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(…) el reemplazo de una identidad monolítica por una identidad en construcción que resulta
de la pertinencia a diversos grupos de oprimidos cuya identidad cultural se define en función
de esas condiciones. O sea: un sujeto individual y colectivo a la vez, y situado en la
marginalidad a causa de múltiples discursos de poder.
Jorgelina Corbatta
No debemos dejar que se pierda aquel sueño infantil que representa el germen de una cultura
femenina del amor a la madre. Esta reaparece, por otra parte, en el mismo texto de Rich,
cuando habla de la necesidad que tenemos de la potencia materna, que no se diferencia de
la experimentada en la infancia, y comenta: ”El grito de la niña que hay en nosotras no
debe avergonzarnos por considerarlo regresivo; es el germen de nuestro deseo de crear un
mundo en el cual las madres y las hijas fuertes sean moneda corriente.” (Muraro, 1994, pp.
94-95)
Y en los bordes, en los intersticios de este mundo del cacicazgo mexicano, Catalina irrumpe
con una sororidad inaudita, frente a muchas de las mujeres en la obra: campesinas, indígenas,
hijas adoptivas, alienadas, las amantes de su esposo, etc., y establece un pacto sólo posible
dentro de un orden simbólico contrario al patriarcal, que aunque sólo se adivine al finalizar
el libro, se sella con apoyos, conversaciones, en suma, sororidades múltiples.
Ahora bien, la elección del bildungsroman, de una novela de formación, para contar esta
historia que nos envuelve en los espacios, tanto íntimos como privados del personaje, no es
gratuita si pensamos que esta novela nos es presentada como una especie de autobiografía
ficcionalizada. Ahora bien, dicho registro autobiográfico ficcionalizado le sirve a Catalina
para varios propósitos: como auto-descubrimiento, pero también como corrección o
destrucción del “yo” concebido desde fuera, es decir, desde la cultura patriarcal de estos
cacicazgos en México. En ese sentido, y citando a Biruté Ciplijauskaité, podríamos decir
que:
Así pues Catalina al evocar esta autobiografía ficcionalizada, lo que hace es descubrir todo
el orden existente del México de revolución y postrevolución, pero al mismo tiempo, intenta
ordenar su propia existencia, el sentido de un matrimonio gestado desde la adolescencia y de
sus fracturas, pasando por la sexualidad, la maternidad, la infidelidad y la posterior libertad
que le da en muchos sentidos, la muerte de su esposo, pues con su muerte física también hay
a niveles metafóricos la muerte de todo un sistema del cacicazgo patriarcal, aunque no
desconocemos la fuerza de un sistema que estaba representado no solamente por Andrés
Ascencio, sino también por los otros generales.
En este mismo orden de ideas, habría que reflexionar sobre el registro narrativo de esta
novela de formación que adquirió ese matiz de autobiografía ficcionalizada. Y ese registro
narrativo nos hace pensar en un yo íntimo que observa, interpreta y actúa siempre desde una
consciencia decididamente subjetiva, recordemos los inicios de las secuencias iniciales en la
novela: “Ese año pasaron muchas cosas en este país”, “Nos arrepentimos, pero años
después”, “A veces todavía tengo nostalgia de una boda en la iglesia”, “Nunca fuimos una
pareja como las otras”, etc., que nos da una imagen retrospectiva que implica
supersposiciones temporales y acumulación de significado, tanto histórico como personal, no
en vano este registro se presta para condensar tantas décadas de la Historia mexicana.
Según lo anterior, es justo decir que la novela de formación (bildungsroman), es una novela
del despertar tal y como ocurre con la obra de Mastretta, pues se trata de un desarrollo de
la conciencia que va más allá del aprendizaje de un Lazarillo de Tormes o un Wilhem
Meister. Y el fondo histórico es imprescindible en estas novelas, pues las narraciones tienen
como eje la experiencia histórico-social, pero a la vez representan el despertar de la
conciencia. (Ciplijauskaité, 1988, p.p. 20 y 21) Y Catalina presenta muy bien este doble
despertar, tanto político como privado, en varios momentos de la narración en los que se
muestra consciente de la desgracia que constituye Andrés a nivel político, así como en el
ámbito privado, los cautiverios femeninos en los que debería aleccionarse, pero que
lentamente va logrando deconstruir a través de prácticas sororas con la criada que es
rechazada por su maternidad o con la hija-amante de una de las víctimas de su marido:
Lucina llegó al día siguiente con su ropa en una caja de cartón. Tenía los ojos oscuros y l
cara chapeada. Hablaba poco, pero a Checo le contó desde entonces todos los cuentos que
yo no me sabía, a Verania le cosió vestidos para sus muñecas y a mí me daba masajes en la
espalda cuando me veía triste. Se volvió la nana de todos.
