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Los sentidos que las culturas otorgan a los grupos de edad producen las condiciones
simbólicas de cómo ser/estar en cada uno de ellos. Población con distintas edades hubo siempre y
en todas partes, pero en cada tiempo y en cada lugar se ha organizado y denominado de manera
diversa a los grados de edad: infancia, juventud, adultez y vejez hoy consideradas “naturales” no
son más -ni menos- que construcciones históricas. Ni existieron desde siempre ni son el “modo
natural” de organizar el ciclo de vida. No son parte de la “naturaleza humana” y por lo tanto son
susceptibles de transformación.
La naturalización del sentido que los sujetos le otorgan a las edades, las expectativas sobre
las mismas, las prácticas que se supone corresponden y los estereotipos que se generan con base
en la edad son, entre otros procesos, parte de lo que se nombra como el procesamiento
sociocultural de las edades. Nadie que viva en estos primeros años del siglo XXI puede decir
que “juventud” no se ha convertido en una palabra recurrente. Funciona como sustantivo
identificando sectores sociales, se convierte en adjetivo para caracterizar (juvenil) y hasta se hace
verbo para nombrar nuevos procesos (juvenilizar).2
Esta concepción de la vida por etapas se inicia en el siglo XIX acompañando por otro
proceso de la modernidad: la institucionalización del curso de la vida. La intervención del
Estado a través de la escolarización, la salud pública y el ejército, ha sido la mediación más
visible en este sentido. Han sido también de gran importancia el discurso jurídico, a través de la
legislación civil, penal, electoral, laboral; el discurso científico, principalmente la psicología,
medicina, sociología funcionalista y criminología; y la transformación del sistema de producción
económica con el pasaje de la economía doméstica a la economía de libre mercado. Ya en pleno
siglo XX, la expansión del mercado de consumo, la industria mediática y la industria del
entretenimiento se sumaron a este proceso de institucionalización del curso de la vida.
Las acciones deseables, posibles o sancionables de las personas quedan inscriptas en una
norma única, de tendencia universal, que es un sistema matemático de medición del paso del
tiempo que regula el paso por los grados de edad a través, entre otras situaciones, de la entrada y
salida de diversas instituciones. Cada sociedad construye su definición de las edades de la vida
basada en su concepción de persona4, así
Las sociedades están compuestas por personas que se encuentran en diferentes situaciones
temporales de su vida y a cada uno de esos momentos le otorgan sentidos individuales y
colectivos: cuando están en ellos, antes y después de transitarlos. Sentidos que se enuncian entre
otros términos como etapas, períodos, fases de vida, grados, grupos y/o clases de edad.
Nominaciones que a la vez producen a los sujetos como miembros de esas categorías,
fundamentalmente en dos formas: un sentido biográfico, donde cada persona y grupo pasa por
3 El acople ideológico a los ideales capitalistas y occidentales parece perfecto y tan funcional como lo fue el discurso
evolucionista del siglo XIX a la explotación colonial.
4 Para comparar con las sociedades tribales vale tener en cuenta que: “Dentro de las sociedades tribales,
«primitivas», el pasaje de una categoría social a otra es una muerte simbólica de la antigua categoría de persona para
la nueva, a través de los rituales de pasaje. La construcción de la persona en la sociedad tribal es diferente de la
construcción del individuo en la sociedad moderna. Los ritos de iniciación, que marcan el pasaje de una persona de
una categoría a otra dentro de una sociedad, no piensan cada categoría como un estadio de evolución individual, sino
como un ciclo ya completo que debe ser sustituido por otro ciclo del curso de la vida. Lo que los ritos de iniciación
buscan no es construir un individuo autónomo, una identidad individual o una voluntad particular. Ellos buscan una
construcción de una «identidad tribal».” (Groppo, 2000:273-274)
2
diferentes edades a lo largo de su vida y construye una trayectoria; y otro que llamo histórico:
cada franja de edad recibe y despide año tras año, evento tras evento, a diferentes personas y
grupos produciendo un relevo generacional, se nombran como cohortes y generaciones. Las
experiencias biográfica e histórica son constructoras de identidad, por lo que la experiencia
etaria puede ser analizada como generadora de identidad.
