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Hace años, muchos años, cuando el sexo, la pornografía y todo lo relacionado con Eros, era,
más que un misterio, el pecado más grave y el más expedito camino al infierno, y era "casi"
imposible satisfacer la natural curiosidad juvenil del despertar sensual, pues ese tipo de
"materiales" eran también "casi" imposibles de conseguir, por lo que había que recurrir a la
literatura de más fácil acceso. La literatura prohibida como la novela de Hernri Barbusse, El
infierno, en la que se cuenta la historia de un voyeurista -mito que inspira este escrito- entre
muchas otras condenadas en el Índice por obscenas, o a la literatura clásica, en la que es
posible encontrarse con una que otra escena más o menos explicita de aquel pecaminoso
placer del "hacer el amor".
Uno de aquellos escritores clásicos, quizás uno de los más inocuos, sexualmente hablando,
era Franz Kafka, del que nadie sospechaba, entonces, la oscura carga de sexo que se ocultaba
en su escritura biográfica de diarios y cartas y en su narraciones herméticas y aporísticas, algo
de lo que ha ido emergiendo a la luz pública a media que se han ido dando los cambios de
moralidades de los últimos tiempos y por el interés de los estudiosos en desvelar los aspectos
humanos, más humanos, de "los grandes hombres".
Bien poco de "aquello" se sabía entonces, pero, lo que si se podía deducir sin mayor
esfuerzo, era el ardor sexual explicito y obsceno que emanaba en tres escenas de sus tres
novelas, a las que llamo novelas-mujer. Una, en El fogonero, entre Karl y la muchacha, del
primer capítulo de su novela América o El desaparecido que es la novela de "la señora
Tschissik". Dos, en El proceso, entre Joseph K. y Leni, que es la novela de Felice. Y la otra, en
El castillo, entre el agrimensor y Frieda que es la novela de Milena. En esta última está “la
escena erótica más hermosa que se haya escrito” según Milan Kundera.
Para alborotar mis recuerdos de aquellos tiempos y refrescar aquellas lecturas apasionadas
que me extasiaban y entusiasmaban hasta casi el delirio, pego, como si de un libro de recortes
se tratara y con la timidez del voyeurista, esas escenas y otros materiales de la misma
naturaleza tomados de los diarios y las cartas, con las correspondientes ilustraciones, unas de
de Robert Crumb de la biografía ilustrada de Kafka, otra, de Luis Scafati para El castillo y un
fotograma de la película El proceso, dirigida por Orson Welles y con la actuaciones de
Anthony Perkins y Romy Schneider en los papeles de Joseph K. y Leni.
No son estas las únicas escenas de tales características en la escritura de Kafka y un Lector
Ludi podrá gozar desvelándolas, pero si vale la pena mencionar una poderosa influencia en la
escritura de Kafka que se trasluce 1 en todos sus escritos y que marca hasta sus expresiones
sexuales y afectivas.
Dostoievski fue maestro y modelo para Kafka y aunque fue menos explicito con sus escenas
1
"En el que deben traslucirse los rastros -tenues pero no indescifrables- de la "previa" escritura de nuestro amigo" (Jorge
Luis Borges, Ficciones).
2
sexuales, si le sirvieron a Kafka como útiles palimpsestos, tal y como puede notarse, por
ejemplo, en la escena de Humillados y ofendidos (primera parte, capítulo X), que Kafka
traspone en su relato Desdicha (1910). Además, la compleja sexualidad y afectividad del
protagonista de aquella novela, Iván Petróvich, al igual que las complejas relaciones sexuales y
afectivas del "Hombre del subsuelo" con Lisa en la segunda parte de Memorias del subsuelo,
le debieron ofrecer a Kafka una visión en la cual reconocer las cercanas conexiones con su
propia vida sexual y afectiva, tan determinantes en su escritura. Y eso no fue todo lo de Kafka
con Dostoievski, pero ese ya es otro cuento.
Lo cierto es que sus relaciones las mujeres, pero no cualquier tipo de mujer ni cualquier
clase de relación, son materia prima de la escritura de Kafka, una materia con la que él
convierte en arte lo más profundo y oscuro de su sexualidad y afectividad:
“Así eran las mujeres que Kafka amaba, así debían ser: seres sin rostro que,
precisamente por no tenerlo, podían excitar su fantasía con una fuerza especial y eran
idóneas como pantallas de proyección de sus visiones. En su carencia permanente
necesitaba no tanto personas reales del sexo femenino cuanto criaturas de su
imaginación, principalmente. Pero éstas no podían surgir sin unos modelos reales,
que, sin embargo, no debían ser ni demasiado claros ni demasiado próximos. Y Kafka
no tuvo ningún reparo en comunicárselo muy pronto y sin rodeos a su nueva pareja
epistolar: a la “Milena real”, a quien enviaba sus cartas, opuso “la milena aún más
real”, es decir, aquella que “se hallaba presente conmigo todo el día, en la habitación,
en el balcón, en las nubes” 2.
