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LOS APRENDICES

JUAN BAUTISTA BARRIOS


©Autor Juan Barrios
©LOS APRENDICES
Teléfonos: 04127651871
juanbbar@gmail.com

Edición al cuidado de:


Jonathan Rojas

Maracay-estado Aragua

Hecho en la República Bolivariana de Venezuela


LOS APRENDICES
JUAN BAUTISTA BARRIOS

juanbbar@gmail.com
AGRADECIMIENTO
A mi hijo José Barrios y a Rebeca
Sandia por la colaboración prestada
a los arreglos realizados a este trabajo
LOS APRENDICES

PRÓLOGO

El presente trabajo no pretende ser una obra literaria, sino más bien la expresión afectiva y sencilla de
acontecimientos que se dieron entre las décadas de los 60 y 70; cuando muchos jóvenes llegamos a formar
parte de contingentes seleccionados por la empresa CADAFE (Compañía de Administración y Fomento
Eléctrico) en todo el país, para ser preparados como recurso humano en su Centro de Formación Profesional,
en Tocuyito estado Carabobo. Fuimos afortunados al ser captados para cubrir este programa emprendido por
el Estado Venezolano, como una iniciativa de algunos gerentes de la empresa eléctrica, quienes tomaron un
modelo existente en Francia y lo aplicaron aquí en Venezuela.

En aquel momento convergieron muchas cosas que hicieron posible la creación del Centro de
Formación Profesional: por un lado la iniciativa de funcionarios gubernamentales de aquella época y los
gerentes de la Empresa CADAFE, la política de expansión del sector eléctrico, el apoyo del gobierno
francés y el aporte incondicional del personal directivo, administrativo, docente y obrero, que se desempeñó
en los inicios del proyecto. Esto fue complementado con las condiciones que poseían los aprendices,
seleccionados a través de rigurosos métodos y pruebas, quienes también dieron su aporte para su
consolidación. Para el momento se nos dio la oportunidad a muchos jóvenes, la mayoría de muy bajos
recursos, procedentes de regiones o pueblos donde las oportunidades para estudiar y salir adelante eran casi
nulas. Fue una oportunidad que nos cambió la vida, cuando siendo apenas adolescentes nos encontramos en
un lugar desconocido, para estudiar en un sitio donde se convivía con otros jóvenes en las mismas
condiciones educativas, convirtiéndose así en un reto en que había que demostrar adaptación y madurez.

Sirva esto como un sencillo homenaje al Centro de Formación Profesional en sus 50 años de fundado,
tiempo durante el cual ha salido de su seno una gran cantidad de egresados, que fueron incorporados al
desarrollo del país. Nos preguntaremos: ¿por qué después de tanto tiempo?, la respuesta es que aunque los
reencuentros entre los egresados se iniciaron desde 1994, no fue sino hasta 2012 cuando surge esta idea,
donde en uno de esos reencuentros nos dimos cuenta que de estos conversatorios se podía recopilar bastante
información. De esta manera asistimos, grabadora y libreta en mano a eventos realizados en ciudades como
Barinas, Valle de la Pascua, Coro, Chirgua, Barquisimeto, Guanare, Valencia, Maracay, donde a través de
con-versaciones y entrevistas se logró tener un cúmulo de hechos y experiencias, acaecidos a muchos
aprendices durante el tiempo que estuvieron en el Centro de Formación, todos ellos propios de la etapa de la
adolescencia y de un lugar que albergaba a casi 200 jóvenes. Es relevante la disciplina exigida en el Centro
de Formación Profesional, la cual quedó fijada como una costumbre, no solamente en el aspecto didáctico
estudiantil sino también en la vida cotidiana, la administración del tiempo, el respeto a los demás, el régimen
alimentario y comportamiento en el comedor, la cooperación, la habilidad y responsabilidad, el amor por el
trabajo, a la familia, al Centro de Formación y al país.

Las reuniones sirvieron para recabar informaciones que rememoraron aquellos años de aprendices. Se
puede destacar el aporte de los egresados Eusebio Pacheco, Saturno Colina, Oscar Miranda, Edgar Reyes, Pedro
Chacón, Gerardo Barrios, Alirio González. También a los profesores Jaime Barradas, Aldo Scaringella, Vittorio
Tangari, Juan Vides, Julio Conde, Justino Peña, Luís Tinoco. A Pacheco y Colina reconocemos su

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JUAN BARRIOS

Aporte en el suministro de infinidad de números telefónicos y puntos de referencia, que nos permitieron
tener contacto con egresados, profesores y otras personas que contribuyeron con este material. A lo largo del
trabajo las personas que se mencionan son pseudónimos de los verdaderos protagonistas, el motivo es por la
dificultad de lograr la aprobación de la gran cantidad de personas a las que se hace referencia. Los hechos
son narrados como los vería cualquier aprendiz desde sus vivencias diarias.

El Centro de Formación fue un ícono formador de hombres capaces de enfrentarse a la vida, en


beneficio de sí mismo, de su familia y de la Patria. Fue el ejemplo de un plantel bien conducido, con un
personal de alta calidad humana, cognoscitiva y profesional; donde se demostró que cuando la juventud está
bien asistida, se logran óptimos resultados. En él se confirmó el calificativo dado en Francia a su homólogo:
La Escuela de la Vida.

Para el momento en que se inician los reencuentros el Centro de Formación estaba pasando por una
grave crisis, arrastrada de años anteriores, sus condiciones eran precarias, de esto se puso al tanto a un
importante número de egresados, a objeto de buscar alternativas y ver de qué manera los egresados
podíamos hacer algo para recuperarlo. Se habló de formar una asociación, lo que a pesar del esfuerzo de
algunos no dio sus frutos sobre todo por la falta de compromiso de una gran mayoría.

En sus inicios el Centro de Formación Profesional tenía una mínima injerencia política en su desem-peño,
predominando más bien lo ético, lo que evitaba incongruencias en la selección de los aprendices y el personal
que ingresaba. Con el tiempo pasó a ser objeto de las diatribas políticas, los sindicatos comenzaron a tener su
influencia, al igual que las relaciones y los contactos. Los profesores y empleados que dieron el impulso inicial
fueron desapareciendo y comenzaron a funcionar otros criterios que influyeron en la vida del Centro de
Formación y en la selección de los aprendices. La excesiva infraestructura, la abultada nómina y las crecientes
exigencias terminaron por hacerlo inmanejable e insostenible, razón por la cual la empresa CADAFE quiso
transferirlo al Ministerio de Educación, organismo que asumió la parte académica mas no el sostenimiento, por
no tener dentro de su funcionalidad el sistema de internados. Ante esta situación el Centro de Formación se fue
quedando solo, los responsables inmediatos utilizaron estrategias para garantizar por lo menos la manutención de
los aprendices, lo que demostró luego que no podía ser autosustentable.

Todas estas situaciones llevaron a su cierre y ahora en el 2015 cumple sus 50 años ya no en una cama de
enfermo, sino enterrado junto con las esperanzas de muchos jóvenes que pudieron lograr un futuro de pro-greso
en sus aulas y talleres. Es inevitable destacar esta reflexión: Mientras la cárcel de Tocuyito ha venido en
crecimiento y ampliación, el Centro de Formación Profesional se fue a pique hasta terminar cerrado.

Juan Bautista Barrios Egresado 5ta Promoción

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DE LA CASA AL CENTRO DE FORMACIÓN

Por fin llegó el día de la partida para el Centro de Formación Profesional de Tocuyito. A las 8 de la
noche del día domingo 21 de julio de 1968, me encontraba en el lugar donde se tomaban los autobuses de
“La Responsable de Venezuela”, acompañado por mi madre y mi hermana Auristela. Con los ojos
humedecidos, impaciente esperaba la hora de salir. Mi madre me inundaba de consejos:

—Hijo, ten cuidado en el camino, cuando llegues a Caracas no le hagas caso a desconocidos. El sabio
ve el mal y se aparta.

También estaba otro compañero que había presentado las pruebas de selección y con quien no había
tenido conversación, sus padres que lo acompañaban se acercaron a nosotros. Mi madre que era una
excelente relacionista, comenzó a hablar con ellos

—¿Ustedes viven aquí en Maturín?

—Si, en las Brisas— Respondió la señora.

Yo comencé a dialogar con el joven viajero. Se trataba de alguien que por primera vez viajaba al
centro del país:

—Hola. ¿Cómo es tu nombre?— Le pregunté.

—Diego Calderón. Y tú ¿Cómo te llamas?— Respondió.

—Juan Barrios, ellas son mi mama y mi hermana.

Les tendió la mano. Y luego me presentó a sus padres:

—Conoce a mi papá y a mi mamá.

Igualmente les tendí la mano.

—Mucho gusto.

Cuando hicieron el primer llamado para el embarque nos despedimos de nuestros familiares, entre sol-
lozos y alegría. Luego de unos abrazos y la bendición, abordamos el autobús Mercedes Benz 0302 en cuya
radio se escuchaba una canción:

Nunca podre morir

Mi corazón no lo tengo aquí

Allí me están esperando

Me está aguardando que vuelva allí

Cuando salí de Cuba

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JUAN BARRIOS

Deje mi vida, deje mi amor

En eso, sonó una corneta avisando a los pasajeros que no habían subido que ya era la hora de partir. El
resto de los pasajeros subió y el autobús arrancó, soltando una humareda por el tubo de escape que
sobresalía hacia atrás en la parte superior del vehículo. Eran las 9 de la noche.

Nos sentamos juntos; lo que nos dio la posibilidad de seguir conversando:

—¿Tu trajiste tu equipaje completo?— Me preguntó Diego.

—Bueno, cumplí con lo que me pidieron: dos pantalones, dos camisas, tres interiores, tres pares de
me-dia, dos pañuelos, una toalla, peine, cortaúñas, jabón, cepillo, crema dental y desodorante.

— Ok ¿Y la mochila?— Preguntó de nuevo.

—¡Claro! Ahí van metidas todas las cosas— Le respondí. Pensando que esa pregunta guardaba cierta
estupidez, porque se trataba de una mochila de kaki de aproximadamente 70 centímetros por 50 centímetros,
con cuerda cierra boca, para llevar las cosas durante el viaje y era obvio que debía tenerla.

Al poco rato apagaron las luces y la radio, quedando todo en silencio y en tinieblas, lo que nos obligó
a descontinuar la conversación y buscar el sueño. El viaje duró toda la noche, durante la cual se sintieron
fuertes lluvias. Hubo una sola parada, donde muchos pasajeros se bajaron apresurados para ir a los sanitarios
y a comer algo.

Después de esa parada nos quedamos dormidos nuevamente, hasta que a mí me despertó un vértigo
que me produjo un vacío que había en la vía, e inmediatamente vi un letrero que decía San Agustín del Norte
y luego Avenida Lecuna. Avisté el Nuevo Circo, coso taurino emblemático de la capital. Llegamos al
terminal de autobuses del Nuevo Circo. Ya Diego había despertado y estaba deslumbrado por los avisos de
neón y los modernos edificios, que con la llegada del alba aún permanecían con las luces encendidas.

Al bajarnos le dije a Calderón:

—Mosca con tus pertenencias.

Recordé que antes cuando había estado en la capital y andaba con mi hermano Miguel por la ciudad,
igualmente me alertaba: “Cuidado con los carteristas, cuidado con un paquete chileno, estás en Caracas”.

Rápidamente retiramos nuestros equipajes y nos dirigimos a un sector del terminal de pasajeros donde
se leía, en un letrero colocado en una viga: Maracay Valencia, Vía Panamericana, y ARC. Con nuestras
mochilas al hombro nos acercamos a varios vehículos, donde un hombre gritaba:

—Maracay, Valencia, Maracay, Valencia.

Los vehículos de pasajeros eran unas camionetas tipo ranchera, en una de las cuales nos embarcamos.
El conductor colocó los equipajes en la parrilla del techo de la Country Sedan, donde ya había 5 pasajeros
abordados. A Calderón y a mí nos ubicaron en el asiento de atrás, que al reclinarse da vista a la parte
posterior del camino.

Eran ya pasadas las 7 de la mañana del lunes 22 de julio. Cuando el vehículo arrancó, se escuchaban las

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noticias: “Radio Continente informa: Tropas soviéticas amenazan con invadir territorio de Checoslovaquia.
Es impredecible lo que pueda pasar en esta parte del mundo, como consecuencia de la llamada Primavera de
Praga, Dubcek insiste en mantener las reformas aun con la amenaza del Pacto de Varsovia. Radio Continente
las 7 y 15 de la mañana. Informando la verdad primero. Tin tin”.

Calderón y yo estábamos deslumbrados, más el que yo. Subiendo por la carretera Panamericana obser-
vamos las montañas que rodean a Caracas, cubiertas con una nubosidad que pronosticaba un día lluvioso. Nos
parecía muy divertido el viaje, como si fuéramos de vacaciones, viendo los lindos paisajes de los altos miran-
dinos, aunque desconocíamos adonde íbamos a llegar. Nos detuvimos en un parador llamado Guaracarumbo.
Comentábamos todo lo que era comentable; en ese lugar estuvimos 20 minutos y luego continuamos. El sueño
nos venció y cuando despertamos, estábamos en una moderna carretera que luego supimos era la “Autopista
Regional del Centro”. En la radio de la Country Sedan ahora se escuchaba música:

Y me tratas tú y me amas tú

Tal si fuera una bambolla.

Pasamos por una orilla de Maracay donde el comentario no se hizo esperar:

—Oye Juan hay bastantes industrias— Dijo Diego al observar los galpones con nombres de compañías
que sobresalían a los lados de la autopista.

Fue emocionante, cuando llegamos al estado Carabobo, pasamos por un túnel, algo nuevo para Calderón,
porque yo ya los había visto en Caracas, luego un largo puente desde donde se veía el Lago de Valencia.

Al llegar a Valencia, la radio dio la hora: “La voz de Carabobo, son las 10 en punto”. Ambos
quedamos deslumbrados por las industrias que se levantaban en el lugar. Luego pasamos por una parte
donde había mu-chas casas coloniales, con paredes anchas, puertas de madera y techos de teja. Ya en el
centro de la ciudad, la ranchera se detuvo en un improvisado terminal, donde nos bajamos y pregunté:

—Señor. ¿Cuál vehículo sale para Tocuyito?

—Aprovechen, aquel Impala que esta allá, ya va a salir— Nos respondió aquel individuo, algo rechon-
cho, con camisa blanca y pantalón negro que tenía una libreta de anotaciones en una mano y un bolígrafo en
la otra. Tomamos cada uno nuestras mochilas y nos dirigimos al vehículo, el cual tenía un aviso que decía
Valencia –Tocuyito -Tinaquillo. Había ya tres pasajeros, dos en el asiento de adelante y uno en el de atrás, o
sea que faltábamos Diego y yo para completar la carga.

Le pregunté al conductor:

—¿Usted pasa por donde llaman La Honda?—

—Sí, queda antes de llegar a Tocuyito— Respondió.

Abordamos, salimos de Valencia hacia el oeste y tomamos una carretera muy transitada, de dos vías, el
conductor estaba pendiente de nosotros y, efectivamente antes de llegar al pueblo de Tocuyito se detuvo y nos
señaló un aviso, que tendría 1 metro por 60 centímetros que decía “CADAFE Centro de Formación Profesional”.

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JUAN BARRIOS

—¿Ustedes van para allá?— Nos preguntó.

— Si señor— Respondí.

— Bueno se quedan aquí y sigan esa vía— Nos dijo, señalando la vía que debíamos tomar.

Nos bajamos del vehículo y mochila al hombro nos encaminamos por aquella vía sin asfaltar que
señal-aba el aviso. El lugar estaba despoblado. Después de caminar unos minutos comenzamos a ver
galpones que parecían granjas, lo que reafirmamos por los olores a cochinera y excremento de pollo que
inundaba el lugar. Avistamos una vivienda que se encontraba aislada en el margen derecho y nos acercamos
a un señor, al que le preguntamos:

—Por favor ¿Dónde queda el Centro de Formación?

— Sigan caminando, ya van a llegar— Respondió.

Desde donde nos bajamos del vehículo caminaríamos de 1 a 2 kilómetros para llegar a una cerca de
ciclón, más allá un portón cerrado. Nos acercamos a una puerta para peatones y:

—Buenos días— Saludé yo en voz alta,

Un señor gordo que salió respondió el saludo y nos hizo pasar.

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LOS APRENDICES

LA LLEGADA AL CENTRO DE FORMACIÓN

El día que llegué al Centro de Formación, venía conmigo un joven procedente también de Maturín, Di-
ego Calderón era su nombre, no había cumplido aún los 15 años, colorado, pelo rubio liso, más alto que yo y
fornido, pero en su comportamiento mostraba una inmadurez de niño; habíamos viajado toda la noche hasta
Caracas, y bien temprano continuamos el viaje hasta Valencia y desde allí a Tocuyito, culminando con los
casi 2 kilómetros que caminamos, con nuestras mochilas, desde el lugar donde nos dejó el vehículo de
pasajeros. Nos acercamos a una puerta ciclón para peatones y:

—Buenos días— Grité yo.

Un señor moreno, alto y gordo, que después supe se llamaba Argenis se acercó a atendernos, respondió
el saludo y preguntó:

—Buenos días ¿Ustedes vienen como aprendices?

—Si— Le respondí.

—Bueno pasen para que se registren, llegan algo retardados, las clases hace días que comenzaron.

Era ya casi medio día. Argenis nos pasó a una oficina que estaba a unos 80 metros. Al ingresar nos
recibió una secretaria que dijo llamarse Samanta, atractiva, mediana estatura, delgada, vestida con una falda
azul, ajustada a la cintura, que se abría un poco más arriba de las rodillas, hasta donde daban las tablillas
muy bien planchadas, blusa blanca impecable, algo suelta, zapatos blancos tacón medio y el cabello liso
hacia atrás, era retenido con un cintillo blanco. Reflejaba amabilidad e inteligencia. Luego de pedirnos la
documentación nos dijo:

—El profesor Barroso está ahorita ocupado, de todas maneras aprovechen que va a ser la hora de al-
muerzo y en la tarde como a las 2 se presentan aquí.

La dama llamó a un joven que vestía una braga azul oscuro, y tenía un casco color azul eléctrico con
las letras G.H.; quien se nos presentó y dijo llamarse Néstor Arias. Nos condujo al comedor, que estaba a
unos 300 metros. Cuando llegamos había varias filas de jóvenes organizados para el almuerzo, algunos
cuando nos vieron gritaron:

— ¡Nuevos! ¡Nuevos!

El joven; a quien le pregunté qué significaba la G.H., me respondió:

—Soy de la Guardia de Honor, un grupo de aprendices que fuimos seleccionados para mantener la dis-
ciplina aquí en el Centro de Formación.

Por cortesía nos pasó con el primer lote de aprendices, los cuales iban tomando de un mostrador las
bandejas de acero inoxidable con varios compartimientos, que por primera vez yo veía y usaría; luego en el
mismo orden, se desplazaban a lo largo de un mostrador, donde 3 señoras del lado adentro y directamente de

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JUAN BARRIOS

unas enormes ollas, iban sirviendo cada uno de los componentes del menú: carne mechada, caraotas negras,
arroz y plátanos fritos en tajadas, además de un pan que tomaban de una cesta. Los aprendices se iban
sentando a la mesa, donde se encontraban ya servidos los cubiertos, vasos de aluminio, 3 litros de jugo de
naranja pas-teurizado marca “Carabobo” por mesa y servilletas. El G.H. nos colocó provisionalmente en una
de las mesas, vestidas todas con manteles blancos y dotadas a ambos lados de unos largos bancos metálicos
con cupo para 6 personas. Nos sugirió:

—Almuercen por ahora aquí, mientras se incorporan a sus respectivos grupos.

Luego del almuerzo, que comenzó a las 12 del mediodía y culminó a la 1 de la tarde, tocó una hora de
descanso y aseo personal, para después incorporarse a la tanda de clases de la tarde.

Nos fuimos al dormitorio que correspondía a los aprendices nuevos, distante aproximadamente 100
metros del comedor. Este último quedaba en una pequeña meseta o planicie, compuesto por un galpón con
techo metálico a dos aguas, de unos 50 metros de largo por diez de ancho, donde también quedaba la cocina
en el extremo norte. Ambos con una cobertura de tela anti insectos de un metro y medio de alto a lo largo de
la construcción.

Cuando comenzaron a llegar al dormitorio los aprendices que ya habían almorzado, algunos se acerca-
ron a nosotros y uno de ellos preguntó:

—¿De dónde vienen ustedes?

—De Maturín— Respondió Diego con su acento oriental.

De inmediato algunos comenzaron a molestarnos:

—Mira capocho, busca la caja limpia botas para que me lustres los pisos.

El que habló fue un joven moreno, pelo negroide, con barros en la cara, estatura regular, vestido con
una braga azul oscuro y botas de seguridad, su tono de voz indicaba que era de la capital. Luego supimos se
llamaba Ibrahin Tarre, caraqueño; caminaba moviéndose de una manera soberbia y desafiante. Calderón que
ya venía algo molesto quiso enfrentar al ofensivo, pero yo lo tomé del antebrazo y le dije:

—No le hagas caso, aguántate.

Luego se acercó otro de estatura regular, moreno, cabello normal, ojos y boca grande, que luego
supimos era de Valencia y su nombre Manuel Piña. Éste le dijo a Tarre:

—Caraquita, a estos nuevos. ¿Qué apodos les ponemos?

Yo que había peleado antes varias veces pensé: “No me voy a dejar joder con estos maricos”.

Me preparé emocionalmente para el conflicto, a pesar de que con mi pequeña estatura, y mis casi 50
kilos de peso era difícil amedrentar a alguien. Cada vez que estos tipos nos provocaban, otros que
observaban se reían y gritaban:

—¡Nuevos, Nuevos!

Me pasó por el pensamiento la idea de regresarme a Maturín. Gracias a Dios que se corrió la voz de que

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LOS APRENDICES

éramos del estado Monagas, lo que llegó a oídos de algunos aprendices ya antiguos, procedentes del mismo
estado que acudieron a conocernos, encontrando la situación en que estábamos Calderón y yo. Entre ellos
había uno muy delgado y aspecto ágil, que dijo llamarse Rolando Álvarez, y otro de buena estatura, cuerpo
atlético, cabeza de forma extraña, rapada, por lo visto muy respetado que también tenía un casco G.H.

—¿Ustedes son Orientales, de Monagas?— Preguntó este último.

—Si acabamos de llegar— Respondimos Diego y yo casi a coro.

De inmediato les alerto a los intrusos:

—Tarre y Piña, no se metan con estos carajitos, si no van a ver ¿Oíste Caraquita? y tú Piña, mariquito
que eres de la ciudad de los hombres complacientes.

El grupo se disolvió y cada quien se fue a su litera. El hombre de la extraña cabeza se identificó y nos
dijo:

—Yo también soy de Monagas, de Maturín, mi nombre es Gonzalo Flores.

Extendiendo las manos, nosotros también nos presentamos:

—Diego Calderón.

—Juan Barrios.

Le dimos las gracias por su intervención.

—No, por nada, a esos carajos les gusta joder a los del interior— Expresó.

Luego nos puso en contacto con otro G.H., quien dijo llamarse Agustín Cosme, del estado Aragua, éste nos
llevó a unas literas con sus colchonetas, que aún no estaban asignadas y tenían ambos locker a su lado.

—Pueden acomodarse aquí, luego les consigo las llaves de los locker. Pasen esta tarde a la lavandería
para que les doten de sabanas, cobijas, almohadas, funda y bragas, mañana se les entregaran los cascos y
botas de seguridad en el almacén— Recomendó.

A las 2 se iniciaban las clases de la tarde y había que estar en el aula puntualmente, Calderón y yo no
asistimos a clases y aún con nuestras mochilas a cuestas nos dedicamos a cubrir los protocolos, conocer el
Centro de Formación y acudir a nuestra entrevista con el coordinador Barroso, tal cual como nos lo indicó la
interesante secretaria; después iríamos a la lavandería.

Las 3 horas que estuvimos reunidos con Barroso fueron sumamente interesantes. Esos momentos los
dejamos para narrarlos más adelante.

Al salir de la reunión con el profesor Barroso, era ya las 5 de la tarde, Calderón y yo estábamos cabiz-
bajos por el cansancio de viajar toda la noche y no haber descansado durante el día. Pasamos a la lavandería,
donde dos señoras encargadas de este servicio nos atendieron.

—Buenas tardes— Saludamos.

Una de las señoras se acercó por la parte interna de un amplio mostrador y nos preguntó:

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JUAN BARRIOS

—¿Ustedes son nuevos?

—Sí, acabamos de llegar— Le respondí.

—Bueno, vamos a entregarles su muda y su lencería.

Con una bata de trabajo y un gorro de servicio de color verde la señora se dispuso a anotar nuestros
nombres en una planilla y dijo, al acercarse la otra señora:

—Yo me llamo Genoveva y ella Susana, díganme sus tallas, sus nombres y número de cedula de iden-
tidad.

Calderón dio sus datos a la señora y seguidamente yo. Ambas damas se introdujeron por una puerta, a
través de la cual se veían unos equipos como calderas y unos estantes, donde estaban colocadas la lencería y
vestimenta ya limpias, además de unas enormes cestas que contenían los enseres sucios, muy abundantes
porque era lunes, día cuando ingresaba la ropa sucia. La señora anotó nuestros datos en la planilla y requirió:

—Díganme el número de aprendiz asignado y el grupo al que pertenecen.

Calderón le dijo:

—Mi número es 019-68 y quedé en el grupo Faraday.

Después yo:

—Mi número es 023-68 y pertenezco al grupo Lenz.

Acto seguido ambas señoras nos entregaron la indumentaria: una sábana y funda blancas, una
almohada y una cobija color verde. Finalmente nos recomendaron:

—La ropa sucia la traen los lunes en la mañana y la limpia la retiran el viernes en el curso del día,
deben identificar sus cosas con un marcador colocándole su número de aprendiz y el grupo al cual
pertenecen, otra cosa, no recibimos ropa interior ni medias, esos los lavan ustedes, para eso están unas
bateas detrás de los dormitorios.

Dicho esto les dimos las gracias y salimos de la lavandería, mientras las señoras continuaban con sus
quehaceres.

Con nuestros enseres nos dirigimos al dormitorio, conseguimos nos prestaran un marcador de tinta
neg-ra, con el cual seguimos las instrucciones de la señora Genoveva. Después de eso vestimos las
colchonetas y las almohadas, las demás cosas que teníamos en las mochilas las colocamos en ambos locker
y le pasamos la llave que ya nos había sido entregada por el G.H Agustín Cosme.

Serían ya las 5 y 30 de la tarde de aquel lunes 22 de Julio de 1968, cuando al culminar las actividades
didácticas, los aprendices presurosos se dirigían al comedor para la cena. Calderón y yo nos acoplamos a nues-
tros respectivos grupos y con ellos nos fuimos al comedor, Nos explicaron que a los nuevos les tocaba, a dos
grupos limpiar los baños y dormitorios y a los otros dos limpiar el comedor y servir las mesas, lo cual consistía
en colocar las bandejas en el lugar donde serían tomadas por cada uno de los aprendices, colocar los cubiertos,
los manteles, vasos, servilletas, envases con el jugo y agua. Después de comer, cada aprendiz iba colocando

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LOS APRENDICES

los enseres y desperdicios en un lugar destinado para ello, la comida sobrante se depositaba en un perolón,
que luego el moreno Argenis llevaría en un camión a unas cochineras que estaban dentro del Centro de
Formación. Uno de los grupos que le tocaba la limpieza del comedor debía recoger manteles, limpiar las
mesas y el piso, una vez terminado el servicio de alimentación, tres veces al día. Esa semana le tocaría al
grupo Amper servir y al grupo Faraday recoger y limpiar. El ciclo de Formación Básica estaba conformado
por cuatro grupos de 15 aprendices cada uno que se rotaban semanalmente estas faenas.

Al grupo de Calderón le tocó esa semana la limpieza del comedor, por lo cual yo esperé que
culminara, sentado en un banco metálico que estaba fuera del comedor. El G.H que nos recibió de primero
Néstor Arias se acercó, acompañado de otro aprendiz que dijo llamarse Régulo Carrillo y que era apureño,
éste traía una tijera en la mano derecha:

—Aquí por disciplina y aseo personal tenemos la costumbre que todo aprendiz nuevo debe ser rapado.
Carrillo es uno de los encargados de eso, así que cuando salga tu compañero del comedor, aquí mismo senta-
dos en este banco, los dos deben cortarse esa melena— Dijo Arias.

Al salir Calderón ya el llanero estaba terminando de raparme y le tocó su turno. Yo me lamentaba


porque me sentía a la moda teniendo el cabello largo, usado así por la mayoría de los jóvenes de la época,
pero no hubo otra opción.

El apureño al concluir con Calderón nos dijo:

—El trabajo lo va a terminar un barbero que viene los sábados en la mañana, por ahora así están más
que bien— Con una sonrisa burlona dibujada en su cara llena de barros y espinillas, parecida a un guante de
béisbol.

Con la cabeza rapada y bautizados ya como todos los demás, nos fuimos al dormitorio, donde se
observ-aban decenas de aprendices, que se cambiaban las bragas por shores, y con una toalla al cuello y
jabonera en mano se dirigían a los baños para esperar el turno. Mientras tanto algunos hacían ejercicio,
simulaban boxeo, otros usaban las pocetas, y los demás permanecían en los dormitorios.

Los dormitorios consistían en dos galpones construidos de bloques de concreto rústicamente frisados,
techo de láminas metálicas con caída lateral, de aproximadamente 50 metros de largo por 10 de ancho cada
uno, separados por los baños; en uno se ubicaban los nuevos o Formación Básica y en el otro los aprendices
del Primer y Segundo ciclo. En el que me tocó a mí en ese momento, había 50 literas de dos pisos, separadas
por dos escaparates metálicos o lockers que podían albergar a 100 aprendices.

Al igual que los demás me cambié la ropa que traía puesta por un short, y con mis pantuflas, jabonera,
cepillo de dientes y toalla me fui a los baños. Estos consistían en un espacio de la misma estructura de los
dor-mitorios, con 4 pasillos, 2 de norte a sur y 2 de este a oeste, en 2 hileras contrapuestas, en una pared en
cada lado estaban 10 lavamanos, en los 2 pasillos más largos de norte a sur estaban, en unas 10 pocetas, en
el otro, 10 duchas; ninguno tenía puertas y había que usarlos al descubierto y estar pendientes de que algún
abusador llegara a molestar e interrumpir algunas de las funciones que en ellos se realizaban.

A mi grupo y otro grupo llamado Maxwell, nos tocaría esta semana limpiar los baños una vez al día, al
igual que los dormitorios y alrededores, por lo cual desde el siguiente día debería incorporarme a mi grupo y
durante la semana a la 6 de la mañana cumplir con la limpieza de estas áreas.

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JUAN BARRIOS

Al fin me tocó mi turno del baño y alerta de algunos que trataran de molestarme, me prepare para defen-
derme o en última instancia amenazar al intruso y denunciarlo con el paisano Flores para que rindiera cuentas.

Luego del baño, conversamos un rato Calderón y yo con otros monaguenses, entre los que estaban
además de Flores y Álvarez, Eliezer Daza, José Cermeño, José Salas, Misael Gutiérrez, Efrén Peraza, Henry
Rivero, Noel Bello, Tareck Méndez, Luis Figuera y Rómulo Cabrera. Como temas hablamos de la familia,
las aspiraciones y proyectos, qué nos motivó a cada uno a ir al Centro de Formación, y hasta de las novias,
quienes la tenían.

Llegó la hora de irse a la cama, eran las 9:00 de la noche, sonó un timbre muy fuerte con un sonido ronco,
desagradable; a las 9:35 apagaron las luces. Al acostarme escuchaba el chirriar de los grillos y el croar de los
sapos, anunciando que esa noche llovería en abundancia, propia de esta etapa del año. Cuando subí a mi litera, no
le di importancia a una estructura metálica, algo así como una mesa sin la tabla de arriba, que el vecino de la
cama de al lado estaba haciendo en el taller de herrería, y no sé porque motivo la llevó al dormitorio. Pasada la
media noche, cuando todos dormían me levante a orinar, sin acordarme que estaba en una cama de segundo piso,
me fui al vacío, cayendo sobre el armatoste que el vecino había dejado adyacente a mi cama, le di con la pierna y
éste rodó haciendo un ruido resaltado por el silencio de la noche; pero más sorprendente fue el:

—¡Hay mi madre querida!— Que lancé, por el dolor que me origino aquel accidente.

Alguien encendió las luces y me vieron revolcándome en el suelo, gritando un aprendiz:

—Llamen al inspector que aquí se jodió uno.

De inmediato llegaron unos de la G.H con un botiquín de primeros auxilios, quienes luego de descartar
una posible fractura, me colocaron unas curas en la herida y me aplicaron un medicamento que me durmió la
pierna, permitiéndome dormir el resto de la noche.

En la madrugada a las 5:00am sonó nuevamente el timbre desagradable, seguido del encendido de las
luces; luego hubo 30 minutos para ir al baño, porque a las 5:30 había que salir a trotar durante 30 minutos
más, dando inicio así a un día normal de actividades en el Centro de Formación.

17
LOS APRENDICES

ENTREVISTA CON BARROSO

Cuando Calderón y yo llegamos al Centro de Formación, aunque era ya casi mediodía, hicimos y apren-
dimos tantas cosas que ese día nos pareció interminable. Una vez que almorzamos, nos fuimos a la entrevista con
el coordinador, tal como nos lo había indicado la atractiva secretaria Samanta. Era exactamente las 2 de la tarde
de aquel 22 de Julio de 1968, cuando nos presentamos de nuevo en la coordinación.

—Buenas tardes— Saludamos simultáneamente Calderón y yo.

—Buenas tardes— Son ustedes muy puntuales, siéntense un momento, ya los atiende el profesor Bar-
roso— Respondió Samanta con una dulce voz, señalando unas butacas de semi-cuero que estaban en la re-
cepción: una pequeña recámara ocupada por un estante vertical de dos puertas, un archivo de cuatro gavetas,
dos escritorios de madera, uno donde estaba la máquina de escribir Olivetti y el otro colocado en forma de L
un poco más alto que el primero, en el que habían unos papeles, carpetas y un teléfono. Se movía ágilmente
en forma circular, unas veces para escribir algo en la máquina y otras veces para colocar o tomar algo del
otro escritorio, o atender el teléfono. Al fondo una tabiquería de fórmica y una puerta, a lo largo colgaban
unas cortinas color azul eléctrico, que hacían juego con las paredes del mismo color, pero más claro. A
ambos la-dos unas ventanas de romanilla dejaban entrar la intensa luz del mediodía. Un aparato de aire
acondicionado colocado en la parte alta de la pared izquierda refrescaba el ambiente.

—Permítanme su cédula de identidad por favor— Nos requirió la secretaria.

Yo me acerqué y le tendí una mano con el documento, Diego hizo lo mismo, y luego:

—Yo me llamo Samanta y soy la asistente del coordinador profesor Jaime Barroso.

La mujer tomó nota de los documentos y en eso se asomó en la puerta del fondo el profesor Barroso.

—Buenas tardes, pueden pasar— Saludó.

Samanta nos regresó las cédulas de identidad y pasamos a la siguiente recámara.

—Siéntense— Dijo el coordinador, señalando dos sillas de madera colocadas frente a su escritorio, en-
cima del cual había varios documentos, plumas, bolígrafos y un teléfono. El cubículo tenía igual, al fondo
una cortina azul que se movía ventilada por un aire acondicionado; al fondo, del lado derecho había una
puerta que comunicaba con una pequeña sala de conferencias. Al sentarnos nos tendió la mano.

—Mucho gusto, Jaime Barroso, bienvenidos.

—Mucho gusto— Nos presentamos cada uno al darle la mano al profesor.

Luego comenzamos a escuchar a aquel hombre con excelentes cualidades pedagógicas, nos explicó y
orientó sobre el lugar donde íbamos a vivir y cómo debía ser nuestro comportamiento. De estatura regu-lar,
color blanco, no tan delgado, cabello rizado, nariz perfilada donde descansaban unos lentes que dejaban ver
una mirada analítica y penetrante, como tratando de escudriñar la personalidad de los que estábamos

18
JUAN BARRIOS

frente a él. Después nos enteramos que cursó estudios en la Marina. Tendría menos de 30 años, joven para la
responsabilidad que representaba la conducción de aquel Centro que albergaba a casi 200 adolescentes.

—Llegan ustedes un poco retardados, las clases comenzaron hace más de una semana.

—Fue que nos avisaron tarde— Justificó Diego.

Mientras yo guardé silencio para no decir la verdadera causa de mi retraso, que fue la intención de uno
de los encargados de la selección de aprendices, de sacarme del programa para incluir a un pariente, pero fue
contrarrestado por la insistencia de mi cuñado Marcito, quien reclamaba a cada rato, porque yo obtuve
mejores calificaciones que el otro en las evaluaciones.