Explicar la categoría juventud significa revelar cómo han sido estudiados los jóvenes: con
qué caracterización del contexto, desde dónde, qué y cómo se ha mirado. El discurso científico es
un elemento importante en la construcción de la realidad social, principalmente de aquellas
representaciones que se imponen como legítimas.
La «juventud» como categoría surgió en la Gran Bretaña de posguerra como una de las
manifestaciones más visibles del cambio social del período. La juventud fue el foco de
atención de informes oficiales, legislaciones e intervenciones públicas, fue divulgada
como «problema social» por parte de los guardianes de la moral y jugó un papel
importante como piedra de toque en la elaboración de conocimientos, interpretaciones y
explicaciones sobre el período. (Clarke, Hall y otros, 2000:9 [1975]).
Juventud es una categoría construida, sólo una palabra dice Pierre Bourdieu (1990) en uno de
sus escritos e inmediatamente aclara que se construye como representación ideológica de la
división de los grupos y que existe una lucha por instalar sus límites. En 1996 el argentino Mario
Margulis titula su libro La juventud es más que una palabra (Ensayos sobre cultura y juventud)
haciendo hincapié en que el término tiene usos particulares, sentidos singulares y efectos
concretos. Desde la sociología de la cultura ambos autores, uno en Europa y de trascendencia
internacional, y el otro pionero local en la temática y con proyección latinoamericana, siembran
las bases para pensar la juventud desde la cultura. Hoy el término juventud es reconocido y
utilizado como categoría analítica, y esta sistematización conceptual apuntala también la
percepción de autonomización del sector social.5
La juventud no es una categoría definida exclusivamente por la edad y con límites fijos de
carácter universal, no es «algo» en sí, sino que se construye en el juego de relaciones sociales.
Cada sociedad, cada cultura, cada época definirá su significado y a su vez éste no será único,
habrá sentidos hegemónicos y los habrá alternos, pero como bien marca Valenzuela “fueron los
imaginarios sociales dominantes quienes de forma relevante definieron a los grupos portadores de
la condición juvenil” (1999:75). Es por ello que la marca evolucionista sigue siendo indeleble,
Con origen en la cultura y la sociedad occidental, capitalista, burguesa, liberal etc., del
siglo XIX, nuestra concepción de juventud todavía está marcada por caracteres
5 Una sugestiva crítica a cierta sociología de la juventud puede encontrarse en el trabajo de Criado (1997) Producir
la juventud quien trabaja sobre la hipótesis que “la «juventud» no forma un grupo social. Bajo la identidad del
nombre «juventud» -bajo la presunta identidad social de todos los incluidos en un arco de edades- se agrupan sujetos
y situaciones que sólo tienen en común la edad” (1997:2) y tiene por objetivo en la investigación que presenta
“analizar la construcción de sentido y estrategias en torno a los estudios y el trabajo de varios grupos de jóvenes y
relacionarla con sus diferentes condiciones de producción de sujetos –posiciones y trayectorias sociales-“ (1997:56).
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definitorios y legitimadores cientificistas, basados en una noción evolucionista del ser
humano y de las cosas. O sea, una concepción en que el ser humano es pensado como un
individuo que, biológica, mental y socialmente, evoluciona de la fase infantil a la fase
adulta, siendo la juventud una fase intermedia. (Groppo, 2000:271).
Delimitar un sector de la sociedad por las fechas de nacimiento y adscribirle determinados
comportamientos es un mecanicismo poco útil para la producción de conocimiento. Como límite
sirve para agrupar en función de constuir datos estadísticos o demográficos y es de provecho para
el sistema escolar, legal y penitenciario. Pero es un error de partida llevar el dato biocronológico
linealmente a interpretaciones socioculturales que conciben la juventud como un período fijo en
el ciclo de vida de los hombres y las mujeres, un momento universalizable, en el que todos
entrarán y saldrán en el mismo momento más allá de sus condiciones objetivas de vida, su
pertenencia cultural o su historia familiar. Es una visión que oculta o impide visualizar la
diferencia y la desigualdad. Esta crítica puede parecer una obviedad pero es necesaria, dado que
aún se encuentran investigaciones que emplean esta delimitación, y políticas públicas en el área
juventud que lo toman como dato que construye su población objeto.
