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Ibar Varas

Riesgos de la ideología
La teoría también se transforma
en una fuerza material cuando
se apodera de las masas
Karl Marx.
A Lautaro Videla, por su consecuencia
en los ideales compartidos
INTRODUCCIÓN

La historia de la filosofía podría entenderse como la historia de la


inconformidad, de la rebelión y de la skepsis que entre los griegos era la actitud de
duda. Inconformidad dirá Unamuno en el siglo pasado. El empleo del término
ideología se ha extendido de tal manera que pareciera natural no poner en duda ni
estar disconforme con el significado y sentido con que se le emplea sin mayor
análisis. Como siempre el ser humano se ve impulsado a nuevas búsquedas ante las
exigencias del conocimiento.
Lo anterior tiene plena aplicación en el esfuerzo del Ludovico Silva (1937-
1988) por develar aquello que la ideología oculta, tergiversa, falsea, manipula. El
filósofo se propone mostrar cómo se ha deformado el concepto de ideología desde
que Marx y Engels en La ideología alemana, especialmente, superan la tradición
europea que consideraba a este fenómeno social como estudio de las ideas.
En esa obra y en Teoría y práctica de la ideología y otras obras posteriores,
Silva rescata el verdadero significado y sentido de la ideología deslastrado de
manipulaciones lamentables y que en el siglo XX asociaron la ideología a
expresiones como “ideología revolucionaria”, “ideología de la clase trabajadora”,
“conciencia ideológica”, “formación ideológica”. En La ideología alemana, edición
al cuidado del Wenceslao Roces, que aquí hemos empleado, hay una respuesta
contundente que echa por tierra la desviación de esas expresiones. “¿Para qué
predicar una ideología revolucionaria, si toda ideología es por definición
reaccionaria?”.
Pensemos que todas esas expresiones son evidencia justamente de la
dominación ideológica en que hemos permanecido sin percatarnos de la necesidad
intelectual y ético crítica de su superación en el contexto más amplio de la política.
¿Aceptaría alguien que un profesor dijera en clases que van a estudiar una filosofía
ideológica?. Recordemos que filosofía, más allá de la etimología hunde sus raíces,
en categorías como desnudar, develar, desenmascarar. De eso se trata en América
Latina en este insinuante siglo XXI.
Si una filosofía se erige en defensora de un orden social injusto, inhumano,
alienante, no es filosofía; es simplemente ideología. Si pretende justificar
relaciones de exclusión, dominación, colonialismo, segregación racial, explotación,
discriminación sexual, de clase social, esa no es filosofía; es ideología. Al ocultar,
deformar, tergiversar o imponer una visión falsa y distorsionada del mundo, del
hombre y la mujer, no es filosofía; es ideología.
Cuando la filosofía constituye un sistema de ideas en perpetua marcha, esa
marcha es la que transforma el mundo. Pero no son las ideas las que cambian el
mundo; son los hombres reales y actuantes, como dice Marx, desde su corporeidad
viviente, los que transforman y revolucionan las injusticias. Es la dialéctica
irrupción de lo nuevo que intenta cambiar lo viejo lo que nos impulsa a pensar y
actuar. Es la riqueza histórica de la relación teoría/práctica.
Las ventanas de la filosofía comunican con el mundo, contrariamente a lo
que pensaba Leibniz, para quien el mundo estaba integrado por mónadas a las que
consideraba átomos espirituales sin comunicación entre sí, cerrados, autárquicos.
La filosofía es un cuerpo abierto en constante refutación y contradicción. Si la
filosofía predicara una verdad y pretendiera imponerla dogmáticamente, no sería
filosofía; seria ideología.
Si la ciencia impusiera sus verdades como verdades últimas, autosuficientes
entonces no sería ciencia; seria ideología. Si se afirma que no debemos
preocuparnos por los pobres, la injusticia, pues siempre ha habido pobres y ricos y
ello es natural a la especie humana, entonces no hay historia; hay ideología.
Cuando se afirma que la filosofía marxista es la única, la correcta de la clase
obrera revolucionaria, tal cual como imponían los manuales de la Unión Soviética,
entonces no es una filosofía revolucionaria; es ideología.
En Teoría y práctica de la ideología, Ludovico Silva adelanta el estudio de la
ideología que Marx y Engels no podían considerar en su época en campos de vasto
desarrollo como la publicidad hoy, la propaganda política, las telecomunicaciones
de la información y la comunicación. Allí se encuentran sendos ensayos sobre los
comics y la televisión. Personajes como Tarzán, el Fantasma, Mandrake, son
recursos creados en los estudios cinematográficos de los Estados Unidos para
imponer la dominación cultural imperialista. Más allá de su aparente misión de
entretener, los comics son instrumentos de dominación ideológica. El mensaje
oculto de los comics exige ser develado hoy cuando la televisión ocupa buena parte
del tiempo libre de niñas y niños, adolescentes y adultos. El caso del dibujante
Quino y su personaje Mafalda puede considerarse como un excepcional caso de
inteligencia “contraideológica”.
La posición concreta que los medios de comunicación de masas han asumido
en Venezuela, con especial énfasis en lo que van de este siglo XXI, es una muestra
de cómo ellos han pasado de ser medios informativos y culturales, a simples y
grotescos canales de tergiversación, difusión distorsionada de hechos, inversión de
la realidad y, lo que es más peligroso, fuente constantes de mentiras. Estamos
exigidos en emprender conductas que superen la “inconsciencia ideológica” y pasar
a una conciencia contraideológica. Radios y televisoras comunitarias, periódicos y
revistas, teatro de calle, producción de videos y documentales, entre otros, pueden
ser alternativas contra la dominación ideológica.
La ideología no se impone como se impone un remedio a un niño. Ella es
introducida con todas las sutilezas y artilugios que la burguesía ha creado desde
mensajes subliminales a exhortaciones admonitorias. Cuenta para ello con notables
ideólogos: sacerdotes, pastores, rabinos, moralistas, políticos, publicistas,
periodistas que, como dice Paulo Freire, introducen en el pueblo mensajes como
quien deposita monedas en una alcancía. Cada mensaje que la ideología abre en el
cerebro de hombres y mujeres es una herida que sangra. El lenguaje puede ser el
primer paso o la primera forma de lanzar piedras a la ideología. Es obvio que es
necesario crear el lenguaje que permita superar los falsos ropajes con que la
ideología oculta la verdad y la realidad. Una toma de conciencia auténticamente
revolucionaria tiene que tomar las armas contra la ideología.
POR QUE IDEOLOGÍA HOY

El tema central de este estudio es la ideología. Su enfoque pretende una


orientación y análisis que se aparta de la concepción consciente o inconsciente que
se tiene de ella. Al mismo tiempo, toma posición con quienes refutan esta tendencia
y ofrece argumentos para una redefinición y una nueva conceptualización de la
ideología que contribuyan a la deconstrucción de su espíritu encubridor y
deformante. Se parte de la convicción histórica de que cualquier cambio destinado
a transformar la relación de denominación en el sistema del capital debe ser
abordado como totalidad. Esto implica que las categorías de análisis deben penetrar
en profundidad y en todas las formas en que se manifiesta la ideología, tanto como
sea posible.

Desde una opción metódica se pretende un triple acercamiento al problema:


1) Ontológico: ¿cuál es la respuesta que la ideología ofrece a la pregunta por la
realidad? 2) Epistemológico: ¿qué responde la ideología a las exigencias del
conocimiento y la verdad? 3) Psicológico: ¿es la ideología falsa conciencia que
opera en los niveles preconscientes e inconscientes? Si se exigiera un cuarto punto
de vista, que llamaríamos filosófico, surgirían varias interrogantes que se expresan
en una sola: ¿por qué y cómo pensamos lo que pensamos?

El estudio de la ideología presenta tendencias contrastantes que son, en el


fondo, excluyentes. Así tenemos que para los pensadores de finales del siglo
XVIII y comienzos del XIX la tendencia era circunscribir la ideología al estudio de
la historia de las ideas. En sentido contrario y, especialmente a partir de Marx, la
ideología se concibe como un dominio de ideas que conducen a la percepción y
conciencia de la realidad como realidad invertida, falsa y deformada. Si se asume
que estas dos tendencias son contrarias e irreconciliables para los efectos de una
interpretación filosófica actual, lo elemental será entonces definir cómo se
constituyen ambas posiciones. Tal vez sea necesario recurrir a un “criterio de
demarcación”, como exige K. Popper (1973) para separar aquello que es ciencia
de aquello que no es ciencia. ¿Es posible definir la línea de lo que es científico,
verdadero, de aquello que aparece como encubierto, falso y se pretende verdadero
en la ideología? ¿La realidad es una construcción del sujeto que observa o ya está
dada, predeterminada y falseada por la ideología?

El interés de algunos investigadores por ubicarla en el terreno de la


sociología desde la perspectiva del conocimiento, es evidente en los sociólogos del
siglo XX que aún persisten en considerar a la ideología como un tipo de
conocimiento válido por sí mismo. En la filosofía, el interés parece estar centrado
en concebir la ideología como un nuevo discurso ontológico y epistemológico.
Podría postularse que hay una tercera vía que se propone estudiarla en esta doble
dimensión. El curso mismo de la ideología, mucho antes que el término se
incorporara a la confrontación intelectual, ya muestra estas diferentes visiones.

Un filósofo contemporáneo recomienda que la investigación sociológica esté


inspirada por una “mirada irónica, que desvele, desenmascare e ilumine lo
oculto” (Bourdieu. 2003: 18). Todo parece indicar que la ideología oculta, cubre de
velos y enmascara la realidad y hacen falta nuevas iniciativas, audacia intelectual
y cierta dosis de irreverencia (como el recurso socrático de la ironía) para estudiar
qué hay en el decurso histórico que nos ilumine para alcanzar la máxima
claridad sobre el asunto que nos preocupa. Tomemos el consejo que ante las
exigencias de la ontología y la epistemología el investigador debe tocar en lo
profundo, allí donde el discurso ideológico se fortalece en su estructura misma pues
“la estructura profunda permite comprender la superficial” (Trias 1970: 108). Sólo
allí en lo profundo de las relaciones materiales y espirituales de la vida social
podemos encontrar lo que la ideología es. En la superficie, es apariencia de ser.
Para esta exigencia de profundidad no bastaría la experiencia de la semántica, los
apremios del logicismo filosófico ni los análisis del discurso, tan dados a
descontextualizar la realidad. En esta dirección de ir a lo profundo de la ideología
es inevitable recurrir a Marx para comprender y superar las distorsionadas
pretensiones de los ideólogos. La ideología es una manifestación de las condiciones
materiales, económicas, sociales y espirituales existentes en todo momento
histórico y en todo modo de producción.

Aquí nos proponemos mostrar que la ideología es un tipo de discurso ante el


cual, con lamentable abundancia, pasamos de largo sin exigirnos rigurosidad para
decidir si aquello que dice el discurso ideológico es una verdad o una no verdad,
una aspiración mística, una ilusión o una elucubración metafísica. Es necesario
entonces seguir el consejo de establecer el criterio de demarcación ya aludido, entre
ideología como terreno ambiguo donde se proyecta la verdad y la realidad. Al
mismo tiempo, un auténtico espíritu filosófico exige develar, desocultar,
desenmascarar las pretensiones de la ideología.

