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Chaves, Mariana1 “Investigaciones sobre juventudes en Argentina: estado del arte en

ciencias sociales”. Con la colaboración de María Graciela Rodríguez y Eleonor


Faur. Papeles de trabajo Nº 5. Buenos Aires: IDAES. Junio 2009.

1. Procesamiento social de la edades

Los sentidos que las culturas otorgan a los grupos de edad producen las condiciones
simbólicas de cómo ser/estar en cada uno de ellos. Población con distintas edades hubo siempre y
en todas partes, pero en cada tiempo y en cada lugar se ha organizado y denominado de manera
diversa a los grados de edad: infancia, juventud, adultez y vejez hoy consideradas “naturales” no
son más -ni menos- que construcciones históricas. Ni existieron desde siempre ni son el “modo
natural” de organizar el ciclo de vida. No son parte de la “naturaleza humana” y por lo tanto son
susceptibles de transformación.

La naturalización del sentido que los sujetos le otorgan a las edades, las expectativas sobre
las mismas, las prácticas que se supone corresponden y los estereotipos que se generan con base
en la edad son, entre otros procesos, parte de lo que se nombra como el procesamiento
sociocultural de las edades. Nadie que viva en estos primeros años del siglo XXI puede decir
que “juventud” no se ha convertido en una palabra recurrente. Funciona como sustantivo
identificando sectores sociales, se convierte en adjetivo para caracterizar (juvenil) y hasta se hace
verbo para nombrar nuevos procesos (juvenilizar).2

1.1 Cronologización e institucionalización del curso de vida

La sociedad capitalista occidental está organizada, entre otras clasificaciones y distinciones,


por clases de edad, y como en toda relación social, entre ellas se juegan relaciones de poder. La
división etaria de la sociedad se potencia en la articulación con la división social del trabajo, la
división social de los géneros y la división social del conocimiento. El camino de la
cronologización de la vida y la institucionalización de los grados de edad es inherente a la
formación y transformación de las formaciones sociales de la modernidad (Groppo, 2000). Lo
más correcto sería decir que la «modernización», mirada desde las edades, ha consistido en
segmentar, especializar e institucionalizar el ciclo de vida, legitimando la primacía de una grupo
sobre otro, universalizando “el modo occidental” y finalmente naturalizando la
estamentalización producida.

La noción de cronologización de la vida se refiere a la objetivación de la vida como un


desarrollo cronológico individual y progresivo medido en unidades temporales por el calendario
occidental y cristiano (por días, meses y años). La vida se interpreta como un tránsito por el
tiempo; el reloj organiza el quehacer cotidiano –cuándo trabajar, estudiar, comer, dormir-; y el
calendario el qué hacer en cada fase de la vida –cuándo hay que casarse, tener hijos, estar
recibido-. Este pasar por la vida cobra sentido como una sumatoria, la tendencia progresiva de
1 Antropóloga. Doctora en ciencias naturales, orientación Antropología. Profesora e Investigadora CONICET/
Facultad de Trabajo Social, UNLP/UNTREF
2 Se utiliza en los estudios del tema para nombrar aquello que quiere adoptar características de juvenil pero que no lo
sería por el criterio cronológico, por ejemplo, adultos juvenilizados, proceso de juvenilización.
1
este desarrollo implica acumulación y avance. El carácter evolucionista de la cronologización de
la vida es evidente: progreso, acumulación y desarrollo unilineal. 3 Este es el esquema de
interpretación hegemónico del ciclo de vida en occidente.

Esta concepción de la vida por etapas se inicia en el siglo XIX acompañando por otro
proceso de la modernidad: la institucionalización del curso de la vida. La intervención del
Estado a través de la escolarización, la salud pública y el ejército, ha sido la mediación más
visible en este sentido. Han sido también de gran importancia el discurso jurídico, a través de la
legislación civil, penal, electoral, laboral; el discurso científico, principalmente la psicología,
medicina, sociología funcionalista y criminología; y la transformación del sistema de producción
económica con el pasaje de la economía doméstica a la economía de libre mercado. Ya en pleno
siglo XX, la expansión del mercado de consumo, la industria mediática y la industria del
entretenimiento se sumaron a este proceso de institucionalización del curso de la vida.

Las acciones deseables, posibles o sancionables de las personas quedan inscriptas en una
norma única, de tendencia universal, que es un sistema matemático de medición del paso del
tiempo que regula el paso por los grados de edad a través, entre otras situaciones, de la entrada y
salida de diversas instituciones. Cada sociedad construye su definición de las edades de la vida
basada en su concepción de persona4, así

En el caso de las sociedades modernas, la definición del estatuto de persona se basa en el


presupuesto de la igualdad ante las leyes y el Estado (la igualdad jurídica), lo que explica
la objetivación de las edades y la cronologización del curso de la vida en la modernidad.
La edad contada sobre el rígido criterio del tiempo absoluto se torna la mejor forma de
reducir todas las diferencias sociales e individuales reales a un denominador común y
universal –el individuo abstracto y jurídico de la modernidad también es un ser que
atraviesa estadios evolutivos, de su nacimiento a la madurez. (Según Lima y Viegas,
citado en Groppo, 2000:74-75).
1.2 La cuestión identitaria de la edades

Las sociedades están compuestas por personas que se encuentran en diferentes situaciones
temporales de su vida y a cada uno de esos momentos le otorgan sentidos individuales y
colectivos: cuando están en ellos, antes y después de transitarlos. Sentidos que se enuncian entre
otros términos como etapas, períodos, fases de vida, grados, grupos y/o clases de edad.
Nominaciones que a la vez producen a los sujetos como miembros de esas categorías,
fundamentalmente en dos formas: un sentido biográfico, donde cada persona y grupo pasa por

3 El acople ideológico a los ideales capitalistas y occidentales parece perfecto y tan funcional como lo fue el discurso
evolucionista del siglo XIX a la explotación colonial.
4 Para comparar con las sociedades tribales vale tener en cuenta que: “Dentro de las sociedades tribales,
«primitivas», el pasaje de una categoría social a otra es una muerte simbólica de la antigua categoría de persona para
la nueva, a través de los rituales de pasaje. La construcción de la persona en la sociedad tribal es diferente de la
construcción del individuo en la sociedad moderna. Los ritos de iniciación, que marcan el pasaje de una persona de
una categoría a otra dentro de una sociedad, no piensan cada categoría como un estadio de evolución individual, sino
como un ciclo ya completo que debe ser sustituido por otro ciclo del curso de la vida. Lo que los ritos de iniciación
buscan no es construir un individuo autónomo, una identidad individual o una voluntad particular. Ellos buscan una
construcción de una «identidad tribal».” (Groppo, 2000:273-274)
2
diferentes edades a lo largo de su vida y construye una trayectoria; y otro que llamo histórico:
cada franja de edad recibe y despide año tras año, evento tras evento, a diferentes personas y
grupos produciendo un relevo generacional, se nombran como cohortes y generaciones. Las
experiencias biográfica e histórica son constructoras de identidad, por lo que la experiencia
etaria puede ser analizada como generadora de identidad.

2. Categoría juventud y condición juvenil

Explicar la categoría juventud significa revelar cómo han sido estudiados los jóvenes: con
qué caracterización del contexto, desde dónde, qué y cómo se ha mirado. El discurso científico es
un elemento importante en la construcción de la realidad social, principalmente de aquellas
representaciones que se imponen como legítimas.