Además cabe señalar que este “sujeto universal” no es un sujeto cualquiera. La construcción
hegemónica del sujeto joven en Argentina responde al estereotipo de un joven de sector medio o
medio-alto en período de moratoria social.6 Esto si se toma la valencia positiva, porque para todo
lo negativo el caso testigo será el joven de bajos ingresos, que en la comparación con el joven
«normalizado» siempre sale perdiendo.7
En el Informe sobre jóvenes 1994-2000 del Instituto Mexicano de la Juventud, Antonio Pérez
Islas logra sistematizar acertadamente nueve criterios básicos para definir lo juvenil, que coincide
con lo antes expuesto, y resume lo más potente de las definiciones que circulan en el medio
académico latinoamericano.
6 Para una discusión sobre moratoria social consultar Margulis y Urresti (1996), los autores critican la idea de
moratoria social y la describen como un etnocentrismo de clase, a cambio proponen la idea de moratoria vital, que
hace referencia a una característica cronológica de la juventud, un aspecto objetivante de su definición, que consiste
en poseer mayor capital energético, sentirse (y estar) más alejado de la muerte que otras generaciones, también lo
llaman crédito temporal o vital (más tiempo por delante para vivir).
7 Recuérdense las buenas enseñanzas de Michel Foucault y su caracterización de la sociedad moderna como la
sociedad de la normalización.
4
Lo juvenil es:
Se observa en las investigaciones del siglo XXI y varias de fines del siglo XX, tanto a nivel
internacional como nacional, una preeminencia del punto de vista relacional para el análisis de lo
juvenil, donde el y la joven son concebidos como actores sociales completos, inmersos en
relaciones de clase, de edad, de género, étnicas y raciales. La juventud se piensa como un modo
que tiene la sociedad y la cultura de hacer vivir una parte de la vida: es el modo de explicar, de
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dar sentido, de practicar, de habitar, ese espacio social de la experiencia desde diferentes
situaciones y distintas posiciones sociales.
La opción de muchos investigadores por el plural juventudes debe ser interpretado no como
un neologismo banal sino como una lucha política de afirmación de la heterogeneidad en
oposición al discurso homogeneizador que primó en los estudios previos sobre juventud en el
país, que sigue dirigiendo muchas de las políticas de intervención hacia el sector y que articula
uno de los significados más reproducidos en torno a de los jóvenes invisibilizando la complejidad
de sus vidas.
3. Historia de la Juventud
De modo sintético puedo plantear que la tecnología disciplinaria, en tanto dispositivo, toma
como objeto al cuerpo, y su lugar de construcción es la institución. La disciplina fabrica los
cuerpos sometidos y ejercitados, es decir, fabrica cuerpos “dóciles” y, a su vez, aumenta las
fuerzas de estos cuerpos en términos políticos de obediencia. La coacción disciplinaria establece
en el cuerpo el vínculo de coacción entre la aptitud o capacidad aumentada y una sujeción o
dominación acrecentada. Son técnicas minuciosas que definen cierto modo de adscripción
política y detallada del cuerpo, es decir, definen una “microfísica del poder”. La disciplina es una
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anatomía política del detalle, o en otras palabras, es la anatomo-política de los cuerpos
organizada en cuarteles, fábricas, hospitales, asilos, escuelas y prisiones.
Por lo tanto, esta doble dimensión que adopta el poder en las sociedades occidentales
modernas, a la vez totalizante e individualizante, que supone el despliegue tanto de las técnicas
anatomopolíticas como de las biopolíticas, configura un tipo de sociedad de vigilancia, donde las
instituciones (familia, escuela, fábricas, etc.) comienzan a convertirse en “observatorios” en los
que se examina a los sujetos y se extrae un saber sobre ellos, que a su vez permite construirlos y
encauzarlos en referencia a una norma.