—Bueno, bueno, en el camino se enderezan las cargas. Acaban de ingresar ustedes al Centro de For-
mación Profesional de CADAFE. Para que más o menos tengan referencia, este Centro se origina en 1965 por un
convenio entre los gobiernos de Venezuela y Francia, a través de la Empresa Estatal Francesa de Electri-cidad y
la empresa CADAFE, con el apoyo del INCE (Instituto Nacional de Cooperación Educativa). En ese país, en una
villa llamada Guchille Chatel funciona una escuela semejante a ésta, le dicen L´ecole Vité que significa Escuela
de La Vida, su sede se llama Villa Susana, por eso nosotros le pusimos ese nombre a nuestra primera sede en la
avenida La Luz de Tocuyito. Parte del personal docente estuvimos ahí formándonos para emprender esto, que
forma parte del Proyecto Eléctrico Nacional desde 1965. Hombres como German Cellis Sauné gerente de
CADAFE Zona Carabobo, David Coirán Gerente de Relaciones Industriales de CADAFE y Ramón Tapies, quien
fue su primer director, fueron los promotores de este centro. También hay que reconocer-les méritos al personal y
a los propios aprendices, que en general han aportado para que el centro de formación sea lo que es. Como
ustedes ven su terreno es bastante amplio, aproximadamente unas 20 hectáreas, precis-amente el profesor Carlos
Arteaga del área de topografía ha estado trabajando en eso, para determinar las correctas dimensiones y la
previsión de futuros desarrollos. Luego verán, que el centro está conformado por 3 galpones donde funcionan los
talleres, con un área de 10 metros de ancho por 30 metros de largo cada uno, 10 aulas de clase para 15 a 20
aprendices, 2 oficinas administrativas y la enfermería, el galpón donde funcionan la cocina y el comedor, la
edificación de la lavandería, los 2 dormitorios con un baño múltiple anexo, 2 baños en la zona de aulas y talleres,
una pequeña edificación donde funciona el casino, un patio central para hacer la formación. Están en proyecto 2
canchas de basquetbol y volibol y una de fútbol.

Diego y yo escuchábamos aquella descripción atentamente, la información parecía tan completa que
no requería hacer preguntas. Luego continuó:

—El personal que trabaja en este centro lo constituyen además del director y el coordinador, 22 profe-
sores, 1 asistente del director, una secretaria, 2 inspectores, una enfermera, en la cocina un jefe de cocina y 4
empleados, en la lavandería 2 empleadas, finalmente tenemos 3 obreros de mantenimiento. Aquí todos le
ponemos amor a esto, y cada uno, desde el director hasta los obreros funcionamos como orientadores de los
aprendices. También los muchachos demuestran sumo respeto al personal.

Hablaba y nos observaba con detenimiento y autoridad:

—Lo que ustedes van a estudiar aquí comprende 4 niveles,3 internos que son: Formación Básica, Prim-ero
y Segundo Ciclo de la especialidad y 1 año fuera del centro de formación que comprende Las Pasantías, para lo
cual serán enviados a una de las regiones, a un centro de trabajo; al culminar regresarán a obtener sus

19
LOS APRENDICES

títulos, para luego ser incorporados a CADAFE ya como técnicos.

Y continuó:

—Al finalizar la Formación Básica optarán por una de estas especialidades: Electricista de Redes,
Oper-ador de Plantas Diesel y Operador de Plantas Termoeléctricas o de Vapor. Varios profesores fuimos
entrenados en Francia y el material didáctico es procedente de allá, traducido luego al español con el apoyo
del Instituto Nacional de Cooperación Educativa. En estos momentos, entre internos y pasantes tenemos una
matrícula de 234 aprendices.

—Otra cosa, El Centro de Formación se sostiene con el aporte que hace CADAFE de una beca de 300
bolívares mensuales por aprendiz, de los cuales se destinan 240 para el funcionamiento del Centro y a cada
aprendiz se le entregan 60 bolívares para sus gastos personales.

Las últimas palabras de Barroso nos impactaron tanto que Calderón y yo nos vimos las caras, yo
imaginé aquella importante suma para un adolescente de procedencia humilde como yo, que nunca tuve en
mis manos más de 10 bolívares. De inmediato pensé:

— ¿Cuánto le podré enviar a mi mamá?

Volví en sí, vi a Calderón sonriendo y comencé de nuevo a prestar atención al profesor.

—A ustedes se les asigna un carnet con un número de identificación emitido por el INCE, el cual nos
asiste en el área docente. Inicialmente, durante la Formación Básica son agrupados en número de 15 a 20
aprendices, luego en los ciclos de la especialización los grupos son entre 5 y 20 dependiendo de la demanda
que CADAFE tenga de cada especialidad.

—A los grupos se les distingue por el nombre de científicos que a través de la historia han desarrollado
conocimientos relacionados con lo que ustedes aprenden aquí, a saber: Volta, Ampere, Edison, Maxwell,
Lenz, Delaval, Watt, Foucault, Ohm, Diesel.

Con el nivel de educación primaria que traíamos, para nosotros estos nombres nos eran sumamente
extraños, más adelante con el avance en los estudios nos serían más familiares. Continuó Barroso con su in-
formación:

—Tienen que cumplir con el cronograma diario de actividades.

Diciendo esto nos entregó una hoja escrita a máquina y multigrafiada que tenía el siguiente contenido:

Cronograma de Actividades Diarias Para Aprendices de Formación Básica.

05:00 am Toque de timbre (Levantarse y uso de los baños).

05:30 am Trote y ejercicio físico.06:00 am Aseo personal.

07:00 am Desayuno (A los grupos que les corresponda tienen que cumplir con la faena del come
dor, baños y dormitorios).

8:00 am Formación en el patio (Himno Nacional).

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JUAN BARRIOS

8:30 am Aulas y talleres.

11:30 m Salida de clases.

12:00 m Almuerzo (Al grupo que corresponda debe cumplir con faena del comedor).

1:00 pm Aseo personal y descanso.

02:00 pm Clases y talleres de la tarde.

05:00 pm Salida de clases.

05:30 pm Cena (Al grupo que le corresponda debe cumplir con faena del comedor).

07:00 pm Estudio obligatorio (Lunes, Martes y Jueves). Cine (Miércoles). Viernes libre.
09:00pm Dormitorio.

09:30 pm Timbre para dormir (A 09:35 se apagan las luces)

NOTA: La Guardia de Honor velará por el cumplimiento de este cronograma.

Apenas pudimos ver brevemente el cronograma, sin percatarnos que durante los próximos 6 meses
ten-dríamos una apretada forma de vivir. Logramos hacer algunas preguntas, siendo yo el primero:

—Profesor ¿Cómo es lo de la faena de comedor y baños?

—Bueno, el personal obrero que tenemos es reducido, además por cuestión de disciplina hemos hecho
una programación, donde los aprendices nuevos colaboran rotándose semanalmente para la limpieza del
come-dor, servir las mesas y limpiar los baños y dormitorios, hay 4 grupos de Formación Básica de 15
aprendices cada uno, cada semana le tocará a uno de ellos una de estas actividades— Respondió Barroso.

Calderón también hizo una pregunta:

—¿Cómo es lo de las horas de estudio y de cine?

—Los aprendices deben estar en constante repaso de lo que en aulas y talleres se les imparte, además
somos exigentes en las evaluaciones, por eso tienen estudio obligatorio tres veces a la semana supervisado
por los inspectores. Pero también necesitan recrearse y como complemento a las actividades deportivas,
pueden ver una película semanal en el casino o ver la televisión los viernes— Aclaró el profesor.

Era ya cerca de las 4:30 minutos de la tarde, a las 5 terminaba la reunión con Barroso.

Yo efectué otra pregunta:

—Aquí dice que estas actividades son para los aprendices de Formación Básica ¿Y los más antiguos?

El profesor se reclinó en su asiento como tomando aire y respondió:

—Curiosa tu pregunta Barrios. Déjenme decirles que ellos cumplen lo mismo, sólo que no les corre-
sponde la faena del comedor y los baños.

—Tengo que informarles sobre La Guardia de Honor. Éste es un equipo de aprendices de los más an-

21
LOS APRENDICES

tiguos, que son seleccionados entre los más disciplinados y por su rendimiento académico, para que sean
garantes del orden y la disciplina, cuando ustedes estén fuera del acompañamiento de los docentes. Deben
ser respetados y colaborar con ellos.

Después de aclarar esto el profesor llamó a Samanta y le dijo:

—Por favor, ubícame a Arias.

Se refería al presidente de la Guardia de Honor. La secretaria cumplió la orden a través de uno de los
obreros y a los pocos minutos Arias se presentó:

—Buenas tardes profesor.

—Buenas tardes. Muchachos él es Néstor Arias actual presidente de la guardia de Honor. Conoce a
estos nuevos aprendices— Contestó Barroso dirigiéndose al grupo.

—Ah, sí profesor ya nos conocimos, ellos fueron al comedor y almorzaron, sólo les falta el bautizo y
el rape. Agregó Arias.

Calderón y yo nos vimos las caras y entramos en duda.

El profesor luego de disculparse se retiró y Arias nos explicó:

—Es el bautizo eléctrico, ustedes voluntariamente colocan su dedo en un contacto al que se le aplican
120 voltios.

Calderón, que mostraba más inmadurez que yo preguntó:

—¿Y, eso es obligatorio? ¿No hace daño?

El joven aprovechó que Barroso estaba ocupado con Samanta, para pasarnos a la sala de conferencias
y nos explicó:

—Eso no es nada, es solo un contacto momentáneo y ya, hace una semana bautizamos a 58 nuevos
que llegaron antes que ustedes, si no lo hacen y el resto de los aprendices lo saben van a quedar como
cobardes y los van a tratar de niñas.

Dicho esto nos llevó a un sencillo aparato que estaba en una mesa, el cual tenía un interruptor y un en-
chufe.

—¿Ven esto? Esperemos que lleguen algunos profesores para que estén presentes y procedamos al ba-
utizo.

Faltaban pocos minutos para las 5 cuando comenzaron a llegar algunos profesores que habían
culmina-do su actividad de la tarde. Saludaban al entrar. Cuando se había constituido un pequeño grupo el
Guardia de Honor les dijo:

—Estos aprendices acaban de llegar, algo retardados pero no es su responsabilidad, es culpa de la


oficina regional.

Los profesores se nos acercaron y nos dieron la mano uno a uno:

22
JUAN BARRIOS

—Mucho gusto. Bienvenidos.

Sus nombres: Viera, Gilmont, Noguera, Villasana, Ramones. Mientras tanto Arias aprovechó y llamó a
otro aprendiz, a quien vio pasar a través de una ventana:

— ¡Cosme! Ven acá un momento.

El aprendiz entró y Arias le dijo:

—Vamos a bautizarlos. ¿Tú quieres ser el padrino?

Augusto Cosme, un joven aragüeño que esa tarde habíamos conocido aparentaba unos 17 años vestía
al igual que Arias un overol azul oscuro, botas de seguridad y un casco azul eléctrico que tenía al frente GH
respondió:

—Bueno. ¿Por qué no?

Al recibir la respuesta positiva del compañero, Arias le comunicó al grupo, el cual se había hecho may-or,
sobre su propósito y todos, incluyendo a la asistente y una enfermera que acababa de llegar, se colocaron
alrededor de nosotros. El padrino conectó el aparato y se colocó cerca de él. Arias tomó la palabra:

—En nombre de Dios bautizamos a estos 2 recién llegados compañeros, que su estadía en el Centro de
Formación deje lo mejor en sus vidas.

Calderón a mi lado temblaba, el aspecto colorado de su rostro había desaparecido y su color parecía
más bien una guanábana por dentro. Yo meditaba, sobre cómo pudo haber sido el acto cuando recibieron a
los 58 nuevos que ingresaron antes que nosotros, la charla que les dio el profesor Barroso, en formación en
pleno patio y luego colocados en fila para recibir este bautizo.

—Bueno Calderón, coloca tu dedo índice aquí— Le invitó Cosme.

Calderón rodó la vista por la cara de los presentes y dijo:

—No, no, yo de segundo.

Detuvo la mirada en la enfermera, una hermosa mujer de piel canela, cuyo color contrastaba con el uni-
forme blanco impecable que vestía, estuvo a punto de acceder, cuando la asistente Samanta le dijo a Cosme:

—Pero el otro aprendiz se ve más tranquilo. ¿Por qué no comienzan con él?

Claro que a mí no me gustó la idea, pero no distinguí si las palabras del Guardia de Honor fueron un
desafío o una invitación:

—Okey Barrios, ya oíste ¿Vas a complacer a la dama?

Sentí la obligación de aceptar porque tenía más experiencia que Diego y mi procedencia rural daba el
aspecto de rudeza y aguante. Coloqué el índice de mi ruda mano derecha en el contacto. Cuando el padrino pasó
el interruptor sentí el impacto de la corriente por primera vez en mi cuerpo, sin internalizar que muchos otros
corrientazos vendrían después, en mi desempeño laboral futuro. El impacto duraría apenas un segundo y todos
me aplaudieron. Calderón ya no tenía ningún pretexto para evadir el bautizo y viendo que a mí no me

23
LOS APRENDICES

pasó nada colocó su dedo en el contacto, no sin antes perder de nuevo su color. El impacto le hizo gritar:

—¡Ay!

Y todos los presentes unieron la risa con los aplausos. De inmediato Arias nos dijo:

—Barrios, tú te incorporas al grupo Lenz con el número de aprendiz 023-68. Calderón va al grupo
Far-aday con el número 019-68.

Se acercaba la hora de la cena y teníamos que ir a la lavandería a buscar nuestra lencería y uniformes.
Salimos corriendo hacia allá, con la suerte de que la lavandería estaba cerca de la coordinación. De ahí con-
tinuamos con lo previsto para ese día.

24
JUAN BARRIOS

UNA NOCHE DE TERROR

Generalmente, cuando estaba por finalizar el mes, los aprendices en su mayoría y sobre todo los que
éramos de lejos, solíamos quedarnos en el Centro de Formación el fin de semana, una de las razones era que aún
no habíamos cobrado la beca, sin la cual no era posible cubrir los gastos que representaba salir del Centro de
Formación. Por ese motivo el ocio se hacía presente y se inventaba siempre algo para distraerse o divertirse,
algunos organizaban caimaneras de futbol o béisbol para jugar en el terreno que estaba cerca del comedor, otros
se iban al casino, los que tenían problemas con bajas calificaciones, estaban obligados a repasar las asignaturas,
para mejorar el rendimiento y evitar la continuidad de sanciones y hasta una posible expulsión.

Pero no siempre se inventaban cosas buenas, como sucedió aquella tarde casi terminando el mes de
Sep-tiembre de 1968, en que la mayoría de los aprendices nos quedamos en el Centro de Formación. El
aragüeño Carlos Bernard estaba hurgando en un lote de ropa y trapos que estaban ya en desuso, nadie
suponía para qué era aquella vieja braga que extrajo, para luego continuar buscando. Mientras tanto, se
fueron acercando poco a poco algunos curiosos, entre ellos el tachirense Fernando Ramírez, luego el
falconiano Jesús Otaiza, quien no resistió la curiosidad y le preguntó:

—Oye Bernard ¿Qué estás buscando ahí?

—Sí toche, en esa ropa sucia— Intervino Ramírez.

—Estoy pensando en hacer algo para divertirme— Respondió Bernard.

También se acercaron otros: Néstor Pérez de Portuguesa, Manuel Méndez de Aragua y el zuliano As-
drúbal Figuera.

Carlos, un joven de 17 años, de baja estatura, audaz e inteligente, bromista capaz de meterse con otros
de mayor tamaño, muchos lo respetaban porque siempre tenía una respuesta para todo y era sumamente co-
operador. Explicó su idea a los entrometidos, a los cuales les gustó tanto, que de inmediato se incorporaron
al proyecto. Se trataba de dar un escarmiento, a los fugados del Centro de Formación esa noche. Ayudaron a
Bernard a conseguir el resto de las cosas que hacían falta, además de la braga: una funda blanca de
almohada, sábanas y cobijas. Después de tener los elementos necesarios comenzaron a ejecutar el plan:
rellenaron la braga azul oscuro con trapos y le pusieron una camisa blanca, la cual pintaron con trazos
negros en forma de costillas; con la funda de almohada rellena le hicieron la cabeza, a la que pintaron unos
grandes ojos con un marcador fosforescente, nariz y boca, luego le colocaron un trapo negro a manera de
cabellera. Cuando estaba listo, este muñeco humanoide, le colocaron una capa blanca, que contrastaba con el
color oscuro de la braga. Atraídos por los movimientos, se fueron acercando más curiosos que preguntaban
desesperadamente, qué era lo que hacían, pero los inventores no dieron explicación a más nadie.

Estos aprendices, haciendo gala de una gran imaginación, después de disponer de un largo mecate, rec-
ogieron piedrecillas que abundan en los alrededores, con las que llenaron varias bolsas. Luego se reunieron en la
parte externa del dormitorio, para asignarse las funciones: Bernard y Otaiza tirarían del mecate, Ramírez y
Méndez lanzarían las piedrecillas encima de los arbustos y matorrales, Pérez que tenía un vozarrón ronco y

25
LOS APRENDICES

fuerte, fue designado para lanzar unos aullidos, mientras Figuera serviría como alarma, para anunciar el
regre-so de un grupo de escapados, que estaban en La Guásima.

El grupo de inventores, con su muñeco y demás, se fueron a un lugar, que era paso casi obligado a los
que iban o venían de La Guásima; suficientemente retirado de la casa de Aurelio, para que éste y su familia
no se percataran. Era una zona boscosa y algo oscuro, atravesada por una quebrada, que precisamente en esa
época del año, mantiene cierto nivel de agua. Con la ayuda de una linterna y una vara larga, lanzaron el
mecate por encima de la horqueta de un árbol, donde colgaron el muñeco, por debajo del cual debían pasar
los fuga-dos. Cada miembro del grupo ocupó su lugar. Sería menos de las 11 de la noche, cuando Figuera
moviendo la vara que sobresalía por encima del monte y con un trapo blanco en la punta, avisó al resto del
grupo, desde su lugar de acción, que ya los fugados estaban por llegar. Apenas se visualizaban los objetos en
aquella noche, de luna cuarto menguante.

Los inventores sintieron las voces y la marcha tipo militar, que este grupo solía imitar, compuesto por
aprendices procedentes del oriente del país: Eliezer Daza, José Cermeño, Rafael Salazar y Misael Gutiérrez
de Monagas, Gerson Guzmán y Roger Narváez de Sucre, Cesar Peraza y Francisco Ceballos de Nueva
Esparta, y Rafael Rodríguez y Hernán Antúnez de Anzoátegui. Este último muy extrovertido y entusiasta,
fungía como capitán del grupo. El pelotón venia marchando a lo largo del camino, comandado por Antúnez,
con el monte alto de lado y lado, contaban en voz alta y a coro:

— ¡Un-dos-tres-alto, un-dos-tres-alto!

En eso, en el sitio indicado, cuando ya los primeros habían cruzado la quebrada, comenzaron a llover
las piedrecillas, lo que hizo que Antúnez ordenara el silencio, para identificar de qué se trataba aquello. De
repente un bulto negro y blanco con forma humana bajó y subió sobre sus cabezas, y sonó un rugido

—¡uuuooouuuuu!

El cual hizo detener al grupo en seco. Aquel espectáculo espeluznante hizo que Antúnez, para darle án-
imo a su tropa lanzara un desafío:

—¿Qué es lo que quiere usted señor muerto?

Con esta expresión se intensificó la lluvia de piedrecillas, el rugido sonó con más fuerza y el
humanoide voló, esta vez casi rozando las cabezas de los escapados, quienes con todo y su estado etílico se
acordaron de Dios y de la Virgen

—¡Hay Dios mío querido protégenos!— Gritó uno.

Mientras el margariteño Ceballos exclamó:

—¡Virgen del Valle no nos abandones!

Los componentes del grupo, al ver que su jefe rompió filas, en desbandada corrieron en dirección contraria y
hacia los lados, haciendo oraciones en voz alta, y algunos llamaban a su mamá. Varios se atascaron en la quebrada
embarrándose de fango, otros saltaron por encima del monte sin percatar si habría algunas espinas o peligros, que
pudieran causarles daño; desesperados lograron llegar a la cerca de ciclón, que bordeaba el Centro de Formación, la
cual al intentar saltarla, les produjo rasguños en la piel y roturas en sus ropas con las púas de los alambres.

26
JUAN BARRIOS

Los asustadores, temerosos de que a consecuencia de la estampida, algunos de los asustados pudieran
haberse ocasionado lesiones graves y hasta perder la vida, se acusaban unos a otros:

—El responsable es Carlos porque fue el de la idea— Dijo Pérez.

Mientras Bernard le respondió:

—Sí, pendejo, cállate la boca que nos pueden oír, ahora me van a echar el muerto a mí solo, todos
estamos en esto.

Con prisa recogieron los implementos y se retiraron del lugar. Tomaron el camino regular y llegaron a los
dormitorios primero que los escapados, moviéndose con el mayor sigilo posible se ubicaron en sus literas.

Los aprendices que se quedaron en el dormitorio, esperaban los resultados de aquella tremendura. Al
sentir un alboroto, encendieron las luces y vieron a los escapados que venían llegando aterrorizados, llenos
de barro, mojados, picados por el monte y algunos rasguñados y con la ropa rota. Los que ya estaban
acostados se levantaron, y aunque muchos ya sabían la treta, oyeron con atención, aguantando la risa que les
producía el estado en que se encontraban los escapados y la narración de los hechos. Tanto insistieron éstos,
que varios voluntarios formaron una nutrida comisión, en la cual habían algunos de los asustadores y
miembros de la Guardia de Honor, que acompañaron a los asustados al lugar, donde querían demostrar que
les había salido un muerto. Cuando llegaron al bosque, no encontraron el muñeco y sin poder dar una
demostración regresaron al dormitorio. Ya casi era la media noche y llegaría el Inspector Carrera a hacer su
recorrida. Los heridos les rogaron a los Guardias de Honor de turno, para que les aplicaran las curas, sin
pasar la novedad al Inspector, ya que esto causaría un severo castigo o expulsión.

Durante los meses siguientes, los asustados causaban risa espontánea en otros aprendices. Con el tiem-
po, cuando se enteraron de que fue una jugarreta, trataron de descubrir quiénes fueron los que les habían
echa-do tremenda broma, para arreglar cuentas, pero nadie dijo nunca nada, y más bien todos reían
incluyéndolos a ellos al recordar el asunto.

27
LOS APRENDICES

POR UNA PARTIDA DE TRUCO

En la vida cotidiana de los aprendices se manifestaban frecuentemente las costumbres regionales, y


cada uno defendía su región, unos con más énfasis que otros; se destacaban mucho los zulianos, de quienes
se decía que todos eran buenos pero en su tierra, actitud que según cambiaban al salir de ella. De los llaneros
se decía eran cuenteros, porque narraban historias de su llano, donde una buena parte de ellas eran producto
de su creatividad. En las comidas no era para menos, a los zulianos y a los andinos les gustaba cuando el
menú contenía plátano sancochado; los llaneros cuando servían carne y granos; los orientales disfrutábamos
más cuando incluía el pescado, a los centrales les gustaba mucho el pabellón; y los de la región capital se
alegraban cuando servían Corn Flakes, diablitos y queso fundido.

La forma de hablar y la preferencia por algún estilo de música también acentuaba los regionalismos.
Esta circunstancia generó discordia muchas veces entre los aprendices, los caraqueños, solían decir “Caracas
es Caracas, lo demás es monte y culebra”. Así le dijo una vez Gilbert González al barinés Román Acosta y
este le respondió:

—Más culebra será tu mamá.

González, sintiéndose ofendido, le lanzo una directa a Acosta y se fueron a las manos, teniendo que
intervenir la Guardia de Honor para evitar consecuencias peores.

Objetos comunes en todo el país eran llamados de distintos nombres de acuerdo a la región. Al calzado
para descansar, los zulianos le dicen cotiza, mientras que en otras regiones del país le dicen chola, chancleta o
pantufla. Sucedió con una torta muy popular, hecha con harina de trigo y papelón, de color marrón oscuro,
redonda como una arepa y con borde ondulado, que generó una discordia, cuando un día domingo en la tarde, el
guayanés Abel Mata regresaba al Centro de Formación, después de compartir con su familia, que lo visitaba
desde San Félix y se las habían traído. Iba llegando Abel al dormitorio, comiendo una de estas tortas, que traía en
una bolsa; en ese momento, el maracucho Atilio Echenique que lo ve llegar, le dice en voz alta:

—Miráis voz, ¿Dónde conseguiste paledonia?

El guayanés le responde:

— ¿Paleque?

—Paledonia— Le confirmó el zuliano.

—No, pendejo eso se llama cuca— Respondió el bolivarense.

El andino Franco Castelli, demostrando como siempre su educación, interviene y le dice:

—Un momento vea usted, eso se llama catalina.

En eso se acerca el llanero Raymon Rivas, y por molestar a Castelli les dice:

—Pija cámara, lo que pasa es que a este gocho no le gusta oír esa palabra.

28
JUAN BARRIOS

Castelli le responde:

—No sea toche usted, es que esa palabra es una grosería.

El guayanés, a la vez que le dice a Castelli:

—Aaay vaaale— Muy espléndidamente extrae de la bolsa algunas tortas, y cortándolas en trozos
comienza a repartir a cada uno de los aprendices que tiene cerca; ya habían entrado al dormitorio, cuando el
llanero Rivas gritó:

— ¡Vengan, vengan, que aquí están repartiendo cuca!

Un monaguense, Rómulo Cabrera, que descansaba en su litera del segundo piso exclamó:

—¿Para qué? Si aquí hay muchos que no saben lo que es eso.

A éste el aragüeño Sigfrido Sánchez le respondió desde la litera de enfrente:

—¿Qué vas hablar tú? Que conocerás apenas a las burras de Temblador.

A los orientales los identificaba entre otras cosas un juego de barajas, que se juega entre dos parejas. El
mismo se presta para desafiarse y gritarse unos a otros, y engañar al contrario, lo que genera riñas en algunas
ocasiones. Tal como pasó aquella tarde de un sábado de 1968, era el mes de Octubre y había muchos apren-dices
que se habían quedado, algunos castigados por diferentes motivos, además la beca se había gastado durante el
pasado puente del día 12 que cayó viernes, y mantenerse fuera del Centro de Formación era difícil.

Aquel soleado día, en un espacio que había fuera del dormitorio, debajo del alero del lado norte, en
una improvisada mesa, sentados en 4 sillas que fueron del comedor y habían sido reparadas, estaban: el mar-
gariteño Cesar Peraza, el monaguense Rafael Salas, Ubaldo Velásquez de Anzoátegui y Gerson Guzmán del
estado Sucre, jugando lo que ellos llamaban una partida de “truco”.

Serían las 5 de la tarde, se desarrollaba el juego de barajas españolas. Sobre la mesa había un puñado
de piedrecillas, recogidas en los alrededores, con dos de mayor tamaño que ellos denominaban “testigos”.
Estaban jugando desde la mañana y apenas se levantaron para el almuerzo, reanudaron la actividad inmedia-
tamente después.

Rodeados de curiosos, muchos de ellos sin entender, pero atraídos por las discusiones en alta voz,
donde todos insistían en tener la razón.

Luego de tomar sus cartas y verlas lentamente, presionándolas con los dedos:

—¡Envido hijo erdiablo!— Le gritó Peraza a Velásquez, quien estaba sentado a su izquierda y había
terminado de barajar y repartir las cartas.

—¡Quiero barba e`ñame!— Respondió Velásquez una vez que vio las suyas.

Los cuatro jugadores permanecieron callados durante unos segundos y mientras colocaban las cartas
una a una sobre la mesa. Peraza colocó un tres de bastos. Al ver esta carta Velásquez le indicó a su
compañero Salas antes de que jugara:

29
LOS APRENDICES

—No bote nada venga a mí. Colocando así Salas un cuatro de copas. En eso Velásquez le dijo en voz
alta:

—Yo le vi esa compañero— Para acosar a los contrarios, ya que es costumbre en ese juego ver la pri-
mera carta que le dan al compañero en el reparto. Esta carta es la primera que se juega cuando se tiene buena
liga, como señal para indicarle al compañero que tiene buenas piezas.

Sin embargo esta expresión de Velásquez no amilanó a Peraza ni a Guzmán y jugaron la ronda de las
segundas cartas, quedándose Salas con un caballo que tenía la misma pinta de bastos de la vira, que era un
dos de bastos. Pereira con una sota de bastos le gritó duro a Velásquez:

—¡Truco mal parido!

A lo que Velásquez respondió:

—¡Quiero hijo e’ perra— Obligando a Peraza a jugar su sota de bastos denominada en este caso “La
Perica”.

Al ver la desventaja de Peraza, Velásquez le replicó: —¡Retruco!

—¡Quiero!— Respondió Peraza algo inseguro. Velásquez pasó

su carta y le dijo a su compañero: —Mátelos ahí.

Salas colocó en la mesa el caballo de bastos, denominado en este caso “El Perico”, ganando la ronda.

Pero se formó una discusión porque Peraza tenía la sota de bastos acompañada con un siete de copas,
y el caballo de Salas lo estaba con un cinco de espada.

Al percatarse gritó Peraza:

—¡Ah! Pero ganamos el envite que son dos piedras.

Entonces Velásquez respondió:

—¡Tu no envidaste!

—¡Claro que envidé!— Gritó Peraza, dándole un golpe a la mesa y lanzándole encima a Velásquez la
tabla, que estaba apenas puesta sin fijar sobre el tarantín.

Velásquez se paró, se apartó para un lado y se cuadró para pelear. Peraza sonriente, también hizo lo
propio, quizás confiado, porque en cuestión de peso le llevaba una buena ventaja a su contrincante: tenía
may-or estatura, robusto, más bien gordo; Velásquez, pequeño y flaco, tendría unos 15 kilos menos. Los
espectado-res estaban a favor del más débil, muchos gritaban:

—¡No, no los dejen pelear!— Temiendo que Peraza pudiera malograr a Velásquez.

Velásquez se sacudió a los que querían apartarlo para que no peleara, diciéndoles:

—Déjenmelo, que lo voy a joder.

30
JUAN BARRIOS

Peraza seguía sonriente y con los brazos abiertos trató de asir a Velásquez, quien se le escabulló y le
lanzo un directo a la boca del estómago, quedando Peraza sin aire y, llevándose las manos al abdomen cayó
sobre sus rodillas tratando de tomar aire.

El aprendiz blanqueó los ojos y casi se desmayó, mientras su contrincante, cambiaba el éxtasis victorio-so
por preocupación y temor, al ver las condiciones del otro. Varios de los presentes entre los que se encon-traban
Ramiro Bernárdez de Falcón, Asdrúbal Figuera de Zulia, Augusto Chacón de Táchira, Eliezer Daza de Monagas,
Armando Medina de Táchira, Néstor Pérez de Portuguesa, Luis Mariño de Yaracuy, José Cedeño de Monagas,
Roger Rodríguez de Sucre, Misael Gutiérrez de Monagas, Hernán Antúnez de Nueva Esparta, Jesús Rojas del
mismo estado, Efrén Peraza de Monagas, Francisco Puente de Miranda, Néstor Montero de An-zoátegui, Romer
López de Nueva Esparta, Hugo Macías de Sucre, José Delgado de Bolívar, Manuel Marcano de Nueva Esparta,
Omar Aranda de Barinas, Raymon Rivas de Apure, Luis Figuera y Diego Calderón de Monagas, Alfredo
Hernández y Nerio Rosas de Bolívar. Todos de alguna manera intentaban hacer algo, pero enredados no
encontraban cómo asistir a Peraza, que seguía tendido en el piso. En eso llegó el Guardia de Honor Néstor Arias,
quien junto a otro Guardia de Honor que era destacado en primeros auxilios, Gonzalo Flores, acostaron a César
en el suelo boca arriba, uno le flexionaba los brazos, mientras el otro aprisionaba y soltaba su abdomen, hasta
que pudieron reanimarlo. Se escuchaba la voz de Hernández que decía:

—Denle respiración artificial anal.

Los Guardia de Honor trataron de buscar responsables, pero nadie habló del asunto, salvo Medina de
Táchira que intentó dar detalles pero se detuvo, cuando todos los presentes comenzaron a silbar como sapos
en una laguna:

—Shui, shui, shui, shui

Esto lo aplicaban los aprendices cada vez que alguno pretendía informar sobre cualquier hecho que
afectara a algunos compañeros.

Desde entonces el juego de truco fue prohibido, hasta que la promoción a la que pertenecían los
Guardia de Honor que intervinieron en el caso egresó del Centro de Formación.

31
LOS APRENDICES

UN PASEO POR VALENCIA

Un soleado Sábado en la mañana, del mes de Noviembre de 1968, tres Monaguenses: Diego Calderón,
Félix Pírela y yo, después del desayuno, nos fuimos a Valencia con la intención de recorrer el comercio y ver
las tiendas, en vista de que pronto vendría el mes de Diciembre, y pensábamos comprar algunas cosas con la
beca. Salimos del Centro de Formación y caminamos los casi 2 kilómetros que hay, para llegar a la carretera
Valencia-Tocuyito. Después de cruzar la carretera, y esperar unos 20 minutos, tomamos un vehículo por
pues-to, donde nos sentamos los 3 en el asiento de atrás, en el asiento delantero iban el conductor y 2
pasajeros; 6 personas que cabíamos cómodamente en aquel Firelane 500 modelo 1965. En la radio se
escuchaba una canción de moda:

Mi limón, mi limonero

Entero me gusta más

Un inglés dijo yeyé

Y un francés dijo Oh lalá

Me gustas tanto morena…

La música era interrumpida por la conversación que tenían el conductor y los pasajeros de adelante:

—Está fea la cosa en Vietnam, cada día los norteamericanos se involucran más y más en la guerra, en-
viando más soldados y bombardeando pueblos— Comentó el conductor.

—Sí y las protestas arrecian en todo el mundo, en contra de la guerra— Opinó la señora, que iba en el
puesto del centro.

—No sé qué va a pasar en el mundo, vamos hacia la tercera guerra mundial, hace pocos meses los so-
viéticos invadieron a Checoslovaquia con 200.000 soldados y 5000 tanques de guerra— Habló el otro señor.

—Son las potencias repartiéndose el mundo— Agregó el conductor.

Nosotros escuchábamos la conversación algo ajena, puesto que teníamos poco acceso a informarnos
debido a la rigidez de los horarios. Una de las pocas maneras era en la mañana al regresar de trotar, mientras
nos aseábamos un aprendiz de Caracas llamado Mario Mejías encendía una radio y sintonizaba las noticias
en “Radio Continente, Radio Rumbos o La Voz de Carabobo”. En las noches en el casino se podía ver las
noticias por televisión en blanco y negro en El Observador Creole de Radio Caracas Televisión, pero era
dificultoso porque además del cansancio de las actividades del día, también había que cumplir con el
régimen de estudio obligatorio o enfrentarse a los aprendices que querían sintonizar otros programas.

El por puesto avanzaba, mientras nosotros hablábamos de nuestras propias cosas:

—¿Que piensan comprar con la beca?— Preguntó Pírela.

—Yo voy a ver una camisa y un pantalón— Respondí.

32
JUAN BARRIOS

Mientras Calderón, se inclinaría hacia un pantalón y unos zapatos.

—Yo voy a ver si me alcanza para las 3 cosas— Opinó Pírela. Y

agregó:

—De los 60 bolívares de la beca, pienso gastar 45 en eso.

Desde el vehículo observábamos la vía, con sus diversos establecimientos de venta de repuestos
usados o “chiveras”.

Ya en Valencia, estábamos llegando al terminal de pasajeros 5 de julio; se avistaba el rio Cabriales.


Cuando llegamos el auto se detuvo y los pasajeros tuvimos que bajar. Cancelamos el pasaje: Bs 0,50 cada
uno. Aquello no era un terminal como tal, sino que en ese lugar había unos comercios, al frente de los cuales
y en plena calle, se detenían los vehículos de pasajeros mientras los abordaban o se bajaban, al igual que los
autobuses que viajaban hacia Caracas, Maracay, Barquisimeto y otros destinos. Las camionetas rancheras de
la Línea Primero de Mayo tenían su propio estacionamiento. Seguidamente caminamos por la calle Urdaneta
y llegamos al Mercado Libre, observamos unos vendedores de ropa, que la tenían colgada en unos pequeños
puestos de venta: camisas pantalones, camisetas, franelas, ropa interior; más allá estaban unos puestos de
zap-atos. Nos acercamos a las ventas de ropa y preguntó Pírela:

—¿Cuánto cuesta ese pantalón?

—8 bolívares— Respondió el vendedor.

—¿Y la camisa roja?— Pregunto Calderón.

—9 bolívares— Respondió de nuevo aquel.

De esta manera fuimos averiguando precios en otros puestos, hasta que decidimos continuar hacia el
centro de la ciudad. Más adelante llegamos a la tienda Dorsay, donde entramos a ver y preguntar precios; al
igual lo hicimos en Montecristo, en esta tienda Calderón compró un pantalón que le costó 12 bolívares. Era
ya casi la una de la tarde, cuando decidimos ir a almorzar.

Entramos a un Restaurante, que tenía el nombre en su ancha puerta de vidrio “Restaurante Trieste” con
una puerta pequeña en el centro, la cual permanecía abierta; las mesas de fórmica, estaban cubiertas por
unos manteles de cuadros blancos y verdes. Nos sentamos y observamos una pizarra, donde estaba el menú
escrito con tiza:

Arroz a la Cubana 1.25

Espaguetti Boloña 1.50

Pabellón criollo 1.75

Pollo Guisado 1.75

Albóndiga 1.75

Bistec: 2.00

33
LOS APRENDICES

Bistec a Caballo 2.50

—A mí me da un pabellón— Ordeno Calderón.