La «juventud» como categoría surgió en la Gran Bretaña de posguerra como una de las
manifestaciones más visibles del cambio social del período. La juventud fue el foco de
atención de informes oficiales, legislaciones e intervenciones públicas, fue divulgada
como «problema social» por parte de los guardianes de la moral y jugó un papel
importante como piedra de toque en la elaboración de conocimientos, interpretaciones y
explicaciones sobre el período. (Clarke, Hall y otros, 2000:9 [1975]).
Juventud es una categoría construida, sólo una palabra dice Pierre Bourdieu (1990) en uno de
sus escritos e inmediatamente aclara que se construye como representación ideológica de la
división de los grupos y que existe una lucha por instalar sus límites. En 1996 el argentino Mario
Margulis titula su libro La juventud es más que una palabra (Ensayos sobre cultura y juventud)
haciendo hincapié en que el término tiene usos particulares, sentidos singulares y efectos
concretos. Desde la sociología de la cultura ambos autores, uno en Europa y de trascendencia
internacional, y el otro pionero local en la temática y con proyección latinoamericana, siembran
las bases para pensar la juventud desde la cultura. Hoy el término juventud es reconocido y
utilizado como categoría analítica, y esta sistematización conceptual apuntala también la
percepción de autonomización del sector social.5

La juventud no es una categoría definida exclusivamente por la edad y con límites fijos de
carácter universal, no es «algo» en sí, sino que se construye en el juego de relaciones sociales.
Cada sociedad, cada cultura, cada época definirá su significado y a su vez éste no será único,
habrá sentidos hegemónicos y los habrá alternos, pero como bien marca Valenzuela “fueron los
imaginarios sociales dominantes quienes de forma relevante definieron a los grupos portadores de
la condición juvenil” (1999:75). Es por ello que la marca evolucionista sigue siendo indeleble,

Con origen en la cultura y la sociedad occidental, capitalista, burguesa, liberal etc., del
siglo XIX, nuestra concepción de juventud todavía está marcada por caracteres

5 Una sugestiva crítica a cierta sociología de la juventud puede encontrarse en el trabajo de Criado (1997) Producir
la juventud quien trabaja sobre la hipótesis que “la «juventud» no forma un grupo social. Bajo la identidad del
nombre «juventud» -bajo la presunta identidad social de todos los incluidos en un arco de edades- se agrupan sujetos
y situaciones que sólo tienen en común la edad” (1997:2) y tiene por objetivo en la investigación que presenta
“analizar la construcción de sentido y estrategias en torno a los estudios y el trabajo de varios grupos de jóvenes y
relacionarla con sus diferentes condiciones de producción de sujetos –posiciones y trayectorias sociales-“ (1997:56).
3
definitorios y legitimadores cientificistas, basados en una noción evolucionista del ser
humano y de las cosas. O sea, una concepción en que el ser humano es pensado como un
individuo que, biológica, mental y socialmente, evoluciona de la fase infantil a la fase
adulta, siendo la juventud una fase intermedia. (Groppo, 2000:271).
Delimitar un sector de la sociedad por las fechas de nacimiento y adscribirle determinados
comportamientos es un mecanicismo poco útil para la producción de conocimiento. Como límite
sirve para agrupar en función de constuir datos estadísticos o demográficos y es de provecho para
el sistema escolar, legal y penitenciario. Pero es un error de partida llevar el dato biocronológico
linealmente a interpretaciones socioculturales que conciben la juventud como un período fijo en
el ciclo de vida de los hombres y las mujeres, un momento universalizable, en el que todos
entrarán y saldrán en el mismo momento más allá de sus condiciones objetivas de vida, su
pertenencia cultural o su historia familiar. Es una visión que oculta o impide visualizar la
diferencia y la desigualdad. Esta crítica puede parecer una obviedad pero es necesaria, dado que
aún se encuentran investigaciones que emplean esta delimitación, y políticas públicas en el área
juventud que lo toman como dato que construye su población objeto.

Además cabe señalar que este “sujeto universal” no es un sujeto cualquiera. La construcción
hegemónica del sujeto joven en Argentina responde al estereotipo de un joven de sector medio o
medio-alto en período de moratoria social.6 Esto si se toma la valencia positiva, porque para todo
lo negativo el caso testigo será el joven de bajos ingresos, que en la comparación con el joven
«normalizado» siempre sale perdiendo.7

El pensamiento occidental moderno ha concebido al sujeto ideal (nuevamente la norma)


como el sujeto adulto, este es el sujeto completo, los demás serán comparados con él: al joven le
falta, el viejo va perdiendo. Esta visión adultocéntrica impregna muchos de los análisis y la
mayoría de las intervenciones sobre este sector: los jóvenes deben ser guiados, enseñados,
preparados, corregidos, encaminados, enderezados. Resulta indispensable para la interpretación
de la condición juvenil dar cuenta de cómo es descripta y analizada en diversos estudios, cómo es
vivida y explicada por los que se consideran jóvenes, y cómo es interpelada desde otros grupos de
edad, desde las industrias mediáticas y desde los productos que se le ofrecen (industria de la
moda, música, audiovisual, entretenimientos, etc.).

2.1 La opción por el plural: Juventudes

En el Informe sobre jóvenes 1994-2000 del Instituto Mexicano de la Juventud, Antonio Pérez
Islas logra sistematizar acertadamente nueve criterios básicos para definir lo juvenil, que coincide
con lo antes expuesto, y resume lo más potente de las definiciones que circulan en el medio
académico latinoamericano.
6 Para una discusión sobre moratoria social consultar Margulis y Urresti (1996), los autores critican la idea de
moratoria social y la describen como un etnocentrismo de clase, a cambio proponen la idea de moratoria vital, que
hace referencia a una característica cronológica de la juventud, un aspecto objetivante de su definición, que consiste
en poseer mayor capital energético, sentirse (y estar) más alejado de la muerte que otras generaciones, también lo
llaman crédito temporal o vital (más tiempo por delante para vivir).
7 Recuérdense las buenas enseñanzas de Michel Foucault y su caracterización de la sociedad moderna como la
sociedad de la normalización.
4
Lo juvenil es:

1. Un concepto relacional. Sólo adquiere sentido dentro de un contexto social más


amplio y en su relación con lo no juvenil (la interacción con categorías como las de
género, étnicas, de clase social, etcétera).

2. Históricamente construido. No ha significado lo mismo ser joven ahora que hace


veinte años, el contexto social, económico y político configura características concretas
sobre el vivir y percibir lo joven.

3. Es situacional. Por lo que responde sólo a contextos bien definidos, en tanto se


debe evitar las generalizaciones, que hacen perder lo concreto y específico de cada caso.

4. Es representado. Pues sobre lo juvenil se dan procesos de disputa y negociación


entre las “hetero-representaciones” (elaboradas por agentes o instituciones sociales
externos a los jóvenes) y las auto-percepciones de los mismos jóvenes. En algunos casos
ambas coincidirán, en otros se establecerán relaciones conflictivas o de negociación,
donde se delimita quiénes pertenecen al grupo juvenil y quiénes quedan excluidos.

