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FISIOLOGÍA
LAS ffASIOHES»
«i ■ ■
FISIOLOGÍA
NUEVA DOCTRINA
POR J. L. ALIBERT,
TRADUCIDA AL CASTELLANO
MADRID,
IMPRENTA DE D. M. DE BURGOS,
enero de i83l.
loo» oS«f l€2
NOTA.
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' 1' —
OBSERVACIONES PRELIMINARES
1
PARTE PRIMERA.
ARTICULO I.
De la curiosidad.
Asi llamamos al atributo particular del sistema sensiti
vo que nos impele incesantemente á informarnos de todo
cuanto ignoramos; y esta inclinación del alma á ejercer
su actividad en las cosas capaces de afectar nuestros órga
nos exteriores es una facultad muy sencilla , tanto en su
acción como en sus efectos. Las impresionas que llegan
por primera vez á nuestros ojos, oidos y paladar, produ
cen una excitación mas ó menos fuerte, que constituye el
primer móvil del ser que hace el ensayo de la vida. Con
viene notar que la curiosidad precede siempre á la aten
ción , y que vuela inconstante de objeto en objeto , agi
tando asi nuestra existencia , y obligándonos casi siempre
á mirar con tibieza y menosprecio lo que de antemano
hemos conocido y examinado muchas veces.
La curiosidad es el primer atributo del sistema sensi
tivo, y la primera facultad activa de nuestro entendimien
to. Ya he dicho que no se debe confundir con la atencion
á la que precede ó determina, pues la curiosidad no pro
duce impresion alguna permanente, y solo toca superfi
cialmente las cosas cuando la atencion se fija y concentra,
como diremos despues, en un solo objeto, del cual no se
desprende muchas veces sino con grandisima dificultad.
Los niños son extremadamente curiosos , pero su natural
movilidad é inconstancia no les deja fija la atencion. Permí
taseme decir que la curiosidad supone cierto presentimien
to de las ventajas que puede proporcionar el objeto á que
se inclina : asi observamos que los salvagcs no ejercitan las
mas veces esta pasion sino en cosas que creen de alguna
utilidad real y .verdadera, mientras que se muestran indi
ferentes á los encantos de nuestras artes y al lujo de nues
tra civilizacion, de que no tienen necesidad alguna: ob
servan y contemplan con atencion y placer indecible el
sol, las frutas, la caza, las flechas, las hachas, y todo cuanto
puede tener algun uso en sus diarias necesidades y tareas.
Plutarco en su cualidad del moralista insiste en el
abuso que se ha hecho de la curiosidad, pasion tan cerca
na á la malignidad y á la envidia, y presenta bajo diver
sos aspectos este fenómeno tan interesante del sistema sen
sitivo, dando en seguida consejos para saber dirigirla y
ennoblecerla. Cuando la curiosidad depende de la necesidad
de ser conmovido, arrastra al hombre hasta hacerlo jalear
y combatir con peligro de su vida solo por satisfacerla.
No asi los animales, que jamas se han dado la muerte
por adquirir vanas ideas sobre los objetos que la natura
leza nos presenta : cada uno los ve á su modo y como me
jor le parece. Mas, á pesar de todo, no del)e repulirse la
curiosidad por el presente menos precioso que ha hecho
el Criador á la especie humana , particularmente cuando
no la usa en su daño y perjuicio.
ARTICULO
De la atencion. II.
i, , ARTICULO
.De la percepcion.
III.
PARTE SEGUNDA.
ARTICULO I.
De la reflexion.
La reflexion es un acto intelectual por el que nuestra
alma se detiene mas ó menos tiemjK> en lo que ha perci
bido, en consecuencia de una atencion viva y continua. Es
la facultad que tenemos de reconcentrarnos á examinar
los conocimientos que hemos. adquirido, pata conocer su
( 13 )
justo valor y formar con ellos el raciocinio, que es la se
gunda operacion de nuestro entendimiento, que nos diri
ge para saber líacer el uso conveniente de nuestras adqui
siciones intelectuales. La naturaleza nos ha dado la reflexion
para rectificar nuestras malas inclinaciones, para que pen
semos con detencion en nuestras acciones , y nuestras de
liberaciones no sean inconsideradas.