En esta misma dirección se exponen las razones que asisten a quienes


establecen relaciones entre ideología/pensamiento y praxis revolucionaria. Aquello
que reclama todo proceso revolucionario es un sólido y unitario soporte teórico que
oriente la praxis política. Se cae en contradicción cuando se reclama, en nuestra
realidad, una educación ideológica. J.C. Filloux (2008: 36) sostiene que en una
perspectiva psicoanalítica la ideología es justamente una fetichización que pervierte
el deseo de saber. El mismo Filloux cae en abierta contradicción cuando al
referirse a la experiencia pedagógica de Tolstoi en Isnaia Poliana (1858-1861)
sostiene que “ha podido suscitar [Tolstoi] una ideología pedagógica”. Si la
ideología es una fetichización, mal podría suscitar, desarrollar o poner en práctica
una ideología pedagógica, que sería la negación del espíritu que Tolstoi inspiró y
puso en práctica en esa escuela. La misma contradicción aparece luego (p.161) en
relación con la enseñanza de la ideología de la no violencia. El estudio de la
ideología debe superar las apariencias de verdad que se ocultan detrás de
idealismos/ teologismos, escolasticismos o derivas metafísicas siempre atentas por
renovarse. Esta exigencia aparece definida en el texto siguiente y evita digresiones
innecesarias:

El fenómeno ideológico (…) constituye un discurso en el


que no se rebasa el nivel superficial: la forma en que
aparecen las frases de un discurso, la forma en que
aparecen las relaciones sociales, la forma en que aparecen
las instituciones del parentesco. La ideología tiende a
quedarse a ras de piel o en las palabras. (Trias op. cit.108)

Se trata de un modelo de discurso, el modelo de un discurso aparente, que


penetra en nuestras formas de ser y de decir sin la voluntad ni la acción consciente
de los hombres. Con razón Marx calificó a la ideología como falsa conciencia,
opuesta a ciencia. La ideología emerge en la realidad pero no es un objeto, una cosa
que aparece. Su ser es aparente. El positivismo y el neopositivismo – de Comte a
Wittgenstein – negaron la validez de la metafísica. La ideología no puede recurrir
en la defensa de su discurso sosteniendo que es la esencia de la verdad, pues en ese
caso, alcanzar la esencia sólo sería una pretensión desde la metafísica.

Los aparatos ideológicos como dominación adquieren una unidad inseparable


del sistema de ideas imperantes para asegurar esa dominación. La religión es un
recurso que en una sociedad de clases garantiza aceptación dogmática de la verdad,
y queda por tanto fuera de toda discusión su papel ideológico como sostiene Marx.
La moral burguesa encarna y ampara los intereses de la clase dominante. Para ello
nada mejor que la moral –ese corsé de clase social- para imponer y someter. En el
pensamiento del siglo XXI las clases dominantes y sus aliados recurren al lenguaje
para someter. Nada mejor que buscar los medios a través de los cuales ejercerá su
contenido: los medios de comunicación de masas. Todo intento de formación
política y toda praxis para la transformación social deberán encaminarse a crear en
el hombre un nuevo hermeneuta que penetre en el lenguaje de los medios de
comunicación para denunciar las nuevas formas de manipulación de la consciencia
de las mayorías sometidas a explotación, marginación, exclusión, invisibilización.
Todos, en alguna medida, hemos vivido la experiencia de Garabombo el invisible.
El estudio de la ideología desde los aportes de Ludovico Silva en Venezuela, como
se verá luego, demandan una capacidad y la decisión de estudiar con rigor
metódico el rol preponderante que la fuerzas de la dominación ejercen hoy a través
de la prensa escrita, la televisión, la radio y la ruptura espacio temporal producida
por las redes de alta tecnología de internet y el teléfono celular. Hay una perversión
ideológica que exige su develación para evitar los riesgos en expansión de su
carácter alienante. A este respecto parece saludable hacer nuevas lecturas de los
Manuscritos económico filosóficos de 1845 de K.Marx.

Las ideas fundamentales de Marx en relación con la ideología que tienen


amplia fundamentación en La ideología alemana, destacan el carácter todavía
vigente de su filosofía. En estos tiempos de “duro cierzo invernal” que cantaba
Agustín Lara, esas lecturas representan un aire refrescante. La consciencia no
puede separar los límites de la emancipación de los de la liberación. Se trata no
sólo de unidad teórica. Estamos ante la demanda de una nueva praxis
revolucionaria. Este hacer no podrá ser tarea de Los condenados de la tierra
(F.Fanon) si antes no se enfrenta al sistema del capital dotados de un bisturí que
permita extirpar las nuevas formas de la alienación creadas e impuestas por la
cultura burguesa.

La consolidación de experiencias que en América Latina rompen con


distintos rostros sus ataduras del capitalismo neoliberal de hoy, demuestran que los
procesos sociales son inseparables de las ideas, como pensaba Marx.

Los medios de comunicación son la correa transportadora de las clases


dominantes para imponer sus propósitos ideológicos. Las vías a través de las cuales
ejercen su poder han creado la necesidad de repensar y reconceptualizar la
categoría consciencia, más allá de la visión psicologista. Más cerca de Lukács que
de las doctrinas clásicas. Es aquí donde aparece la necesidad que desde Marx a L
Silva se vuelve exigencia revolucionaria: violentar las bases que viabilicen la
superación de la falsa consciencia que crea la ideología.

F. Bacon: crítico de la ciencia contra las idolatrías.

Francis Bacon reconoce que los ídolos, y la consiguiente práctica de la


idolatría, son conductas equívocas, ambiguas, falsas, que tienen un fundamento
individual. Las prácticas idolátricas se derivan de la misma naturaleza humana, aun
cuando no queda aclarado qué se entiende por naturaleza humana. La relación más
auténtica, sostiene Bacon, es con nosotros y entre nosotros y mucho menos con la
naturaleza. La ambigüedad de esa naturaleza humana tiene idéntica elasticidad
semántica que el concepto de entendimiento durante los siglos XVII y XVIII
cuando aún no se había llegado a un acuerdo entre los filósofos para
conceptualizar qué es el conocimiento. David Hume y John Locke escribieron
sendos tratados sobre el entendimiento humano porque eran filósofos y no
psicólogos. En este último caso, habrían escrito los primeros libros sobre el
conocimiento.

En el aforismo 32, del Novum organum el filósofo inglés es explícito al


sostener que el entendimiento no posee plenas facultades para acceder a la ciencia
pues el mismo es “un espejo infiel que, recibiendo sus rayos, mezcla y desvía su
propia naturaleza a la de ellos”.

Para Bacon, el ser humano en su búsqueda del conocimiento se ve afectado


por la existencia de ídolos enraizados que bloquean y dificultan el acceso a la
verdad. Son falsas nociones que aparentan ser verdaderas. Cuatro son estas formas
idolátricas que entorpecen el camino a la verdad: ídolos de la tribu, ídolos de la
caverna, ídolos del foro, ídolos del teatro. Bacon está convencido que el método
científico apropiado para expulsar los ídolos que impiden el conocimiento
verdadero, es el método inductivo.

Los ídolos de la tribu, tienen su fundamento en la familia humana desde la


tribu original.

El hombre cree que es verdad aquello que prefiere y


rechaza las cosas difíciles debido a su poca paciencia para
investigar; evita la realidad pura y simple porque deprime
sus esperanzas; substituye por supersticiones las
supremas verdades de la naturaleza; la luz de la
experiencia por la soberbia y vanagloria (…); las
paradojas las elimina, para ajustarse a la opinión del
vulgo; y de modos muy numerosos y a menudo
imperceptibles, el sentimiento penetra en el intelecto y lo
corrompe. (Reale y Antiseri 1992:295)
Esa traducción que hacen los dos filósofos italianos contemporáneos refleja,
con gran precisión, el espíritu de enemistad de Bacon contra las idolatrías y la
actitud de autosometimiento ante la tradición que impide el acceso al verdadero
conocimiento.

En la perspectiva histórica en que se ubica, el filósofo distingue a los ídolos


de la caverna, que tienen su origen en cada individuo, cada ser humano es portador
de la propia oscuridad que le impide ver claro en la realidad. Los ídolos de la
caverna, desde su falsa realidad, encubren y oscurecen el entendimiento. Más
platónico que aristotélico, Bacon coincide en esta exigencia de claridad con
Descartes y su duda metódica, quien treinta y siete años después considerará la
claridad como exigencia ineludible del método científico por él propuesto.

Los ídolos del foro son producto de la convivencia social. Allí los hombres
se comunican, hacen negocios, firman contratos; pero en ello el lenguaje vulgar es
un riesgo que la ciencia debe superar. Las palabras hacen violencia al espíritu,
afirma Bacon. Y en su tiranía todo lo turban. Como es evidente, el dominio del
lenguaje parece ser el fondo desde el cual todos hablan con idénticas posibilidades
de éxito. En este caso no se hace distinción de quienes se benefician de la idolatría
en el foro. En su misma tiranía las palabras serían inocentes.

El mundo es un gran teatro, confiesa este defensor del inductivismo. Los


hombres escenifican allí sus representaciones. La filosofía ofrece las obras a
representar, la utilería, las luces, la escenografía. La tradición científica y
tecnológica ha carecido de reflexión crítica en su aparente autoridad cognoscitiva.

Los ídolos del teatro poseen cualidades fabulosas. Arrojar los ídolos de
nuestras interpretaciones y percepciones es una tarea de purificación espiritual. La
presencia de los ídolos del teatro puede ser verificada empíricamente pues la
historia muestra su adhesión y unidad con la religión y la teología. En su tenaz
ataque Bacon arremete contra Aristóteles, los sofistas y los supersticiosos; la lógica
y el silogismo no son recursos sólidos para alcanzar la verdad pues no permiten el
acceso a la realidad. La explicación baconiana atribuye a la tradición aristotélica
una desviación que no podía caer en otro terreno sino en la metafísica del primer
motor inmóvil. Algunas ficciones, es decir, idolatrías, han llegado a adquirir
carácter sagrado y hay que combatirlo. El brillo de los ídolos es vano. Digamos por
nuestra parte que si a las ideologías se les exigiera cantar, enmudecerían.

Del mismo modo como Bacon aconseja, con firme resolución, proscribir
todos los ídolos y “libertar y purgar definitivamente de ellos al espíritu humano”
(idem: 44), debemos proceder con voluntad para combatir las desviaciones de la
ideología. Su defensa del método inductivo y el ataque al método deductivo es
demoledor y sin claudicaciones. Con su mismo espíritu rebelde reiteramos que todo
avance auténtico de la ciencia exige una confrontación radical con la tradición y la
autoridad. La costumbre tampoco justifica una reverencia a lo que dicen o repiten
otros, por respetable que sea el pensamiento de esa autoridad.

La filosofía de Bacon no debe confundirse con ateísmo alguno. La suya es


una invocación a la racionalidad que desde la naturaleza descubre la falsedad de las
idolatrías; pero Dios “es el autor de todo bien y el padre de las luces. En las obras
divinas todos los principios, por pequeños que sean, van a su fin” (aforismo 93).
No hay contradicción entre ser un hombre de ciencia de filiación naturalista y un
hombre creyente. Su interés origina la tradición epistemológica que pondera las
causas y exige transparencia a los principios y se aleja de las idolatrías de su época
representadas por los escolásticos y el idealismo medieval.
Ideología y Utopía en Karl Mannheim

El propósito de Karl Mannheim es ofrecer una introducción a la sociología


del conocimiento en cuyo contexto descubre las relaciones entre ideología y utopía.
Para este propósito, es menester reconocer que la ideología es una categoría cuyo
significado se percibe como ambiguo y difuso, cuestión que no impide recordar que
ella emerge en la praxis social diaria, en el dominio de las ciencias y del
pensamiento. El trasfondo implícito de las ideas muestra que la ideología está bajo
constante investigación y que ha sabido sobrevivir a la denostación dógmatica
religiosa, a la exaltación de la razón instrumental de la ilustración, al positivismo y
a las variantes de éste en la transmodernidad. Sin embargo es bajo la crítica del
marxismo que la ideología adquiere una relevancia que, hasta hoy, no parece
declinar.

La capacidad de resistencia de la ideología ha sabido sobreponerse a esa


sensación de vacío social o carencia de normas (real o aparente), que Emile
Dürkheim llamó anomia. Frente a la globalización y al neoliberalismo ¿qué
representa hoy la preocupación por la ideología que tenga sentido para nosotros?
Ella, en sus negaciones y contradicciones surge de la cultura eurocéntrica y la
urgencia social de América Latina y el Caribe se aparta cada vez más de la
tradición del viejo mundo. Desde cerca las cosas parecen estar bajo la mirada de un
mundo desacralizado y secularizado cuyas consecuencias afectan, también, a la
respuesta por la interrogante invariable: qué es la ideología.

