresma (19-20) y Talavera Cuesta (59-63).
26 Ver Pedraza y Rodríguez (404). Una excepción puede ser el Fabulario de Sebastián Mey
(1613), pero éste no incluye fábulas originales. Todas están tomadas del mundo clásico.
27 En la “Advertencia” de Ibáñez de la Rentería a su primer volumen de Fábulas, la fábula
es útil para “las gentes de todas las edades, clases y condiciones” (V), mientras que las Fábulas
originales en verso castellano de Ramón de Pisón y Vargas se abren con una similar admonición:
“A ninguno difama la censura / en siendo general; y a quien le toca, / que procure enmendarse
y punto en boca” (2).
78 VICTOR PUEYO
28 Tanto fue así, que un periodista de nombre Sancho Azpeitia escribirá en El Correo de
Madrid: “No parece sino que la joroba de Esopo ha esperado a reventar en nuestra nación y en
nuestro siglo, y que de ella ha salido una camada de Esopillos para llenarnos de apólogos y no
dejar que corra sentencia moral política ni literaria que no tenga su fábula al canto” (Palacios 85).
29 La fábula se inscribe así en el horizonte fichteano que Novalis resumirá con esta fórmula:
“Lo universal sólo puede ser expresado mediante lo particular en general y lo particular en
general sólo mediante lo individual” (105).
ESTADO DE NATURALEZA Y CONSTITUCIÓN ANIMAL 79
30 Esta analogía resultará crucial por lo que respecta a cierta concepción organicista de las
fábulas (relatos falsos, relatos sin sustancia) que llega hasta Mayáns y Siscar en su edición de la
Censura de historias fabulosas de Nicolás Antonio, como nos recuerda Calvo Carilla: “La
innovación de los hombres del XVIII consistió en servirse de ellas cambiando, no el cuerpo o
narracioncilla (Mayáns), sino, como quería La Fontaine, el alma” (97). Sobre la relación entre
la fábula y la animalidad monstruosa, véase Palacios Fernández y Calvo Carilla (88-90).
80 VICTOR PUEYO
Las tornas se vuelven cuando el león cae atrapado en una red y el ratón lo
libera, pero hay que notar que, al hacerlo, no se libera él mismo de su papel: lo
hace royendo la red como ratón, sirviendo al rey león como su súbdito. Las
fábulas “neoclásicas” nos muestran, en realidad, que ese estado de naturaleza
necesario para el establecimiento de “lo social” no es un momento crudo alojado
en un paréntesis al margen de lo simbólico; el estado de excepción también está
sujeto a reglas, también exhibe una férrea distribución de papeles que precede
al contrato y que lo configura: la magnanimidad sigue siendo el atributo del
rey y la obediencia el de su súbdito, el buey sigue tirando de los arados y el
burro sigue amarrado a una rueda. En este particular estado de naturaleza que
refleja la fábula dieciochesca, el hombre es un lobo para el hombre solo en la
misma medida en que el gato es un gato para el ratón y el ratón es un ratón para
el gato. El orden natural, parecen decirnos estas fábulas, es simplemente el
orden dado por la naturalidad de unas relaciones de producción específicas; al
cancelarse, este resto animal que lo habita (la barbarie que se pretendía “civilizar”)
se incorpora a las nuevas relaciones productivas bajo la forma de una nueva
expectativa de modernización. Esta expectativa tiene, en todo caso, una
peculiaridad por lo que respecta a España y sus colonias. Me refiero a la aparición
de una fábula de animales “auto-consciente”, una fábula de animales que parece
narrar el fracaso de este proyecto ilustrado y que lo hace en su hábitat jurídico
más propio: la inserción de la animalidad del Antiguo Régimen en un proceso
constituyente – en una ringlera de procesos constituyentes – que tiene lugar a
principios del siglo XIX con la independencia de las colonias.
Si la constitución de un estado-nación es el acto jurídico destinado a plasmar
el proyecto civilizador de sus élites, la fábula es la ficción constitucional por
antonomasia, su verdadero telos narrativo. Esto resulta particularmente notorio
ESTADO DE NATURALEZA Y CONSTITUCIÓN ANIMAL 81
31 Así como la Lira argentina contiene una pequeña “Fabulilla” fechada en 1813 (Rosemberg
81-82), La Abeja republicana reserva un espacio, por ejemplo, a la fábula de “La zorra y las
gallinas”, alegoría política en la que una zorra astuta (el ex-ministro Bernardo Monteagudo) se
ofrece para proteger a las gallinas (el pueblo limeño) de otra zorra que acecha el corral y que
estaría representando al virrey. La falsa zorra “redentora” devora seis gallinas cada noche
aprovechando la confusión, hasta que es descubierta y expulsada por las gallinas reunidas en
asamblea (Tauro 271-276).
32 Las fábulas han sido rescatadas y editadas recientemente por Durán López. Para una
panorámica general sobre estas fábulas, véase el artículo del mismo autor (“Las colaboraciones”).
82 VICTOR PUEYO
33 Es la queja constante de F.P.U. en fábulas como “El burro precavido” (“viose el burro
hecho rey”), “El lobo hipócrita” (“Y resolviose con sumiso trato / hacer de mojigato, / y fingirse
devoto y compasivo”) o “El escarabajo vicioso”, donde un escarabajo servil sigue desempeñando
su “asqueroso trabajo” después de ser liberado de él, ya que el oficio ya no es para este insecto
empleo, “sino vicio” (108-110).
34 El motivo del hombre-asno es un motivo recurrente en los caprichos. Véase el 37 (“¿Si
sabrá más el discípulo?”), el 39 (“Hasta su abuelo”) o el 41 (“Ni más ni menos”).
ESTADO DE NATURALEZA Y CONSTITUCIÓN ANIMAL 83
35 El texto que manejo está incluido, de hecho, en las Fábulas y poesías varias de García
Goyena. Sobre esta confusión, ver Henríquez Ureña (203-204).
84 VICTOR PUEYO
Cuerpos bisexuados
1 Exactamente siete años antes de su muerte. Moriría con las barbas puestas. De ello da fe
Nicolás de la Cruz y Bahamonde en su Viage de España, Francia e Italia (tomo undécimo), en
el que asegura que Brígida del Río fue “con grandes barbas enterrada en la parroquia de S.
Bartolomé en 1597” (525). Su fama, pasto de todo tipo de tabloides, recorre también multitud de
textos literarios. Guzmán de Alfarache afirma en la novela de Mateo Alemán: “Híceme pupilo,
teniendo por mejor tropellar con el qué dirán de ver un jayán como yo, con tantas barbas como
la mujer de Peñaranda, metido entre muchachos” (544). En El donado hablador de Jerónimo de
Alcalá se alude a ella como María de Peñaranda (25). Aparece, asimismo, en el Entremés de la
bota (vv.148-149) de Agustín de Moreto (686) y en el Plenipapelier, otro entremés de Francisco
de Avellaneda que eleva a Brígida a la categoría de arquetipo de la virilidad femenina: “Digo
que vuesa merced debe venir por línea recta de la barbuda de Peñaranda” (205). Calderón escribe
un Entremés de la Barbuda dividido en dos partes y Covarrubias le dedica uno de sus Emblemas
morales en 1610. Jerónimo de Huerta también la menciona en su traducción de la Historia
naturalis de Plinio, dejando constancia de que tenía “la voz gruesa y la barba tan larga y tan
crecida que la cubría el pecho” (fol. 20v).
88 VICTOR PUEYO
en 1595.2 Hay que notar, sin embargo, que estas anomalías – el hirsutismo
entre ellas – no ordenaban la distribución de sexos en simples términos de
presencia/ausencia (hombre/mujer). Identificaban en sí mismas un eje de
simultaneidades hoy perdido. Al afirmar que la barba de Brígida del Río solo
es un significante que “distingue en lo exterior” su sexualidad, Covarrubias
parece insinuar un conflicto implícito entre este significante y su eventual
correspondencia con un significado ‘interior’. Ese conflicto irresuelto es,
precisamente, el conflicto en cuyo dominio se definen lugares, geografías
humanas donde aquella diferencia queda en suspenso y pasa a considerarse
una “condición singular” de otro tipo de territorialidad: la del hermafrodita.
Covarrubias mismo, sin ir más lejos, elige a Brígida del Río como objeto de
uno de sus celebrados Emblemas morales:
3 Desde mediados del siglo XVII hasta el siglo XIX, desde Descartes hasta Kant (Palabras
7). La existencia misma de los libros de Long (en el contexto francófono) y de Gilbert (en el
anglófono) demuestra acaso lo exagerado de esta asunción. Foucault reconoce una atención
específica al hermafrodita en la episteme renacentista, donde se presentaría poco menos que
como asexuado o indiferenciado en base a la lógica de la semejanza operativa en esta episteme.
Para una crítica del optimismo que supone considerar este estado de indiferenciación (“the happy
limbo of non-identity”) como una norma, véase Gilbert (3).
LA INVENCIÓN DEL GÉNERO 91
4 Véase, por ejemplo, el Libro intitulado del parto humano de Francisco Núñez (1580):
“Por la mayor parte, el varón está situado en la parte derecha de la matriz y la hembra en la
izquierda” (fol. 85v). Acerca de la existencia de este tercer habitáculo, véase Vázquez García y
Moreno (Sexo y Razón 188), Jacquart y Thomasset (141) y Long (61).
92 VICTOR PUEYO
La región que los escitas habitaban, dice Hipócrates que está debajo del
Septentrión, fría y húmida sobremanera, donde, por las muchas nieblas, por
maravilla se descubre el sol. Andan los hombres ricos siempre a caballo,
no hacen ejercicio ninguno, comen y beben más de lo que su calor natural
puede gastar; todo lo cual hace la simiente fría y húmida. (336)
Tirando de este hilo, Fuentelapeña llega a asegurar que aquellos hombres que
son mujeres por dentro evacúan su periodo menstrual por el orificio de la orina,
excepto, lógicamente, cuando están embarazados. Relata a este efecto el parto
inverosímil de Luis Roosel, al que le fue detectado en 1354 un bulto en el muslo
inicialmente confundido con un tumor. A su progresivo crecimiento asistieron
él y los admirados médicos, hasta que el dolor se hizo insoportable y un infante
brotó de su pierna. No es, por cierto, el único ejemplo disponible de hombre
parturiento, la forma predominante que adopta un (por lo demás extraño)
“hermafrodita interiormente femenino” en el imaginario español de la época.
Sherry Velasco ha examinado este escenario, proponiendo que la fascinación
que despertaba el hombre encinto obedecía a la fantasía masculina de la apropiación
de las funciones reproductivas como elemento de reproducción social. Esta
fantasía traduciría, según Velasco, la necesidad de liberar la ansiedad desatada
por la pujante autonomía que las mujeres estaban adquiriendo en el concierto
de la vida pública.8 Tan atractivo como pueda perfilarse, sin embargo, el
acontecimiento de un hombre deviniendo mujer resultaba anómalo. El caso más
7 Las fuentes de este teorema suelen ser Avicena y Plinio. Así en Sánchez Valdés de la
Plata (fols. 17-18r).
8 Sobre el embarazo masculino, véase Velasco (Male Delivery 28-50). Destacan en la literatura
española piezas dramáticas como El parto de Juan Rana o relaciones de sucesos en verso como la
que firma Pedro Manchego en 1606 acerca del monstruo engendrado por un hombre que responde
al significativo (y rabelaisiano) nombre de Hernando de la Haba (Male Delivery 149-154).
94 VICTOR PUEYO
Las fuerzas de la naturaleza, por ser flacas y débiles en los niños, no todas
las veces pueden arrojar afuera el miembro viril, que es el más perfecto y al
que aspira, hasta que después, con alguna o con algún notable incremento
de calor y vigorosidad, prorrumpe en él. (242)
14 Cito de la edición española a cargo de Jesús Moya (1991), con prólogo de Caro Baroja.
Existe una traducción al inglés de P.G. Maxwell-Stuart bajo el título de Investigations into
Magic (2000).
15 El supuesto hermafrodita, como horizonte de expectativas todavía vigente en la España
de los Habsburgo, suele disolverse en una lectura constructivista del género de Catalina de Erauso
que enfatiza el travestismo como estrategia, auto-escritura o subversión de una “identidad”
masculina (ver Kark y Pancrazio), pero que subestima la cobertura que este supuesto hermafrodita
presta a su ejecución. Creo que solo así se entiende la persistencia del oxímoron “monja alférez”
como sintagma denominador, sobre todo desde la representación de la comedia de Juan Pérez
de Montalván en 1626. Por su tercera jornada pululan términos que son, como mínimo, familiares
a la lógica hermafrodita, como “monstruo”, “prodigio” (99) o “mujer prodigiosa” (89), si no
indisociables de ella. El mejor y más completo trabajo es el de Velasco, que disecciona las tres
relaciones de sucesos del siglo XVII sobre la monja – las dos primeras de 1625 y la tercera,
póstuma, de 1653 –, además de otros documentos relevantes (Lieutenant Nun 51-60).