Los metafísicos recurren algunas veces á comparacio
nes é imágenes para ser entendidos mejor, y para que sus
definiciones esten con mas claridad. He aquí cabalmente lo
que á mí me parece que puede dar una idea del atributo in
telectual de que hablamos: ponemos un proceso á la deli
beracion de los jueces , en lo que no hacemos mas que re
currir á la rectitud de su entendimiento. Estos se retiran,
despues de haber oido las partes, á un lugar solitario, para
balancear las razones y pesar en cierto modo las pruebas y
alegatos, examinando bajo diferentes aspectos el punto
que se litiga: tal es el util ministerio de la reflexion.
De lo cual se infiere claramente que la reflexion solo es
la atencion que ponemos dentro de nosotros mismos. El
hombre, sumergido profundamente en su alma, conserva
en ella su3 impresiones, en cuyo estado las calcula, las
compara, las juzga; y la reflexion desarrolla, por decirlo
así, las ideas-, las fecundiza y multiplica. Se sirve á cada
instante de la memoria, porque necesita sin cesar de la
reproduccion de los objetos que nos apropiamos para las
operaciones de nuestro entendimiento.
La reflexion es la primera facultad de las que pertene
cen á la vida interior del sistema sensitivo ; ella examina
con atencion todo cuanto entra por nuestros sentidos, per
fecciona las diversas operaciones de nuestro entendimiento,
determina la voluntad y las fuerzas locomotrices de nues
tros órganos; y aquel estado del alma que llamamos co
munmente delirio, no es mas que la reflexion errante, la
reflexion distraida por distintos objetos que succesivamente
cautivan nuestra alma con atractivos mas ó menos irre
sistibles.
La reflexion es una de las mas energicas potencias del
alma , p\ies no tiene necesidad de órganos que se adapten
ff4)
á tal ó cual impresion, ni de la luz que nos guia, ni de
los sonidos que nos hieren, ni de los sabores que nos afec
tan; no reconoce lugar ni espacio determinado; procede
en lo interior del entendimiento conforme á los resultados
adquiridos por el acto precursor de la percepcion.
Nunca ejercitamos mejor la reflexion que cuando he
mos llegado á la edad madura, cuando hemos adquirido
cierto grado de cultura moral , y despues de haher visto y
examinado mucho. Sin embargo , esta facultad se ejercita
en todas las edades de la vida. Un niño, dice Buftbn , no
reflexiona en nada : si por esto quiere decir que no refle
xiona como un adulto, no le negaremos la razon; pero si
su proposicion es absoluta no es verdadera, porque los
niños tienen su lógica á parte, que no pocas veces es in
geniosísima , puesto que los vemos combinar, con una sa
gacidad que nos admira, todos los objetos que tienen rela
cion con sus bagatelas y niñerías.
Los animales mismos se sirven siempre en su prove
cho de la facultad de reflexionar, sin que se les pueda ne
gar todo loque es necesario para ejercerlo bajo este punto
de vista; y si no ¿cómo les negaremos una idea, aunque
confusa, del tiempo, cuando los vemos apresurar y aun
precipitarse en la carrera para llegar mas pronto al fin
propuesto? No sé cómo se les negará la del espacio si se
reflexiona con atencion todo cuanto ejecutan para abre
viar el camino. Nunca se equivocan cuando quieren pa
sar de un punto á otro en un salto, todos saben medir
con una exactitud que asombra el terreno que deben pa
sar, No
.y compararlo
se puede dudar
con lo que
que la
susreflexion
fuerzas alcanzan.
es una facultad
ARTICULO II.