Para saber más sobre este asunto de Kafka con las mujeres, recomiendo el libro de Daniel
Desmarquest, Kafka y las muchachas, el que me ha sido de gran utilidad al hacer los recortes
de las escenas que he usado para este libro de recortes.
2
Marcel Reich-Ranicki, Siete precursores escritores del siglo XX, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona,
2003 (307 p.), p. 211. De la conferencia, Sus besos escritos, en la cual se reafirma ese fascinante misterio femenino que
para Kafka entrelazaba su vida con la literatura y que, el crítico polaco, Marcel Reich-Ranicki, pronunciara en
Maguncia y Hamburgo en 1983, con motivo del centenario del nacimiento de Kafka y dedicada a la publicación del
libro Cartas a Milena, que contiene la correspondencia completa, ordenada cronológicamente y con un apéndice con
ocho cartas de Milena a Max Brod. Además, la nota necrológica escrita para Kafka y tres de las novelas por entregas, de
Milena.
3
-I-
La conexión rusa. Cuenta Max Brod 3 que el 1 y 4 de mayo de 1910, se encontró con Kafka en
el Café Savoy, en donde se presentaba una compañía de teatro de judíos orientales (rusos)
cuyo repertorio eran obras escritas en yiddisch y que Kafka se entusiasmó mucho, por un lado,
con la señora Tschissik y, por el otro, con la amistad del joven actor Isaac Löwy 4.
La primera mujer-novela de Kafka fue América - El desaparecido 5, empezada a esbozar a
comienzos de 1912, cuando todavía estaba muy próximo a aquel enamoramiento, “doloroso y
secreto”, por la señora Tschissik, actriz de aquella compañía de actores judíos y
“[…] cuyo repertorio consiste en obras escritas en yídish, está dirigida por un tal
Löwy, que se convierte en su amigo y le descubre la tradición de los judíos de Europa
oriental” 6.
Puede vislumbrarse algo de la oscuridad afectiva de Kafka si se nota que el apellido Löwy se
3
Max Brod, Kafka, Alianza-EMECE, Madrid, 1982, p. 108.
4
Daniel Demarquest, Kafka y las muchachas, Edaf, Madrid, 2003, pp. 67-70.
5
La obra se publicó por primera vez en 1927 con el título América, un título escogido arbitrariamente por Max Brod; en
una carta a Felice Bauer de 11 de noviembre de 1912, Kafka se refiere a la novela con la designación El desaparecido,
así como en una anotación de su Diario de 31 de diciembre de 1914.
6
Daniel Desmarquest, Kafka y las muchachas, Edaf, Madrid, 2003, p. 67.
4
7
Daniel Desmarquest, Kafka y las muchachas, Edaf, Madrid, 2003, pp. 67 y 68.
5
ella se acostó a su lado y quiso sonsacarle ciertos secretos, pero él no pudo decirle
ninguno y ella se enfadó, en broma o en serio, lo zarandeó, escuchó su corazón, le
ofreció su pecho para que escuchase también, sin conseguir que lo hiciera, apretó su
vientre desnudo contra el cuerpo del muchacho y, con la mano, hurgó entre sus
piernas de forma tan repulsiva que Karl sacó la cabeza y el cuello fuera de las
almohadas, debatiéndose, luego ella empujó varias veces el vientre contra él, y a él le
pareció que era una parte de sí mismo y tal vez por ello lo invadió una horrible
sensación de desamparo. Llorando, Karl volvió finalmente a su cama, tras haber
expresado ella reiteradamente su deseo de volver a verlo. Eso había sido todo, pero el
tío supo convertirlo en una gran historia. Y el caso era que la cocinera también había
pensado en él y le había comunicado al tío su llegada. Un gesto muy hermoso por su
parte, que él intentaría retribuirle algún día".
(Franz Kafka, Diarios, Cuaderno segundo, fragmento, Corresponde a «El fogonero»,
primer capítulo de la novela El desaparecido).
-II-
6
Los biógrafos de Kafka han ido desvelando las anotaciones de sus diarios y las conexiones
con sus relatos y novelas, tal el caso de este apunte que hace el filósofo de la Universidad de
Antioquia, Jorge Mario Mejía, en un ensayo sobre la escritura en Nietzsche, Kafka, Deleuze,
Dostoievski. Se refiere a una anotación de Kafka sobre la frase final del relato La condena:
"¿Sabes que significa la frase final? Con ella pensé en una fuerte eyaculación" (K.,
Escritos sobre sus escritos, p. 18).
La frase final dice:
"En ese instante pasaba por el puente una interminable fila de vehículos"
(La condena). Verkehr (tráfico, circulación) significa también, entre otras cosas,
comercio carnal, coito.