Podemos estar de acuerdo con Mannheim (1997: 5) “…un mismo mundo


aparece como diferente a diferentes observadores”. Luego se verá por qué es
necesario apartarse de otros análisis que el pensador alemán nos ofrece sobre la
ideología, razón por la cual se expresa nuestra coincidencia con el papel atribuido
al observador por el epistemólogo Humberto Maturana (la realidad no preexiste es
una creación del observador).

“El papel más importante del pensamiento en la vida, dice Mannheim,


consiste no obstante, en orientar nuestra conducta cuando es preciso tomar una
decisión”. Esta puede ser, más que una declaración épica de pensar, una
advertencia que nos prepare para reconocer cómo en la vida diaria del hombre y la
mujer de hoy es cada vez más difícil tomar decisiones acertadas si estas derivan de
una percepción ideologizada del mundo, de la realidad, del hombre y del
conocimiento.

De lo anterior se deduce que la conducta ante la ideología no puede ser


meramente descriptiva, o la de un observador neutral. No podemos observar los
hechos sociales como si entráramos en ellos por primera vez y luego ser objetivos
como exigió Dürkheim que debe hacer el sociólogo. Estamos dentro del fenómeno
social de vivir en comunidad y todo cuanto pase en ella nos afecta. No podemos,
por tanto, mirarla fría y objetivamente desde fuera. La ideología penetra todos los
intersticios de la estructura social, del convivir y del hacer humanos. Es en el
campo de la política donde la ideología muestra la discusión sobre sus
repercusiones con mayor énfasis: “En principio, la política fue la primera que
descubrió el método sociológico en el estudio de los fenómenos intelectuales (…)
las contiendas políticas fueron las que permitieron percibir los motivos colectivos
inconscientes que siempre orientaron al pensamiento. La discusión política es,
desde el principio, algo más que una orientación teórica; desgarra los disfraces,
desenmascara los motivos inconscientes que ligan la existencia del grupo” (idem:
35s.n).
Será necesaria una discusión (agitación) política, no sólo entre intelectuales,
sino con todos y todas para desgarrar los disfraces y desenmascarar los motivos
inconscientes que la ideología tiende como un sistema de redes para atrapar la
verdad y la realidad. Es necesario mirar a la realidad tocando a fondo, en el
inconsciente, donde se instala la ideología.

La primera idea de Mannheim para contestar qué es la ideología aparece en


ésta declaración cuando afirma que “en ciertas situaciones, lo inconsciente
colectivo de ciertos grupos oscurece el verdadero estado de la sociedad”. La
ideología no solo oscurece; fetichiza, deforma, oculta, enmascara la realidad.
Aquello que se presenta como verdad o como realidad y se transmite para
imponerlas, es un enunciado falso.

El estudio de Mannheim se desplaza desde una exigencia etimológica que


luego se inserta en el contexto de una sociología del conocimiento. En principio
habría dos enfoques para orientar la investigación. Uno particular y otro total. En el
enfoque particular, dice Mannheim, la ideología expresa nuestro escepticismo
respecto de las ideas de nuestro adversario. Así, tendríamos que aceptar que una
concepción o representación del mundo es verdadera para nosotros y es ideológica
(falsa) para los contrarios. Otros grupos o personas asumen como real lo que está
disfrazado de real. La ideología sería entonces una verdad aparente, una
representación, cuando menos, dudosa.

El enfoque total de la ideología se aplica, según Mannheim a la idea de una


época o clase social. El enfoque dual de Mannheim lo conduce a reconocer que hay
algo común a ambos. Se trata del hecho de que no se confía en lo que dice el
adversario. El significado y la intención empiezan cuestionados. La riqueza del
pensamiento de Marx, que luego intentamos reconocer aparece como una solución
a los enfoques particular y total de la ideología aquí comentados.

Dice Marx (1984:126) “Las categorías económicas no son otra cosa que las
expresiones teóricas, las abstracciones de las relaciones sociales de producción,
(…) estas relaciones sociales determinadas son productos de los hombres (…).Los
mismos hombres que establecen relaciones sociales conforme a su productividad
material producen también los principios, las ideas y las categorías conforme a sus
relaciones sociales”

Las ideas, las categorías, las relaciones sociales y de producción son


transitorias, históricamente determinadas. Mannheim reconoce con nobleza
intelectual que la mayor fortaleza en una nueva concepción de la ideología liberada
de metafísica y de escolasticismo, corresponde a Marx “la teoría marxista realizó
por primera vez una fusión de las dos concepciones, la particular y la total de
ideología. Ésta teoría fue la que, por primera vez, concedió la debida importancia
al papel que representan la posición y intereses de clase en el pensamiento (…) el
marxismo pudo ir más allá del punto de vista psicológico de análisis y plantear el
problema de una manera más comprensiva y filosófica. La noción de una
“consciencia falsa” adquirió en tal forma un significado nuevo” (Mannheim op
cit: 66).

Esa lúcida apreciación no ha impedido que en distintos contextos y por


diferente críticos se califique al marxismo como una ideología, condición que es
obviamente una forma de descalificación de sus valoración práxica. Va quedando
delimitada la esfera en la que se manifiesta la ideología. Allí penetramos hoy en la
certeza de que no se trata de una categoría esotérica, absoluta e inexpugnable. Así
también podemos descubrir el afán de unos por imponer la idea de que hemos
llegado al final de la historia y que han muerto las ideologías, esas son, en sí
mismas manifestaciones lingüísticas encubridoras de propósitos ideológicos.
Quedan abiertas al interés de los investigadores las posibilidades que exige el
estudio de la ideología en el ámbito de una sociología del conocimiento y pasar por
la urgencia social de los cambios en nuestro continente, a una teoría de la ideología
en el contexto dinámico e irrenunciable de la política. Las transformaciones
sociales que impulsa una revolución hallarán un escoyo en la ideología que no
podrá superarse sin la consciencia de que hacerlo es plausible, posible y éticamente
inaplazable.

Hans Barth: dilema verdad o ideología.

En Ludwing Feuerbach y el fin de la filosófica clásica alemana (1988: 15),


F. Engels afirma que “el gran problema cardinal de toda la filosofía, especialmente
de la moderna, es el problema de la relación entre el pensar y el ser. Esa idea es
considerada por Hans Barth como un argumento clave para entender la ideología
desde la perspectiva materialista. En efecto, la concepción materialista del pensar
rompe con la herencia de pensar y ser en los predios de la metafísica, del idealismo
y la religión. Luego Engels agrega que pensar y ser, así como espíritu y naturaleza,
no pueden plantearse en toda su significación hasta que los europeos no despierten
de lo que él llamó prolongado letargo de la Edad Media cristiana. Ahora veremos
cómo Barth enfrenta esta contradicción espíritu/materia y su incidencia en el
concepto de ideología. En primer lugar la exposición parte del contexto histórico
social en que surgen las ideas en general y la ideología, en particular. Por ello Barth
sostiene que solo se puede comprender el concepto de ideología en el marco de
principios antropológicos y sociales de los que ésta parte (p:65).
Ese es el reconocimiento que hace la teoría marxista de la ideología: 1.- Un
definido concepto del hombre, con especial énfasis en las condiciones materiales y
espirituales de Alemania primero, y luego de Europa 2.- La influencia inicial
ejercida por Hegel y la refutación al materialismo de Feuerbach 3.- La posición que
ocupa el hombre en la estructura de la sociedad capitalista, dividida por clases
antagónicas, que determina la aparición de la explotación y la alienación, y por
ello, de la ideología como discurso de justificación de esas condiciones.

Barth es estudioso atento de Marx, pertenece a su misma cultura y habla el


mismo idioma, pero establece distancia. Así y todo se permite expresar lo que Marx
piensa sin las distorsiones de algunos detractores.

Quien intente esclarecer el sentido y alcance del problema de la


“ideología” en Marx y Engels tiene que partir de esta
afirmación programática (la relación pensar y ser). Pues lo que
Marx llama ideología, en lo que originalmente pretende un
sistema de proposiciones en el que el conocimiento del mundo
real ha adoptado una forma susceptible de ser comunicada y
obligatoria para todos. Pero si se niega a esos juicios todo valor
cognoscitivo, si se afirma que no corresponden a ninguna cosa
y que, por lo tanto son falsos -lo cual ocurre tan pronto como
se los designa como ideológico- surge inevitablemente la
pregunta siguiente:¿a qué circunstancias hay que atribuir la
formación de ideologías especificas en general? Pero al mismo
tiempo debemos saber también por qué determinadas
proposiciones no son ideológicas; esto es, debemos poseer un
patrón que nos permita distinguir entre el conocimiento y la
ideología (op cit 77).

Esta larga cita no podía ser interpretada sino en su totalidad para responder a
la pregunta de por qué hay juicios falsos, es decir ideológicos, y cómo se forman
éstos. La respuesta debe incluir cuándo una proposición es ideológica y cuándo no.
Todo nuestro esfuerzo en este trabajo puede ser interpretado como un afán por
desentrañar estas exigencias de Barth. Se trata de un esfuerzo de develación,
desocultamiento y afán por desnudar lo que vela la ideología.

En efecto, los juicios falsos, encubridores de la realidad en el lenguaje


ideológico no pueden tener cabida en quien pretende que la verdad y el
conocimiento cumplen esa triple exigencia ya anotada. Tempranamente Marx
denunciaba que el mundo alemán de su época estaba cabeza abajo y había que
ponerlo con sus pies sobre la tierra. Si la visión del mundo es ideológica no nos
percatamos de los discursos que lo encubren para justificar la dominación. La
pregunta de Barth por las causas de la formación de ideologías está respondida en
toda la obra de Marx y Engels. La ideología es un fenómeno histórico que aparece
con la propiedad privada y la división en clases sociales. Para justificar como
natural la primera y la injusticia de la segunda, se recurre al lenguaje ideológico en
todas sus múltiples variantes que también se han incorporado históricamente. Esto
puede explicarnos por qué Marx, con su concepción materialista del hombre y del
mundo, tenía que superar la filosofía del espíritu hegeliano y explica, al mismo
tiempo, por qué la ideología que pretendía en Destutt de Tracy ser la ciencia de las
ideas, es una no verdad, es una idea falsa. Como es comprensible la tradición
religiosa alemana no podía tener cabida en el pensamiento de Marx pues éste
denuncia a la religión como ideología.

Para llegar a Marx, Barth tenía que detenerse necesariamente en Feuerbach.


La síntesis de cómo éste constituye un referente para llegar al materialismo de
Marx puede estar aquí: “la cancelación de una vida mejor en el cielo implica el
postulado siguiente: la vida debe y tiene que ser mejor en la tierra; el futuro mejor
se transforma de objeto de una fe ociosa, en un objeto del deber, de la actividad
humana” (idem 91). En todo caso Marx se detiene para afirmar que la obra de
Feuerbach es solo una revolución teórica. De ello se sigue que Marx agregue:
“Feuerbach no comprende por tanto la importancia de la actividad
“revolucionaria”, “práctico-critica” (idem 92). La realidad, como intenta
presentarla la ideología es un mundo al revés. No se puede esperar del más allá
aquello que es necesario subvertir aquí, en este mundo. Barth acierta al decir que de
acuerdo con la convicción de Marx, la transformación de las condiciones materiales
de vida bastan para establecer un orden social que garantice el pleno
desenvolvimiento del hombre […]. En consecuencia, las relaciones sociales, y no el
carácter natural o moral, son responsables de la deformación o la desintegración del
mismo.

En el plano de la existencia vital completa y real del hombre como


trabajador, Marx supera a Hegel. Para éste el trabajo es actividad abstracta
espiritual y ese es el punto desde el cual intenta construir su antropología. En esta
crítica está la base de la denuncia que hace Marx en los Manuscritos económico
filosóficos de la alienación del trabajador al vender su fuerza de trabajo en el
sistema del capital y la necesidad de su superación. Tal vez aquello que tanto Hegel
como Feuerbach no alcanzaron a percibir es que el trabajo debe plantearse como
objetivo la producción, reproducción y conservación de la vida.

La visión de Barth se va ensanchando a medida que su estudio avanza en la


obra de Marx desde las obras de 1844 y 1845 hasta El capital. Esto le permite
reconocer que “el origen de las ideologías, de la consciencia ideológica falsa y de
las clases sociales tiene que interpretarse como una consecuencia indirecta de la
división del trabajo” (idem 108).