5. Cambiante. Se construye y reconstruye permanentemente en la interacción social,


por lo tanto, no está delimitado linealmente por los procesos económicos o de otro tipo, y
aunque éstos inciden, el aspecto central tiene que ver con procesos de significado.

6. Se produce en lo cotidiano. Sus ámbitos de referencia son íntimos, cercanos,


familiares: los barrios, la escuela, el trabajo, etcétera.

7. Pero también puede producirse en “lo imaginado”. Donde las comunidades de


referencia tienen que ver con la música, los estilos, internet, etcétera.

8. Se construye en relaciones de poder. Definidas por condiciones de dominacIón /


subalternidad o de centralidad / periferia, donde la relación de desigualdad no implica
siempre el conflicto, pues también se dan procesos complejos de complementariedad,
rechazo, superposición o negación.

9. Es transitoria. Donde los tiempos biológicos y sociales del joven o la joven en lo


individual, los integran o expulsan de la condición juvenil, a diferencia de las identidades
estructuradas / estructurantes que son perdurables (como las de clase, étnicas, nacionales o
de género).
(Pérez Isla, 2000:15).

Se observa en las investigaciones del siglo XXI y varias de fines del siglo XX, tanto a nivel
internacional como nacional, una preeminencia del punto de vista relacional para el análisis de lo
juvenil, donde el y la joven son concebidos como actores sociales completos, inmersos en
relaciones de clase, de edad, de género, étnicas y raciales. La juventud se piensa como un modo
que tiene la sociedad y la cultura de hacer vivir una parte de la vida: es el modo de explicar, de

5
dar sentido, de practicar, de habitar, ese espacio social de la experiencia desde diferentes
situaciones y distintas posiciones sociales.

Los trabajos revisados evidencian un avance en el acuerdo, en el campo de las ciencias


sociales, de tomar juventud como categoría analítica que cobrará sentidos particulares al ser
analizada inserta en el mundo social; será allí desde donde se podrá explicar como condición
juvenil, es decir qué es ser/estar joven en ese tiempo y lugar para esas personas jóvenes y no
jóvenes; lo cual resulta en unos conjuntos identificables por auto y/o heteropercepción a los que
se denominará juventudes.

La opción de muchos investigadores por el plural juventudes debe ser interpretado no como
un neologismo banal sino como una lucha política de afirmación de la heterogeneidad en
oposición al discurso homogeneizador que primó en los estudios previos sobre juventud en el
país, que sigue dirigiendo muchas de las políticas de intervención hacia el sector y que articula
uno de los significados más reproducidos en torno a de los jóvenes invisibilizando la complejidad
de sus vidas.

3. Historia de la Juventud

La categoría “juventud” tal y como la comprendemos en el presente en las sociedades


occidentales, es fruto de un proceso histórico que se vincula exclusivamente con la formación de
la sociedad industrial moderna (Feixa, 1998; Ariès, 1987, entre otros). Si bien la “juventud
occidental”, en tanto condición social difundida en todo el cuerpo social y en tanto imagen
cultural claramente diferenciada, emerge de modo masivo y contundente en el espacio público en
el siglo XX, puede rastrearse su origen en el dilatado proceso de mutación del feudalismo al
capitalismo, así como en diversas transformaciones producidas en el seno de instituciones como
la familia, la escuela, el ejército y el trabajo.

Siguiendo el planteo elaborado en la obra de Foucault, podemos afirmar que la formación


capitalista industrial moderna en las sociedades occidentales, implicó el despliegue gradual de un
nuevo diagrama de poder de tipo “normalizador”. El nuevo orden social occidental-moderno, se
fue configurando a partir de la articulación de nuevas tecnologías de poder que fueron penetrando
en dos niveles al sujeto humano. Por un lado, en un nivel micro, se despliegan técnicas de
carácter anatomopolítico, tomándose a los cuerpos como blanco del poder, los cuales comienzan
a ser construidos en dispositivos. Por otro, en un nivel macro, se configuran técnicas de carácter
biopolítico, que toman a las poblaciones como blanco del poder.

De modo sintético puedo plantear que la tecnología disciplinaria, en tanto dispositivo, toma
como objeto al cuerpo, y su lugar de construcción es la institución. La disciplina fabrica los
cuerpos sometidos y ejercitados, es decir, fabrica cuerpos “dóciles” y, a su vez, aumenta las
fuerzas de estos cuerpos en términos políticos de obediencia. La coacción disciplinaria establece
en el cuerpo el vínculo de coacción entre la aptitud o capacidad aumentada y una sujeción o
dominación acrecentada. Son técnicas minuciosas que definen cierto modo de adscripción
política y detallada del cuerpo, es decir, definen una “microfísica del poder”. La disciplina es una

6
anatomía política del detalle, o en otras palabras, es la anatomo-política de los cuerpos
organizada en cuarteles, fábricas, hospitales, asilos, escuelas y prisiones.

Así, el cuerpo se sumerge en un campo político en donde las relaciones de poder y


dominación operan sobre él, lo marcan, lo cercan, lo fuerzan, lo someten…, pero este
sometimiento no se obtiene por el único instrumento de la violencia, sino que se despliega todo
un saber del cuerpo y un dominio de sus fuerzas, que constituye lo que se va a llamar la
“tecnología política del cuerpo”. Esta tecnología es difusa, multiforme, a pesar de la coherencia
de sus resultados; no es posible localizarla en un tipo definido de institución ni aparato estatal;
aunque éstos utilicen algunos de sus procedimientos, ella se sitúa en un nivel distinto, es decir, en
una microfísica del poder que los aparatos y las instituciones ponen en juego. Asimismo, junto a
las técnicas disciplinarias, en las sociedades occidentales modernas y a partir de la gestión de las
fuerzas del Estado moderno, se despliegan diversos mecanismos de regulación de las
poblaciones, que pueden ser entendidos en términos de “biopolítica”.

Puesto que el diagrama de poder occidental moderno, en su nueva configuración, tiene el


objetivo de “hacer vivir y dejar morir”, el blanco será, simultáneamente, el hombre-cuerpo y el
hombre-especie, pues la “población” comienza a visibilizarse como cuerpo productivo. El
objetivo, entonces, será como en las disciplinas, la maximización y la extracción de fuerzas. Así,
la biopolítica tiende a tratar la “población” como un conjunto de seres vivos y coexistentes que
presentan rasgos biológicos y patológicos particulares y que, en consecuencia, conciernen a
saberes y técnicas específicas.

Por lo tanto, esta doble dimensión que adopta el poder en las sociedades occidentales
modernas, a la vez totalizante e individualizante, que supone el despliegue tanto de las técnicas
anatomopolíticas como de las biopolíticas, configura un tipo de sociedad de vigilancia, donde las
instituciones (familia, escuela, fábricas, etc.) comienzan a convertirse en “observatorios” en los
que se examina a los sujetos y se extrae un saber sobre ellos, que a su vez permite construirlos y
encauzarlos en referencia a una norma.

Dentro de este marco, la vida, el cuerpo y la subjetividad infantil y juvenil comienzan a


cobrar progresivamente mayor visibilidad e importancia, pues la racionalidad moderna,
(vehiculizada principalmente por el discurso jurídico y científico), supuso el desarrollo de un
proceso de segmentación, especialización, cronologización e institucionalización del ciclo de
vida. Así, paulatinamente, la imagen del sujeto niño y del individuo joven, irán tomando forma y
relieve en las sociedades occidentales. Se los irá aislando y retirando del mundo de las personas
adultas y se los comenzará a construir al interior de diversos dispositivos institucionales.