En esta línea de análisis, se observa que desde el siglo XVII comienza a desplegarse en un
primer momento, en las clases privilegiadas y más tarde en las clases subalternas, una estrategia
moral-familiarista que construirá el rol masculino y femenino, así como la infancia-adolescencia
normal, produciendo una radical transformación de la institución familiar. La familia moderna
comienza gradualmente a mutar de la forma “familia-red” a la forma “familia-célula”. Esta nueva
familia restringida, toma a su cargo el cuidado de la vida, la educación y la normalización de los
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niños y niñas. Los hijos e hijas, de este modo, comienzan a perder independencia y a dilatar
progresivamente los plazos de dependencia económica y moral.
La familia popular se forja a partir de la proyección de cada uno de sus miembros sobre
los demás en una relación circular de vigilancia frente a las tentaciones del exterior: el bar,
la calle. Sus nuevas tareas educativas las realiza a costa de una pérdida de coextensividad
en el campo social, de apartarse de todo lo que la situaba en un campo de fuerzas
exteriores. Aislada, en adelante se expone a que le vigilen sus desvíos (Donzelot, 1990, p.
46).
La familia popular, entonces, se construye a partir de una estrategia que podría denominarse
“economía social o filantropía”, cuyo objetivo es, por un lado, reproducir mano de obra a bajo
costo y, por otro, una vigilancia directa sobre ese sector poblacional. Así, para el niño-adolescente
popular, el modelo pedagógico será el de una “libertad vigilada”; gradualmente se lo irá retirando
hacia espacios de mayor vigilancia (escuela, vivienda familiar), pues el blanco es su exceso de
libertad y su presencia en las calles.
Como puede observarse, la familia moderna se configura como herramienta de control social
de valor táctico, pues comienza a funcionar como bisagra entre la salud del cuerpo social y el
control de los individuos particulares.
En este contexto, a finales del siglo XIX comenzó a diseñarse una legislación especial
dirigida a la “protección” de la infancia y la juventud, que otorgó un marco jurídico legitimador a
la intervención estatal sobre niños, niñas y adolescentes (entendidos en adelante como “sujetos
menores”) abandonados o delincuentes. Institutos, cárceles, tribunales y todo un cuerpo jurídico-
institucional, tomó como objeto a “lo infantil” y “lo juvenil” etiquetado como peligroso. Aquellos
sujetos jóvenes, que por alguna razón eran expulsados de la institución escolar o familiar,
pasaban a engrosar la nueva categoría de “menores” (García Méndez, 1994). Dentro de esta
lógica se re-actualiza la preocupación por la “protección” y la “normalización” de los cuerpos
infantiles juveniles. La intervención filantrópica sobre la infancia-adolescencia tuvo la doble
finalidad de prevenir todo aquello que pudiera amenazarlos (infancia-adolescencia en peligro) y
sancionar todo aquello que pudiera volverlos amenazadores (infancia-adolescencia peligrosa);
(…) para ello siguió varias líneas de acción: a) moralizar a los niños en forma
indirecta a través de la familia y de las instituciones hospitalarias; b) moralizarlos
en forma directa a través de la escuela, mecanismo normalizador por excelencia; c)
para aquellos que escapaban a la moralización y a la normalización (o bien eran
abandonados por sus familias), disciplinarlos a través de la internación en asilos.
Ahora bien, la intención de este ligero recorrido por alguna de las mutaciones institucionales
en las sociedades occidentales modernas, fue trazar algunas líneas de análisis que permitieran
vislumbrar cómo, progresivamente, fueron construyéndose y separándose los mundos juveniles e
infantiles del mundo adulto. Como pudimos observar, los cuerpos-sujetos juveniles e infantiles
fueron atravesados por toda una tecnología de poder totalizante e individualizante que,
paulatinamente, fue diferenciándolos, clasificándolos, examinándolos, encerrándolos,
normalizándolos. Se intentaron establecer, entonces, los espacios institucionales y las condiciones
sociales que permitieron la construcción de lo que hoy entendemos como “juventud”.
