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TEORIAS CRIMINOLOGICAS1

Documento de clases
Electivo “La Cárcel en Chile”
Carrera de Psicología
Universidad de Chile
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CAROLINA VILLAGRA PINCHEIRA

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Si usted desea citar este documento, se sugiere: Villagra, C. (2015) Teorías Criminológicas, Documento
de Clases, Electivo La Cárcel en Chile, Carrera de Psicología, Universidad de Chile.
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Psicóloga, Universidad de Chile; Master of Sciences in Criminology, University of Leicester, Reino Unido.
Docente del Departamento de Psicología, Universidad de Chile. !
Índice

I. Introducción

II. Antecedentes Históricos del Desarrollo de la Criminología

III. Las Doctrinas Fundacionales de la Criminología

1. Escuela Clásica de Criminología

2. Escuela Positivista de Criminología

IV. Contribuciones Disciplinarias

1. Teorías Biológicas del Delito

2. Teorías Psicológicas

3. Teorías Sociológicas

V. Teorías explicativas de la Delincuencia Juvenil

VI. Referencias

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I. Introducción

A través de la historia, el delito y la conducta criminal han sido explicados de acuerdo a los
valores, creencias e ideas dominantes de la época. Así, por ejemplo, en la era pre-moderna,
prevalecían nociones espirituales y mágicas propias de la religiosidad. Durante los últimos dos
siglos, con la aparición de formas seculares de pensamiento, la revolución científica, y los
cambios sociales, económicos y culturales, los esfuerzos explicativos en torno al delito han
tomado direcciones tendientes a la teorización e investigación sistemática y científica (Burke,
2005). Es decir, pese a que desde tiempos remotos han existido intentos explicativos acerca del
comportamiento delictivo, no es sino hasta el siglo XVIII que comienza a formarse un cuerpo
teórico enfocado al estudio de la conducta delictiva, denominado actualmente “Criminología” y
sus postulados se denominan Teorías Criminológicas:

Son aquellas explicaciones teóricas, basadas en evidencia empírica, respecto de la


conducta delictiva. Una teoría criminológica debe ofrecer un concepto del objeto a
estudiar (componente ontológico), un modo de aproximación al conocimiento del objeto
(componente epistemológico) y una propuesta de formas de intervención práctica
(componente metodológico).

Una teoría considera aspectos tales como complejidad, erudición, profundidad, originalidad,
resonancia y postura ética (Valier, 2005). Asimismo, la teoría es un sitio fértil de actividad
interdisciplinaria, desafía el sentido común, ofrece nuevas posibilidades de pensamiento, de
preguntas, crítica y discusión, puede incluso sugerir conceptos y argumentos que pueden
extrapolarse y ser utilizados en un ámbito fuera de aquel en el que surgieron. Una buena teoría
aborda también, sus propias condiciones y limitaciones (op.cit.).

Por su parte, el delito es un concepto dinámico, complejo, influenciado por condiciones


económicas y socio-culturales, es históricamente relativo. Así, conductas que fueron
consideradas como delito en un determinado momento histórico, dejan de serlo para la misma
sociedad en otro momento. En definitiva, las acciones consideradas delitos y la forma de
sanción de las mismas, están determinadas por normativas ético-morales de cada país. Es
más, “las definiciones legales cambian en el tiempo y a través de las cultura. La manera en
que se define el delito es entonces, una construcción social y parte de procesos políticos”
(Burke, 2005:5).

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En Chile, el Código Penal define delito en su Art. 1º como “toda acción u omisión voluntaria
penada por la ley”. El comportamiento delictivo puede ser entendido como un comportamiento
que transgrede la ley, que cumple con los requisitos de antijuricidad (que atente contra un bien
jurídico protegido), tipicidad (que esté descrito en el Código Penal) y culpabilidad (de quien lo
comete, tenga conciencia y sea responsable de dicho acto y sus consecuencias).

II. Antecedentes Históricos del Desarrollo de la Criminología

Uno de los aspectos más dinámicos del estudio del delito ha sido su constante compromiso y
diálogo con disciplinas académicas diversas, en busca de nuevas ideas y explicaciones
(Blackburn, 1993). En el siglo XIX, las ciencias biológicas explicaron la conducta criminal
como innata, hereditaria o congénita, más allá del control del individuo. Lombroso, Sheldon,
Goring, Lange y Fedelman, entre otros, condujeron varios estudios desde esta mirada,
compilando perfiles de delincuentes, estudios de familias, estudiando los tipos físicos, etc., para
llegar a la conclusión que los criminales tienen atributos individuales que los hacen diferentes a
los no-criminales (Hollin, 1993). De esta manera, las ciencias biológicas –bajo un enfoque
individualista- no prestaron mayor atención a las influencias sociales o a las actividades
cognitivas involucradas en la actividad criminal/delictual, visión que fue desafiada por el
desarrollo de la Psicología en los inicios del siglo XX. Los vínculos emocionales, las conductas
aprendidas, los grupos de pares, el razonamiento moral, la ecuación entre neurotismo y
extraversión, y la ausencia de auto-control, fueron algunos de los intentos iniciales de
investigadores como Bowlby, Skinner, Sutherland, Kohlberg, Piaget y Eysenck, entre otros,
para explicar porqué la gente comete delitos, llegando a la conclusión que quienes cometen
delitos no son diferentes en su naturaleza intrínseca respecto de quienes no cometen delitos.

Por otra parte, desde la Sociología se inició el estudio del delito llevando el foco desde lo
individual hacia la estructura social. Desde esta disciplina se ha explicado el delito como “índice
de solidaridad social”, “demostración de los procesos mediante los cuales la sociedad mantiene
su equilibrio”, “consecuencia de la construcción lingüística de significados sociales”, “resultado
inevitable de sociedades capitalistas”, “elección racional hecha por los individuos”, “opción real
para aquéllos que no tienen medios para alcanzar las metas impuestas por la sociedad”, entre
otras concepciones surgidas a la luz de los trabajos de la Escuela de Chicago, Merton,
Durkheim, Marx, Ross, Matza, Taylor, Young y Becker, entre otros.

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En definitiva, las disciplinas académicas han abordado la pregunta acerca del delito desde su
propio foco de interés y enfoques metodológicos, sin embargo, las respuestas a cómo controlar
y prevenir el delito van más allá de lo que cualquier aporte parcelado pueda hacer. La
comprensión y abordaje del delito, continúa constituyendo un desafío para los teóricos y
operadores de políticas de justicia criminal.

Para comprender aún más las implicancias involucradas en las concepciones que sostenemos
respecto del delito, es necesario abordar las doctrinas que fundaron el estudio delictual: la
Escuela Clásica y la Escuela Positivista. Éstas sostienen distintas nociones del ser humano
en relación al delito y en consecuencia, distintas aproximaciones al control, sanción e
investigación. Colaboraciones de ambas escuelas aún tienen amplia influencia en los sistemas
penales contemporáneos.