En esta línea de análisis, se observa que desde el siglo XVII comienza a desplegarse en un
primer momento, en las clases privilegiadas y más tarde en las clases subalternas, una estrategia
moral-familiarista que construirá el rol masculino y femenino, así como la infancia-adolescencia
normal, produciendo una radical transformación de la institución familiar. La familia moderna
comienza gradualmente a mutar de la forma “familia-red” a la forma “familia-célula”. Esta nueva
familia restringida, toma a su cargo el cuidado de la vida, la educación y la normalización de los
7
niños y niñas. Los hijos e hijas, de este modo, comienzan a perder independencia y a dilatar
progresivamente los plazos de dependencia económica y moral.

En el mismo momento en que la familia burguesa se cierra, configurándose como espacio


afectivo denso y vigilante de la infancia-adolescencia, se le otorga una racionalidad que la
conecta a una tecnología, a un poder y a un saber médico-pedagógicos externos. De este modo, el
niño-adolescente o niña-adolescente burgués tendrá una “libertad protegida”; su familia
construirá a su alrededor una especie de cerco “sanitario” que delimitará su campo de desarrollo;
dentro de él, su cuerpo y su subjetividad serán discretamente vigilados y, a su vez, estimulados
mediante los avances del conocimiento médico y pedagógico.

Esta estrategia moral-familiarista moderna, no se extendió exactamente con el mismo


formato ni con la misma intencionalidad política a todas las clases sociales. Siguiendo el planteo
de Donzelot,

La familia popular se forja a partir de la proyección de cada uno de sus miembros sobre
los demás en una relación circular de vigilancia frente a las tentaciones del exterior: el bar,
la calle. Sus nuevas tareas educativas las realiza a costa de una pérdida de coextensividad
en el campo social, de apartarse de todo lo que la situaba en un campo de fuerzas
exteriores. Aislada, en adelante se expone a que le vigilen sus desvíos (Donzelot, 1990, p.
46).

La familia popular, entonces, se construye a partir de una estrategia que podría denominarse
“economía social o filantropía”, cuyo objetivo es, por un lado, reproducir mano de obra a bajo
costo y, por otro, una vigilancia directa sobre ese sector poblacional. Así, para el niño-adolescente
popular, el modelo pedagógico será el de una “libertad vigilada”; gradualmente se lo irá retirando
hacia espacios de mayor vigilancia (escuela, vivienda familiar), pues el blanco es su exceso de
libertad y su presencia en las calles.

Como puede observarse, la familia moderna se configura como herramienta de control social
de valor táctico, pues comienza a funcionar como bisagra entre la salud del cuerpo social y el
control de los individuos particulares.

En sintonía con la nueva reconfiguración familiar, la sociedad moderna produce una


transformación en la institución escolar. Tal como sucedió con el dispositivo familiar, el proceso
de escolarización moderno surge en las clases burguesas, difundiéndose, luego, de modo
diferencial, a todas las capas sociales.

Progresivamente la escuela medieval, en donde predominaba una yuxtaposición de edades y


una difusa autoridad docente (Ariès, 1987), comienza a ser sustituida por sistemas de instrucción
propios de la modernidad (colleges, internados), moldeados por el proceso de racionalización. La
educación de niños y jóvenes en la modernidad obedece a ciertas reglas de racionalidad que, por
un lado, garantizan su supervivencia, y por otra parte aseguran su domesticación y desarrollo
normalizado. Estas reglas y su racionalidad serán determinadas por toda una serie de instancias
técnicas y de saberes médicos y pedagógicos (Foucault, 2000).
8
El moderno sistema educativo, entonces, es penetrado por múltiples tecnologías
disciplinarias (como por ejemplo el examen), que tienen como blanco la socialización, la
normalización y la moralización de los niños, niñas y adolescentes. La escuela se configurará
junto con la familia, como un espacio de vigilancia, diferenciación, clasificación y encauzamiento
de la conducta juvenil e infantil.

En este contexto, a finales del siglo XIX comenzó a diseñarse una legislación especial
dirigida a la “protección” de la infancia y la juventud, que otorgó un marco jurídico legitimador a
la intervención estatal sobre niños, niñas y adolescentes (entendidos en adelante como “sujetos
menores”) abandonados o delincuentes. Institutos, cárceles, tribunales y todo un cuerpo jurídico-
institucional, tomó como objeto a “lo infantil” y “lo juvenil” etiquetado como peligroso. Aquellos
sujetos jóvenes, que por alguna razón eran expulsados de la institución escolar o familiar,
pasaban a engrosar la nueva categoría de “menores” (García Méndez, 1994). Dentro de esta
lógica se re-actualiza la preocupación por la “protección” y la “normalización” de los cuerpos
infantiles juveniles. La intervención filantrópica sobre la infancia-adolescencia tuvo la doble
finalidad de prevenir todo aquello que pudiera amenazarlos (infancia-adolescencia en peligro) y
sancionar todo aquello que pudiera volverlos amenazadores (infancia-adolescencia peligrosa);

(…) para ello siguió varias líneas de acción: a) moralizar a los niños en forma
indirecta a través de la familia y de las instituciones hospitalarias; b) moralizarlos
en forma directa a través de la escuela, mecanismo normalizador por excelencia; c)
para aquellos que escapaban a la moralización y a la normalización (o bien eran
abandonados por sus familias), disciplinarlos a través de la internación en asilos.

De este modo, quedan delimitados los circuitos de normalización y construcción de la


infancia-adolescencia: la familia, la escuela y el asilo.

Por otra parte, otra institución clave en la construcción socio-cultural de la juventud


occidental moderna, en especial para los varones, es el ejército. Los cuerpos juveniles
masculinos, entonces, serán domesticados al interior de una institución disciplinaria por
excelencia. Durante un período determinado, los jóvenes permanecerán aislados de sus familias y
convivirán con coetáneos de orígenes muy diversos. Se configuran entonces las condiciones
necesarias para que emerjan: una conciencia generacional y una cultura propiamente juvenil
(fiestas de quintos, lenguaje contramilitar, costumbres sexuales, etc.). Asimismo, surge la noción
que vincula al servicio militar con la construcción de la masculinidad; por lo tanto, al término de
la conscripción el joven estará listo para el matrimonio y el ingreso en el mundo adulto.

Finalmente, es preciso detener la atención en el mundo del trabajo. Esta creciente


preocupación científica por la “protección” del cuerpo y la vida de los niños, niñas y jóvenes,
junto con las condiciones estructurales que fue adoptando el capitalismo, fueron sentando
progresivamente las bases para alejarlos del ámbito laboral.

A partir de la segunda revolución industrial, los sujetos menores serán desplazados


formalmente de la esfera del trabajo en las sociedades occidentales. Fruto de los avances
9
técnicos, se produce una disminución en la necesidad de mano de obra debido a la mayor
productividad y, por otra parte, se vuelve imperativa la formación de mano de obra calificada.
Así, los niños, niñas y jóvenes son reenviados al sistema educativo, o bien a la calle (Feixa,
1998).