Pero la tarea aún no está terminada pues, como se señaló anteriormente, es después de la
segunda mitad del siglo XX a partir de la segunda posguerra, que una serie de transformaciones
sociales re-significan esta idea de joven. La “juventud occidental”, en tanto condición social
difundida en todo el cuerpo social y en tanto imagen cultural claramente diferenciada, emerge de
modo masivo y contundente en el espacio público, ¿Por qué en ese momento? Feixa explica que
para que exista la juventud deben existir,
por una parte, una serie de condiciones sociales (es decir, normas, comportamientos e
instituciones que distingan a los jóvenes de otros grupos de edad) y, por otra parte, una
serie de imágenes culturales (es decir, valores, atributos y ritos asociados específicamente
a los jóvenes) Tanto unas como otras dependen de la estructura social en su conjunto, es
decir, de las formas de subsistencia, las instituciones políticas y las cosmovisiones
ideológicas que predominan en cada tipo de sociedad. (1998:18).
Siguiendoa Rosana Reguillo (2007), estas transformaciones se enlazan con tres procesos:
* El furor de la industria cultural joven. Por primera vez, la industria cultural ofertaba bienes
exclusivos para las juventudes. El acceso a ciertos bienes permitió crear algunos símbolos de
identidad juvenil que rápidamente se internacionalizaron. Así, determinadas pautas de consumo,
costumbres y comportamientos, y sobre todo modos de organizar el ocio, dieron impulso a una
cultura juvenil.
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* El surgimiento de un Discurso Jurídico dirigido a los jóvenes. “La visibilización creciente
de los jóvenes y su enfrentamiento al statu quo, se daba en paralelo con la universalización
acelerada de los derechos humanos en un clima político que trataba de olvidar los fascismos
autoritarios de la época precedente” (Reguillo, 2007:25). La irrupción de los jóvenes en la escena
pública y sus contestaciones al statu quo originaron la necesidad de generar un marco jurídico
que los contenga. Los jóvenes fueron separados en el plano jurídico de los adultos y pasaron a ser
considerados sujetos de derecho. En consecuencia, y bajo el amparo de un Estado benefactor que
introduce elementos científicos y técnicos para administrar la justicia, se crearon nuevas
instituciones de menores orientadas a la rehabilitación antes que al castigo.
Los años 60 reflejaron los impactos sociales y políticos de estos procesos que convirtieron a
las juventudes en “actores sociales independientes”, en lo que se configuró como una nueva
cultura juvenil (Hobsbawm, 2006). La novedad radicaba, en primer lugar, en que la juventud se
mostraba como una etapa plena de la vida, y no como mera fase de preparación. Las habilidades
podían desarrollarse aquí y ahora, y no dependían exclusivamente de una madurez adulta.
Políticamente, se tradujo en una tendencia a nivel mundial de rebajar la edad de voto a 18 años.
En segundo lugar, la cultura juvenil deja de estar subvalorada frente a la cultura adulta -dado que
los hijos podían saber tanto o más que los padres-, y se instaura como dominante, favorecida por
el mercado quien los percibió como potenciales consumidores. En tercer lugar, la nueva cultura
juvenil era principalmente contestataria y se veía favorecida su expansión por una “asombrosa
internacionalización” (Hobsbawm 2006). La nueva cultura juvenil incorporaba los valores y las
formas propias de las clases populares, como una forma de rebelión contra los modelos que
habían tenido sus antecesores -quienes habían aspirado a una cultura patricia culta de clase
media-. Además, desde lo simbólico, proponía consignas que apelaban a quebrantar el statu quo
social adorando transgresoras figuras públicas de su misma generación, que demostraban que no
había que llegar a la madurez para ser un genio dentro de lo suyo -como el Che, Lennon, Bob
Marley-. En lo cotidiano significó la liberación de los tapujos sexuales, el atractivo del uso de
drogas y la difusión masiva del rock como formas de romper con las convenciones sociales
establecidas.
Estos aspectos permitieron la configuración de una identidad juvenil que logró imponerse
como matriz de la revolución cultural. Lo juvenil se impuso en el comportamiento, las
costumbres, el ocio y el consumo. Lo joven cobraba valor en un contexto en donde la brecha
generacional era abismal.