III. Las Doctrinas Fundacionales de la Criminología

III.1. Escuela Clásica de Criminología

Durante el siglo XVIII, la teoría clásica emergió de la mano de los reformadores de ley criminal,
particularmente Cesare Beccaria y Jeremy Bentham, en un contexto de modernización, donde
la gente “ponía su fe en las nuevas ciencias del hombre, con la creencia que podrían ayudar a
crear una estabilidad social mayor” (Hayward y Morrison, 2005: 62).

La teoría de la conducta criminal provista por el famoso ensayo de Beccaria Del Delito y sus
Penas, en 1764, estableció los elementos fundamentales para el modelo del actor racional. Los
conceptos subyacentes fueron el libre albedrío y el hedonismo, retratando una imagen de un ser
humano racional y analítico que basa sus elecciones en el principio del placer. Esta perspectiva
asume la noción de contrato social, es decir, del contrato implícito que debe ser aceptado por
los individuos de determinada sociedad, con miras a participar y ser miembros legítimos de la
misma. Consecuentemente, si una persona comete una acción que es prohibida por ley, está
dañando el funcionamiento de la sociedad como un todo. Esta deuda al contrato social debe ser
pagada de acuerdo al daño que tal acción causó y no de acuerdo a las intenciones del
delincuente. Por lo tanto, el castigo inmediato a ese acto sería la herramienta para prevenir que
otros repitan ese tipo de acción, es decir, para disuadir. El castigo debe ser fijo, proporcional al

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delito cometido, y administrado bajo el principio de la justicia. La ley debe ser punitiva, reactiva y
aplicada a todos los ciudadanos por igual, sin consideraciones de por medio.

El trabajo de la Escuela Clásica tuvo un enorme impacto en Europa y sus efectos en la justicia
criminal moderna aún se mantienen en sistemas de justicia en todo el mundo, así como en
nociones penales informales. Las bases filosóficas de esta escuela se reflejan, por ejemplo, en
la noción del “castigo merecido” y en el modelo del “debido proceso” (Burke, 2005). La
principales críticas que ha recibido la escuela clásica, se relacionan con la adopción de una
definición estrictamente legal del delito, obviando el hecho que los delitos cambian en el tiempo
y se afectan de nociones socioculturales; de la noción de castigo fijo para cada acción criminal,
sin considerar el impacto que las diferencias individuales pueden tener en la responsabilidad o
culpabilidad; la noción de libre albedrío, omitiendo que su ejercicio puede ser restringido por
circunstancias biológicas, sociales o psicológicas; y finalmente, a la metodología poco científica
utilizada por este enfoque.

III.2. Escuela Positivista de Criminología

Esta escuela surge a fines del siglo XIX, adoptando un enfoque empírico y científico frente al
sujeto de estudio, investigando al “delincuente” mediante técnicas provenientes de la
psiquiatría, psicología, antropología física y otras herramientas asociadas a la investigación y
conocimiento del fenómeno humano de las ciencias emergentes en esa época (Garland, 2002).
Los positivistas estaban en desacuerdo con la noción de libre albedrío sostenida por los
clásicos, proponiendo la noción de un actor predestinado, la cual sostiene que quien comete
actos criminales, lo hace debido a influencias ambientales, biológicas y/o psicológicas que
limitan su capacidad de elegir.

Cesare Lombroso (1835-1909), antropólogo italiano, fue sumamente influyente en esta escuela
de pensamiento y sus ideas se encuentran expuestas en el aún clásico libro El Hombre Criminal
(1876). Si bien los estudios de Lombroso no son nuevos para esa época sino más bien
actualizan estudios realizados por científicos como Broca o Darwin, sí interpretan los hallazgos
de una manera nueva. De este modo, su famoso estudio de los reclutas del ejército italiano y de
reclusos de ciertas prisiones, intentó establecer tipos raciales, someterlos a escrutinio y
clasificarlos. Esta aproximación investigativa lo llevó posteriormente a establecer tipologías
criminales, lo que a su vez lo motivó a propulsar la idea de generar un campo de estudio

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exclusivo al “criminal”. Por esta razón, se señala que es en ese momento en que se inicia la
Criminología y Lombroso es considerado “el padre de la Criminología” (op.cit.).

De acuerdo a la noción positivista -a saber, de un delincuente determinado por circunstancias


fuera de su control que lo llevan a delinquir-, la política penal debiera estar dirigida hacia el
cambio o incapacitación del ofensor, más que al castigo de actos específicos. Mediante la
asesoría de especialistas informados, la reacción ante el delito debería ir tras las metas de
reformación, correccionalismo y rehabilitación en los procesos de sentencia (Blackburn, 1993).
Pese a que el positivismo sentó las bases de la investigación científica en ciencias sociales e
influenció el análisis del fenómeno criminal de acuerdo a variables psicológicas, sociales,
económicas y culturales, algunas de sus nociones han sido objeto de fuertes críticas. Durante
los años 50, esta escuela fue acusada de deshumanización y de alentar políticas penales
injustas, dado su planteamiento centrado en la rehabilitación. Algunos criticaban a los
positivistas por su concepción del delincuente como un sujeto pasivo con poco o nulo poder
sobre sus vidas. Otros, afirmaron que este enfoque buscaba “medir y cuantificar el
comportamiento, proclamar la objetividad del científico y ver las acciones humanas como
determinadas y gobernadas por leyes externas” (Hollin, 1993:19, traducción propia).

Estas escuelas de Criminología han alimentado la discusión por dos siglos. El punto de tensión
entre la escuela clásica y la positivista, es el perenne debate sobre el libre albedrío y el
determinismo. Este debate encuentra su base en la existencia de distintas formas de
comprender los actos humanos, y la influencia del progreso del conocimiento en la comprensión
de dichos actos. Este debate y sus influencias permanecen hasta nuestros días:

“Algunos residuos de las ideas ‘tradicionales’ encontradas en el siglo XVIII aún


circulan bajo las formas de sentido común y argumentos morales. Formas de
pensamiento y cuestionamiento que florecieron en el siglo XVIII e inicios del XIX,
fueron redescubiertas hacia fines del siglo XX, y adaptadas para servir a propósitos
contemporáneos. Por otra parte, ciertas ideas y argumentos que aparecían
progresivos a los criminólogos del siglo XX, han aparecido como pseudo científicos y
hasta absurdos” (Garland, 2002:17, traducción propia).

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IV. Contribuciones Disciplinarias a la Criminología3

IV.1. Teorías Biológicas

La premisa básica de la criminología biologicista es que algunas personas nacen predestinadas


a delinquir, a través de la predisposición heredada de un elemento genético o fisiológico. Las
condiciones externas, si bien no ignoradas, son vistas como gatillantes de tal predisposición
biológica. Por ende, la criminalidad estaría en mayor o menor medida fuera del control de la
persona.