Mientras Pírela pidió espagueti Boloña y yo albóndigas con arroz y ensalada.

El señor que atendía, con rasgos y acento italianos, nos dijo:

—Hay refrescos cola Dumbo a 0,25.

Después del almuerzo, nos fuimos a la plaza Bolívar, con la idea de sentarnos un rato en los bancos
que circundaban los jardines y mientras decidíamos dónde compraríamos las cosas. Caminamos y más
adelante nos detuvimos en el cine Imperio, la película del día aparecía en el aviso “La Batalla de Inglaterra”

—Esa película debe ser interesante— Comenté.

—Sí, pero no creo que estemos por aquí a las 5 de la tarde para verla— Opinó Pírela.

Más allá otro cine, el Lido, en cuya cartelera, que se veía a través de una santa maría de malla, estaba
un espectacular anuncio “El Planeta de los Simios”, donde se destacaban varias figuras de hombre, pero con
cabeza de gorila. No perdieron tiempo Calderón y Pírela para bromear, relacionando estas imágenes con los
compañeros aprendices que eran de color:

—Mira donde está Columbo Salinas.

—Y aquel debe ser Félix Rojas— Dijeron ambos respectivamente.

Yo para no quedarme atrás les dije:

—Aquellos deben ser Luis Lamong y su hermana— Señalando otras dos figuras masculinas y
femeninas que se observaban en la cartelera.

En la plaza Bolívar se veían unos hermosos y bien mantenidos jardines, estaban unos señores vestidos
de paltó, sentados en los bancos, y, una banda de músicos con trompetas, violines y tambores se preparaba
para comenzar a tocar la retreta. Cuando intentamos ingresar a la plaza, un señor canoso nos detuvo y dijo:

—No pueden entrar.

—Y ¿por qué?— Preguntó Calderón con su aire de inocencia.

—Porque usted lleva una bolsa en la mano y los 3 no tienen la ropa adecuada, deben tener sino fluses,
por lo menos camisas manga larga, y si no cumplen con eso hasta pueden ser arrestados— Advirtió el señor.

Sorprendidos, retrocedimos y yo les comenté:

—Es que nosotros debemos saberlo, porque en Maturín también es así.

Luego de eso, compramos en varias tiendas las cosas que teníamos previsto, y siendo ya las 4 de la tarde,
decidimos regresar al Centro de Formación. Nos dirigimos al terminal de pasajeros 5 de julio, a tomar el carro
por puesto para Tocuyito. Llegando al lugar, conseguimos a 2 aprendices del Centro de Formación que estaban
sentados en el mostrador de una arepera ubicada en una esquina. Se trataba de 2 guariqueños, que solicitaban

34
JUAN BARRIOS

la atención del vendedor: Iván Baloa y Luis Quiñones, nos acercamos a ellos y los saludamos, respondiendo
ellos brevemente.

A través del mostrador de vidrio se exhibían los recipientes denominados “baño de maría”, con los in-
gredientes para rellenar las arepas. Escuchamos cuando ordenaron:

—Deme una arepa con reina pepeada— Ordenó Quiñones.

Mientras Baloa:

—A mí me da una con riñonada y revoltillo.

Luego de servirles, el comerciante, de contextura obesa, color blanco, con bata, gorro blanco y acento
portugués les preguntó:

—¿Y de tomar que quieren?

—Deme una chicha— Respondió Baloa.

—A mi papelón con limón— Dijo Quiñones.

Durante los 20 minutos que estuvimos allí, los dos jóvenes, sobre todo Baloa, probaron varios de los
sabores existentes. En ese momento nos preguntó Quiñones:

—¿Ustedes no van a comer nada?

—No, ya almorzamos— Respondió Pirela.

—Los vamos a esperar para irnos juntos— Agregó Calderón.

Los muchachos, se notaba que se habían tomado unas cuantas cervezas, y estaban saciando el hambre
que produce el licor. Pagaron la cuenta, después que Quiñones preguntó:

—¿Cuánto le debemos?

—Tú te comiste 2, y el 3— Contestó el portugués señalando respectivamente a Quiñones y a Baloa.

—Más 4 bebidas, son 6 bolívares todo.

Quiñones sacó del bolsillo izquierdo del pantalón, una enorme moneda de plata y le dijo a Baloa:

—Aquí tengo un fuerte, pon tu lo demás.

El otro sacó una moneda de plata de un bolívar, pagaron la cuenta y salimos todos del local. Luego
abor-damos un auto por puesto vía Tocuyito donde los 5 pasajeros éramos aprendices del Centro de
Formación. Íbamos conversando sobre lo que cada uno había hecho: Cuando estábamos llegando a Tocuyito
ordenamos al conductor detenerse en la entrada hacia la Honda, donde nos bajamos. Caminamos por el casi
desolado camino de granzón, hacia el Centro de Formación; serían ya las 5:30 de la tarde.

Quiñones y Baloa a cada rato comentaban que querían otra cerveza, pero las ventas de licor quedaban
muy retiradas. Cuando habíamos avanzado casi la mitad del camino, en una esquina de las transversales que
desembocaban, había una casa tipo rural, donde al acercarnos, se oía un cuatro y una voz que cantaba:
35
LOS APRENDICES

No sé, qué tienen tus ojos

No sé, qué tiene tu boca

Que dominan mis antojos

Y a mi sangre vuelve loca

Al sentir nuestra presencia, el cuatro dejo de sonar y la voz se cayó. Vimos 2 aprendices que estaban sen-
tados en el porche de la casa, y a su lado un señor, una señora y una muchacha; de inmediato los 2 visitantes, nos
reconocieron como aprendices del Centro de Formación, y se oyó cuando uno de ellos le dijo a los demás:

—Que molleja, son compañeros del Centro de Formación.

El señor expresó:

—Bueno, si son de allá, dejémoslos pasar.

La señora se levantó y caminó hacia un sencillo portón de tablas, forradas con tela de gallinero y nos
preguntó:

—Quieren pasar?

Como quien no quiere que se lo pregunten dos veces, Baloa respondió:

—Caramba, señora ¿Sino es molestia?

Los 5 nos acercamos y saludamos:

—Buenas tardes.

Los 2 compañeros zulianos que se encontraban: Emilio Silvera y Fernando Ferró, reflejaban que no es-
taban muy a gusto con nuestra presencia, pero ante la amabilidad de los dueños de la casa, no les quedó otra
opción que portarse cordiales con nosotros.

El portón, de un metro de ancho se abrió, y la señora dijo:

—Pasen.

Uno a uno fuimos entrando. La casa humilde, un porche pequeño, techo de asbesto, piso de cemento
pulido, rodeada de árboles y cercada con estantillos y alambre de púas. Entre el porche y el portón, había un
espacio con piso de tierra, bien pisoneada y limpia, donde la señora fue colocando, aparte de dos banquitos
de madera, otros objetos que sirvieran para sentarse, como un cajón de madera, una lata de manteca vacía y
un trozo de tronco cortado.

Aquella familia: el hombre, quien se levantó de una silleta de madera y cuero para darnos la mano, se
presentó como Ramón, tendría casi los 40 años, con aspecto rudo de obrero, vestido con pantalón caqui y
cam-iseta blanca. La señora, de nombre Teresa rondaría casi la edad del marido, vestía una bata casera
estampada con flores azul y rosa. Mientras la muchacha, llamada Iris aparentaba 15 o 16 años, trigueña,
delgada, pelo lar-go liso, vestía un desteñido jean, suéter azul y zapatos deportivos US Keds color rojo.
Reflejaban amabilidad, sencillez y un afecto muy especial por los aprendices del Centro de Formación.

36
JUAN BARRIOS

En el piso había una botella de un galón, de donde estaban tomando, y el señor Ramón, cuando los re-
cién llegados nos sentamos, la tomó por el asa en su mano derecha, y en la izquierda un vaso de aluminio, en
donde vació una cantidad del contenido y la ofreció, primero a Quiñones diciéndole:

—Es aguardiente con ponsigué, échate un palo.

El joven vació el contenido, de una vez en su boca, levantando el brazo y la cabeza. Al ver el gesto de
Quiñones el señor Ramón le preguntó:

—¿Que fue te regañó?

—Sí, está fuerte— Le respondió el aprendiz.

Luego le ofreció a Baloa, quien repitió la acción y arrugó también la cara, después le toco a Pírela. Al
ofrecerle el vaso a Calderón, éste lo tomó y tardó unos segundos en probar el contenido, en eso le dijo Baloa:

—Bebe pa’que te hagas hombre.

Calderón sólo tomó una parte del trago y me pasó el vaso a mí, el cual tomé, ingiriendo lo que quedaba
en él.

—Estos carajitos no beben, pero no importa señor Ramón, nosotros bebemos por ellos— Dijo Baloa y
tendió la mano para que le dieran otro trago, a lo cual accedió el señor Ramón.

Entre trago y trago caía la noche y el cuatro sonaba acompañado de las voces de Ferró y Silvera,
además de Pírela y Quiñones que también tocaban y cantaban:

Tú me acostumbraste

A todas esas cosas

Y tú me enseñaste

Que son maravillosas

Sutil Llegaste a mí

Como una tentación

Llenando de inquietud

Mi corazón.

El cuatro iba de mano en mano, cuando entonces Pírela se lanzó con una folklórica oriental:

El cantar tiene sentido

El cantar tiene sentido, entendimiento y razón

La buena pronunciación

La buena pronunciación y el instrumento al oído

37
LOS APRENDICES

La noche me enamora más que el día

Pero mi corazón nunca se sacia

De seguir el paso de la luna

Que en silencio en la sombra viaja.

A lo lejos viene un barco

A lo lejos viene un barco

Y en él llega mi amor

Un crespo se está peinando

Un crespo se está peinando

Al pie del palo mayor

Mira ese lirio que el tiempo lo consume

Y hay una fuente que lo hace florecer

Tú eres el lirio y dame tu perfume

Yo soy la fuente y déjame correr

La garza prisionera no canta cual solía

Cantar en el espacio y en el dormido mar

Su canto entre cadenas es canto de agonía

Porque te empeñas pues señor

Su canto es prolongar.

Quiñones le dice a Figuera:

—¿Ya terminaste? Dame para cantar yo una llanera. Y

tocando el cuatro, comenzó dedicándosela a Silvera:

Catire quitapesares

Contéstame esta pregunta

¿Cuál es el gallo que siempre

Lleva ventaja en la lucha

Y aunque le den con el pico

Tiene picada segura?

38
JUAN BARRIOS

Baloa, con un ya marcado comportamiento etílico, interrumpió a su paisano diciéndole:

—Esa es muy larga, canta otra.

—Está bien, voy con ésta— Le respondió Quiñones.

Un 19 de Marzo

Un 19 de Marzo

Para un baile me invitaron

A la población de Elorza

A la población de Elorza

A sus fiestas patronales

Sus muchachas tan bonitas

Con su belleza adornaban

Y bajo el cielo llanero

Por las calles se paseaban

Con sonrisas de alegría

Y perfumes de sabanas

Y al despertar la mañana

Con aires de una parranda

Cantándole a sus muchachas

En Elorza me encontraba

Y entre palos de aguardiente

La vida feliz pasaba.

Silvera, un catire colorado, no cantaba música llanera, tomó el verso de Quiñones como un desafió a
contrapuntear, y al no dominar el género, como buen zuliano le dijo:

—A la verga, dame ese cuatro para que sepáis lo que es cantar.

Arrebatándole el instrumento comenzó a tocar, y le dijo a su paisano

Ferró: —Mirai vos ¿Me podéis acompañar ahí? Y comenzó a cantar:

En todo tiempo cuando a la calle sales mi reina

39
LOS APRENDICES

Tu pueblo amado te ha confundido en un solo amor

Amor inmenso, glorioso, excelso, sublime y tierno

Amor celeste divinizado hacia tu bondad

Madre mía si el gobierno

No ayuda al pueblo zuliano

Tendréis que meter la mano

Y mandarlos pal infierno

Madre mía si el gobierno

No ayuda al pueblo zuliano

Tendréis que meter la mano

Y mandarlos pal infierno

La grey zuliana cual rosario popular

De rodillas va a implorar a su patrona

Y una montaña de oraciones quiere dar

Esta gaita magistral que el saladillo la entona.

El sabor a gaita, trajo un ambiente decembrino que estaba próximo a llegar. La noche oscura seguía su
rumbo sin detenerse, los presentes, emocionados, unos por cantar y los otros por oír, no tomamos en cuenta
cuando Baloa se paró, y con cierta torpeza se acercó al señor Ramón y le dijo:

—Hip, hip, ¿Me puede permitir el baño?

El señor Ramón le dijo en voz baja:

—Como no, pasa, allá al final a la izquierda está el baño. Tampoco percatamos el largo tiempo que
tenía Baloa en el mismo, lo que sí percibió y manifestó Calderón, cuando estando sentado a mi lado, se me
acercó y en voz baja me dijo:

—Oye Juan ¿Qué será de Baloa? tiene más de media hora que se fue al baño.

Diciéndome esto, se levantó.

—Voy a ver qué pasó— Dijo, pidiéndoles permiso a la vez a los dueños de la casa.

Cuando abrió la puerta del baño, estaba Baloa sentado en la poceta, con la cabeza gacha, dormido y
con los pantalones sin bajar; Calderón percibió un asqueroso olor y lo llamó:

—Iván, Iván, despiértate que nos vamos.

40
JUAN BARRIOS

Baloa se levantó y salió del baño dirigiéndose a la salida, asistido por Diego, que lo sostenía por el
ante-brazo con una mano, y con la otra se tapaba la nariz. La verdad, es que no sabía qué hacer, y permitió
que Iván siguiera su camino, dejando una estela en el piso, de algo semilíquido y maloliente que salía de sus
pantalones. Cuando llegó al porche el grupo percibió el mal olor, la muchacha se cubrió la nariz horrorizada,
los cantantes dejaron de cantar, el señor Ramón se levantó, tomó a Baloa por un brazo, lo metió de nuevo al
baño con ropa y zapatos y abriéndole la regadera le dijo:

—Toma este paquete de ACE lo demás lo haces tú.

Serían ya las 10 de la noche, la señora y su hija buscaron manguera, haragán y coletos y se


apresuraron a efectuar una limpieza profunda en el camino que había marcado Iván, los demás aprendices
nos levantamos, ayudamos a la señora, volvimos a su lugar las sillas y los otros objetos y luego esperamos a
que Baloa saliera del baño.

A Baloa le tocó bañarse, lavar su ropa y los zapatos; cuando salió del baño, el señor Ramón le
suminis-tró un short y una franela viejos, y además le dio una bolsa para que metiera su ropa mojada, traía
los zapatos puestos mojados, que producían un ruido característico al caminar.

Nos despedimos de aquella excepcional familia, avergonzados y pidiendo a cada rato disculpas, a lo
que la señora respondió:

—No se preocupen, eso fue una comida que le cayó mal.

Caminamos hacia el Centro de Formación, haciendo comentarios que nos causaban risa, como el que
hizo Luis:

—Pija, no sabía que la riñonada y la chicharronada producían una mierda tan hedionda.

Yo agregué:

— ¿Cómo se le ocurre a ese carajo comer eso?

Quiñones opinó:

—Y además se tomó dos chichas.

Ferró no guardo silencio y dijo:

—A la verga primo, ¿Y el poco e palos de ponsigué que se tomó?.

Llegamos al Centro de Formación, dándole gracias a Dios por dos cosas: que la casa del señor Ramón
quedaba relativamente cerca y que al Inspector Carrera le faltaba un cuarto de hora para hacer su recorrido

41
LOS APRENDICES

PARA SALIR DEL CENTRO DE FORMACIÓN

Los aprendices que procedían de los lugares cercanos al Centro de Formación, como los estados Cara-
bobo, Aragua, Cojedes, Yaracuy y de la Región Capital, generalmente los fines de semana se iban a sus
casas, bien sea porque sus familiares acudían a buscarlos, o por sus propios medios. También algunos de
regiones retiradas que tenían familiares en los mencionados estados, varias veces al mes iban donde ellos de
visita o tenían garantizados sus permisos de salida, porque sus familiares se responsabilizaban y de
antemano firm-aban el respectivo permiso.

Algunos, que ya habían cumplido la mayoría de edad salían sin problemas, siempre y cuando respetaran las
normas y horarios de salida y entrada. Otros muy hábiles se hacían amigos de algunos compañeros apren-dices,
cuyos familiares los iban a buscar al Centro de Formación, y de esa manera aprovechaban para que sus
representantes le firmaran el permiso. Más aun, algunos aprendices actuaban como una especie de hijos adop-
tivos, y pasaban el fin de semana en casa de los familiares de sus amigos. Como fue el caso de Mario Quintero de
Trujillo, que se iba casi todos los fines de semana, a la casa de Marcos Urbina de Maracay, donde dormía, comía,
tenía todas las atenciones, y hasta viajes a la playa, piscina y campo disfrutaba con aquella familia. Tan ingrato el
infeliz, que después hacía comentarios en el Centro de Formación:

—La hermana de Marcos parece que yo le gusto, el fin de semana estaba muy amable y sonriente con-
migo.

De llegar este comentario a los oídos de Urbina, lo más seguro es que a pesar de su amistad, el robusto
maracayero le reclamara, y a su casa no volvería jamás.

Los aprendices procedentes de ciudades lejanas, y que no teníamos familiares cerca, como era el caso
mío, que venía de Maturín, a unos 700 kilómetros de distancia, nos las arreglábamos para salir uno que otro
fin de semana, aunque fuera a una ciudad cercana como Tocuyito, Valencia o Maracay; generalmente a dar
un paseo, conocer la ciudad o hacer algunas compras de artículos de uso personal. Los menores de edad le
pedía-mos el favor a algunos representantes, que estaban de visita, o también a empleados del Centro de
Formación, para que nos firmaran el permiso mediante el cual las autoridades nos permitían salir. Como la
mayoría éramos menores de edad y el personal era poco, algunas veces le correspondía a una sola persona
firmar varios per-misos, cosa que hacían con mucho cariño y por razones humanitarias. Pero era obvio que
estaban asumiendo una gran responsabilidad. Por eso en la semana le metíamos el ojo, preferiblemente al
personal de la cocina, para lo cual nos poníamos de acuerdo varios aprendices. Como aquella vez cuando
conformamos un grupo, y salió uno, que fungiendo de líder cuadraba las cosas:

—Como somos 12, vamos a distribuirnos para que nos firmen el permiso, las 3 señoras cocineras, una
a cada 3 de nosotros y los otros 3 con el señor Manrique— Dijo José Salas, de Monagas, valiéndose de que
era el de más edad.

Luego agregó:

—Ustedes: Angulo, Gámez y Barrios hablen con la señora Rosalía; Hernández, Figuera y Calderón con

42
JUAN BARRIOS

la señora Flor, y Mendoza, Baloa y yo, le pediremos el favor a la señora Graciana; el señor Manrique le
puede firmar a Caldera, Gutiérrez y Acosta.

Pero, en ese momento había un decimotercer aprendiz, que por su tamaño y flacura parecía más bien
un niño, se llamaba Daniel Ramírez y lo estaban dejando fuera de los 4 grupos, por lo cual protestó:

—Y a mí. ¿Me van a dejar aquí?

Hernández, que lo estaba viendo como esperando esa pregunta respondió:

—¿Qué vas hacer tú en la calle carajito? Espera que tu mamá te venga a buscar.

El joven procedente de Trujillo, uno de los estados más lejanos, rompió a llorar. Ante esta escena inter-
vino Salas:

—Bueno carajito vamos a hablar con el jefe de la cocina, el señor Batella para ver si te firma el
permiso, él es un poco jodido, y si no acepta vas a tener que unirte al grupo de los fugados.

Estas palabras arreciaron el llanto de Ramírez, que de antemano sabía lo exigente que era el jefe de
cocina para firmar un permiso y la improbabilidad de obtenerlo. En el grupo acordamos que los más grandes
hablaran con Batella y se comprometerían a que Ramírez iba a permanecer con el grupo y no visitaríamos
sitios inadecuados.

Una vez organizada la estrategia nos dirigimos a la cocina a hablar con el personal, tal cual como se
previó. Era 15 de marzo de 1969, día viernes, antes del almuerzo y estaban los grupos a punto de formar
para entrar al comedor. Los 13 aprendices, con Salas al frente como vocero nos ubicamos en la puerta lateral
de la cocina, por donde ingresaban los insumos con que se preparaba la comida. El personal al percibir
nuestra presencia ya se imaginaba el motivo que nos movió a ir hasta allí. El cocinero Manrique fue el
primero que nos vio y se acercó:

—¿Qué pasa? ¿Qué quieren ustedes?

José Salas el caripeño le responde:

—Señor Manrique por favor es para la salida del fin de semana.

—¿Ese montón de gente? ¿Ustedes quieren que me boten?— Protestó el cocinero

—No, no mire deje que le explique— Replicó el muchacho.

—Bueno, rápido que estamos muy ocupados. Razonó Manrique.

Salas continuó:

—Usted sólo va a firmar 3 y las señoras firmaran las demás.

Angulo, casi de la edad de Salas le recuerda:

—¡Oiga! ¿Y el pelado?

—Espérate— Le respondió Salas.

43
LOS APRENDICES

Éste casi a ruegos le dijo a Manrique:

—¿Usted puede decirles a ellas?

El cocinero sabiendo que debía culminar aquello rápido le contestó:

—Déjame ver.

Se fue a consultar con las damas. Las 3 señoras fungían de ayudantes de cocina y desempañaban su labor
eficientemente, su supervisor inmediato era Manrique y después estaba Batella que era el jefe de la cocina.

Manrique regresó y transmitió al grupo la respuesta positiva de las 3 señoras diciendo:

—Está bien ahora se retiran.

Pero no logró retirarse porque escuchó a Salas exigirle otra cosa:

—¿Podemos hablar con el señor Batella¿

—Les aconsejaría que mejor no. ¿Para qué sería?— Recomendó Manrique.

—Para que firme un permiso, el de Daniel Ramírez— Insistió el joven.

— Bueno, voy a decirle— Dicho esto se retiró protestando y lo vimos cuando hablaba con su jefe.
Gior-gio Batella, un hombre blanco, obeso, con rasgos italianos. con bigotes, mantenía puesto un gorro
blanco sobre la cabeza, la cual tenía una parte calva y otra con el pelo canoso. Con cara de pocos amigos
Batella vino hacia nosotros y al tener al frente a aquél pelotón lanzó una expresión que nosotros no logramos
entender, pero por el gesto que reflejaba debió ser algo muy duro:

—¡Problemi. Se questi ragazzi cazzo!.

Gracias a Dios que dijo después algo que si entendimos:

—Si, está bien, después del almuerzo pasen la lista a Manrique. Vallan y no cometan estupideces.

Felices por haberlo logrado nos incorporamos a las filas para entrar al comedor.

Los aprendices que se fugaban habían optado por otra forma de salir del Centro de Formación; tenían
distintos métodos para lograr su objetivo, por ejemplo un grupo conformado por el anzoatiguense Néstor
Mon-taño, el margariteño Ramón López, el sucrense Hugo Macías, el monaguense Efrén Peroza y el
guariqueño Carlos Velásquez, los sábados por la noche tomaban cada uno una braga, la rellenaban con ropa,
toallas y sa-banas y la colocaban en la cama, un casco, servía para simular la cabeza. Construían unos
muñecos que luego arropaban con las cobijas. Cuando a las 12 de la noche el inspector Carrera daba el
recorrido, casi siempre con una linterna, litera por litera iba comprobando que las camas estuvieran
ocupadas, tomaba nota de las que estaban solas para luego compararla con la lista de aprendices que estaban
de permiso fuera del Centro de Formación.

Más de una vez los muñecos pasaron desapercibidos a la requisa del inspector, hasta que una noche, a
uno de los fugados tal vez por el apuro, se le olvidó cubrir totalmente el muñeco, y se le veía parte del casco,
el inspector al detectarlo se preguntó:

44
JUAN BARRIOS

—¿Cómo podía un aprendiz dormir con el casco puesto y porque razón?

Trató de despertar al dormido, tocando con su mano derecha lo que sería el hombro, a lo que el inerte
ser no respondió; el inspector levantó la cobija descubriendo el ardid. Presumiendo que no era el único, de
inmediato encendió las luces del dormitorio, y en un principio, con un palo de escoba fue tanteando litera
por litera. Quizás para no tantear todas las camas, al ver que muchos aprendices se despertaron y
comenzaban a sentarse en las camas, se dirigió a todos en voz alta:

—Por favor se levantan todos y hacen una formación aquí en la parte central del dormitorio . Cuando se
suponía que todas las camas debían estar solas porque los aprendices estaban en formación, el inspector encontró
cuatro muñecos más, comprobando con la lista que cargaba que las 5 camas pertenecían a Montaño, López,
Macías, Peroza y Velásquez. Fue a las 4 literas y comprobó que había igual cantidad de muñecos en lugar de los
humanos. Los fue desarropando, y preguntaba a los que ocupaban las literas vecinas:

—¿Quién ocupa esta cama?

Claro que por la ubicación el inspector ya lo sabía pero los interrogados fueron respondiendo tímida-
mente:

—Hay duerme Macías inspector— Respondió primeramente el andino Gerder Molina.

Al retirarse, el Inspector Carrera se dirigió a hacer lo mismo en el otro dormitorio. Mientras tanto los
que le informaron al Inspector fueron sometidos al acostumbrado silbido colectivo de:

—Shui, shui shui shui.

Como croan los sapos en las lagunas.

Los fugados al retornar en la madrugada, se encontraron con los muñecos descubiertos y torpemente,
aun con el efecto etílico que algunos presentaban, trataron de poner en orden su cama no sin antes mostrar
su preocupación como en el caso de Ramón López, cuando con voz de borracho dijo:

—Nos jodimos.

—El inspector pasaría la novedad, y el resultado fue 3 meses sin salida del Centro de Formación, para
no despedirlos.

Los escapados regresaban casi siempre antes de la recorrida del inspector a media noche. Se iban al
atardecer saltando la cerca de ciclón que bordeaba el Centro de Formación, casi siempre para sitios cercanos
como La Guasima, La Honda o Tocuyito. Acostumbraban usar ropa oscura para no ser detectados. Llamaba
mucho la atención un aprendiz del estado Miranda, que teniendo una larga suspensión de salida, no podía ir
los fines de semana a su lugar de origen, aunque era relativamente cerca. Se trataba del moreno Félix Rojas,
los compañeros se burlaban, porque como era moreno al vestirse de negro para escaparse, en lo oscuro
parecía un fantasma. Sólo se le veían los dientes a la luz de la luna

Fueron muchas las tardes y noches que nos escapamos, exponiéndonos a lesiones al saltar la cerca, o a
rasguños causados por las púas de alambre. Sin mencionar otros riesgos potenciales existentes fuera del
Cen-tro de Formación.

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LOS APRENDICES

46
JUAN BARRIOS

EL IMPASSE CON TOPOCHO

Había un joven procedente del estado Lara llamado Pablo Alvarado, de baja estatura como yo, pero más
fornido, le decían Topocho, poco hablador, respetado por todos por su condición de Karateca, aunque por su
forma lenta de caminar no lo parecía; peleaba más con las piernas que con los brazos y hasta el mismo Hernán-
dez, el Medio Loco, una vez llevó lo suyo, pues al meterse con Alvarado, los 2 se fueron a las manos, no se había
cuadrado Hernández, cuando su contrincante ya le había colocado una patada en pleno cuello ponién-dolo a rodar
por el piso, al incorporarse, con sus técnicas de boxeo se cuadró e intentó lanzar un puño, pero sintió otra patada
en el otro lado. Hernández abortó la pelea y reconoció que no debía molestar más a Topocho.

La litera de Alvarado estaba al lado de la mía, separados por los dos locker, él como yo, dormíamos en
la parte de arriba. En la parte de abajo de mi litera dormía el tachirense Euro Angulo. Aquel día feriado, 1 de
mayo de 1969, por supuesto no hubo clases; casi para medio día, luego de darme un baño, regresé a mi cama
a descansar un poco, mientras llamaban al almuerzo. Conseguí a Alvarado atándose las trenzas de los
zapatos sentado en su cama, pero con una pierna estirada y el zapato apoyándolo en el borde de la mía. Al
ver esto le reclamé:

—Me estás ensuciando mi cama.

—Na guará, no me había dado cuenta— Me respondió.

Al bajar el pié, frotó el zapato en aquella sábana blanca dejando una extensa marca de tierra amarilla,
propia de los terrenos donde se asentaba el Centro de Formación. De inmediato percibí que Alvarado me
estaba buscando pleitos. A sabiendas de su condición de Karateca, y que era de mi tamaño pero más robusto
que yo, sin medir las consecuencia tomé su colchoneta con sábana y todo y la lancé al suelo; él hizo lo
mismo con mi lencería. Sin pensar levanté la colchoneta de Angulo que siempre tenía debajo ropa sucia y
hedionda, porque poco se bañaba; revolví las cosas de Alvarado con la ropa sucia y hedionda de Angulo. Él
tomó de nuevo lo mío y los lanzo fuera del dormitorio, por una pequeña pendiente de más de 10 metros que
lo separaba de un extenso pajonal.

Mientras tanto Angulo sin entender, pero disfrutando el evento me dijo:

—Oras usted, manotas. ¿Por qué me revuelve mis cosas?

Ni siquiera caso le hice, sino que tomé de nuevo la sábana, la cobija y almohada de Alvarado y se las
lancé más allá encima de un cadillar, ciego de la rabia pero con mucho temor, esperando el momento en que
él decidiera agredirme. De ahí en adelante todo fue un viacrucis, ninguno de los dos daba su brazo a torcer,
recorrimos los 100 metros que separaban el dormitorio de la cerca perimetral del Centro de Formación, cada
uno lanzaba las cosas del otro más allá y mas allá por aquel extenso cadillar, hasta que llegamos a la cerca.
Momento en que pensé:

—Ahora si es verdad que este carajo me va a matar

Me quedé parado sintiendo que las piernas me temblaban, sentía la boca como un desierto y los testícu-

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LOS APRENDICES

los como que se me habían desaparecido. Recordé el Salmo 91 recomendado por mi madre en estos casos.
Temblé más aun cuando me preguntó:

—Y ahora carajito. ¿Nos echamos unos coñazos?

Aquello sonó en mi oído como un rugido de león, seguí orando en silencio y me quedé estático.
Topocho agarró mi almohada y la lanzó al otro lado de la cerca; conducta que yo imité con la de él. Debe ser
que perc-ibió mi estado de ánimo y que yo estaba dispuesto a enfrentar su agresión así llevara la peor parte.
Se quedó mirándome. Yo, con todo y como estaba pensé: “Éste me va a joder pero no me le voy a humillar”.

Se echó a reír, cosa que vi muy extraña, de inmediato saltó la cerca a buscar su almohada. Yo hice lo
mismo. Cuando pasamos de nuevo al lado interior nos reímos y dijo:

—Hay que ver que bolsas somos.

—Si es verdad, pero todo esto lo comenzaste tu— Le dije aún tembloroso.

Desde ahí cada uno fue recogiendo sus objetos. Sentí que el regreso fue más largo que la ida, bajo
aquel candente sol, llenos de pelusas y cadillos.

Ya en el dormitorio nos pusimos a desprender los cadillos de las almohadas, fundas, sábanas y cobijas,
soportando la burla de los que disfrutaron la escena. Con la vista nublada a causa del mal momento logré ver
a Ibrahin Tarre, Alfredo Hernández, Euro Angulo, Manuel Piña y Augusto Chacón que se reían de nosotros.
Sobresalía la chocante risa de Hernandez:

—Jaaajajajajaaa.

El almuerzo ya había comenzado y ni siquiera habíamos percibido los gritos de un aprendiz, que tenía
por costumbre ir a la cocina antes de las comidas a enterarse del menú, luego se paraba en aquella pequeña
meseta donde quedaba el comedor y gritando hacia el dormitorio llamaba a su compinche:

—Pinoo, Pinooo, la papaaaaa, van a servir pollo guisado con arroz y tajadas, y hay quesillo, vente
pinooo.

No tuve tiempo de bañarme de nuevo, y mientras me dirigía al comedor pensaba. ¿Cómo iba a dormir
esa noche? Sin sábanas, cobija, ni funda. Menos mal que el siguiente día era viernes y retiraría la muda
limpia en la lavandería. El problema ahora era la colchoneta y la almohada cubiertas de cadillos, todo por
culpa de Topocho.

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JUAN BARRIOS

UN SÁBADO DE FARRA

El día sábado, 16 de marzo de 1969, pasado el mediodía, después del almuerzo, cada uno con permiso
de salida, un grupo de aprendices nos fuimos al pueblo de Tocuyito a pasar la tarde y distraernos un poco. El
grupo estaba conformado por el mirandino Francisco Puente, el andino Augusto Chacón, el carabobeño
Sam-uel Noguera, que no sé porque motivo prefirió andar con nosotros en vez de irse a su casa, los
monaguenses Luis Figuera, Diego Calderón y yo.

Con aquel intenso sol, propio del mes de Marzo, salimos del Centro de Formación, caminamos por la
vía que nos llevaría al centro de Tocuyito, pasamos por La Honda, la Avenida la Luz y luego a la Avenida
Pocaterra. Cruzamos el puente de la quebrada Guafita y más allá llegamos a una casa vieja, la cual tenía una
pared frontal de unos 30 metros de largo y más de 3 metros de alto. La puerta de más 2 metros de alto, de
madera desgatada por el tiempo, y a ambos lados 4 ventanas coloniales, enrejadas con cabillas redondas, que
en ese momento estaban abiertas y dejaban ver un amplio corredor techado con tejas y caña brava, sostenido
por columnas de madera.

Antes de entrar vimos en la fachada un tubo, que tendría 4 metros de alto, del cual pendía un aviso de
color rojo y verde en cuyo centro se leía: “Cerveza Caracas”, con un logo de la marca donde aparecía un
león, y más abajo: “Club Los Mangos” en letras azules. Al pasar al corredor, observamos la cantina, la
cocina y una docena de mesas con 4 sillas cada una, hechas de tubos redondos y fórmica; en un rincón
estaba la rockola marca Wurlitzer con su lista de canciones. Más allá 3 canchas de bolas criollas, con
bastante sombra sumin-istrada por árboles de caimito y cotoperíz. Las canchas, estaban bordeadas con
troncos colocados de forma horizontal, donde impactaban las bolas lanzadas por los bochadores. Al lado de
la cantina se encontraban los baños que distinguían: “Damas” “Caballeros”.

Los 6 aprendices nos ubicamos en una de las canchas que estaba desocupada y de inmediato un
emplea-do que acudió a atendernos preguntó:

—¿Qué quieren los muchachos?

Enseguida respondió Noguera, quien tenía experiencia en estos sitios:

—Queremos echar una partida y tomarnos algo.

—¿Que van a tomar? Ustedes son menores de edad por lo que veo— Añadió el empleado.

—Nosotros 3 ya vamos a cumplir los 18 y queremos tomarnos unas cervezas— Respondió Puente,
quien los cumpliría en esos días, señalando a Chacón y a Noguera.

—¿Y ellos tres que van a tomar?

—Nos puede traer refrescos— Respondió Figuera refiriéndose a él a Calderón y a mí.

El empleado luego de traer un saco de lona contentivo de 12 bolas y el mingo se retiró a buscar el pedido.

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LOS APRENDICES

Formamos los equipos, equilibrando de acuerdo al tamaño y las destrezas de cada uno: De esta manera
Diego, Augusto y Francisco formaron un equipo, mientras que Samuel, Luis y yo formamos el otro. Se lanzó
una moneda al aire para determinar cuál equipo escogería su color preferido, lanzaría el mingo y la primera
bola. Noguera, experto como era sacó de su bolsillo “un fuerte”, le preguntó a Puente:

—Cara o sello.

—Sello— Respondió éste.

A nosotros nos favoreció la suerte y escogimos las bolas verdes. El mingo fue lanzado por Noguera,
capitán del equipo por ser el de más edad y experto. De inmediato dio una orden:

—Tu Juan arrima de primero.

Tomé una bola verde y me dispuse a cumplir la orden, la lancé y cayó casi a medio metro del mingo,
que estaría aproximadamente a 8 metros del punto de lanzamiento. Por el otro equipo le tocó arrimar a
Diego Calderón, quedando su tiro en mejor posición que el mío. En eso dijo el capitán Noguera:

—Yo bocho esa bola.

Se colocó en posición y lanzó aquel boche, impactando a la bola enemiga, quedando la que el lanzó
casi en el mismo lugar de la otra, lo que fue un boche casi clavado.

Puente, capitán del otro equipo le ordenó a Calderón:

—Arrima otra vez.

Pero al momento de lanzar la bola, Luis Figuera grito:

— ¡Indio con palo no vuelve!

Pareció que el grito distrajo a Calderón y su arrime no fue efectivo, por lo que Puente se vio obligado
a lanzar un boche que fue saboteado por otro grito de Figuera:

— ¡La peloooo!

Ante el fracaso del capitán, su compañero de equipo Augusto Chacón le exclamó:

—Oras toche déjeme usted que yo le lance una marrana.

A lo que accedió Puente. Lanzando Augusto un tiro rastrero que se llevó la bola objetivo del tiro.