LA INVENCIÓN DEL GÉNERO 97
doctor Salt “los hermafroditos, como tienen de entrambos sexos, cuando prevalece
el uno […] se encubre el otro, y así unas veces son tenidos por mujeres y otras
veces por hombres” (267). Toda una coartada para el viejo. ¿Cómo podría Solier
haber distinguido lo que, por su doble arquitectura, no era sino un cuerpo de
sexo cambiante? ¿Cómo podía tacharse de anómala una conducta que estaba,
como si dijéramos, encriptada en el cuerpo de otro? Alcalá Galán nota, a este
respecto, que “a Lugo y Dávila se le olvida el explicarnos cómo entraba y salía
Solier de su propia casa ya que, al parecer, no había puertas entre unas estancias
y otras” (112). La observación no parece impertinente. Solier es, al fin y al cabo,
prisionero de su propia jaula de castidad, por lo que cabría preguntarse – como
hace Alcalá Galán – si esta prisión inexpugnable no es una metáfora de oscuros
deseos homoeróticos apenas sugeridos por el texto. Si esto es así, en todo caso,
solo lo es en la medida en que estos deseos se guarecen bajo la excusa de una
anomalía perfectamente aceptable y científicamente legítima: la teoría del sexo
latente, una especie de momento previo a la consideración de lo “homoerótico”
como tal, que lo hace inexpresable y que al mismo tiempo constituye el
fundamento imaginario de su expresión.
La lección magistral de Salt muestra, tanto como cualquiera de los ejemplos
anteriores, que el supuesto monosexual que había dominado la medicina durante
la Baja Edad Media seguía operativo en la práctica todavía a principios del siglo
XVII. El horizonte teórico aristotélico que inspiraba la medicina de la época
privilegiaba la existencia de un solo género: el masculino. “Lo” femenino era
el ámbito de su realización defectiva. Dentro de la teoría hilemórfica, la diferencia
de sexos no atañe a la forma (en que reside la sustancia), sino a la materia, en
este caso a la materia genital.16 No existe, por tanto, una diferencia sustancial
entre hombres y mujeres, sino una diferencia en cuanto al grado de perfección
en que se manifiesta esa misma sustancia; la mujer no es perfecta (del latín
perficio: “acabar”) porque no está acabada: le falta ese suplemento de materia,
el pene, que completa y al mismo tiempo cancela el sexo femenino. Aristóteles,
de manera antológica, llega a definir a la mujer como un varón mutilado:
Pues igual que de seres mutilados unas veces nacen individuos mutilados y
otras no, de la misma forma de una hembra unas veces nace una hembra y
otras nace un macho. Y es que la hembra es como un macho mutilado, y las
menstruaciones son esperma, aunque no puro, pues no les falta más que una
cosa, el principio del alma. (GA 737a, 25)
16 Metafisica 1058b, 23-24: “Macho y hembra son, a su vez, afecciones propias del animal,
pero no en cuanto a la entidad, sino que radican en la materia y en el cuerpo, y por eso mismo
el esperma llega a ser hembra o macho al ser afectado por cierta afección” (421). El texto más
amplio dedicado a la diferencia sexual abarca desde 1058a, 30 a 1058b, 26 (418-421).
LA INVENCIÓN DEL GÉNERO 99
La relación entre los dos sexos dentro de este paradigma es una relación de
contrariedad y no de contradicción. Cuando Fuentelapeña afirmaba, en el texto
anteriormente citado, que el miembro viril “es el más perfecto y al que aspira”
el sexo femenino, lo que presupone esta afirmación no es una relación privativa
y sistemática entre ambos, sino cierto amago de coexistencia inclusiva: dentro
del mismo modelo de sustancia, el hombre es una mujer, aunque completa, al
menos en la misma exacta medida en que la mujer es un hombre incompleto.
Ambos sexos son momentos de un mismo proceso de desarrollo cuya
consumación se identifica, de hecho, con la masculinidad y con la presencia.
Laqueur lo expresa de esta manera: “Though Aristotle certainly regarded
male and female bodies as specifically adapted to their particular roles, he did
not regard these adaptations as the signs of sexual opposition” (29).17 Así, si
la mujer es un defecto o exceso de materia con respecto a la misma forma, el
acento de una posible diferencia sexual no podía recaer en la oposición forma/
materia, sino en una dicotomía que tratara – por así decirlo – de ordenar y
definir lo contingente: la dicotomía potencia-impotencia. Pues si el nacimiento
de una mujer depende de un déficit contingente de calor, afirmará Aristóteles,
“la hembra es hembra por una cierta impotencia (adynamia tini): por no ser
capaz de cocer esperma a partir del alimento en su último estadio” (GA 728a,
18). Tal “impotencia” o incapacidad se postulaba al final como el verdadero
territorio común del cuerpo femenino y el cuerpo hermafrodita, cuyo carácter
frío y húmedo definía el espacio de una ausencia que al mismo tiempo, y
paradójicamente, contenía lo ausente.
En esta coyuntura teórica, lo que el hermafroditismo significaba para la
lógica de la transición al modo de producción capitalista no era, pues, la
17 De obligada referencia es el repaso que Laqueur hace de las diferentes teorías del sexo
único (25-64).
100 VICTOR PUEYO
el pene que se ubica en el rostro vacío del monstruo; un monstruo que no tiene
nariz ni ojos, aunque la ilustración sugiere, de una manera tremendamente
gráfica, que los testículos sustituyen a los ojos y el pene a la nariz (figura 11).
El año de mil quinientos y doce, en Rávena, poco antes que fuese saqueada,
hubo en Italia crueles guerras, y en esta ciudad nació un monstruo muy extraño,
que puso grandísima admiración. Tenía de la cintura para arriba todo su cuerpo,
cabeza y rostro de criatura humana, pero un cuerno en la frente. Faltábanle los
brazos, y diole naturaleza por ellos en su lugar dos alas de murciélago. Tenía en
el pecho figurado la Y pitagórica, y en el estómago, hacia el vientre, una cruz
bien formada. Era hermafrodito y muy formados los dos naturales sexos. No
tenía más que un muslo y en él una pierna con su pie de milano y las garras de
la misma forma. En el ñudo de la rodilla tenía un ojo solo. (84)21
22 Lo que hace la cabeza afecta al resto del cuerpo y las malas lenguas aseguraban que el
Rey usaba de medios dudosos (magia y hechizos) para procurarse descendencia. Véase Reina
Ruíz (98). Vega Ramos ha dedicado un estudio completo a la persistencia de esta lectura alegórica
en España.
104 VICTOR PUEYO
Nulla enim cervici cum virili pene, nulla uteri cum scroto intercedit
similitudo: neque testium eadem est structura, figura, magnitudo, neque
spermaticorum vasorum similis distributio infertioque. Non ergo ea ratione
differre marem a foemina existimandum, quod foemina mas sit imperfectu.
(fol.517)24
Quarta demun eorum est, qui utroque sexu valent, marisque & feminae
munera potenter obeunt, quod utraque genitalia ómnibus numeris (ad
generationem necessariis) completa & perfecta habent: imo & mammam
dextram mari, sinistram feminae similem. (fol.600)26
El propio Martín del Río confiesa haber llegado a las mismas conclusiones
que De Laurens antes de incluso de haberlo leído: “Aunque esto lo escribí
hace muchos años, ha sido en éste de 1606 cuando he dado con la Historia
anatómica de Andrés de Lorenzo, una obra muy cuidada, comprobando para
mi gran satisfacción que la opinión de tan doctísimo médico coincide con la
mía” (395). No era, sin duda, solo un asunto de fuentes, sino algo que afectaba
a la producción de un nuevo itinerario de lo sensible. Por supuesto, la vieja
problemática de la similitud y los “cambios de sexo” persevera; un rápido
vistazo a cualquiera de los textos citados bastaría para constatar que la medicina
26 Finalmente el cuarto tipo es el de los que tienen capacidad en los dos sexos, los que
responden con posibilidad a los deberes del varón y de la hembra, porque tienen ambos aparatos
reproductivos completos y acabados en su cantidad mínima (la necesaria para la reproducción);
y es más, la mama derecha es semejante al varón y la izquierda a la hembra. Por supuesto, esta
cuádruple clasificación ya estaba en Ambroise Paré (37-38), en Gaspar Bauhin (fols. 34-35) y
volverá a aparecer en la Monstrorum historia de Aldrovandi (fol. 41).
106 VICTOR PUEYO
27 Ante la eclosión de este hermafrodita desplegado, médicos y juristas tendrían que elegir
entre dos opciones: a) negar la existencia de aquellos especímenes de los que ofrecen pruebas,
reales o fingidas, las relaciones de sucesos, autopsias y veredictos de otros colegas, como hace el
francés Jean Riolan en su influyente Discourse sur les hermafrodits (1614); b) catalogarlo como
monstruo, maravilla o curiosidad, opción escogida por la mayoría de los autores españoles, pero
también por aquellos que escriben fuera del ámbito hispanohablante (Gaspar Bauhin, Ulisse
Aldrovandi, etc.), como el título del tratado de Riolan (escrito “contre l’opinion commune”) se
esfuerza en constatar. Son de esta opinión común Alfonso Carranza o Pedro García Carrero, médico
personal de Felipe II, que deja muy claro este punto en la Disputatio 73 de sus tempranas (y muy
voluminosas) Disputationes medicae super libros galeni de 1605 (fol. 1179 y siguientes). El más
temprano exponente de la doctrina anti-galénica del “monstruo” hermafrodita podría ser otro
médico de la corte de Felipe II, Luis de Mercado, en su De Mulierum Affectionibus (1579). Cobra
relevancia aquí la distinción de Park y Daston entre una “literatura de prodigios”, difundida más
o menos hasta 1570 con un propósito moral, y una “literatura de maravillas” de extracción secular
destinada al entretenimiento, que comenzaría a circular a partir de 1550. Esta literatura de maravillas
sería la que considerara al monstruo como objeto praeter naturam (“Unnatural” 36-37).
LA INVENCIÓN DEL GÉNERO 107
La escisión del interior y del exterior remite, pues, a la distinción de los dos
pisos, pero ésta remite al Pliegue que se actualiza en los pliegues íntimos
que el alma encierra en el piso de arriba, y que se efectúa en los repliegues
que la materia hace nacer los unos de los otros, siempre en el exterior, en el
piso de abajo. Así pues, el pliegue ideal es el Zwiefalt, pliegue que diferencia
y se diferencia. Cuando Heidegger invoca el Zwiefalt como diferenciante
de la diferencia, quiere decir ante todo que la diferenciación no remite a un
indiferenciado previo, sino a una Diferencia que no cesa de desplegarse y
replegarse en cada uno de los dos lados, y que no despliega uno sin replegar
el otro, en una coextensividad del desvelamiento y del velamiento del Ser,
de la presencia y de la retirada del ente. (44-45)
común que los hace indisociables. Hay, en este sentido, una política de lo que se
resiste a ser doblado en el hermafrodita, una imagen de lo igualitario que tampoco
puede producir identidad, porque los miembros que componen su confusa simetría
no están separados por ninguna línea de puntos.
En la noción del pliegue, por el contrario, parece quedar clausurada la
diferencia entre el momento político (la violencia que fuerza un nuevo reparto
de lo sensible) y el cierre policial (la estructura de lo sensible tal y como existe).32
El primero implica la coexistencia, siquiera precaria, de dos sexos en un mismo
cuerpo; el segundo implica la dependencia o de uno de ellos con respecto al
otro y viceversa. El pliegue, por así decirlo, también los convierte en una
expresión mutua, clausurando su diferencia en un cul-de-sac ideológico que se
sustenta sobre la conflación de dos regímenes de visibilidad dentro del llamado
Barroco. Ambos son modelos de cuerpos plegados, pero aquello que se pliega
(y que se plegará) en ellos no es lo mismo. Lo que trataré de mostrar no es, de
este modo, cómo el nacimiento del género se produjo en virtud de la
universalización o reparto simétrico de una cuota de diferencia, sino más bien
cómo la diferencia – y en este caso la diferencia de género – surgió de la
normalización y disgregación de un escenario de igualdad, de la incorporación
y ordenamiento de una excepción política configurada bajo un régimen de
simetría. Esta excepción es el hermafrodita.
33 Se trata de la a mi juicio acertada crítica que Ruth Gilbert hace del planteamiento de
Foucault, crítica que en última instancia debería cuestionar – como en efecto lo hace, aunque de
una manera muy tímida – la dicotomía ars erotica/scientia sexualis introducida en Historia de
la sexualidad (140).