Dentro de los primeros positivistas, Lombroso, Ferri y Garófalo identificaron a los delincuentes
debido a sus estigmas. De esta manera, mandíbulas grandes, narices chatas y cejas gruesas
eran consideradas marcas hereditarias del criminal. Esta noción del criminal, como ser
defectuoso, es en cierta manera un resabio de la teoría evolutiva de Darwin, en la que se
plantea que los seres que no se adaptan en términos adecuados o “normales” a su ambiente
permanecen en una etapa pre-social o tendiente a la criminalidad. Si bien Lombroso fue uno de
los precursores de esta corriente, sus trabajos posteriores introdujeron progresivamente
variables externas para comprender la conducta criminal. De hecho, para el año 1897,
Lombroso afirmaba que sólo un tercio de los criminales habían nacido como tales, añadiendo
las categorías de “epiléptico”, “insano” y “criminal ocasional” para referirse a quienes, sin tener
predisposiciones genéticas, cometen delitos debido a la conjugación de variables externas. Sin
embargo, nunca aceptó que la conducta criminal pudiera obedecer al registro de lo “normal”.

El mayor auge de las teorías biologicistas tuvo lugar entre la década de 1910 hasta los años
60´s. En ese lapso se produjeron numerosos estudios tendientes a testear científicamente los
supuestos teóricos. De este modo, estudios con gemelos y personas relacionadas
sanguíneamente, llegaron a conclusiones tales como que la criminalidad se transmite
genéricamente, o que el bajo nivel de inteligencia es causal de criminalidad (en The Bell Curve,
1994, de Herrnstein y Murray).

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A partir de este punto del documento, sólo se hace la referencia cuando se está citando una frase o párrafo
específico. Tanto la estructura como los contenidos de las siguientes secciones, están basadas –y con traducción
informal propia- en el Sage Dictionary of Criminology , Oxford Handbook of Criminology y Psychology of Criminal
Conduct, principalmente.

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En las últimas décadas, se han producido investigaciones interesadas en el efecto de un amplio
rango de factores bioquímicos sobre la criminalidad, como por ejemplo, respecto de los altos
niveles de testosterona y la agresividad verbal, de la deficiencia de vitamina B y la
hiperactividad, o del funcionamiento del sistema límbico y la impulsividad. Es necesario
mencionar que si bien estos estudios han realizado interesantes asociaciones, éstas no son
atribuciones causales.

El riesgo de este tipo de teorías es la noción de criminalidad inherente a ciertos individuos. En


términos simples, si alguien es “malo” de nacimiento la responsabilidad social se reduce casi a
cero y las posibilidades de intervención en términos de rehabilitación o reinserción también.
Luego, la opción que resta sería aislarlos, generando una brecha entre los delincuentes y no-
delincuentes, léase “buenos” y “malos”. En esa misma línea, las críticas a esta corriente se
centran en su incapacidad de tomar en consideración el potencial efecto de los factores
ambientales. Por ejemplo, la alta presencia de criminalidad en una familia puede explicarse
más allá de lo biológico, por el hecho que todos comparten similares valores, viven en los
mismos barrios compartiendo a su vez una potencial cultura criminógena, pueden verse
afectados por similares variables, como el desempleo, los bajos niveles de educación, etc. La
actividad delictiva surge entonces, como producto de una multiplicidad de factores en que lo
biológico difícilmente se puede aislar de lo social.

Las investigaciones actuales señalan por una parte, que es imposible identificar qué es lo que
se hereda (o cuál es el gen), y por otra, que el factor biológico es insuficiente como explicación
criminológica. Por ejemplo, factores que han sido asociados al delito como el bajo nivel de
inteligencia o la impulsividad de tinte agresivo, pueden ser genéticamente transmitidas pero no
necesariamente criminógenas per se. De esta manera, ponderando también los factores
ambientales, es difícil encontrar biologicistas puros. Más bien, quienes se sitúan en esta
perspectiva corresponden a lo que llamaríamos socio-biologicistas, que suman a los factores
biológicos, los factores ambientales y el factor aprendizaje.

IV.2. Teorías Psicológicas

La Psicología surge como disciplina hacia fines del s. XIX, con representantes como Wundt,
James y Freud. Ahora bien, los estudios iniciales que la Psicología realizó en relación a
conductas criminales se interesaban en lo genético, lo cognitivo y el funcionamiento psíquico en

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general, por lo que es difícil establecer una distinción clara entre la Psicología y la Criminología
de tinte biologicista en ese período (Hollin, 2002). Se añade a lo anterior, el hecho que en los
albores de la psicología, los aportes fueron realizados por sociólogos, psiquiatras, criminólogos,
biólogos, etc.

Sin embargo, es posible mencionar que los aportes que la psicología ha realizado a la
criminología, se derivan indirectamente de los avances de la primera disciplina. Así, por
ejemplo, los hallazgos respecto a los procesos cognitivos (memoria, inteligencia, aprendizaje,
pensamiento, motivación) han facilitado la comprensión del porqué ciertos sujetos cometen
delitos. Si bien se le ha criticado a la psicología una mirada individualista sobre el delincuente y
el acto criminal, esta crítica es poco sustanciosa dado que la psicología -como disciplina
encargada de la comprensión de la conducta humana-, está íntimamente vinculada con el
estudio de los contextos sociales, culturales y económicos en que se desarrollan tales
conductas.

En las décadas de 1930 y 1940, la influencia de enfoques que enfatizaban lo ambiental (desde
la sociología, justamente), se evidenció también en la psicología. Edwin Sutherland (1835-
1950) formuló la teoría de aprendizaje diferenciado, que postula que, como cualquier otro tipo
de conducta, la conducta criminal también era aprendida. Este aprendizaje no sólo involucraría
las habilidades para cometer un delito, sino que las actitudes y valores que permitirían validar la
opción delictiva.

Una hipótesis clínica muy influyente en la década de 1940, surgió a partir de los estudios de
John Bowlby, en los cuales se plantea que la deprivación materna (entendida como
separación y/o rechazo de la madre al hijo) tiene un impacto emocional tal en ese niño, que
genera dificultades en su infancia, acarreando problemas que se hacen crónicos en su
adolescencia y adultez, entre los cuales se encuentra la delincuencia.

Hacia la década de 1960, los hallazgos en psicología criminal estaban fuertemente


influenciados por el enfoque conductista. En este contexto, Jeffery formuló la teoría del
reforzamiento diferenciado. En ésta, se asume la importancia de los procesos de aprendizaje
para la conducta criminal, pero se añade el efecto operante que una conducta tiene sobre su
medio, es decir, la conducta criminal es una función de las consecuencias que produce sobre el
individuo que las comete. En definitiva, una conducta criminal ocurre en un ambiente que ha
reforzado positivamente tales conductas en el pasado (o propiciado) y en el que las

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consecuencias aversivas asociadas a la conducta criminal han sido de una naturaleza tal que
no las han prevenido ni controlado.

Ya en los 70´s, y en relación a las teorías críticas de criminología, el poder del significado sobre
los actos humanos establece un referente en los desarrollos de la psicología criminal. La
concepción dinámica de la naturaleza humana, su habilidad de interpretar y desentrañar
sentido en las interacciones sociales, añade complejidad al mismo tiempo que enriquece la
revisión de teorías deterministas como las biológicas. Asimismo, el feminismo colaboró con
reflexiones críticas que trasgredieron tanto la teoría como la política y formas de hacer
investigación en criminología y psicología (Gelsthorpe, 2002). De esta manera, temáticas que
hoy nos son de trato cotidiano e indiscutiblemente sancionables como el abuso sexual y la
violencia doméstica, no lo eran sino hasta la intervención feminista, que visibilizó y problematizó
la existencia de estas conductas ante las cuales las mujeres y niños eran las principales
víctimas.