Cuando la tarde moría, Noguera dijo:

—Vamos a pedir algo de comer. ¿Qué quieren ustedes?. Yo pido parrilla.

Chacón opinó:

—Vamos a pedir parrilla todos.

Los demás estuvimos de acuerdo por ser lo más idóneo. Cuando se le ordenó al mesonero que trajera las
6 parrillas, éste informó:

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JUAN BARRIOS

—Viene con carne, chorizo, ensalada y yuca y cuesta 2 bolívares. ¿Quieren algo más? Augusto le exigió:

—Está bien. A la mía le pone morcilla.

Hicimos un breve corte para comer y devoramos con apetito aquella exquisita comida. Luego,
distraídos continuamos jugando otra y otra vez sin percatarnos el paso de las horas. Chacón y Puente, que ya
habían tomado varias media jarras manifestaban el comportamiento propio de la influencia del alcohol.
Llegó la noche, el local estaba muy concurrido, las 3 canchas de bolas estaban ocupadas, así como todas las
mesas donde se jugaba dominó. Algunos individuos tomaban cervezas y conversaban en la barra.

La rockola no dejaba de sonar y se escuchaba:

No puedo verte triste porque me mata

Tu carita de pena mi dulce amor

Me duele tanto el llanto que tu derramas

Que se llena de angustia mi corazón

Yo sufro lo indecible si tú entristeces

No quiero que la duda te haga llorar

Hemos jurado amarnos hasta la muerte

Y si los muertos aman

Después de muertos, amarnos más.

Ya casi las 8 de la noche, pedimos la cuenta y el mesonero se presentó con un papel donde tenía anotado:

15 media jarras 18,75

9 refrescos 2,25

6 parrillas 12,00

Total 33,00 bolívares

Los que tomaron cervezas: Francisco, Samuel y Augusto aportaron 8 bolívares cada uno, los demás que
tomamos refrescos: Diego, Luís y yo aportamos tres bolívares cada uno.

Salimos del local y tomamos rumbo al Centro de Formación, conversando, caminando lenta e
irregular-mente, al ritmo de 2 compañeros que habían tomado demás y nos obligaban a detenernos de vez en
cuando. Había transcurrido menos de una hora de caminata cuando gritó Noguera:

—¡Miren muchachos hay un bonche en esa casa!

Nos detuvimos en la parte lateral y desde afuera a través de una cerca de ciclón, vimos un amplio patio
con árboles, donde se realizaba el evento. Estaba adornado de acuerdo al momento y ocupado con mesas en-
manteladas color rosado y sillas con fundas del mismo color, en las mesas se observaban floreros y bebidas.

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LOS APRENDICES

Como era costumbre, siempre los aprendices cuando retornábamos al Centro de Formación y conseguía-
mos una fiesta en alguna casa en el camino, nos deteníamos a ver si se encontraba allí algún compañero. En
efecto logramos ver al tachirense Franco Castelli y a Luis Alcázar de Anzoátegui que estaban sentados acom-
pañados por 2 muchachas y una señora. Ante un silbido lanzado por Noguera, Alcázar nos detectó y sigilosa-
mente se acercó a nosotros del otro lado de la cerca; presentaba una muy elegante vestidura: camisa manga larga
color naranja, con un largo cuello y muy ajustada, pantalón color blanco, ajustados en la parte superior hasta la
rodilla y de ahí hacia abajo el ruedo exageradamente ancho, zapatos marrones al igual que el ancho cinturón, con
plataforma y tacones altos. Luego de saludarnos regresó a la mesa donde estaba, consultó con la señora y vino
por nosotros, haciéndonos pasar. Entramos por el portón del garaje; aquella casa de esquina se veía muy bien
construida, propia de una familia de regular posición. En el garaje techado se encontraban dos vehículos: Una
ranchera Caprice modelo 1967 y una camionetas tipo Pick-Up en cuyo lateral se leía Chevrolet Apache.
Seguimos adelante, en la parte posterior de la casa había una pared con varias ventanas y una puerta que daba a
un salón, donde unas personas bailaban, afuera el amplio patio con árboles de mango, una parte engramada y otra
con piso de concreto rústico.

Al llegar los 6 aprendices a la mesa, Chacón y Puente no se sentían muy bien y hubo que sostener al
primero por un brazo para disimular su alto estado etílico. Saludamos y enseguida la señora ordenó
colocaran una mesa con sus sillas, anexa a la que ya estaba. Nos sentamos y un mesonero sirvió unos vasos,
hielera, unas botellas de Coca Cola y una botella de ron que tenía un caballo con las patas delanteras
levantadas y montado por un jinete. En el tocadiscos sonaba:

En puerto Rico

La gente goza más

El jala jala

Sabroso de verdad.

Ya todo el mundo

Quiere jalar palla

El jala jala pa’ basilar

El jala jala pa’ basilar

El jala jala para gozar

Puerto Rico me llama vamos palla

El jala jala pa’ basilar

Tiembla que es mira pa’ lla

El jala jala para gozar.

Los compañeros anfitriones con toda la buena educación, sobre todo Castelli, procedente de una familia
clase media del Táchira, mostraba siempre la decencia, por eso muchos compañeros le criticaban, que en vez

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JUAN BARRIOS

del Centro de Formación, debería estar aspirando ingresar en una reconocida universidad. Alcázar un adoles-
cente precozmente formado en el ambiente nocturno de Puerto la Cruz, fumaba, tomaba, bailaba y hacía gala de
cómo cortejar a una mujer. Ambos se disculparon con la señora y las muchachas a lo que la dama respondió:

—Bienvenidos, están en su casa, nosotros apreciamos mucho a los muchachos de la Escuela, nuestra
hija Miriam cumple sus 15 años.

—Muchas gracias— Dijo Noguera como líder del grupo.

Tres de nosotros a la vez nos dirigimos a la muchacha:

—Feliz Cumpleaños.

—Gracias— Respondió ella.

El mesonero sirvió 6 tragos, se ausentó y luego regreso con 2 platos de pasa palos, uno con tequeños y
el otro con unas albóndigas pequeñas.

Castelli pidió permiso para bailar con una de las chicas, quien al levantarse dejo ver aquel elegante
ves-tido azul claro a la rodilla, sin mangas, una cinta de la misma tela haciendo un lazo en la cintura. El pelo
liso partido en dos, le caía en forma de cascada sobre los hombros, los zapatos blancos con punta normal y
una cinta con hebilla por encima del empeine. Esta hermosura reunía todas las condiciones para que nuestro
amigo Castelli pasara una de las noches más felices de su vida.

Todo el mundo alegre, la mayoría de los asistentes bailaban:

El amor que yo soñé

Jamás lo pude conseguir

No pensé que en realidad

Pudiera sucederme a mí

Sé muy bien que todo amor

Significa esclavitud

Perderé mi libertad

Por ganar tu juventud

Yo prefiero ser esclavo

Estando enamorado

Que a ser libre como el viento

Si no tengo tu amor

Tengo tu amor

Para que quiero más


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LOS APRENDICES

Me conformo con ser feliz

Qué más puedo pedir.

En la mesa, las cosas no marchaban muy bien, Chacón desde el primer momento colocó la cabeza so-
bre los brazos, que a su vez descansaban sobre la mesa, mientras Puente, experto bebedor como era, insistía
en acabar la botella con el caballo pintado, a la vez que degustaban los pasa palos. Calderón y yo tratamos
de mover a Chacón para que levantara la cabeza y dejara de mostrar aquel deprimente espectáculo, que ya
comenzaba a llamar la atención de los asistentes, que ocupaban otras mesas o que iban y venían de la sala de
baile.

—Chacón, Chacón levántate, estas dando pena— Le reclamó Diego.

Menos mal que al cambiar el disco, Alcázar invitó a bailar a la otra chica y Noguera a la Señora dicién-
dole:

—Disculpe ¿Usted baila?

A lo que ella respondió:

—Bueno esa canción sí.

Se trataba de una pieza que sonaba mucho en esos días.

Caminito de Guarenas

Donde encontré la novia mía

María Luisa la morena

La que juro que me quería

Yo recuerdo aquella tarde

Cuando una rosa deshojaba

Preguntándole al camino

Si era verdad que yo la amaba

Caminito de Guarenas

Que yo encontré en Guarenas

Caminito de Guarenas

Que se me fue de Guarenas.

Terminó la pieza y regresaban los bailadores a las mesas, cuando en ese momento Chacón se levantó, tomó
el vaso con licor en la mano y se lo llevo a la boca, tomando con torpeza un sorbo. Al tratar de sentarse, como un
resorte se fue hacia adelante, dejando escapar un abundante vómito que inundó buena parte de la mesa,
impregnando el mantel, los vasos, lo que quedaba de pásapalos y la botella de ron. Menos mal que los

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JUAN BARRIOS

bailarines no se habían sentado aun, porque también habrían llevado lo suyo.

Calderón y yo levantamos al beodo y lo condujimos hacia detrás de una mata de mango donde afincó
las dos manos, bajando la cabeza y haciendo esfuerzo para vaciar lo que quedaba en su estómago.

Los que regresaban de la sala de baile, al ver lo que estaba pasando se apresuraron; las muchachas y la
señora no encontraban que hacer, los invitados que estaban en las mesas cercanas volteaban y con señales de
asco observaban la escena.

Alcázar y Castelli querían desaparecer de este mundo.

—Miriam, hija, toma el mantel por esa punta— Le dijo la madre a la cumpleañera.

Mientras tanto Castelli le decía a su compañero:

—Luis, vamos a recoger todas estas cosas— Refiriéndose a los objetos que estaban sobre la mesa.

La otra muchacha llamó a un mesonero, quien se presentó con un paño para limpiar la mesa y otro
man-tel para sustituir el sucio.

El grupo de los intrusos, casi sin despedirnos y con mucha vergüenza, nos retiramos y seguimos
nuestro camino hacia el Centro de Formación, con nuestros borrachos a rastra. Alcázar y Castelli se
quedaron a so-licitud de la señora para que las 2 chicas siguieran bailando. El señor de la casa que
conversaba y tomaba con otros señores en una pequeña barra ni cuenta se dio de todo aquello.

Noguera comentaba muy molesto:

—Yo le dije a care`vieja que no tomara tanto.

Luis Figuera reafirmaba:

—Es que él bebe para volverse mierda.

Yo opiné señalando a Chacón:

—Lo que pienso es que por culpa de éste, la gente cambia la opinión que tiene de los aprendices del
Centro de Formación.

Íbamos ya por el sector La Honda casi a la media noche y acompañados por una luna cuarto creciente.
Llegamos al Centro de Formación y al abrir la puerta de malla tipo ciclón, fuimos avistados por el inspector
Carrera, que salía a hacer su recorrida en la camioneta Pick up color azul y nos preguntó:

— ¿Ustedes tienen permiso?

El grupo. Tratando de ocultar el estado etílico de Chacón y Puente respondimos tres al unísono:

—Sí, señor Carrera.

—Okey, estas no son horas de llegar, pero vallan a dormir sin molestar a los demás— Recomendó,
portándose esta vez como un cómplice.

Ingresamos al dormitorio, en lo oscuro sin encender las luces y tratando de no hacer ruido, los 4 cuerdos

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LOS APRENDICES

tomamos nuestras toallas y jabón y fuimos a darnos un baño. Mientras los borrachos cayeron como muertos
en sus literas.

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JUAN BARRIOS

LA GUÁSIMA

Un caserío, ubicado al norte del Centro de Formación, a una distancia aproximada de uno a dos
kilómet-ros, era sumamente rural, el comercio se limitaba a unas pocas bodegas, donde aprovechábamos
comprar al-gunas cosas. Separada primero por el cercado de ciclón del Centro de Formación, y después por
una quebrada que corría por el lado de afuera, que en época de lluvia se convertía en rio y en verano se
secaba, marcada por una vegetación de árboles de mediana a gran altura, que formaban un bosque de
galería, más allá una pequeña sabana con algunas ondulaciones, con predominio de gramíneas y arbustos;
algunas áreas carecían de veg-etación, donde se apreciaba la tierra amarilla propia del lugar.

Durante el periodo lluvioso, era dificultoso cruzar la quebrada, sobre todo por las noches, cuando re-
inaba la oscuridad. En un costado de esa quebrada había un ranchón de láminas de zinc, donde vivía un tal
Aurelio, que tenía 2 mujeres en la misma casa con varios hijos, no se le conocía oficio. Se mantenían porque
algunos de los hijos, púberes, acudían al Centro de Formación varias veces al día y las señoras de la cocina,
luego de las comidas, les vaciaban lo que quedaba en las ollas, en unos recipientes todos maltrechos, que
llev-aban consigo. Los hijos de Aurelio mostraban la pobreza en sus ropas, más no en sus rostros y cuerpos,
buen color, más bien gorditos y al parecer no iban a la escuela.

Era costumbre de muchos aprendices los viernes o sábados al anochecer, saltar la cerca para ir a La
Guá-sima en busca de diversión y aventuras, visitar personas conocidas y cortejar mujeres. Los que tomaban
iban por sus tragos de cerveza o ron. Otros visitaban el modesto burdel de Miguelina.

El negocio de Miguelina lo conocí un sábado al anochecer, cuando me uní a un grupo de 4 aprendi-


ces, conformado por el Aragüeño Bernardo Berrueta, el apureño Régulo Carrillo y los monaguenses Diego
Calderón y Luis Figuera; para ir a La Guásima, escapándonos del Centro de Formación. Reunidos para
poner-nos de acuerdo adonde ir, uno de los integrantes, Figuera sugirió:

—Vamos donde Miguelina.

— ¿Qué hay ahí?— Preguntó Calderón con la ingenuidad que lo caracterizaba.

—Yo la he oído nombrar— Agregó Berrueta.

Figuera concluyó:

—Es un lugar para hombres, hay que llevar plata.

Después de estar seguros de llenar la exigencia de Figuera y disponer de la beca recién cobrada, nos
encaminamos hacia La Guásima, saltamos la cerca de ciclón y cruzamos la quebrada, que en esos días de Abril
estaba seca, caminamos unos 20 minutos por aquel oscuro camino de granzón. Ya en el caserío llegamos a una
casa ubicada en una esquina, cercada en su frente y alrededores con tela metálica tipo gallinero, iluminada por
fuera por las luces de los postes del alumbrado público. Entramos a un porche amplio, alumbrado con una luz
roja, ocupado por 3 muebles de paletas de madera y una mesa de centro, en la que se encontraban unas botellas
de cerveza, gordas con el pico angosto, color ámbar, que en la poca luz dejaban ver una etiqueta verde

57
LOS APRENDICES

y estaban vacías. Observamos hacia el lateral derecho de la casa un zaguán, donde se distinguían las siluetas
de varios individuos parados.

Después del porche quedaba una sala, en donde los clientes se sentaban a tomar licor, calentando los
motores, para después ir a caer en los brazos de Miguelina. En un tocadiscos se escuchaba esta canción:

Tú quieres más el mar

Me dijo con dolor

Y el cristal de su voz se quebró

Recuerdo su mirar

Con luz de anochecer

Y esta frase como una obsesión

Tienes que elegir entre tu mar y mi amor

Yo le dije no

Y ella dijo adiós

Su nombre era Margot

Llevaba boina azul

Y en su pecho colgaba una cruz

Mar, mar hermano mío

Mar en su inmensidad

Al percatarse de nuestra presencia, apareció una mujer, blanca, algo gorda, cabello crespo teñido de
am-arillo, con senos voluminosos, estatura normal; lo que se puede apreciar como un prototipo pícnico.
Vestida con falda corta color verde, blusa roja y cabello atado con una pañoleta color fucsia. Sacando el
cigarrillo que tenía en la boca y soltando una bocanada de humo, se dirigió a nosotros

— ¿Qué? ¿Van a tomar algo o van hacer cositas?

Calderón y yo coincidimos:

—A nosotros nos trae refrescos.

Los otros tres pidieron cerveza.

La mujer dio la vuelta diciendo:

—O sea que no van a tirar, bueno yo voy a trabajar, mi hijo Omar les atenderá.

Se introdujo en la casa, a través de una puerta que la llevaría a la recámara, la cual tenía otra puerta,
que daba al zaguán por donde entraban los clientes que disfrutarían de sus servicios.

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JUAN BARRIOS

En el zaguán, se distinguía la presencia de varios aprendices que habían llegado con anterioridad, entre
ellos el aragüeño Gonzalo Gutiérrez, quien encabezaba la fila, seguido por el anzoatiguense Luis Alcázar,
los mirandinos Félix Rojas y Omar Aranda y el zuliano Atilio Echenique. Cada uno tenía una enorme
moneda de plata de 5 bolívares en la mano. Gutiérrez era un infaltable cliente semanal de Miguelina,
destinaba buena parte de su beca para estos menesteres y cuando un día viernes o sábado no estaba presente,
era porque estaba en otro lugar parecido. Su pasión por los burdeles casi desapareció cuando una mañana
observó una extraña secreción al orinar y se vio obligado a acudir a la enfermería, donde en ese momento
estaban otros aprendices esperando consulta médica, estos se enteraron del motivo que lo hizo ir allí, luego
lo regaron como las pol-varedas que en verano se daban en los terrenos que circundaban el Centro de
Formación. Le costaría mucho a Gutiérrez explicarle su problema a la única enfermera que atendía. Ella, una
hermosa joven de pelo negro y piel canela, muy profesional, llamada Ada Robles. Sería la encargada de
pasar a consulta con el médico a Gonzalo y aplicarle una buena carga de antibióticos, que lo hizo salir
caminando del lugar como un primate. Posteriormente colocaría unos afiches en el área, para difundir
información sobre el mal y evitar una masifi-cación del mismo. Desde ese momento a Gutiérrez le
cambiaron el nombre y muchos le dirían “Gono”. Este caso afectó grandemente a Miguelina, quien sin saber
por qué, tuvo que admitir la desaparición de los apren-dices de su negocio como por arte de magia. De nada
sirvió la insistencia de Gonzalo para que los demás en-tendieran, que no fue donde ella que se contagió.
Después de su cura intentó entusiasmar a algunos aprendices para que volvieran al prostíbulo, pero tuvo
respuestas negativas, como la que le dio otro asiduo burdelero, el oriental Luis Alcázar:

—Déjate de vaina Gono, Miguelina tiene la pepita envenenada, yo mejor opto por manuela.

Mientras traían el pedido, era ya las 7 de la noche, Bernardo Berrueta preguntó a la fila —

¿Qué pasó no han comenzado a entrar todavía? El último de la fila Echenique le respondió:

—Todavía no. ¿Vos no veis que está atendiendo a unos bebedores?

En eso, se nos acercó un joven con una bandeja, donde traía 2 botellas de refresco que tenían un
elefante pintado, 3 botellas de cervezas parecidas a las que estaban en la mesa de centro y 5 vasos de vidrio,
se trataba de nuestro pedido. El joven caminaba de forma extraña, con delicadeza, su ropa y gestos parecían
ser de mujer. Ante nuestra curiosidad Figuera afirmo:

—Sí, es marico. ¿No se le ve? Es hijo de Miguelina, si a alguno le gusta que le eche bolas. Los 5 aun
estábamos en el porche, cuando el joven preguntó:

—Chicos lindos. ¿Cerveza para quién?

—Para mí— Respondió Figuera. Seguido por la misma expresión de Carrillo y Berrueta.

—¿Y ustedes vienen aquí a tomar refresco? Esto no es un kínder— Dijo el joven refiriéndose a
Calderón y a mí, que éramos los más jóvenes y no tomábamos licor.

De nuestro grupo, se fueron a la fila Figuera y Carrillo, mientras los otros 3 nos quedamos en el porche,
sentados en los muebles de paleta, calmando la sed con lo que habíamos ordenado. Los primeros 5 clientes
fueron despachados en tiempo récord, entraban a la recámara y Miguelina experta en su trabajo, cumplía con

59
LOS APRENDICES

la avidez de sus noveles clientes, quienes al salir ya no tenían la moneda en sus manos.

Pero al tocarle turno a Figuera, joven moreno, atlético con fama de ser superdotado, ocurrió algo que
desesperó a Carrillo, que era para ese momento el último de la fila, éste notaba que Figuera se retardaba más
de la cuenta en la recámara. Cuando salió el moreno Miguelina le grito a su hijo:

—¡Omar entrégale a él 5 bolívares!

Omar, el maricón cuando Figuera se acercó le dijo:

—Mi mami no pudo, pero yo sí ¿Si tú quieres?

Éste le respondió:

—No joda marico el coño.

Al oír este dialogo, el llanero Régulo Carrillo le dijo a Figuera:

—Échele bolas cámara, es mejor comer bocachico que acostarse sin cenar.

A lo que respondió Figuera:

—No joda, ¿Porque no te lo coges tú?

Omar interviene y les recomienda:

—Por mí no peleen, para todos hay.

En eso venia llegando otro grupo, compuesto por el margariteño Hernán Antúnez, el carabobeño Ed-
gar Roye, el guayanés Alfredo Hernández, el guariqueño Carlos Vásquez, el caraqueño Alberto Ortiz y el
tachirense Luis Ramones, quienes entraron y se consiguieron con las risas, producto de un comentario que
hizo Omar Aranda:

—A Figuera le devolvieron los reales porque lo tiene muy grande y podía malograr a Miguelina

Después, el mismo Figuera aclararía, que no fue que Miguelina le devolvió el dinero, sino que él le
había pagado anticipado una doble tanda, y exigió más tiempo en la recámara, a lo que ella le respondió:

—Tengo muchos clientes hoy y tú me vas a echar a perder la noche, puedes venir otro día. Sin embargo, el
comentario llegó al Centro de Formación y por un tiempo se mantuvo el hazmerreír a costa de Figuera.

El grupo recién llegado donde Miguelina se dividió en 2, unos se quedaron en la sala donde se tomaba
y otros fueron a la fila, por supuesto con sus 5 bolívares en la mano. Cuando ya se acercaba la media noche,
todos en cambote regresamos al Centro de Formación, algunos olorosos al perfume de Miguelina.

Las visitas a La Guásima son ricas en acontecimientos, cuentos y anécdotas. Aurelio el del ranchón fue
protagonista de muchos de ellos, demostrando más de una vez que tenía gran aprecio por los aprendices del
Centro de Formación. En distintas ocasiones intercedió a nuestro favor, en momentos en que por celos u
otras razones, los guasimeros se portaron hostiles hacia nosotros.

Como aquella vez en que el moreno Luis Figuera y yo nos escapamos hacia La Guásima. Había algunas

60
JUAN BARRIOS

poderosas razones para emprender esta aventura, yo había tenido sexo con una muchacha del caserío,
llamada María, y emocionado pretendía por segunda vez ir a probar sus néctares, Luis era asiduo visitante
del negocio de Miguelina.

María, una muchacha algo montaraz, blanca, estatura regular, cabello largo liso y negro, atractiva a
pesar del ambiente rudo y hostil donde vivía, su edad sería de unos 16 años, tenía varios pretendientes. No
sé cómo fue que, después de una penosa búsqueda, una tarde gris, casi de noche, me vi montado sobre ella,
enloquec-ido, acostados en un cartón que obtuve en un incipiente basurero cercano; en uno de los peladeros
de la semi sabana, resguardados de lado y lado por unos mogotes, que nos ocultaban de cualquier caminante
que pasara por el lugar.

Figuera y yo pasamos frente al ranchón de Aurelio, quien con su numerosa familia cenaban a la luz de
unos mechurrios de kerosén, sentados en unas destartaladas sillas provenientes del Centro de Formación.
Nos gritó al percibir nuestra presencia:

—Adiós muchachos, tengan cuidao por ahí, respeten las mujeres ajenas.

—Buenas tardes señor Aurelio, no se preocupe, solo vamos a dar una vuelta— Respondió Figuera.

Seguimos nuestro rumbo, en aquella ya casi noche sin luna, todo estaba muy oscuro, hablábamos
sobre lo que queríamos hacer asa noche:

—Tengo que encontrar a María, me dejó con las ganas— Le comenté a Luis.

Mientras él me explicaba las razones, por las que le gustaba llegar temprano a su objetivo:

—Es que después llegan ese montón de carajos.

Ya habíamos caminado unos 300 metros, cuando en la penumbra, y con la ayuda de las luces del
caserío, vimos varias siluetas que en dirección opuesta venían hacia nosotros; yo, que tenía razones para
temer, al percibir que se trataba de imágenes masculinas, le dije al moreno:

—Esos carajos como que no traen buenas intenciones.

Como él conocía a algunos individuos del poblado, me respondió:

—No vale, vamos a seguir, deja el culillo.

Poco a poco nos fuimos acercando, hasta que distinguí la silueta de 4 hombres, que enérgicamente se
desplazaban en aquel camino de granzón, donde las pisadas sonaban en ese momento como ruedas de locomo-
tora, y sus voces, como truenos de cañón, intuían odio y venganza. Sentí temor pero seguí, confiando en Luis,
quien además se manejaba muy bien con la defensa personal. Cuando nos cruzamos con los individuos, ya yo
había recitado varias veces, parte del Salmo, que mi Madre me había enseñado para estos momentos. Ella me
decía “Cuando estés en dificultades ora el Salmo 91 hijo”. Entonces monologaba yo:

—El que habita al abrigo del altísimo, morará bajo la sombra del omnipotente.

En eso sentí un puño que rozó mi mejilla derecha. Sin pensar en nada me di la vuelta, y tomé el camino
para mí solo, con toda la velocidad que permitían mis cortas piernas. Ni siquiera miré para atrás, corrí, corrí,

61
LOS APRENDICES

hasta que estuve a unos 50 metros del ranchón; me detuve, vi que nadie me seguía, ni siquiera Figuera. En-
tonces me pregunté:

— ¿Será que yo corrí demasiado rápido, o que Luis se enfrentó a los tipos?

Analizando la situación acepté la segunda hipótesis y corrí al ranchón. —

¡Aurelio, Aurelio!— Grité.

—¿Qué te pasa muchacho, y el otro que iba contigo?

Casi sin poder emitir palabras, y mucho menos una explicación le dije:

—¡Vamos! vente, deben estar matando a Figuera

El hombre entró a la casa y salió con un largo machete en la mano derecha; de un machetazo cortó una
rama de un arbusto que estaba cerca, e hizo un improvisado garrote y entregándomelo dijo:

—Toma esto y apurémonos.

Tomé el garrote, y más corriendo que caminando, nos fuimos en dirección a La Guásima. Caminamos
unos 200 metros y vimos al moreno Luis que venía silbando.

—¿Pa dónde van ustedes?— Nos preguntó.

—A buscarte a ti. ¿No te hicieron nada?— Le respondí.

No, porque yo conozco a uno de ellos— Aclaró.

—A pendejo, pero a mi si me tiraron un coñazo— Le dije.

—Fue que te confundieron con uno del Centro de Formación, que parece le está enamorando la mujer
a uno de ellos, y como yo les aclaré se regresaron— Explicó Luís

—Coño, tenía que ser yo— Protesté.

Inconformes, sin lograr nuestros objetivos regresamos al Centro de Formación; Aurelio se introdujo en
el ranchón, siempre dándonos consejos:

—Menos mal que el problema no era con ustedes.

Nosotros nos despedimos dándole las gracias. Caminamos el trecho que faltaba para llegar a la cerca,
la cual saltamos para irnos al dormitorio. Serían cerca de las 8 de la noche de aquel viernes.

Dentro de unas semanas culminaría el lapso, era el mes de Mayo de 1969. Nos iríamos a nuestras
casas, de vacaciones. Yo pasaría un largo tiempo sin volver a La Guásima y a María no la volví a ver nunca
más, sólo supe de ella a través de los comentarios, que hacían algunos aprendices que se habían acostado
con ella. Hubo un canalla que fue capaz de endosarle un apodo: “María patoítos”.

62
JUAN BARRIOS

EL CASINO

Uno de los espacios preferido de los aprendices en el Centro de Formación era el casino, un salón de una
sola planta, relativamente pequeño de dimensiones aproximadas de 10 metros de largo por 6 de ancho, muy
ventilado, donde acudíamos los ratos libres, por las noches, o los fines de semana los que nos quedábamos en el
Centro de Formación. Estaba ubicado en dirección a las aulas, viniendo de los dormitorios, equipado con mesas y
sillas que nunca fueron suficientes para la cantidad de aprendices que asistíamos y mucho menos para el total,
estimado en casi 200 adolescentes. Había un mesón grande, unas 30 sillas, un televisor de 19 pulgadas blanco y
negro, un juego de futbolín, juegos de damas, damas chinas, ajedrez, ludo, monopolio; con los cuales matábamos
el ocio en esos días de aburrimiento. El uso del casino estaba reglamentado: Los días lunes, martes y jueves eran
para estudiar y hacer las tareas. No se permitían juegos ni encender la televisión. Los miércoles pasaban película,
los viernes y fines de semana los dedicábamos a los juegos, ver la televisión o alguna actividad complementaria
que estuviese programada. El horario era después de la cena, 6:30 hasta las 8:30, momento en que el inspector
Carrera pasaba apagando las luces y todos los que ahí se encontraban debían irse al dormitorio. Los viernes y
sábados era un poco más flexible.

Había aprendices a los que les gustaba ver telenovelas, pero como había un solo televisor y las
pasaban a la misma hora, se generaban conflictos que a veces requería la intervención de la Guardia de
Honor. Algo así sucedió con Carlos Álvarez de Aragua y Félix Rojas de Miranda, que discutieron, porque
uno quería ver en el canal Venevisión, una telenovela llamada “Abandonada” y el otro en Radio Caracas
Televisión una llamada “Mi secreto me condena”. Los fanáticos se dividieron: Luis Goicoechea, Manuel
Guerra, Euro Angulo, Daniel Gómez, Miguel Artigas y Rufino Cabrera apoyaban a Rojas y Nelson Caldera,
Osmel Hernández, José Mora, Adolfo Toro, Noel Bello y Milton Mendoza estaban con Álvarez; por eso
tuvieron que llegar a un acuerdo para que los dos grupos se alternaran. De esta manera le tocaba a ambos
grupos ver su novela preferida cada 15 días, tomando en cuenta que era sólo los viernes que podían hacerlo.
Sin embargo, era tanta la afición que algunos no solo se conformaron con eso, sino que estaban pendientes
para el día que les tocara y después el siguiente día comentaban las escenas.

Los días miércoles a las 7 de la noche se pasaban las películas, en un proyector de 8 milímetros.
Muchos aprendices antes de esa hora, ya estábamos tomando los mejores puestos, bien sea sentados en sillas
o en el piso. Unos días antes se corría la voz del título de la película que iban a proyectar. Por eso le
preguntó Nelson Caldera de Portuguesa a Ovidio Andueza de Falcón, un miércoles en la mañana en un
momento de receso, frente al aula de Seguridad Industrial:

—Andueza. ¿Qué película van a pasar hoy?

Respondiéndole éste como miembro de la Guardia de Honor, y al tanto de la información:

—Van a pasar una llamada Dos Mujeres.

—Cónchale, debe ser interesante, ¿De qué se trata?— Preguntó Nelson.

—No, anda y la vemos esta noche— Respondió Andueza.

63
LOS APRENDICES

Ese miércoles, de principio de junio de 1969, después de cumplir con las actividades ordinarias y la
cena, nos concentramos casi en pleno los aprendices, sentados unos en sillas, la mayoría en el piso,
disfrutába-mos el filme protagonizado por Sofía Loren. Aquellas escenas que mostraban la actitud de unos
soldados na-zis, que en la Segunda Guerra Mundial acosaron y vejaron a una mujer y una adolescente que
huían del frente de batalla, nos dejaron sumamente impresionados y originó comentarios como el que hizo el
tachirense Sergio Vivas al neoespartano Manuel Manzano

—Oiga esos nazis eran unos hijos e´putas.

Manzano opinó:

—Sí esos hijoerdiablo, cómo maltrataron a esas mujeres.

En el Casino también había unos pocos libros que algunos aprendices leían, sobre todo los sábados y
domingos. Recuerdo haber leído: “País Portátil” de Adriano González León. Acudía yo los domingos en la
mañana, cuando el casino estaba solo, porque los aprendices tomaban ese momento para lavar la ropa interior.

Lo más divertido que había en el casino era un juego de futbolín, tanto así que en las horas habituales
nunca estaba desocupado. En momentos de alta concurrencia era casi imposible jugar, porque sólo podían
hacerlo 4 aprendices a la vez, compitiendo 2 equipos de dos. Había que formar parte de una larga cola, espe-
rando que los equipos jugaran 20 minutos y los perdedores se retiraran. Siempre se destacaron en este juego
el bolivarense Abel Mata y el anzoatiguense Ubaldo Velásquez, que cuando formaban pareja muy pocas
veces perdían y permanecían horas jugando, hasta que por fin se retiraban por sí mismos.

El casino era también el lugar donde los familiares visitantes esperaban a algún aprendiz, mientras era
llamado para que acudiera a recibirlos.

64
JUAN BARRIOS

OBSERVANDO CON LOS TEODOLITOS

Un fin de semana que nos quedamos en el Centro de Formación, un grupo de 5 aprendices estábamos
buscando en que distraernos, no teníamos asuntos de estudio pendientes, en las caimaneras había muchos
par-ticipantes y la espera para incorporarse a jugar béisbol o fútbol era demasiado larga. Planificamos entrar
a un galpón donde se guardaban los instrumentos didácticos, con la excusa de hacer una limpieza en el lugar,
que realmente estaba un poco descuidado porque habíamos estado de vacaciones.

Aquel 27 de Julio de 1969 recién promovidos al segundo ciclo conformábamos el grupo: el zuliano Atil-io
Echenique, el mirandino Francisco Flores, el guayanés Alfredo Hernández, el tachirense Euro Angulo y yo de
Monagas, ingresamos a aquel depósito en la planta superior de la edificación, abajo funcionaba el taller de
tornería y mecánica de precisión. El galpón estaba ubicado en el extremo noroeste del área de aulas y talleres.

Desde esa segunda planta se dominaba una amplia vista hacia el norte y el oeste del Centro de For-
mación, donde había una gran extensión de terreno ocupado por granjas y cultivos que ofrecían un paisaje
muy agradable.

El depósito tendría unos 6 metros de ancho por 10 de largo, con ventanales del tipo basculante, piso de
cemento semirrústico, techo de láminas metálicas, bien ventilado y luz natural. En su interior, a lo largo de
las paredes se observaban unos estantes metálicos color gris, en los cuales estaban colocados ordenadamente
varios de los instrumentos y equipos utilizados en las prácticas, clases y talleres. En el centro unos cajones
de madera que contenían los equipos más frágiles, y que por tal motivo requerían un resguardo más celoso.
Entre los estantes y los cajones había unos espacios a modo de pasillos, por donde nos desplazábamos
cuando por orden de los profesores requeríamos obtener algunos instrumentos para llevarlos al aula. Como
ya teníamos suficiente tiempo en el Centro de Formación nos tomamos la atribución de entrar a este lugar,
donde comen-zamos primero con la limpieza de los estantes. Después de haberlos desocupado, con unos
trapos sacudimos el polvo, luego le pasamos trapos húmedos, los secamos y colocamos de nuevo todo en su
lugar. Ya era casi medio día y afuera el sol abrazaba todo lo que estaba sobre la tierra. Acordamos ir al
comedor a almorzar y regresar a continuar nuestra labor.

Al regresar nos dedicamos a hurgar en los cajones, de color azul claro que en un costado tenían
impreso en letras negras: Fabricatión Francaise. Contenían diversos aparatos e instrumentos: Voltímetros,
amperímet-ros, medidores de kilovatios hora, ohmímetros y muchos más. Pero algo que llamó mucho la
atención al resto del grupo, fue cuando Hernández sacó de uno de los cajones un teodolito; instrumento que
utilizábamos en las prácticas de campo de topografía:

—Vean lo que está aquí.

Expresó, mostrando el aparato, cuando los demás desocupábamos los otros cajones. Alfredo estuvo
observando por unos momentos el teodolito, como ideando algo, luego extrajo un trípode y se llevó todo el
conjunto hasta una ventana, desde donde se veía hacia unas granjas vecinas. En ese momento llegó el inspec-tor
Carrera, atraído por la presencia de aprendices en el lugar, entró y al vernos, con una voz recia preguntó:

65
LOS APRENDICES

—¿Qué están haciendo ustedes aquí?

Tratando de simular que estaba limpiando el teodolito Hernández respondió:

—Estamos limpiando y organizando los equipos.

—Ah bueno, está bien, de todas maneras notifíquenle al profesor del área mañana— Sugirió el
inspector y se retiró.