Cuando se reconoce que yo y tú son las fuerzas motrices del nosotros, puede
comprenderse que la superación de una consciencia falsa del mundo, del hombre,
del trabajo, que crea la ideología no es una tarea individual, es una demanda
revolucionaria del nosotros excluidos, invisibilizados, explotados, dominados,
neocolonizados. En autores como Mannheim y Paul Ricoeur la preocupación es
establecer la relación entre ideología y utopía; para Barth es entre ideología y
verdad. La consideración de la esclavitud como condición natural (Aristóteles) no
pareció en modo alguno ser cuestionada en la Grecia antigua y otros momentos de
la historia. Lo mismo puede decirse de la invasión y exterminio de los pueblos
originarios de América Latina. Para J. Locke en su reino, el de la Gran Bretaña,
había “fieras salvajes” a quienes era justo civilizar

Todo el interés de Barth parece estar orientado a mostrar la concepción de


ideología en Marx y su inseparable relación con las expresiones espirituales y
materiales en una sociedad dada. Ahora bien, ¿cómo expresiones del ser humano
consideradas espirituales: filosofía, religión, moral, pueden reconocerse como
expresiones ideológicas? La respuesta del intelectual alemán es: “cuando
calificamos un producto espiritual de ideológico queremos dar a entender que el
sentido con que se presenta descansa en un equívoco radical y, en vista del vínculo
que suponen las condiciones reales de vida, inevitables, lo que una forma
ideológica pretende significar es consecuencia de autoengaño fundamental” (idem
141).

Se puede argumentar para abundar en este sentido lo dicho por Marx en el


prefacio de la Contribución a la crítica de la economía política (1975:10) para
responder a la pregunta de Barth, ¿en qué forma está condicionada la consciencia
por el ser? Leamos a Marx

En la producción social de su existencia los hombres entran en


relaciones determinadas, necesarias, independientes de su
voluntad; estas relaciones de producción corresponden a un
grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas
materiales. El conjunto de estas relaciones de producción
constituyen la estructura económica de la sociedad, la base
real, sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y
política a la que corresponden determinadas formas de
consciencia social. El modo de producción de la vida material
condiciona el proceso de la vida social, política e intelectual en
general; no es la consciencia de los hombres la que determina
su ser; por el contrario, su ser social es lo que determina su
consciencia (1970:9-10)

Las objeciones de Barth a la ideología como la plantearon originalmente


Marx y Engels parecen estar más bien determinadas por su propia concepción
filosófica y por los intereses de clase que representa. Ello lo conduce a afirmar que
así como hay una ideología burguesa, también habría una ideología del socialismo.
Las cosas no son así, pues a lo largo de todo este trabajo y del análisis riguroso de
Ludovico Silva, el socialismo no es una ideología. Si el proletariado y las clases
oprimidas intentaran imponer un concepto del mundo, del hombre, de la vida, del
arte y la espiritualidad para justificar la falsedad del socialismo entonces éste sería
una ideología. Si así fuera, es evidente que habría que desenmascararlo y superarlo.
Como en muchos otros autores, la obra de Barth despliega sus juicios a partir del
marco restringido de la cultura eurocéntrica, y por lo mismo no parece conocer o
interesarle las devastaciones espirituales y materiales producidas en América
Latina, África y otras regiones por la dominación ideológica

P. Ricoeur: hermenéutica e ideología

En la filosofía actual Paul Ricoeur es un prolífico estudioso del pensamiento


contemporáneo. Su pasión hermenéutica lo llevó a formular apreciaciones en torno
a la ideología, cuyas ideas fortalecen el debate académico. Reconoce los méritos de
Marx en el estudio de la ideología, pero al mismo tiempo señala su separación. Para
empezar observemos, según piensa, que es necesario:

Hacer a un lado el concepto de ideología opuesto a ciencia y


volver a lo que puede ser el concepto más primitivo de
ideología, el concepto que la opone a la praxis (…) la
oposición entre ideología y ciencia es secundaria en
comparación con la más importante oposición entre ideología y
vida social real, entre ideología y praxis (Ricoeur 2006: 52)

Ese primer acercamiento al tema recoge importantes elementos conceptuales


de la obra de Marx y marca también una diferencia con las concepciones ingenuas
que confieren a la ideología un supuesto estudio de las ideas. Esa es una tendencia
reduccionista que ve a las ideas como capaces de producirse a sí mismas y
permanecer como un mundo inalterado ante el cual no se perciben los efectos
distorsionantes de la ideología. El idealismo de esa perspectiva coloca a la
ideología como expresión de un fondo insondable al que no tocan las condiciones
materiales, sociales, económicas, espirituales en que viven su vida real los seres
humanos reales. Una interpretación mecanicista, de otra parte, quiere presentar a la
ideología como fenómeno de la super estructura que constituye un mundo separado
de la infraestructura material. Ante una y otra tendencia Marx (1975:26) fue
enfático

Los hombres son los productores de sus representaciones, de


sus ideas, etc. pero los hombres reales y actuantes tal y como
se hayan condicionados por un determinado desarrollo de sus
fuerzas productivas y por el intercambio que a él corresponde
hasta llegar a sus formaciones más amplias
La ideología y la utopía son funciones de la imaginación social y cultural
empieza diciéndonos Ricoeur y esta declaración temprana constituye la hipótesis de
la cual parte la investigación. Ambos términos están unidos por una constante
lingüística: son expresiones ambiguas; “cada uno contiene un aspecto positivo y
uno negativo” agrega Ricoeur. Como se puede apreciar a lo largo de este ensayo, ni
Marx ni el marxismo, en general, se expresan de la ideología como una función
social positiva. Tal vez Ricoeur quiere ser más explícito cuando sostiene que la
ideología es deformación, disimulo; aspectos que en el centro del problema, mal
podrían ser positivos. Destacamos desde ya, un juicio de Ricoeur que nos parece
meritorio discutir “lo ideológico no es nunca la posición de uno mismo; es siempre
la postura de algún otro, de los demás, es siempre ideología de ellos [….] el
término está dirigido contra los demás” (Ricoeur 2006: 46).

Ese es entonces un aspecto negativo de la ideología y como tal no tiene


cabida en un discurso ontológico (la ideología es falsa realidad, realidad invertida)
tampoco podría formar el fundamento de la ciencia pues ella es un concepto
ambiguo y deformante. Como otros estudiosos, Ricoeur comparte el juicio de que
la ideología cumple una función que invierte la realidad; como se plantea
tempranamente en la metáfora fotográfica cuyo objeto o ser está invertido. El
mundo con la cabeza para abajo, que aparece en la Ideología alemana. Así como
Marx ha dicho en la tesis 11 a Feuerbach que ya no se trata de interpretar el mundo
sino de transformarlo, insistirá en que es necesario poner el mundo con los pies
sobre la tierra. Para corregir el carácter mecanicista de la reproducción en otros
autores sostiene que la ideología es expresión de las condiciones de justificación
que ejerce la clase dominante para asegurar su reproducción y dominio. En la línea
negativa, Ricoeur descubre que la ideología “oscurece el proceso de vida real” (op
cit: 49)
Esa es una razón importante para entender que el fenómeno que nos ocupa en
el ideario marxista auténtico es que la realidad es manifestación de la praxis. Si se
quiere responder adecuadamente a la pregunta ¿qué es la ideología?, habrá que
recordar que no hay realidad fuera de las condiciones sociales y materiales en que
los hombres producen la vida y la reproducen. Contrario al idealismo platónico que
ve en las ideas un reino superior, Marx piensa que es en la praxis humana donde se
generan las ideas; por tanto el materialismo no se conforma con analizar, describir,
conceptualizar la realidad, si no se la enjuicia para cambiar las condiciones del
statu quo.

Estos planteamientos permiten a Ricoeur ir a las primeras obras de Marx,


consideradas fundamentales de lo que se ha llamado “el joven Marx” para agregar
que “el primer concepto de ideología en Marx está determinado, no por su
oposición a la ciencia como ocurrirá posteriormente en la doctrina marxista si no
por su oposición a realidad” (op cit: 65). La ideología intenta ser abstracción de la
estructura del modo de producción y de la formación social en que ella opera con
su carga de mensajes cuya fuerza se ve reforzada en la medida en que no aparezca
y desarrolle un pensamiento crítico que la cuestione.

La ideología, dice Ricoeur, tiene un poder acumulativo y sus distintas


manifestaciones se refuerzan unas con otras. El desarrollo de un pensamiento
crítico de la ideología no es mera especulación, es reflexión y acción. Éstas
primeras indagaciones de la existencia de la ideología y las consecuencias en la
vida individual y de una clase social sometida, continúan en Ricoeur con un
análisis de los Manuscritos económico filosóficos de 1844. Aquí la tesis central,
según Ricoeur, es que estos “suministran un modelo para construir el concepto de
ideología como inversión de una relación con las cosas, con el trabajo, etc.”
(idem: 78) Este concepto de inversión desarrollado luego en La ideología alemana
con la fuerza de una metáfora, tiene su demostración en las esferas en las que esta
opera: la política, la ética, la religión, ámbitos que el marxismo soviético insistió en
calificar como superestructura y que Silva refuta constantemente.

El estudio que Ricoeur hace de Marx es tan respetuoso como el de I. Berlín.


En ambos la figura del pensador alemán es una figura ajena a la denostación de la
jerga reaccionaria y sus juicios se elevan a la altura filosófica de lo que en sentido
popular suele llamarse “hidalguía”. Son lo que Ricoeur en una de sus obras llama
Tareas del reconocimiento.

Hay un aspecto que Ricoeur parece haber descuidado cuando afirma: “Por
eso Marx como ideólogo de la vida real, debe apoyarse primero en un lenguaje de
la vida real” (p 121). Descarto lo de descuido pues el filósofo francés es muy
riguroso en el lenguaje que emplea. De esto se desprende que el lenguaje de la vida
real en que se apoya Marx no puede ser el lenguaje de la ideología que encubre y
manipula lo real. En estricto rigor, Marx es un filósofo materialista y hombre de
ciencia y, por tanto no es un ideólogo. No parece superfluo en todo caso hacerse
esta pregunta: la ideología ¿forma parte del ideario social o es una ilusión?

Un observador se plantea las representaciones de su cultura que se proyectan


como imágenes que pueden ser inexistentes “pero que el sujeto y en el momento
que se entrega a ella hacen creer en la realidad de su objeto” (op 103). Aquí está
esbozada la afirmación de Ricoeur cuando sostiene que la ideología se halla en las
esferas de las prácticas imaginativas que también se extienden a la esfera de la
utopía. Todo lo nuevo que aporta Marx, dice Ricoeur, y que es irrecusable, se
destaca de este fondo previo de una constitución simbólica del lazo social en
general y en la relación de autoridad en particular. La ideología, continúa Ricoeur,
consiste en la función justificadora de las relaciones de dominio surgidas de la
división en clases y de la lucha de clases, concluye (p 116).

Ricoeur plantea una legítima actitud de sospecha que él ha reconocido en


Marx, Nietszche y Freud para abordar las consecuencias de la ideología. En
síntesis, Ricoeur sostiene que la ideología es justificación de la dominación de la
clase dominante. Otra idea importante es que la ideología no puede ser fundamento
de la verdad científica. No puede haber por tanto, una fundamentación
epistemológica de la ideología. La ideología es simple doxa, opinión. Las funciones
de racionalización, que no de racionalidad, identifican a la ideología. Finalmente
“la ideología es el error que nos hace tomar la imagen por lo real, el reflejo por lo
originario” (p 129). Otra idea para no olvidar “quien no es capaz de reinterpretar
su pasado, quizá no sea tampoco capaz de proyectar concretamente su interés por
la emancipación” (p 182).