Para el caso latinoamericano, Reguillo (2007) señala que el surgimiento de las juventudes en
la escena pública contemporánea coincide con la época de los movimientos estudiantiles de
finales de la década de los sesenta. Es así que la primera imagen que se construye del colectivo
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juvenil surge en estrecha relación con la condición de estudiantes. No obstante, las juventudes
rápidamente se constituyeron como actores sociales que comenzaban a vislumbrar lo que serían
los años 70. En este nuevo clima político, fueron visualizados como los “guerrilleros” y
“subversivos”, jóvenes manipulados, producto de su inocencia, por los oscuros poderes
internacionales. Ya en los 80, “las derrotas políticas” pero sobre todo “las simbólicas” volverán
invisibles a los jóvenes. Para nuevamente, convertirse en centro de atención en los 90; pero esta
vez como “problema social” (Reguillo, 2007).
Así las sociedades latinoamericanas irán bautizando con diferentes rótulos a sus juventudes:
“'Rebeldes', 'estudiantes revoltosos', 'subversivos', 'delincuentes' y 'violentos', son algunas de los
nombres con que la sociedad ha bautizado a los jóvenes a partir de la última mitad del siglo.
Clasificaciones que se expandieron rápidamente y visibilizaron a cierto tipo de jóvenes en el
espacio público, cuando sus conductas, manifestaciones y expresiones entraron en conflicto con
el orden establecido y desbordaron el modelo de juventud que la modernidad occidental, en su
“versión” latinoamericana, les tenía reservado” (Reguillo; 2007:21,22).
La revolución científico técnica iniciada en los 70' provocó una reorganización a nivel de la
producción, distribución y comercialización, bajo un criterio global. Asimismo, a nivel cultural la
posmodernidad trae consigo nuevos valores basados en la pérdida de ideales históricos, en la
revalorización del presente y de nuevas pautas de consumo que incentivan a la exacerbación y la
satisfacción inmediata.
En este contexto, se redefinen los modos en que se construye las identidades. Basándonos en
el análisis desarrollado por Sergio Balardini (2002), presentamos brevemente los principales
cambios y caracterizaciones que construyen el mundo en el que viven los y las jóvenes de hoy:
- Surgen nuevas grupalidades juveniles, basadas en vínculos sostenidos por emociones y rituales
compartidos antes que por contratos políticos o ideológicos. “Los canales de participación
tradicionales son considerados formales y ficcionales, expresando un cierto bloqueo de las
demandas de participación auténtica” (Balardini S. y Miranda A. 1999, citado en Balardini,
2002).
-Aparecen una pluralidad de formas familiares y con ella nuevas y diversas formas de
socialización de los jóvenes -hogares monoparentales, familias ensambladas, etc.-.
-La autoridad paterna se torna fuertemente cuestionada, tras los cambios en el mercado laboral
de los 90. Las ideas dominantes acerca de la obsolescencia temprana de las capacidades
adquiridas -que aseguraban, por ejemplo, que una persona de cuarenta años era “vieja” para
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encontrar trabajo- y el fuerte ingreso de la mujer al mercado de trabajo -las “jefas de hogar”-,
puso en tensión la imagen del varón proveedor y de la familia construida alrededor de esta figura.
En consecuencia, los jóvenes se socializan en ámbitos de negociación permanente dentro de los
grupos familiares cuyos vínculos se vuelven más horizontales; poniendo en cuestión incluso la
permanencia de los mismos.
-La sociedad del trabajo se desplaza hacia la sociedad del consumo. La forma en que se consume,
expresa quien se es. El éxito se mide en función de la eficiencia y la productividad.
-La escuela entra en crisis y pierde el lugar hegemónico como productora de la cultura juvenil.
“... las instituciones escolares, afincadas en la cultura del libro, del texto y la palabra escrita,
tienen dificultades, en la medida en que los jóvenes están inmersos en una cultura de la
velocidad, de la fragmentación y de la imagen, y los adultos enfrentan el desafío de seguir
enseñándoles de manera secuencial y en base al texto” (Balardini, 2002:10). Así, dos lógicas
diferentes se enfrentan. Por un lado, la propia de la escuela: su forma tradicional de la palabra, la
linealidad y los procesos de diálogo, debate y reflexión. Por el otro, la que incorporan los jóvenes
estimulados por los medios de comunicación: una cultura propia, de la imagen, la fragmentación
y la rapidez estimulada por los medios y la propaganda. Además, la democratización del acceso a
la enseñanza media permitió la incorporación de otras lógicas, provenientes de los sectores
populares, que chocan frente a una institución cuyos aspectos fundamentales fueron diseñados
desde una concepción de clase media.