Cuando vimos lo que trataba de hacer Hernández, los demás, de un brinco nos acercamos a ayudarlo,
colocamos el trípode de manera que el catalejo del teodolito quedara ubicado en una de las aberturas de la
ventana. Al quedar el instrumento perfectamente colocado, Fernández fue el primero que guiñando un ojo,
con el otro empezó a buscar objetivos de interés. Se observaban los naranjales cargados, que daban una
armo-niosa combinación entre el verde y el amarillo. Recordé lo que había oído antes sobre la fama de las
naranjas de esta región. En otro ángulo se captaban los galpones repletos de gallinas y pollos. Nada de esto
al parecer impresionó a Hernández, hasta que detuvo el lente en algo que alteró su conducta en ese
momento, y produjo inquietud en los otros, ansiosos de ver qué era lo que había impactado al aprendiz. En
una graja, alrededor de un tanque tipo australiano y dentro de él se divertían unas chicas en traje de baño.
Hernández ni se movía, sólo hacía unos gestos que llevaron al resto a sublevarse para tener acceso al lente.
El joven bajo protesta dio el chance a los demás, y el turno se fue dando de acuerdo a la capacidad de fuerza
que demostrara cada uno, quedando en este orden: Echenique, Angulo, mi persona y de último Flores. Todos
éramos adolescentes, con edades entre 16 y 17 años, con inquietudes sexuales propias de la edad, y la
curiosidad al máximo; acentuada por la escasa presencia de mujeres en nuestra cotidianidad. En el Centro de
Formación las mujeres que había eran las 3 señoras de la cocina, que por su edad no eran propiamente
atractivas para nosotros, al igual que las 2 de la lavandería, luego las 2 secretarias, que para verlas se
requería un motivo muy especial para ir a las oficinas; al igual que la enfermera de primeros auxilios, a la
que algún quebranto de salud era la única forma de verla de cerca. Todo ese personal femenino lo
mirábamos de lejos, cuando en compañía de profesores y el coordinador acudían al comedor para almorzar.

Cuando Hernández dio la oportunidad, uno a uno fuimos colocando un ojo en el teodolito y guiñando
el otro. Al tocarle el turno a Angulo, desesperado dirigió de inmediato el catalejo hacia donde estaban las
mucha-chas, con un comportamiento de emoción y excitación a la vez, se estaba quedando demasiado
tiempo en el lente cuando Hernández le dio un tirón por el brazo y Angulo inconscientemente sacudió la
mano hacia atrás y se la conectó en la cara, el primero reaccionó y le dio varios golpes a Angulo. Hernández
le arrebató el lente y observó qué era lo que había excitado a Angulo: Una de las chicas se había quitado la
parte superior del traje de baño, dejando al aire unos lindos senos, dignos de afrodita. Hubiese querido
quedarse ahí todo el tiempo, pero al notar que Angulo se había retirado, se imaginó que había salido a
denunciarlo con el inspector, por los golpes que le había dado, y abandonando el lugar salió con intención de
buscarlo. Regresó luego comentando que el adolescente estaba en un baño masturbándose. Cuando Angulo
regresó tuvo la recepción acostumbrada en estos casos y todos comenzamos a gritar:

—Pajuo, pajuo, pajuo.

Fernández con algo de sentimiento de culpa le dijo:

—Pensé que habías ido a sapearme por lo que te hice, menos mal no lo hiciste, pero ven para que sigas viendo.

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JUAN BARRIOS

—No toche, siga viendo usted— Contestó Euro.

Los otros 3 ya habíamos observado suficiente y cedimos para que Angulo disfrutara su turno. Serian
casi las 5 de la tarde, cuando las muchachas procedieron a retirarse del tanque y nosotros del galpón, sin
haber culminado lo que nos propusimos, porque ya era la hora de la cena y podíamos quedarnos sin comer.

67
LOS APRENDICES

INCIDENTE EN EL AULA DE TOPOGRAFIA

La topografía, era una de las asignaturas más exigentes entre las que veíamos en el Centro de
Formación. Una materia de orden profesional, que estaba por encima del nivel exigido para ingresar, que era
el sexto grado de educación primaria aprobado, y en el cual las matemáticas no superaban el área de la
aritmética. En topografía se aplica la trigonometría, lo que hacía sumamente difícil esta materia, que se veía
en el segundo ci-clo en la especialidad de Electricista de Redes. Ahora bien, unido a esta limitante, también
había otros factores que dificultaban aún más la aprobación de esta asignatura, como era la pedagogía
utilizada por el profesor, qui-en daba la materia sin tomar en cuenta lo mencionado anteriormente. Carlos
Arteaga se llamaba, desconozco su nivel académico, pero sus clases eran sumamente pragmáticas y actuaba
como si los aprendices tuviéramos conocimientos previos sobre la materia. Además de topografía impartía
matemáticas. De mediana estatura, delgado, cabellos rizados tipo negroide, algo pálido, frio y contundente
como docente, alguna vez provocó el llanto en más de un aprendiz. No reflejaba simpatía. A pesar de tratarse
de una asignatura tan difícil casi nunca repetía las explicaciones y nosotros nos angustiábamos, sobre todo
con la llegada de las evaluaciones; era común oír estas expresiones momentos antes de la clase:

—¡Carajo tenemos topografía!— Le dijo el mirandino Francisco Flores al zuliano Marcos Manrique.

—Si primo, y ¿Vos sabéis? Hay prueba para rematar— Contesto este con su acento regional.

El aula llenaba las exigencias pedagógicas para un grupo de 20 participantes, con buenos pupitres, bien
ventilada, ubicada en la planta baja de un edificio de 2 pisos, adyacente al edificio de Administración y cercano a
otras aulas y talleres. Nosotros éramos 15 aprendices. Las clases teóricas se complementaban con prácticas de
campo y registros gráficos en hojas elaboradas para tal fin. Los implementos como teodolitos, escalas, cin-tas
métricas, se guardaban en un depósito en la planta alta de un galpón, donde también se guardaban equipos y
utensilios didácticos de otras asignaturas. Yo, cuando tocaba clases de topografía, siempre buscaba sentarme en
primera fila, para prestar máxima atención al profesor. Por eso siempre llegaba de los primeros y colocaba mis
útiles, tomando posesión de un pupitre. Como pasó aquella mañana de octubre de 1969, cuando llegue casi de
primero y coloqué los útiles en la parte inferior del pupitre, habilitada para esto. Salí del aula, a esperar que
llegara Arteaga el profesor. Al ver que éste venía entré, pero conseguí sentado en el pupitre que había reserva-do
a Alfredo Hernández, lo observé y no sin antes medir las consecuencias le reclamé:

—Este puesto lo tengo apartado, ahí están mis cuadernos ¿No los ves?

Le decían Medio Loco, su comportamiento hacía honor a su apodo, se metía con todo el mundo, ponía
sobrenombres y se burlaba de los demás, me superaba casi 2 años en edad y sabía pelear. O sea que yo de
antemano sabía lo que me venía.

—¡No joda, muchacho el carajo! ¿Tú compraste pupitre aquí o te lo trajo tu mamá?— Me gritó.

Al oír este sagrado nombre sin justificación, le di un manotazo en el hombro izquierdo, enmudecido por la
ira. Hernández se levant y me propinó un puntapié en la canilla derecha, con su bota de seguridad, de las que
tienen una protección de hierro en la punta. Yo respondí de la misma manera, volviéndose aquello una

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JUAN BARRIOS

competencia de puntapiés, hasta que llegó el profesor. Me salí del aula, aguantando el llanto, que solté ya
estando afuera:

—¡Hay mi madre querida!— Exclamé sentándome en un quicio a sobarme mis canillas. Gemí por
unos momentos. Alfredo también salió y acercándoseme:

—Anda y coge tu mierda muchacho el coño.

El profesor se percató y preguntó:

—¿Qué pasó aquí?

—Fue que Barrios y Hernández pelearon— Dijo alguien.

—Vengan acá ustedes dos— Llamó el profesor.

Nos colocó frente a frente y sentenció:

—Están castigados los dos con un mes sin salida del Centro de Formación. Ah, y que no sepa yo que
volvieron a agredirse, porque va a ser peor.

Todavía con el dolor me reincorporé y me dispuse a ver la clase. Fue inútil tratar de concentrarme y
prestar la máxima atención, porque entre el dolor de las piernas y la ira que invadía mi mente lo hicieron
imposible. Esto tendría consecuencias nefastas en mi evaluación. Después de la clase corrió la voz sobre el
incidente entre los aprendices de otros grupos: “En el aula de topografía pelearon dos aprendices del grupo
Edison y los castigaron”.

Algunos se acercaron a mí mostrando sentimientos de condolencia y solidaridad, como lo hizo Diego


Calderón del grupo Volta cuando me dijo:

—Tú si eres atestado, te metiste con Medio Loco, un coño e’ madre como ese, pero está bien, ya ese
no se mete más contigo.

—Yo no comencé, él fue, quien quiso quitarme el asiento en la clase, y para completar me nombró mi
madre— Le respondí.

La verdad yo nunca había tenido problemas con Hernández, pero después de esto comenzó a tratarme
con más respeto, como siempre sucedía, cada vez que algún aprendiz tenía humillado a otro, hasta que no lo
enfrentaba y peleaban no cesaba la humillación.

69
LOS APRENDICES

EL APRENDIZ CHACON

Aunque no todos los que lo tenían eran andinos, el apellido Chacón guardaba una gran relación con
esta región del país, tanto así, que cuando se comentaba algo sobre algún aprendiz con ese apellido, alguien
preguntaba:

—¿De qué parte de los Andes es?

Otra condición que los caracterizaba era su comportamiento tremendo. En mi promoción, y durante el ti-
empo que estuve en el Centro de Formación, hubo un aprendiz llamado Augusto Chacón, procedente del esta-do
Táchira. Se hizo famoso desde casi comenzando el curso porque no cesaba en sus tremenduras y maldades, casi
no había un acto de indisciplina donde no estuviera involucrado Augusto Chacón. Por la misma razón él también
era objeto de las maldades de los demás. A pocas semanas de estar en el Centro de Formación, en su rutina diaria
al igual que los demás aprendices, luego de salir del baño se fue al dormitorio, era un día Sábado en la mañana
del mes de Agosto de 1968, momento en el cual muchos se alistaban para salir, algunos a sus casas los que las
tenían cerca, otros de paseo. Augusto, luego de vestirse, como era la costumbre dejó abierta la puerta de su
locker, en cuya cara interior permanecía un pequeño espejo para peinarse; cuando estaba en este acto, sin
percatarse cerró la puerta y una bota que venía volando, lanzada por alguien para impactarla contra la puerta del
locker fue a dar contra su “jeta”, como diría él mismo. El que lanzó la bota no imaginó que esa costumbre de
asustar a los compañeros, lanzando un objeto contra la puerta del escaparate de alguno mientras se peinaba, le iba
a costar a Chacón la desfiguración de su labio superior y la pérdida de los dos incisivos centrales superiores. Ese
hecho produjo cambios en su vida, fue intervenido quirúrgicamente, tuvieron que adaptarle una prótesis y
acostumbrarse a que de ahí en adelante le dijeran Care´vieja. Después de esto se acabó esa forma de asustar, que
también fue practicada por él mismo. A pesar de la investigación no hubo un culpa-ble, porque el mismo Chacón
declaró que se debió a un resbalón en el que se golpeó la cara. De esta manera evitó que suspendieran la salida de
todos los que ocupaban ese dormitorio mientras apareciera el culpable, el cual por lo menos sería expulsado.
Todos nos convertimos en cómplices, pero había dudas de quién había lanzado la bota. Mientras tanto Iván
Baloa, Jesús Rojas, Tareck Méndez, Manuel guerra y Pedro Álvarez se culpaban entre sí. Sin embargo, este
acontecimiento no amilanó a Chacón y continuó siempre haciendo algo para llamar la atención de los demás.
Nadie supo de dónde sacó un vestido de mujer, con el cual se disfrazaba, en momentos en que la mayoría de los
aprendices estaban ya acostados en sus literas, desfilaba contoneándose diciendo que era Peggy Kopp,
refiriéndose a la Miss Venezuela de ese año. Se paseaba a lo largo del dormitorio causando curiosidad y risas en
el grupo. Por momentos se detenía, se dejaba descubierto el trasero y dejaba ver su ano. En determinados
momentos algún aprendiz se lanzó de su litera con la intención de tocarlo, pero Augusto salía corriendo. No era
homosexual, solo un bromista.

Chacón acostumbraba pasar por los baños cerca de las 9 de la noche, cuando ya casi todos los
aprendices descansaban en su litera, con la intención de conseguir a alguno en pleno acto de masturbación,
ya que en esa hora los baños estaban solos y muchos aprovechaban para ejecutar esa acción, necesaria en la
edad que tenía-mos. Si Augusto encontraba a alguno en eso, entraba al dormitorio con un escándalo. Esto se
lo aplicó una vez a Gonzalo Gutiérrez, cuando entró al dormitorio gritando:

70
JUAN BARRIOS

—¡Oigan toches, Gutiérrez se está haciendo la paja!

Cuando el aprendiz entró al dormitorio se oyeron voces en coro: “Pajúo, pajúo, pajúo”. Gonzalo aver-
gonzado se metió en su cama y se arropó con la cobija hasta la cabeza, mientras Augusto mostraba su carac-
terística risa burlona.

Augusto Chacón participó en un desorden que se formó un viernes en la noche en el dormitorio de los
nuevos. No había aprendices fugados, porque quien estaba de guardia aparte del inspector Carrera, era el
coordinador Barroso, el cual se había quedado en el Centro de Formación como lo hacía algunas veces, en
solidaridad con algunos profesores que no podían asistir en determinadas noches porque iban a clases en la
universidad. Sabíamos que Barroso era implacable con la indisciplina y nadie fue capaz de fugarse, so pena
de recibir una desagradable sanción, de ser descubierto. Aquella noche parecía que nadie tenía sueño,
algunos aprendices se quedaron conversando fuera del dormitorio, en la oscuridad, otros echaban cuentos
desde su litera. Cuando se acercaba la media noche todo el mundo guardó silencio, hasta que el inspector
Carrera pasó su revista y comprobó que todo estaba en orden. Pero nunca se imaginó que la mayoría de los
aprendices se estaban haciendo los dormidos. Cuando Carrera se retiró alguien encendió las luces, Chacón
lanzó una car-cajada y riéndose le gritó a su compinche mirandino Francisco Puente:

—¡Oiga Gavilán! ¿Usted sabe quién le puso el chinche a Noguera en el asiento?

—Me imagino que fuiste tú Care´vieja— Respondió Puente. Sin contener la

risa Chacón le afirmó:

—Fue Piña, yo lo que hice fue darle el chinche a él.

Samuel Noguera, que estaba cerca en su litera, escuchó todo y gritó:

—¡Ah! Yo sabía que la vaina estaba entre ustedes dos.

Lanzándole a Piña una naranja que se había llevado del comedor y que fue a impactar en un costado
del aprendiz, quien dio un brinco, salió de su litera y desde el centro del dormitorio desafió a pelear a
Noguera, formándose una gritadera: “¡Dale, dale, dale!”

Noguera no llegó a bajar de su litera, pero el escándalo siguió. Como si fuera poco Chacón se puso su
disfraz de mujer y salió al centro del dormitorio. Lucía unos zapatos de tacón color blanco, el vestido floreado y
la pañoleta verde en la cabeza, se paseaba de un lado a otro generando más escándalo. La bulla llegó a oí-dos de
Carrera, que permanecía todavía en la zona, quien junto con Barroso se presentó a los pocos minutos,
encontrando las luces encendidas. Por ser la hora fuera de actividades normales, la Guardia de Honor dejó las
cosas en manos del inspector y del coordinador Barroso, quien de inmediato emitió una orden:

— ¡Salgan todos de inmediato del dormitorio, tal cual como están!

Todos dormíamos con short azul y franela blanca como pijama. Salimos a un angosto patio adyacente
al dormitorio; decenas de aprendices, formamos en tres filas, en el frío de la madrugada tocuyiteña, bajo un
cielo sin luna y pleno de estrellas, donde se escuchaba el chirriar de los grillos y el croar de los sapos. Por
momentos soplaba una brisa que intensificaba el frio.

—Buenos días a todos— Gritó Barroso.


71
LOS APRENDICES

Mientras tanto nadie ni siquiera estornudaba y apenas respirábamos.

—Ya se les comunicó anteriormente sobre la disciplina que debe prevalecer en el Centro de
Formación, espero no se les haya olvidado. Lo de esta noche es un rompimiento con esas reglas, que son
necesarias para mantener el orden y la permanencia de ustedes en este lugar. Tienen una sanción por esto de
un mes sin salida. Si alguno tiene algo que decir, que lo diga en este momento. Si se repite algún acto como
éste van a quedar sin salida por el resto del año, además nos reservamos tomar algunas otras medidas que
consideremos necesarias. No es una amenaza, es una advertencia. Luego de unos minutos de silencio,
esperando que alguien dijese algo sobre los que iniciaron el desorden, Barroso nos autorizó:

—Ingresen al dormitorio y que descansen.

Nadie dijo nada. Estábamos a finales del mes de septiembre y nos iríamos de vacaciones a mediados
de diciembre. Fue una forma contundente de aprender la lección, de ahí en adelante se cumplió
estrictamente el horario, a las 9 sonaba el timbre y media hora después se apagaban las luces y todo quedaba
en silencio. Chacón no perdía tiempo para sus tremenduras, cuando nos tocaba al grupo Lenz las faenas
propias de los aprendices nuevos, siempre formaba el bochinche; en la limpieza de los baños, mientras los
demás trabajaban él se paseaba de un lado a otro, siempre buscando algo para hacer reír a los compañeros,
nada tomaba en serio, apenas lavaba uno que otro lavamanos pero no se ocupaba de los retretes ni los pisos.
En la limpieza del come-dor, donde había que mover unos 25 mesones y 50 bancos que albergaban en total
casi 200 comensales. Estos muebles que habían sido elaborados con tubos metálicos por el profesor Montes
y aprendices de anteriores promociones, eran sumamente pesados. Augusto sólo recogía uno que otro mantel
pero evadía pasar coleto; cuando los otros estaban concentrados en su actividad y el profesor de guardia se
había retirado, le lanzaba algo a otro aprendiz, objetos como un trozos de pan, arepa o frutas impactaban en
alguno, que a veces culpa-ba a otro, mientras Augusto reía presenciando la disputa; él y Hernández tenían
esa costumbre. Los relajos a veces requerían la presencia del jefe de cocina Batella, quien para poner orden,
salía de la cocina con su bata y gorro blancos llamando la atención a todos los del grupo:

—¡Hey! Lasciare il rejo completare il loro lavoro.

Como no le entendíamos, nos causaba risa y el peninsular más se disgustaba.

Dentro del proyecto de crecimiento del Centro de Formación, se estaba construyendo un nuevo galpón
y aparte de las ordinarias actividades académicas, los profesores nos constituyeron en equipos para ejecutar
la obra. Cada profesor coordinaba de acuerdo a su especialidad y disponibilidad, aquellos cuya especialidad
no tenía relación con la obra, igual se incorporaban con su grupo de aprendices para de alguna forma hacer
su aporte. Los de la especialidad de Redes Eléctricas, dentro de la asignatura de Albañilería con el profesor
del Primer Ciclo de la especialidad Néstor Zabaleta, aprovechamos para poner en práctica lo que
requeríamos aprender. Acarreábamos en carretillas el cemento, la arena, la piedra; luego preparar la mezcla
para pegar los bloques y construir las paredes en obra limpia. El profesor de Electricidad de Construcción
Héctor Méndez con su equipo de trabajo también ejecutaba lo que en teoría se estudiaba, como era realizar
las canalizaciones eléctricas en nuestros propios galpones. Dura faena que desempeñábamos con mucho
amor y compromiso. Una de las tareas que más nos afectaba era la soldadura y herrería. El profesor Cesar
Montes, quien nos exigía lo máximo en la construcción de las estructuras, y para lo cual había que subirse a
soldar en un andamio a 6 metros de altura, nos arengaba con aquello de que:

72
JUAN BARRIOS

—Tienen que ser buenos soldadores, soldadores completos.

Por eso el coordinador Barroso le dijo una vez:

—Cesar, no permitas que los aprendices se sometan a alto riesgo

Aunque todas las especialidades debían contribuir con la construcción de los galpones y otras obras,
los de la especialidad de Redes Eléctricas, por nuestro tipo de trabajo y por ser más numerosos, nos
correspondía en mayor proporción estas actividades. Algunas veces, en que estábamos abriendo huecos para
colocar postes, se acercaban los de las especialidades de Diesel o Vapor a burlarse de nosotros diciéndonos:

—Ustedes son unos topos abre huecos y monos sube postes.

Así se expresó una vez el larguirucho Oscar Aranda, de la especialidad de Diesel, cuando se acercó en
compañía de 2 aprendices más. Respondiéndole Francisco Puente:

—Y ustedes son unos lava tuercas.

En cuanto a los de Vapor, en una oportunidad José Salas le dijo a Johnny Ramírez:

—Ustedes parecen unas cocineras, metiéndole candela a un fogón.

Agregando luego Chacón:

—A veces parecen unos bobos, viendo cómo se mueven unas agujitas.

El profesor de Soldadura Cesar Montes era sumamente estricto. De estatura baja, contextura regular,
pelo rizado, color moreno, pocas veces sonreía, de carácter fuerte, tendría unos 35 años. Carecía de la
paciencia y comprensión propia de un docente. Era un experto soldador. En principio fue gandolero cargador
de ganado, luego soldador en una empresa petrolera, donde llegó a ser capataz, después montó su propio
taller en Va-lencia, donde fue captado por el coordinador Barroso para encargarse del taller de soldadura en
el Centro de Formación. Para entonces el primer director Ramón Tapies compró un yunque y 5 máquinas de
soldar para que iniciara el taller. Explicaba las cosas una sola vez y si algún aprendiz no entendía se alteraba
y hasta decía groserías. Más de una vez fue citado por el coordinador para hacerle llamados de atención.
Pero a pesar de su forma de ser, gozaba de la simpatía de los aprendices. Entendíamos que era una
asignatura exigente, donde se debían cumplir estrictas normas de seguridad, y que él no podía ser blando
ante un grupo de muchachos, donde había algunos indisciplinados. Parece que su fuerte carácter lo
manifestó desde su inicio en el Centro de Formación, cuando asistió para que le hicieran la prueba de
ingreso. Había varias personas en el sitio donde se le haría la prueba. El coordinador le dijo:

—Bueno Montes, puedes comenzar.

De una vez comenzó a adecuar sus equipos y colocó la máquina de soldar en 150 amperios, preparó
elec-trodos y pinzas, mientras los demás se distraían en otras cosas. En el momento de la prueba, cuando
comenzó a soldar, el experto se da cuenta que tiene dificultades y la soldadura no le quedaba como debía ser.
Alguien del grupo de evaluadores le dijo:

—Esa soldadura no está bien.

73
LOS APRENDICES

Montes nervioso buscó la causa del problema detectando que le habían modificado el amperaje a la
máquina. Enseguida se encolerizó:

—¡Coño, como va a estar bien si un carajo me le subió a la máquina!

El autor le respondió:

—Era para ver si usted estaba pendiente.

Montes replicó:

— ¿No me voy a dar cuenta? Si trabajé años soldando tuberías de gas.

Los demás se vieron las caras y rieron, mientras Montes refunfuñaba.

En una clase de soldadura autógena, el profesor Montes nos explicaba sobre los tipos de gases que se
utilizan:

—En la soldadura autógena se emplean distintos gases, los más comunes son el oxígeno y el acetileno,
este último al ser oxidado se transforma en hidrógeno y libera monóxido de carbono, esto hace que su aspi-
ración sea sumamente dañina para la salud, por lo tanto deben usar los equipos protectores y tener el lugar
ventilado. Con el tiempo se va acumulando en el organismo y produce daños irreversibles, tal como pasa
con el cigarrillo y la nicotina, lo que pasa es que el fumador se intoxica voluntariamente.

El profesor se detiene y con su voz recia exclama:

—¿Alguna pregunta?

El moreno caraqueño Ibrahim Tarre hace una pregunta:

—Profesor. ¿Y los que fuman marihuana?

—¿Que, qué?— Le preguntó. Montes.

Acentuando aún más su voz autoritaria agregó:

—¿Dónde oyó usted esa palabra?

Tarre, venido de la capital, donde se conocían muchas cosas antes que en el resto del país, se levantó, y
con su gesto soberbio le respondió:

—Profe, cuando estuve últimamente en mi casa unos chamos del barrio me ofrecieron que probara un
cigarrillo con eso.

Los otros aprendices, muchos ignorantes de aquel término, atentos a aquella extraña conversación, por
primera vez vimos al soberbio caraqueño asustado y con su cara morena tendiendo a pálido. Con los ojos pe-
lados y máxima atención escuchamos lo que en voz alta aclaró Montes:

—Que no se mencione más esa palabra en este lugar, está relacionada con el demonio, si alguno tiene que
preguntar algo sobre el tema diríjase a la sección de orientación. ¡Ah! Otra cosa, si a alguno se le encuentra en
posesión de eso será despedido de inmediato, para que valla a consumir su porquería a otra parte. No se les

74
JUAN BARRIOS

ocurra aceptar una invitación como la que le hicieron a Tarre y eviten las amistades que andan en eso.

Aquella forma tan contundente de disuadir, propia de la época fue sin duda efectiva, tanto así que yo
particularmente por el resto de mi vida evité y rompí amistad con personas sospechosas de consumirla. Lo
que pasó esa tarde correría luego como las chorreras que en días lluviosos iban a desembocar en la quebrada
de La Guásima, se escuchaban los murmullos entre los aprendices y comentarios como el que le hizo
Gerardo Gámez a Tarre:

—Negro. ¿Tú probaste eso?

Tarre le respondió:

—No pana, porque mi papá dice que el que prueba eso es capaz de robar y matar.

Chacón, que escuchaba la conversación intervino:

—Si toche, y también de dejarse coger.

Tarre le contestó:

—Será a ti, gocho balurdo, que te la pasas enseñando el culo.

Chacón, a pesar de estar relacionado con muchos actos de indisciplina, no siempre aparecía
involucrado, porque formaba el relajo y se escabullía, para luego morirse de risa tras bastidores. En el taller
de Mecánica y Ajuste, el profesor Salgari en la etapa de Formación Básica, nos explicaba cómo construir
una pieza a partir de un diseño, ya realizado en el aula de Dibujo Técnico con el profesor Román Sánchez.
El taller estaba equipado con una caladora, una sierra, dos tornos, una cepilladora y un taladro de banco.
Pero por ahora nuestras exclu-sivas herramientas serían una prensa y una lima, con la cual daríamos forma
rectangular a una pieza metálica cortada previamente en la sierra. Sin duda una actividad tediosa pero
interesante. Una vez que comenzamos a trabajarla éramos sumamente celosos con ella, cuando terminaba la
clase la llevábamos al dormitorio, porque si se nos extraviaba debíamos comenzarla de nuevo.

Un día Chacón le escondió la pieza en preparación al merideño Ramón Tocuyo, quien al llegar al dor-
mitorio se dio cuenta que no la tenía; de inmediato supuso que alguien le estaba jugando una broma. En la
siguiente clase se fue al taller sin ella y con la preocupación de no saber cómo explicarle al profesor, porque
si le decía que se le había perdido, éste le suministraría otro trozo de metal para comenzar de nuevo; por otra
parte si le decía que se la habían sustraído comprometería a todo el grupo. Ya en el aula el disciplinado y
tran-quilo aprendiz se mostraba nervioso, no encontraba qué hacer, cuando de repente otro aprendiz, zuliano,
de muy buena conducta llamado Marcos Manrique, extrajo del compartimiento inferior de su asiento una
pieza en proceso de elaboración, que no era de él. La levantó en su mano y preguntó:

—Tocuyo. ¿Esta es tu pieza?

El joven andino con prisa se acercó, cuando el profesor Salgari ya casi entraba al taller y le respondió:

—Oiga maracucho, no creo que usted me haya robado mi trabajo.

—Claro que no primo, estaba ahí, no vi quien la colocó, vos sabéis que no soy hombre de eso. Se de-
fendió el zuliano.

75
LOS APRENDICES

Mientras tanto el aprendiz con cara de vieja se reía disimuladamente, cuando ya el profesor se
disponía a iniciar la clase. A los días Tocuyo se enteró de que fue Chacón quien le hizo pasar ese mal rato,
pero era tan pacífico que no tomó ninguna represalia.

El tiempo que Chacón distraía en estas cosas, resultaban un atraso en sus tareas, cuando la mayoría
esta-ba usando la lima media en la elaboración de su pieza, él todavía estaba con la llamada bastarda o
gruesa que era la primera que se utilizaba.

A mí también me tocó ser víctima de una de las tremenduras de Augusto: Cursando el Primer Ciclo, en
el taller de Electrotecnia, el profesor Julián Noguera nos mostraba a los del grupo Maxwell diferentes instru-
mentos que estaban colocados en un tablero:

—Este es un voltímetro, sirve para medir la diferencia de potencial entre dos puntos de un circuito eléc-
trico.

Los aprendices uno a uno nos levantábamos del pupitre y acercándonos a los aparatos podíamos apre-
ciarlos y manipularlos.

—Este otro es un amperímetro, con él determinamos la intensidad de la corriente que está circulando
por un conductor.

Cuando nos explicaba sobre el condensador, el profesor hizo una demostración: Lo cargó conectándolo a
una fuente, luego le midió el voltaje el cual marcó 120, después de colocarlo en cortocircuito volvió a medir y
marcó 0 voltios. Noguera permitió que repitiéramos el fenómeno. Chacón a su turno cargó el condensador, el
cual era un poco más grande que una batería de linterna, pero en vez de descargarlo haciendo corto circuito con
el dispositivo indicado, estando el profesor descuidado me lo contactó a mí en el codo derecho, dándome un
corrientazo que me hizo recordar el bautizo eléctrico. Sentí como que me halaron un nervio y exclamé:

—Hay mi madre!

El profesor volteó y preguntó:

—¿Qué le pasó Barrios?

Para no perjudicar a Chacón le respondí:

—Nada profe, fue que toque los contactos del condensador.

—La idea no es esa, sino que ustedes observen una de las formas de almacenar la electricidad—
Recomendó el profesor.

Chacón intervino:

—Profe, pero se comprobó que el cuerpo humano también es capaz de descargarlo.

Pensé: “Esta me la vas a pagar”.

Después de eso nunca intenté desquitarme, un conflicto con él sería desigual, era casi dos años mayor
que yo.

76
JUAN BARRIOS

A Chacón le aburrían las clases de Ciencias Sociales. El profesor Isidoro Ramírez hacía gala de su
pedagogía y convertía las clases de Historia de Venezuela, Geografía y Formación Social, moral y Cívica en
verdaderas cátedras de discusión y opinión. A pesar de lo interesante que eran estas asignaturas, Chacón casi
siempre se sentaba en la última fila e inevitablemente se quedaba dormido y el profesor tenía que llamarle la
atención:

—Chacón. ¿Usted se siente mal?— Solía preguntarle.

Ramírez no dejaba de reflejar en nosotros a aquel ciudadano ideal, servidor público trabajador de una
empresa que estaba en pleno crecimiento, ávida de recursos humanos bien preparados y con unos principios
acordes con la filosofía del Centro de Formación.

—Ustedes deben tener una formación ética y moral sólida, porque están llamados a dar una buena
ima-gen de la empresa donde trabajarán y es posible que tengan que atender público, manejar normas de
cortesía y administrar recursos— Nos aconsejaba.

Una tarde, en el taller de Conexiones y Contactos, el profesor Lucio Galindo nos explicaba sobre los
distintos tipos de empalmes de conductores, señalando en un tablero un modelo de cada uno decía:

—Éste que ven aquí es un empalme en prolongación— Colocando la punta de la regla en unos cables
enroscados uno sobre el otro en forma longitudinal.

Continuó:

—Éste es el tipo derivación— Señalando, un empalme en que un conductor se conecta a otro


formando una “T”.

Después:

—Éste último en forma de Y se le llama cola de rata.

—Ahora bien— Continuó el profesor.

—Se organizan en tríadas, van a cortar trozos de conductor AWG TW 10 y elaboran un empalme de
cada modelo.

Chacón de inmediato invitó a formar equipo a su llave Francisco Puente, joven mirandino, espigado,
nariz aguileña, frente amplia, muy competente y ágil.

—Gavilán voy con usted— Le dijo.

—Está bien care´vieja. ¿Y con quien más vamos a trabajar?

Sin responderle, Chacón llamó a un aprendiz:

—Oiga Higuera venga con nosotros.

El joven barinés lo pensó unos segundos, y al ver que Puente formaba parte del equipo accedió, tal vez
porque sabía que la presencia de éste era una de las cosas que moderaba el comportamiento de Chacón, tal vez
por la seriedad y firmeza con que lo trataba. Ambos tenían una cerrada amistad y solían salir juntos los fines

77
LOS APRENDICES

de semana a tomar cervezas. Puente era uno de los aprendices que Chacón no arrastraba a la indisciplina.

Nada tenía que ver este aprendiz Chacón con otro del mismo apellido, que estuvo en el Centro de
Formación dos promociones antes. No llegamos a conocerlo, pero quedaron los cuentos y la fama que este
aprendiz dejó. Tan indisciplinado como Augusto pero presentaba una desviación de conducta que motivó su
expulsión. Venido de un pueblo andino, este muchacho habitaba una granja donde poseían diversos tipos de
animales, lo que le permitió desarrollar ciertas actitudes zoofílicas, que una vez llegado al Centro de For-
mación comenzó a poner en práctica. Alrededor del comedor, en horas de las comidas permanecían varios
perros y perras a los que algunos aprendices, incluido éste Chacón le daban comida de la que sobraba en las
mesas. Él además de darle comida acariciaba los animales, sobre todo las hembras, con los cuales se distraía
en momentos de ocio. Éste Chacón también acostumbraba acompañar al chofer Argenis, cuando en el
camión se dirigía a llevarle la comida de sobra a los cochinos. Pero también en determinados momentos
acudía solo a las cochineras y permanecía largo rato dando alimento y jugando con las hembras. Estos
animales, gordos y bien mantenidos fueron producto de una idea del primer director del Centro de
Formación Ramón Tapies y tenían como destino ser vendidos para recaudar fondos, que contribuyeran con
algunas necesidades, también a veces se sacrificaban algunos para el consumo interno.

Éste Chacón formó parte de un grupo de 4 aprendices que iban de noche a las cochineras. Salían del
dormitorio al caer la noche, diciendo que iban para los prostíbulos conocidos en la región. Se invitaban unos
a otros refiriéndose a los nombres de los burdeles:

—Oiga Ramón, vamos para el Toro Rojo.

Le dijo una vez Chacón a Ramón Gil. También andino, Quien le respondió:

—Está bien toche, o sino para El Campito. Pero dígales usted a Héctor y a Rafael para ir los cuatro.

Dos aprendices que estaban escuchando comentaron:

—!Carajo! ¿Estos van hoy para los burdeles? Si ni siquiera hemos cobrado la beca.

Los observaban cuando simulaban que iban a salir por la puerta principal, pero luego se desviaban en
la oscuridad hacia las cochineras. Muchas veces cuando regresaban al dormitorio, este grupo, no se sabe de
qué manera ingresaba a la cocina para sustraer alimentos como diablitos, pan, mermeladas y a esa hora
merend-aban, sobre todo los días viernes o sábados, antes de que el inspector Carrera hiciera la recorrida. El
siguiente día hacían los comentarios, que eran escuchados por otros:

—¿Que te pareció Rosa?— Le preguntó una vez éste Chacón a Héctor Sánchez.

—Estuvo muy bien— Respondió.

Luego intervino Rafael Rodríguez:

—A mí me gustó fue Pastora.

Se referían a las cochinas, que fueron bautizadas por ellos con nombres de mujeres. La actitud de estos
4 aprendices se hizo costumbre, pero el que corrió con la peor suerte fue Chacón, a quien encontraron una
noche, detrás del comedor con una de las perras que el alimentaba. Le levantaron un informe que conllevó a
su despido del Centro de Formación. No logró a aprobar el primer ciclo.
78
JUAN BARRIOS

Augusto Chacón, antes de llegar al Centro de Formación ya había sido castigado por su
comportamien-to, así lo hizo saber en una oportunidad en que el zuliano Fernando Ferró, quien era un
músico aficionado y además de tocar varios instrumentos le gustaba hacer tatuajes de símbolos musicales.
Algunos aprendices ya tenían un tatuaje hecho por Ferró, quien le propuso a Augusto tatuarle en el brazo
una nota musical de su selección:

—Mirá gocho, si vos queréis le hago un tatuaje, eso no le va a doler.

Chacón le respondió:

—Oiga usted toche, el único tatuaje que me han hecho fue mi mamá, cuando por no hacer las tareas
me dio un alpargatazo en la espalda desnuda que me dejó una marca por una semana que decía Good Year.

Es de recordar que las suelas de alpargatas se hacían con recortes de neumáticos de vehículos.

A comienzos del Primer Ciclo de la especialidad, el profesor de Redes Eléctricas Joaquín Rivas nos
instruía en la técnica de subir postes. Para tal efecto había una hilera de 5 postes que fueron colocados por
los mismos aprendices, en un área plana cercana a la lavandería y la enfermería. En subgrupos de 3, los 15
apren-dices del grupo Maxwell con un par de cinchas, en cada poste escuchábamos las instrucciones del
profesor, quien iba de poste en poste:

—La cincha de arriba va colocada en el muslo de la pierna izquierda, en la otra descansa el pié dere-
cho— Recomendaba.

Con mis otros dos compañeros Ósmer Hernández y Henry Ortiz nos alternábamos las cinchas, prac-
ticábamos subiendo uno primero luego los otros. Observamos en el siguiente poste donde estaban Puente,
Tarre y Chacón, cómo éste último le sujetaba desde abajo el mecate de la cincha a Tarre para dificultarle la
subida. El profesor notó el retardo del moreno y acercándose inquirió:

—¿Usted todavía está ahí?

Chacón ya había soltado el mecate y Rivas no percibió la causa. Tarre no respondió y Puente criticó:

—Sube como una tortuga.

Agregando luego Chacón:

—Si profe, una tortuga negra.