116 VICTOR PUEYO
que existe robusta evidencia de este castigo sancionador.35 Es, por supuesto,
imposible fijar una cronología donde lo que predomina es un desfase sistémico,
pero sabemos que hasta aproximadamente mediados-finales del siglo XVI
todavía se contemplaba el sacrificio como respuesta a ese crimen consistente
en ser hermafrodita. El propio Foucault refiere el tardío proceso (1599) a Antide
Collas, hermafrodita condenado a la hoguera en la localidad francesa de Dôle:
Tras visitarlo, los médicos concluyeron que, en efecto, ese individuo poseía
los dos sexos, pero que sólo podía poseerlos porque había tenido relaciones
sexuales con Satán y a raíz de ellas había sumado un segundo sexo al
primitivo. Sometido al tormento, el hermafrodita confesó efectivamente
haber tenido relaciones con Satán y fue quemado vivo. (Anormales 73)
36 Sobre la represión de la homosexualidad en los siglos XVI y XVII remito al lector a los
trabajos de Carrasco, Bennassar, Kamen, Monter y Pérez Escohotado. Ver también especialmente
Velasco (Male Delivery 112-119) y Soyer (17-50).
120 VICTOR PUEYO
Nam si vulva, sic ad amussim omnibus suis dimensionibus exacta & pervia sit, ut virile
membrum admittere possit: si menses illac profluant: si capilli promissi sint, tenues hac
molles, si facies foeminea, si vox subtilis, si mammae mulieribus similes sunt, si denique
ad illam totius corporis effoeminati mollitiem, animi quoque fracti & timidi parem
conditiorem additam habeant, & caeteras actiones mulieribus similes, foeminei sexus
potentiores, & plane foeminae judicantur (fol. 41). Pues si la vulva es con detalle tan
exacta en todas sus dimensiones y tan accesible que pueda acoger el miembro viril, si
baja la menstruación por ella, si [a los examinados les] han crecido vellos finos y suaves,
si el aspecto de la cara es femenino, si la voz es aguda, si los pechos son semejantes a
los de las mujeres, si – finalmente – tienen un carácter dirigido a la suavidad de cualquier
cuerpo afeminado y paralelo al de un espíritu frágil y tímido, y el conjunto de sus acciones
es semejante al de las mujeres, son las marcas del sexo femenino las que prevalecen y
son considerados [estos pacientes] directamente hembras.
122 VICTOR PUEYO
40 El jesuita cordobés Tomás Sánchez dedica una disputa a la cuestión del matrimonio
hermafrodita en su Disputationum de sancto matrimonii sacramento (tomo II). Es cierto, como
destaca Soyer, que Sánchez subraya que el hermafrodita deberá elegir marido o mujer de acuerdo
a su sexo predominante, que debe ser determinado por un sexador facultado (52). Pero luego
admite que el sexo predominante podría ser ninguno y ambos y que, en esa situación, el interesado
– o interesada –debería elegir: “Quando autem neuter sexus prevalet, sed uterque est aequalis,
tunc aeque vira ac femina iudicandus est. Cum null ratio urgeat, cur potius huius sexus quam
illius censeatur. Quare potest tunc eligere sexum, quo uti malit” (fol. 381). Pero cuando ni un
sexo ni otro es dominante, sino que ambos son equivalentes, entonces debe ser considerado por
igual hombre y mujer, dado que ninguna razón exige que se le considere más de este sexo que
de aquél. Así puede en esta ocasión elegir el sexo del que quiera hacer uso.
41 “In hos severa admoda lege antiquitus cautum erat […] ut quem malint sexum elegant”
(fol. 600). En lo que respecta a éstos, con una ley severa se había dispuesto, tiempo ha, en la
Antigüedad, […] que eligiesen el sexo que prefiriesen.
124 VICTOR PUEYO
o de algún tipo de disgenesia gonadal), resulta razonable pensar que esta norma
que no se aplicaba sobre nada podía extenderse en realidad a casi todo. Aún
más: en muchos casos sería, lógicamente, esa decisión la que modelara el cuerpo
y no el cuerpo el que validara la decisión. La única condición parecía ser su
carácter autónomo e inviolable. Nadie lo dice tan claramente como Mateu y
Sanz: “hermaphroditii in utroque sexu perfecti eligere sexum debent, et jurare
alio non abuti” (fol. 378). Los hermafroditas que estén definidos en ambos sexos
deben elegir un sexo y jurar no hacer uso ilícito del otro. La obligación de elegir
libremente (“eligere debent”) marca, a través de esta fórmula paradójica, la
entrada en escena de otro tipo de necesidad que tiene su fundamento último en
el libre arbitrio, un tipo de necesidad que ya incorpora la contingencia. Su
modus operandi es el siguiente: la contingencia de la decisión se produce en
base a la necesidad de una condición (la condición hermafrodita) en la misma
medida en que la necesidad del castigo responde a una decisión contingente.
Esta necesidad – que ya no está inscrita en el cuerpo a modo de “tendencia
hacia”, impetus o desequilibrio inherente a su constitución – es fundamental,
porque coincidirá a grandes rasgos con lo que ahora llamamos género cuando
su deber elegir sea históricamente interiorizado.
A partir de la decisión del hermafrodita se establece su primera premisa: no
es suficiente con tener un sexo, hay que identificarse con él, hay que producirlo
como enclave de una subjetividad donde el sujeto se define, naturalmente, como
el resultado de identificar el libre albedrío con el objeto “cuerpo”; con un cuerpo
que, de repente, se vuelve “propio” en virtud de esta elección. El género, como
horizonte de sentido que produce un cierto tipo de sociabilidad sexual, no radica,
por tanto, en la determinación médica del sexo à la Foucault (¿no es una tautología
pensar que se puede determinar la verdad del sexo en razón de criterios
previamente normativos, previamente “verdaderos”?); surge, por el contrario,
de una decisión que ya se presenta a sí misma como investida de legitimidad y
que es capaz, por tanto, de definir qué es legal y qué no lo es, qué es punible y
qué no. Partiendo de ella, el género no es un mero clasificador; es, además, un
mecanismo de interpelación destinado a producir una respuesta positiva propia
que actúa como cemento histórico entre lo necesario y lo contingente.
El despliegue del hermafrodita en los siglos XVI y XVII no constituye
solamente un repertorio de casos más o menos curiosos sobre el que el crítico
contemporáneo puede hacer valoraciones éticas desde su cómoda atalaya liberal;
ofrece, asimismo, una radiografía imaginaria de los criterios de adecuación de
este acto, que constituye en sí misma una hipótesis de género. La controversia
en torno al hermafrodita, en su recurso a la convencionalidad, en toda su
abigarrada densidad casuística, provee el marco propio de esta convergencia
entre una decisión libre y sus determinaciones en que se cifra la moderna noción
de género. El matrimonio de dos hermafroditas, tratado por Mateu y Sanz en
LA INVENCIÓN DEL GÉNERO 125
42 De Elena de Céspedes se habían hecho eco, entre otros, Fuentelapeña (244-245) y Jerónimo
de Huerta (fol. 20v). Son imprescindibles los trabajos de Burshatin y de Maganto Pavón. Ver
también Barbazza (17-40), Vollendorf (11-31) y Soyer (57-67).
126 VICTOR PUEYO
Que la dicha Elena de Céspedes acusada en este proceso, la cual [la] testigo
ha visto y mirado juntamente con Mari Gómez e Isabel Martínez, que la
dicha es mujer e tiene natura de mujer y se le metió por ella una vela dentro
e por cantidad por dicha natura, […] la cual entró premiosa […] También le
vio las tetas y es tan gorda que tiene los pechos grandes conforme al cuerpo,
y pezones, los cuales tiene sino de mujer, y tiene el pecho desbaratado en
alguna manera. (“La intervención” 878)43
condena, tras recibir doscientos azotes, a trabajar gratis durante diez años en
la enfermería de un hospital. En el hospital podrá seguir explotando las argucias
de cirujana que, sin duda, le habían permitido camuflar su vagina y engañar a
los médicos con esos “baldreses” (rudimentarios dildos de la época) que
consiguieron emular el bulboso tacto de un pene. Lo interesante de este episodio
no es, en cualquier caso, la ingeniería disciplinaria del proceso, sino el hecho
de que Elena de Céspedes intentara eludirlo acogiéndose a esa especie de limbo
jurídico que era, todavía entonces, la figura legal del hermafrodita. Al verse
acorralada, Elena/Eleno admite que no era hombre, sino que tenía y siempre
había tenido dos naturalezas. Arguye que cuando la excitación sexual no lo
empujaba hacia afuera, el pequeño miembro viril, de apenas medio pulgar de
longitud, permanecía agazapado tras el pellejo por el que originalmente había
salido. Elena/Eleno sabía lo que hacía. Desde ese espacio de indeterminación
que es el hermafroditismo podría haber esquivado la acusación de bigamia; no
fue hasta el parto, después de todo, que ese hermafroditismo latente (y de todo
punto ignorado) se había hecho manifiesto. Había parido su propio pene. Poco
habría importado, en buena lógica, que hasta ese momento y como mujer hubiera
mantenido relaciones con un hombre. Una vez hermafrodita, a nadie debería
haberle extrañado, además, que desde su nueva condición eligiera ser hombre
para casarse con María del Caño.44 Lamentablemente para Eleno, el examen
médico no validó su supuesta condición “neutra” y, convertida de nuevo en
Elena, hubo de aceptar el castigo sin poder acogerse a este supuesto. Pero la
posibilidad de una coartada existía y Elena trataría de agarrarse a ella como se
agarra un gato a las cortinas del salón. Lo haría, además, con relativo éxito. A
pesar de la sentencia, sobre el cuerpo de Elena/Eleno seguía pesando la sospecha
popular de una doble sexualidad. Israel Burshatin subraya que es el evento del
castigo el que al final disciplinará el cuerpo de Elena de Céspedes, confinándolo
a la esfera de lo femenino. Los inquisidores que redactan los términos del castigo
incluyen en su escenificación un pregón que acompaña a los doscientos azotes.
El pregón reza así:
45 Ver Butler (Cuerpos 33-39). La idea de la inexistencia de la mujer (su coincidencia con
el deseo-falo) está desarrollada a lo largo del Seminario 18 de Lacan.
46 Destaca, dentro de su orientación genealógica, el trabajo de Vázquez y Moreno (Sexo y
razón), que se extiende hasta el siglo XX. Para seguir este proceso de “medicalización de la
carne” en España, sígase 32-48.
LA INVENCIÓN DEL GÉNERO 129
vida en crudo que Aristóteles identifica con la palabra griega zōé – y la vida
politizada, que corresponde al vocablo bīos: una vida cualificada, una cierta
manera de vivir en la polis. Para Agamben “el ingreso de la zōé en la esfera
de la polis, la politización de la nuda vida como tal, constituye el acontecimiento
decisivo de la modernidad, que marca una transformación radical de las
categorías político-filosóficas del pensamiento clásico” (Homo 12). Piénsese
de nuevo, si la fotografía de fondo resulta de alguna utilidad, en la prominencia
de la temática contractualista desde mediados del siglo XVII hasta finales
del XVIII, donde el proyecto civilizador se expresa en los capciosos términos
de una integración de la “vida salvaje” del estado de naturaleza en el marco
político del contrato social. En buena medida, se trata de un cambio equivalente
a lo que el Foucault de La voluntad de saber describe como paso del “Estado
territorial” al “Estado de población”, el proceso por el cual las funciones
básicas de la vida misma (la alimentación, el sexo y la higiene) empiezan a
convertirse en una prioridad jurisdiccional del estado: “Durante milenios el
hombre siguió siendo lo que era para Aristóteles: un animal viviente y además
capaz de una existencia política; el hombre moderno es un animal en cuya
política está puesta en entredicho su vida de ser viviente” (La voluntad 173).
Existe, sin embargo, una diferencia importante entre el acercamiento de
Foucault y el de Agamben al problema de las distintas lógicas que intervienen
en la administración del poder: mientras que en Foucault conviven dos
acepciones efectivas de las tecnologías del poder, una vertical o propiamente
política (la violencia ejercida por el estado soberano) y otra horizontal o
ideológica (la subjetivación de los mecanismos de poder, su conversión en
“formas de vida”), para Agamben estas dos vertientes convergen en la medida
en que la producción imaginaria de un cuerpo político está en la base de la
noción misma de soberanía. No hay soberanía (y por tanto, no hay mecanismos
totalizadores de poder que se objetiven en la ley, en la etiqueta, en las
convenciones, usos y costumbres) sin la excepción biopolítica previa de un
cuerpo soberano (“nuda vida”), de una figura que representa la ley – y que
en este sentido es “sagrada” –, pero que no está regulada por ella. Su
eliminación no puede estar sujeta a la ley, porque supondría la eliminación
de la ley misma, de aquello que hace que la ley sea “legal”. Agamben ilustra
esta paradoja de la soberanía en una oscura figura del derecho romano, el
homo sacer. El homo sacer es aquel “hombre sagrado” que no puede ser
sacrificado, pero cuya eliminación no está penalizada por la ley, dejando
abierta la posibilidad de que pueda asesinado por cualquiera que, de hecho,
quiera o pueda impunemente hacerlo.