De la memoria.
cirlo asi á una sola, por cuyo motivo exigen menos traba
jo de pai te de la memoria para retenerse, pues no admite
duda que se retiene mas fácilmente todo lo que da unidad
á una serie de pensamientos, que es el objeto de la mara
villosa invencion de la rima , la cual forma dos sonidos
que se identifican, dando asi ocasion á la memoria de
triunfar por el poder de la analogía.
La memoria es una facultad muy hermosa para nues
tro entendimiento, puesto que su pérdida es de ordinario
el signo precursor de nuestra decadencia próxima. Solo el
hombre puede hacer de ella la fuente inagotable de sus
mas variados placeres; pero en funesta recompensa le cau
sa loa mas graves males. Por esto los antiguos creían que
era necesario privar de la memoria á los desgraciados, y
por eso leemos en las composiciones poéticas de los grie
gos, cuya imaginacion era feliz y consoladora , que ha
bian creado un rio cuyas aguas hacían olvidar todas las
inquietudes de la vida.
Acabaremos aquí nuestras observaciones, aunque' bien
pudiera alargarse este capítulo con la exposicion de las teo
rías de nuestros fisiólogos sobre el pretendido mecanismo
de la memoria. Hay entre ellos algunos que, para explicar
sus efectos, alegan las huellas ó impresiones físicas de los
objetos que han creido se conservaban en la sustancia pul
posa del cerebro. Pero ¿qué puede enseñarnos el escalpel
de los anatómicos? Ni ¿qué es lo que tiene de comun con
nuestras doctrinas la diseccion de un órgano destinado
únicamente á dar valor á los juegos del alma ?
Esto es lo mismo que si, para conocer á fondo la teoría
de. la luz, nos contentásemos con el examen material del
vidrio que condensa ó hace relucir sus rayos.
('9)
ARTICULO III.
De la imaginacion.
i De la conciencia«
ARTICULO V. f
De la voluntad.
Los seres inorgánicos obran unos sobre otros por cua
lidades ó atributos generales á la materia , como la exten
sion , la impenetrabilidad, la pesantez, el impulso, &c.
Los seres vivos, en cuanto materiales, ejercen tambien una
accion análoga que resulta de las mismas propiedades físi
cas, y que se puede explicar muy bien por las leyes de la
mecánica, como lo ha hecho Borrelli en su tratado admi
rable sobre los movimientos de los animales (i).
Una ave que hiende el aire y un pez que surca el
agua solo ejecutan movimientos mecánicos que han ser
vido al arte de modelos. El lolx> que se abalanza al corde
ro y le despedaza no ejecuta mas que una accion física.
El hombre y todos los animales terrestres no pasan de un
lugar á otro, ni hacen valer su poderío sobre los séres
que les rodean , mas que por órganos ó medios tambien
físicos. Sus miembros son palancas, y los músculos que los
visten verdaderas cuerdas. La única diferencia que existe
entre los cuerpos animados é inanimados, en este particu
lar , es que I0s primeros son ellos mismos el principio de
su movimiento, y los segundos le reciben de algun agente
externo.
Hay en el hombre una parte cuyo imperio está con
fiado exclusivamente á él mismo. Es cierto que no puede
mudar el juego y mecanismo de sus funciones materiales,
que no puede tampoco suspender ni acelerar á su antojo
los latidos de su corazon-, pero puede modificar y cambiar
del modo que mejor le pareciere sus determinaciones, y
esto es lo que constituye su moralidad. Dios nos ha dado
una voluntad independiente de él , de la cual procede el
premio ó castigo que merecen las acciones humanas.
La voluntad es el fenómeno por medio del cual el al
ma se determina á obrar-, eHa es la que pone en actividad
la fuerza motriz, la que sigue con mas ó menos pronti
tud las órdenes de nuestro entendimiento, la que apresu
ra ó retarda sus manifestaciones, segun los consejos de la
prudencia y de la reflexion. Un soberano quiere conquistar
un pais : se retira , medita , combina , compara y raciocina
dentro de sí mismo*, por fin se decide; y al punto apa
recen gruesos ejércitos que parten á la voz de su capitan.