—¡A ustedes no les pedí su opinión!— Expresó el profesor, indicándole luego a Tarre que intentara 3
veces más, logrando así éste el resultado esperado, ya sin la perturbación de Chacón. Las granjas que
rodeaban al Centro de Formación nos causaban cierta curiosidad, estaban habitadas, no sabíamos si por sus
dueños o encargados. En el lindero ubicado hacia el este había una granja, que cuando pasábamos hacia las
aulas o de regreso algunas veces se veía una hermosa mujer, que con indiferencia hacía sus oficios. Una vez,
cercano ya el mediodía, cuando regresaban de las aulas, Chacón y el moreno mirandino Francisco Flores al
pasar por este lugar escucharon una regadera. Chacón le dijo a Flores:

—Oiga, hijo e´puta esa debe ser la señora bonita que vive ahí que se está bañando.

79
LOS APRENDICES

El moreno le respondió:

—¿Sí, y qué sucede con eso?

—Bueno, negro ¿Desde cuándo usted no ve un lindo cuerpo de mujer rubia?

A Flores se le pusieron los ojos brillantes y miró a Chacón con cierto interrogante. Chacón lo incitó:

—Bueno toche. ¿Qué va hacer? Móntese por ahí usted primero y me dice que hay.

El barloventeño con desconfianza le respondió:

—No joda gocho y ¿Si me meto en problemas?

—¿Qué problema hijo e´puta? Móntese y verá esas nalgas blancas y bellas— Insistió el tachirense.

Francisco, venciendo el temor accedió y se subió a un araguaney que había crecido paralelamente a la
pared. No ocultó su emoción al ver a la mujer enjabonándose. Pero un ruido ocasionado por un pájaro que
salió volando, hizo que la mujer volteara hacia arriba, y viendo al muchacho gritó:

—¡Hay! ¡Un negro, un negro!.

El joven se lanzó de los 3 metros de altura que lo separaban del suelo y cayó estrepitosamente. Chacón
soltó una carcajada, pero no pudo observar lo que tanto deseaba, porque los dos salieron corriendo. La situ-
ación trascendió, el esposo de la señora acudió al Centro de Formación a poner la queja:

—Lo que sabemos es que el abusón es de color— Dijo el hombre con acento canario.

Luego comenzaría una investigación interna para localizar al implicado y fueron llamados en la for-
mación de la mañana todos los aprendices de color, en orden alfabético:

—Bituche Armando, Figuera Luis, Flores Francisco, Golding Emilio, Lamong Luis, Mora Abelardo,
Rojas Félix, Tarre Ibrahim— Deben presentarse esta tarde a las 5 en la coordinación. Comunicó Barroso
después de cantado el Himno Nacional. Hubo inquietud en los aprendices, como esperando que la lista fuera
más larga. Solamente 2 sabían cuál era el motivo de la citación. Chacón no pudo evitar buscar con la vista a
Flores viéndolo preocupado. Cuando se rompió la formación, en el corto trayecto hacia las aulas y talleres,
los comentarios eran los mismos:

—¿Porque a todos los negros?

Preguntó el zuliano Marcos Manrique a los otros 3 que lo acompañaban. Alfredo Hernández salió con
una de las suyas:

—A lo mejor los van a mandar para Vietnam.

Gilbert González expresó:

—Deja la vaina Medio loco. Que el asunto puede ser serio, además ellos están aquí, no en Estados Uni-
dos.

Todo el día estuvimos pendientes del asunto, pero nadie sabía nada; ni siquiera los Guardias de Honor

80
JUAN BARRIOS

que tenían, algunos de ellos cercana relación con los profesores, se atrevían a hacer conjeturas. Durante el
almuerzo, cuando un grupo conversaba otros se acercaban tratando de escuchar algo sobre el problema. El
moreno Flores era el menos sospechoso por lo introvertido, lo creían incapaz de tal actitud y los profesores
dirigieron el caso hacia otros más atrevidos como Figuera, Rojas o Tarre. El desvío del caso hacia esos 3
aprendices salvó a Flores, quien no fue capaz de decir “Esta boca es mía”. En la noche, los aprendices citados
dieron la información a los demás, entonces fue que se supo el motivo de la citación. Tarre dijo molesto:

—No hombre, brother, un carajo se puso a verle el culo a la musiua de la granja y ahora no aparece el
culpable, yo para ver culos en Caracas hay bastante.

Entre los aprendices se manejó la culpabilidad de Flores porque en algunos momentos se le escuchó
emitir oraciones nombrando al Negro Felipe y a San Juan Bautista para que lo sacaran del problema. El
asunto se fue olvidando, pero siempre hubo la duda y al final quedó como tremendura de muchacho.
Llegaron las vacaciones de Junio de 1969, el Centro de Formación quedó sin aprendices, todos nos fuimos a
nuestros hoga-res y no se supo más del caso. Entre el viernes 13, sábado 14 y domingo 15 los aprendices
emigramos; a unos vinieron a buscarlos sus familiares, otros aprovecharon la cola con los compañeros y los
demás por sus propios medios. Se despidió la cuarta promoción, que regresaría al Centro de Formación
dentro de un año, después de pasantías a recibir su diploma, se dieron abrazos entre los que habían cultivado
una amistad. Habíamos cobrado la beca, el grupo más numeroso salió el sábado en la mañana, en lotes,
caminando por la avenida La Honda, hacia la carretera Valencia Campo de Carabobo. Aquello era una
algarabía, se escuchaba música en las radios portátiles: Cuéntame, cómo te ha ido

En tu viajar, por ese mundo de amor

Volverás, dije aquel día

Nada temía

Y tú te fuiste de mí

Háblame de lo que has encontrado

En tu largo caminar

Cuéntame, cómo te ha ido

Si has conocido la felicidad

Cuéntame, cómo te ha ido

Si has conocido la felicidad

Al culminar las vacaciones, de regreso al Centro de Formación no se observaba la misma alegría que
en la ida. Llegábamos en forma individual, en pequeños grupos o en parejas. El sábado 12 y domingo 13 de
julio de 1969 fueron días de reencuentro, después de un mes fuera del Centro de Formación, se notaba la
nostalgia general. El sábado llegamos la mayoría de los que veníamos de lugares lejanos. Muchos
aprendices llegaron el domingo con sus familiares en vehículos particulares. Diego Calderón y yo viajamos
juntos, aunque esta vez no mostró el mismo deslumbramiento cuando llegamos a Caracas.

81
LOS APRENDICES

Ya en el Centro de Formación nos dispusimos a poner en orden nuestras cosas. Ese lunes no hubo trote
porque había que recibir a los nuevos aprendices, correspondientes a la séptima promoción. Los de la quinta
promoción pasaríamos a ser los más antiguos y por ende asumir responsabilidades, dando el ejemplo a los nue-
vos. Éstos como era ya costumbre, eran objeto de bromas, siendo tratados como reclutas sobre todo por los que
ahora pasarían al Primer Ciclo.El día lunes14 a las 7:30 de la mañana nos encontrábamos en formación en el
patio de costumbre, el coordinador Barroso estaba al frente acompañado por todo el personal, desde el director
Adolfo Narváez Altuve hasta los obreros. Estaban presentes los profesores: Rubén Salazar, Aldo Escorihuela,
Víctor Salgari, Juan Gilmont, Julián Noguera, Héctor Méndez, Bartold Bernard, Joaquín Rivas, Fernando Vil-
lasana, Raúl Carriles, Carlos Arteaga, Isidoro Ramones, Lucio Galindo, Moisés Viera, César Montes, Enrique
Orozco, Miguel Borges, Pedro García, Néstor Zabaleta y Román Sánchez.

Barroso saludó a los presentes, luego se cantó el Himno Nacional. Dio la bienvenida a los nuevos
apren-dices. Pasó la lista de aprendices comenzando por los más antiguos, hasta los recién llegados, que
pasarían a constituir la Formación Básica. Aquellas 5 filas, cada una de 12 aprendices nuevos se parecía a
los follajes, que en la entrada de lluvias florecen de diversos colores. Unos más altos que otros, vestidos con
camisas de distintos colores, unos de manga larga, otros de manga corta, hasta se vio uno vestido con paltó,
prenda que a la media hora tuvo que desprenderse de ella por el calor sofocante. Casi todos tenían pelo
largo, un moreno con pelo afro, tan voluminoso que me recordó un nido de comején que veíamos en un
samán en el camino a La Guásima.

El coordinador continuó:

—Esto va dirigido a los nuevos ingresados.

Lo que en adelante habló el coordinador me hizo recordar el día en que Calderón y yo llegamos al
Centro de Formación. Les habló del origen del Centro de Formación, su organización y funcionamiento. Lo
que se esperaba de los aprendices y las expectativas que la empresa eléctrica y el Estado les ofrecían una vez
culminado sus estudios. Fue larga la lista de recomendaciones y consejos bajo un candente sol que
anunciaba posibilidad de lluvia.

—Ahora vamos a informar sobre los integrantes de la nueva Guardia de Honor.

Pero antes habló sobre su razón de ser:

—Debe estar conformada por aprendices destacados en disciplina, rendimiento y cooperación. Tiene
como finalidad preservar el orden, sobre todo cuando el personal docente y los inspectores están ausentes.
Los seleccionados deberán asistir a una inducción para que desempeñen lo mejor posible su función, con
respeto hacia los demás.

Barroso explicaba magistralmente y todo el mundo prestaba atención:

—Ahora sí. Los nuevos integrantes de la Guardia de Honor son: De la especialidad de Diesel Aranda
Oscar. De Vapor Ramírez Johnny y Tocuyo Ramón. Y de Redes Eléctricas Manrique Marcos, Fernando
Ferró, Berrueta Gerardo y Chacón Augusto.

Cuando el coordinador nombró a Chacón todo el mundo se quedó frío y nos miramos las caras unos a
otros. No salíamos del asombro ¿Porque Chacón?

82
JUAN BARRIOS

Luego continuó Barroso:

—Pasen hasta acá los que fueron nombrados.

Los aprendices cumplieron el llamado y en fila fueron colocándose de frente a la formación.

—Vamos a tomar un juramento— Les dijo, indicándoles cómo colocar su mano derecha.

De espaldas a la formación Barroso levantó su mano, lo que fue imitado por los 7 muchachos.

—Todos serán identificados como Guardias de Honor, pero como jefe fungirá Marcos Manrique, como
subjefe Johnny Ramírez y como abogado Fernando Ferró. Ahora bien ¿Juran ustedes cumplir con la respons-
abilidad que se les ha asignado de preservar el orden y la disciplina aquí en el Centro de Formación?

—Sí. Lo juramos— Respondieron los aprendices a coro.

—Entonces que Dios y La Patria le recompensen, sino que os reprendan.

De inmediato el profesor Carriles en colaboración con Barroso les fue entregando a cada uno un casco
color azul que en la parte frontal tenían GH.

—Ahora conduzcan a sus nuevos compañeros a las próximas actividades.

Los GH hicieron una fila con los nuevos aprendices, los llevaron al casino donde se les efectuaría el
bautizo eléctrico, el rape y la conformación de los grupos. Eran las 10 de la mañana. El patio de formación
quedó solo, todos los que en él estaban se retiraron a sus actividades normales. Por última vez les tocó a los
recién pasados al Primer Ciclo la faena de baño y comedor, a partir de mañana será obligación de los
nuevos. Ya en el casino se designaron los distintos padrinos, se colocó el dispositivo eléctrico, los nuevos
aprendices se sentaron algunos, otros quedaron de pie por falta de sillas, fueron pasando uno a uno para
recibir su rápida descarga de 120 voltios. Mostraban nerviosismo al principio pero se tranquilizaron cuando
vieron que a los primeros no les pasó nada. Chacón muy competente, lucía extraño con el casco azul de GH,
el cual bailaba en su cabeza, plana en la parte posterior, parecía disfrutar aquello. Después del bautizo fueron
repartidos en 4 grupos con los nombres de Faraday, Lenz, Ohm y Amper. Del casino fueron llevados al
almacén, donde el encargado Rubén Salazar les suministraría los uniformes, cascos y botas. De ahí pasaron
a la lavandería donde las señoras Zenobia y Rosana les proveyeron de las almohadas y lencería. En la tarde,
después del almuerzo los esperarían en las afueras del comedor el corta cabellos apureño Régulo Carrillo y
su equipo para darse banquete con aquel montón de tumusas.

El nuevo rol de Chacón le cambiaría la vida en el Centro de Formación. Quizás con los nuevos ingresa-dos
no, pero ¿Cómo imponer carácter y disciplina a los de Primer y Segundo Ciclos? Que han venido convivi-endo
con él y han sido testigos de todos los disparates de su comportamiento cotidiano. A mí me tocó de nuevo formar
parte de su grupo, esta vez denominado Edison, en la especialidad de Redes Eléctricas y sería en adelante testigo
de su esfuerzo por cambiar su imagen y darse a respetar. Lo que sí se notó a partir de entonces fue que los
bochinches disminuyeron en gran proporción, lo que después justificó como una decisión acertada del coordi-
nador Barroso y su equipo el haberlo incorporado a la Guardia de Honor. Con la trayectoria que Chacón tenía era
incomprensible que no lo hubiesen despedido, pero es que también despertó simpatía y hacía reír a cualquiera.
Entonces su nombramiento de Guardia de Honor, además de corregir su conducta contenía un mensaje: Serás
nuestro aliado y es una oportunidad para que en estos próximos 5 meses no tengamos que despedirte.

83
LOS APRENDICES

La incorporación de Chacón a la Guardia de Honor también neutralizó a los que con él formaban
grupos que cometían actos de indisciplina. Como aquella vez cuando fue interpelado un grupo de
aprendices, que supuestamente se habían fugado para La Guásima. En presencia de Chacón el coordinador
le preguntó a los aprendices:

—¿Cómo niegan ustedes que se fugaron? Si hay 3 elementos que lo confirman: Primero los vieron
cuan-do regresaban tarde en la noche. Segundo sus camas estaban vacías cuando se hizo la recorrida de las 9
de la noche y tercero vamos a chequear, alguno debe tener un rasguño causado por la cerca perimetral.

Un aprendiz del Primer Ciclo involucrado en el hecho, que había compartido con Chacón en sus
andan-zas, abriéndose el cierre del overol mostró su pecho y brazos y respondió a Barroso:

—Mire usted profe que yo no tengo ningún rasguño, yo no me fugué.

Chacón, obligado por la situación a cumplir con su rol le dijo al aprendiz:

—Tú no te rasguñaste con la cerca porque antes me fugué contigo y tú sabes dónde está el hueco.

—No, no, yo no me he escapado— Decía el muchacho, de nombre Daniel Romero del estado Bolívar,
tratando de que no lo inculparan y le aplicaran de sanción dos meses sin salida.

Esta actitud tuvo como consecuencias que cada vez que Chacón entraba al dormitorio desde los 4
puntos cardinales se escuchaban silbidos parecidos al croar de los sapos en época de lluvias: “Shui, shui,
shui, shui”. Él, moviendo la cabeza en distintas direcciones no sabía a quién culpar de indisciplina.

En septiembre de 1969 cumplió Augusto los 18 años. Aquel domingo acompañó al profesor Joaquín
Rivas que estaba de guardia a Tocuyito, porque necesitaba comprar unas cosas. Salieron en la mañana en la
pequeña ranchera Opel Caravan, propiedad del Centro de Formación. Bajaron por La Honda, pasaron por la
avenida La Luz y se detuvieron en la quinta Villa Susana, antigua sede del Centro de Formación. De ahí se
dispusieron a hacer las compras. Chacón le comunicó al profesor la importancia que tenía ese día para él,
insinuando algo para lo cual el mostraba gran debilidad:

—Profe, estoy cumpliendo 18 años ¿Me puedo tomar una cerveza?

Rivas, quien era sumamente comprensivo con los aprendices accedió:

—No creo que sea un problema, vamos.

Se detuvieron en el club Los Mangos y se tomaron 2 media jarra de cerveza Caracas. Rivas le deseó
feliz cumpleaños, salieron del lugar y decidieron regresar al Centro de Formación. Serían las 11 de la
mañana y deberían llegar a hora de almuerzo. Más adelante el profesor se detuvo en una casa, donde los
hicieron pasar, se sentaron en unos muebles de semicuero color marrón. Apenas comenzó una corta charla
Chacón se reclinó hacia atrás y se quedó inmóvil. La dueña de la casa preguntó:

—Éste. ¿Quién es?

Rivas le respondió:

—Es uno de los estudiantes de CADAFE.

84
JUAN BARRIOS

—Pero. ¿A ese muchacho que le pasa? Hijo. ¿Porque estás tan amarillo? Estás pálido. Expresó la
señora con preocupación.

—Lo que pasa es que yo soy de Jóvito— Respondió el aprendiz, haciendo alusión al entonces
presidente del partido URD, cuyo color simbólico era el amarillo.

Después de beber un vaso de refresco de papelón con limón que les obsequiaron continuaron su
camino, llegando al Centro de Formación a la hora de almuerzo. Momento en que asumió Chacón su papel
de Guardia de Honor e incorporándose a su grupo para comer.

Chacón quería salirse de La Guardia de Honor, una de las razones era la presión que tenía de los otros
aprendices, porque tuvo que denunciar a algunos que cometían actos de indisciplina, precisamente cuando él
estaba presente y debía intervenir. Otra razón era su propio carácter que lo predisponía al relajo cuando
estaba en grupo, se sentía incómodo con aquel casco azul. Normalmente los que usaban los de la
especialidad de Redes Eléctricas eran amarillos, los de Diesel grises y los de Vapor marrones. Su confianza
con algunos pro-fesores le permitió expresarlo más de una vez, pero muchos sabían que al quedar libre de
esa condición iba a ejecutar algún acto que desembocaría en su despido. El aprendiz Augusto Chacón logró
concluir el curso de 4 mil horas académicas, su mérito estuvo en que sin proponérselo mejoró el orden y la
disciplina en el Centro de Formación.

85
LOS APRENDICES

PONIENDO EN PRÁCTICA LO APRENDIDO

En el Centro de Formación, cuando cursábamos el segundo ciclo, se profundizaba en la especialidad


escogida. Por eso los aprendices, siendo tan jóvenes tomábamos más en serio lo que estábamos aprendiendo y
concientizábamos que todo esto era para contribuir con el desarrollo del país y nuestro propio bienestar en el
futuro; es decir era notable el cambio y la madurez en relación al momento cuando ingresábamos. Los profe-
sores trataban de asignar responsabilidades, poniendo en práctica los conocimientos adquiridos, en función de
cubrir necesidades que podían estar dentro del Centro de Formación o fuera de él. Esto se aplicaba para las 3
especialidades. Los que pertenecíamos a la especialidad de Redes Eléctricas aportábamos los conocimientos en
los trabajos que se efectuaban dentro del Centro de Formación relacionados con nuestra área. También estaba
previsto colaborar con algunas comunidades en el desarrollo y mantenimiento de las instalaciones eléc-tricas, que
cubríamos estando ya por culminar el segundo ciclo. El profesor Joaquín Rivas emprendió algunas de estas
actividades, con el apoyo de la dirección del Centro de Formación, cuando tenían ya la seguridad de que los
aprendices reuníamos las condiciones para realizarlas, previas a la siguiente etapa de pasantías.

Finalizaba el mes de octubre de 1969 y faltando un mes y medio para irnos de vacaciones de navidad
y fin de año. Los del grupo Edison ya teníamos la preparación suficiente y los conocimientos teóricos
prácticos, para llevar a cabo un trabajo básico de líneas en alta y baja tensión. El profesor Joaquín Rivas, un
experto en el área, venido de ser liniero y técnico en una de las zonas administrativas del sector eléctrico en
el país, era nuestro profesor del taller de redes. Dominaba todo lo concerniente a la especialidad, sobre todo
en el aspecto práctico. Tendría cerca de los 30 años, su aspecto reflejaba lo curtido y las señales, que la
rudeza del trabajo había dejado en su vida. Aunque su trato para con nosotros era amable y orientador,
también era capaz de aplicar sanciones en el momento que se requería, sobre todo cuando un aprendiz
cometía alguna estupidez, lo cual él no soportaba.

Para esos días de finales de octubre, en el taller de Redes nos habló de la idea, de desarrollar un
pequeño trabajo para electrificar una parte de un caserío llamado El Oasis.

—Es hora de que ustedes comiencen a proyectarse hacia fuera del Centro de Formación.

Nos recomendaba, mientras prestábamos la máxima atención.

El grupo Edison estaba conformado por Alfredo Hernández del estado Bolívar, Luis Alcázar de An-
zoátegui, Marcos Manrique y Atilio Echenique del Zulia, Ibrahim Tarre del Distrito Federal, Euro Angulo,
Franco Castelli y Augusto Chacón del Táchira, Manuel Guerra de Carabobo, Román Acosta de Barinas, Sigfrido
Sánchez de Aragua, Francisco Flores de Miranda, Régulo Carrillo de Apure, José Salas y yo, de Monagas. Este
grupo era pintoresco, tanto por la diversidad de regiones de donde procedíamos como por las diferencias
temperamentales de sus miembros. El taller de Redes estaba ubicado en el primer galpón, del ex-tremo sur del
área de aulas y talleres. Era amplio, tenía unos 60 metros cuadrados, en donde había 15 mesas pupitres, el
escritorio del profesor y un pizarrón negro al fondo. En las paredes izquierdas y del fondo estaban fijados
elementos propios del trabajo de redes eléctricas, usados en este caso para fines didácticos: imple-mentos de
seguridad como cascos, botas, cinturones de seguridad, lentes, guantes, cinchas. También insumos

86
JUAN BARRIOS

para el trabajo como: seccionadores, pararrayos, aisladores, perchas. En un depósito estaban guardados los
motones, pértigas, herramientas y otros equipos.

—Hasta este poste llega una línea en alta tensión, desde donde vamos a tomar y tender otra, con 2
conductores de cobre número 6, para dos vanos en alta tensión, cada uno de 90 metros. Un tendido en baja
tensión con conductor de cobre número 4, para lo cual colocaremos 3 postes intermedios con vanos de 30
metros.

Explicaba el profesor Rivas, haciendo un plano a mano alzada con un palillo de tiza que tenía en su
mano derecha.

—La semana que viene comenzaremos el trabajo, tenemos que estar preparados porque
desayunaremos en el Centro de Formación y nos llevaremos un lunch para almorzar en el sitio de trabajo,
tal cual como lo harán ustedes cuando estén ya en su desempeño laboral.

Cuando culminó la jornada del día y nos dirigíamos al comedor para la cena, los aprendices emocio-
nados hacíamos comentarios sobre lo que estaba por venir, alegres, porque era una oportunidad de salir de
la monotonía del Centro de Formación.

Al fin llegó el martes 4 de noviembre de 1969. Luego de la rutina de inicio del día nos dirigimos al
comedor para desayunar. Estábamos en la última etapa de estudios en el Centro de formación, siendo los
más antiguos, junto con los otros 3 grupos del Segundo Ciclo: Otro de Redes llamado Volta, un pequeño
grupo de la especialidad de vapor llamado Delaval y otro de la especialidad de Diesel, llamado así mismo.
Por eso nos tocaba entrar de primero, después que los aprendices nuevos habían acondicionado el comedor,
luego entrarían los demás grupos por orden de antigüedad.

Terminamos el desayuno y ya estaba el profesor Rivas, fungiendo esta vez como caporal, acompañado
de Argenis, el empleado utility del Centro de Formación, quien haría el papel de chofer del camión
Chevrolet Viking del año 1959, que nos serviría de transporte de personal y carga. Este camión había sido
desincorporado de una de las gerencias regionales de la empresa CADAFE, y fue donado al Centro de
Formación, a donde llegó remolcado por tener fallas de funcionamiento, en el taller mecánico de la
especialidad de diésel los pro-fesores Moisés Viera y Víctor Salgari con los aprendices lograron ponerlo
operativo. Ese día el profesor Rivas y Argenis lo llevaron al comedor.

—Vengan para darles unas instrucciones— Nos llamó Rivas.

—Ya en la cocina está lista la comida y los envases de jugo. Vallan 3 de ustedes, se llevan esa cava y
colocan la comida allí.

—Ah vengan 2 más y llévense ese termo, lo llenan con agua y hielo— Ordenó el profesor, señalando
un termo metálico galvanizado que estaba en su lugar, una especie de celda circular que sobresalía de la
parte trasera del camión.

—Una cosa les digo, esto lo van a hacer cada vez que salgamos a trabajar, y en las próximas salidas se
turnaran para esta logística.

El profesor daba las instrucciones mirando a Angulo, Tarre y Flores, quienes pocas veces se mostraban
voluntarios para una acción de este tipo, y previendo así que no fueran siempre los mismos los que se desta-

87
LOS APRENDICES

caran a la hora de colaborar. De hecho, ya Acosta, Sánchez y yo habíamos tomado la cava señalada por el
profesor.

Una vez cumplida la orden, nos dispusimos a abordar el camión para ir al taller de redes a cargar lo
necesario para la faena del día. El camión, con techo metálico, tenía ventanas corredizas laterales que eran
cerradas en caso de lluvia, disponía de 2 largos bancos con asientos de madera, colocados a ambos lados de
la caja; hechos para quizás un número menor de obreros, pero por ser nosotros los aprendices jóvenes y
delga-dos, lográbamos acomodarnos en ese espacio.

Ya en el taller, Rivas nos explicó brevemente lo que haríamos ese día:

—Vamos a estudiar el terreno, abrir pica y establecer los puntos para sembrar los postes, llévense los
machetes, el teodolito, la escala y la cinta métrica.

Diligentes cumplieron la orden Salas, Castelli y Echenique.

Abordamos el camión, el profesor antes de ocupar su asiento en el puesto del copiloto fue a la parte de
atrás y echando un vistazo nos preguntó:

—¿Van bien? No es muy lejos.

—Si profe— Respondimos varios a la vez.

Luego de salir del Centro de Formación, el camión bajó por La Honda y se encaminó vía Campo de
Carabobo. Atrás el bochinche no se hacía esperar, los aprendices se decían sobre nombres, les recordaban
co-sas a algunos, que hacían reír a los demás. El apureño Carrillo como siempre con sus chistes e historias
distraía la atención de los que estaban cerca de él.

El viaje fue rápido, cruzamos hacia una vía secundaria, donde se observaba una depresión que intuía la
existencia de un río cercano. Como íbamos atrás en el camión, solo podíamos ver el paisaje una vez que el
pesado vehículo pasaba. Cruzamos un puente metálico y desde arriba apreciamos un rio de agua cristalina y
abundante que provocaba zambullirse. Todos estábamos disfrutando, aquel paisaje, con muchos árboles de
mango, samanes y cepas de bambú. En eso gritó Castelli:

— ¡Miren ese río!

Como nunca faltaba alguno que replicara, le respondió el guayanés Hernández:

—¿Rio? ¿Cuál rio? No joda gocho anda a Guayana para que veas ríos.

El camión cruzó a la derecha, avanzó unos 500 metros y se detuvo. Rivas bajó y nos ordenó:

—Pueden bajarse, aquí es.

Como siempre los más duros, quieren lo mejor, en este caso los más bravos ocupaban los últimos
pues-tos de los bancos, desde donde se observaba más el camino, dejando a los otros arrinconados hacia la
cabina, desde donde era más dificultoso ver el paisaje. Por eso los primeros que se bajaron fueron:
Hernández, Tarre, Salas, Manrique y Chacón, éstos dos últimos eran miembros de la Guardia de Honor.
Aunque desde que fue investido como Guardia de Honor Chacón pasó a ser un aprendiz modelo.

88
JUAN BARRIOS

Al bajarnos todos del camión, el profesor nos reunió en un círculo y nos detalló, en el lugar en qué
con-sistía el trabajo de ese día:

—Ese poste que ven allá, es dónde vamos a tomar la alta tensión y hacia este lado es que vamos hacer
el tendido. Pero ustedes ven que desde aquí hasta allá eso está enmontado, hay mucho gamelote porque
acaba de pasar el invierno.

Aclaró el profesor, señalando hacia el norte un espeso follaje de gramíneas donde también sobresalían
arboles de mango.

Continuó:

—Entonces nuestro trabajo hoy es abrir una pica hasta allá, que abarca unos 60 metros de largo.

Los aprendices nos vimos las caras unos a otros. Yo observaba aquel incipiente caserío que solo tenía
dos calles, en forma de L, una de las cuales ya estaba electrificada, y de allí habían conectado cables provi-
sionales los habitantes de la otra calle, que era donde íbamos a hacer el tendido. Al otro lado de la calle
donde íbamos a trabajar, hacia el oeste se miraba un extenso terreno plano con frondosos árboles, sobre todo
mangos. Se escuchaba el canto de las perdices.

Como el profesor nos conocía bien, y algunos no estaban poniendo atención subió la voz:

—¡Bueno, bueno! Vamos a dividirnos en grupos de 5, ustedes lo hacen, tenemos 6 machetes dos para
cada grupo.

Como no nos poníamos de acuerdo y muchos rechazaban trabajar con los holgazanes, el profesor
decid-ió organizarnos él mismo:

—Vamos. Castelli, Tarre, Acosta, Salas y Barrios van en grupo. También Castillo, Angulo, Echenique,
Chacón y Guerra y el otro grupo lo formaran Flores, Hernández, Sánchez, Manrique y Alcázar.

Me puse a pensar comparando mi grupo con los otros: “En mi grupo tengo a Castelli que es muy deli-
cado, Tarre dice que él no es peón, Acosta es trabajador, a Salas le gusta mandar pero también trabaja. En
ese otro grupo Castillo, Echenique y Ramírez trabajan, pero tienen a Angulo que es holgazán y a Guerra, que
es gordo y se cansa rápido”.

Me sacó del pensamiento el profesor, cuando en voz alta arengó:

—¡Manos a la obra! Cada grupo va abrir 20 metros lineales de pica, o sea 4 metros de largo y dos
metros de ancho por aprendiz, eso no es nada.

Mi grupo, por ser el primero que el profesor nombró tomamos los primeros 20 metros de pica. Busca-
mos 2 machetes en el camión y nos sorteamos, lanzando una moneda al aire para precisar quien comenzaba
primero, quedando el turno en este orden: Castelli, Tarre, Acosta, Barrios y por último Salas. Castelli tomó
el machete y lanzó un machetazo a aquel gamelotal de más de 2 metros de alto y al ver que el machete
rebotó se quejó:

—Oras profe ese monte está muy alto y puede haber culebras.

89
LOS APRENDICES

—Mire Castelli, dele gracias a Dios que usted está aquí y no en Vietnam, donde tendría que luchar
contra el monte, las culebras, alimañas y el enemigo. ¡Saque la tarea que le corresponde!— Le ordenó Rivas.

Mientras tanto, Acosta el barinés se acercó a un arbusto de guayaba y cortó una rama, con la que hizo un
garabato, se acercó al área de trabajo donde estaban Castelli y el caraqueño Tarre parados viendo el monte.

—¡Apártense para allá que aquí va un hombre!— Exclamó.

Con el machete en la derecha y el garabato en la izquierda comenzó a talar diciéndole a los otros:

—¿Ven cómo se trabaja esto?

Culminando así en poco tiempo su tarea.

Mientras tanto, el profesor Rivas se fue a hablar con unos vecinos que mostraban curiosidad y alegría
a la vez. Con la ausencia de Rivas se formó el relajo y Salas le dijo a Castelli:

—Pareces una niña con ese machete en la mano, no hayas qué hacer.

Hernández se puso a lanzar piedras a unos mangos y derrumbó un avispero, que puso a correr a todo el
mundo. Tuvo que intervenir Argenis, quien tomó una vara de bambú, le amarro unos trapos en una punta, le
prendió fuego y desde el camión acercó la tea al panal ahuyentando así a las abejas.

Cuando ya se había ejecutado más de la mitad de la pica se oyó la voz de Alcázar:

—¡Una culebra!

El animal estaba anidado debajo de la cepa de un gamelote y Argenis rápidamente tomó el machete y
el garabato que tenía Alcázar, localizándola le cortó la cabeza, la recogió y la colgó de una rama, tendría
algo más de un metro de largo. Con una navaja le rajo el cuero de arriba hacia abajo y se lo quitó diciendo:

—Es una mapanare. Esto es para hacer una artesanía.

Luego fue al río lavó el cuero y lo guardó en el camión.

Angulo, que ya culminada su tarea se quejaba:

—Nunca pensé que estudiaría para venir a echar machete en esta sabana como un hijo e´ puta. Lo es-
cucho el apureño Carrillo y le respondió:

—Pija cámara, no te quejes tanto ¿Sabes una cosa? No llames a esto sabana, tienes que ir a Apure, ahí
sí es que hay sabana.

Para el medio día ya habíamos abierto la pica. Rivas nos felicitó y dijo que eso era parte del trabajo.
Luego nos acercamos al camión donde ya Argenis tenía la cava con el almuerzo y los jugos listos, para que
cada uno tomara su porción. En esto de tomar la comida siempre habían algunos que estaban de primero,
como el gordito Guerra, el flaco Angulo, Hernández y Carrillo que hoy encabezaban la fila. El menú:
cachapas con queso de mano y jamón, de tomar, malta, y de postre, una manzana. Luego del almuerzo vino
un breve descan-so a la sombra de los frondosos árboles de mango, que estaban a un lado, y al comienzo de
la calle. Después de descansar media hora el profesor nos llamó y reunidos en círculo nos dijo:

90
JUAN BARRIOS

—La verdad no es tan necesario hacer aquí levantamiento topográfico, la ubicación de los postes
podem-os hacerla midiendo con la cinta métrica, pero como práctica para ustedes vamos a establecer unas
coordena-das. Tomen el teodolito y cada grupo hace sus observaciones y anotaciones.

Todos mostramos mucho interés en esto, pues se trataba de aplicar en el campo lo que estudiábamos
en las clases de topografía y nos apresuramos a cumplir la sugerencia del profesor. Se subieron al camión a
bus-car el teodolito el moreno Tarre y Castelli. Todos queríamos ver por el lente y nadie tomar la escala,
porque lucía como ser ayudante y además ésta debería colocarse al final de la calle, en el lugar que indicara
el que estaba operando el teodolito. El trípode con el instrumento fue ubicado al pie del poste ya existente, el
cual era accesible a través de la pica recién hecha. Los 3 grupos nos rotamos y tomamos la información, que
íbamos anotando en una libreta, para luego estudiarla en la clase de Topografía.

Culminada la labor del día regresamos al Centro de Formación, sudados y picados por el monte. A
pesar de eso en el camión no se dejó de bromear entre los aprendices, sobre todo la burla que se desató
contra An-gulo por el mal olor que soltaban sus axilas. En él era normal este fenómeno, era reacio al aseo,
no se bañaba en las mañanas, se decía que era costumbre porque procedía de un lugar muy frio del Táchira.
Tampoco com-praba desodorante para ahorrar dinero.

Llegamos al Centro de Formación y Argenis estacionó el camión en el taller de redes, lo desocupamos,


bajamos los machetes y el teodolito. De inmediato nos fuimos directo al dormitorio y los baños para luego
estar a la hora de la cena en el comedor.

Es nuestro segundo día de trabajo en El Oasis, tenemos muchas expectativas en lo que haremos hoy.
Ya desayunamos, preparamos la logística y nos encontramos en el taller de redes. Rivas nos da la
información previa:

—Hoy vamos a efectuar las excavaciones, las herramientas que vamos a llevar son: Tres picos, tres
palas y tres chícoras. La actividad consiste en hacer 9 huecos: 2 para postes de alta tensión, 4 para postes de
baja tensión y 3 para retenidas.

Oídas y cumplidas las instrucciones abordamos el camión y salimos rumbo al trabajo. Como siempre
las bromas entre unos y otros. El apureño cantaba:

Cantaclaro maraquero

Canta los amores míos

Canta los amores míos

Es labor de los corridos

El joropo del llanero

El joropo del llanero

Alma luz de mis canciones

En su nota se destaca

91
LOS APRENDICES

El reír de las maracas

Y del arpa los bordones

Y del arpa los bordones.

Ya en el lugar de trabajo, bajamos del camión y el profesor Rivas de nuevo nos reunió en un círculo y:

—Ya ustedes saben por las marcas que hicimos antes, donde vamos a colocar los postes. Señalando
con la mano derecha el lugar hacia donde se ubicarían los postes.

— Formen otra vez grupos de 5, claro que no van a ser los mismos que la vez anterior, ahora van a
traba-jar juntos: Flores, Salas, Angulo, Tarre y Guerra; otro grupo lo formaran: Echenique, Castelli,
Manrique, Bar-rios y Hernández, y el otro: Acosta, Sánchez, Alcázar Chacón y Carrillo. De inmediato
analicé quienes eran esta vez los componentes de mi equipo: “Echenique es flaco y pequeño pero es
rendidor en el trabajo, habla poco y coopera, Castelli tiene buena contextura física pero es delicado y
cuidadoso, esto le retarda al actuar y no está dado a meter los pies en el barro. Manrique es de buen tamaño
y fuerte además de arrojado y activo, es una ventaja en el grupo. En cuanto a Hernández trabaja pero está
siempre pensando en cómo jugarle una broma a los demás, por él se han presentado peleas y contratiempos
que afectan las actividades”. Me pareció bueno este equipo.