Ciertamente, no debemos entender ahora el homo sacer como otra cosa
que como una metáfora de ese paradójico estatus de la soberanía política que
Agamben caracteriza como una “exclusión inclusiva” y que viene a significar
132 VICTOR PUEYO
inocente, infantil y pre-política) ataviada con un pijama de rayas: “lo que los
campos de concentración habían enseñado de verdad a sus moradores era
precisamente que el poner en entredicho la cualidad de hombre provoca una
reacción cuasi biológica de pertenencia a la especie humana” (Homo 18). Para
Agamben, si la política es cada vez más inseparable de una manera de vivir
concreta es solamente porque la vida es el arché o principio de lo político. Lo
mismo sucede con el sexo. Es casi imposible omitir, en este punto, que si ningún
proceso de codificación consigue solidificar sus “valores” sin sacrificar una
imagen cruda de sí mismo, esta nuda vida es, por lo que se refiere al discurso
del género, la posibilidad del hermafrodita. Allí también convergen la excepción
y la norma. La exclusión del hermafrodita sobre la base del veto a la sodomía,
con la necesidad consiguiente de someterlo a elegir su sexualidad, coincidirá
cada vez más nítidamente con su inclusión en un orden basado en la libre
opcionalidad, que refleja una consecuencia ya contemplada en el desarrollo de
la prohibición original: la consecución efectiva de aquello mismo que se prohíbe,
la transformación de la excepción en norma.
No se trata, por tanto, de que el hermafrodita sea capturado, sometido,
catalogado, socializado, sometido a una sexualidad normativa, etc. Hay que
invertir este planteamiento vertical, centrado en la primacía ontológica de una
diferencia previa (el hermafrodita como sujeto “diferente”, con un género
“propio”, etc.). Es más bien el hermafrodita (la zona de indiferenciación entre
lo público y lo privado, lo masculino y lo femenino, lo necesario y lo contingente
en que el hermafrodita existe) el que marca las fronteras de la sociabilidad, del
género como manera de catalogar; el que paradójicamente establece los
parámetros de la sexualidad normativa con su excepción inclusiva. En otras
palabras: el hermafrodita es, en efecto, cooptado, politizado, secuestrado en las
categorías del género; pero al consumarse este secuestro, lo que antes permanecía
en la periferia de la ley (en calidad de excepción, como pasto de la casuística
legal) poco a poco irá coincidiendo con su centro. De ahí se puede deducir el
estatuto plegable del hermafrodita, su existencia precaria, siempre pendiente
de una forzosa decisión – elegir genitales –, como paradigma de aquello que
después, en las formaciones sociales netamente capitalistas, llamaremos género:
la bisexualidad como opción, el cuerpo ambiguo como horizonte y como latencia,
elegir o actuar el sexo como manera de tener sexo, de ser sexo. Si para Judith
Butler, como señalamos arriba, el género es la repetición de una norma, ¿no es
este repliegue del hermafrodita, que lo fragmenta en dos mitades (su decisión
de actuar un sexualidad, su decisión de coincidir con ella) el gesto histórico
fundacional que la performance del género repite, la norma que forzosamente
sigue citando? ¿Es este proceso de “estilización repetida del cuerpo” (El género
98) un acto que subvierte el género o la afirmación misma de su lógica constitutiva,
tal y como se consolida en los siglos XVI y XVII a través de la sutura entre el
134 VICTOR PUEYO
subjetivo” (“both social and subjective”), nos recordaba Teresa de Lauretis (3),
resulta arriesgado hablar de género antes de que las formaciones sociales
mercantiles empezaran a segregar su noción del sujeto privado, es decir, antes
de que el sexo pudiera considerarse como algo propio del sujeto sensu stricto.
No por casualidad, esta palabra (la palabra “género”) no hace apenas acto
de presencia en los textos médicos ni jurídicos de la época, cifrados como están
todavía en la jerga de un aristotelismo medieval.48 Tampoco en los literarios.
Cuando Quevedo maldice en su España defendida la manera en que los hombres
asumen “las galas” de las mujeres, deplora de manera muy explícita que esta
afición al travestismo torne borrosas las fronteras entre ambos: “Al fin hacen
dudoso el sexo, lo cual ha dado ocasión a nuevas pragmáticas, por haber
introducido vicios desconocidos de naturaleza” (124). François Soyer traduce
al inglés: “The end result is that their gender is uncertain and [this practice has
caused to appear] previously unknown vices, which has been the grounds for
the promulgation of new laws” (19). La palabra de Quevedo es, no obstante,
“sexo” y no “género” (“gender”). Entiendo que Quevedo se refiere con “sexo”
a aquello a lo que indudablemente nos referiríamos ahora como “género”, pero
precisamente por esta razón es importante preguntarse por qué es necesario
traducir el sexo a términos de género para hacerlo ideológicamente procesable.
Sería absurdo negar, a tal efecto, que siempre hubo una vinculación de los
agentes sociales con ciertos roles, normas de conducta y códigos penales
relacionados con la sexualidad. Pero dar por buena la existencia de una norma
de género sexual anterior a la existencia de la imagen hegemónica de un sujeto
libre que se identifica “libremente” con su sexualidad es, al menos, tan
comprometido como admitir el régimen de un género humano en la economía
simbólica del feudalismo, donde la diferencia estamental entre laboratores,
oratores y bellatores depende precisamente de su ausencia.
A principios del siglo XVII el hermafroditismo es el resultado de una
subjetividad en ciernes que aparece, ante nuestros ojos, como el espejismo de
una subjetividad fragmentada, aunque solo sea porque se faja en el encuentro,
la lucha y la mutua imbricación de dos discursos ideológicos contrapuestos: el
Bien la conozco —dijo Sancho—, y sé decir que tira tan bien una barra
como el más forzudo zagal de todo el pueblo. ¡Vive el Dador, que es moza
de chapa, hecha y derecha y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba
del lodo a cualquier caballero andante o por andar que la tuviere por señora!
¡Oh hideputa, qué rejo que tiene, y qué voz! Sé decir que se puso un día
encima del campanario del aldea a llamar unos zagales suyos que andaban
en un barbecho de su padre, y, aunque estaban de allí más de media legua,
así la oyeron como si estuvieran al pie de la torre. Y lo mejor que tiene es
que no es nada melindrosa, porque tiene mucho de cortesana: con todos se
burla y de todo hace mueca y donaire. Ahora digo, señor Caballero de la
Triste Figura, que no solamente puede y debe vuestra merced hacer locuras
138 VICTOR PUEYO
por ella, sino que con justo título puede desesperarse y ahorcarse, que nadie
habrá que lo sepa que no diga que hizo demasiado de bien, puesto que le
lleve el diablo. Y querría ya verme en camino, solo por vella, que ha muchos
días que no la veo y debe de estar ya trocada, porque gasta mucho la faz de
las mujeres andar siempre al campo, al sol y al aire. (283-284)
50 El primero en llamar la atención sobre este grabado fue Anthony G. Lo Ré en una nota
publicada en la revista Cervantes. Su lectura (el semblante lánguido y cabizbajo de Don Quijote
en el grabado demuestra que la novela fue recibida como algo más que una obra de burlas) obvia,
por lo demás, que esta seriedad es inherente a la lógica misma del carnaval, a la ambivalencia
jánica e indecisa de un “semblante”.
140
VICTOR PUEYO
Dulcinea sea tópicamente la sin par Dulcinea puede leerse de dos maneras
distintas: por un lado, está claro que subraya el hecho irónico de que Aldonza
Lorenzo es una mujer común, una más como cualquier otra o incluso la más
común de todas (y de ahí que no tenga par). Por otro lado, si algo caracteriza
su existencia en la novela es que sí lo tiene: Dulcinea es el par de Aldonza
Lorenzo y viceversa. Lo normal habría sido encontrarlas desfilando por separado
y, sin embargo, lo que nos confía esta primera representación alemana del elenco
de la novela es una imagen sintética de ellas: una Dulcinea considerablemente
virilizada a la par que una Aldonza dulcificada por las galas de una dama de
corte, ambas reunidas en un mismo cuerpo. Su aspecto, como el de Maritornes,
no difiere en absoluto del prototipo de maravilla hermafrodita que constituían
Brígida del Río o Magdalena Ventura; antes bien, exhibe orgullosa todos sus
rasgos constitutivos. A la luz de esta ilustración, cabe aventurar que el problema
no es que exista una esencia indeterminada, espacio de anomia o vida desnuda
que no puede ser traducida a la representación por el nivel simbólico del lenguaje;
el problema es, más bien, que hay dos niveles simbólicos entrecruzados, dos
canales ideológicos a través de los cuales la dama de Don Quijote/Alonso Quijano
está siendo representada de manera alterna (a veces Aldonza, otras Dulcinea)
y cuyo cruce hipotético es el cuerpo hermafrodita. Esta imagen funciona como
una especie de expectativa que rara vez se realiza plenamente, pero que se
insinúa de manera fugaz en ilustraciones tan explícitas como esta.
Los dos canales que la conforman deberían ser fácilmente identificables para
el lector de la época e incluso para el lector contemporáneo. Por un lado, Dulcinea
“sale” directamente de la descomposición del código petrarquista, que había
sido ciertamente no solo un código poético, sino también una manera de ameritar
la capacidad letrada de los administradores, burócratas, juristas, legisladores,
corregidores del nuevo aparato público del estado absolutista. El ejercicio de
las letras, como es sabido, era uno de las pocas vías disponibles para escalar
peldaños en el organigrama estamental de la España de los Habsburgo. Por eso
Sancho quiere ser político, gobernador de una ínsula, cortesano parvenu;
miembro de ese estado hipertrofiado que a duras penas trataba de adaptarse a
lo que Immanuel Wallerstein llamó, hace tiempo, “mercado-mundo”.51 Pero
sobre todo y ante todo es un código, una norma, horma o forma como la que
Aristóteles identifica con lo fálico-masculino. En este sentido, el resultado de
“arrancar” de cuajo este código es el burócrata ignorante en política (Sancho,
que se comunica a base de eructos y toscos refranes) y la dama grotesca, material,
deforme en poesía (Aldonza Lorenzo). El lenguaje en que está escrita Dulcinea
51 “Posteriormente se han podido cerrar esos Estados, pero sólo de una manera efímera,
porque en verdad el mercado ha sido siempre y desde el principio el mercado de toda la economía-
mundo en su conjunto […] desde el siglo XVI hasta hoy” (233-234).
142 VICTOR PUEYO
¿Por qué iba a negarse a firmar el caballero, cuando ya lo había hecho con
la carta de amor que acompañaba a la libranza? La respuesta de Gonzalo Torrente
Ballester es aguda. Una carta de amor es perfectamente inocua, pero:
El episodio deja en el aire toda certeza sobre la locura y la cordura del hidalgo
y suspende, de paso, la oposición entre Don Quijote y Alonso Quijano. Un
garabato – la rúbrica – es la solución de compromiso que mantiene la tensión
entre ambas polaridades. Es, ciertamente, la misma tensión que hace hablar al
narrador Cide Hamete Benengeli, en tantas ocasiones, como si fuera el narrador
de una novela de caballerías, o la que impide discernir las líneas del rostro
(emborronadas, confusas) de la musa de la primera novela moderna. Este
garabato es lo Real, la maraña en que se enredan las anatomías superpuestas
de Dulcinea y Aldonza, su convivencia en un régimen binario de incertidumbre.
De acuerdo con los modelos que provee el discurso médico-jurídico del siglo
XVII, resulta crucial entonces distinguir entre la representación de una mujer
hombruna (el hermafrodita plegado) y la presentación de lo indecidible en tanto
potencia monstruosa (el hermafrodita desplegado), en tanto excepción destinada
a producir un nuevo marco de referencialidad. Si la primera es Aldonza Lorenzo,
la segunda es su disposición geminada en las figuras de Aldonza y Dulcinea,
144 VICTOR PUEYO
52 Mientras Quevedo insiste en caracterizar a su enemigo Góngora (el poeta del hipérbaton,
el poeta invertido) como poeta hermafrodita, Cascales valora así en sus Tablas poéticas de 1617
el género mixto de la tragicomedia: “ni son comedias, ni sombra de ellas. Son unos hermafroditos,
unos monstruos de la poesía […]. Son Tragedias dobles, que es tanto como decir malas Tragedias,
y aun este nombre les doy de mala gana, porque tienen muy poco de sujeto trágico con que se
ha de mover a misericordia y miedo” (194).