A la observación hecha a Ricoeur que hemos calificado como supuesto descuido al


asignar a Marx la condición de ideólogo debemos agregar esta: “la Revolución
Francesa se hizo para asegurar la libertad, la igualdad y la fraternidad entre los
hombres; fue el mayor intento en la historia moderna de encarnar una nueva
ideología revolucionaria en instituciones concretas, mediante la violenta y
afortunada toma del poder por parte de los mismos ideólogos; pero fracasó…”
(Berlin 2000:70). Lamentable que un filósofo tan respetado como I. Berlin insista,
como tantos, en atribuir a la ideología una esencia revolucionaria. En la Revolución
Francesa en su auténtico espíritu libertario, no tenía cabida una “ideología
revolucionaria” pues, como se demuestra aquí, es necesario superar esta falacia. El
ideario que inspira una auténtica revolución como movimiento contra toda forma
de dominación, no es una ideología. Una polémica que merecería dedicar tiempo y
lugar para otra oportunidad reclama el estudio de L. Althusser (1978), año en que
se publica Ideología y aparatos ideológicos de Estado. En esa obra Althusser nos
remite a las prácticas sociales en que el capitalismo produce el discurso
manipulador de la ideología y lo reproduce para asegurar la imposición y
aceptación acrítica de su discurso, “la condición final de la reproducción es la
reproducción de las condiciones de producción (p 7). Pasemos del campo de la
producción material y la reproducción de las condiciones que aseguran su
reproducción, al campo ideológico ¿Cómo se produce y reproduce la ideología en
el capitalismo? Es necesario advertir que se trata del estudio de la producción y la
reproducción de la ideología en la formación social del siglo XXl. ¿Cuáles son los
rostros de la ideología hoy, cuáles las nuevas expresiones en que esta se manifiesta
y reproduce? Las respuestas a estas y otras interrogantes que nos inspira Althusser
debemos buscarlas en la crisis global del capitalismo mundial, con sus efectos
neoliberales en Europa, especialmente, y en las nuevas formas de explotación que
asume el neoliberalismo. La ideología debe reproducir las condiciones que hagan
aparecer las reglas de la desigualdad, la inequidad y la dominación como
condiciones en sí, que han estado y estarán ahí, como si el capitalismo fuera algo
natural. Los aparatos ideológicos del Estado no deben confundirse con los aparatos
represivos del Estado, pues estos recurren a la violencia, concluye Althusser (p 30).

J.Larrain: resignificación de la teoría marxista de la ideología

La afirmación que sostiene la ambigüedad del concepto de ideología es


coincidente con quienes le atribuyen un carácter oscuro, equívoco o polisémico.
Desde sus orígenes, no siempre explícitos, surge la controversia siendo sus campos
más prolíficos la filosofía y la sociología, para responder a la ya tradicional
pregunta ¿qué es la ideología? “Desde que ha habido sociedades de clase, han
existido fenómenos relativos a la legitimación intelectual de la dominación social y
otras fuentes de distorsión mental en el conocimiento de la realidad”, es la primera
afirmación de Larrain (2007). Esa respuesta agrega, a los rasgos iniciales de su
caracterización, la idea de un tipo de distorsión mental que se produce en quienes
viven afectados por la imposición ideológica. Otro aspecto recuerda el esfuerzo de
Marx por denunciar a la ideología como una forma de legitimación del dominio que
ejerce, en una sociedad de clases, la clase detentora del poder.

La diferencia intelectual que marca el paso de la sociedad feudal al


Renacimiento muestra evidencias de que hay enfrentamiento en el plano de las
ideas. De la dominación que ejerce el señor feudal sobre los siervos se pasa a una
intensa agitación cultural que abrirá cauces a la modernidad. Otra vez, en esta
contradicción marcada por los signos de la fe y su opositora, la razón, no aparece el
término ideología. Ángel Cappelletti (1986) muestra cuán clara es esta
confrontación y la actitud contestataria que asumen E. de la Böetie, Francis
Rabelais, Erasmo de Rotterdam, Michel Servet y Giordano Bruno. El análisis del
filósofo está centrado en la idea de libertad y de ello, las consecuencias ideológicas
no pueden sorprender: Giordano Bruno y Michel Servet murieron en la hoguera
perseguidos por la Inquisición. De la Böetie incita a luchar contra el Uno (la
monarquía) y a liberarse de la servidumbre voluntaria. Rabelais arremete con las
lanzas de la ironía y el sarcasmo para denunciar la pacatería monacal.

Hay algo evidente. No se habla de ideología, que como consta es una


expresión surgida a comienzos del siglo XIX. Si se amplía el ámbito de los
orígenes puede verse la referencia que Larraín hace de Maquiavelo, pensador del
siglo XV y comienzos del XVI, quien denuncia la glorificación que hace la religión
del espíritu contemplativo, la resignación y el desprecio que el hombre debe tener
por las cosas de este mundo. Cuando Maquiavelo denuncia que los malvados toman
a esos hombres como una presa, ya sabemos quiénes son los malvados. Si los seres
humanos consideran que hay un paraíso, pensarán que es bueno soportar dolor y
sufrimiento pues en el otro mundo se superaran las heridas y la opresión (opcit: 10-
11). ¿Será necesario agregar nuevos análisis para descubrir aquí un discurso
ideológico?

La ideología distorsiona el camino para llegar a la ciencia y desvía la


reflexión acerca de la naturaleza de la realidad. En la ideología no hay ni
epistemología ni ontología. Dentro y fuera del marxismo se observa una antigua
polémica. Se trata de resolver dos interrogantes que Larraín recupera para exponer
su propia interpretación y que marcaría -en su opinión- una tercera opción
metodológica. La pregunta puede formularse así: ¿mantuvo Marx un concepto de
ideología durante toda su vida o en algún momento lo cambió? Una primera opción
plantea que Marx mantuvo una unidad teórica a este respecto. Otra opción postula
que no hay unidad teórica. Larraín sostiene que no existe tal unidad teórica y que
solo hay saltos y cambios importantes que afectan el concepto de ideología. Una
posición intermedia de Larraín “reconoce la necesidad de considerar el concepto
de ideología dentro del contexto global del desarrollo intelectual de Marx y toma
en cuenta la existencia de fases bien marcadas en su evolución” (idem p 37). El
concepto se va elaborando y consolidando en cada etapa. Al mismo tiempo la
ruptura con el espiritualismo de Hegel pasa por la crítica que Marx hace a
Feuerbach en Esencia del cristianismo. La posición materialista de Feuerbach le
parece todavía limitada a Marx y lo revela en las Tesis a Feuerbach. “Feuerbach
no contento con el pensar abstracto apela a la percepción sensorial pero no
concibe lo sensible como actividad práctica humana, sensible”, (Mondolfo 2006).
Aquí ya puede leerse la anticipación que Marx hace de la categoría praxis, clave en
la concepción del materialismo. Las ideas no transforman la realidad social injusta
del capitalismo, es la praxis revolucionaria, el hacer crítico de los hombres la base
de la revolución. La teoría es fundamento, pero la praxis es su acción consciente.

Con el propósito de aclarar cómo se deslinda la teoría de Feuerbach, en


relación con la religión del pensamiento de Marx, Larraín agrega: “Para este autor
[Feuerbach] la religión es una ilusión, el resultado de una objetivación de la
propia esencia del ser humano que se separa en un nuevo ser autosuficiente que es
llamado Dios. La idea de Dios es solo la imagen proyectada y objetivada de todo
lo que es bueno en el ser humano. De allí que la religión contiene una inversión
básica: Dios, siendo una criatura proyectada del ser humano pasa a ser el creador
y el ser humano que es el productor de la idea de Dios pasa a ser un producto”
(idem 43).

Hay coincidencia entre Larraín y Ludovico Silva, aun cuando en la densa


investigación de aquel no aparece mencionado el filosofo venezolano. Esto tal vez
se explica pues la formación del sociólogo chileno es angloamericana y la casi
totalidad de las fuentes de su investigación son traducciones de las obras de Marx y
Engels al inglés. Un punto de coincidencia podemos leerlo aquí: “es muy difícil
para las clases dominadas desarrollar plenamente formas de pensamientos
autónomos por su falta de medios de producción intelectual y por las restricciones
generales que le son impuestas por las relaciones dominantes. Todo lo dicho basta
aquí en este punto se aplica en las ideas en general. En el caso de la ideología, en
cambio, su carácter está dado por su relación con los intereses de una clase
dominante” (p 69). La coincidencia con Silva es más expresa ahora: “Por
definición, no puede haber una ideología que sirva a los intereses de las clases
dominadas.”(p 70) El propio Marx en ningún momento calificó su pensamiento
como ideológico, ni dijo, como fue tergiversado por el marxismo soviético, que el
proletariado debiera tener una ideología.

El estudio de Jorge Larraín tiene el mérito de penetrar en el pensamiento y la


obra de Marx con respeto, sin desvirtuarlo como hacen los intelectuales burgueses.
Su tarea no es una apología, pero tampoco evita señalar aspectos que, en su
opinión, hoy deberían ser rearticulados y resignificados en beneficio de la claridad
del concepto de ideología en Marx, necesario en estos tiempos de despertar
liberador en América Latina

K. Marx: refutar y transformar

Hegel hizo una filosofía del espíritu que culmina la larga tradición del
idealismo filosófico; Marx creó una filosofía desde la corporalidad viviente. Como
diría Neruda, más cerca de la sangre que de la tinta. Hegel pensó la historia como
una totalidad del pasado; Marx concibió la historia inseparable del presente cuya
tarea más alta es la voluntad revolucionaria para transformar el mundo y otorga al
hombre del futuro la dignidad negada.

Numerosos investigadores parecen estar de acuerdo en que Marx no elaboró


una teoría de la ideología en un momento de su vida o en una obra específica. Más
bien, coinciden en reconocer que el estudio de este problema (Mannheim opina
que es un problema) está elaborado a lo largo de toda su producción y culmina sus
reflexiones en el tomo I de El capital. En este sentido, los primeros aportes para
comprender e interpretar históricamente el papel que juega la ideología aparecen en
La ideología alemana, de Marx y Engels.

Una primera distinción está referida a la refutación del idealismo alemán del
siglo XIX que, aún comparte el punto de vista de Destutt de Tracy, quien defendía
la tesis de la ideología como estudio de las ideas. En un segundo plano Marx y
Engels se proponen superar la fuerte influencia religiosa predominante como
manifestación ideológica. En tercer lugar, y tal como Marx denunciará con igual
fervor, se trata de superar el mecanicismo del materialismo evidente en algunos
pensadores alemanes. El núcleo duro de la ideología desde la concepción marxista
reside en rechazar el primado o la hegemonía de las ideas, por su carácter abstracto,
en minusvalía de las condiciones materiales reales de existencia de los hombres en
la situación histórica del capitalismo, “ las ideas de la clase dominante son las
ideas dominantes en cada época; o mejor dicho en otros términos, la clase que
ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder
espiritual dominante” ( Marx y Engels. 1975:50).

La tradición idealista que concede preeminencia a las ideas para comprender


el mundo y el lugar del hombre en él, lo que piensa y lo que hace, arranca con la
teoría de las ideas de Platón, se continúa con los teóricos de la patrística y la
escolástica medievales que filosofaron para exigir que el hombre debe buscarse
dentro de sí. Esta confrontación que hacen Marx y Engels se vuelve también contra
el idealismo de Hegel aún cuando preserva de éste el concepto de dialéctica
superado por la identificación del hombre con su modo de producir y de producirse.
A este respecto podemos leer con claridad cómo se explica la teoría inicial de la
ideología en Marx.

