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Dios escucha al hombre y responde a sus interrogantes

23. En este diálogo con Dios nos comprendemos a nosotros mismos y encontramos respuesta a
las cuestiones más profundas que anidan en nuestro corazón. La Palabra de Dios, en efecto, no
se contrapone al hombre, ni acalla sus deseos auténticos, sino que más bien los ilumina,
purificándolos y perfeccionándolos. Qué importante es descubrir en la actualidad que sólo Dios
responde a la sed que hay en el corazón de todo ser humano. En nuestra época se ha difundido
lamentablemente, sobre todo en Occidente, la idea de que Dios es extraño a la vida y a los
problemas del hombre y, más aún, de que su presencia puede ser incluso una amenaza para su
autonomía. En realidad, toda la economía de la salvación nos muestra que Dios habla e
interviene en la historia en favor del 45 hombre y de su salvación integral. Por tanto, es
decisivo desde el punto de vista pastoral mostrar la capacidad que tiene la Palabra de Dios para
dialogar con los problemas que el hombre ha de afrontar en la vida cotidiana. Jesús se presenta
precisamente como Aquel que ha venido para que tengamos vida en abundancia (cf. Jn 10,10).
Por eso, debemos hacer cualquier esfuerzo para mostrar la Palabra de Dios como una apertura
a los propios problemas, una respuesta a nuestros interrogantes, un ensanchamiento de los
propios valores y, a la vez, como una satisfacción de las propias aspiraciones. La pastoral de la
Iglesia debe saber mostrar que Dios escucha la necesidad del hombre y su clamor. Dice san
Buenaventura en el Breviloquium: « El fruto de la Sagrada Escritura no es uno cualquiera, sino
la plenitud de la felicidad eterna. En efecto, la Sagrada Escritura es precisamente el libro en el
que están escritas palabras de vida eterna para que no sólo creamos, sino que poseamos
también la vida eterna, en la que veremos, amaremos y serán colmados todos nuestros deseos
».

4.6 Orar por la paz

233. En las situaciones difíciles como las que vivimos en México, la Iglesia no deja de exhortar a
sus hijos e hijas a mantenerse unidos en la esperanza. Creemos en un Dios que tiene un rostro
humano y que nos ha amado hasta el extremo y «sólo su amor nos da la posibilidad de
perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo
que por su naturaleza es imperfecto.»194

234. La esperanza en el futuro es confianza en el presente del hombre; por ello, la esperanza
en el discípulo de Jesucristo, se transforma en compromiso con el prójimo. La esperanza
cristiana no es pasividad ni indiferencia, tampoco enajenación y menos «huida del mundo»,
sino una actitud 192 Cf. Conferencia del Episcopado Mexicano, Del encuentro con Jesucristo a
la solidaridad con todos, Nos. 192-195. 193 Cf. Aparecida, Documento conclusivo, No. 239. 194
Benedicto XVI, Carta encíclica Spe salvi, No. 31. 1023 103 decidida para la transformación de
esta historia de iniquidad. La confianza en Dios es confianza en la posibilidad humana de
alcanzar la redención porque: «Dios quiere que todos los hombres se salven» (1Tim 2,4).

235. Por ello, no debemos cejar en nuestro empeño de construir la paz también con la oración,
que abre el corazón a una profunda relación con Dios y al encuentro con el prójimo, inspirado
por los sentimientos de respeto, confianza, comprensión, estima y amor. La oración infunde
valor y sostiene a los verdaderos amigos de la paz.195

236. La oración a partir de la Escritura, con la Lectio Divina, nos abre a la voluntad de Dios y es
el mejor sostén para la paz. Quien ora de verdad no es violento, sino fermento de
reconciliación y de paz comunitaria. La oración nos hace ver al otro, como lo ve Dios. Tan
importante como la oración personal, es la oración litúrgica; en ella, que es la «cumbre a la cual
tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su
fuerza»196, nos unimos a la oración de toda la Iglesia que no cesa de implorar a Dios el don de
la paz.

237. Hacemos oración por la paz orando con los salmos en la Liturgia de la Horas. Esta oración
nos empapa con la sabiduría del pueblo de Dios que sabe que Dios es fiel y hace justicia197 y
nos ayuda, además, a evitar el orgullo de nuestros éxitos y el desaliento de los fracasos.198
Hacemos oración por la paz cada vez que celebramos la Eucaristía; ésta inicia con un saludo de
paz y cantando el Gloria pide este don para todo el pueblo de Dios; en el rito de la comunión
pide al Señor que nos dé «la paz en nuestros días» y recuerda el don de Cristo, invocando «la
paz y la unidad» de su Reino. La asamblea eucarística ora también para que el Cordero de Dios
quite los pecados del mundo y nos «dé la paz»; intercambia el salu- 195 Pontificio Consejo
Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, No. 519. 196 Concilio Vaticano II,
Constitución Sacrosanctum concilium, No. 10. 197 Comisión Episcopal para la Pastoral Social,
Directorio para la Pastoral Social en México, No. 365. 198 Ibídem. 1023 103 do de paz y se
despide en «la paz de Cristo».199 Destacar oportunamente cada uno de estos momentos de la
celebración eucarística alimentaría la conciencia de los discípulos de Cristo de ser mensajeros
de la paz.

238. Oramos también por la paz con la devota oración del Rosario de la Virgen María, a quien
invocamos como Reina de la Paz; Ella, fortalece los vínculos fraternos, alienta a la reconciliación
y al perdón.200 Nuestra Señora nos enseña a decir SÍ ante las interpelaciones de Dios en
nuestra historia. Es María de Guadalupe, nuestra dulce y tierna Madre, que desde el origen
mismo de nuestra nación hizo fecunda nuestra cultura haciéndonos propicio el encuentro con
su Hijo, el verdadero Dios por quien se vive.

239. En esta hora de dolor y de incertidumbre por la inseguridad y la violencia, nos llenamos de
consuelo al recordar y hacer nuestras sus dulces palabras al Santo Juan Diego: «No temas, […]
¿no estoy aquí yo, que soy tu madre?, ¿no estás bajo mi sombra y mi resguardo?, ¿no soy yo la
fuente de tu alegría?, ¿no estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?, ¿tienes
necesidad de alguna otra cosa?»

140. Confiados en el valor de la oración los exhortamos a dar gracias a Dios por todos los
beneficios que ha recibido nuestra Patria, a pedir perdón por las infidelidades de sus
miembros, a elevar oraciones por los que murieron en luchas sangrientas, así como pedir la
gracia creatividad en la caridad necesarias para impulsar, junto con todos los mexicanos, el
desarrollo para nuestro País. Unámonos en la plegaria que la Santa Madre Iglesia nos
propone, en la Solemnidad de nuestra Señora de Guadalupe, “Patrona de nuestra Libertad”:

“Padre de misericordia,
Que has puesto a este pueblo tuyo
Bajo la especial protección
De la siempre Virgen María de Guadalupe, Madre de tu Hijo
Concédenos por su intercesión,
Profundizar en nuestra fe
Y buscar el progreso de nuestra patria
Por caminos de justicia y de paz.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén”.

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