-La tecnología juega un papel importante en la vida de los jóvenes. Las nuevas generaciones
están más preparadas que sus padres para acceder a la tecnología. La contraparte es que no sólo
se incrementa la brecha intergeneracional, sino que también aumenta la distancia entre jóvenes
conectados y jóvenes no conectados.
-Los jóvenes incorporan nuevas prácticas en relación a lo estético, que intentan salvar de la
contaminación adulta. “El declive de la palabra y su racionalidad como función negociadora,
frente a una lógica de la acción, más espacial, tiene fuerte incidencia de lo gestual, lo
paraverbal y lo corporal, produciendo nuevas formas de relacionamiento y formas de saber”
(Balardini, 2002:15). En este contexto, se desarrolla un nuevo arte, el body art. A diferencia de
los jóvenes de los 60 que se identificaban con objetos desmontables -tales como accesorios,
sombreros, pañuelos- los jóvenes de hoy se instalan marcas en el cuerpo -tatoos, el piercing, el
branding-. Ya no como símbolos de marginación, oposición y/o resistencia; sino de
individuación, de belleza y de integración. Además surgen múltiples expresiones estéticas,
culturales y de identificación vinculadas a los territorios donde los jóvenes se vinculan. Los
stencil, grafitis, murales, y las tribus urbanas son sólo algunos de los elementos y agrupamientos
que dan cuenta de esas nuevas prácticas vinculadas a lo estético como modo de identificación y
diferenciación.
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Estos recorridos históricos dan cuenta de las diferentes formas que van asumiendo las
identidades juveniles a lo largo de la historia en distintos momentos históricos y el modo en que
se visibilizan en el escenario público.
8 Esta sección reproduce gran parte de un artículo de mi autoría, Chaves, M. (2008) ―Juventud negada y
negativizada: representaciones y formaciones discursivas vigentes en la Argentina contemporánea‖. Revista Última
Década. Nº 23 Viña del Mar: CIDPA. Disponible en http://www.cidpa.cl
9 De acuerdo a Michel Foucault (tomado de Castro, 2003) y Giorgio Agamben (1998, 2003) el paradigma del
momento ya no es más el paradigma del disciplinamiento o de la normalización estrictamente sino el paradigma de la
seguridad; es en este contexto donde el sujeto joven puede ser leído, se convierte en el enemigo interno, porque es el
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Joven como ser en transición
El momento de ser joven es presentado como el de transición por excelencia. Desde la
infancia, se transita hacia la adultez que aparece como el momento de mayor plenitud, ya que
luego sobreviene la decrepitud: la vejez. En las sociedades occidentales modernas la vida está
simbolizada como una curva, se asciende hasta el punto culmine (adultez) y luego se desciende.
El punto de partida (infancia) y el punto de llegada (vejez) son subordinados al punto medio. Si
esta curva fuese coloreada y valorizada el resultado sería: de la pureza a la impureza, de lo blanco
-el nacimiento- a lo negro -la muerte-.
que representa la inseguridad. ¿Pero no es contradictorio que el peligro esté representado por un ser inseguro? No,
justamente su inseguridad es lo que lo encuadra en el paradigma, y es eso lo que lo hace peligroso.
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por el mal camino, no cuidarse; peligro para su familia: trae problemas; peligro para los
ciudadanos: molesta, agrede, es violento; peligro para LA sociedad: no produce nada, no respeta
las normas. Hoy al Estado parece no interesarle fundamentalmente disciplinar, sin embargo sí le
interesa el mecanismo de seguridad: ya no importa que los chicos se porten mal, el problema es
que son peligrosos.
Se está hablando del joven desde la potencialidad de la acción, no por lo que el joven es en
relación a los demás sino por lo que es o puede ser en sí mismo. La interpretación del individuo
por el individuo mismo.