Hacia mediados de los años 80´s se inicia la denominada revolución cognitiva en psicología, la
que propició la revisión de antiguas nociones relativas al rol de los procesos cognitivos en
relación a la conducta criminal. Así, teorías que centraban su análisis en elementos como
ausencia de auto-control, locus de control, empatía, desarrollo moral, habilidades de resolución
de problemas, entre otras, fueron sometidas a actualización a través de métodos
experimentales.

Actualmente, se puede afirmar que la psicología ha colaborado enormemente con


conocimientos que se utilizan en aspectos tanto explicativos como aplicados de la criminología.
Por ejemplo, en la resolución de casos criminales, en la adecuación de los procesos judiciales
al tratamiento de las personas involucradas en un acto criminal, en el debido trato a víctimas y
testigos, en los tratamientos para infractores, en tratamientos reparatorios, análisis de
evidencia, pericias psicológicas, entre otros.

IV.3. Teorías Sociológicas

Desde la sociología se encuentran numerosos desarrollos en el área criminológica. Sólo con


fines didácticos, se dividirán las teorías sociológicas en cuatro grupos dependiendo de un
criterio aglutinador. El primer grupo comprende las teorías que basan su análisis en la tensión

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existente entre la sociedad industrializada y el individuo. El segundo grupo enfatiza el control
del delito sobre la base de un sujeto racional. El tercer grupo introduce la noción de espacio
físico asociado al control del delito. Por último, el cuarto grupo comprende teorías interesadas
en el funcionamiento social integral como fuente explicativa de la conducta criminal.

Teoría de la Anomia

Una de las teorías sociológicas que más ha influido a la criminología desde inicios del S. XX, es
la Teoría de la Anomia, cuyos principales exponentes son el sociólogo francés Emile Durkheim
(1858-1917) y el sociólogo estadounidense Robert Merton (1910-2003). En términos simples,
Durkheim planteó que en las sociedades industrializadas, donde el capitalismo impuso la
división del trabajo, las personas se ven obligadas a trabajar y actuar en un contexto social que
coarta sus anhelos y deseos. De esta manera, el ser humano tiende a estar insatisfecho,
trabajando sin descanso hacia una meta indefinida y fuera de su control. Las regulaciones
morales, en este contexto, son pobres y facilitan que las personas presenten conductas
desviadas.

En base a esta noción, Merton define anomia como “un estado de descontento y desregulación
socialmente fomentado, que generan crimen y desviación como parte del funcionamiento
rutinario de una sociedad que prometió mucho a todos, pero que actualmente les niega el
acceso equitativo a sus logros” (Merton, 1938 citado en Rock, 2002:53, traducción propia).

Las sociedades industrializadas promueven una serie de metas deseables de alcanzar (logros
económicos, sociales, etc.), dentro de una estructura de clase que limita los medios adecuados
para lograrlas. Por ende, surgen medios ilícitos para conseguir tales metas. El delito es
entonces, producto de la incoherencia entre metas y medios disponibles.

Teorías de Control

Este grupo de teorías sostiene, básicamente, que las personas que cometen delitos lo hacen
porque es útil, rentable, lo disfrutan y lo eligen racionalmente. Las teorías de control no buscan
comprender las motivaciones o causas profundas que explican el delito, sino que pretenden –
mediante la exploración de factores ambientales o contingentes- prevenir que se cometan

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delitos. Investigadores como Matza, Gottfredson, Hirschi, Herrnstein, Wilson, Clarke, Cornish y
Felson, entre otros, representan el esfuerzo realizado en la línea de control del delito, durante la
década de 1980 y 1990 y plasmado en teorías como la de “elección racional” y de “actividades
rutinarias”.

a) Teoría de elección racional (Becker a fines de los 60´s, Herrnstein y Wilson en los 80’s),
considera que la decisión de una persona de participar en un delito es similar a cualquier
otro tipo de decisión, es decir, es producto de un proceso de estimación de costos y
beneficios. Si como resultado de tal proceso la persona considera que el delito le generará
más beneficios que pérdidas (o castigos), cometerá el acto. El principio básico de esta
teoría, a saber, el cálculo costo-beneficio, ha llevado a que se le conozca también como
teoría económica del delito. Esta teoría plantea que la principal estrategia para evitar el
delito es contar con un sistema penal fuerte que disuada al potencial criminal de cometer
delitos por el tipo de sanciones que recibirá. Asimismo, contar con un adecuado
mecanismo de control sobre los escenarios donde se cometen los delitos, el que permita
hacer de ellos lugares poco atractivos y que involucren riesgo para el delincuente.
Estrategias de este tipo, para que funcionen al corto plazo, sólo requieren de barreras
percibidas como tales, partiendo de la base que el delincuente hace una elección racional
entre diversas alternativas de conducta, considerando las limitaciones de tiempo, habilidad
y disponibilidad de información relevante para la ejecución de la acción delictiva. Ronald
Clarke es el principal propulsor de esta teoría y de la Estrategia de Prevención Situacional
del Delito, que deviene como una opción metodológica para enfrentar el delito.

b) Teoría de actividades rutinarias (Felson, 1983), plantea que la probabilidad de ocurrencia


de un delito se hace más alta cuando se da una combinación favorable de tres variables: 1)
un delincuente motivado, 2) un objetivo adecuado, y 3) la ausencia de “guardianes”. En
términos simples, un delito ocurre cuando un delincuente se encuentra en el tiempo y
espacio adecuado con un objetivo posible, en ausencia de controladores externos. Esta
teoría debe su nombre a la constatación que el delito ocurre dentro de las actividades
rutinarias de una persona, es decir, que evalúa la situación mientras va al centro de la
ciudad, hace compras, va al trabajo, se recrea, etc., y luego actúa. Para Felson, las
sociedades contemporáneas generan situaciones que conllevan un alto número de
oportunidades ilegales. A través de sus investigaciones, Felson aplicó esta explicación a
cuatro tipo de delitos, 1) el impulsivo (violación, hurto o robo), 2) el mutual (apuestas,

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prostitución, compra y venta de drogas), 3) competitivo (peleas), y 4) individualista (uso de
drogas, suicidio). Debido a los hallazgos de sus investigaciones, Felson agregó una cuarta
variable a las ya estudiadas, que es la ausencia de un intimate handler, que es una
persona significativa para el potencial delincuente, y que ejerce un control social informal
sobre su conducta.