La voluntad, como lo ha dicho Bossuet, no depende
de nuestros órganos, preside á las acciones (a). El hom-
Ít) De mola anirnalium.
2) Tratado del conocimiento de Dios j de sí mismo.
4
. ( 26 )
bre es una criatura inteligente que se mueve por resortes
vivos, y que se obedece á sí misma. Los miembros que le
sirven para cambiar de lugar, se parecen á los trípodes de
oro que fabricaba el dios Vulcano, y que á la sola voz de
su señor se ponían en las asambleas de los dioses.
La voluntad no es mas que el movimiento impreso á
la existencia , la cual no entra en accion sino por las leyes
que constituyen su esencia. ¿Quién podría creer que esta
es quizá la menos enérgica de nuestras facultades? Es una
facultad que de ordinario está cautiva y subordinada, pues
no hay voluntad ninguna fuerte fuera de la que produ
cen las pasiones que nos agitan..
Cuando la ambicion se ha apoderado del corazon del
hombre, hace te dos los esfuerzos posibles para subyugar
al inundo entero. Pero cuando las pasiones estan en cal
ma, el hombre entra en el dominio de la razon, lo cual
solo produce vna voluntad débil y expuesta muchas veces
á la merced.de los mas ligeros obstáculos. !
No es siempre la razon un principio de accion : la vo
luntad necesita convertirse en pasion para ser activa: pres
cindiendo de este móvil ya no puede por sí sola seguir
sus provectos., ¿A dónde habría héroes si no hubiera amor
por la gloria? Asi es que el alma es mas eficaz siendo sen
sible que siendo solo libre y racional.
La voluntad recibe una multitud de modificaciones
diferentes que le comunican las otras facultades del siste
ma sensitivo. El estado convulsivo de ciertas pasiones au-
nvnta las fuerzas, con lo cual ellas ejercen mejor su minis
terio. Muchas veces el hombre colérico hace cosas que se
guardaría muy bien de hacer si estuviera en calma. Los
crímenes violentos que ejerce contra sus semejantes deben
referirse á este fenómeno.
La debilidad de la voluntad en los hipocondríacos,
del>e atribuirse á las irregularidades de la potencia nervio
sa que se ejerce alternativamente; su sistema sensitivo ca
rece de la estabilidad de energía con que es necesario
emprender todos los actos de la vida. En general las en
fermedades que nos acometen paralizan la voluntad, por
que reducen el alma á la inaccion y á una especie de fluc
0*7)
tuacion, que la hacen experimentar una multitud de sen
saciones opuestas. Se vé uno en penosa incertidumbre
cuando muchos deseos se presentan en tropel y simultá
neamente á nuestro entendimiento ; pero si entre estos de
seos predomina alguno, este constituye al punto una vo
luntad. La variedad de las ideas es la que hace á esta
facultad beleidosa , y la que muchas veces la hace des
fallecer.
En el esplin melancólico y en la disposicion al suici
dio, el hombre tiene una voluntad enferma, puesto que
es contraria al instinto de la conservacion. Una voluntad
sana tiene por objeto la armonía de las acciones vitales;
y los movimientos convulsivos no nos parecen tan desor
denados sino porque son independientes de la voluntad.
Las costumbres y las virtudes nacen de los impulsos
dimanados de la voluntad del hombre. Cuando esta fa
cultad no está sufocada por la corrupcion ó las enferme
dades tiende siempre al bien ; pero el hombre toma á ve
ces direcciones contrarias á su propia felicidad. El su
premo objeto de los institutos sociales es educar en cier
to modo la voluntad, y ennoblecer todas sus inclinacio
nes. Los legisladores han recurrido al temor para corre
gir sus desvarios y extravagancias. Por otra parte Dios
ha colocado en nuestro corazon sentimientos que se tem
plan , y ninguna voluntad se determina á obrar en nos
otros, sin quesea precedida necesariamente por la reflexion.