LA INVENCIÓN DEL GÉNERO 145
53 “Esta, ya que no es Luscinda, no es persona humana, sino divina” (318). No tiene demasiado
sentido que diga que no es Luscinda (su amada, supuestamente incomparable) si lo que quiere
implicar no es que se podría comparar a ella de ser una mujer. Redondo secunda esta lectura:
“Se crea una tensión erótica difícilmente aguantable porque además parece como si dichos
mirones estuvieran contemplando un esbozo de la corporeidad del andrógino primitivo” (En
busca 127).
4
Cuerpos bilocados
María Coronel (después conocida como María de Jesús de Ágreda) nace en 1602
en el seno de una familia noble venida a menos, de conspicua vocación religiosa
y, muy probablemente, de origen converso.1 De su infancia suele recordarse la
fuerte impresión que le produjo el estreno de una comedia de Lope de Vega, que
habría tenido lugar tras la procesión de Corpus Christi en Ágreda y que su propio
padre, Francisco Coronel, habría comisionado para el consistorio. Corría el año
1609 y esta obra profética era El Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón.2
La infancia de María transcurrirá con normalidad en adelante hasta que, pocos
años más tarde, contemple un giro drástico. Su madre, Catalina de Arana, decide
acometer la empresa – según ella revelada – de fundar un convento concepcionista
en la propia localidad de Ágreda. Allí ingresaría en 1618 junto con sus dos hijas
y otras monjas, descalzas y calzadas, de la orden carmelita. La vocación de María
era, ciertamente, una vocación heredada, pero esto no impidió que se manifestara
en tempranas “exterioridades”. Al contrario; incluso antes de tomar el hábito,
María ya sufría los primeros raptos y las primeras tribulaciones místicas.
Sobresalen, entre ellos, los ejercicios de levitación que le llevarían a escribir el
Tratado de la redondez de la tierra, verdadero atlas visual de los cuatro continentes
conocidos, cuyos valles, montañas y razas monstruosas son descritos por la joven
desde un firmamento hasta el que dice haberse elevado en sueños.3 Tenía quince
1 Ver Colahan (The Visions 34-41). Sobre la biografía de la monja, me remito a Kendrick a
y Fedewa. Pueden consultarse también los trabajos de Pierotti, Suárez Fernández, Fernández Gracia,
Ferrús Antón y los artículos de Hickerson, Donahue, Morte Acín, Kate Risse y Rima de Vallbona.
2 Peña García (293).
3 El Tratado fue declarado apócrifo por la Sagrada Congregación de la Romana y Universal
Inquisición (hoy Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe) el 20 de marzo de 1762. Es
improbable que lo sea. Colahan lo traduce junto con otro texto de polémica atribución, el Tratado
de la mapa y discreción breve de los orbes celestiales desde el cielo Impírico hasta el centro de
tierra (The Visions 47-91); Mónica Díaz y Grady Wray están preparando una edición crítica de
estos textos. Sobre el último y sobre el problema de la autoría de los textos dudosos en general,
véase también Marco Frontelo (651-652).
148 VICTOR PUEYO
años y este era su primer viaje a América sin salir del convento, pero no sería
ni mucho menos el último.
Poco después, María Coronel revelará a su confesor, Juan de Torrecilla,
que podía dar gran detalle de la vida salvaje, f lora y fauna de las regiones
que hoy conocemos como Nuevo México, Texas y Arizona. Allí llevaba
desplazándose, no en vano, desde 1620, en viajes sucesivos durante los
que había podido aproximarse a los indígenas y llamarlos por el camino
de la fe. Lo había hecho, otra vez, sin salir del convento. Rápidamente el
rumor sobre este hecho extraordinario se extiende (la discreción no debía
de estar entre las mejores virtudes del padre Torrecilla) hasta alcanzar en
1622 los oídos del ministro general de la Orden de San Francisco, Bernardino
de Siena, que andaba por casualidad de visita en Ágreda. La reacción
tardaría en producirse. Hasta 1626 no llegará una carta con matasellos de
Madrid a las manos del arzobispo de México, Francisco de Manso y Zúñiga.
Trae noticias de la monja, cuya historia debió de fascinar a Manso. Tanto
fue así que el arzobispo enviaría inmediatamente una expedición de treinta
frailes en busca de todas aquellas tribus indígenas con las que sor María
de Jesús podría haber entrado en contacto. La tentativa de seguirle el rastro
en América a una monja que, de hecho, seguía encerrada en su convento
de Soria podría parecer en sí misma bizarra, pero se vería superada por
los acontecimientos cuando, de repente, un nuevo testimonio entrara en
escena. El testimonio llegaba desde Nuevo México. Fray Alonso de
Benavides, misionero instalado junto al lecho del Río Grande desde finales
de 1625, relata en su Memorial de 1630 que una delegación de la tribu de
los indios jumanos, oriundos de la moderna Texas, se había aproximado
en 1629 a su misión de San Antonio de Isleta, cercana a Albuquerque,
portando crucifijos y exigiendo su bautismo. No era la primera vez que la
visitaban; en varias otras ocasiones habían intentado que los franciscanos
enviaran a un fraile a su asentamiento con la excusa de vender pieles de
búfalo. En todas ellas habían recibido un no por respuesta. Pero esta vez
sucedió algo inesperado:
Antes que [se] fuesen, preguntando a los indios que nos dijesen la causa
por que con tanto afecto nos pedían el bautismo y religiosos que los fuese
a dotrinar, respondieron que una mujer como aquélla que allí teníamos
pintada (que era un retrato de la Madre Luisa de Carrión) les predicaba a
cada uno dellos en su lengua que viniesen a llamar a los padres para que los
enseñasen y bautizasen, y que no fuesen perezosos; y que la mujer que les
predicaba estaba vestida ni más ni menos como la que allí estaba pintada,
pero que el rostro no era como aquél, sino que era moça y hermosa. Y
siempre que venían indios de nuevo de aquellas naciones, mirando el retrato
y confiriéndolo entre sí, decían que el vestido era el mismo, pero que el
EL CUERPO GEMINADO EN LAS VIDAS SANTAS 149
rostro no, porque el de la mujer que les predicaba era de moça y hermosa.
(158-159)4
4 Cito de la edición de Hodge y Lummis (traducción de Edward Ayer), que es la única que
reproduce el Memorial original en castellano y en formato facsimilar. La paginación corresponde
a los folios 86 y 87 del texto. Otras ediciones críticas, siempre traducidas al inglés, son la de
Lynch (traducción de Peter Forrestal) y la más reciente de Morrow (traducida por él mismo).
5 El fraile portugués debía de saber de antemano de las supuestas visitas de la monja a
Nuevo México, porque los treinta frailes que se habían desplazado desde España a la capital
azteca en 1627 habían llegado a San Antonio de Isleta, acompañados por Esteban de Perea, ese
mismo año de 1629. No es extraño que alguno de estos frailes hablara con Benavides y le explicara
su propósito, que no era otro que verificar que sor María Jesús se había aparecido corporalmente
en algún lugar cercano. A partir de una serie de descripciones peregrinas y sin apenas conocer
la geografía de la región – no hubo colonias al norte de México hasta 1598 – los treinta frailes
se habían aventurado en la busca de tribus acaso imaginadas por la monja (chillescas, guismanes,
aburcos), hasta que finalmente habían dado con la misión de Benavides. Semejante viaje exigía,
después de todo, algún tipo de resultado. Si este entendimiento se produjo, Benavides habría
podido manejar el testimonio de los jumanos a placer, cumpliendo los designios de una monja
que, encerrada a miles de leguas de distancia, ignoraba que el milagro se había consumado.
Véase Kendrick (31) y Colahan (The Visions 102 y siguientes).
6 Utilizo la edición del Memorial revisado de Hodge, Hammond y Rey.
150 VICTOR PUEYO
Me dijo esta bendita madre que había asistido conmigo al Bautismo de los
Pizos y me conoció ser el mismo que allí vio. Asimismo asistió al padre
Fray Cristóbal Quirós a unos bautismos, dando las señas verdaderas de su
persona y rostro, hasta decir que, aunque era viejo, no se le echaban de ver
las canas, que era carilargo y colorado de rostro; y que una vez estando
el padre bautizando en su Iglesia, iban entrando muchos Indios y se iban
amontonando a la puerta y que ella por sus mismas manos los iba empujando
y acomodando en sus lugares para que no se estorbasen; y que ellos veían a
quién los empujaba y se reían cuando no veían quién lo hacía. (Palou 334)
7 Es imposible saber hasta qué punto la religiosa se “dejó llevar” por los cantos de sirena
de una cuanto menos navegable agenda franciscana. Algunos críticos como Kessell le reservan
un papel más activo en la gestión del milagro, basándose en lo mucho que el empujón
publicitario habría ayudado a recaudar fondos para ese refugio de clausura del que ya era
abadesa: “Was fray Alonso leading the witness, or did the youthful abbess go along willingly?
His story, after all, lent priestly validation to her earlier experiences, and the publicity was
good for fundraising” (127).
EL CUERPO GEMINADO EN LAS VIDAS SANTAS 151
8 Por el mero hecho de contestarle a una carta negándole su apoyo. Para una exploración
más extensiva de este proceso, consúltese Colahan (“María de Jesús” 161-170), Fedewa (167-195)
y, como fuente “primaria” en general, el volumen de Royo, que tuvo tiempo de resumir el
contenido del interrogatorio en 1914, antes de que el informe se evaporara misteriosamente.
152 VICTOR PUEYO
9 El documento fue rescatado y reproducido por Rima de Vallbona en 1988 (162). Los
moqui, también conocidos como hopi, son una de las tribus en cuya busca parten los padres
comandados por Perea. La primera misión no fue establecida, de hecho, hasta su llegada en 1629.
Era un pueblo particularmente hostil y reacio a la cristianización. En 1680 se rebelarán contra
los cuatro frailes franciscanos que creían estar evangelizándolos y les darán muerte, al tiempo
que prenden fuego a la misión. Irónicamente, o no, la palabra “moqui” significaba en su propia
lengua aborigen ‘muertos’. Ver Lynch (32). Sobre el legado de Sor María de Ágreda después de
su muerte en 1665, véase Fedewa (239-273) y el artículo de Barr.
10 Sobre el santo italiano, puede consultarse el monumental tratado de teología mística de
Royo (849), así como la obra clásica de Ribet (191 y siguientes).
EL CUERPO GEMINADO EN LAS VIDAS SANTAS 153
Morata son solo algunos de los nombres que nos recuerdan que la bilocación,
lejos de pertenecer al dominio de lo paranormal, constituye un fenómeno cuya
profunda y contradictoria normalidad todavía aguarda un relato. El objetivo de
las páginas que siguen es paliar en lo posible esta carencia, ofreciendo ese relato
que consiga explicar por qué tantas monjas reclusas deciden, en plena coyuntura
histórica de transición, tener dos cuerpos: probar a bilocarse.
producían sobre el mapa, así, un pliegue que servía para amortiguar la ansiedad
del espacio vacío que mediaba entre dos territorios remotos.12
Los paralelismos entre las dos monjas son precisos, medidos, exageradamente
simétricos incluso para ser deliberados. Como María de Jesús, Luisa de Carrión
había adquirido notoriedad haciendo gala de sus arrobamientos místicos, entre
los que destacaba su capacidad de estar en dos lugares al mismo tiempo; como
ella, gozaba del favor del rey (en este caso, de Felipe III), cuya confianza se
había sabido ganar con sabios consejos; y como ella, también, había padecido
el acoso de la autoridad inquisitorial, sometiéndose a un tortuoso proceso del
que finalmente había salido indemne.
Este proceso tuvo, como no podía ser de otro modo, un detonante político.
También había lucha de clases dentro del convento. Desde que fuera nombrada
abadesa del de Carrión en 1609, Luisa Colmenares había tratado de implementar
la estricta observancia del dogma de Santa Clara, que aconsejaba guardar voto
de igualdad en sus cenobios. Las religiosas que provenían de la alta nobleza
seguían siendo nobles en la calle, pero perdían automáticamente sus privilegios
y prebendas dentro del convento.13 Entre ellas se encontraban Inés Manrique
de Lara, nieta del arzobispo de Burgos, y Jerónima de Osorio, emparentada con
una familia de similar abolengo. Según relata al inquisidor general otra hermana,
de nombre María Gallo, “la Madre Luisa había cortado las escandalosas libertades
que se habían tomado [algunas monjas], pues trataban con hombres
deshonestamente y los metían a dormir en el convento en diversas noches y
tiempos” (fol. 635).14 Dándose por aludidas, Manrique y Osorio reaccionaron
denunciando a la madre abadesa por fingimiento y fraude en sus exhibiciones
de piedad. La delirante biografía de la monja que el Padre Domingo Aspe había
redactado, y que Luisa de Carrión – como María de Ágreda después – había
cometido el error de firmar, servía en bandeja de plata a sus detractoras el primer
cargo de sustancia de un largo y tórrido proceso, titulado “Del sustento y comida
de Sor Luisa, según lo que consta de testigos” (fol. 2v).15 Aspes había tenido la
osadía de declarar que la hermana clarisa se alimentaba solamente del vapor
de la olla en que hacía la comida y que la primera leche que había mamado era
12 Hasta tal punto era así, que mientras los hechos relatados con sor María de Jesús sucedían
en Nuevo México, al otro lado del mapa, en la costa pacífica, Francisco de Ortega pertrechaba
el barco que habría de partir de San Pedro hacia California el veintisiete de febrero de 1632. Se
trataba de una empresa poco prometedora, que, de hecho, ya se había frustrado en varias ocasiones,
pero que ahora iba a saldarse con éxito. Ese barco que suturaría las dos Américas por el poniente
tenía un nombre: era el Madre Luisa de la Ascensión. Ver Bancroft 170-171.