Teorías de Control y Espacio Físico

En este grupo de teorías, el control del delito se asocia las características físicas y sociales de
los espacios físicos en que ocurren los mismos.

a) Su principal representante es la Escuela de Chicago (o Escuela de Sociología de


Chicago), cuyo prestigio viene dado de haber establecido vínculos entre factores
ambientales y el delito, mediante metodologías de investigación innovadoras para su
época. Primero, una breve contextualización que permita comprender el surgimiento y
sentido de esta Escuela. Principalmente debido a su posición geográfica, la ciudad de
Chicago experimentó un crecimiento exponencial de su población, superando los 3
millones de habitantes en 1930 y convirtiéndose en punto de referencia de los inmigrantes
que en forma masiva llegaron provenientes de zonas pobres del sur del país, así como
también de África y Europa. De esta forma, en los inicios del siglo XX, Chicago era una
amalgama de etnias, religiones, culturas, identidades y mundos sociales, por lo que una
nueva escuela de Sociología se hacía imprescindible frente a tan fértil campo de estudio.
El punto de inicio de esta escuela, fue la Teoría de la Ecología Humana, de Robert Park
(1924). En ella se plantea que las organizaciones humanas se asemejan a las de cualquier
ambiente natural, en que la organización espacial y la expansión no eran producto del azar,
sino que presentaban un patrón que podía ser comprendido del mismo modo que se
explican los procesos de cualquier organismo vivo. De este modo, una organización
humana cuenta con grupos y sub-grupos diferenciados ya sea por raza, ocupación
espacial, etc., que funcionan como si pertenecieran a un colectivo o unidad orgánica,
cumpliendo roles específicos.

La tesis fundamental de esta escuela es que “las características físicas y sociales de


determinados espacios urbanos de la moderna ciudad industrial, generan la criminalidad y

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explican además, la distribución geográfica del delito por áreas o zonas” (García-Pablos de
Molina, 1998).

A partir de este enfoque teórico, desarrollaron metodologías idóneas, como la observación


participante y la entrevista enfocada, que permitían realizar una observación cercana y
realista de los focos problemáticos. Muchos de sus hallazgos de investigación fueron de
enorme importancia en su momento y siguen siendo válidos en la criminología actual. Esta
escuela produjo estudios que fueron de suma relevancia para la comprensión de
fenómenos emergentes en las décadas de 1920 y 1930, tales como la vagancia,
mendicidad y la “delincuencia juvenil”. Ejemplos de estos estudios son Sociología del
Mendigo, 1923, de Anderson, N., El Delincuente Juvenil, Su Propia Historia, 1930, de
Shaw, C.R., y Delincuencia Juvenil y Áreas Urbanas, 1942, de Shaw y McKay.

Teorías Funcionalistas

La postura funcionalista en Criminología, plantea que el delito y la desviación social son parte
de las fuerzas que permiten el funcionamiento de un sistema social. Esta postura busca en lo
simbólico, en el etiquetamiento, en la construcción social de significado, en el uso discursivo de
formas dominantes, en la fenomenología, etc., las explicaciones posibles a la conducta
delictiva. Plantean que las personas no reaccionan al mundo “en sí”, sino que se comportan de
acuerdo a las ideas que tienen respecto del mundo (Rock, 2002).

Una teoría conocida en esta línea es la teoría del etiquetamiento, una aproximación
sociológica para la comprensión del delito y la desviación, que se refiere a los procesos
sociales a través de los cuales ciertos individuos y grupos clasifican y categorizan el
comportamiento de otros. De esta forma, los sujetos “etiquetados” están determinados o
estereotipados para actuar y reaccionar de cierta manera. Estas reacciones tienden a reforzar
la autoconcepción de “persona desviada”, y tiene la consecuencia inintencionada, de promover
aquellas conductas que debieran ser prevenidas (McLaughlin y Muncie, 2001:159). Esta teoría
ha sido ampliamente utilizada para explicar la génesis y mantención de la conducta delictiva
juvenil, y se detalla más adelante en este texto.

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Teorías Radicales

Un grupo de teorías actuales es el de las Teorías Radicales de Criminología, las que


consideran la influencia de los factores políticos y de poder, así como las inequidades sociales,
en la emergencia de la criminalidad. Surgidas hacia fines de 1960’s con una fuerte influencia
marxista (Taylor, Walton, Young), anarquista (Kittrie, Cohen), del populismo americano
(Quinney) y del activismo político (Mathiesen), consideran “el control social como un proceso
opresivo y mistificado que se ejerce mediante la legislación, la aplicación de la ley y
estereotipos ideológicos que mantienen las relaciones desiguales de clase. (...) Se busca
desenmascarar las ideologías hegemónicas para exponer la real naturaleza de la represión en
la sociedad capitalista” (Rock, 2002:65, traducción propia). Dentro de este grupo se encuentran
la Criminología Radical, la Nueva Criminología y la Criminología Crítica.

a) Criminología Radical es el término genérico para nominar una serie de posiciones


teóricas cuya característica en común es su anti-positivismo. Es decir, más que ver el delito
como una consecuencia de patologías individuales o sociales, los criminólogos radicales
asumen que los seres humanos son agentes activos en la construcción de su propia vida.
Están interesados en descubrir el sentido profundo de la conducta criminal,
desentendiéndose de causas aisladas específicas. Por ejemplo, plantean que, más allá de
características individuales, el delito puede ser producto de relaciones de poder y procesos
selectivos de criminalización. Así, en términos de la teoría crítica, el estado capitalista tiene
el poder de criminalizar aquellas conductas que le parecen amenazantes a su orden
establecido. En términos feministas, podría expresarse como la hegemonía masculina
dentro de sociedades patriarcales, la que marca tendencias criminógenas. Los
criminólogos radicales pueden verse representados en criminólogos críticos, feministas,
interaccionistas, criminólogos marxistas, de la nueva teoría de la desviación y del enfoque
del etiquetamiento.

b) La Nueva Criminología es una forma de criminología radical, surgida en Reino Unido a


inicios de 1970’s como un intento de fusionar la aproximación interaccionista a la
desviación desde el significado individual, con un análisis estructural de las políticas
económicas, relaciones de clase y prácticas estatales en torno al delito. Se señala como
precursora de la Criminología Crítica. Debe su nombre al libro así titulado por Ian Taylor,

16
Paul Walton y Jock Young y publicado en el año 1973. En él, se realiza una crítica
constante a las teorías existentes sobre el delito y desviación, con miras a generar una
teoría completamente social de la desviación. Tal teoría debería generar conexiones entre:

• El amplio espectro de origen del acto desviado (contingencias económicas y políticas de


una sociedad industrial avanzada).

• Los orígenes inmediatos del acto desviado (interpretación y sentido dado por los
individuos a la desviación).

• El acto mismo (la racionalidad del individuo y las dinámicas sociales circundantes).

• Los orígenes inmediatos de la reacción social (contingencias y condiciones cruciales a


la decisión de actuar contra la desviación).

• Los orígenes amplios de la reacción desviada (las preocupaciones políticas e


ideológicas del estado).

• El resultado de la reacción social sobre las acciones futuras del “desviado” (las
decisiones concientes de un individuo para responder a las sanciones).

• La naturaleza del proceso de desviación como un todo (la necesidad de integrar la


totalidad de elementos del proceso de desviación, con las condiciones de determinación
social y auto-determinación).