Entre los atributos intelectuales del sisrema sensitivo
hay pocos que distingan tanto al hombre de los anima
les como la voluntad, porque estos no tienen mas que
voluntades efímeras, al piso que el hombre hace valer la
suya aun mucho tiempo despues de la muerte, encuentra
succesores que la hacen volver en cierto modo á la vida,
que llevan adelante sus proyectos, empresas , &c. La ima
ginacion se confunde al contemplar aquella innumerable
multitud de generaciones que trabajaban en otro tiempo
en ahondar el mismo lago, y en levantar la misma pirá
mide. Las fundaciones, testamentos, &c. no son masque
voluntades postumas.
La voluntad nos hace vivir: sucede con esta facultad
4=
(a8) ..
lo que con la memoria , que su debilidad es síntoma de la
decadencia de la vida. Con ella desaparece lo que llama
mos caracter, atributo no menos esencial que constituye
la fisonomía del alma , y que no es otra eosa que la vo
luntad puesta en práctica, y aplicada de un modo firme á
todos los actos morales de la vida. Por la voluntad se dan
á conocer y se designan los hombres en el orden social;
por ella en fin, se íes vé triunfar de todos los obstáculos,
y dirigir en cierto modo los acaecimientos de todos los
tiempos y lugares. Pero muy pocos tienen á su disposi
cion esta inmensa palanca de la grandeza humana, y bien
pocos saben querer con energía y perseverancia. Solo
Dios tiene una voluntad permanente porque no puede
envejecer.
La voluntad profunda no se expresa por signos exte
riores , sino que obra en el fondo del alma , y solo se des
envuelve en el momento en que sus diferentes actos van á
tades
ejecutarse.
morales,
Ocupa
quetan
su alto
teoríapuesto
debiera
en preceder
la escala de
porlasnecesi
facub
SECCION PRIMERA.
.
que el cielo rae envia. Puedo pasar sin la dicha , pero no
sin la vida." Mientras duraban los desastres revoluciona
rios que han agitado por tanto tiempo á la Francia , una
señora pasó repentinamente del colmo de la prosperidad
al mas miserable extremo de la pobreza y sufrimiento, se
quedó baldada , ciega , y para mayor miseria , sufria , en
consecuencia de una enfermedad que hahia sido tan larga
como funesta, los martirios que una ascua ardiendo hu
biera producido recorriendo sus entrañas. Me sirvo de
las mismas expresiones de esta desgraciada víctima de la
fortuna, la cual, á pesar de todas sus angustias, formaba
sus proyectos, y queria estar entre los suyos. Las innume
rables penas que sufrimos en la vida , no son causas sufi
cientes para que la abandonemos. Los desgraciados que
invocan la muerte, estan en un verdadero estado de sub
version mental, ó faltan á la sinceridad. Si apareciera con
la corva guadaña en el instante mismo en que su voz la
llama , todos le dirian lo que el pobre leñador de la fábu
la : solo te llamé para que me ayudes á cargar este haz de
leña.
Por mucho que el hombre viva y envejezca , jamas se
cansa del banquete de la vida. Aun cuando hubiera vivi
do un siglo, ¿qué razones no alegaria si se le propusiese
abandonar su vida? Supongo que hubiera sido constante
mente feliz, y que por una excepcion rara en el orden so
cial, pero de la que se citan algunos ejemplos, la anciani
dad no hubiera causado progresivamente en él la aniqui
lacion del órgano que preside á las facultades intelectua
les y afectivas. «;Oh Providencia! exclamaría, no cortes los
lazos de una existencia cuyas encantadoras delicias no he
agotado todavia. Ignoro por qué y cómo respiro. Espera,
déjame conocer mejor el valor y magnitud de los bienes
con que me has colmado. Ni las paredes que he edificado,
ni los árboles que he plantado, ni los campos que he
sembrado , ni los surcos que he formado, han recompensa
do todavia mis sudores. Déjame gozar del calor vivifican
te de tu sol, y déjame sobre todo responder á la voz que
me llama. No puedo separarme tan pronto de la compa
ñía que yo mismo me he buscado. Yo quisiera gozar la
(43) .