Discurso naturalista
Es aquel que define al joven o a la juventud como una etapa natural, como una etapa
centrada en lo biológico, en la naturaleza, como una etapa universal (lo natural es universal). Se
considera que la juventud existió desde siempre y de la misma manera, por lo que corresponde a
la naturaleza biológica de los individuos.
Discurso psicologista
Es la mirada sobre la juventud como momento de confusión, como un proceso psicológico
particular que debe resolver casi individualmente y que de todos modos lo va a resolver, porque
como todo esto es una etapa, sí o sí se les va a pasar. Es la presentación del joven como
adolescente. Este es el término con el que se van a referir a los jóvenes en el discurso psicologista
(también en el psicológico pero no se debe confundir), como aquel que adolece de algo, como
dolencia, como sufrimiento (acompañado por muchas referencias al discurso médico, al modelo
de la medicalización).
Discurso culturalista
Se trata de mirar a la juventud como una cultura, una cultura aparte de los otros grupos de
edad de la sociedad, como si un grupo de edad pudiera construir una cultura por sí mismo, siendo
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que un aspecto fundante de lo cultural es su necesidad y capacidad de ser trasmitido y
reproducido en las generaciones siguientes. Se incluye en este discurso el muy de moda término
de “tribu juvenil”. Otro modo del discurso culturalista es el señalado por Margulis y Urresti
(1996) donde la representación de la juventud es construida exclusivamente sobre los signos
juveniles de clase media y alta -principalmente en su característica de etapa de moratoria social-,
lo cual lleva a pensar la juventud no sólo de forma homogénea sino como puro signo. Esta
caracterización no se opone al uso que le doy al término en esta sección ya que el trasfondo
epistemológico de las dos representaciones: tribus juveniles y juventud como moratoria social
son iguales, sobreimprimen lo simbólico frente al resto de lo social, uno como cultura
distanciada, el otro como “la” forma de ser joven en la cultura.
Discurso sociologista
Es aquel que representa al joven como víctima: él es producto de todo lo que pasa en la
sociedad y lo social es presentado como “supra humano”, más allá de las personas, por lo tanto es
un sujeto que nada puede hacer. La explicación está puesta en el afuera. El joven es una víctima
de la globalización, de la sociedad moderna, del posmodernismo, de los medios de
comunicación, del sistema escolar que no funciona, de los malos profesores. Estas
representaciones articulan un discurso que también quita agencia al joven. Su calidad de actor
social creador está anulada por la imposibilidad que tendrá de generar otro camino que no sea
el que le estaba previsto a su sector social, si es pobre será ladrón, no les queda otra que salir a
robar, la droga es la única salida de estos pibes de barrio periférico.
Se interpreta que las miradas hegemónicas sobre la juventud latinoamericana responden a los
modelos jurídico y represivo del poder. Tomando la propuesta foucoultiana sostengo que la
juventud está signada por “el gran NO”, es negada (modelo jurídico) o negativizada (modelo
represivo), se le niega existencia como sujeto total (en transición, incompleto, ni niño ni adulto)
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o se negativizan sus prácticas (juventud problema, juventud gris, joven desviado, tribu juvenil,
ser rebelde, delincuente, etc. etc.).
La apuesta teórica es pensar la juventud como relación, al joven como posibilidad, lo que
incluye todas las caras, la posibilidad no es positiva en el sentido de “lo bueno” o “lo deseable”
sino en el sentido del poder hacer, del reconocimiento de las capacidades del sujeto. Salirse de la
medición de la normalidad. Elementos de esta concepción están presentes en las propuestas
analíticas elegidas para sus investigaciones entre los autores revisados. Todas estas versiones son
de utilidad para el estudio de juventudes, cada una es emergente del momento y el motivo para el
que fueron construidas (discursos del sentido común, discursos científicos, mediáticos, etc.).
Los discursos son producciones situadas, tanto en el tiempo como en el espacio, jamás son
inmutables. La hegemonía de uno de los “tipos” de discurso sobre otro brinda indicios fuertes de
cómo “la sociedad” (jóvenes incluidos) está pensando, se acerca y trata a sus miembros más
jóvenes.
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