La Nueva Criminología buscó demostrar cómo el delito era económica y políticamente


construido a través de la capacidad de las instituciones estatales dentro de la lógica
capitalista, de definir a quién se criminaliza. Es decir, más allá del estudio del delito en sí, la
Nueva Criminología arrojó luces sobre el funcionamiento de una sociedad y cómo,
mediante la criminalización por ejemplo, mantiene su orden social.

c) Por su parte, la Criminología Crítica, cuyos principales expositores son Cohen, Foucault y
Scraton, se encarga de aplicar análisis a la disciplina de la criminología y a la
administración del sistema de justicia criminal. Postulan considerar el daño más que el
delito, hablar de justicia social en vez de justicia criminal, de tratamiento en vez de castigo
o sanción, y de derechos humanos en vez de disciplina y control. Enfatizan la relación entre
poder y conocimiento, identificando a su vez que las relaciones estructurales de producción
y distribución, reproducción y patriarcado, y el neo-colonialismo, son contextos
determinantes, donde la dependencia y opresión pueden ser entendidas.

17
V. Teorías explicativas de la Delincuencia Juvenil.

Estudiosos de materias juveniles señalan que no fue sino hasta el siglo XVIII en que la infancia
comenzó a considerarse una etapa vital distinta de la adultez y empieza el interés por conocer
el desarrollo físico, psíquico, moral y sexual propio de esta fase evolutiva. En ese entonces
surge la idea que los niños son seres conscientes de sus actos, con “potencial para el bien y
para el mal”, contexto en el cual la noción de “disciplina” aparece como una herramienta posible
para fomentar el desarrollo de un ser humano orientado por el bien (Anderson, 1980, en
Newburn, 2002).

Los cambios económicos, sociales y culturales acaecidos en la Europa de fines del siglo XVII,
que trajeron consecuencias como las restricciones al trabajo de niños, la formalización y
obligatoriedad de la educación, y modificaciones en las estructuras familiares, entre otros,
permitieron que la brecha entre la infancia y la adultez se extendiera progresivamente, dando
paso a un espacio intermedio posteriormente denominado “adolescencia”. A fines del siglo XIX,
las preocupaciones por las conductas transgresoras de los adolescentes de la clase
trabajadora, favorecieron el surgimiento de las primeras instituciones propiamente destinadas a
detener y prevenir la “delincuencia juvenil”.

Para inicios del siglo XX, estas inquietudes se habían intensificado lo suficiente como para que
se estableciera una estrecha relación entre “adolescente” y “delito”, y comenzaran a aparecer
las primeras teorizaciones en la materia. El psicólogo estadounidense Stanley Hall formuló un
modelo que explicaba la adolescencia como una etapa de “caos hormonal”, dominado por el
estrés y la inquietud, el que tuvo un fuerte impacto en las primeras teorías criminológicas de la
“delincuencia juvenil”. Estas primeras explicaciones, combinaban el modelo de la adolescencia
como etapa “tormentosa”, con la idea que la delincuencia juvenil era el resultado de escaso
autocontrol y control externo –particularmente de los padres-. Posteriormente, se sumaron a
estas explicaciones variables como las condiciones sociales precarias y el mal uso del tiempo
de ocio, como variables que incidían en la conducta delictiva juvenil. A mediados del siglo XX
comienzan a desarrollarse los estudios longitudinales que sustentan la mayoría de las teorías
sobre conducta desviada y conducta delictiva juvenil.

Es decir, si bien el estudio de la conducta desviada es un esfuerzo de larga data, el estudio de


la conducta delictiva adolescente y juvenil es una labor que se origina con la conceptualización

18
de la juventud en tanto fenómeno social con características y problemas específicos.
Actualmente, es un cuerpo de estudio consolidado.

V.1. Teorías psicológicas sobre la conducta delictiva juvenil.

El debate sobre la conducta humana ha estado siempre atravesado por la tensión entre lo
individual y lo ambiental, es decir, cuánto pesan factores como el pensamiento, la inteligencia,
lo genético, y cuánto pesan los factores sociales como la familia, los amigos, la socialización de
dicha persona. Por cierto, es un debate que no ha encontrado respuesta pues la conducta no
puede dividirse en 50% genético, 50% social o cualquiera sea el porcentaje que se le asigne a
cada uno de los factores. Los factores sociales que influencian la conducta delictiva serán
abordados en la siguiente sección de este curso. En esta sección, nos enfocaremos en dos
líneas centrales en el pensamiento psicológico frente a la conducta delictiva: las teorías del
aprendizaje y las teorías evolutivas.

a) Teorías del aprendizaje social.

Luego de un par de décadas en que las causas de lo delictivo se buscaban en lo genético e


individual, en las décadas de 1930 y 1940 la influencia se desplazó hacia aquellos enfoques
que enfatizaban los factores ambientales en la génesis y mantención de la conducta delictiva.
Surgen las teorías del aprendizaje, que postulan que el ser humano no tiene una predisposición
genética a delinquir, sino que todas las conductas humanas son aprendidas en el contacto
social.

Teoría del aprendizaje diferenciado o asociación diferencial.

En esta línea, Edwin Sutherland (1835-1950) formuló la teoría de aprendizaje diferenciado, que
plantea que, como cualquier otro tipo de conducta, la conducta criminal también es aprendida y
que este aprendizaje no sólo comprende las habilidades para cometer un delito, sino que las
actitudes y valores que justifican la opción delictiva. El aprendizaje de conductas delictivas se
vería facilitado por el contacto con grupos que validan la actividad delictiva. Y es un aprendizaje

19
diferenciado pues todas las personas tienen grados diferenciados de asociación con personas o
grupos que validan o no la actividad delictiva, lo que genera a su vez, impactos diferenciados en
el aprendizaje de la misma. La teoría del aprendizaje diferenciado puede resumirse en los
siguientes postulados:

a) La conducta delictiva es aprendida.

b) El aprendizaje ocurre en asociación con otras personas.

c) El principal escenario para el aprendizaje es en grupos personales cercanos.

d) El aprendizaje incluye técnicas, actitudes y motivaciones que justifican el delito.

e) Las experiencias de aprendizaje, o asociaciones diferenciales, varían en frecuencia e


importancia para cada persona.

f) Los procesos involucrados en el aprendizaje delictivo son similares a los procesos de


aprendizaje de cualquier otra conducta.

Esta teoría fue fundamental promoviendo el interés por la influencia de fuerzas sociales, más
allá del sujeto mismo, en la conducta humana. Al eliminar la noción de “delincuente nato”, las
teorías de aprendizaje abren posibilidades de prevención e intervención, pues en la medida que
las conductas humanas se aprenden, esos aprendizajes pueden prevenirse y pueden ser
reemplazados por otros aprendizajes más funcionales.

Teoría del reforzamiento diferenciado.

Complementando la teoría del aprendizaje diferenciado, hacia la década de 1960 se incorpora


la noción de “reforzamientos” al aprendizaje, que se refieren a que existe una relación entre la
conducta y los efectos o consecuencias de dicha conducta. De esta manera, una conducta que
genera consecuencias esperadas, satisfactorias para la persona, se verá reforzada. Por otra
parte, conductas que no generen los efectos esperados, o que tengan consecuencias negativas
para quienes las comenten, se verán disminuidas.