satisfaccion de ver las generaciones succesivas de las cua
les soy el origen primitivo. No hieles un corazon que
has inflamado con los fuegos de la mas dulce ternura.
La destruccion solo debe comprender á los insensibles.
Yo merezco vivir, pues soy capaz de amar."
CAPITULO L
Del egoísmo.
Si se quiere saber qué es el egoísmo, contémplese un
ejército en derrota , hostigado á la vez por el poder de las
armas y el rigor de la estacion : ya no es esta una reunion
de individuos tan valerosos como resueltos é impacientes
por triunfar, á quienes un vigor impetuoso y sublime
conducía al mas glorioso fin ; ni es ya un conjunto de vo
luntades sujetas á un mismo plan , y que obedecen á la
misma señal; es un confuso tropel de hombres á quienes
ha vuelto á dominar el cuidado del yo unicamente, que
concentrados en sí mismos, ni conocen compañeros ni
gefes, que se abandonan reciprocamente, que desconocen
toda disciplina , que se entregan sin miramiento alguno al
pillage, y á todos los desórdenes de la insubordinacion.
Cada soldado se cree solo, ó por mejor decir, se aisla de
los compañeros de armas para no obedecer mas que á sus
inmoderados deseos. Nada hay para él sagrado como se
trate de apagar su sed, ó de satisfacer una hambre des
esperada.
Póngase este cuadro junto al de un naufragio en me
dio de las olas sublevadas por una horrorosa tempestad,
y figúrese un bajel que, despues de haber sido por espacio
de muchos dias el juguete de la borrasca, se estrella contra
una roca. El vasto mar resuena con los inútiles clamores
de toda la tripulacion. ¿Qué socorro pueden prestar unas
débiles tablas contra tantos abismos abiertos? Entonces es
cuando las degradaciones del corazon humano ofrecen el
espectáculo mas horrible y espantoso. El hambre se de
clara, no se escucha la voz del capitan, y unos hombres
que estan tan cerca de la muerte como estos, se atreven
todavía á revolucionarse contra su gefe, y á acusarle
. . (44).
de la cermin desgracía. La rabia y la desesperacion los
ciegan , y se pelean con los pasageros por un solo grano ó
por un pedazo de pan , &c. Un solo sentimiento anima á
todos , que es el de conservarse y el de sobrevivir por al
gunos instantes á sus compañeros de infortunio. El yo,
este horrible yo sale de todas las bocas, y el egoísmo se
muestra hasta en las caricias que prodigan á los marine
ros extrangeros que vienen á traerles socorro.
¿Preferiríase acaso observar al egoísta ta) como se pre
senta en medio de las ciudades, y en las situaciones ordi
narias de la vida? Presencíese uno de nuestros expléndi-
dos festines en donde se halla su incómoda persona. Allí
es en donde principalmente deja ver el inmoderado deseo
de su propia conservacion. Se coloca en el mejor sitio , se
proporciona los mejores manjares , no hay usos que res
pete ni reglas de decoro y buena crianza que no viole,
molesta á los que estan cerca por lo desconcertado de
sus modales, y por el completo olvido de cuantos debe
res nos impone \¡r urbanidad, por la indiscrecion de sus
preguntas , y por el despotismo de su conversacion. En
pocos minutos su glotonería hace desaparecer cuanto hay
en la mesa de apetecible y exquisito. Acabada la comida
se retira á un sitio desviado; y teme que la conversacion
de los demas convidados venga á turbar y aun suspen
der el curso apacible de su digestion.