El hijo que iba a tener se le salió una mañana sin mucho escándalo. Era un feto de cinco
meses y estaba muerto. Lo lloró un día. Ausencio, los niños y yo la acompañamos a
enterrarlo en su pueblo (Mastretta, 2009, p. 68)
(…) Magdalena era la única junto a la caja, me vio entrar. No me acerqué, no tenía nada
que decirle, sólo quería verla y saber si la corona de flores que mandaría Andrés cabría por
la puerta. Porque él así jugaba, cuando el muerto era suyo o le parecía benéfica su
desaparición, mandaba enormes coronas de flores, tan enormes que no cupieran por la
puerta de la casa en la que se velaba el difunto. (Mastretta, 2009, p. 78)
Pues bien, esa cultura femenina de la que habla Muraro al enunciar el orden simbólico de la
madre, en la obra no se evidencia sólo en el personaje de Catalina, vemos que Lucina acuna,
cuida y muestra lo que significan los cuidados maternos en medio de una cultura de la muerte
y de la violencia, como lo es el patriarcado y su representación en Andrés Ascencio, Rodolfo
Campos, Heiss, y todos los generales a cargo de los crímenes como es el caso de Atencingo
y Atlixco.
(…)Porque Verania sí lo cree y yo sé muy bien que eso no es cierto, que el hijo de Lucina
está en el hoyo.
(…)Sí, en el hoyo. Como ese Celestino que ayer dijo mi papá que le buscaran un hoyo.
(…)Siempre dice así. A éste búsquenle un hoyo. Y eso quiere decir que lo tienen que matar.
Después de la tarde que vomité, resolví cerrar el capítulo del amor maternal. Se los deje a
Lucina.
Pese a esta cultura de la muerte que es el patriarcado, el despertar que comporta la novela de
formación, nos muestra a un sujeto femenino que a la par que descubre el orden social vigente
de su época, representado en la carrera política de su esposo, descubre también los roles
tradicionales asignados a la mujer y los va deconstruyendo, sea en esos íntimos espacios
privados como la cocina y las charlas en las que sus amigas y ella tejen y destejen el orden
patriarcal vigente, recordemos entonces una de esas charlas de concienciación política:
-Son unos cursis –dijo Mónica-. Con tu perdón, Cati, pero, ¿a quién quieren convencer de
su honradez? Que no me digan que ni cuentas de cheques tiene. ¿Qué? ¿Chofi guarda
quincenas abajo del colchón?
-Ningún depósito en México- dijo Pepa-. Tu compadre es insufrible, nos esperan seis años
de tedio: creyente y anticomunista, ya sólo quedaba mi marido –dijo riéndose con la frescura
que le había brotado de las citas en el mercado de La Victoria.
-¿Ya sabes por qué le dicen a Rodolfo el Income Tax? – preguntó Mónica-. Porque es un
pinche impuesto –se contestó.
Nos reímos. Como buenas poblanas, mis amigas eran la purísima oposición verbal. Decían
todo lo que yo quería oír y no tenía dónde. (Mastretta, 2009, p. 109)
Y es que estos espacios como la cocina, que tradicionalmente eran lugares de
aleccionamiento de los roles femeninos, en la novela se deconstruyen y convierten en
espacios de sororidad1que se anteponen a la opresión y a la represión de estos confinamientos
y que habla de la responsabilidad que Catalina si adquiere con otros, contrario a lo que
esquematizaba Lagos en el estudio sobre la novela anteriormente mencionado. Tampoco
podemos olvidar la liberación que hace de las locas, liberación que nos revela que la locura
femenina en el sistema patriarcal era usada para desheredar y deslegitimar los derechos
femeninos, y es así como vemos que algunas de estas mujeres realmente no están alienadas,
más que por una sociedad que buscaba acallarlas a través del confinamiento.
De igual forma, otra de las maneras de luchar en contra de los confinamientos, sean sociales
o subjetivos, es el mismo registro narrativo que como ya se dijo, que también habla de una
conciencia que el sistema patriarcal hubiera preferido amputar, pero que en el caso de
Catalina, se recupera a través de la retrospectiva de su vida, contada como una autobiografía
ficcionalizada, lo que le brinda esa reflexión frente a los límites impuestos, y al mismo
tiempo, el descubrir una identidad no marcada sólo por la relación con los hombres al estilo
de Andrés Ascencio, sino también en relaciones sororas con otras mujeres de diversas clases
sociales y etnias, como lo muestra su apoyo a mujeres como Magdalena, Lucina, Helen,
Carmela y Lilia, pues sus silencios y apoyo frente a los abortos, a sus libertades sexuales y
a la conciencia política en gestación así lo muestran.
1
Sororidad
Sororidad del latín soror, sororis, hermana, e-idad, relativo a, calidad de. En francés, sororité, en
italiano sororitá, en español, sororidad y soridad, en inglés, sisterhood.
La Sororidad es una dimensión ética, política y práctica del feminismo contemporáneo. Este término
enuncia los principios ético políticos de equivalencia y relación paritaria entre mujeres. Se trata de
una alianza entre mujeres, propicia la confianza, el reconocimiento recíproco de la autoridad y el
apoyo.