13 Márquez de la Plata 27-73.
14 A.H.N. Inquisición. Legajo 37, caja II.
15 Todos estos datos pueden extraerse de un valioso documento (sin lugar ni fecha de
publicación) titulado Relación de la causa de sor Luisa de la Ascensión, monja del convento de
Santa Clara de Carrión. Las actas del proceso permanecen en el Archivo de Simancas.
EL CUERPO GEMINADO EN LAS VIDAS SANTAS 155
la de la Virgen María (60).16 Los testigos, claro está, negaban la mayor. Si sor
Luisa sobrevivía a pan y agua tantas jornadas, argüían, no era porque Dios
obrara en su favor (asistiéndola en el milagro de la inedia), sino porque la monja
vulneraba los términos de la penitencia introduciendo comida en su celda. No
la habían visto comer, pero habían hallado en ella buenos trozos de tocino,
restos de bizcocho e incluso algunas “reliquias de vaca”.
A pesar del malestar de Felipe III, quien sí intercedió en el proceso, el Santo
Oficio no depuso su inquisitio contra sor Luisa y el litigio continuaría hasta que
se dictara su absolución definitiva en 1640.17 Para entonces, la religiosa ya
llevaba cuatro años muerta, pero este hecho no hizo sino impulsar una campaña
por la restauración de su buen nombre.18 De 1643 data el Memorial informativo
en defensa de Sor Luisa de la Ascensión, de fray Pedro de Balbás. En el punto
50 de este apologético, titulado “De los aparecimientos de Sor Luisa”, Balbás
enumera algunas de las 233 bilocaciones que se le atribuyen. Sor Luisa se habría
aparecido:
José Manuel Valdés, ciertos poderes le habrían sido otorgados por las cuentas
de un rosario que había llegado de España y que pertenecía a “una religiosa
llamada la madre Luisa de Carrión” (140). Si recordamos el testimonio de la
propia sor María a propósito de su encuentro con Benavides, la monja también
regresaba de uno de sus viajes sin un rosario que había desaparecido del convento
en Ágreda y cuya extraviada materialidad probaría que se había desplazado
corporalmente a América. No queda claro si por el poder que le confería este
objeto, a Martín de Porres se le atribuyen, como a sus contemporáneas peninsulares,
varias escapadas de este jaez, la mayoría de ellas para atender enfermos en el
cercano Convento del Santo Rosario de Lima (Compendio 46-47).
Su caso no difiere en lo sustancial de otros menos conocidos que se producirán
bajo parecidas circunstancias en América. Duplicarse de este modo formaba
parte ya, a mediados del siglo XVII, de un habitus extendido en conventos y
monasterios a ambos lado del océano.23 El destino variaba, por supuesto,
dependiendo del lugar de origen. Las monjas españolas se bilocaban al Nuevo
Mundo, mientras que las monjas americanas, a falta de almas puras que redimir
en la metrópoli, preferían hacerlo, por lo general, a un lugar exótico como el
Lejano Oriente.
Jerónima Nava y Saavedra, clarisa nacida en la Nueva Granada en 1669,
entrega a su confesor Juan de Olmos y Zapiaín unos “papeles” que este prologaría
y titularía como la Vida de la madre Jerónima del Espíritu Santo. Entre estos
legajos, destaca cierta visión que Jerónima experimenta una tarde en el coro.
La monja narra cómo Jesucristo (no sabemos si en guisa de jardinero) entra en
su jardín interior para hacer labores de horticultura. Como los muros de este
particular locus amoenus están algo maltrechos, le pide que los apuntale, a lo
que Jesucristo accede con agrado. Apenas da por terminada la tarea con un
cómico “ortuz conclusus” (el latín de oído de doña Jerónima es hilarante), el
jardinero parece invitar a Jerónima a dar un paseo: “Y estaba también como
con deseo de yrme algún sitio a divertirme; pero había de ser yendo conmigo
el Señor. Y me desía: <<¿dónde quieres que te llebe?>>” (83). Naturalmente, el
verbo “divertirse” retiene ese doble significado de “disfrutar” y “bifurcarse”
que Jerónima hace efectivo de inmediato, en cuanto advierte que el Señor la ha
transportado nada menos que a Asia:
23 E incluso en medio de él. Amaro Rodríguez, corsario nacido en 1678, aseguraba haber
sido socorrido y salvado de un naufragio por una monja que no había abandonado su convento
de Santo Domingo de la Laguna (Tenerife). A esta monja canaria, María de León Bello, también
se le atribuye el don de la bilocación. Véase Miguens Narváiz (272-274).
EL CUERPO GEMINADO EN LAS VIDAS SANTAS 159
desía: “ésta es la Asia”. Y me dava a entender que allí avía pocos que le
conosiesen; y que pidiera por ellos que nesesitavan de gran lus. (83)24
24 Para Arenal y Schlau, la monja imita la movilidad de sor María de Jesús de Ágreda (14).
160 VICTOR PUEYO
angélica o divina pone remedio teológico a una nueva y cada vez más desafiante
necesidad: la necesidad de recortar las distancias en un mundo “globalizado”.
Solo en base a esta necesidad el sentido de la bilocación como práctica
evangelizadora e incluso como práctica reguladora de tensiones y contradicciones
en el nivel simbólico se torna más o menos obvio. El mercantilismo había
inyectado en el mundo grandes extensiones de espacio vacío por el que los
cuerpos circulaban como circulaban las mercancías o navegaban los barcos,
vastos territorios que ni los aparatos estatales ni los aparatos de la curia
eclesiástica podían abarcar. Con su movimiento constante, estos cuerpos
desestabilizan la concepción (aristotélica y después agustiniana) de un cosmos
perfectamente integrado por una concatenación de lugares naturales en esa
larga gradación ontológica que es la scala naturae o cadena del ser.25
Naturalmente, la condición que impone esta cadena para la preservación
del orden cosmológico es que nada se mueva de su sitio, pero siempre, claro
está, existe la posibilidad de que esto suceda. Negarla significaría negar el libre
albedrío, lo que suponía un problema teológico todavía mucho mayor. De ahí
que la solución escotista de la mediación divina ad extra, recomendada en el
Capítulo General de Toledo de 1633, se plantee como una solución necesaria
ante el riesgo de desbaratamiento que supone una posible interrupción de esa
comunicación vertical.26 El mediador divino vendría a rellenar esos huecos
que dejan los cuerpos que se mueven o a devolverlos a su lugar natural. Si
imaginamos esta cadena del ser como una cremallera, el mediador es ese agente
que tiene la misión de abrocharla. También es posible imaginarla – quizá de
manera más significativa – como un rosario cuyas cuentas son cuerpos que
permanecen apretados y que, al ir pasando, regresan a su lugar natural. Cada
hueco está ocupado por un cuerpo destinado al mismo tiempo a ocupar ese
lugar y a mediar entre otros dos, a definirlos con su presencia. En términos
ideológicos, el éxito del escotismo en el siglo XVII puede evaluarse como un
efecto directo del intervencionismo político de las monarquías autoritarias en
el discurso de la teología franciscana, pero sobre todo como una respuesta a
ese horror vacui que el propio proceso de acumulación primitiva venía generando
25 Ver Marco Frontelo (657-662) y Solaguren (LXII-LXIII). La propia sor María de Ágreda
había dejado claro en el Tratado de la mapa que la disposición natural de los elementos es “estar
unos encima de otros” y que todos tienen un principio intrínseco de movimiento que los devuelve
a su lugar natural (Marco Frontelo 658). En la Mística Ciudad de Dios añadirá que el conocimiento
de las criaturas mortales es un conocimiento gradativo (“de una cosa a conocer otra”) que consiste
en seguir los peldaños de esta scala naturae en orden (31). Significativamente, la relación de
Jiménez Samaniego refiere cómo la monja comenzó y no terminó en su juventud “un tratado que
llamó Escala” (52).
26 El escotismo, plasmado en la fórmula summun bonum summe difussivum, es explícito en
la propia Mística ciudad de Dios. Dios tiene una inclinación comunicativa y en base a ella se
comunica constantemente con sus criaturas mediante la gracia (32-33).
EL CUERPO GEMINADO EN LAS VIDAS SANTAS 161
29 “Space is nothing else, but that order or relation; and it is nothing at all without bodies” (26).
30 Compárese con la quinta carta a Clarke (55-96).
EL CUERPO GEMINADO EN LAS VIDAS SANTAS 163
31 “He will be comprehended under the nature of things; that is, he will be the soul of the
world” (Leibniz and Clarke 20).
164 VICTOR PUEYO
33 Vollendorf nos proporciona un esmerado compendio en el que figuran, entre otras muchas,
su correligionaria Ana de San Bartolomé y su sobrina Beatriz de Jesús, pasando por la propia María
Jesús de Ágreda o por Marcela de San Félix, hija de Lope de Vega (“Transatlantic Ties” 85-91).
34 Ya desde el prólogo: “Quisiera yo que, como me han mandado y dado larga licencia para
que escriba el modo de oración y las mercedes que el Señor me ha hecho, me la dieran para que
muy por menudo y con claridad dijera mis grandes pecados y ruin vida” (33). El subrayado es
mío. Ver también Myers (39-47) y para el caso novohispano Franco (3-55) y Lavrin (314-319).
35 Véase Llamas Martínez (12-13). Sobre la situación general de las mujeres frente a la
Inquisición, me remito a la excelente obra de Vollendorf, que provee una bibliografía actualizada
(Lives of Women).
166 VICTOR PUEYO
se produce entre una lectura feudal del evento mercantil y una lectura mercantil
del evento sagrado.39
Pero si el mediador evanescente recibe este nombre es precisamente porque
desaparecerá tan pronto como haya cumplido la misión histórica que estaba
llamado a desempeñar.40 La transformación del pícaro en sujeto de la experiencia
o de la razón (de Scarron a Defoe y Lesage) marca el instante de su desvanecimiento
en buena parte de la “picaresca” europea. Estos elementos de mediación
permanecerán, sin embargo, cristalizados en España en base al impacto
petrificador que la contrarreforma tiene sobre el nivel político de las relaciones
sociales, tanto dentro como fuera de las instituciones religiosas. Donde la
reforma protestante recomienda una lectura transparente de los textos y de los
cuerpos, la contrarreforma multiplica las mediaciones. La confesión, la tortura,
la escritura (los textos sagrados) o el icono son algunas de sus formas más
recurrentes, como corresponde al énfasis que el concilio otorga a las obras
frente a la fe: las obras pueden ser confesadas, comentadas, sancionadas y
castigadas, mediadas y arbitradas; la fe, no. El icono, a este respecto, es la
encarnación de una fe que adquiere su relieve en el cuerpo, pero que no es el
objeto de la fe, sino un elemento “de enganche”, de la misma manera en que el
santo media en la consecución del milagro sin ser en absoluto su agente inmediato.
Es esta transición entre lo público y lo privado, siempre de antemano intercedida,
lo que prolonga la continuidad de aquellos mediadores que habían protagonizado
la primera etapa de la transición. Así reflotan, a principios del XVII, algunas
de sus figuras más reconocibles: el pícaro barroco, el peregrino ambulante, la
mujer pública o el bufón de corte. Pero lo hacen recorriendo el mismo camino
en la dirección inversa: el elemento de enganche que en el Lazarillo de Tormes
conseguía tender puentes entre los diferentes espacios, ahora sirve para ejecutar
su soldadura. Si Lázaro llevaba la calle a las miserias íntimas del cura, el
escudero o el buldero, desvelándolas, Guzmán devolvía la miseria a la calle, el
pícaro a su “lugar natural”, exponiendo un desastre cuyo adentro, a fin de
cuentas, ya se veía desde afuera (en una cicatriz, tal vez, o en los denodados
jirones de su ropa). Allí mismo, en la calle, la agenda de la Contrarreforma
encontraba la satisfacción de sus premisas más elementales, que se dejaban
entender también de adentro a afuera y de afuera a adentro, del templo a la calle
y de la calle al templo, como si ambos espacios hubieran también de plegarse
el uno sobre el otro para consumar la letra pequeña de su programa.