El egoismo no es solo el vicio habitual de los solteros,
y de los que resisten al instinto de las relaciones so
ciales; lo es tambien de los ancianos, de los enfermos, y de
los valetudinarios. Considérese á aquel enfadoso mortal á
quien por mucho tiempo han molestado los síntomas de una
hipocondría, y á quien el amor excesivo de su vida ha con
ducido á los baños minerales; este es el perfecto tipo del
egoismo. Apenas llega á la posada, emplea solo á todos los
criados; su voz predomina á la de todos los pasageros; llama
frecuentemente á los médicos, y los fatiga con pormenores
inútiles y fastidiosos; solo sabe hablarles del, calor de sus
entrañas , ó de .sus trabajosas digestiones; si se le cuentan
los males agenos, se muestra distraido y pensativo; no
conoce, ni. la. beneficencia., ni . la conmiseracion ni los pe
(45)
sares, y para él no hay mas azote en el mundo que la
enfermedad que le aflige.
Los fisiólogos dicen que el sentimiento del egoismo
depende muchas veces de la debilidad ó imperfeccion de
nuestra organizacion física. Si se pudiera arbitrariamente
suprimir por grados uno ó dos sentidos á un individuo,
y disminuir asi sua facultades de relacion, sin duda se
aumentaría, entonces la pasion del yo. Sobreeste particu
lar hay observaciones curiosas en el colegio de sordo-mu-
dos, y en el de ciegos de nacimiento. ¡Con que ansia no
se repartían los despojos del desgraciado compañero de
escuela que sucumbia á alguna enfermedad ! Moti
vo por lo que el célebre abate Sicard habia prohibido
en estos últimos dias semejantes distribuciones , porque
decian que eran demasiado tristes, y descubrian mani
fiestamente el predominio de los intereses privados. Los
idiotas (i), los cretinos y diferentes enagenados viven en
absoluta independencia de cuanto les rodea, y vejetan
en un egoísmo continuo.
La palabra con que se expresa el sentimiento priva
do de que tratamos en este capítulo , es una de las mas
felices de nuestra lengua; es muy á propósito para ex
presar el movimiento interior del alma que obliga al hom
bre á encaminar sus afectos ácia sí mismo, y á renunciar
al bien que pudiera ó debiera hacer á sus semejantes. El
egoísmo es la primera de nuestras pasiones personales, y
por desgracia es enfermedad demasiado comun , que per
judica muchas veces los intereses del orden social , y que
anda enmascarada bajo muchas y variadas formas en to
das las épocas de la civilizacion. Aunque este sentimiento
forma parte de la naturaleza humana , llega á ser sin em
bargo un vicio odioso cuando no está contenido por jus
tos límites. El hombre que desconoce sus relaciones so
ciales, siempre es culpable para con sus semejantes. Asi
todos convienen en ocultar con cuidado este ser móvil
de nuestra existencia y conservacion. Es una imperfec-
CAPITULO II.
De la avaricia.
tierra."
Han tenido razon los filósofos en «ostener que el pri
mer gérmen de nuestras malas inclinaciones era en cierto
modo la avaricia. Ellos mismos han demostrado con bas
tante exactitud que el orgullo, la vanidad, la ambi
cion, 8cc. se reducían á un solo deseo, esto es, á tener ó
poseer. Suprímanse de la sociedad los rangos, empleos , la
fortuna, &c., y entonces no existirá la avaricia. Se ve ma
nifiestamente que esta pasion es una molesta consecuencia
del amor de la propiedad.