Ahora bien, la intención de este ligero recorrido por alguna de las mutaciones institucionales
en las sociedades occidentales modernas, fue trazar algunas líneas de análisis que permitieran
vislumbrar cómo, progresivamente, fueron construyéndose y separándose los mundos juveniles e
infantiles del mundo adulto. Como pudimos observar, los cuerpos-sujetos juveniles e infantiles
fueron atravesados por toda una tecnología de poder totalizante e individualizante que,
paulatinamente, fue diferenciándolos, clasificándolos, examinándolos, encerrándolos,
normalizándolos. Se intentaron establecer, entonces, los espacios institucionales y las condiciones
sociales que permitieron la construcción de lo que hoy entendemos como “juventud”.

Pero la tarea aún no está terminada pues, como se señaló anteriormente, es después de la
segunda mitad del siglo XX a partir de la segunda posguerra, que una serie de transformaciones
sociales re-significan esta idea de joven. La “juventud occidental”, en tanto condición social
difundida en todo el cuerpo social y en tanto imagen cultural claramente diferenciada, emerge de
modo masivo y contundente en el espacio público, ¿Por qué en ese momento? Feixa explica que
para que exista la juventud deben existir,

por una parte, una serie de condiciones sociales (es decir, normas, comportamientos e
instituciones que distingan a los jóvenes de otros grupos de edad) y, por otra parte, una
serie de imágenes culturales (es decir, valores, atributos y ritos asociados específicamente
a los jóvenes) Tanto unas como otras dependen de la estructura social en su conjunto, es
decir, de las formas de subsistencia, las instituciones políticas y las cosmovisiones
ideológicas que predominan en cada tipo de sociedad. (1998:18).

Siguiendoa Rosana Reguillo (2007), estas transformaciones se enlazan con tres procesos:

* La reorganización económica y social que provocó el aceleramiento industrial, científico y


técnico. Las conquistas científicas y tecnológicas, facilitaron un proceso de extensión de la
esperanza de vida que puso en desequilibrio la balanza de la población económicamente activa.
Para revertirlo, fue necesario retrasar la inserción económica de las generaciones de relevo,
reteniéndolas más tiempo en el sistema educativo. La ampliación de los rangos de edad para la
formación no solo garantizaba la igualdad en el acceso a la instrucción escolar; sino que sobre
todo funcionaba como mecanismo de control social y autorregulación de variables económicas
antes que educativas.

* El furor de la industria cultural joven. Por primera vez, la industria cultural ofertaba bienes
exclusivos para las juventudes. El acceso a ciertos bienes permitió crear algunos símbolos de
identidad juvenil que rápidamente se internacionalizaron. Así, determinadas pautas de consumo,
costumbres y comportamientos, y sobre todo modos de organizar el ocio, dieron impulso a una
cultura juvenil.

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* El surgimiento de un Discurso Jurídico dirigido a los jóvenes. “La visibilización creciente
de los jóvenes y su enfrentamiento al statu quo, se daba en paralelo con la universalización
acelerada de los derechos humanos en un clima político que trataba de olvidar los fascismos
autoritarios de la época precedente” (Reguillo, 2007:25). La irrupción de los jóvenes en la escena
pública y sus contestaciones al statu quo originaron la necesidad de generar un marco jurídico
que los contenga. Los jóvenes fueron separados en el plano jurídico de los adultos y pasaron a ser
considerados sujetos de derecho. En consecuencia, y bajo el amparo de un Estado benefactor que
introduce elementos científicos y técnicos para administrar la justicia, se crearon nuevas
instituciones de menores orientadas a la rehabilitación antes que al castigo.

Los años 60 reflejaron los impactos sociales y políticos de estos procesos que convirtieron a
las juventudes en “actores sociales independientes”, en lo que se configuró como una nueva
cultura juvenil (Hobsbawm, 2006). La novedad radicaba, en primer lugar, en que la juventud se
mostraba como una etapa plena de la vida, y no como mera fase de preparación. Las habilidades
podían desarrollarse aquí y ahora, y no dependían exclusivamente de una madurez adulta.
Políticamente, se tradujo en una tendencia a nivel mundial de rebajar la edad de voto a 18 años.
En segundo lugar, la cultura juvenil deja de estar subvalorada frente a la cultura adulta -dado que
los hijos podían saber tanto o más que los padres-, y se instaura como dominante, favorecida por
el mercado quien los percibió como potenciales consumidores. En tercer lugar, la nueva cultura
juvenil era principalmente contestataria y se veía favorecida su expansión por una “asombrosa
internacionalización” (Hobsbawm 2006). La nueva cultura juvenil incorporaba los valores y las
formas propias de las clases populares, como una forma de rebelión contra los modelos que
habían tenido sus antecesores -quienes habían aspirado a una cultura patricia culta de clase
media-. Además, desde lo simbólico, proponía consignas que apelaban a quebrantar el statu quo
social adorando transgresoras figuras públicas de su misma generación, que demostraban que no
había que llegar a la madurez para ser un genio dentro de lo suyo -como el Che, Lennon, Bob
Marley-. En lo cotidiano significó la liberación de los tapujos sexuales, el atractivo del uso de
drogas y la difusión masiva del rock como formas de romper con las convenciones sociales
establecidas.

Estos aspectos permitieron la configuración de una identidad juvenil que logró imponerse
como matriz de la revolución cultural. Lo juvenil se impuso en el comportamiento, las
costumbres, el ocio y el consumo. Lo joven cobraba valor en un contexto en donde la brecha
generacional era abismal.

Los movimientos estudiantiles y protestas juveniles de los años 60 en Francia, Estados


Unidos, México, Checoslovaquia, Yugoslavia, Polonia, Italia, Alemania, y un poco después,
también en Argentina, fueron expresiones de esta nueva cultura joven. De igual manera, lo fueron
el movimiento beat, el flower power, el movimiento hippies, el movimiento feminista, entre
otros.

Para el caso latinoamericano, Reguillo (2007) señala que el surgimiento de las juventudes en
la escena pública contemporánea coincide con la época de los movimientos estudiantiles de
finales de la década de los sesenta. Es así que la primera imagen que se construye del colectivo
11
juvenil surge en estrecha relación con la condición de estudiantes. No obstante, las juventudes
rápidamente se constituyeron como actores sociales que comenzaban a vislumbrar lo que serían
los años 70. En este nuevo clima político, fueron visualizados como los “guerrilleros” y
“subversivos”, jóvenes manipulados, producto de su inocencia, por los oscuros poderes
internacionales. Ya en los 80, “las derrotas políticas” pero sobre todo “las simbólicas” volverán
invisibles a los jóvenes. Para nuevamente, convertirse en centro de atención en los 90; pero esta
vez como “problema social” (Reguillo, 2007).

Así las sociedades latinoamericanas irán bautizando con diferentes rótulos a sus juventudes:
“'Rebeldes', 'estudiantes revoltosos', 'subversivos', 'delincuentes' y 'violentos', son algunas de los
nombres con que la sociedad ha bautizado a los jóvenes a partir de la última mitad del siglo.
Clasificaciones que se expandieron rápidamente y visibilizaron a cierto tipo de jóvenes en el
espacio público, cuando sus conductas, manifestaciones y expresiones entraron en conflicto con
el orden establecido y desbordaron el modelo de juventud que la modernidad occidental, en su
“versión” latinoamericana, les tenía reservado” (Reguillo; 2007:21,22).