—Okey; vamos a distribuir el trabajo, ustedes van a cavar los 3 primeros hoyos

Dijo Rivas, dirigiéndose al grupo de Salas y señalando con la mano la dirección en que se encontraban
los hitos, que indicaban el lugar donde iban una retenida y 2 postes de baja tensión.

—El grupo donde se encuentra Echenique va a perforar ahí, van dos postes de baja tensión y uno de
alta tensión. Y el otro grupo cavará los otros 3 hoyos, donde van un poste de alta tensión y 2 retenidas.

La queja de Hernández no se hizo esperar:

—Nosotros salimos jodidos no nos tocó ni una retenida.

No era extraño que protestara, pero también cuando se decidía a trabajar rendía lo suficiente ayudado
por su fortaleza física.

Una vez dadas las instrucciones, varios de los miembros de los improvisados equipos subieron al Vi-
king y bajaron las herramientas. Por casualidad, al grupo donde estaban Angulo y Tarre les quedó el lugar
de trabajo cerca de los dos frondosos árboles de mango, más tarde los veríamos alternando el trabajo con el
descanso frecuente bajo la sombra. Hernández sugirió a Castelli que iniciara la excavación con la chícora y
que descansara mientras él extraería la tierra del hoyo. Castelli aceptó y con sus guantes puestos subía y
bajaba la chícora, dejando la forma redonda cada vez más profunda del hoyo, Hernández extraía la tierra ya
aflojada. Pero a veces dejaba caer tierra sobre las botas de seguridad, bien pulidas del delicado Castelli,
quien protestó diciéndole:

—Mire usted toche ¿Me va a seguir echando tierra en las botas?

A lo que Hernández respondió:

92
JUAN BARRIOS

— ¿Qué? ¿No te gusta? A mi si, mira como me río jajajaja. —

Si sigue se lo voy a decir al profesor— Amenazó Castelli. —

Sí, yo sé que tú eres un sapo gocho— Dijo Hernández.

Castelli se enfadó y se agachó, tomo un puñado de tierra y lo lanzó al rostro de Hernández, quien se
preparó para agredirlo, pero se detuvo al ver que el profesor se dirigía hacia nosotros. Nadie comentó nada
sobre el asunto, para que no le silbaran como sapos al regresar en el camión.

Calentó el sol, pleno mediodía, tenía razón Hernández, las dimensiones de los hoyos eran distintas
para los postes de alta tensión, para los de baja tensión y para las retenidas. Aquella faena se convirtió en
una com-petencia tácita, donde sin habérnoslo propuesto los 3 equipos se afanaban, como que estaban
disputándose un trofeo. Claro los últimos en finalizar serian objeto de burlas en el camión.

El grupo compuesto por Tarre, Guerra, Angulo, Salas y flores fue el último en terminar, a pesar de que
estaban cerca de la sombra, además iban con mucha frecuencia al camión a tomar agua del termo
galvanizado. Claro que influyó las características de sus miembros: Tarre, el caraqueño era muy poco dado a
este tipo de actividades.

—Yo no soy sepulturero— Decía. El gordito Guerra se cansaba muy rápido. Flores, había que
mandarlo para que actuara. Angulo esperaba que otro actuara primero que él. Salas se creía el jefe del grupo
y pretendía solo mandar.

Los otros dos equipos ya habíamos terminado y fuimos a almorzar. El profesor nos dijo:

—Cuando terminen aquellos y almorcemos nos vamos.

Mientras tanto, nos dio permiso para ir al río que habíamos visto corría bajo el puente de hierro, y en
su curso pasaba a unos 60 metros de donde estábamos. Nos acercamos a aquellas aguas cristalinas,
aprovecha-mos de lavarnos las manos, brazos y cara.

—Quisiera echarme un chapuzón— Dijo Acosta.

Echenique se colocó en forma horizontal apoyándose sobre una roca, sumergió su cabeza en un
pequeño pozo de la orilla. Hernández que estaba cerca tomó una piedra casi plana, de mediano tamaño y la
lanzo al agua, levantando una masa liquida que baño casi por completo al zuliano. Éste se levantó buscando
al culpa-ble. Tuvo que irse mojado al camión y decirle al profesor que se había resbalado para que no
sancionaran a Hernández, quien ya de vuelta en el camión le diría:

—Atilio es un pana, un llave.

Mientras Atilio lo veía y fingía sonreír.

Ya el grupo de los retardados terminó, el profesor Rivas nos dio unas instrucciones:

—Con trozos de madera y palos cubran los hoyos para que no les caiga tierra, recuerden que venimos
la semana que viene.

Luego de cumplir esta orden abordamos el camión y nos fuimos al Centro de Formación. Hoy es jueves

93
LOS APRENDICES

6 de noviembre de 1969.

Después de un fin de semana muy activo, felices porque se acercaban las vacaciones, hoy martes 11 de
noviembre es el tercer día de nuestro trabajo de campo. Como siempre luego de equipar el camión nos
fuimos al taller de redes, donde nos esperaba Rivas. Nos sentamos y luego del saludo:

—Ayer nos trajeron los postes que vieron ahí afuera, vamos a montarlos en el camión. También tenemos
que llevarnos ese cemento— Nos dijo el profesor, señalando tres sacos de cemento que estaban en el piso.

—La arena y la piedra las tenemos en la comunidad, es de la misma que se va a utilizar para construir
unas aceras.

Luego comenzó a escribir una lista de lo que llevaríamos: 2 postes de 45 pies, 4 postes de 27 pies, 3
bases expandibles o repollos, 3 barras de acople o agujas, 1 carretilla, 3 palas, 1 canal de guía o concha, 3
mecates de 30 metros cada uno.

—Nunca olviden los implementos de seguridad— Nos aconsejó.

El no usar estos implementos era causa de aplicación de sanciones.

Salimos al patio y nos dispusimos a subir los postes al camión. El

profesor nos recomendaba:

—Los postes de 45 pies, para alta tensión tienen que levantarlos entre 5, 2 en la botella más delgada y
3 hacia la botella más gruesa. Los de 27 pies pueden cargarlos entre 3, 1 en la botella delgada y los otros 2
en las otras dos botellas. En todo caso se colocan siempre en orden de tamaño del más bajo al más alto.

Dadas estas instrucciones comenzamos a colocar los postes encima del techo del camión, en unas bases de
tubo, en forma de H hechas especialmente para eso. El profesor tuvo que llamar la atención a Guerra:

—¿Usted qué tiene que no se mueve?

Tarre intervino diciéndole:

—Será que le vino la regla.

—Respeta a tus compañeros— Le reprochó Rivas.

Echenique y yo, los más livianos, nos subimos al techo del camión para guiar los postes, mientras aba-
jo otros los empujaban. Luego montamos la carretilla encima de los postes y les hicimos un buen amarre.
Después de montar los sacos de cemento, las herramientas y demás implementos, salimos hacia el lugar de
trabajo, a menor velocidad que las veces anteriores porque el camión estaba muy cargado.

Al llegar, Argenis estacionó el camión lo más cerca posible de donde comenzaban los hoyos. Ya eran
las 9 de la mañana, lo que indicaba que hoy la tanda iba a ser larga. Nos bajamos del camión, mientras el
profesor nos esperaba para la reunión en círculo.

—Bajemos los postes uno a uno. Van a trabajar hoy así: Echenique, Barrios, Chacón, Alcázar y Acosta.
Tarre, Salas, Sánchez, Carrillo y Manrique. Angulo, Guerra, Castelli, Hernández y Flores. —Indicó el profe-

94
JUAN BARRIOS

sor, contando con los dedos.

El trabajo que venía era de cierta exigencia, por eso se justificaba más que nunca evaluar el grupo que
me correspondía para ese día: “Creo que me tocó un buen equipo.” Pensé. “Echenique, Chacón y Acosta son
trabajadores, el único Alcázar, que con su fumadera y echadera de cuentos de mujeres se le va el tiempo, soy
capaz de denunciarlo al profesor si no trabaja, así me caigan a silbidos como sapos en el camión y en el dor-
mitorio”.

El profesor dio las demás instrucciones:

—El primer grupo que nombré va a sembrar un poste de alta tensión, uno en baja y una retenida. El
segundo grupo igual y el otro grupo sembrarán dos postes de baja tensión y una retenida.

Al escuchar esto nos pusimos en movimiento y les dije a los del grupo:

—Vamos a escoger el último poste en alta tensión, ahí mismo está la retenida y al lado el poste de baja
tensión, también hay la ventaja de que la arena y la piedra están más cerca. El grupo estuvo de acuerdo.

Argenis fue moviendo el camión, de manera que cada equipo bajara los materiales, los postes y las
herramientas lo más cerca posible de los hoyos. Ya cerca del lugar que nos correspondía; Alcázar, Acosta y
Chacón se subieron al techo, empujaron un poste para alta tensión y uno para baja tensión, que cayeron con
la botella gruesa hacia abajo. Luego bajaron y entre los 5 del equipo los cargamos para ubicarlos al lado del
hoyo correspondiente. Alcázar tuvo que botar un Marlboro King Sise que se estaba fumando. Como
hormigas cargamos los postes, el de baja tensión entre Echenique, Chacón y yo; el de alta tensión los 5,
colocándonos tal como nos dijo el profesor, en orden de tamaño: Echenique, yo, Acosta, Chacón y Alcázar.
Ya en el sitio contamos hasta tres para dejar caer el poste. Terminamos de bajar del camión el resto de las
cosas: un saco de cemento en el que se leía Cementos Vencemos, una pala, un mecate y el canal de guía.
Luego con la carretilla y la pala fuimos por la arena y la piedra picada que estaban apiladas al frente de dos
casas. Algunos vecinos estaban pendientes de lo que hacíamos. Cuando llegamos a una de las viviendas nos
esperaba una muchacha a quien ya había contactado el profesor, y atendiendo a nuestro llamado dijo:

—Pueden tomar de ahí la arena y la piedra.

Está bien, gracias— Le respondió Chacón.

Cuatro de nosotros nos dispusimos con la carretilla a cargar primero la piedra, mientras que Alcázar se
acercó a la muchacha, la saludó y luego le pregunto

—¿Cómo te llamas?

—Margarita— Respondió ella.

En seguida el aprendiz se sentó en un trozo de árbol recortado que estaba al frente de la casa, encendió
un cigarrillo pretendiendo quedarse conversando con ella, lo que tuvo que abortar ante nuestra protesta.

—Bueno Luis ¿Tú viniste aquí a trabajar o a hembrear?— Le reclamó el barinés Acosta. Echenique,
pala en mano ya había llenado la primera carretilla de piedra. Yo les dije:

—Ésta la llevo yo.

95
LOS APRENDICES

Y levantando por las asas el rudimentario vehículo lo llevé hasta el sitio donde se batiría el concreto.

En uno de los otros grupos hubo un problema, porque un poste de 27 pies que era llevado por 3 apren-
dices, Hernández que iba en la parte del medio se salió de la carga, dejando el peso sobre los hombros de
Angulo y Flores que estaban en los extremos, lo que los obligó a soltar el poste, pudiendo haber originado
un accidente. Esto fue visto por el profesor, quien, por no aplicar un castigo más severo, le asignó a Alfredo
que debía batir el concreto él solo para ese poste, y le recordó:

—Les he dicho que cuando vayan a lanzar un poste cuenten hasta 3 y lo sueltan simultáneamente para
evitar que alguno salga lesionado.

No se sabe si fue un error, pero conociendo a Hernández, a quien le decían “Medio loco” es posible
que haya pretendido hacer una pesada broma a sus compañeros.

Cada equipo, cumpliendo con su labor fue acarreando los postes y materiales necesarios para montar
las estructuras de la futura línea de distribución. En el nuestro nos acoplamos perfectamente y cada uno
hacia una cosa, nos alternábamos la pala para cargar las carretillas, luego para batir el concreto y descargarlo
en el hoyo donde ya estaba el poste nivelado, o el repollo colocado. El profesor nos indicó:

—Son tres carretillas de arena, una de piedra y un saco de cemento para rellenar los tres hoyos.

Comenzamos con el poste de alta tensión, lo amarramos con el mecate en la unión de la botella más
del-gada, entre los 5 lo levantamos y dejamos descansar el extremo más ancho en el canal guía o concha
quedando en posición inclinada, luego tres aprendices tiramos del mecate, mientras los otros dos lo
mantenían en su posición exacta en la concha, en la que se iba deslizando a medida que el poste se colocaba
más en posición vertical. Al caer al fondo se acercó el profesor Rivas con un nivelador, lo puso en su
posición exacta, después de nivelado acercó la mejilla al poste cerró un ojo y dijo:

—Está alineado con los demás, ahora coloquen unas piedras alrededor para que se mantenga y échenle
el concreto.

Cada vez que el profesor iba a supervisar a los otros grupos, o cuando tenía la oportunidad; Alcázar se
iba a casa de la joven Margarita, siempre inventaba algo para mantener el contacto con la muchacha. Estába-
mos ya colocando el segundo poste, el cual era más pequeño que el anterior y sólo requirió que 2 aprendices
Echenique y yo tiráramos del mecate. Cuando estábamos en esa tarea se nos acercó Hernández y tratando de
molestar nos dijo:

—Juan y Atilio son los jala mecate de este grupo.

Yo le respondí:

—Es mejor jalar mecate que batir concreto.

Haciendo alusión al castigo que impusieron a Hernández.

Culminamos la colocación del segundo poste y ahora nos tocaba colocar la base para la retenida. Se trataba
de una pieza llamada base expandible, o vulgarmente repollo. Esta pieza va atornillada a una barra que se
entierra en un 70 %, la parte que queda afuera del concreto tiene en la punta un agujero parecido al de las agujas,
por eso le dieron ese nombre a esta barra. En este agujero se introduce una guaya de acero galvanizado,
96
JUAN BARRIOS

que se sujeta a la vez con unas grapas en forma de “U” con roscas en la punta para dos tuercas. Estas grapas
se conocen vulgarmente con el nombre de perros. La guaya se sujeta al poste a una abrazadera y su función
es evitar que el poste ceda, cuando se tensen los conductores que van de poste a poste.

Faltaban ya 10 minutos para las 12, cuando el profesor llamó para el almuerzo. Nos acercamos los 15
aprendices al camión, donde Argenis ya tenía la cava con las comidas, los vasos y el jugo de naranja
“Carabo-bo” listos para que cada uno se sirviera su parte. Como siempre Carrillo, Hernández, Guerra y
Angulo encabe-zaban la fila, el primer lugar se lo disputaban Hernández y Angulo. Hernández le dijo:

—Tú debes tener lombrices, porque eres el más muerto de hambre y no engordas.

Mientras almorzábamos, el profesor nos hablaba de las expectativas de la obra que estábamos ejecutan-
do:

—El mejor aprendizaje es en el campo de trabajo. Debemos culminar para final de este mes, porque
esto va a ser inaugurado a principios de Diciembre, donde va a estar presente el Licenciado Altuve, director
del Centro de Formación. Más aún. ¿Se imaginan lo felices que va a estar la gente que vive aquí? Porque en
este Diciembre van a tener su servicio eléctrico y su alumbrado público. Aquellas palabras nos llenaron de
satisfacción y orgullo. Después del almuerzo descansamos media hora. Durante ese tiempo escuchábamos
los cuentos del apureño Carrillo sobre sus vivencias en los llanos de su estado natal:

—Yo no he visto rio más arrecho que el Arauca, cuando es verano uno lo puede cruzar nadando, pero
en invierno, mire camarita ni el mejor nadador.

Hernández que lo escuchaba detenidamente le respondió:

— ¿Qué vas hablar tú de rio? Al Orinoco no lo cruza nadie, ni en invierno ni en verano, a menos que
quiera morir harto de agua.

Mientras tanto, el barinés se sumó a la conversación exclamando:

—No me hables de cuentos, mi llano si es que tiene historias para contar. ¿Has oído hablar de florentino?

El profesor veía a Argenis y ambos se sonreían al oír la conversación.

Llegó el momento de reanudar las actividades y el profesor nos reunió para darnos instrucciones.

—Vamos a colocar las bases para las retenidas, ya ustedes saben lo que hará cada grupo. Tomó una
pie-za metálica que ya conocíamos en las clases de tecnología de redes y en el taller de redes, se trataba de
algo parecido a una alcachofa, pero mucho más grande.

—Esto es lo que ustedes conocen como ancla expandible, pero en el campo de trabajo le decimos
repol-lo, ésta otra pieza es la varilla atornillada, que como ustedes saben, va acoplada al repollo, también le
decimos aguja y en ese agujero que tiene en el otro extremo, es donde va atada la guaya de la retenida, por
ahora vamos a enterrar los repollos con su aguja ya colocada.

Era ya pasada la una de la tarde, cuando llevamos las piezas para el lugar donde los hoyos esperaban.
El sol abrasaba la corteza terrestre y el calor hacía sudar copiosamente, provocaba meterse bajo los árboles
de mango o en el río, pero había que culminar el programa del día. La verdad, por el día de hoy faltaba poco,

97
LOS APRENDICES

solo enterrar un repollo por cada grupo. Los del equipo nos dividimos las funciones. Por supuesto que
Alcázar fue el primer voluntario para ir por la arena y la piedra, se apresuró a tomar la carretilla y yo lo
acompañé, ya en el lugar metió el ojo buscando a la joven campesina, quien no salió, posiblemente por estar
ocupada en los quehaceres del hogar. Menos mal, porque así Alcázar se dedicó a llenar la carretilla, mientras
yo la trasladaba al lugar donde se prepararía el concreto. Trasladé 2 veces la carretilla con arena y le dije:

—Luis lleva tú ahora la carretilla de piedra.

Como la muchacha no salió tomo el vehículo y lo llevó. Echenique, Chacón y Acosta prepararon el con-
creto, yo le coloqué la aguja al repollo y lo dejé caer al fondo del hueco. El profesor se acercó y me ordenó:

—Hay que abrir el repollo, toma una barra en el camión y golpéalo hasta que se abra.

Cumplí la orden y dándole con la punta de la barra aquella pieza quedó abierta como una mantarraya.
Alcázar y Chacón llenaron el hueco con el concreto y todo quedó como estaba previsto. Concluida la
jornada nos dispusimos a regresar al Centro de Formación. En el camión no dieron tregua a Hernández,
burlándose todos de él por la broma que les hizo a Flores y a Angulo y el castigo que le aplicó el profesor.

—Es que ese carajito es más flojo que mierda de pato, me hizo botar la piedra— Dijo Hernández re-
firiéndose al moreno Flores y tratando de justificar el motivo por el cual hizo lo que hizo.

Ya en el Centro de Formación procedimos a bajar del camión las herramientas y demás objetos que
uti-lizamos ese día, para luego irnos a los baños y después al comedor.

El día jueves 13 de noviembre, cuando llegamos al lugar de trabajo. Ya sabíamos cuál era la actividad del
día, habíamos cargado en el camión unas guayas muy rígidas de acero galvanizado y unos potes de pintura
colores aluminio y negro. Mi equipo del día estaba formado por Carrillo, Tarre, Salas, Manrique y yo. Comen-
zamos por la colocación de las guayas de las retenidas, que como eran 3 correspondió una para cada equipo.
Entre todos bajamos el rollo de guaya de acero galvanizado, que estaba en el camión. El profesor nos indicó:

—Vamos a comenzar por aquí.

Señalando el primer poste para baja tensión, que le tocó al equipo de Sánchez, Flores, Angulo,
Hernán-dez y Acosta. Después dio unas instrucciones:

—Se va a subir uno al poste y justamente en la mitad de la segunda botella va a colocar la abrazadera
de agarre de la retenida; los demás permanecerán abajo.

Sánchez dijo:

—Yo me subo.

Tomó su cincha y colocándose el cinturón de seguridad se dispuso a cumplir la orden de Rivas. Los
otros 4 del equipo tendieron la rígida guaya y uno de ellos la amarró al mecate, que colgaba desde el
cinturón de seguridad de Sánchez, quien la haló, la introdujo en la abrazadera, la dobló en forma de U y le
colocó los sujetadores llamados perros. Una vez hecho esto, los aprendices que estaban en tierra guiados por
el profesor acercaron la otra punta de la guaya al ojo de la aguja que ya se encontraba en su lugar, la
doblaron calcularon lo necesario, la cortaron con una cizalla, luego la introdujeron en el ojo. Rivas les dijo:

98
JUAN BARRIOS

—Hay que tensarla con la señorita.

Refiriéndose a un equipo de gato con una fuerte cadena y dos ganchos utilizada para estos casos.
Carrillo y Manrique fueron por él al camión, el profesor les alertó:

—No olviden el sapo.

Esta vez se refería a una herramienta que mordía las líneas o guayas que se iban a tensar y tenía un
orifi-cio donde se introducía el gancho de la señorita. Había que esperar que se colocara esta primera
retenida para cortar la guaya, justo lo necesario, para pasar a la segunda retenida, luego a la tercera y de esta
manera no des-perdiciar el material. Haber observado al primer equipo trabajar hizo que las otras dos
retenidas se colocaran más rápido. El profesor luego de esto nos reunió:

—Ya son las 11 de la mañana. ¿Quieren almorzar ahorita y luego seguimos? ¿O pintamos los postes y
después comemos?

La mayoría no opinó, pero Guerra respondió:

—Mejor comemos primero profe.

Éste fue apoyado por Angulo y Carrillo.

—Si mejor salimos de eso de una vez— Dijo el último.

El profesor accedió:

—¡Bien! Almorcemos y después del descanso pintamos los postes.

A las 12:30, luego de un corto descanso, estábamos reunidos escuchando las instrucciones del profesor:

—Vamos a utilizar elementos químicos, hay riesgo tóxico, deben colocarse tapabocas y además van a
trabajar en altura. Los postes se cubren con pintura aluminio desde la punta hasta la altura de 2 metros, de
ahí para abajo aplicaremos pintura negra.

—Ustedes pinten esos 2 de baja tensión, para que Hernández no se queje tanto.

Dijo Rivas, señalando al grupo donde estaban además de éste: Sánchez, Flores, Angulo y Acosta.

—Ustedes pinten éstos 2.

Indicó al grupo donde yo me encontraba. Se trataba de un poste de alta y uno de baja tensión. Al
último grupo, donde estaban Chacón, Echenique, Angulo, Alcázar y Guerra les tocó igual, uno de alta y uno
de baja tensión.

Dadas las órdenes cada equipo se dedicó a lo suyo. Nosotros tomamos 2 brochas, 1/2 galón de pintura
aluminio y 1/4 de pintura negra. Carrillo y Manrique se subieron a pintar la parte de aluminio. Al bajar éstos,
Salas y yo pintamos la parte inferior de color negro. Tarre prefirió ayudar limpiando las brochas para evitar
ensuciarse la ropa. El profesor ya tenía suficientemente diferenciada las conductas de los aprendices del
grupo Edison. Hernández a quien había visto varias veces con intenciones de hacer maldades a los demás,
esta vez le dijo:

99
LOS APRENDICES

—Lo estoy cazando a ver qué es lo que va hacer.

Porque lo vio que llevaba la brocha en la mano con intenciones de pasársela por la espalda a otro apren-
diz.

Hernández respondió:

—No profe, yo no estoy haciendo nada, además yo no soy ningún venado, cachicamo, o lapa para que
usted me case.

En ese momento el profesor quiso reírse.

Culminado el día de trabajo abordamos el camión, algunos con las bragas azules salpicadas de pintura
negra y plateada.

—Mire toche cómo se manchó toda la braga.

Le comentó Chacón a Guerra.

—Fue Angulo que me salpicó desde arriba— Le respondió el aprendiz.

Mientras Hernández dijo en alta voz:

—El negro Ibrahim no quiso pintar porque si se manchaba de aluminio iba a parecer una caraota sati-
nada.

Esta expresión levantó una risa colectiva.

—Deja quieto al que está quieto— Refunfuñó Tarre.

Hoy es martes 18 de noviembre, siendo las 8:00 am ya estábamos en el taller de redes atentos a lo que
explicaba Rivas, sobre las actividades del día:

—Hoy vamos a vestir los postes y a tender los conductores en alta tensión.

Decía mientras hacia la lista en el pizarrón, de lo que debíamos montar en el camión: 3 crucetas, 4 aisla-
dores de tensión, 2 aisladores de pase, 6 pletinas, 6 perchas 16 abrazaderas de 3 a 5 pulgadas, 30 aisladores de
carrete, 800 metros de conductor sólido de cobre número 6. La señorita, 2 sapos y una barra copperweld para
aterrar los pararrayos. Con la carga ya lista salimos del Centro de Formación al área de trabajo. En el camino los
2 zulianos nos recordaron que hoy es el día de su patrona La Virgen de Chiquinquirá.

Al llegar, de inmediato la reunión en redondo y las instrucciones del profesor:

—Los equipos de trabajo hoy van a estar conformados así: Flores, Angulo, Tarre, Echenique y Acosta.
Hernández, Sánchez, Barrios, Castelli y Guerra. Manrique, Chacón, Salas, Carrillo y Alcázar. Como de cos-
tumbre evalué mi equipo y me preparé psicológicamente para adaptarme a las pesadas bromas de
Hernández, la delicadeza de Castelli y la lentitud de Guerra.

—Bueno, en el orden que los mencioné, ustedes primero desconectan la corriente, luego colocaran los
aisladores en el poste donde vamos a hacer la conexión. Como ven, ese poste ya tiene sus 2 crucetas, luego
van a vestir los 2 postes de baja tensión que siguen— Dijo Rivas señalando al primer grupo que nombró y el

100
JUAN BARRIOS

lugar donde trabajarían.

—Ustedes 5— Señalando al segundo grupo.

—Van a vestir el poste de alta tensión y el de baja que sigue. Los demás trabajaran en los 2 postes de
baja tensión y alta que continúan— Concluyó señalando al tercer grupo.

Todo lo necesario estaba en el camión, los de mi equipo nos fuimos a la sombra de uno de los mangos,
con el fin de anotar lo que requeríamos para ejecutar lo que nos indicó el profesor. Hernández le dio un trozo
de papel y un bolígrafo a Guerra y le dijo.

—Toma gordo anota ahí.

Guerra tomó ambas cosas y comenzó a escribir lo que se le iba indicando.

—Primero anota lo del poste de alta tensión— Sugirió Sánchez.

Yo comencé y le dije:

—Una cruceta.

Luego Hernández:

—Dos aisladores de pase.

De nuevo Sánchez:

—Una percha con su palillo.

Ahora intervino Castelli:

—Son 4 abrazaderas: 2 de 3/2 a 4/2 pulgadas, y 2 de 4 a 5 pulgadas.

Hernández adicionó:

—5 aisladores de carrete.

Yo intervine de nuevo:

—2 pletinas.

—Guerra preguntó nuevamente:

—Y ¿Para la baja tensión?

Castelli respondió:

—Una percha con su palillo.

Sánchez agrego:

—5 aisladores de carrete.

Guerra preguntó esta vez:

101
LOS APRENDICES

¿De qué medida son las abrazaderas?

—2 abrazaderas de 3 a 4 pulgadas— Respondió Hernández.

—¿Qué más falta?— Preguntó Guerra de nuevo.

—Creo que eso es todo— Respondió Sánchez.

Después de anotarlo todo nos fuimos al camión, a bajar los materiales. Ya estaban casi terminando de
bajar los suyos el grupo donde estaban Manrique, Chacón, Alcázar, Salas y Carrillo, demostrando así ser el
equipo más eficiente del día. Nosotros en segundo lugar, casi alcanzados por el tercer equipo.

Las crucetas son unas piezas de acero galvanizado, dobladas a lo largo en ángulo de 90 grados, que se
fijan en un poste para alta tensión, donde además de los aisladores se colocan los otros implementos de
acuer-do a lo que se necesite; como pararrayos, seccionadores y algunos tipos de transformadores. También
pueden ser de madera.

Luego de tomar los materiales nos repartimos el trabajo: Hernández y Sánchez montaron la cruceta en
la punta del poste de alta tensión, con sus aisladores de pase, en la parte media de este poste estaba Castelli
colocando la percha con sus aisladores de carrete, mientras en el poste de baja tensión estábamos Guerra y
yo instalando la otra percha con sus aisladores de carrete. La verdad es que no era necesaria tanta gente para
este trabajo, que bien podían haberlo hecho dos buenos linieros, pero como era un asunto de entrenamiento
de los aprendices se justificaba.

Cada uno tomó sus cinchas, su cinturón de seguridad y su alicatera con las herramientas. Subimos a
los postes, abajo quedó todo organizado, de manera que el chofer Argenis al hacer el papel de ayudante,
amarrara en el peón las cosas que desde arriba se le iban pidiendo. Hernández luego de amarrarse a la punta
de la botella más delgada, haciendo dúo con Sánchez gritó:

—¡Argenis ya nos puede pasar las abrazadera!.

Mientras tanto Castelli estaba ya ubicado en la segunda botella y se disponía a solicitarle los accesorios a
Argenis, cuando comenzó a sentir algo que caía sobre su casco. Al voltear hacia arriba observó que Hernández le
lanzaba piedrecillas, que momentos antes había recogido del suelo y guardaba en el bolsillo de su braga.

Argenis amarraba las abrazaderas solicitadas, cuando Castelli le reclamó a Hernández:

—Oiga toche, ¿Usted no se cansa de echarle vaina a los demás?

Los 2 de arriba se rieron, lo que hizo enojar más a Castelli.

—Ustedes tienen que bajar de ahí algún día. Les advirtió, amenazándolos con la llave ajustable que
tenía en su mano derecha.

Castelli tenía esa característica, era muy delicado y refinado por lo cual muchos se equivocaban con él,
hasta jugarle bromas comparándolo con una niña, pero al enojarse se tornaba sumamente agresivo, su
temper-amento cambiaba y era de temer.

En mi poste de baja tensión, con mi compañero pícnico yo halaba el mecate, donde Argenis había am-

102
JUAN BARRIOS

arrado las dos abrazaderas, en las que fijaríamos la percha. Yo había subido de primero al poste y tuve que
esperar a que Guerra subiera y se acomodara. Colocar esa percha era trabajo de un solo hombre, pero como
se trataba de hacerlo en equipo por eso subimos 2.

—Pásame la percha ahora— Le grité a Argenis, que venía de atender a otro equipo.

Para ponerlo a participar le dije a Guerra:

—Toma el mecate y sube la percha

El gordito accedió, subió la pieza y la colocamos en el lugar indicado.

Cuando terminamos de colocar las crucetas y perchas con sus aisladores serian ya las 11:30 de la maña-na.
Los 3 equipos terminamos casi iguales, bajamos de los postes y nos dispusimos a tomar el almuerzo: Are-pas
rellenas con atún desmenuzado, jugo de naranja y de postre 2 cambures para cada uno. El río servía para el aseo
de manos y cara, lo que hacíamos rápidamente para ir a comer y calmar el intenso apetito. La mayoría nos
comimos 2 arepas cada uno salvo Angulo, Guerra y Carrillo que se comieron 3 cada uno. Luego del breve
descanso acostumbrado, el profesor Rivas nos llamó a la reunión en círculo, debajo de los mangos:

—Vamos a dejar lista hoy la línea de alta tensión, por eso montaremos el conductor número 6, sólo
que vamos a distribuir el trabajo así: Los que subieron a los postes de baja tensión, ahora van a subir a los de
alta para que fijen las líneas en las crucetas.

Los del grupo nos vimos las caras y cuando mi vista se cruzó con la de Guerra pensé: “Vas a tener que
echarle pichón gordito”.

—Los demás se quedan abajo para que extiendan el conductor de cobre— Concluyo el profesor.

En el poste de toma se subieron Tarre y Acosta, en el del medio Guerra y yo, y en el último Manrique
y Carrillo, a quienes además de sujetar las líneas les correspondía colocar los seccionadores y pararrayos. El
resto de los aprendices se acercó al camión que ya Argenis había colocado en el lugar y posición adecuados
para bajar el carrete y así desenrollar aquel rígido conductor de cobre. El carrete fue bajado por 4
aprendices, ayudados con un tubo que les sirvió de palanca. Ya en su sitio, Sánchez y Echenique
dispensaban el material, mientras los otros lo estiraban para atarlo al mecate peón de Tarre y Acosta.

Se estiró la primera línea de cobre y fue colocada por Acosta en uno de los aisladores de tensión. El
conductor, sin ser cortado fue pasado por encima de las crucetas. En mi poste Guerra y yo lo colocamos enci-ma
del aislador de pase y le hicimos su amarre. En el último poste Carrillo y Manrique tenían la señorita y el sapo
listos para tensarlo. A ellos les tocó amarrar los conductores en los aisladores de tensión del último poste.
Mordieron el conductor con el sapo comenzaron a operar la señorita hasta que el conductor quedo bien tensa-do.
Después Argenis les pasó los 2 seccionadores y los 2 pararrayos que protegerían el circuito. La operación se
repitió con el otro conductor, quedando así ya instaladas las 2 líneas de alta tensión. Menos mal que Guerra logró
vencer el vértigo que le producía estar en lo alto y por momentos me decía:

—Barrios, me da como un mareo, no puedo ver para abajo.

—Eso se te pasa con la práctica, si vas a ser liniero tienes que vencer eso— Le respondí. Los 6 apren-
dices bajamos de los postes de alta tensión. El profesor les dijo a Chacón y a Alcázar:

103
LOS APRENDICES

—Vayan los 2, tomen la pértiga y conecten la corriente.

Ambos cumplieron la orden, tomaron el utensilio y caminaron por un atajo hasta llegar al poste donde
estaban los seccionadores, los cuales accionaron restituyendo el servicio. Serían ya las3 de la tarde, cuando
estábamos ya todos listos en el camión para regresar al Centro de Formación.

En el camino los dos zulianos cantaron canciones a La Chinita:

En todo tiempo cuando a la calle sales mi reina

Tu pueblo amado te ha confundido en un solo amor

Amor inmenso, glorioso, excelso, sublime y tierno

Amor celeste divinizado hacia tu bondad

Hoy 20 de noviembre concluye nuestra tercera semana de trabajo fuera del Centro de Formación.
Siem-pre muy emocionados cumplimos con nuestra rutina de inicio del día y a la hora indicada estábamos
en el taller de redes. Después de escuchar atentamente las explicaciones del profesor:

—Hoy vamos a correr las líneas en bajas tensión y del alumbrado público.

Anotó como siempre las cosas en el pizarrón: Un rollo de conductor sólido de cobre calibre 4, la
señori-ta, los sapos, los conectores de bronce k su número 4. Luego salimos al patio y con la ayuda de un
motón car-gamos en el camión el pesado rollo de conductor y los demás implementos. Abordamos y nos
dirigimos rumbo a El Oasis. Al llegar al lugar de trabajo bajamos todos y de inmediato el profesor nos
reunió para organizar la actividad:

—3 voluntarios que quieran quedarse en tierra para pasar los objetos a los que van para arriba.

Guerra levantó la mano de primero y dijo:

—Yo profesor.

Lo que era de esperar debido a su fobia a las alturas. Le siguió Alcázar y todos nos quedamos extraña-
dos, dado que a pesar de sus vicios era activo y siempre quería estar en el protagonismo. En voz baja criticó
Carrillo:

—Luis lo que quiere es poder fumarse un cigarro y tener el chance de ir a cotorrear con la guaricha
Mar-garita, por eso quiere estar abajo.

—¡Cállate, no le eches paja!— Le murmuró Hernández.

Como faltaba uno para el trabajo en tierra el profesor Rivas le dijo a Manrique:

—Marcos, como usted se fajó como los buenos en el tendido del primario, ahora va a trabajar abajo.

No se hizo esperar la reacción del aprendiz, quien protestó:

—Vos veis profe, me tratáis como un flojo.

—Tranquilo, unas son de cal y otras son de arena —Aconsejó Rivas.

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JUAN BARRIOS

El profesor dio instrucciones a Argenis para que colocara el camión al final del tendido, de donde se
iría desenrollando el conductor para desplazarlo a lo largo de la hilera de postes. Con la ayuda de una
palanca y entre varios aprendices se logró bajar del camión el pesado rollo de conductor de cobre, el cual
cayó al suelo en posición que facilitara su desenrollado. Rivas nos organizó a los otros 12 de esta manera:
Angulo con Tarre, Chacón con Castelli, Echenique con Hernández, Flores con Salas, Barrios con Sánchez y
por último Carrillo y Acosta. Era una estrategia para evaluar en pareja. La actividad que íbamos a hacer
requería dedicación, se trataba de pasar por cada uno de los aisladores de carrete el conductor de cobre.
Cada percha tenía 5 aisladores de carrete, pero sólo se habilitarían 4, dejando en cada percha uno en reserva
para una futura línea que hiciera falta, cuando el poblado creciera. O sea que en este momento colocaríamos
2 líneas de fase, una de neutro y una de fase para el alumbrado público. Serian en total 4 líneas, cada una de
180 metros, para un total de 720 metros de conductor. Lo que significa que el rollete que acabamos de bajar
del camión contendría más de esa longitud y pesaría unos 150 kilogramos. La percha es una pieza de acero
galvanizado, con varios espacios atravesados por un perno llamado palillo, donde van colocados los
aisladores de carrete, su largo depende de la cantidad de aisladores que contenga.

Me pareció bien que mi compañero fuera Sánchez, un joven que tomaba su aprendizaje con mucho
interés y seriedad, enérgico, con buena voluntad y cooperador. Nos tocó uno de los 2 postes intermedios y
pasar cada una de las líneas por la percha y luego hacer el amarre con alambre de cobre número 10. Todos
los que íbamos a trabajar arriba tomamos nuestras cinchas y equipos de seguridad y nos dispusimos a subir a
los postes. El profesor observaba los movimientos de los que íbamos subiendo y llamó la atención a Tarre y
a Angulo por su calma excesiva y a Hernández y Echenique porque éste se quedó retardado debido a que
Hernández, que iba adelante le daba con el zapato en el casco cada vez que se acercaba.

