Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
En 2001, Mark Prensky publicó dos artículos de los que se suelen calificar como seminales:
Digital Natives, Digital Immigrants y Do They Really Think Differently?. De lectura obligada
— no para cualquiera interesado en el tema, sino para todo adulto que pretenda seguir
viviendo en este mundo algo más de unos pocos meses — las tesis de Prensky se resumen
así: las generaciones nacidas en las dos últimas décadas han crecido con Internet, los
videojuegos, los CD, el vídeo, el teléfono móvil, etc. Estas tecnologías ya estaban ahí
cuando ellos nacieron y las incorporaron con total naturalidad a su entorno, de la misma
forma que hicimos con los coches y el televisor las generaciones vivas anteriores. Este
hecho no solamente implica que esta generación tenga una total familiaridad con las
tecnologías digitales — de ahí la denominación de nativos digitales — sino que, además, y
basándose en estudios de neurociencias, su forma de pensar, la estructura física misma de
su cerebro, es distinta a la de los inmigrantes digitales, que aprendieron y se formaron en un
mundo analógico y para los cuales el mundo digital han supuesto un proceso de inmersión
en unas tecnologías que, en el mejor de los casos, les resultaban extrañas.
Es probable que uno de los pasos que haya que dar, como docentes — aunque también
como progenitores, ya que la educación empieza (o debería) en casa —, es acelerar nuestra
“nacionalización” en el mundo digital: siempre nos quedará el acento de nuestra lengua
materna, pero únicamente hablando el mismo idioma el entendimiento será posible. Y,
desengañémonos, los nativos digitales no aprenderán una lengua muerta, la nuestra, la del
mundo del correo postal, de las llamadas por teléfono, de los facsímiles de incunables de
páginas amarillentas.
Volviendo a Prensky, afirma este que aunque el cerebro y la actitud de los nativos digitales
ha cambiado para siempre, ello no significa que todos los tópicos que se han generado a su
alrededor sean ciertos. La falta de atención, por poner uno de los ejemplos más manidos, no
se debe a una capacidad de concentración perdida, o a la imposibilidad de llevar a cabo una
tarea durante muchas horas, sino, simplemente falta de interés: la misma falta de interés
que históricamente han hecho suspender a generaciones y generaciones de estudiantes
Matemáticas o Latín. En consecuencia, y a colación de lo que afirmábamos en el párrafo
anterior, propone que el docente reinvente, de forma radical — incluso subversiva, para las
corrientes más instaladas en la ortodoxia —, su discurso, su esquema mental… y el de sus
clases.