Los hombres son los productores de sus representaciones, de


sus ideas, etc., pero los hombres reales y actuantes, tal y como
se hallan por un determinado desarrollo de sus fuerzas
productivas y por el intercambio que a él corresponde, hasta
llegar a sus formaciones más amplias (op cit 26)
Más adelante se insiste en fortalecer el carácter materialista de esta teoría en
ciernes. Dirán que la filosofía alemana concibe al mundo y al hombre como un ser
que desciende del cielo a la tierra; en cambio los autores del Manifiesto comunista
dirán con claridad que desde su punto de vista “…aquí se asciende de la tierra al
cielo.” Estas premisas iniciales para la construcción de una teoría materialista de la
ideología se fortalecen cuando se trata de ubicarlas en el contexto en que surge la
ideología:

Es decir, no se parte de lo que los hombres dicen, se


representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado,
pensado, representado o imaginado, para llegar arrancando de
aquí, al hombre de carne y hueso; se parte del hombre que
realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real, se
expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de
los ecos de este proceso de vida. (idem: 26)

Como es evidente, aquello que los hombres dicen no tiene en absoluto el


carácter original y autónomo de lo que piensan pues “no es la conciencia la que
determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia.”. Aquí aparece
develada la estructura de clase del sistema del capital y el carácter hegemónico que
ejerce la cultura de la clase dominante sobre las restantes clases de la sociedad. Esta
situación podría llevarnos a la pregunta siguiente: ¿nuestras ideas, son nuestras
ideas?, ¿o nuestras ideas, son las que imponen las condiciones materiales y
espirituales en que los hombres viven, interactúan socialmente y producen? Las
concepciones idealistas y religiosas se refieren al hombre como un ser pensado,
sobre quien se predica algo y cuyo origen puede ser imaginado o aceptado como
creencia. Otra muy distinta es la concepción materialista de Marx.
Cuando en esa cita se alude al “desarrollo de los reflejos ideológicos” la
mayoría de los investigadores coinciden en reconocer que esta idea de la ideología
como reflejo, asunto que en otro momento es sostenido con la metáfora de la
cámara fotográfica que refleja la realidad, será posteriormente superada por Marx
por considerarla insuficiente y tal vez por su cariz mecanicista reconoce que la
“realidad material es concebida históricamente como producida por los seres
humanos, y por tanto susceptible de ser cambiada por su práctica” (Larrain.2007:
34)

Queda demostrado hasta aquí que la ideología no es una noción neutra,


aséptica a la que se llega por métodos científicos o filosóficos de libre razonar. Por
el contrario, las representaciones de la ideología y la percepción que ella genera
están determinadas por la clase dominante y pueden ser cambiadas para transformar
la concepción del mundo y del hombre. En resumen

Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal


de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones
materiales dominantes concebidas como ideas; por tanto; las
relaciones que hacen de una determinada clase, la clase
dominante son también las que confieren el papel dominante a
sus ideas (ídem pp 50-51)

Para decirlo con pocas palabras: en una sociedad de clases, las ideas
dominantes son las ideas de la clase dominante. Cuando esas ideas se
estructuran en un sistema y se las presentan como ideas que existen por sí y
desde sí, al margen de las relaciones sociales y de producción, conforman la
ideología de esa clase. Si se observa el paso de la sociedad feudal a la
sociedad industrial, por ejemplo, es evidente que la burguesía procuró imponer
su ideología para conseguir los fines especialmente económicos. De esta
manera su interés apareció como el interés de todos los miembros de la
sociedad, dicen Marx y Engels. Sus ideas se presentaron como las únicas ideas
racionales cuya vigencia se consideró temporalmente absolutas.

El estudio de la ideología en la obra de Marx y Engels sale del terreno


puramente teórico y se transforma en argumento para orientar la práctica por
la transformación social en el mundo del capital. Esta es una de las razones
por qué el marxismo no puede ser una ideología. Si la ideología, como se ha
explicado y se entiende hoy, es falsa conciencia, verdad deformada,
encubierta; mal podría una teoría de la ideología impulsar un proceso
revolucionario de liberación. Si se interpretara el marxismo como ideología,
sería una contradicción, un sin sentido y Marx- como afirma Ludovico Silva-
sería un ideólogo y no un filósofo y hombre de ciencia. Sus estudios sociales y
su contribución a la crítica de la economía capitalista no constituyen creencias,
ilusiones o abstracciones metafísicas. Son un largo y denso trabajo de
materialismo filosófico y científico.

L. Silva: la ideología o el logos secuestrado

Yo insistía en que se deben tomar en cuenta, para comprender


lo fundamental de toda ideología, los aspectos no conscientes
de la misma, dejando, como hacía Marx, la conciencia para
cosas contrapuestas a la ideología, como la teoría y ciencia;
pero esto me llevó a calificar de contradictorias y absurdas,
desde el punto de vista de Marx, expresiones leninistas tales
como “ideología revolucionaria”, o “el marxismo como
ideología de la clase obrera, o la célebre “ toma de conciencia
ideológica”.(Silva 1977:13)

Esas reflexiones iniciales de Ludovico Silva ponen alerta ante cualquiera


desviación o tergiversación de la naturaleza, significado y sentido de la ideología.
Descartada la concepción de que la ideología es estudio de las ideas, corresponde
orientar la investigación en las condiciones reales concretas, históricas, materiales y
espirituales en que los seres humanos construyen el discurso ideológico.

Los filósofos y los hombres de ciencia demuestran que la reflexión y la


acción de los seres humanos son inseparables del libre ejercicio de la razón, de la
voluntad y de los potenciales ilimitados de la conciencia para hacerse de una
concepción del mundo y del hombre como determinantes conscientes y racionales.
Este reconocimiento del papel de la conciencia en busca de la verdad y una
apropiada interpretación de la realidad no es posible pensarlo desde la ideología. La
ideología es, en la concepción de Marx, falsa conciencia. De allí que Silva afirme
que la ideología es opuesta a conciencia. La ideología no pretende persuadir. Su
objetivo, desde la existencia de una sociedad de clases, es un objetivo de la clase
dominante para asegurar los mecanismos de la dominación. Si el mensaje
ideológico penetra por vías que niegan el libre uso de la reflexión y acción
racional, entonces no necesita recurrir a la razón. Freud ya demostró con lata
contundencia cómo nos hacemos de conductas cuyo origen no es consciente y
reveló los poderes del inconsciente.

Apenas empezamos a leer y ya tenemos la mejor pista para continuar la


preocupación actual por la ideología. Si una clase social no recurre a la razón para
que sus valores e ideas sean los valores e ideas dominantes, e invoca para ello al
poder deformante, ilusorio y manipulador de la ideología, mal podría la clase
dominada emprender la revolución que la libere recurriendo a la ideología. Es,
como afirma el filósofo venezolano, contradictorio y absurdo exigir una ideología
para la revolución o una formación ideológica que impulse a los hombres a las
transformaciones sociales. Por idénticas razones no puede pedirse una toma de
conciencia ideológica pues la ideología no recurre a la conciencia. (idem 14).
En el prólogo de la edición de 2011 de La Plusvalía ideológica, Caracas
Fondo Editorial Fundarte, Nelson Guzmán reconoce que contra la deformación que
el marxismo soviético hizo de Marx en lo atingente a la ideología, el filósofo
venezolano es tenaz en su denuncia “La tesis de Ludovico consiste en decir que no
es válido utilizar el vocablo ideología en el Marxismo” (p.21). Toda la obra de L.
Silva, denuncia la devastación producida por la ideología burguesa y señala la
desviación del marxismo soviético pues en sus manuales llegó a declarar que el
marxismo era la ideología de la clase obrera.

Kortunov (1977) es un claro ejemplo de esta desviación a la que aludimos


cuando dice “En la historia de la humanidad no ha habido otra corriente político-
ideológica [como el marxismo-leninismo] que haya provocado una resistencia tan
furiosa y tenaz de las fuerzas enemigas”(p.3). Más adelante completa esta idea al
afirmar que “…su consciencia política, [de la clase obrera], organización y
coherencia, su capacidad para agrupar en torno a la ideología marxista-leninista”
(p.55). La tarea fundamental de las fuerzas revolucionarias es construir un discurso
contra ideológico. Mal podría el marxismo ser una ideología si el propósito de
Marx es denunciar la formación de falsa consciencia debido al papel de la
educación, la religión, la moral y la filosofía burguesa que crean una falsa
consciencia. Por otra parte, no debemos olvidar que Marx corrige la idea primaria
del concepto de ideología como reflejo que se había planteado en La ideología
alemana y su reemplazo por la de expresión. La ideología es expresión no sólo de
una clase sino de toda la cultura.

Es justamente a partir de Marx, cincuenta años después de Destutt de Tracy,


que el concepto equívoco de ideología pasa a tener una connotación filosófica
definida. Entre los elementos claves para esta decantación conceptual está la
superación de ideología tal como la plantea De Tracy en 1802. Allí el concepto de
ideología está asociado a ciencia de las ideas. Si la ideología nos presenta una
realidad falsa, deformada, mal podría ser una ciencia. En esta misma dirección
apuntarán después Marx, Engels, K. Mannheim, Hans Barth, L. Althusser, P.
Ricoeur y muchos otros. El filósofo venezolano estima que el pensamiento de Marx
no es ajeno al de F. Bacon, quien en el Novum Organum (1561-1626) rompió con
la tradición aristotélica tratando de imponer para la nueva ciencia, desprendida de
la escolástica el método inductivo. En todo caso la base filosófica de este método
sobre la cual deberá orientarse la ciencia es la teoría de los ídolas, al que aludimos
en este trabajo. Estos ídolas, dice Bacon constituyen obstáculos para el
conocimiento verdadero. Son fuentes de error, preconceptos, fantasmas. Estas ideas
bien pueden explicar que L. Silva piense que en vez de ideología la investigación y
el uso del término se hubieran apoyado en Bacon para llamarla idología. Tal vez
tenía razón Napoleón cuando fustigaba a sus enemigos llamándolos ideólogos y al
calificar a la ideología como tenebrosa metafísica.

El intento de L. Silva por el estudio de una teoría de la ideología lo lleva a


insistir en el carácter más riguroso deseable desde una exigencia conceptual para
comprender la ideología en nuestros tiempos. Así, hablaríamos con palabras menos
equívocas:

Este vocablo [idología] habría remitido de una vez a una


realidad precisa: el sistema de representaciones, creencias
valores que, como veremos son impuestos de modo no
consciente al hombre al entrar en relaciones de producción
sociales y que funcionan en el cómo ídolos (Silva 1975:33)
Los ídolas de Bacon no son ajenos, en tanto expresión ideológica, de los
fetiches de la mercancía que Marx denuncia en El capital. Superada por Marx la
caracterización inicial de la ideología como reflejo expuesto en La ideología
alemana, se va reforzando una visión diferente: aparece la reflexión crítica sobre la
ideología como expresión. Por ello, el filósofo venezolano reconoce que al ser
expresión, ésta tiene que ser necesariamente lenguaje: la imposición ideológica se
ejerce por la palabra. No le faltaba razón a J. A. Ayer, al afirmar que las palabras
no son inocentes.

La ideología no es una emanación, algo que fluye de sí misma. Es en la


materialidad de la vida social, real, donde los hombres entran en relaciones. De ese
carácter total y complejo de cada sociedad surge la ideología, inseparable de la
estructura social que la produce. Las formaciones ideológicas del idealismo-de
Platón a Hegel- hicieron creer que las ideas, el espíritu absoluto, determinaban lo
real. Así era comprensible que las ideas se “pusieran” en las cosas, en la realidad.
La posición de Marx y Engels cambia radicalmente. En la ideología el mundo no
baja del cielo a la tierra. El hecho duro, empírico, es que las ideas y la ideología
surgen de la historia. Es en la totalidad de la estructura social donde ha de
entenderse el fenómeno que es la ideología. Esta afirmación conduce al filósofo
venezolano a prevenir sobre la separación que en el siglo veinte el marxismo
soviético hizo de infraestructura y superestructura. En rigor, la ideología, la religión
no son manifestaciones de la superestructura sino de la estructura social del
capitalismo como totalidad. La ideología no explica, intenta justificar la estructura
desigual de una sociedad de clases como en el capitalismo. Es en las relaciones
sociales y materiales en que los hombres producen la vida donde surgen las
representaciones ideológicas.
Los ángeles no forman ejércitos para acabar con la dominación ideológica;
ésta no surge independientemente en la esfera de una estructura específica. Los
hombres hacen la historia. Las ideas no hacen la historia. Tampoco la ideología es
un reflejo de las condiciones económico-materiales, es una expresión de ésta. Hay
una estructura en el modo de producción y en la formación social del capitalismo
como totalidad y todo cuanto aparece en la estructura afecta e implica
dialécticamente esa estructura. Así como la ideología no es un reflejo de la
realidad, tampoco la superestructura es un reflejo de la base o infraestructura. Todo
cuanto pasa en toda la estructura la afecta como totalidad. Las ideas no crean la
vida, son los hombres quienes producen, reproducen y fortalecen la vida.