[...]
Kafka escribe la frase final cuando la muchacha del servicio pasa por primera vez
por la antesala. Junto a la cama intacta, estira el cuerpo ante la criada y dice: "He
escrito hasta ahora". Luego entra temblando al cuarto de las hermanas".
(Jorge Mario Mejía, De la escritura parasitaria. Nietzsche, Kafka, Deleuze,
Dostoievski, Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, 1996, p. 56).
Se sabe que La condena es el relato que Kafka escribió de un tirón en una noche (22 al 23 de
septiembre de 1912), un poco más de un mes después de haber conocido a Felice Bauer, a la
que se lo dedica, y cuando todavía estaba en los momentos más exaltados de su seducción.
Luego también dirá:
"La condena es el fantasma de una noche" (Conversación entre Kafka y Gustav
Janouch, Escritos de Franz Kafka sobre sus escritos, Anagrama, Barcelona, 1983, p.
29).
-III-
7
Joseph K y Leni (Anthony Perkins y Romy Schneider),, El proceso, director: Orson Welles.
http://2.bp.blogspot.com/_hFp1YuXJybg/TNJTGlCDelI/AAAAAAAAAoU/v6CT7e--fgI/s400/
Romy+Schneider+-+Leni+-+El+proceso+(2).jpg
"Ahora me perteneces"
finalmente los besó fugazmente y los soltó. «¡Oh!», exclamó ella inmediatamente,
«¡me ha besado!» Rápidamente, con la boca abierta, se puso de rodillas sobre el
regazo de K., K. alzó, casi consternado, la vista hacia ella; ahora que la tenía tan cerca
se desprendía de ella un olor amargo y excitante, como de pimienta; ella atrajo su
cabeza hacia sí, se inclinó sobre él y le mordió y le besó el cuello, incluso le mordió su
cabello. "¡Me ha cambiado!", gritaba de vez en cuando, «ve usted, me ha cambiado a
pesar de todo». Entonces resbaló su rodilla, con un pequeño grito casi cayó sobre la
alfombra; K. la abrazó para sostenerla y se vio arrastrado hacia ella. «Ahora me
perteneces», dijo ella.
"Aquí tienes la llave de la casa, ven cuando quieras", fueron sus últimas palabras, y
le dio todavía un beso a tientas en la espalda, mientras él se iba".
(Franz Kafka, El proceso, capítulo 10, El tío, edición crítica de Guillermo Sánchez
Trujillo, Universidad Autónoma Latinoamericana, Medellín, 2005).
-IV-
9
El castillo es la novela de Milena Jesenská. Ella es la mujer que más cerca estuvo de la
intimidad sexual de Kafka, es la que casi logra que Kafka se abriera a la experiencia sexual y
recibiera el acto de entrega sexual que una mujer le otorga. Fue un momento, porque fueron
más poderosos sus miedos, tal y como lo confesará en la carta que más adelante trascribo y en
la que relata los dos actos sexuales que experimentó con Milena en aquellos cuatro días
memorables en Viena, el uno, consumado y feliz y el otro, fracasado y retorcido por la culpa.
Ese es el posible misterio que se desvela en esta escena de El castillo, en la que se funden y
confunden ternura y temor, culpa y repugnancia, ese sentir el sexo como algo sucio y
degradante y, a su vez, la inversión idealizada, que es el sentimiento que embarga a Kafka
frente al sexo:
"Aún no había salido de la habitación, cuando Frieda apagó la luz y ya estaba al
lado de K debajo del mostrador.
—¡Amado mío! ¡Mi dulce amado! —susurró, pero ni siquiera rozó a K, como
desvanecida de amor yacía sobre la espalda con los brazos extendidos; el tiempo no
tenía límites para su dicha amorosa; y más que cantar, suspiraba alguna cancioncista.
Luego se sobresaltó, pues K estaba sumido en sus pensamientos, y comenzó a
arrastrarse hacia él como si fuera una niña:
—Ven, aquí se asfixia uno.
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-V-
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"Tu rostro sobre el mío en el bosque, y tu rostro bajo el mío en el bosque, y mi cabeza que
descansa sobre tu seno desnudo" (Diarios).
El momento que motiva esta anotación de Kafka en su diario, corresponde al cuarto de los
cuatro días que, a partir del 30 de junio de 1920, pasó con Milena en Viena. Y corresponde a la
excursión a un parque durante la cual vivieron una íntima actividad sexual en la que, y de
manera excepcional, Kafka no fue abrumado por su miedo al sexo, pero, no por mucho
tiempo:
"Entre el lecho de hierba en un claro del bosque y el lecho de la habitación, la
diferencia es como del día a la noche -"un abismo, dice Kafka, que no puedo
franquear, probablemente porque no quiero". En el bosque, el cuerpo de Milena se
inscribe en la luz del mundo, amarlo es abrazar ese todo. La “media hora en la cama”
12
que ella evocó un día en una carta, “con desprecio, como un relato masculino”,
representa una prueba mucho más terrorífica" (Daniel Desmarquest, Kafka y las
muchachas, Edaf, Madrid, 2003, p. 229).