Es una experiencia de las mujeres que conduce a la búsqueda de relaciones positivas y la alianza
existencial y política, cuerpo a cuerpo, subjetividad a subjetividad con otras mujeres, para contribuir
con acciones específicas a la eliminación social de todas las formas de opresión y al apoyo mutuo
para lograr el poderío genérico de todas y al empoderamiento vital de cada mujer. Marcela
Lagarde, Antropóloga y feminista, Catedrática de de la Universidad Autónoma de Méjico, autora de
cientos de artículos y libros sobre género.
“La política de las mujeres.” Madrid, Cátedra, 1997. En: http://rosacandel.es/diccionario/
En la misma tónica en la que concluye Ciplijauskaité la evolución de la novela de
concienciación/formación en primera persona, se puede decir que ésta se ha encaminado de
la realidad psicológica hacia el realismo social (Ciplijauskaité, 1988, p. 30), caso de la novela
abordada en este caso y de la construcción como sujeto femenino y político que vivencia
Catalina Ascencio.
La novela de Mastretta nos muestra entonces una doble subversión frente a los valores
políticos y femeninos de su época, lo que nos recuerda algunas de las inquietudes de la novela
y su orientación hacia el indagar, pues este género:
No se contenta con narrar o exponer; quiere descubrir las motivaciones interiores de toda
acción individual así como de los acontecimientos públicos. Ya Balzac sugería que
descubrir las causas de los grandes movimientos soterraños de la sociedad era la tarea más
alta del escritor. Su novela realista ponía énfasis sobre todo en la vida colectiva. El
existencialismo ha enseñado a retrotraer la atención hacia el individuo. En el siglo XX es
muy fuerte la pregunta “¿quién soy?, ¿cuál es mi papel en el mundo?”. Se podría
considerarla como el punto de partida de la novela de concienciación, que se desarrolla en
una especie de bildungsroman, pero usando técnicas más innovadoras. Desplaza el énfasis
en el devenir social, activo al cuestionamiento interior. Para saber quién soy debo saber
quién he sido y cómo he llegado al estado actual. De aquí la abundancia de novelas que
reevalúan el pasado desde el presente, es decir, desde una conciencia ya despierta. Esto no
es un fenómeno nuevo: lo hacía ya el héroe-narrador picaresco, pero con el propósito de
justificar sus actos; la mujer contemporánea sigue preguntándose por su propia esencia,
buscando su identidad, se acentúa el proceso abierto. (Ciplijauskaité, 1988, p. 34)
Y justamente, esas son las inquietudes de Catalina a lo largo de su relato, inquietudes que
van desde la reflexión sobre el amor imposibilitado junto a Carlos, cuestionamientos sobre
la mujer que era después de ser madre, amante y esposa, cuestionamientos que rompen la
posibilidad de que el personaje sea sólo una representación del México postrevolucionario y
no sea, al mismo tiempo, un sujeto múltiple, ambiguo; tal y como los seres que habitan
nuestra realidad, muy humanos y sobre todo, en construcción. Son muy dicientes al respecto
las palabras que le dice Andrés Ascencio cuando intenta definirla:
(…) ¿Tú qué quieres? Nunca he podido saber qué quieres tú. Tampoco dediqué mucho
tiempo a pensar en eso, pero no me creas tan pendejo, sé que te caben muchas mujeres en
el cuerpo y que yo sólo conocí a unas cuantas. (Mastretta, 2009, p. 225)
Finalmente, podemos decir que el personaje no iba a presentar la solución mesiánica sobre
qué mujer ser y qué país ser y mucho menos cómo dirigirlo, pues como se dijo ya
anteriormente, la novela tiene una labor revisionista, no se trata de revelar la verdad acerca
de los sujetos femeninos y mucho menos, la verdad sobre un país que atravesaba una crisis
que venía de décadas atrás. Sin duda, haber apostado por una respuesta frente a esas dos
crisis, privada y pública, habría sido un proyecto de la novela total, quizás de otras tendencias
narrativas y en otros autores, muy al contrario de una tendencia narrativa como la que se
enmarca para los novísimos en la que:
Los autores no son propensos al mesianismo grupal o político. Son reacios al “dividismo”,
a erigirse en el “gran escritor”. Tampoco se consideran portavoces de doctrinas. Prefieren,
eso sí, desnudar y atacar –sin ruborizarse por el color del signo político donde ocurren los
trastornos- la hipocresía, la doble moral, la intolerancia, el dogmatismo y la agresión contra
la integridad física y espiritual de los seres humanos. (Tornés, 1996, p.p. 34-35)
LAGOS, R. (2003), Las metáforas del doble y del incesto en Arráncame la vida, Santiago
de Chile, Ediciones Cuarto Propio.
MURARO, L. (1994), El orden simbólico dela madre, Madrid: Edición horas y Horas.