Identidades juveniles en el nuevo siglo

El dinamismo que caracteriza al concepto de juventudes obliga a analizar aquellos elementos


que construyen las identidades juveniles actuales. Las transformaciones sociales, económicas y
culturales del último cuarto del siglo XX influyeron en la construcción de nuevas prácticas y
subjetividades juveniles.

La revolución científico técnica iniciada en los 70' provocó una reorganización a nivel de la
producción, distribución y comercialización, bajo un criterio global. Asimismo, a nivel cultural la
posmodernidad trae consigo nuevos valores basados en la pérdida de ideales históricos, en la
revalorización del presente y de nuevas pautas de consumo que incentivan a la exacerbación y la
satisfacción inmediata.

En este contexto, se redefinen los modos en que se construye las identidades. Basándonos en
el análisis desarrollado por Sergio Balardini (2002), presentamos brevemente los principales
cambios y caracterizaciones que construyen el mundo en el que viven los y las jóvenes de hoy:

- Surgen nuevas grupalidades juveniles, basadas en vínculos sostenidos por emociones y rituales
compartidos antes que por contratos políticos o ideológicos. “Los canales de participación
tradicionales son considerados formales y ficcionales, expresando un cierto bloqueo de las
demandas de participación auténtica” (Balardini S. y Miranda A. 1999, citado en Balardini,
2002).

-Aparecen una pluralidad de formas familiares y con ella nuevas y diversas formas de
socialización de los jóvenes -hogares monoparentales, familias ensambladas, etc.-.

-La autoridad paterna se torna fuertemente cuestionada, tras los cambios en el mercado laboral
de los 90. Las ideas dominantes acerca de la obsolescencia temprana de las capacidades
adquiridas -que aseguraban, por ejemplo, que una persona de cuarenta años era “vieja” para
12
encontrar trabajo- y el fuerte ingreso de la mujer al mercado de trabajo -las “jefas de hogar”-,
puso en tensión la imagen del varón proveedor y de la familia construida alrededor de esta figura.
En consecuencia, los jóvenes se socializan en ámbitos de negociación permanente dentro de los
grupos familiares cuyos vínculos se vuelven más horizontales; poniendo en cuestión incluso la
permanencia de los mismos.

-La sociedad del trabajo se desplaza hacia la sociedad del consumo. La forma en que se consume,
expresa quien se es. El éxito se mide en función de la eficiencia y la productividad.

-Los medios de comunicación pasan a ser los principales ámbitos de socialización. La


adquisición de la condición juvenil, ya no dependerá predominantemente del acceso al sistema
educativo; sino de la captación por la propaganda y los programas “juvenilizados”.

-La escuela entra en crisis y pierde el lugar hegemónico como productora de la cultura juvenil.
“... las instituciones escolares, afincadas en la cultura del libro, del texto y la palabra escrita,
tienen dificultades, en la medida en que los jóvenes están inmersos en una cultura de la
velocidad, de la fragmentación y de la imagen, y los adultos enfrentan el desafío de seguir
enseñándoles de manera secuencial y en base al texto” (Balardini, 2002:10). Así, dos lógicas
diferentes se enfrentan. Por un lado, la propia de la escuela: su forma tradicional de la palabra, la
linealidad y los procesos de diálogo, debate y reflexión. Por el otro, la que incorporan los jóvenes
estimulados por los medios de comunicación: una cultura propia, de la imagen, la fragmentación
y la rapidez estimulada por los medios y la propaganda. Además, la democratización del acceso a
la enseñanza media permitió la incorporación de otras lógicas, provenientes de los sectores
populares, que chocan frente a una institución cuyos aspectos fundamentales fueron diseñados
desde una concepción de clase media.

-La tecnología juega un papel importante en la vida de los jóvenes. Las nuevas generaciones
están más preparadas que sus padres para acceder a la tecnología. La contraparte es que no sólo
se incrementa la brecha intergeneracional, sino que también aumenta la distancia entre jóvenes
conectados y jóvenes no conectados.

-Los jóvenes incorporan nuevas prácticas en relación a lo estético, que intentan salvar de la
contaminación adulta. “El declive de la palabra y su racionalidad como función negociadora,
frente a una lógica de la acción, más espacial, tiene fuerte incidencia de lo gestual, lo
paraverbal y lo corporal, produciendo nuevas formas de relacionamiento y formas de saber”
(Balardini, 2002:15). En este contexto, se desarrolla un nuevo arte, el body art. A diferencia de
los jóvenes de los 60 que se identificaban con objetos desmontables -tales como accesorios,
sombreros, pañuelos- los jóvenes de hoy se instalan marcas en el cuerpo -tatoos, el piercing, el
branding-. Ya no como símbolos de marginación, oposición y/o resistencia; sino de
individuación, de belleza y de integración. Además surgen múltiples expresiones estéticas,
culturales y de identificación vinculadas a los territorios donde los jóvenes se vinculan. Los
stencil, grafitis, murales, y las tribus urbanas son sólo algunos de los elementos y agrupamientos
que dan cuenta de esas nuevas prácticas vinculadas a lo estético como modo de identificación y
diferenciación.
13
Estos recorridos históricos dan cuenta de las diferentes formas que van asumiendo las
identidades juveniles a lo largo de la historia en distintos momentos históricos y el modo en que
se visibilizan en el escenario público.

4. Discursos vigentes acerca de la juventud en la Argentina contemporánea8


4.1 Representaciones

Podemos hablar de representaciones, que no son el reflejo de la realidad sino una


organización significante de la realidad, un modo de “construir” la realidad. Las representaciones
son sistemas de referencia que “ordenan el mundo”, son “categorías”, no son más que
articulaciones de sentido sobre la “condición juvenil”, son un conjunto de conceptos,
percepciones, significados y actitudes que marcan a los jóvenes y los condicionan.

Un conjunto de representaciones definen a los jóvenes a partir del ser en sí mismo. Ya en


1962 Henri Lefebvre avizoraba este carácter mítico de la representación juvenil,

El mito de la juventud, como el del proletariado (y los de la modernidad en general),


consiste en una serie de afirmaciones filosóficas y de redundancias de orden ontológico,
esto es, relativas a un “ser” que se pretende definir. La juventud tendría su “ser” propio y
se la definiría por ella misma y para ella misma. (Lefebvre, 1969:187)
Se parte de una comparación con perspectiva adultocéntrica, la definición se hace por
diferencia de grado en relación al parámetro elegido, lo que lleva a establecer características
desde la falta, las ausencias y la negación, y son atribuidas al sujeto joven como parte esencial de
su ser. Esta perspectiva conduce a perder de vista la condición juvenil como construcción social,
quedando oculto bajo el manto de la naturalidad del fenómeno que estas concepciones son
discursos altamente ideologizados y con perspectiva gravemente discriminadora. Su afirmación
es una cuestión de naturaleza: se es joven de tal manera, y cuando se es joven se es inseguro,
incompleto, peligroso, “lo que es en su propia naturaleza, en razón de su constitución, de sus
rasgos de carácter o de sus variedades patológicas”. (Foucault, 1993a:262).