Y como para Kafka sus cartas son el tribunal y el escenario en donde, además de sublimar su
existencia, puede expresar con hermética sinceridad los más oscuros de sus miedos y
pasiones. Esta es aquella célebre carta:
Franz Kafka, Cartas a Milena, 1920:
Lunes por la tarde
Sería un embustero si no dijera algo más que hoy, en la carta de la mañana. Sobre
todo porque me dirijo a ti, ante quien puedo hablar con tanta libertad como ante nadie,
pues nadie ha estado hasta ahora tan cerca de mí, tan a conciencia y a voluntad como
tú, a pesar de todo, a pesar de todo. (Establece la distinción entre el gran A Pesar de
Todo y el gran No Obstante.)
Las mejores cartas que me has escrito (y eso es mucho decir, pues tus cartas en
totalidad son, casi línea por línea, lo mejor que haya ocurrido en mi vida) son aquéllas
en las cuales justificas mi "miedo" y, al mismo tiempo, procuras explicarme que no
debo sentirlo. Pero ocurre que también yo, aunque a veces parezca un sobornado
defensor de mi "miedo", probablemente lo justifique en lo más hondo de mí. Es más:
ese miedo es parte de mí y quizá sea lo mejor de mí. Y puesto que es lo mejor de mí,
quizá sea también lo único que tú amas. Pues ¿qué cosa digna de amar puede
encontrarse en mí? Mi miedo, en cambio, es digno de ser amado.
Y cuando una vez me preguntaste cómo podía decir que había pasado un sábado
agradable, si tenía ese miedo en el corazón, no me pareció difícil explicártelo. Puesto
que te amo (y te amo, pues, conceptualizadora mía; como el mar ama a un diminuto
guijarro hundido en sus profundidades, de la misma manera le envuelve mi amor ... y
ojalá yo sea también para ti ese guijarro, si el Cielo lo permite), amo el mundo entero y
a ese mundo pertenece también tu hombro izquierdo, no, primero fue el derecho y por
eso lo beso cuando quiero (y tú eres tan tierna como para apartar la blusa) y a ese
mundo pertenece también tu hombro izquierdo y tu rostro sobre mí en el bosque y tu
rostro bajo mí en el bosque y ese descansar sobre tu pecho casi desnudo. Y por eso
tienes razón cuando dices que ya fuimos uno, y eso no me produce miedo alguno, es
mi única dicha y mi único orgullo y no lo limito para nada al bosque.
Pero entre ese día-mundo y aquella "media hora en la cama" de la cual hablabas
con tanto desprecio en una carta, definiéndola como cosa de hombres, existe para mí
un abismo que no puedo franquear, probablemente porque no quiero. Allí hay un
asunto de la noche, en todo sentido un asunto de la noche; aquí está el mundo y yo lo
poseo y se supone que yo franquee el precipicio para penetrar en la noche y para
apoderarme otra vez de ella. ¿Puede uno apoderarse otra vez de algo? ¿No equivale
eso a perderlo? Aquí está el mundo, que yo poseo, y se pretende que yo franquee el
abismo en nombre de un inquietante hechizo, un conjuro, una piedra filosofal, una
alquimia, un anillo mágico. No quiero saber nada de eso, me inspira un miedo horrible.
¡'Tratar de atrapar en una noche, por medio de una hechicería, a toda prisa,
jadeante, desvalido, poseído, tratar de atrapar por medio de una hechicería lo que
cada día ofrece a los ojos abiertos! ("Quizá" no haya otra manera de engendrar hijos,
"quizá" los hijos también sean un hechizo. Dejemos ese tema por ahora.) Por eso
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estoy tan agradecido (a ti y a todo) y por eso es, pues, samozrejmé (lógico y natural)
que junto a ti me sienta absolutamente sereno y absolutamente inquieto,
absolutamente coaccionado y absolutamente libre, razón por la cual, luego de haberlo
comprendido, he renunciado a todo el resto de la vida. ¡Mírame a los ojos!
Por Frau K. me entero de que los libros han sido trasladados de la mesa de luz al
escritorio. Tendría que habérseme consultado antes si estaba de acuerdo con el
traslado. Y yo habría dicho: ¡no!
Y ahora agradéceme. Tengo ganas de escribir algo loco en estos últimos renglones
(algo locamente celoso), pero he logrado reprimir ese deseo.
Y ahora basta, ahora cuéntame algo de Emilie.
***
Notas