Argenis colaboraba con los aprendices en tierra y amarró al peón de Carrillo y Acosta la punta del rol-
lete de conductor, estos lo halaron y lo pasaron por el aislador de carrete superior, hasta que la punta al estar
en tierra fue tomada por Manrique, quien la ató al mecate de Sánchez, que conmigo estaba en el siguiente
poste. Sánchez lo tomó y ambos lo pasamos por el aislador superior de nuestra percha. Así sucesivamente se
pasaron todos los conductores hasta el último y sexto poste, donde Tarre y Angulo hicieron los amarres en
los aisladores de tensión.

El sol mañanero arreciaba y Rivas observaba unos cúmulos que se formaban hacia el este; se le podía leer
el pensamiento: “Esta tarde llueve”. Mientras tanto Carrillo y Acosta colocaban el sapo y accionaban la señorita.
Argenis dejó que los aprendices que hacían de ayudantes hicieran su función y ellos sin organizarse terminaron
atendiendo 2 postes cada uno: Alcázar se ubicó en los postes que estaban cerca de la casa de Mar-garita, Guerra,
tal vez por su necesidad de sombra y agua buscó estar lo más cerca posible del camión, que Argenis luego de la
descarga había ubicado debajo de uno de los mangos, Manrique se dedicó a atender desde abajo a Carrillo y a
Acosta. Cuando estaban en plena faena éste último cortó el conductor, el cual se le escapó de las manos y el
espiral fue a caer encima de la humanidad de Manrique envolviéndolo. El zuliano le gritó:

—¡Hey! ¿Vos como que queréis matarme?

—No vale disculpa, fue sin intención Respondió el barinés.

El profesor había decidido que trabajáramos corrido hasta terminar, para no interrumpir y además por el
tiempo de lluvia que avanzaba. Se percató de la ausencia de Alcázar y lo observó cuando salía de la casa de

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LOS APRENDICES

Margarita. Cuando se le acercó le dijo:

—Luis las visitas se pueden hacer los domingos, hoy es un día de trabajo.

Terminamos y recogíamos las herramientas, ya comenzaba a llover y tuvimos que comer dentro del
camión. Eran ya la 1:20 de la tarde en mi reloj Mulco adquirido con lo ahorrado de la beca. Regresábamos al
Centro de Formación en medio de un fuerte aguacero, el rio había subido su nivel, las ruedas del camión
levantaban el agua del pavimento. Tuvimos que cerrar todas las compuertas y hacía calor adentro. El olor de
Angulo lo impregnaba todo.

Llegamos al Centro de Formación y ya había escampado, eran las 2:05 de la tarde, nos dirigimos al
tall-er de redes a bajar los materiales y herramientas, el rollo de conductor había quedado flaquito y liviano,
fue bajado solo por Carrillo. Al terminar de organizar las cosas en el taller. Nos fuimos al dormitorio a
ponernos los shores para luego darnos un baño y esperar la hora de la cena.

El martes 25 de noviembre, estábamos en el taller de redes escuchando las explicaciones del profesor
con un trasformador, que luego montaríamos en el camión:

—Éste es un transformador trifásico de 25 KVA, aquí vamos a conectar 2 conductores en 13800


voltios, para salir en baja tensión con 120/240 voltios.

Ya conocíamos estos términos que empleaba en su clase de Electrotecnia el profesor Lucio Galindo.
Pero lo interesante de hoy era que instalaríamos nuestro primer transformador. Este aparato había sido traído
al Centro de Formación desde Valencia y dejado ahí para que culmináramos nuestro trabajo en El Oasis.

—Comparando la capacidad del trasformador, con la carga que tienen las 13 viviendas que se van ali-
mentar de él estamos sobrados— Dijo Rivas.

Claro, se basaba en un nivel de consumo muy bajo, que tenían aquellos vecinos de El Oasis, donde en
una vivienda apenas había una plancha, una que otra nevera, máximo 5 bombillos, 1 ventilador y donde sólo
2 tenían televisión. Una de las cargas más importantes para este circuito era el alumbrado público.

Con la ayuda del motón montamos el transformador en el camión, además de 6 lámparas de vapoleta con
sus brazos, 6 sócate y los fusibles, igual cantidad de bombillos de 150 vatios y la cantidad de cable de cobre
cubierto número 4 suficiente para instalar el transformador. Hoy debe culminar nuestro trabajo. Muchos tenía-
mos la mente puesta en las vacaciones de mediados de diciembre, cuando recibiríamos nuestra notificación del
lugar, donde en enero nos iríamos de pasantías, y no regresaríamos al Centro de Formación sino hasta la
graduación. Sin embargo, no dejaba de entusiasmarnos la ida a el Oasis, para culminar nuestro pequeño tra-bajo
de electrificación. Este sentimiento hacía que la algarabía fuera mayor. El profesor mostraba una cara de
satisfacción al vernos tan felices. Abordamos el camión, en el camino todos queríamos hablar de algo. Faltaba
poco para cobrar la beca y algunos hacían planes para comprar cosas que llevarían a su lugar de origen.

—El fin de semana voy a comprarme una camisa y un pantalón para estrenármelo el 24 en San
Fernan-do— habló en voz alta el apureño Carrillo

—Yo también pienso comprarme una ropa y unos zapatos— Dijo el monaguense Salas

Intervino el caraqueño Tarre:

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JUAN BARRIOS

—Ustedes que van para el monte tienen que comprar en Valencia, yo no, yo compro en Chacaíto, en
Caracas la sucursal del cielo

—¿Qué vais hablar? si vos compráis en El Cementerio y lo que venden ahí lo llevan del Zulia—Opinó
Echenique.

Éste último para no escuchar lo que le pudiera responder Tarre, se puso a cantar una gaita que en esos
días se oía mucho por la radio:

Canta gaitero, gaita zuliana

Porque no quiero que se nos muera la soberana

Por favor la melodía, no la maten que es zuliana

Es muy hermosa, indiana, gallarda, heroica y bravía

Por favor la melodía no la maten que es zuliana

Es muy hermosa, indiana, gallarda heroica y bravía

Cantemos la tradición, la gaita hay que defender

No la vaya hacer perder la innovación.

Al escuchar a su paisano, Manrique tomo 2 destornilladores y con el mango comenzó a golpear su


casco a manera de tambor, haciéndole compañía. Llegamos al sitio de trabajo y de inmediato a nuestra
reunión en círculo:

—Vamos a trabajar en pareja, pero uno tiene que ir a sacar y meter la corriente y además va a trabajar
abajo como ayudante— Indicó Rivas.

De inmediato levantó la mano Luis Alcázar:

—Yo profe, voy a desconectar y luego a conectar.

—Está bien Luis— Respondió Rivas, sin poner mayor atención al interés del aprendiz, de poder tener
contacto con Margarita.

—Los demás trabajarán así: Echenique y Carrillo se quedan abajo; van a subir 2 en cada poste,
Hernán-dez con salas, Castelli con Acosta, Angulo con Chacón, Guerra con Barrios, Sánchez con Tarre y
Manrique con Flores.

A los dos últimos que el profesor nombró les correspondió conectar el transformador, una lámpara y el
sistema de control del alumbrado público, porque el poste que le asignaron llevaba todos esos equipos.
Alcázar tomó su cincha y acompañado de Argenis se fue al poste donde haría el corte de corriente.

—Manrique y Flores suben de primero, los demás se quedan abajo para que observen el montaje del
transformador— Ordenó Rivas.

Los 2 aprendices, al recibir la señal de Argenis de que ya el circuito estaba desenergizado procedieron a

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LOS APRENDICES

subir. Desde abajo el profesor daba las instrucciones, mientras Salas se le acercó y le dijo:

—Profe, mejor hubiera subido yo a instalar el transformador en vez de Flores.

—Dejémoslo que lo haga, si no todo el tiempo va a ser un mandadero— Le respondió Rivas.

—Primero colocan la abrazadera donde va el transformador, luego ponen el agarre del motón en la
mitad de la cruceta— Ordenó Rivas.

Echenique amarró la abrazadera al mecate peón, para que los de arribas lo halaran. Una vez colocado
el agarre del motón en la cruceta, Manrique hizo llegar el garfio del motón al profesor, quien lo tomó. Con
un mecate corto le hizo un amarre con asa al trasformador, donde colocó el garfio del motón.

Carrillo y Echenique halaron en tierra el mecate del motón y el transformador comenzó a subir, guiado por
otro mecate que el profesor amarró en la barriga del aparato y que él mismo operaba. Cuando el transfor-mador
llegó a su sitio los aprendices de arriba procedieron a su fijación. Luego siguiendo las instrucciones del profesor,
efectuaron las conexiones en alta y baja tensión, quedando el transformador en espera desenergizado.

Mientras todos estábamos distraídos, nadie percató la ausencia de Alcázar, quien de regreso de de-
sconectar el circuito se hizo el tonto y aprovechó de entrar a la casa de Margarita, quizás con la intención de
hacerle la última visita dentro de la actividad que estábamos realizando. A lo mejor en otra oportunidad
volvería donde ella.

—Ahora si pueden subir a instalar las lámparas— Nos indicó el profesor.

Todos nos fuimos a los postes correspondientes, de acuerdo con las duplas que nombró. Las lámparas
estaban ya al pie de cada poste, con todos sus accesorios: abrazaderas, el cable, el fusible y el bombillo. Los
ayudantes las ataban al mecate de servicio o peón y los de arriba las halamos, colocamos a la altura prevista,
las conectamos y quedaron listas para cuando conectaran la corriente.

El profesor rondaba de poste en poste, para verificar si todo estaba quedando en orden. Cuando todos
habíamos bajado, ordeno a Alcázar, quien ya había salido de la casa de Margarita, para que conectara la cor-
riente.

—Vamos a probar el circuito, esto va a quedar desenergizado, porque ahora el primero de diciembre viene
el gerente de Carabobo junto con el director del Centro de Formación a inaugurarla y quedará en servi-cio.
Mañana debe venir un personal de CADAFE a conectar cada una de las casas a la línea nueva— Informó.

En efecto, Alcázar conectó los seccionadores en el punto de alimentación, luego cerró los del poste del
transformador recién instalado. Estando el circuito energizado las luces del alumbrado público no encendieron
porque era de día, entonces el profesor tomo una cincha y se subió al poste donde estaba el sistema de control, lo
cubrió con un paño que cargaba en el camión y las luces encendieron en su totalidad. Observando esto dijo:

—Perfecto, todo está bien.

Recuperó su toalla, pidió la pértiga, desconectó los seccionadores y se bajó.

Hoy el almuerzo era algo especial: pollo horneado, yuca frita, ensalada de repollo con zanahoria y re-
molacha, jugo de naranja y torta.

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JUAN BARRIOS

A la 1:30pm estábamos ya en el camión, listos para regresar al Centro de Formación. Atrás la algarabía
era insoportable: Manrique siguió con su casco como tambor. Hernández tomo 2 cucharillas y se escuchaban
varias voces que cantaban:

Tucusito, tucusito

Llévame a cortar las flores

Tucusito, tucusito

Llévame a cortar las flores

Sabes que en las navidades

Se cortan de las mejores

Sabes que en las navidades

Se cortan de las mejores

Vuela, vuela

Llévame a cortar las flores

Vuela, vuela

Llévame a cortar las flores

Te vestiste de amarillo,

Pa que no te conocieran

Te vestiste de amarillo,

Pa que no te conocieran

Amarillo es lo que luce,

Verde nace donde quiera

Amarillo es lo que luce.

Verde nace donde quiera.

Vuela, vuela,

llévame a cortar las flores

Llegamos a Centro de Formación felices todos, incluyendo al profesor y a Argenis, quienes nos felic-
itaron cuando descargábamos las cosas del camión. El hecho de haber culminado bien el trabajo, con cero
accidentes, la cercanía de diciembre y de la fecha para irnos a nuestros hogares eran demasiados motivos
para estar felices.

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LOS APRENDICES

EL TRACTOR Y LA CALDERA

Unas de las particularidades del Centro de Formación es que fue una creación única en el país, con el fin
de formar un recurso humano especializado para el sector eléctrico. Buena parte del personal docente fue enviado
a Francia, mediante un convenio con ese país para preparar los instructores, en disciplinas que se estaban
iniciando. Pero estos profesores además de contar con material didáctico procedente de allá, también debieron ser
creativos, como en realidad lo fueron, para adaptarlo a nuestra realidad, sobre todo en lo referente a las prácticas
y talleres, cuyos contenidos no estaban en los manuales ya existentes. El INCE jugó un papel importante en este
sentido. Los primeros docentes del Centro de Formación tuvieron que ingeniárselas para cubrir las prácticas
necesarias a fin de optimizar el índice de preparación de los aprendices. Profesores como Víctor Salgari, entre
otros, quien debió impartir las asignaturas de Tecnología Mecánica, Mecánica de Ajuste y Mecánica de
Maquinarias y Herramientas. Venido de su ciudad natal Bari, en Italia, mediante la inmigración que se dio en ese
país después de la Segunda Guerra, se desempeñaba como técnico industrial. En Venezuela trabajó en Caracas
como perito mecánico. Ya en el Centro de Formación, en sus inicios no tenía los equipos y herramientas que
consideraba necesarios para la enseñanza aprendizaje, por eso manifestaba constantemente su preocupación al
director Tapies, quien en distintas oportunidades le respondió:

—Salgari, tendrá usted que dar clases de tornería y mecánica teóricas porque no tenemos presupuesto
para adquirir los tornos y equipos.

Tanto insistió que pasados unos meses el director lo llamó:

—Profesor Salgari vamos a Maracay inmediatamente, que hay unos tornos viejos que nos van a donar.

Salgari, mostrando una gran alegría suspendió lo que estaba haciendo, le respondió.

—Sí, vamos.

Ambos se dirigieron a un lugar en Maracay donde había equipos usados que iban a ser convertidos en
chatarra, muchos por que no se adaptaban al cambio de frecuencia que para entonces se estaba realizando en
el país.

—¿Qué puedes necesitar de todo esto? — Preguntó Tapies.

—Se puede recoger todo esto y se lleva al Centro de Formación, que eso sirve para la práctica de los
muchachos— Contestó Salgari.

Lograron obtener 5 tornos de un metro, 1 torno de 2 metros y medio, 1 taladro de banco, además de
cepillos, taladros de mano, motores usados, otros equipos y piezas sueltas, que fueron llevados en el camión que
conducía Argenis al Centro de Formación. Después entre los años 1966 y 1967, Salgari, con el apoyo de los
profesores Bartold Bernard, Moisés Viera, Aldo Escorihuela y la participación de los aprendices de Diesel y
vapor los fue reparando e instalando, quedando así establecido el Taller de Mecánica de precisión y Tornería. Los
tornos quedaron como importantes elementos de enseñanza, donde los jóvenes aprendieron a fabricar los
conectores que sujetan las líneas de alta y baja tensión. Se cortaban las barras luego la elaboraban, se torne-

110
JUAN BARRIOS

aban, roscaban y se le hacía la U. También se instaló un torno para madera donde se hacían los mangos para
las limas.

El profesor Moisés Viera, quien tenía a su cargo la asignatura Tecnología Diesel, debía complementar
las clases teóricas con la práctica necesaria, por lo tanto requería los elementos para eso. Un día se dirigió a
Salgari:

—Oye Victor.¿Con que le enseño yo la práctica a estos muchachos? No tengo nada con qué hacer el
taller.

Salgari le respondió:

—Vete ahí a Los Chorritos, en la vía Valencia Tocuyito y en una de esas chiveras solicita te donen
unos motores viejos y pones a los aprendices a desarmarlos para que aprendan.

Viera mostró su alegría y al día siguiente fue con Argenis en el camión y logró conseguir varios motores.
Posteriormente se le vería en su flamante taller, con los aprendices alrededor de un motor desarmado:

—Estos son los pistones, estas son las bielas, aquí están las bocinas, éste el cigüeñal, estos los levan-
taválvulas.

En esa búsqueda de elementos que contribuyeran a enriquecer el proceso enseñanza aprendizaje se


logró conseguir un tractor y una caldera que fueron llevados al Centro de Formación. El tractor había sido
visto por el profesor Moisés Viera abandonado en una planta eléctrica en el oriente del país, cuando era
funcionario de CADAFE pero aún no era profesor del Centro de Formación. Una vez que está ejerciendo la
docencia ve la necesidad de tener un motor Diesel, para la práctica de los aprendices de esa especialidad.
Hizo las diligencias en Caracas para que se lo donaran. Sus esfuerzos dieron fruto y el tractor fue donado.
Lo trasladó al Centro de Formación, donde además de utilizarse como una guía de clases, fue rehabilitado
todo. Se le reparó el motor, motor de arranque, bocina, inducido; se le reconstruyeron muchas piezas, se le
fabricaron otras. Todo bajo la dirección del profesor Viera, el apoyo de los profesores Salgari y Escorihuela
y la participación de los apren-dices de la especialidad de Diesel. También se le hicieron reparaciones de
soldadura con el aporte del profesor César Montes y los aprendices de ese taller.

Cuando el tractor estuvo operativo se utilizó en los movimientos de tierra, necesarios para facilitar la
expansión del Centro de Formación, porque el terreno no era plano, tenía ciertas ondulaciones y pequeñas
depresiones y lomas. Era un Caterpillar de oruga modelo D3, significó una gran ayuda, tanto desde el punto de
vista didáctico y también como factor de crecimiento y ampliación de la infraestructura y servicios. Algunos
aprendices de la especialidad de Diesel se apegaron tanto a esta máquina que la consideraban de su propiedad y
evitaban que otros la manipularan. Un joven margariteño de nombre Francisco Ceballos, que había trabajado
arduamente en su reconstrucción gozaba de un gran aprecio de parte del profesor Viera, éste llegó a decirle:

—Ceballos, cuídelo como si fuera suyo.

Estas palabras calaron tanto en el muchacho que tomó posesión de la llave de encendido y los fines de
semana pasaba todo el día haciendo movimientos de tierra, apenas se detenía para las comidas; se levantaba de
noche a ver si alguien estaba intentando manipularlo. Ante la presión de varios aprendices accedió a permitir que
algunos lo manejaran para que aprendieran y también colaboraran con el aplanamiento de los terrenos.

111
LOS APRENDICES

Pero llegó el momento en que dijo:

—Este tractor es mío, lo mantengo yo, lo lavo yo, por eso tendrán que pagarme un real por permitir
que lo manipulen media hora.

De ahí en adelante, en aquellos fines de semana de aburrimiento y ante la curiosidad de aprender a


manejarlo, muchos aprendices aportaron 50 céntimos de bolívares a Ceballos. Pero, un aprendiz llamado
Marcos Urbina de Aragua recibió la llave que le entregó Ceballos y encendió el tractor, éste, creyendo que
Urbina sabía manejarlo se descuidó, atendiendo a otros que también querían manejarlo. Al comenzar a
mover palancas la máquina empezó a dar vueltas sobre su eje en forma incontrolada, enderezándose de
golpe cogió rumbo hacia un terraplén. Ceballos al percatarse salió corriendo detrás, gritándole a Urbina:

—¡Páralo, páralo, páralo!

Desesperadamente se montó por encima de la oruga, logrando llegar a las palancas y detener el tractor.

—¿Porque no me dijiste que no sabías manejar esta vaina? —Le gritó.

—Yo te dije que me lo prestaras, pero creí que tú no te ibas a bajar. —Respondió Urbina.

Ceballos egresó en la tercera promoción, después no hubo quien cuidara el tractor con tanto celo, pero
continuó utilizándose en los movimientos de tierra, que cada vez eran menos. Cuando egresamos los de la
5ta promoción el tractor permanecía en el Centro de Formación más que todo como un elemento didáctico
de la especialidad de Diesel.

El profesor Moisés Viera invitó al profesor Aldo Escorihuela:

—Aldo, vamos a La Fría a buscar una caldera que nos van a donar.

—Yo te acompaño. ¿Cómo es el procedimiento? —Respondió Escorihuela.

—Tenemos un low boy disponible con su chofer, saldríamos mañana temprano —Sugirió Viera.

—Está bien, vamos—Aceptó el otro profesor con entusiasmo.

Era finales de 1967. El siguiente día en la tarde estaban ambos profesores en La Fría, población del
andino estado Táchira, contactando a unos franceses que estaban instalando una planta termoeléctrica, para
gestionar la donación de la caldera. Cuando llegaron al lugar donde estaba, al verla preguntó Escorihuela:

—¿Esta es la caldera usada que tienen ustedes aquí?

—La caldera no ha sido usada, vino con los equipos que trajo la empresa Alsthom cuando se instalaron
hace unos meses 2 calderas y 2 turbinas nuevas— Respondió el gerente de planta.

—Bueno, y ¿Qué pasó con esta caldera? — Preguntó esta vez Viera.

—Lo que pasó es que a esta empresa francesa le asignaron el contrato de la planta La Fría, aquí en el
estado Táchira. Ellos en la traducción al francés: La Froid pensaron que éste era un lugar de muy baja tempera-
tura, porque además queda en un estado andino. Por eso en el proyecto incluyeron una caldera pequeña de 20
caballos de vapor, para calentar el combustible que se usaría en las calderas grandes, que producirían el vapor

112
JUAN BARRIOS

para mover las turbinas. Cuando llegaron los técnicos e ingenieros franceses se encontraron con que este
lugar es de clima caliente permanentemente y no hubo necesidad de instalar esta caldera. No solamente les
ocurrió con eso, sino que cuando llegaron preguntaron:

—¿Dónde queda La Fría?

Esto es La Fría.

Les respondieron.

—¿Esto es La Fría?— Repreguntaron con asombro.

Seguidamente, todos sudorosos se dispusieron a desmontar las cargas. También tuvieron que desechar
y sustituir muchas cosas que venían destinadas al clima frío. Entonces se les veía cambiando abrigos de lana
por franelas, recortando los pantalones a las rodillas. Los gorros frigios fueron sustituidos por gorras de
beisbol. En fin de cuentas la planta se arrancó, todo funcionó bien y no hubo, por supuesto necesidad de
utilizar la cal-dera pequeña, porque no se tenía que calentar el combustible. Afortunadamente había un
destino más que jus-tificado que era el Centro de Formación. Al amanecer Viera y Escorihuela montaron la
caldera en el vehículo de carga y la llevaron al Centro de Formación, donde se tuvo muchas expectativas
sobre su utilización. Tenía los serpentines, pero le faltaban algunos elementos como un purificador de agua,
los desmineralizadores y los suavizadores, necesarios para ponerla en operación. Como no fue posible lograr
obtener estos dispositivos, por problemas presupuestarios, no se llegó a generar vapor en ella, ya que no era
recomendable que funcionara con agua cruda y sin purificar. Sin embargo, aunque no en la parte funcional,
estructuralmente sirvió como elemento de enseñanza, teniendo los aprendices de la especialidad de Vapor la
oportunidad de ver lo que era una caldera y estudiar sus componentes. Posteriormente en pasantías tendrían
contacto con instalaciones más complejas para estudiar su estructura y funcionamiento.

113
LOS APRENDICES

DE DEPORTES Y CULTURA

Con casi 200 adolescentes internados, con edades entre 14 y 18 años, seleccionados rigurosamente
según sus capacidades físicas, psicológicas y de conocimiento; el Centro de Formación representaba un
bastión donde había la posibilidad de desarrollar buenos atletas y destacados artistas. Aunque ese no fue el
fin para lo cual fuimos enviados allí, esto estaba dentro de las llamadas actividades complementarias. Un
fuerte limitante fue la inexistencia de áreas deportivas. En sus comienzos el Centro de Formación le dio
prioridad al desarrollo de infraestructuras para la docencia y el alojamiento, casi todo construido por los
mismos aprendices bajo la dirección de algunos profesores. Para el año 1969 no existían instalaciones
deportivas, sin embargo se hizo un esfuerzo para acondicionar algunas áreas con el tractor, donde luego fue
posible informalmente realizar juegos o caimaneras de fútbol y béisbol. De esta manera fue habilitado un
espacio ubicado entre el dormitorio y el comedor, que tendría unos 70 metros de largo por 50 de ancho, no
reunía las condiciones de una cancha, tampoco era totalmente plano pero su inclinación permitía que se
escurriera rápidamente cuando llovía. Las aguas iban a caer a la quebrada que separaba al Centro de
Formación de La Guásima. Durante la época de lluvias se cubría con los carrizales, que crecían a más de 1
metro de alto y los cadillares. Menos mal que con el tractor los aprendices fanáticos hacían la limpieza, pero
siempre quedaban terrones que dificultaban el de-splazamiento en el campo.

Tampoco había canchas de voleibol ni de basquetbol. Existió la idea de usar como cancha el patio de
formación, pero nunca se llegó a jugar ahí, más bien se jugaba voleibol dentro de la cancha de bolas criollas,
la cual se construyó por iniciativa del profesor de redes Joaquín Flores en la parte baja adyacente al casino.
En los laterales de esta cancha de bolas criollas se ubicaron 2 postes, donde junto con el alumbrado se
colocaron unos ganchos para el amarre de la malla. Todo esto hecho por los aprendices.

Al lado de la improvisada cancha de fútbol, los aprendices hicieron una rústica pista de salto largo, con
un pozo de arena en uno de sus extremos; donde un grupo de atletas se esmeraban para llegar cada vez más
lejos. Se destacaron 2 monaguenses: Luís Figuera y Efrén Peraza.

Era obligatorio el maratón de todas las mañanas desde el Centro de Formación hasta la carretera vía
Campo de Carabobo, por La Honda, ida y vuelta, comandados por el profesor Raúl Carriles. Para esto había que
estar en forma, quien desmayara era objeto de burlas de los otros aprendices. El profesor Carriles era un
aficionado del atletismo, también practicaba el fisicoculturismo y se preocupaba mucho por su aspecto físico. De
color blanco, casi rubio de estatura normal; su forma de caminar y hablar daba la sensación de tener alguna
desviación. Se vestía algo extravagante y usaba espejuelos con doble cristal unos para leer y los otros para el sol,
éstos los levantaba cuando estaba en aula y los bajaba cuando estaba en las áreas externas. Parecía salido de una
comedia de Broadway cuando llegaba al Centro de Formación en su Chrysler Barracuda color rojo de 1965,
vestido con pantalón y zapatos blancos y camisa roja, muy a la moda. Ocasionalmente su esposa lo iba a llevar o
a buscar, lo que apagaba la curiosidad de algunos aprendices en cuanto a si era gay o no. Por eso se originó un
comentario del mirandino Puente dirigiéndose al carabobeño Noguera:

—Ese profesor tiene que ser marico.

114
JUAN BARRIOS

—No seas mal pensado Gavilán, él tiene su esposa— Respondió Noguera.

—Bueno, ¿Y qué? Taparita, puede ser que juegue para los dos equipos— Replicó Puente.

Carriles siempre estaba pendiente en los maratones, porque algunos aprendices eran capaces de salirse
del pelotón en la ida, se escondían en el monte de la orilla del camino y cuando el pelotón venía de regre-so
se incorporaban de nuevo; más de una vez capturó a Angulo, al gordito Rosales o al fumador Alcázar,
aplicándoles la sanción de hacer varias lagartijas o darle varias vueltas a las instalaciones del Centro de For-
mación. Este profesor era muy amable y solía compartir mucho con los aprendices, cosa que no perdía de
vista el coordinador Barroso. Sus asignaturas oficiales eran Seguridad Industrial y Primeros Auxilios, pero
asumió las actividades deportivas, lo que le permitió estar por más tiempo cerca de los aprendices, incluso
fuera de horas de clases. Por si fuera poco enseñaba Dibujo Artístico a un grupo de aprendices, interesados
en aprender a armar un boceto, pintar un florero o una silueta humana. Unos pocos estuvieron inclinados a
esto, que era una actividad voluntaria; quedando en ellos la tendencia a practicarlo, porque el profesor decía
que era la manera de resaltar la perfección y la belleza, que era imponer el buen gusto.

En el deporte se destacaron muchos aprendices, en voleibol el zuliano José Silvera y el carabobeño


Luís Lamon, los monaguenses Efrén Peraza y Noel Bello, Gilbert González de Caracas, Sigfrido Sánchez de
Aragua, Oscar Aranda de Miranda ayudado por su gran estatura. Éste aprendiz era tan alto que sus overoles
debían ser ampliados con una franja de tela a nivel del abdomen para adaptarlos a su estatura, de allí vino su
apodo de Perro Salchicha. En fútbol fueron muy buenos los bolivarenses Alfredo Hernández y Abel Mata,
así como Juan Pastrano, Fernando Ramírez y Johnny Álvarez, los tres del estado Táchira. Hernández, quien
se desenvolvía bien con el balón, en las caimaneras solía tumbar a los contrarios con sus zancadillas
haciéndolos rodar sobre el rústico pavimento. El anzoatiguense Ubaldo Velásquez era el campeón en ping
pong, cuando se hacían las competencias entre los aprendices en un rústico mesón de concreto que estaba al
lado del dormitorio de los nuevos.

Además de las prácticas internas, los aprendices también participaron en competencias fuera del
Centro de Formación, como sucedió en varias oportunidades contra el equipo de la Asociación Cristiana de
Jóvenes YMCA, que sí tenían sus buenas canchas en la vía Valencia Tocuyito cerca del sector Los Chorritos.
Se compitió también con los trabajadores de CADAFE del estado Carabobo, a los que el equipo del Centro
de Formación les ganaba en voleibol y futbol pero no en softbol ni en bolas criollas. En varias oportunidades
los deportistas del Centro de Formación fueron invitados y asistieron a eventos en La Penitenciaria de
Tocuyito, donde compitieron contra los reclusos sin ningún contratiempo.

Había una competencia muy original en la especialidad de Redes, se trataba de subir con cinchas un
poste de los que se utilizaban para las prácticas de linieros. Sobre todo en las fechas de aniversario del
Centro de Formación o de la empresa CADAFE, se seleccionaban vario voluntarios de cada grupo del
Primer y Se-gundo Ciclo de Redes, una pelota u otro objeto colocado en la punta del poste servía como meta
y debía ser alcanzado y bajarlo en el menor tiempo posible. El profesor Rivas llevaba el cronómetro, el
primer y segundo lugar recibían un premio. En una oportunidad quedaron campeones en este orden:
Francisco Puente, José Sa-linas, Luís Figuera, Régulo Carrillo y Samuel Noguera.

El Centro de Formación era también un escenario para las manifestaciones culturales, muchos apren-
dices venían ya con sus inquietudes musicales, sobre todo el cuatro era el instrumento con el que algunos se

115
LOS APRENDICES

distraían, tocando y cantando canciones típicas de distintas regiones del país. Por las tardes luego de la cena
se escuchaba bien sea a un oriental como Félix Sequera, a un llanero como Iván Baloa o a un zuliano como
Fer-nando Ferró charrasqueando un cuatro y cantando algo típico o romántico. En algunos momentos de
fines de semana este compartir crecía y los aprendices se agrupaban a escuchar a los distintos intérpretes.
Los llaneros cantaban sus joropos, tonadas, pajarillos y pasajes; los zulianos sus gaitas, los orientales sus
galerones, polos y estribillos, también los larenses, falconianos, centrales y andinos expresaban su música.
Cuando estaba por llegar el fin de año, en los alrededores de los dormitorios, los viernes y sábados por las
noches se formaban las parrandas con varios cuatros y unos improvisados tambores y rayos de cocina.
Dentro del desorden y la bulla se alcanzaba a escuchar:

Oh luna que brilla en Diciembre

Se oye el tronar de un cañonazo

Y esta parranda querida

Viene a darte un feliz año

A través de esta relación entre los aprendices, se despertó la idea de formar un conjunto de gaitas impul-
sado por dos profesores: el zuliano Román Sánchez y el trujillano Fernando Villasana, quienes al darse cuenta de
las condiciones y actitudes de algunos aprendices comenzaron a llamar a aquellos voluntarios que tuvieran
cualidades para el canto, o que tocaran algún instrumento, principalmente el cuatro, las maracas, tambores,
furruco y charrasca. De esta manera los 2 profesores fueron conformando un equipo que ensayaba los días vi-
ernes en el comedor. Era el año 1966 y aun no se había construido el casino. Para ese año nace el conjunto Gai-
teros Eléctricos con la participación de aprendices de la primera y segunda promoción como fueron: Alcides
Hurtado quien tocaba el cuatro y apoyaba el coro, Antonio Aranguren charrasca y canto, Germán Cardona
cantante, Ismael Cruces tocaba el tambor, Aldemaro Granados con el furruco y Eduardo Holter furruco y coro.

No fue fácil para Villasana y Sánchez entrenar y coordinar aquel grupo de aprendices, que si bien
traían deseos y capacidad, aun no tenían la experiencia para tocar en grupo, pero se logró la integración
mediante la constancia y el ensayo, lo que permitió que el siguiente año el conjunto Gaiteros Eléctricos
estuviera en condi-ciones de participar en la animación de algunos eventos sobre todo de corte decembrino.
El conjunto se equipó gracias a las diligencias efectuadas por el entonces director Ramón Tapies, quien
logró la donación de los instrumentos por parte de la empresa CADAFE. Esto significó el fortalecimiento
del conjunto y comenzaron a hacer presentaciones fuera del Centro de Formación. Se fueron dando los
relevos y cuando una promoción salía se incorporaban nuevos miembros de las siguientes promociones. Así
ingresaron de la 3era promoción Juan Granados, y Mario Freites; de la 4ta Edgar Roye y Emilio Silvera. De
la 5ta promoción Fernando Ferró, Manuel Piña, Félix Sequera y Ovidio Andueza. Finalmente de la 6ta
promoción con un grupo casi totalmente renovado se incorporaron: Nelson González, Rosendo García,
Carlos Palma, Luís Goicoechea y un moreno venido de la Región Capital llamado Eulogio Romero, quien
decía que era de Caracas, pero era refutado por el otro moreno Ibrahim Tarre, quien le decía:

—No brother, negrito ¿tú de Caracas? Serás de Barlovento. De Caracas soy yo.

Romero se manejaba bien con la música negroide de la costa, lo que le agregó al conjunto un nuevo
tambor con sabor de parranda barloventeña:

116
JUAN BARRIOS

Barlovento, Barlovento

Tierra ardiente y del tambor

Barlovento, Barlovento

Tierra ardiente y del tambor

Tierra de la fulía y negra fina

Que se van de fiesta

Su cintura aprieta

Al son de la curveta

Y el taqui ti taqui de la mina

Al son de la curveta

Y el taqui ti taqui de la mina

Mientras tanto, los compromisos adquiridos por los gaiteros llegaron a ser tan diversos, que muchos de sus
miembros procedentes de estados lejanos, en vacaciones tuvieron que quedarse para cumplirlos, teniendo que
actuar en lugares como las sedes de CADAFE en Caracas, Maracay y Valencia; el parque de ferias y Club
Carabobo en Valencia, también en Maracay en el club de trabajadores de CADAFE, y el Círculo Militar.

Después de Tapies, los siguientes directores Luís Lombano y Adolfo Altuve Narváez continuaron
dando apoyo al conjunto de gaitas y el personal se involucraba más en sus actividades. Se sumaron a los
ensayos los profesores Miguel Borges de Física y Matemáticas y Orlando Betancourt de Electromecánica.
La secretaria del coordinador Barroso asumió la programación de las actividades y con su presencia
adornaba las present-aciones del conjunto.

Con el apoyo de la Gerencia de Relaciones Industriales de CADAFE se logró producir un disco en una
empresa de Caracas, el cual contenía 4 canciones en 45 revoluciones por minuto. Los títulos de las
canciones son: Somos los Eléctricos, Gaita a la Escuela, Valencia y sus Ferias, y Pepe Baila Merengue. La
grabación salió en 1970 convirtiéndose en la cúspide del conjunto de gaitas Gaiteros Eléctricos del Centro
de Formación, el cual por razones desconocidas se extinguió entre 1971 y 1972.

117
INDICE

PRÓLOGO..................................................................................................................................................................................6

DE LA CASA AL CENTRO DE FORMACIÓN............................................................................................................8

LA LLEGADA AL CENTRO DE FORMACIÓN..........................................................................................................12

ENTREVISTA CON BARROSO.........................................................................................................................................18

UNA NOCHE DE TERROR..................................................................................................................................................25

POR UNA PARTIDA DE TRUCO......................................................................................................................................28

UN PASEO POR VALENCIA...............................................................................................................................................32

PARA SALIR DEL CENTRO DE FORMACIÓN..........................................................................................................42

EL IMPASSE CON TOPOCHO...........................................................................................................................................47

UN SÁBADO DE FARRA.....................................................................................................................................................49

LA GUÁSIMA...........................................................................................................................................................................57

EL CASINO................................................................................................................................................................................63

OBSERVANDO CON LOS TEODOLITOS.....................................................................................................................65

INCIDENTE EN EL AULA DE TOPOGRAFIA............................................................................................................68

PONIENDO EN PRÁCTICA LO APRENDIDO............................................................................................................86

EL TRACTOR Y LA CALDERA........................................................................................................................................110
DE DEPORTES Y CULTURA...................................................................................................................................
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