Dentro de este campo de representaciones se identifica:

Joven como ser inseguro de sí mismo


La comparación está establecida acá con aquellos que estarían seguros de sí mismos, o sea
los adultos. El joven es presentado como un ser inseguro de sí mismo y de los demás. Con este
argumento se legitima la intervención sobre su vida, para mostrarle el camino, para hacer por él.
Enfrentado a un modelo de adulto dueño de sí mismo, es decir seguro, cumplidor de las normas.
La sociedad ha encontrado en la juventud el espacio social donde depositar al enemigo interno, el
chivo expiatorio de los males sociales.9

8 Esta sección reproduce gran parte de un artículo de mi autoría, Chaves, M. (2008) ―Juventud negada y
negativizada: representaciones y formaciones discursivas vigentes en la Argentina contemporánea‖. Revista Última
Década. Nº 23 Viña del Mar: CIDPA. Disponible en http://www.cidpa.cl
9 De acuerdo a Michel Foucault (tomado de Castro, 2003) y Giorgio Agamben (1998, 2003) el paradigma del
momento ya no es más el paradigma del disciplinamiento o de la normalización estrictamente sino el paradigma de la
seguridad; es en este contexto donde el sujeto joven puede ser leído, se convierte en el enemigo interno, porque es el
14
Joven como ser en transición
El momento de ser joven es presentado como el de transición por excelencia. Desde la
infancia, se transita hacia la adultez que aparece como el momento de mayor plenitud, ya que
luego sobreviene la decrepitud: la vejez. En las sociedades occidentales modernas la vida está
simbolizada como una curva, se asciende hasta el punto culmine (adultez) y luego se desciende.
El punto de partida (infancia) y el punto de llegada (vejez) son subordinados al punto medio. Si
esta curva fuese coloreada y valorizada el resultado sería: de la pureza a la impureza, de lo blanco
-el nacimiento- a lo negro -la muerte-.

Joven como ser no productivo


Dado que el tiempo de la productividad es el tiempo del trabajo, particularmente del trabajo
asalariado, el joven está lleno de tiempo libre, es un ser “ocioso”. Los jóvenes son presentados
como seres no productivos económicamente.

Joven como ser incompleto


Este joven inseguro, en transición y no productivo es un ser incompleto, le faltan cosas, va
camino a ser completo = adulto. Por eso aparece el derecho a intervenir sobre él. Este
razonamiento del ciclo de vida como competencia, en el sentido de una meta a lograr, ser adulto
para luego retirarse, se articula perfectamente con la división social del trabajo que existe en las
formaciones económicas capitalistas.

Joven como ser desinteresado y/o sin deseo


Esta representación aparece con mucha fuerza en los ámbitos de socialización, circula
ampliamente en las escuelas, en algunas familias y en todos los partidos políticos. La marcación
del no deseo o el no interés está colocada en que no se desea/interesa por lo que se le ofrece. El
rechazo, la indiferencia o el boicot hacia lo ofrecido –que es de interés para la institución, los
padres, etc.- es leído como falta de interés absoluto, no como falta de interés en lo ofrecido. El
no-deseo sobre el deseo institucional o familiar (ajeno a ellos) es tomado como no-deseo total,
como sujeto no deseante. El joven queda así anulado por no responder a los “estímulos” y por lo
tanto se refuerza la posición de enfrentamiento, ambas partes expresan “no ser comprendidas”:
no les importa nada, no se interesan por nada, son apáticos y desinteresados, los llamas a hacer
algo bueno y no vienen.

Joven como ser desviado


En esa inseguridad de sí mismo, en esa transición, en ese ser incompleto, en esa no
productividad y sin deseo, el joven aparece con una tendencia mayor que otros individuos a
desviarse, tiene muchas posibilidades de desviarse del camino, porque sus objetivos no son
claros y esto también lo hace ser un sujeto peligroso.

Joven como ser peligroso


No es la acción misma, sino la posibilidad de la acción lo que lo hace peligroso. Todo joven
es sospechoso, carga por su estatus cronológico la marca del peligro. Peligro para él mismo: irse

que representa la inseguridad. ¿Pero no es contradictorio que el peligro esté representado por un ser inseguro? No,
justamente su inseguridad es lo que lo encuadra en el paradigma, y es eso lo que lo hace peligroso.
15
por el mal camino, no cuidarse; peligro para su familia: trae problemas; peligro para los
ciudadanos: molesta, agrede, es violento; peligro para LA sociedad: no produce nada, no respeta
las normas. Hoy al Estado parece no interesarle fundamentalmente disciplinar, sin embargo sí le
interesa el mecanismo de seguridad: ya no importa que los chicos se porten mal, el problema es
que son peligrosos.

Joven como ser victimizado


Aquel que no tiene capacidades propias será una víctima del acontecer social. Asimismo
aquel que es todo en potencia, en posibilidad, pero que no puede SER porque no lo dejan, es
aplastado, es dominado, está absolutamente oprimido, ese también será visto como víctima. Y
hay un tercer espacio de la representación del joven ‘víctima’ y es la justificación de los actos que
entran en conflicto con la ley, la justificación de rupturas o quebrantos de la ley por su posición
social de víctimas del sistema. A la víctima se suele acercarse desde la “comprensión” y la
lástima, no desde el reconocimiento legítimo.

Joven como ser rebelde y/o revolucionario


Es la cualidad de joven como estado bio-cronológico lo que le otorga la capacidad de
rebeldía y revolución, siendo de la adolescencia el ser trasgresor, enfrentarse a todos -parece ser
que hay un desorden hormonal (pubertad) que posibilita un desorden social-. La tarea de la
transformación social, la oposición o la protesta son su DEBER SER: esa es la tarea de la
juventud, el rol que cumplen en la sociedad y deben cumplir ese papel mientras sean jóvenes, si
no lo hacen serán acusados de ineptos, de no cumplir su papel histórico predeterminado.

Joven como ser del futuro


El joven es presentado como un ser de un tiempo inexistente. El pasado no le pertenece
porque no estaba, el presente no le pertenece porque no está listo, y el futuro es un tiempo que no
se vive, sólo se sueña, es un tiempo utópico. Ahí son puestos los jóvenes, y así quedan eliminados
del hoy. Nunca pueden SER ELLOS jóvenes en el presente. El pasado es territorio de la juventud
de los adultos de hoy. El presente es el tiempo de los adultos de hoy. Y el futuro es el país del
nunca jamás. La espera es infinita, vana e ilusoria. Te roban el presente hipotecando el futuro. La
promesa de un tiempo venidero donde hallarán completud, donde el devenir biocronológico los
hará seres completos, por lo que dejarán de ser jóvenes, y entonces su tiempo será el presente (del
mañana claro está). Otro modo en el que aparece esta representación es en el tan difundido slogan
de que los jóvenes de hoy no tienen futuro, o no les interesa el futuro o no tienen proyectos para
el mañana. En esta demanda de proyecto para mañana suelen no leerse como proyecto las
expectativas de futuro de los jóvenes (su tiempo utópico, sus sueños no tiene validez de
proyecto), y sólo se espera –se acepta como respuesta válida- la repetición de una receta ya
fracasada o un decir de memoria cómo funciona la reproducción del sistema social.

Se está hablando del joven desde la potencialidad de la acción, no por lo que el joven es en
relación a los demás sino por lo que es o puede ser en sí mismo. La interpretación del individuo
por el individuo mismo.