En este contexto, Jeffery (1965) aplicó esta lógica a la comprensión de la conducta delictiva,
formulando la teoría del reforzamiento diferenciado, que la conducta delictiva es una función de

20
las consecuencias que produce sobre el individuo que las comete. En definitiva, una conducta
delictiva ocurre cuando un ambiente ha reforzado positivamente tales conductas en el pasado, y
en el que las consecuencias aversivas asociadas a la dicha conducta no han sido capaces de
prevenirla o controlarla. De acuerdo a Jeffery, para entender la conducta delictiva hay que
comprender dos elementos: la historia de aprendizaje de dicha persona, para así entender qué
cosas le resultan gratificantes y cuáles le resultan aversivas; así como los contextos en que se
producen los aprendizajes y que refuerzan su aparición y reiteración.

Las teorías de aprendizaje social han sido ampliamente utilizadas para explicar y comprender la
conducta delictiva y desviada juvenil. En una etapa de desarrollo en que el ser humano busca la
aceptación de sus pares, y en que además se está conformando su identidad, la
experimentación de situaciones y emociones nuevas en el contexto de grupos de pares que
validen conductas desviadas, puede significar para los jóvenes la obtención de una serie de
refuerzos positivos (status, reconocimiento, aceptación dentro de determinado grupo, etc.) que
lo lleven a mantener dichas conductas en el tiempo.

b) Teorías Evolutivas.

La psicología evolutiva aplicada al ámbito criminológico, también es conocida como criminología


del desarrollo y es aquel cuerpo teórico y de investigación empírica preocupado del desarrollo
de la conducta desviada y delictiva, los factores de riesgo en distintas edades, y los efectos de
los eventos vitales en el curso del desarrollo (Farrington, 2007).

Los factores de riesgo son “factores prexistentes que aumentan el riesgo de ocurrencia de la
aparición, frecuencia, persistencia y duración de actividad desviada y delictiva” (Ibíd.: 605). La
identificación de estos factores requiere de estudios longitudinales4, como los que se iniciaron
en la primera mitad del siglo XX en países como Inglaterra y Estados Unidos. El Estudio de
Desarrollo de Conducta Delictiva de Cambridge, el Estudio de Delincuencia Juvenil de Harvard,
y el Estudio sobre Juventud de Pittsburg, liderados por Donald West y David Farrington; Eleonor
Glueck, Sheldon Glueck, Robert Sampson y John Laub; y Rolf Loeber y colegas,
respectivamente, han otorgado gran parte de la evidencia disponible en materia de factores de
riesgo de conducta delictiva y desviada en población juvenil.

4
Los estudios longitudinales son “una forma de estudio en la cual se realizan observaciones sobre un
mismo grupo de personas, en distintos momentos a lo largo de sus vidas” (Jupp, 2001:166)

21
Paradigma de los factores de riesgo.

Este paradigma fue planteado por David Farrington, a partir de los hallazgos del Estudio del
Desarrollo de la Delincuencia de Cambridge, Inglaterra. Este estudio comenzó el año 1961 y
sigue desarrollándose hasta la fecha. Comenzó bajo la conducción de Donald West en 1961, y
pasó a ser conducido por David Farrington en el año 1982, quien es conocido como su
investigador central y quien –junto a otros autores- ha producido numerosas publicaciones
derivadas de los hallazgos de este estudio.

Es un estudio longitudinal prospectivo, es decir, ha generado conocimiento a la par de la


maduración de la muestra. En este tipo de estudios es relevante hacer el seguimiento de los
hallazgos y su análisis, a fin de evaluar en qué medida los factores identificados como críticos
en determinada edad, lo siguen siendo en una edad posterior, qué factores nuevos aparecen
relevantes, así como qué nuevas asociaciones de factores se tornan significativas conforme
pasar el tiempo.

La muestra estuvo constituida por 411 niños residentes en un área de clase trabajadora en
Londres, contactados por primera vez entre los años 1961 y 1962, cuando tenían 8 - 9 años de
edad. La muestra fue seleccionada de seis colegios públicos y se excluyeron niñas.

Las fuentes de información se basaron sustantivamente en datos empíricos. Por ejemplo, cada
participante fue entrevistado en profundidad 9 veces entre los 8 y los 48 años de edad. También
se hicieron entrevistas a sus profesores y padres. Estadística oficial del sistema de justicia,
colegio, entrevistas personales.

Objetivos

Los objetivos del estudio fueron:

1. Explorar el desarrollo de la conducta delictiva y antisocial en hombres urbanos

2. Investigar con cuánta antelación se podría predecir la conducta delictiva

3. Las razones de la persistencia o mantención de la conducta delictiva en la adultez

22
Principales hallazgos

En una primera fase, en una medición hecha hacia los 20 años de los participantes, se
identificaron cinco factores que, habiendo estado presente en la muestra cuando tenían entre 8
y 10 años, mostraron posterior correlación con comportamiento delictivo adulto (West, 1982).
Estos factores fueron:

1. Bajo ingreso familiar

2. Familias de gran tamaño

3. Padres con antecedentes delictivos

4. Bajo nivel de inteligencia

5. Escasas habilidades parentales de crianza

En una medición posterior, a los 32 años de edad de los participantes, Farrington (1989)
identificó seis categorías de variables de riesgo para la conducta infractora adulta:

1. Deprivación socio-económica

2. Deficiencias en la crianza

3. Pertenencia a familias delictivas

4. Problemas en el colegio

5. Conducta antisocial durante la infancia

6. Impulsividad, hiperactividad y déficit atencional

Como es posible apreciar, este segundo análisis no trae factores completamente nuevos, sino
más bien es una reorganización de los factores centrales, transformados ahora en categorías
de variables más explicativas y ricas cualitativamente. De esta manera, ya no son la
pertenencia a familias de gran tamaño y bajos recursos los factores que permitirían estimar más
probable el involucramiento delictivo, sino que es la deprivación socio-económica, en la que si
bien pueden estar presentes ambos factores, es una categoría explicativa más amplia.

23
A partir de estos análisis es que Farrington construye esta teoría que señala que a mayor
presencia de factores de riesgo, mayor el potencial de involucramiento delictivo. También
destaca que los factores de riesgo presentes en la infancia no predicen ni causan la conducta
antisocial y delictiva, sino que configuran un potencial de involucramiento en actividades
delictivas.

Farrington plantea que los estudios longitudinales han entregado información respecto al
desarrollo del potencial delictivo, pero el conocimiento no es lo suficientemente específico
como para indicar quiénes realmente se convertirán en infractores cuando crucen la adultez. El
estudio de Cambridge también identificó factores que impidieron que personas pertenecientes a
la muestra y que presentaban un potencial de riesgo delictivo, se transformaran en
infractores de ley, los que se conocieron como factores protectores. De esta manera,
aspectos de personalidad como una tendencia a la introversión, así como una relación cercana
de calidad con la madre, y la pertenencia a un núcleo familiar no delictivo, se constituyeron en
poderosos factores protectores en la infancia. Ya en la adultez y en el caso de personas que sí
se involucraron en actividad delictiva, los factores críticos para la desistencia fueron tener un
empleo que fuera significativo para la persona, estar casado o emparejado con una persona
que no validara el delito, así como el cambio de residencia en tanto esto facilitaría la
desvinculación con amigos co-infractores y estilos de vida delictivos.