39 El criado en los nuevos burgos depende al mismo tiempo de un salario y de los viejos
lazos de vasallaje, hasta el punto de que una vieja prostituta como Celestina puede ser señora de
sus criadas y al mismo tiempo criada de aquellos a los que trata con la deferencia de señores sin
que esto suponga una contradicción. Para un análisis más exhaustivo de la constitución simbólica
de estas figuras transicionales de mediación en España, ver Pueyo (“Sobre la categoría”).
40 Compárese con Jameson (78-79).
170 VICTOR PUEYO
El martes veinte y uno de julio [de 1665] estaba sor Beatriz fregando en la
cocina, muy gustosa de emplearse en aquel humilde ministerio. Aparecióse
el infante Jesús Niño hermosísimo y le decía: Beatriz, ¿quieres que te ayude
a fregar? Recelosa la Sierva de Dios de algún engaño del enemigo, procuraba
divertirse, aplicándose con mayor conato a su tarea […]. Permanecía la
visión, y rindiéndose ya el espíritu a su interior impulso, que lo arrebataba,
decía la afortunada Novicia: “Señor, dejadme ahora fregar, que tiempo
43 En Arenal y Schlau (81). Las autoras recogen, además, el texto íntegro (80-108).
44 Beatriz entra en el convento el cinco de mayo de 1665, un día después de la muerte de la
monja soriana. De ella toma el nombre religioso que añade a Beatriz, como se puede leer en el
texto. Ese mismo día se observan misteriosos fenómenos en el cielo de Granada (fol. 136).
172 VICTOR PUEYO
habrá después para que nos veamos”. Venció el ímpetu del amor y quedó
absorta con el estropajo en la mano, uniéndose el Alma con su Soberano
Dueño. (145-146)
pasar por duplicar el cuerpo, por hacerse visible a los ojos de un testigo. La
tentativa de otorgar al alma un estatuto sólido respondía a las restricciones que
el propio clima ideológico de la Contrarreforma imponía al ámbito de la
representación. Esto no significa que el alma solo pudiera separarse bajo la
forma de otro cuerpo, pero la posibilidad de que así fuera, de que el cuerpo
mismo pudiera ser visto, tocado o testificado, vacunaba a las religiosas contra
toda sospecha de una espiritualidad libre, incorpórea, no mediada por las
instituciones ni por sus normas; una espiritualidad privada y, como tal, herética.
Con el fin de esquivar esta sospecha, las monjas que dicen haberse bilocado se
abastecen de tantos testigos como puedan ser necesarios. Había sido así desde
las tempranas bilocaciones de Santa Teresa de Jesús, quien, si bien no es la
primera monja en bilocarse, sí se postula como el antecedente de muchas que
lo harán después siguiendo su estela.45 Las actas de los Procesos de beatificación
y canonización, publicadas por Silverio de Santa Teresa en 1931, recogen al
menos cuatro episodios de bilocación vinculados a la monja abulense. Dos de
ellos cuentan con un mismo testigo de excepción: su correligionaria Ana de
Agustín. En una de las ocasiones, Teresa, que se encuentra a treinta leguas de
distancia, se le aparece en su casa para instarle a desistir de su propósito de
mudarse. En otra de ellas:
45 Con permiso, naturalmente, de la propia Sor María Jesús de Ágreda, que la reemplazará
después en este ministerio. Famosa en su momento por ostentar el don de la bilocación había
sido Magdalena de la Cruz, monja cordobesa de la orden franciscana acusada de tener tratos con
el diablo. En este caso, se trataría de una bilocación preternatural, ya que había sido instigada
por el diablo. La carta de Luis de Zapata que relata el proceso y posterior condena está incluida
en el volumen de Imirizaldu (31-35). Ver también Ahlgren (383) y Weber (44).
174 VICTOR PUEYO
noche con su cruz a cuestas por las calles de Arequipa. Al día siguiente,
siendo aún temprano, lo mandó llamar la reverenda Madre y lo felicitó por
la buena acción que había practicado. Admirado del caso, la sierva de Dios
repuso que ella lo había contemplado en espíritu, llevando su cruz por tales
y tales calles. De allí para adelante, el señor Venegas hablaba de la Madre
Monteagudo como de una verdadera santa. (94)
midrashim que no figuran en los textos canónicos y que sirven de puente entre
los diferentes hitos de la vida de la Virgen. Al introducirlos, María de Ágreda
retoma con frecuencia la tradición “costumbrista” de las narrativas conventuales.
Desde el principio resulta evidente que el texto solo va a imponer el modelo de
la vida mariana en la medida en que esta vida ya está imaginada a partir de la
falsilla literaria de las vidas conventuales. Los diferentes quehaceres que
enhebran los hechos de la Virgen nos regalan por el camino frescos de una
inusitada domesticidad. Entre píldora y píldora catecumenal, vemos a María
tejiendo lino y lana “con el consejo de sus manos” (324), orando por su hijo en
maratonianas sesiones de nueve horas (370) o preparándole la comida a San
Juan (1396).
Minucias como estas confieren, por supuesto, una innegable plasticidad al
relato biográfico, rellenando los espacios vacíos que se elidían entre milagro
y milagro, entre hito e hito conocido de una vida previamente dada “en
esquema”. Su relleno mismo, sin embargo, es menos relevante que lo que
rellena, que el hecho de que se reconozca – de una manera innovadora por
cuanto atañe a la literatura doctrinaria – la existencia de huecos en la narración.
Estos huecos no son todavía páginas en blanco que el lector puede o no escribir,
como en el Tristram Shandy de Sterne, o geografías inéditas que un personaje
se atreve a hacer suyas, como en el Robinson Crusoe de Defoe. Esto no
significa, sin embargo, que no señalen a esa misma cara oculta, desconocida,
privada o hurtada a la vista que constituye el dorso y la esencia de cada “vida”.
Significa solamente que, a diferencia del caso inglés, donde Locke ya teoriza
el blanco antes de terminar el siglo XVII, estos espacios deben manifestarse
en la España post-tridentina como “llenos”, remitiéndose a una escritura
revelada en los cuerpos, que los cuerpos transportan y hacen visible, pero
que preexiste a ellos.
El verbo, como María de Ágreda no ceja de repetir, debe ser “humanado”,
tomar carne;53 y era este un imperativo en cuyo cumplimiento la Virgen misma
jugaba un papel esencial. Siguiendo el tópico de la encarnación como desposorio
de Dios con el mundo, desarrollado en el capítulo séptimo del tercer libro, la
Virgen no solo era la madre, sino también la sustancia ontológicamente intermedia
en esa cadena que conectaba al Verbo hipostasiado con los hombres. Según
María de Ágreda, además, la Virgen no solo es el recipiente o tabernáculo
pasivo de Dios, sino también una negociadora activa que con su perfección
puede “obligar al Padre Eterno [a] que envíe al Cordero” (78). Sobra resaltar el
paralelismo que esta lectura sugiere: María de Nazareth en el plano del contenido
hace lo que María de Ágreda en el plano de la diégesis: servir de intermediaria.
El mensaje que la Virgen le está revelando (su propia vida privada, pero también
su propia palabra: la obra misma) no resultaría audible sin un mensajero que la
difundiera, sin un vehículo que la transmitiera in corpore. Sor María de Ágreda
se convierte, así, en su evangelista, en su corresponsal, pero también en una
especie de doble o de imago que da cuerpo al verbo – en este caso el de María
de Nazareth – ante los ojos del lector.
La problemática que subyace a la bilocación no se limita a condicionar una
facultad de desplazamiento; penetra también el ámbito del decir, libera en él
un lugar de enunciación de otro modo vedado. La misma fórmula que hacía
funcionar la bilocación se aplica aquí, no en vano, sobre un sorprendente resorte
narrativo. Solo cambia la distribución de los papeles, que se organiza en la
Mística ciudad de manera inversa: donde el ángel mediador venía a manifestar
el cuerpo de la monja bilocada en un lugar distante, ahora es la monja misma
la que actúa como anfitrión, fantasma o cuerpo vacío que se deja poseer para
que el verbo se haga manifiesto. Lo que nos presenta esta situación es un
“desdoblamiento” efectivo entre María (de Ágreda) y María (de Nazareth) que
el propio texto, lejos de disimular, pone de relieve cada vez que tiene la ocasión
de hacerlo. Durante el mencionado capítulo séptimo del tercer libro, se celebran
las bodas de Dios con el Mundo. El día séptimo de los fastos sucede lo siguiente:
54 Sobre la función mediadora de los ángeles en sor María de Ágreda, ver Torres Olleta.
EL CUERPO GEMINADO EN LAS VIDAS SANTAS 179
Obró el poder divino por milagroso y admirable modo que María santísima
estuviese en dos partes, quedando con los hijos de la Iglesia, siguiéndoles
al cenáculo […] y subiendo en compañía del Redentor del mundo, y en su
mismo trono, a los cielos, donde estuvo tres días con el más perfecto uso
de las potencias y sentidos, y al mismo tiempo en el cenáculo con menos
ejercicio de ellos. (1097)
Advertí luego que, queriendo yo pensar, de esa suerte, que todo es falso,
era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa; y observando que
esta verdad: «yo pienso, luego soy», era tan firme y segura que las más
extravagantes suposiciones de los escépticos no son capaces de conmoverla,
juzgué que podía recibirla sin escrúpulo como el primer principio de la
filosofía que andaba buscando. Examiné después atentamente lo que yo era,
56 Si el uso de esta palabra puede parecer exagerado (y por supuesto que ahora supone una
licencia), solo hay que observar el lenguaje con el que Descartes intenta en el Discurso descartar
las certidumbres de la experiencia a través de la dialéctica del sueño: “Tenemos motivo bastante
para no estar enteramente seguros de ellas, cuando hemos advertido que de la misma manera
podríamos, estando dormidos, imaginar que tenemos otro cuerpo, y que vemos otros astros, y
otra tierra, sin que ello sea así” (67). Sigo la edición bilingüe de Caimi.
182 VICTOR PUEYO
y viendo que podía fingir que no tenía cuerpo alguno y que no había mundo
ni lugar alguno en el que yo me encontrase, pero que no podía fingir por ello
que yo no fuese, sino al contrario, por lo mismo que pensaba en dudar de
la verdad de las otras cosas, se seguía muy cierta y evidentemente que yo
era. (58-59)
Dicho de otro modo: para formular el cogito ergo sum (“pienso, luego existo”),
Descartes tiene que deducirlo primero de una cláusula oculta del tipo “yo pienso
que no existo”, de acuerdo con la cual la certeza sobre la existencia del yo se
basaría en su capacidad o incapacidad de pensarse como inexistente. Lo que el
cogito estaba diciendo, por tanto, no era exactamente “pienso luego existo”,
sino más bien “soy pensado (por mí mismo) luego existo”. Algo, en apariencia,
perfectamente razonable. El carácter lógico o racional de este ejercicio de auto-
referencialidad reposaba, sin embargo, sobre una paradoja que queda sepultada
por el enunciado y que no debería ser subestimada: si el pensamiento es lo
mismo que la existencia, cuando pienso que no existo, ¿quién es ese yo inexistente
que como objeto del pensamiento me permite pensar? Tanto en el caso de la
monja como en el del filósofo, la posición de este agente fantasma que piensa
u observa, que se desplaza y al mismo tiempo permanece en su lugar, que existe,
en definitiva, entre paréntesis, se antoja completamente necesaria. Claro que
por lo que respecta a Descartes ese mediador aparece en calidad de una huella,
pero esa huella solo podía indicar que alguien había pasado por allí. Su mediación,
ese puente invisible que se tiende entre dos posturas alejadas e irreconciliables,
constituye la ortopedia que el sujeto necesita antes de echar a andar “por sí
mismo”, los andamios que el edificio precisa para sostenerse en pie y que se
retirarán cuando el edificio esté finalmente terminado. Cuando esto suceda,
aparecerá el cuerpo definido (en las Meditaciones) como extensión pura o res
extensa, de la que el alma inextensa o res cogitans puede y debe separarse antes
de la muerte.57 Y cuando esta alma convertida en el yo pueda hablar de sí misma,
verse a sí misma como quien ve un cuerpo reflejado en el espejo, aparecerá por
fin el género de la autobiografía. Mientras tanto, el cuerpo continuaría
coincidiendo con la escritura, relegado a esa oscura condición de “cadáver con
alma” que sor Juana Inés de la Cruz le atribuye en su Primero sueño:
57 Meditaciones VI (66).
EL CUERPO GEMINADO EN LAS VIDAS SANTAS 183
en los últimos años para comprender esta vida animal. Más modesto, más
apegado, acaso, a la evidencia histórica que al púlpito de la metafísica, el
objetivo de este segundo capítulo no era, sin embargo, desarrollar una ontología
de lo humano a través del estudio arqueológico de la oposición vida animal/
vida política (como hace Agamben en Lo animal) o de una deconstrucción ad
hoc de “lo natural” y “lo cultural” (como intenta el último Derrida en La bestia
y el soberano). Intentaba, simplemente, explicar la configuración específica
de un nuevo y pujante bestiario de curiosidades que explota en la bisagra de
los siglos XVI y XVII. Y lo que revelaba este análisis era la imposibilidad de
definir su anatomía a partir de una instancia previamente dada y ontologizada,
de un “en sí” que atraviesa la historia, more hegeliano, sin pertenecer nunca
totalmente a ella, tanto si se trataba de la “vida desnuda” de Agamben como
si se refería a esa unidad indiferenciada que desafía la lógica oposicional, ese
uno-habitado-por-el-otro que hace imposible hablar en toda ley, para Jacques
Derrida, de “lo Animal”. El cuerpo en nudo objeto de nuestro estudio no era
un cuerpo dado, sino el resultado de un intercambio de valencias ideológicas
que se permutaban para construir un escenario de transición coherente con las
transformaciones que se estaban produciendo en el nivel de los modos de
producción. ¿Qué significa, en concreto, un “intercambio de valencias
ideológicas”? Pongamos como ejemplo la manera en que la transición piensa
la ética. En ese mundo que se está cociendo tras el desplome del feudalismo,
el mal ya no puede atribuirse a la agencia del diablo o “siervo rebelde”. Pertenece
a la agencia “libre” del nuevo ciudadano. La pregunta era: ¿de qué manera el
libre ejercicio de la razón podría dar lugar a un acto moralmente erróneo? La
respuesta, para Kant o para Voltaire, es clara: habrá que cargar este margen
de error en la cuenta de un déficit de razón, de un elemento de animalidad que
subsiste entre todos aquellos seres que ya son racionales. Pero este animal no
es ya la bestia de carga del feudalismo ni – todavía – el “hombre natural” de
Rousseau. Es un monstruo híbrido que recoge a ambos en una tensión
mutuamente afirmativa. No creo que sea una exageración llamar monstruo a
este elemento de enganche e identificarlo con el cuerpo en nudo que hemos
venido describiendo. Hobbes no duda en hacerlo cuando se refiere al estado
civil como artefacto que surge para domesticar al lobo-hombre del estado de
naturaleza, pero que al mismo tiempo lo incluye, pues la naturaleza animal,
como la naturaleza de su soberano, es la única que puede sustraerse a la ley.
El Leviatán es este monstruo artificial del estado, mediador entre Dios (el
señor) y el hombre natural (o ciudadano “libre”). En todo caso el monstruo,
como garante imaginario de la república, ya estaba en el centauro de Maquiavelo,
mitad animal político, mitad empatía humana, o incluso en el no menos
maquiavélico “natura omnia regit” que llevó a Francis Bacon a interesarse por
las anomalías monstruosas.
CONCLUSIONES 191
El estudio del cuerpo en nudo en el escenario del sexo servía para evaluar
otro de sus rasgos constitutivos: la producción del sujeto monádico o indivisible
(el “individuo”) a partir de un supuesto de divisibilidad. Su mejor emblema
era, naturalmente, el cuerpo hermafrodita y su relación con el género sexual.
Tal estudio mostraba que el habitual análisis del hermafroditismo como
representación subversiva de un régimen de género dicotómico carece de
fundamento, especialmente si nos comprometemos a ser rigurosos con la
vulgata médica dominante en los siglos XVI y XVII, época en la que el
hermafrodita alcanza su máxima expresión. Este régimen de género dicotómico
no existía a principios del siglo XVII tal y como lo conocemos ahora. Es solo
a partir del exacerbamiento de las contradicciones que subyacen al modelo
monosexual galénico y aristotélico que se llega a esa ecuación anatómica
consistente en un cuerpo doblemente sexuado, de cuya disolución surgirá, por
fin, el moderno régimen dicotómico de género. No me importaba recurrir a
metáforas corporales (e.g., el “nacimiento” del género sexual) para describir
este complicado proceso, ya que solo estas metáforas eran consecuentes con
la manera en que la lógica del género se había desgajado de un cuerpo. Exploraba
así, en este tercer capítulo, los senderos jurídicos y médicos a través de los
cuales el hermafroditismo, lejos de instituirse en una excepción, se convertía
en el verdadero paradigma habilitador de la noción de género y de su dinámica
inherentemente fragmentadora, individualizante. Con ello, no quería implicar
que el género sexual tuviera “sus orígenes” en el cuerpo hermafrodita (¿cómo
podrían ser de antemano suyos?), sino algo en el fondo más complejo: el cuerpo
hermafrodita representa la existencia de un momento bisagra en el que la forma
contrato resulta indiscernible del cuerpo en el que permanece incrustada. La
performance del género (el género como actuación) comporta siempre un gesto
afirmativo, una decisión; pero cada vez que se produce, este cuerpo indiferente
que le sirve de patrón es a la vez fugazmente recuperado y destruido, invocado
y destituido. Indudablemente, desde esta perspectiva el cuerpo hermafrodita
se identificaría mejor con la desaparición definitiva del género (con su disolución
en un cuerpo único y polivalente) que con su identidad misma, pero lo que
sucede, en realidad, es que ambos hechos están, como había tratado de explicar,
íntimamente conectados.
Ese mismo momento bisagra se ponía en juego en los múltiples relatos de
bilocación que inundaban la literatura conventual hasta finales del siglo
XVII. La premisa básica que trataba de desglosar era nuevamente la misma:
ante la imposibilidad de manifestar lo privado en la esfera pública (y de
constatar, de esta manera, su separación), la criatura que trata de hablar, de
expresarse, de conquistar la tribuna de su propia voz, delega esa voz que no
puede disociar de su cuerpo en otro cuerpo alternativo, un cuerpo fantasmal
que no es el suyo, pero que de alguna manera refleja su presencia en otro
192 VICTOR PUEYO
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Índice alfabético
número de almas 13, 15, 19–22, 45, desplegado 105–6, 110, 143
48–50 despliegue 100, 106 n.27, 110, 116, 143
simetría 25–7, 48–50 discurso médico-jurídico 143
de Tortosa 13–14 doble rechazo jurídico 114–15
verticalidad 22 emergencia de 90
de Villa del Campo 25–6 en el imaginario americano 116 n.34
y doble autoridad 34 equilibrado 120, 123
véase también bicéfalo; corazón/ escritura y 112–14
cerebro, oposición estatuto legal 120–4, 126–7
Gender Trouble (Butler) 128 estudios foucauldianos 128
género sexual Fernanda Fernández 129–30
discurso médico del sexo y 124 Foucault, Michel 2, 90, 117, 129
elección del sexo 8, 119–25, 128, 134 homosexualidad y 8, 92, 115, 117 n35,
emergencia histórica 128–9, 130 119, 122
en textos médico-jurídicos 136 indígenas y 116
interpelación 124, 128 latente 8, 93–4, 127, 129–30
nacimiento del 114 lectura vertical del 105, 107
norma y 128 ley 114–99
régimen dicotómico 100 matrimonio 123 n.40, 124–8
sexo y 135 modelos de 96, 99, 104, 107
sujeto y 135, 136 n.48 morfobiología medieval 91–3
teoría aristotélica 98–9 Muñoz, Magdalena 8, 110
genitales 14, 93, 94–6, 98–9, 100–1, Pacheco, María 8
104–5 pliegue 100, 109, 143
Gilbert, Ruth 115 n.33 régimen de simetría 114
gnosticismo 47 sacrificio del 115–16
Góngora, Luis de 74, 90, 144 n.52 simetría 114, 125
González, Antonietta 72, 87, 112 similitud 106
González, Pedro 71, 87 subjetividad y 135–7
González Echevarría, Roberto 138, 166 teoría aristotélica del sexo y 100
Goya, Francisco de 82, 83 tragicomedia como 144 n.52
Gracián, Baltasar 24 hermafroditas 117
Los gramáticos (Forner) 78 hibridez 31–3, 54–6, 61–7, 70–1
La gran sultana (Cervantes) 90 hidalguía 100
Guzmán de Alfarache (Alemán) 87 n.1, hilemorfismo. Véase aristotelismo
102–3 Hipócrates 92
hirsutismo 87–9
habitus 94, 121, 158 Histoires prodigieuses (Boaistuau) 16
hablar-silencio, oposición 165 Historia anatomica (De Laurens) 106
Haliczer, Stephen 172 Historia de Guatemala o recordación florida
Hebreo, León 167 (Fuentes y Guzmán) 26–7
Hegel, Friedrich 40 Historia de la monja alférez (Ferrer) 51
hegelianismo 113, 134, 168, 190 Historia de la sexualidad (Foucault) 115
hermafrodita n.33
binomio exterior-interior 89 Historia de Roma desde su fundación
binomio público-privado 144 (Livio) 115
como condición de posibilidad 135 Historia general de las cosas de Nueva
cripto-anatómico 101–2 España (Sahagún) 7
ÍNDICE ALFABÉTICO 221
Historia general y natural de las Indias Ibáñez de la Rentería, José Agustín 77–8
(Fernández de Oviedo) 7, 22 identidad
Historia natural y moral de las Indias antecedentes 112
(Acosta) 46 cuerpo e 68
Historia naturalis (Plinio) 57, 87 n.1 Dulcinea del Toboso/Aldonza Lorenzo
Historia peruana (Cieza) 71 137–41
Historia y magia natural o ciencia de la española 50
filosofía oculta (Castrillo) 53–4 hermafrodita 96 n.15, 121, 128, 191
Historias prodigiosas (Boaistuau) 6 precedentes de 113–14
historicidad 10 reflexividad 4
Hobbes, Thomas 60, 73, 185 ilegibilidad
hombre marino 55, 61–7 de las Américas 57–8
hombre natural Foucault, Michel 1
racional-salvaje (europeo) 73 mar 64
Rousseau, Jean-Jacques 73 monstruo 67
salvaje-racional 73 monstruo polaco 67
salvaje-racional (americano) 73–4 imaginario
hombre salvaje 30 n.23, 58, 60, 67, 70–6 americano 27, 116 n.34
hombre-bestia 1, 7–8, 61, 71, 82, 84–5 contrarreformista 110
hombres embarazados 93 disciplina y 1
hombres-perros 57, 71 platónico 109
hombres-pez 55, 61–7 imperativo categórico 77
homo marinus 74, 75 impetus 163
Homo sacer (Agamben) 68, 69, 130–5 impureza 74, 186
homo sylvestris 67, 70, 71–3 inclusión exclusiva 73
homosexualidad 8, 92, 115, 117 n35, 119, independencia americana 51, 81
122 indiferenciación 90 n.3, 132, 134, 168–9,
horizontalidad 191
autobiografía de otro 180 indígenas
binomio afuera-adentro 167 alma animal 59
composición pictórica 111 bestialización 116
cuerpo político bicéfalo 47 como bestia 58
del hermafrodita 128 como buen salvaje 58
doble imagen y 73 como monstruos 57
e imaginario contrarreformista 107–8 cuerpo ilegible 57–8
española 47, 50 cuerpo bestializado 75
gemelos siameses 21–2, 25–6 estado de excepción 58–60
hermafrodita y 101 estado de naturaleza 58–60
hombre-monstruo 8, 73 estatuto jurídico 59
monstruos desplegados 180 hibridez 70–1
Rancière, Jacques 28 hibridez y 43
horror vacui 160–1 monjas bilocadas e 148, 151, 155
Huarte de San Juan, Juan 92 otro 7
huecos 58, 160, 161, 176 partos monstruosos 70
Huerta, Jerónimo Gómez de la 87 n.1 Thomas Hobbes 60
humano-animal, binomio 54–6, 58, 73, vida natural 70
75–6, 79 individuo
bicéfalo e 20
222 ÍNDICE ALFABÉTICO
Cuerpos Plegables
E
ste libro explora la atracción de
los ‘Siglos de oro’ por lo monstruoso.
Plegables
Varios trabajos recientes ya han
arrojado luz sobre la abundante representación
de cuerpos excesivos que afloran en los siglos
XVI y XVI y que parecen, acaso, reflejar el
lenguaje inflado y deformado a través del
cual son descritos en la literatura de la época.
Sin obviar sus logros, el libro intenta ir más
allá para mostrar que lo más sorprendente
de la monstruosidad en este periodo no es la Anatomías de la excepción en España
manera en que representa un exceso barroco,
VÍCTOR PUEYO
Cubierta: Siamesas de Villa del Campo (1687). “Relación
verdadera y copia de un maravilloso portento que la Magestad
de Dios N. Señor ha obrado con una niña monstruosa.” En
Henry Ettinghausen. Noticias del siglo XVII: Relaciones españolas
de sucesos naturales y sobrenaturales. Barcelona: Puvill, 1995.
Cortesía de Puvill Libros.
DISEÑO: SIMON LOXLEY