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Sin embargo, no parece haber evolución porque el maltrato hacia los hijos de
los inmigrantes de principios del siglo XX es muy parecido al maltrato de los
pequeños inmigrantes de los 2001. Unos porque traían el piamontés, los otros
porque traen el quechua. Unos serán hostigados por suponerse anarquistas, y
los del sigo XXI por pertenecer a países latinoamericanos. A ambas
migraciones les fundarán un destino, el estado de riesgo, que los llevará
indefectiblemente a la delincuencia, según postulan, entre otros, los medios de
comunicación. Este estado de riesgo se funda, como recordamos, en la ley
Agote. Recordemos un párrafo:
"Yo tengo la convicción profunda de que nuestra Ley falla si no llegamos a suprimir el cáncer
social que representan 12 a 15 mil niños abandonados moral y materialmente, que no conocen
familia. Las etapas de esta carrera de vagancia y el crimen son las siguientes: los padres
mandan a los niños a vender diarios. Pero en seguida los niños juegan el dinero o se lo gastan
en golosinas, y cuando llegan a sus casas, el producto de la venta se halla muy disminuido.
Entonces los padres los castigan, y después resuelve el niño no volver más a su casa y vive
robando en los mercados, durmiendo en las puertas de las casas, y finalmente cae en la
vagancia y después en el crimen".
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O una supervisora de la ciudad de Buenos Aires que en 2006 decidió excluir de la
biblioteca escolar el libro álbum “Mi papá”, de Anthony Browne, porque sus imágenes
muestran a un padre ajeno a la cultura argentina y porque el pequeño protagonista
parece burlarse de la sagrada familia.
O el periodista que el año pasado objetó escandalosamente que Un cuento de amor y
amistad de Luis María Pescetti formara parte de las bibliotecas escolares porque
contenía un juego hiperbólico e irónico con la palabra caca.
O los papás que se enojaron con la maestra porque dicen que sus hijos de 5 años se
asustan del álbum “El túnel”, de Anthony Browne, en el cual la protagonista atraviesa
una escena de brujas camufladas en árboles y aparecen los íconos de los cuentos
maravillosos. ¿El cuento maravilloso ya no es más maravilloso?, ¿Habrá pasado a
formar parte del género terror? Si los dejamos avanzar nos vamos a quedar sin
géneros literarios.
Junto a esta censura cotidiana, algunas editoriales convocan a los autores a la fiesta
de una literatura en valores encargando una escritura por temas como el sida, la
discapacidad y la pobreza y muchos autores concurren a esa fiesta. Entonces, los
discapacitados pasan a ser héroes, las vacas solucionan el problema del hambre y a
los que tienen sida los convocan para trabajar en el Banco de Boston. Esta literatura
por encargo es una forma de hipocresía. Los valores están en la literatura tanto como
en una propaganda de cerveza porque como dijo Bajtín no hay signo sin ideología. La
diferencia es que la propaganda se apoya en clichés mientras la literatura tiene que
operar estéticamente con los discursos y en ese juego necesariamente aparecen los
valores tratados de un modo singular, estilizados. Pero si yo priorizo los valores corro
el riesgo de que la literatura se vuelva camaleónica hasta desaparecer.
En nuestros días es plausible tratar el tópico de la discriminación, el estado también
está de acuerdo con eso; es un valor. Pero en el año 76 los padres que declaraban
“Algo habrán hecho esos jóvenes” obviamente sostenían otros “valores”. Y tal vez en
unos 20 años los valores estén asociados a la belleza, no estamos muy lejos de la
cirugía generalizada y de las caras todas iguales. Los valores cambian según
convenga al sistema.
Priorizar o incluir premeditadamente estos temas en la literatura infantil es
reduccionista, cambia la función primordial de la literatura que es la estética, por otra
que es la moral. Además, produce un efecto perverso o al menos paradójico en una
sociedad que maltrata a los niños y que cree en la ecuación pobreza/delito.
¡Qué conveniente es creer que la delincuencia se origina en la pobreza!, tanto como
creer en la ecuación niño pobre/problemas de aprendizaje.
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Pero le toca más trabajo todavía. Una venganza más grande quizás. Esta literatura, no
deliberadamente escrita “en valores” se lleva a la infancia y arma con sus experiencias
una serie de poéticas en las que se tematizan las injusticias que los adultos comenten
con los niños.
Como las bellas criaturas hostigadas por las mal llamadas madrastras de los cuentos
de hadas.
Como el muñeco de madera fóbico a toda domesticación que exhibe las premisas de
falsa inclusión con que se funda la escuela.
Como el pequeño Oliver en su fuga hacia los territorios del delito, provocada por los
ilustres que defendían los valores de entonces.
Como Peter Pan que tiene que proteger en una comarca ideal a los niños que los
adultos descuidan.
Como De noche en la calle, el libro de la escritora brasilera Ángela Lago que
encuentra en la plástica palabras nuevas para hablar de los chicos que trabajan en la
calle porque acaso se da cuenta de que las palabras para nombrarlos están gastadas.
Los niños, por su parte, hacen un uso gozoso de la literatura simulando que silabean
los pata peta pita pota puta del cuento llamado “La canción de las pulgas” de Gustavo
Roldán, cuando en realidad lo que quieren es enfatizar las dos últimas sílabas de la
serie; o usan al “topito Birolo” para buscar en sus páginas la palabra caca; o se roban
frases de Neruda para mandarles cartas a sus novias o copian a Vallejo para
denunciar que van a ir a parar a cajoncitos chiquitos, en el barrio de Flores.
Quiero pensar que los niños a veces pueden escapar de las representaciones
negativas que los adultos fundan acerca de ellos. La literatura en algún momento les
hace justicia en sus páginas. La literatura de verdad, como la de Vallejo, la que
extraña y desautomatiza les presta sus palabras.
BIBLIOGRAFÍA
Textos literarios
TEORÍA
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