Es comprensible la posición reiterativa de L. Silva cuando insiste en decir


que la ideología es algo determinado por la historia y si la ideología llegara a
constituirse en revolucionaria, entonces ya no sería ideología. En tanto
reproducción falseada, manipulada de la realidad, la ideología no la reproduce de
manera que esta sea aceptada conscientemente. Aquí reside el hecho de calificarla
como falsa consciencia. Sí aquello que se afirma como realidad o como verdad
fuera el resultado de un proceso consciente, esa toma de consciencia daría paso a la
ciencia, al conocimiento sin desviaciones ni deformaciones, sería una verdad
desnuda. Agudo lector de Marx, L. Silva regresa para denunciar que no es la
consciencia la que determina la vida sino la vida la que determina la consciencia
cuestión que obliga a volver una y otra vez a La ideología alemana.

La crítica de Marx a la cultura burguesa dominante de su época es, a la vez,


una extensión de la teoría materialista. Es allí donde reside el esfuerzo por superar
el espíritu hegeliano y toda la filosofía idealista alemana, incluido el pensamiento
de Feuerbach. La teoría idealista platónica se refuerza en uno y otro diálogo para
sostener que la realidad no es fuente confiable del conocimiento. En las ideas éste
permanece firme. Aquello que cambia no son las ideas, es la realidad. De allí la
crítica marxista a la religión, la moral y la filosofía como expresión de la ideología
dominante en Alemania en 1845, fecha de publicación de La ideología alemana.
Ello conduce, en consecuencia, a la necesidad de cambiar las condiciones
materiales de explotación a que ha sido sometido el trabajador de la pujante
Revolución Industrial. Un primer rasgo de la crítica marxista a la ideología conduce
a aceptar que “la ideología forma parte de la totalidad social”. Entonces ella no es
una sustancia autónoma de las condiciones materiales en que los hombres hacen
sus vidas, refuerza Silva, “las sociedades humanas secretan la ideología como el
elemento y la atmosfera misma indispensable a su respiración, a su vida histórica”,
acota. Aun más, no puede haber una exigencia revolucionaria que demande una
toma de consciencia ideológica pues en este caso, la consciencia sería algo falso.
Algo así como iluminar un cuarto apagando la luz.

Todo el esfuerzo de L. Silva tiende a proveer de nuevos recursos para el


estudio que permita comprender, interpretar, explicar y superar el fenómeno de la
ideología. En este sentido dos preguntas pueden orientar la búsqueda a la
interrogante central que articula la respuesta ¿qué es la ideología? Esas preguntas
previas son:

“a) Si la ideología no es nunca un fenómeno independiente, si


debe entendérsela siempre como determinada por las
condiciones materiales de la producción de los hombres,
entonces, ¿cómo nos explicaremos la evidente influencia de la
ideología sobre aquellas condiciones materiales? ¿cómo nos
explicaremos que las ideologías hayan servido para mantener
el statu quo material? En suma, ¿cómo nos explicaremos la
influencia que sobre los hombres tienen las ideas- o mejor, los
prejuicios- de los hombres” (idem:52)
Veamos primero el análisis de esta primera pregunta que en verdad tiene tres
interrogantes.

Primera estación en el camino hacia la respuesta de la pregunta “a”: la


ideología es y se manifiesta como expresión (Ausdruck), según lo plantearon Marx
y Engels con posterioridad a La ideología alemana, en ésta, por analogía se dice
que es reflejo de las condiciones materiales. Es válido plantear una cuestión que
surge en este primer momento: sí la ideología es expresión, entonces ella no puede
estudiarse si no se le estudia como lenguaje. Aquí tienen campo fecundo
semiólogos, filólogos, filósofos del lenguaje, sociólogos de la comunicación,
analistas del discurso y un largo etc. La ideología tiene un potencial ilimitado para
influir en la conducta de quienes viven las consecuencias de la dominación.
Factores sensibles como la religión, la moral, la filosofía, denunciados por Marx y
Engels ¿cómo podrían cumplir con el objetivo de moldear las conductas si no es
por el lenguaje? En el siglo XIX parecería imposible imaginar la influencia
explosiva que hoy ejerce la publicidad, la propaganda, la internet, el teléfono
móvil.

La influencia universal -en el contexto social específico de una clase social-


que ejerce la ideología, posee un carácter interdependiente y sus manifestaciones en
la praxis social diaria se interpenetran e interactúan dialécticamente; no se trata en
ningún caso de un fenómeno independiente. La infraestructura económica no
determina mecánicamente, en un desplazamiento sincrónico la ideología; como
tampoco la superestructura genera – por si sola- la moral y otros fenómenos
ideológicos. Ello es así porque no se trata de dos estructuras separadas sino de una
sola: la estructura económica, social, material y espiritual de la lógica del capital,
como hemos señalado en páginas anteriores.
En las condiciones que estimulan cambios estructurales en América Latina
aparecen los rasgos de una revolución ciudadana en Ecuador, bolivariana en
Venezuela, y de esfuerzos de un socialismo indigenista en Bolivia. A este respecto,
L. Silva es contundente: “para qué predicar una “ideología revolucionaria” si
toda ideología es por definición reaccionaria”, dice en la p 52 de La plusvalía
ideológica. Hay una tarea revolucionaria y nuestro filósofo la define con exactitud:
se trata de la necesidad de una crítica de las ideologías para superar la visión
engañosa de la realidad y de la verdad que con frecuencia expresa lo contrario de
cuanto en realidad ocurre.

La pregunta “b” amplía la concepción de ideología desde una crítica marxista y


Silva ahonda en su argumentación para ver más claro, no necesariamente en la
exigencia cartesiana de ver claro y distinto. Su análisis está más cerca X.R. de
Ventos en su afán por encontrar una filosofía que no aclare los hechos o fenómenos
más o menos oscuros, sino ir siempre en busca de mayor claridad, pues “las cosas
se desenfocan y se hacen borrosas” (de Ventos, 2004 : 9). Para aclarar cuanto de
borroso, desenfocado, tendencioso, falso, deformado, invertido y manipulado hay
en el discurso ideológico se requiere de una estatura intelectual y una praxis
integral que desenmascare y devele aquello que la ideología oculta”

Aquí la pregunta “b”: ¿en qué sentido especifico y estricto


debemos entender, dentro del marxismo proposiciones como la
“toma de consciencia ideológica de las clases dominadas si
precisamente el marxismo nos dice que el rasgo fundamental
de toda ideología es erigirse en sistema de representaciones que
actúa como consciencia engañosa (Engels dirá falsas) , esto es
como la ilusión de poseer una consciencia auténtica (Silva
1975:72)
Hay una mano oscura de la ideología que domina e impone una visión del
mundo que asegura las estructuras económicas y espirituales de la dominación y, de
ello, no siempre nos percatamos. Con algún riesgo de generalización no sería fútil
afirmar que la ideología se justifica como algo natural, verdadero. Y esto es, sin
duda, discutible. La epistemología, como preocupación por el conocimiento es
tarea de filósofos y científicos que –como exigía la diosa a Parménides- debe
buscar el conocimiento auténtico, que supera la doxa, es decir la simple opinión, y
alcanzar su cometido en la episteme. Ningún epistemólogo contemporáneo, dígase
Foucault, Ricoeur, Maturana, Dussel, entre tantos, ha incluido y concluido en sus
investigaciones que la ideología sea una preocupación de la epistemología

Silva es reiterativo: en un riguroso sentido filosófico no puede haber “una


toma de consciencia ideológica de las clases dominadas”, pues en este caso la
consciencia seria anti consciencia, falsa consciencia, simple doxografia. Para
insistir, leemos: La expresión ideología revolucionaria, resulta así una
contradicción. La alienación ideológica no puede servir para realizar la revolución
(p82)

Ahora bien, no faltan los detractores que defienden una definición de la


ideología como ciencia que estudia las ideas, regresando más de 250 años en el
tiempo, que se hacen estas preguntas ¿si llegara a triunfar una revolución de la
clase social bajo la dominación capitalista y se instaurara el socialismo habría una
ideología de esa revolución? La respuesta taxativa es NO. La fundamentación
teórica que conduzca al socialismo no puede erigirse como ideología. Al mismo
tiempo, “si en esa sociedad se sigue engañando y falseando la realidad, si hay
culto a la personalidad y campos de concentración, sin duda, ese poder seguirá
siendo ideológico (p 85) “Es consecuencia de lo mismo, afirmar que si la
revolución fortalece la conciencia liberada y promueva la liberación del hombre y
la mujer, entonces no será un discurso para engañar y “merecerá ser llamado con
otro nombre (p 85)”

Un aspecto también extendido en el lenguaje cotidiano que viven los


protagonistas de la revolución es exigir que se desarrollen programas de
“formación ideológica” para fortalecer la capacidad de pensamiento y praxis de los
protagonistas. De nuevo, idéntica contradicción. Si quienes adhieren a los procesos
de transformación hacia el socialismo consideran necesaria una educación y una
formación, mal podría ésta ser ideológica, pues en este caso deformaría la
consciencia y no la formaría; no educaría políticamente, sino la manipularía. La
ideología revolucionaria es un extravío del pensamiento y una imposibilidad
práxica. Solo puede pretenderse un proceso abierto, autocrítico, que revele la
inseparable unidad de teoría y praxis. Hay algo más que consideramos importante
destacar para evitar la caída en una hermenéutica solipsista que considere a las
ideas como un sistema autónomo. Silva lo piensa así: “cuando esa práctica
revolucionaria se ha detenido, burocratizado, la filosofía marxista, y cualquier
filosofía decimos nosotros, se ha detenido también se ha burocratizado, se han
constituido en ideología” (p 95). Para ser más enfático en la valoración del
concepto marxista de ideología, compartamos la idea de que Marx no dejó un
instrumento ideológico, sino determinantes teórico prácticas.

En un intento por superar la errónea idea del marxismo como ideología, L.


Silva traduce a J.P. Sartre, quien con todo su reconocimiento filosófico y literario,
da la impresión de haber leído los manuales de la Unión Soviética sobre la obra de
Marx y no directamente a éste. En esa traducción de Critica de la razón dialéctica,
leemos lo que Sartre dice al respecto:”…el materialismo dialéctico tiene sobre las
ideologías contemporáneas la superioridad práctica de ser la ideología de la clase
ascendente” (s.n.) (p 138 Silva).

Otras expresiones similares se escuchan en foros y entrevistas televisivas al


decir que “…el partido tiene o debe tener una ideología”, en otro lugar oímos:
“…cada quien tiene su ideología”.

Mal andaría el desarrollo y la investigación científica si los científicos fueran


ideólogos. Si en un partido político, como vanguardia de una revolución tuviera su
ideología, mal podría orientar el ritmo de las transformaciones pues en este caso
deformaría la realidad, mentiría, engañaría a sus partidarios, enmascararía los
verdaderos hechos. El terreno fangoso de la ideología no puede ser una base
confiable para una toma de consciencia. La ideología penetra en los dominados por
la puerta de servicio, ese espacio en que Freud sostiene que se dan las
representaciones inconscientes. Si por ideólogo aceptáramos a un filósofo que
construye un sistema de ideas, entonces Platón sería un ideólogo y no un filósofo.

En su etimología los griegos se referían a la filosofía, en tanto amor por el


saber, como una preocupación plena de la razón para develar, desocultar y
desnudar,como lo sugería el termino aletheia. Mal podría la ideología cumplir tan
alto y liberador cometido.

Hinkelammert (2006) hace un exhaustivo análisis para penetrar en las bases


del pensamiento liberal burgués. Con rigor demuestra el lado oculto de las ideas de
Adam Smith, David Hume, John Locke, entre otros. De este último denuncia cómo
se invierten los valores, en especial los derechos humanos. Podría decirse que
Hinkelmmert saca a los ídolos del pedestal y caen por el peso de sus
contradicciones. Podemos entender la diferencia entre la exigencia de racionalidad,
propio del pensamiento moderno, y la perversidad de la racionalización, arma con
que la clase dominante impone su hegemonía ideológica. La guerra de apropiación
imperial inglesa sobre algunos territorios como la India, aparece bajo el disfraz
ideológico de guerra justa y legítima en el pensamiento de Locke (pp 92-100).

