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La idea central de ¿cómo es que conocemos? tiene varias aristas a considerar.

Desde las posturas


filosóficas empiristas y racionalistas se ha venido manejando que el conocimiento estaba polarizado
en alguno de los dos agentes que participan en la obtención de ese conocimiento. Los primeros, y su
realismo ingenuo, asegurando que la actividad del objeto otorga el conocimiento, y los segundos,
idealistas, asegurando que la actividad del sujeto otorga el conocimiento. Entre estas posturas, surgió,
de manera formal, a principios del siglo XX una nueva postura epistemológica conocida como
constructivismo.
El constructivismo, se diferencia del cognoscitivismo, tanto en que uno es una postura
epistemológica, y el segundo una interdisciplina, como también en la forma en cómo conciben la
pregunta de ¿Cómo conocemos? El cognoscitivismo diría que se procesa el conocimiento resultante
del contacto con la realidad siendo una postura idealista, mientras que el constructivismo diría que se
construye el conocimiento dada la interacción entre el sujeto y el objeto, y que, por lo tanto, no se
puede tener un acceso a la realidad siendo una postura interaccionista. No se niega la realidad, pero
ésta es inaccesible. Se sostiene, entonces, que es una postura de ´índole relativista en contra del
realismo, pero sin abandonar los supuestos lógicos del mentalismo (aunque éste sea uno muy
particular).
Esta postura surge de la mano de Jean Piaget, y tuvo (tiene) un impacto muy fuerte en varios
aspectos del saber. En filosofía de la ciencia, y en psicología se ha visto fincada su permanencia. Se
ha trasportado al terreno de la educación, pero con una visión sesgada de cómo “aplicarlo”.
Se rescata que la asimilación y la acomodación son los conceptos centrales en la postura
constructivista piagetiana, y que éstos fueron una extrapolación de conceptos traídos de la biología,
dada la formación en ciencias de Piaget. Sin embargo, en la práctica rescatada de su obra, a estos
conceptos se les dio un peso mínimo en comparación de los estadios del desarrollo. Incluso a éstos se
les dio una interpretación literal, y se confundió el “desarrollo” con la edad biológica, lo que llevó a
pensar que los niños tenían un “desarrollo” en los diferentes estadios con respecto a la edad biológica
sin considerar las formas de construcción del conocimiento, y que por el simple hecho de “crecer” se
alcanzarían estadios superiores.
La anterior puesta en escena de los malentendidos de la obra de Piaget pone en relieve ciertas
posturas críticas que son necesarias de reflexión con respecto a la educación. La primera tiene que
ver con la estructuración de un modelo educativo (el de la SEP) en una mala lectura de dichos estadios,
donde la se puede ver que por el simple hecho de cursar las clases ya se pueden haber construido los
conocimientos necesarios, por ende, reprobar a un niño es algo innecesario. Esto es un claro ejemplo
de cómo la mala interpretación de una postura teórica puede influir de manera negativa en la
construcción de una mejor educación. De hecho, acá se ve mejor representado el caso de los niños
“genios” que son tratados como “casos extraños” en esta mala interpretación, dado que “superan” o
se “sobreponen” a la dirección general que siguen los estadios en el curso natural de la vida de los
niños.
La segunda postura tiene que ver con el mero hecho de dar clase. En sentido estricto, existe
una imposibilidad lógica de poder dar clase, al menos en sentido convencional, dado que no se podría
obtener los mismos aprendizajes en todos los casos. Por ende, se tendría que repensar la forma en
cómo “dar clase” desde este paradigma. Crear conflictos cognitivos es la mejor respuesta ya que esto
permite que las estructuras se puedan volver a acomodar y dar paso a la construcción de nuevo
conocimiento, sin caer en el pensamiento de que se generará el mismo aprendizaje en todos los niños.
Es una forma de dar clase, aunque no considero que sea la correcta la visión constructivista ya que en
ella veo un supuesto organocentrista y mentalista.

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