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Un indio de Chayanta consiguió, a mediados del siglo XVIII, decide la carrera de sacerdote.

Luego de predicar en numerosas


parroquias de pequeños pueblos perdidos, se le ofrece trabajar en la Iglesia Matriz, en Potosí.

Trabajando en esta iglesia, conoce a una joven india de la cual se enamoró con el tiempo. Sin embargo, su felicidad se vería
interrumpida cuando se le ordena viajar a Lima.

En ausencia del cura, la india fue repudiada y perseguida por el pueblo, hasta que un día se la encontró muerta, según a
causa de la soledad y de añoranza del amante que tardaba en regresar.

Al regreso del cura y enterarse de lo ocurrido, se encerró en silencio a pasar su dolor que culmino en una fascinación por la
muerta, al punto de desenterrarla y con una tibia de ella hizo una quena; con ella lloró su desgracia.

Se cuenta que en los últimos días de su vida, el cura se había vuelto loco, e iba de manera errando en los suburbios de la
capital y cada vez que topaba con un vasija metía su quena y entonaba una melodía en recuerdo de su amada, que además
contenía letra compuesta por el mismo.

Al morir el sacerdote se quemaron todas sus pertenencias y el arzobispo mayor de la Plata decreto la excomunión mayor
contra quien cantara o tocara la música del Manchay Puytu.

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