En nuestros días se invierten los valores que en la cultura occidental parecían


inamovibles. Se arrasan territorios: antigua Yugoslavia, Irak, Libia, Afganistán,
Siria. Siempre hay una “fiera salvaje”, expresión muy querida por Locke, para
eliminar, en nombre de la libertad y la democracia a esa fiera salvaje. La
destrucción de hospitales, escuelas, centros de investigación, templos religiosos,
con la secuela de muertos, son denominados “daños colaterales”. Si alguien acepta
este Kilimanjaro ideológico, puede aceptar todas las explicaciones que intentan
hacer creer que se trata de un guerra justa.

Volviendo a L. Silva, ya empieza a vislumbrarse la idea de plusvalía


ideológica, referida a las condiciones materiales de explotación en Europa en el
siglo XIX. Ahora bien, La plusvalía ideológica es el resultado de la dominación
espiritual. Solo una consciencia deslastrada, liberada de la dominación ideológica
puede ser consciencia revolucionaria. Si J. L. Borges hubiera buscado las raíces de
la ideología las habría encontrado en los laberintos que lo extraviaban y no lo
dejaban dormir. Tampoco habría podido observarla en la claridad de los espejos,
imagen recurrente en su obra, pues esta suele ocultarse detrás de los espejos. Una
tercera obsesión del poeta, los cuchilleros del novecientos en Buenos Aires le
habrían mostrado que ellos mataban para salvar a la ciudad de los cuchilleros.

Entre los valiosos aportes del filósofo venezolano, debe destacarse con
especial énfasis el concepto de plusvalía ideológica. En sus propias palabras:
La tesis de que la estructura económica del capitalismo, en el
transcurso de los últimos 150 años, ha producido su propia y
específica ideología y, como era de esperarse, ha elevado sus
típicas relaciones de producción a esa esfera, con lo que ha
resultado ese fenómeno cualitativo tan extraño como real que
hemos bautizado con un nombre audaz acaso soñado por Marx:
(pp 114 -115)

En el camino hacia una conceptualización plena e irrefutable de ideología


van surgiendo ideas que se interpenetran dialécticamente. En los Cuadernos
posteriores a 1931 A. Gramsci (2011) reflexiona sobre las relaciones entre ciencia e
ideología para elegir un caso importante en la física sub atómica que ilustra, por
analogía, lo que sucede en la imposición ideológica del conocimiento. Un
participante en un congreso de Oxford señala que no pueden considerarse
independiente del sujeto que los observa (los fenómenos de la microfísica). En
efecto H. Maturana insiste en una nueva ontología cuando se pregunta si la realidad
está dada a priori al hombre, o éste la construye. El papel indiscutido del
observador lo lleva a negar toda pretensión teológica o metafísica de verdad y a
conceder un papel primordial al observador que es quien construye la realidad. En
esta misma dirección se podría contestar al filósofo en el congreso aludido: no hay
conocimiento independiente de quien lo produce, en el mismo sentido, la ideología
no constituye un sistema de creencias y representación del mundo independiente de
las condiciones materiales y espirituales en que hombres y mujeres establecen
relaciones sociales y materiales.

Las formas ocultas de la dominación ideológica actúan sin límite de tiempo


“…aunque el periodo de educación formal en el capitalismo limitan a unos pocos
años de la vida de los individuos, la dominación ideológica de la sociedad sigue
vigente durante toda la vida” (Mészáros 2008). Ortega y Gasset afirma que
“nuestras convicciones más arraigadas, más indubitables son las más
sospechosas”, idea que a Ludovico le permite afirmar que una consciencia critica
debe iniciar su proceso de “desinfección ideológica (…) pues aquello que se dice o
se piensa en una sociedad no es otra cosa que la ideología de esa sociedad”. Y que
no se confunda aquí ideología con eso que suele llamarse opinión pública. La
opinión pública sustenta la ideología de cada sociedad y brota de ella como
secreción espontánea, agrega Silva.

Las creencias son pensamientos, son ideas que no resultan de un acto


voluntario o de pensar: están ahí, se han ido acumulando desde el nacimiento. Son
pensamientos, ideas que somos, agrega Ortega. El filósofo inglés no era nada
marxista. Las creencias no las construye el individuo, recurre a ellas, como quien
bebe un vaso de agua. A las ideas correctas se llega por un ejercicio de
entendimiento. Las creencias y las ideas se instalan en lo profundo del inconsciente
cuando la ideología las reconoce como independientes de las condiciones
materiales. Cuando alguien dice estas son mis ideas o estas mis creencias ¿no repite
acaso las ideas y creencias impuestas por la dominación espiritual?
La palabra de L. Silva previene de forma reiterada ante las secuelas
ideológicas:
En la ideología se está (como en las creencias de Ortega,
según vimos), y desde ella se emiten opiniones y se asumen
parcialidades. Él aliado más poderoso del modo de producción
capitalista, por ejemplo es la ideología que genera y en la cual
viven los ciudadanos: esa ideología conforma al hombre medio
desde su niñez y se establece dentro de él como un sistema de
representación, valores y creencias que son el repertorio de
respuestas mecánicas con que cuenta para desenvolverse y
formarse opiniones, incluso para formarse teorías (p 181)
Al estar en la ideología se puede salir de ella; pero no se saca uno la ideología
como quien se saca una camisa. Sus raíces no siempre son percibidas y sus
manifestaciones en la conducta individual no suelen ser percibidas como
imposición. Uno de los rasgos nefastos de la ideología es que el hombre no es
consciente de esta dominación. Al tomar consciencia de la explotación, exclusión,
sometimiento, manipulación, el hombre empieza a tomar consciencia del carácter
alienante de la ideología. Nuestro filósofo quiere traernos una teoría de la plusvalía
ideológica. Lo primero es reconocer que hay una exigencia conceptual. Es
necesario definir que son las categorías de ideología y plusvalía. El filósofo avanza
una primera proposición:

Muy a grandes rasgos nuestra hipótesis consistiría en


preguntarnos si no es posible, teniendo en cuenta la afirmación
de Marx de que las relaciones de producción se reproducen en
el plano de la ideología, pensar que así como en el taller de la
producción material capitalista se produce como ingrediente
especifico la plusvalía, así también en el taller de la producción
del taller espiritual del capitalismo se produce una plusvalía
ideológica cuya finalidad es la de fortalecer y enriquecer el
capital ideológico del capitalismo; capital que a su vez, tiene
como finalidad proteger y preservar el capital material (p 190).

Veamos ahora cómo se podrían cambiar estas falsas definiciones de


ideología que permitan un acercamiento más riguroso a la plusvalía ideológica. L.
Silva entiende que las relaciones de producción en el capitalismo indican relaciones
de destrucción y ellas engendran la alienación ideológica, proceso no consciente
cuyos intereses no son los propios si no que se oponen a los propios. “En este
contexto es donde aparece lo que llamamos plusvalía ideológica, es un producto
necesario de la alienación ideológica” (p 208)
La alienación, concepto clave en la teoría económica de Marx expuesta en
los Manuscritos económico filosófico de 1845, en especial, se produce en la
relación del trabajador con la materia prima, las máquinas y el producto final, la
mercancía.

Allí el trabajador no es dueño de lo que produce y el objeto por él creado se


vuelve ajeno: enajenado. El mismo se percibe y se vive enajenado. En un conflicto
con la Coca-Cola se instaba a los trabajadores a expresarse más o menos así: En mi
fábrica todos somos Coca-Cola. Así como Marx había denunciado que la fuerza de
trabajo de un obrero se convierte en mercancía, creando además plusvalor a su
trabajo, la plusvalía ideológica es un producto necesario de la alienación
ideológica, concluye Silva. El carácter dominante de la plusvalía ideológica es la
consecuencia de la destrucción espiritual. De aquí que el aporte de Marx nos haga
recordar que nuestras ideas son las ideas de la clase dominante. Salvemos ahora
algunos escollos que hemos ido sorteando. No hay ni puede haber consciencia
ideológica. La ideología se hace carne en el ser humano por otras vías que no son la
consciencia, de ser así, muchas de nuestras conductas y respuestas serian
rechazadas y chocarían con nuestra consciencia. No hay formación política
ideológica ni puede haberla y su exigencia es una contradicción pues ella no es un
proceso creado conscientemente por el hombre

La ideología sin máscaras

Hemos seleccionado tres textos que revelan un lenguaje que va del desparpajo
al cinismo del discurso para justificar la ideología. Corresponden a momentos
distintos, pero tienen el mismo carácter que los Estados Unidos atribuyen a las
operaciones en otros países cuando practican “intervenciones descubiertas”.
Uno de los principales requisitos para que un hombre sea apto
para lidiar con un hierro fundido regularmente es que sea tan
estúpido e impasible que se asemeje, los más posible, en su
cuadro mental a un burro […]. El obrero más adecuado para
cargar lingotes es incapaz de entender la verdadera ciencia que
regula la ejecución de ese trabajo. Es tan estúpido que la
palabra porcentaje no tiene ningún significado para él”
(cursivas en el original)

F. W. Taylor, fundador del sistema de control de gestión


autoritario en la modernidad. (en la Educación más allá del
capital. I. Mészáros El desafío de la carga histórica del tiempo,
Caracas.Vadell.2008)

Segundo caso en que un filósofo pierde la frónesís y desborda el lenguaje de la


hibris:
“La naturaleza, teniendo en cuenta la necesidad de la
conservación, ha creado a unos seres para mandar y a otros
para obedecer. Ha querido que el ser dotado de razón y de
previsión mande como dueño así como también que el ser
capaz por sus facultades corporales de ejecutar las órdenes,
obedezca como esclavo […] Algunos seres, desde el momento
en que nacen, están destinados, unos a obedecer, otros a
mandar…” (Aristóteles. 1977: 40-46)

El tercer caso, aunque no es el único en el discurso que pretende justificar la


invasión, el exterminio y la apropiación de los territorios indoamericanos,
corresponde a un religioso (obispo), amanuense en las hordas de Hernán Cortez, en
México.
“ Siendo por naturaleza siervos los hombres bárbaros, incultos
e inhumanos, se niegan a admitir la dominación de los que son
más prudentes, poderosos y perfectos que ellos, dominación
que les traería grandísimas utilidades, siendo además cosa
justa, por derecho natural, que la materia obedezca a la forma,
el cuerpo al alma, el apetito a la razón, los brutos al hombre, la
mujer al marido, los hijos al padre, lo imperfecto a lo perfecto,
lo peor a lo mejor, para bien universal de todas las cosas. Este
es el orden natural que la ley divina y eterna manda a observar
siempre. Y tal doctrina la han confirmado no solamente con la
autoridad de Aristóteles a quien todo los filósofos y teólogos
más excelentes veneran como maestro de la justicia y de las
demás virtudes morales y como sagacísimo interprete de la
naturaleza y de las leyes naturales, sino también con las
palabras de Santo Tomas…”

Juan Ginés de Sepúlveda. Tratado sobre las justas causas de la


guerra contra los indios México. F.C.E 1986 (en Gomez-
Muller, A 1997.Alteridad y ética desde el descubrimiento de
América. Madrid Akal p 8)

Cerramos, por ahora estas reflexiones intempestivas, como diría Nietszche, con
esta síntesis de Ludovico Silva:
“La ideología es un sistema de valores, creencias y
representaciones que autogeneran necesariamente las
sociedades en cuya estructura haya relaciones de explotación
(es decir, todas las que se han dado en la historia), a fin de
justificar idealmente su propia estructura material de
explotación, consignándola en la mente de los hombres como
un orden natural e inevitable, o filosóficamente hablando como
una “nota esencial” o quidditas del ser humano.” (Teoría y
Práctica de la ideología 1977 México. Nuestro tiempo).

Los griegos empleaban la expresión kibdeloi para referirse al uso de monedas


falsas ¿es la ideología una kibdeloi?

Referencias

Aristóteles 1977. Política. Barcelona. Akal.


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Ibar Varas
Riesgos de la ideología
La teoría también se transforma
en una fuerza material cuando
se apodera de las masas
Karl Marx.

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