4.2 Formaciones discursivas


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Se han identificado distintas formaciones discursivas en las que se fundamentan estas
representaciones, que se han agrupado como:

Discurso naturalista
Es aquel que define al joven o a la juventud como una etapa natural, como una etapa
centrada en lo biológico, en la naturaleza, como una etapa universal (lo natural es universal). Se
considera que la juventud existió desde siempre y de la misma manera, por lo que corresponde a
la naturaleza biológica de los individuos.

Discurso psicologista
Es la mirada sobre la juventud como momento de confusión, como un proceso psicológico
particular que debe resolver casi individualmente y que de todos modos lo va a resolver, porque
como todo esto es una etapa, sí o sí se les va a pasar. Es la presentación del joven como
adolescente. Este es el término con el que se van a referir a los jóvenes en el discurso psicologista
(también en el psicológico pero no se debe confundir), como aquel que adolece de algo, como
dolencia, como sufrimiento (acompañado por muchas referencias al discurso médico, al modelo
de la medicalización).

Discurso de la patología social


La juventud es el “pedazo” de la sociedad que está enfermo y/o que tiene mayor facilidad
para enfermarse, para desviarse. Es un acercamiento al joven a partir de verlo como el portador
del daño social. Es una mirada negativa, de “problema”: vamos a tratar sobre juventud, vamos
entonces a hablar de alcoholismo, sida, tabaquismo, embarazo adolescente. Este discurso está
plagado de términos médicos y biológicos y sus intervenciones son planteadas como soluciones a
problemas que tienden a proponer curas, separar (para evitar el contagio) o extirpar (el daño debe
ser eliminado).

Discurso del pánico moral


Reproducido sistemáticamente por los medios, es aquel que nos hace acercar a los jóvenes a
través del miedo, de la idea del joven como desviado y peligroso. El joven cumple en la sociedad
el rol del enemigo interno o chivo expiatorio. Para entender mejor cómo funciona el pánico moral
conviene describir el modelo original llamado discreto: existe primero un evento dramático (Ej.
enfrentamiento entre grupos), que genera inquietud pública, produciéndose una sensibilización
sobre el tema a través de una campaña de emprendimiento moral seguida de una acción de
control cultural. Esta mecánica funcionó en los tempranos ´60 en Inglaterra, pero una década
después la secuencia estaba totalmente alterada, y es este modo el que llega a nuestros días y
opera tan eficazmente en nuestra sociedad: primero se produce una sensibilización sobre el tema
a través de un emprendimiento moral, se genera inquietud pública, se organizan acciones de
control cultural, se identifican eventos dramáticos o, mejor dicho, se construyen eventos como
dramáticos y así se justifica una acción intensificada de control.

Discurso culturalista
Se trata de mirar a la juventud como una cultura, una cultura aparte de los otros grupos de
edad de la sociedad, como si un grupo de edad pudiera construir una cultura por sí mismo, siendo
17
que un aspecto fundante de lo cultural es su necesidad y capacidad de ser trasmitido y
reproducido en las generaciones siguientes. Se incluye en este discurso el muy de moda término
de “tribu juvenil”. Otro modo del discurso culturalista es el señalado por Margulis y Urresti
(1996) donde la representación de la juventud es construida exclusivamente sobre los signos
juveniles de clase media y alta -principalmente en su característica de etapa de moratoria social-,
lo cual lleva a pensar la juventud no sólo de forma homogénea sino como puro signo. Esta
caracterización no se opone al uso que le doy al término en esta sección ya que el trasfondo
epistemológico de las dos representaciones: tribus juveniles y juventud como moratoria social
son iguales, sobreimprimen lo simbólico frente al resto de lo social, uno como cultura
distanciada, el otro como “la” forma de ser joven en la cultura.

Discurso sociologista
Es aquel que representa al joven como víctima: él es producto de todo lo que pasa en la
sociedad y lo social es presentado como “supra humano”, más allá de las personas, por lo tanto es
un sujeto que nada puede hacer. La explicación está puesta en el afuera. El joven es una víctima
de la globalización, de la sociedad moderna, del posmodernismo, de los medios de
comunicación, del sistema escolar que no funciona, de los malos profesores. Estas
representaciones articulan un discurso que también quita agencia al joven. Su calidad de actor
social creador está anulada por la imposibilidad que tendrá de generar otro camino que no sea
el que le estaba previsto a su sector social, si es pobre será ladrón, no les queda otra que salir a
robar, la droga es la única salida de estos pibes de barrio periférico.

Todos estos discursos quitan agencia (capacidad de acción) al joven o directamente no


reconocen (invisibilizan) al joven como un actor social con capacidades propias – sólo leen en
clave de incapacidades-. Las formaciones presentadas operan como discursos de clausura:
cierran, no permiten la mirada cercana, simplifican y como obstáculos epistemológicos para el
conocimiento del otro. Se trata de discursos que provocan una única mirada sobre el joven pero
que son utilizados estratégicamente -o políticamente- según sea de ricos o de pobres. Según sea
la clase o sector de clase será el estereotipo a fijar, así se encuentran principalmente discursos
naturalistas, psicologistas y culturalistas ligados a la juventud de clase media y alta, y discursos
de patología social y pánico moral cuando se habla de la clase media empobrecida y los pobres.
Tanto en sus versiones de “derecha” como de “izquierda” -o progresistas y neoliberales para usar
términos de los noventa-, estas son miradas estigmatizadoras de la juventud. Desde la
representación negativa o peyorativa del joven, como de su aparente extremo opuesto la
representación romántica de la juventud, son miradas que niegan. Las prácticas de intervención
paternalistas no entran en contradicción con ninguno de estos discursos, todos le son útiles y
unidos son más eficaces.

Se interpreta que las miradas hegemónicas sobre la juventud latinoamericana responden a los
modelos jurídico y represivo del poder. Tomando la propuesta foucoultiana sostengo que la
juventud está signada por “el gran NO”, es negada (modelo jurídico) o negativizada (modelo
represivo), se le niega existencia como sujeto total (en transición, incompleto, ni niño ni adulto)

18
o se negativizan sus prácticas (juventud problema, juventud gris, joven desviado, tribu juvenil,
ser rebelde, delincuente, etc. etc.).

La apuesta teórica es pensar la juventud como relación, al joven como posibilidad, lo que
incluye todas las caras, la posibilidad no es positiva en el sentido de “lo bueno” o “lo deseable”
sino en el sentido del poder hacer, del reconocimiento de las capacidades del sujeto. Salirse de la
medición de la normalidad. Elementos de esta concepción están presentes en las propuestas
analíticas elegidas para sus investigaciones entre los autores revisados. Todas estas versiones son
de utilidad para el estudio de juventudes, cada una es emergente del momento y el motivo para el
que fueron construidas (discursos del sentido común, discursos científicos, mediáticos, etc.).

Los discursos son producciones situadas, tanto en el tiempo como en el espacio, jamás son
inmutables. La hegemonía de uno de los “tipos” de discurso sobre otro brinda indicios fuertes de
cómo “la sociedad” (jóvenes incluidos) está pensando, se acerca y trata a sus miembros más
jóvenes.

Informe completo disponible en http://www.idaes.edu.ar/papelestrabajo/index.html

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