El propio Farrington y el equipo de investigadores de Cambridge (Farrington et al., 2006)


señalan que este estudio entrega información de las maneras cómo se desarrolla y mantiene la
conducta delictiva en hombres blancos británicos nacidos en la década de 1950, provenientes
de clases trabajadoras de sectores urbanos. Y que pese a que se han encontrado fuertes
similitudes con estudios longitudinales en otros países, aún no se sabe a ciencia cierta “en qué
medida similares resultados pueden ser obtenidos en mujeres, niños asiáticos y de raza negra,
así como niños criados en otros países” (Farrington et al., 2006:8).

Es conveniente en este punto, hacer tres menciones:

1. El paradigma de los factores de riesgo y factores protectores no sólo se refiere a las


conductas tipificadas como delitos, sino que a la totalidad de conductas que pueden
considerarse como transgresiones sociales a la norma esperada. Así, Farrington refiere
un “potencial de riesgo” de involucramiento en conductas como sexualidad
irresponsable, infracción de normas sociales convencionales, uso de sustancias,

24
comisión de delitos, etc. En definitiva, el paradigma de riesgo no es específico a la
conducta delictiva.

2. La sola presencia de uno o más factores de riesgo no es condición suficiente para que
se produzca la conducta infractora. En contraste, ambos tipos de factores ejercerían su
influencia en forma interrelacionada, por lo que mientras mayor sea el número de
factores de riesgo que se presenten conjuntamente, y menor sea el número de factores
protectores que medien, mayor será la probabilidad de comisión de delitos y nuevos
delitos. Es decir, en la medida que se entienda que un joven y sus circunstancias no son
“portadores de riesgos”, es que el paradigma de riesgo debe entenderse desde una
perspectiva dinámica.

3. Los investigadores líderes en psicología evolutiva son enfáticos en señalar que no es


posible predecir la conducta delictiva adulta a partir de los factores de riesgo
presentes en la infancia y adolescencia, y que no existen elementos suficientes para
diferenciar en un grupo de niños con similares factores de riesgo, quiénes se convertirán
en infractores y quiénes no.

V.2. Teorías Sociológicas: el Etiquetamiento.

(Conocida también como teoría de reacción social o por su nombre en inglés: labelling theory)

La teoría del etiquetamiento surge en la década de 1960 y tuvo una fuerte influencia en estudio
criminológico durante la década de 1970, particularmente en Estados Unidos e Inglaterra.
Algunos de sus exponentes, como Becker, Tennenbaum y Lemert pertenecen a la escuela de
criminología interaccionista, la que plantea que el delito y la desviación social pueden ser
explicados como el resultado de los procesos de reacción social por los cuales una persona
pasa hasta convertirse en infractor.

La teoría del etiquetamiento “se enfoca en los procesos sociales a través de los cuales ciertos
individuos y grupos clasifican y categorizan la conducta de otros individuos y grupos”
(McLaughlin y Muncie, 2005: 229).

Si bien esta teoría se ubica dentro de las aproximaciones sociológicas a la comprensión del
delito y la conducta desviada, también puede entenderse desde lo psicológico en tanto los

25
significados (o etiquetas) que se ponen sobre determinados individuos y grupos, tienen
consecuencias en su conducta presente y futura. De acuerdo a esta teoría, cuando un individuo
es “etiquetado”, se le estereotipa y se condiciona su manera de actuar y reaccionar. Estas
reacciones tienden a reforzar la autoconcepción de “persona desviada” y como consecuencia,
muchas veces las conductas que se quieren prevenir, son finalmente promovidas (Ibíd.). Es
decir, ningún acto sería intrínsecamente delictivo, en tanto las conductas que se consideran
desviadas y que son sancionadas, dependen del momento histórico y social en el que se les
analice. Howard Becker plantea que “la desviación no es una característica o cualidad del acto
que una persona comete, sino más bien, la consecuencia de la aplicación que otras personas
hacen de reglas y sanciones sobre un infractor. El ‘desviado’ es aquel sobre el cual una etiqueta
ha sido aplicada exitosamente, el comportamiento desviado es el comportamiento que la gente
designa como tal” (Becker, 1963, en Rock, 2002:71).

Esta teoría ha sido ampliamente utilizada para explicar la conducta delictiva juvenil. Si
consideramos que los y las jóvenes se encuentran en un proceso evolutivo de conformación de
identidad, es fácil darse cuenta que el ponerle etiquetas a sus conductas puede tener un efecto
altamente estigmatizador y que afecte negativamente este proceso. Tomando en consideración
lo planteado al inicio de esta sección: que la conducta desviada es parte de lo esperable dentro
de la adolescencia y juventud, y sólo un porcentaje menor de estos jóvenes seguirán una
carrera delictiva en la adolescencia, poner etiquetas como ‘delincuente’, ‘vándalo’, ‘criminal’,
‘hijo de delincuente’, no sólo facilitará que ese joven comience a incorporar esos mensajes
como parte de su identidad, también la sociedad comienza a reaccionar de determinada forma
frente a ese sujeto etiquetado y a esperar determinadas conductas, que a su vez, refuerzan las
etiquetas. Dentro de las reacciones de la sociedad, se encuentran las acciones de los sistemas
de control informales (familia, vecindario) y formales (colegio, sistema de justicia).

La teoría de etiquetamiento cobra mucho sentido en relación a algunas prácticas de prevención


del delito e intervención con jóvenes. Como se ha visto, los factores de riesgo de delincuencia
para jóvenes, tienden a estar más presentes en grupos sociales vulnerables. Es decir, grupos
de mayor vulnerabilidad social presentan a primera mirada, una mayor cantidad de factores de
riesgo. Pero sabemos también que los factores de riesgo no son exclusivos de la conducta
delictiva, y que gran parte de los niños y niñas pertenecientes a estos grupos vulnerables no se
convertirán en infractores de ley. Por ello que los programas de prevención del delito que se
enfocan en niños, niñas y jóvenes deben ser particularmente cuidadosos en aspectos que van
desde el uso del lenguaje hasta las ideas que orientan las acciones de quienes trabajan en

26
ellos. De esta forma, policías, trabajadores sociales, educadores, psicólogos, etc. deben tener
claridad que están trabajando para mejorar la calidad de vida de la población objetivo,
disminuyendo también la posibilidad de ocurrencia de una serie de conductas poco saludables.
Pero que a partir de la evidencia existente es indiscutible que los antecedentes de infancia y
adolescencia son insuficientes para predecir la conducta delictiva adulta.

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VI. Referencias

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Brochu, S., Agra, C. y Cousineau, M. (Ed) Drugs and Crime: Deviant Pathways, Aldershot: Ashgate.

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