Por otra parte la avaricia no es pasion que puede con
tentarse ; es tan voraz y absoluta como la ambicion. El di
nero no la debilita jamas, al contrario la aumenta. Parece,
si la consideramos bajo este aspecto, á la hambre canina,
efecto de alguna enfermedad, que se aumenta á medida
de los esfuerzos con que se intenta aplacar. El avaro es
como Tántalo en medio de las ondas; se afana por juntar
tesoros ; la tierra no tiene fertilidad que baste á satisfacer
»us necesidades; jamas es rico, pues bastan sus deseos á
empobrecerle.
Con lo hasta. aquí dicho quedan demostradas las di
ferencias que existen entre el egoísmo y la avaricia: la
primera de estas dos pasiones depende de un amor excesivo
de la vida, y la segunda de un exagerado temor de per
derla. El abuso de la prudencia en estos dos extremos , ha
sido permitido tanto al hombre como á los demas anima
les para su propia conservacion. El egoísta solo piensa en
lo presente , y el avaro en lo por venir. El primero satisfa
ce siempre sus deseos , y el segundo se impone ayunos y
privaciones de todo género. El egoísta duerme sin inter
rupcion , mientras que al avaro atormenta la continua fal
ta de sueño. El uno es ingenioso en crear nuevos goces, y
el otro en encontrar perplejidades. El egoista se prefiere á
todos, y el avaro prefiere todo á sí mismo, y los des no
tienen mas de comun que el desprecio que se merecen,
pues han roto el pacto con la sociedad. Pero el mas crimi
nal para con sus semejantes , es el que detiene la circula
cion del metal precioso, primer móvil del corazon huma
no. Cesad avaros fastosos y viles de toda condicion. y ran
go, cesad de enterrar el oro que es menos perecedero que
vosotros. Abrid vuestras puertas á la indigencia, y persua
dios que el verdadero sabio es el que es mas benéfico. En
su vida es amado de todos, y no hay uno á quien; no ar
ranque lágrimas su muerte.
CAPITULO II L
Del orgullo.
CAPITULO IV;
'-. .. De la vanidad?,., f .. }
CAPITULO V.
De la fatuidad.
CAPITULO VI.
De la modestia.
TgwPBrCn'M-»
ADVERTENCIA. .
CAPITULO
Del m iedo. VIII.
CAPITULO
De la prudencia. IX.
CAPITULO X.
De la pereza.
r
(i,6)
gügencia y á la quietud , formando asi el mas dulce estado
del alma desengañada.
El reposo del cuerpo nos parece tan deleitable solo
porque pone al alma en estado de gozar de sí misma:
¡tanto es el placer que ciertas ideas producen, particular
mente aquellas que proceden de un sentimiento afec
tuoso , ó de un recuerdo agradable.! ¡Cuan preciosos son
para el hombre los momentos que pasa en eu retiro tran
quilo en medio de los bosquecillos que el arte ha forma
do expresamente para él , y aquellos en que acostado so
bre céspedes olorosos se abandona bolgazanamente al
dulce atractivo de la meditacion! Apenas siente la fugiti
va pérdida del tiempo , sus fuerzas se complacen en esta
deliciosa languidez. Como el pastor de Virgilio, que acosta
do sobre la verde yerba á la puerta de su cabana vé tre
par sus cabrUlas por h6 empinadas rocas, mientras él pa
cífico y sosegado da rienda suelta á sus pensamientos en
su soledad, lejos del tumultuoso ruido de las cortes¿ allí se
encuentra su existencia deliciosamente balanceando; nin
guna distraccion le interesa; y si las aves con sus cánticos
le despiertan, el murmulloso ruido de un arroyo le vuel
ve á adormecer ; los frutos de la tierra maduran á su
lado, y los coge sin pena alguna. En los climas deJ me
diodia es donde puede el hombre enagenarse con tal feli
cidad; mas, repito, es preciso quese halle desengañado de
Jas frivolidades del mundo para conocer el mérito de una
situacion tan apacible.
Los discípulos de Epicuro conocian una especie de de
leite, que consistía en una calma absoluta y en una com
pleta abnegacion de todos los negocios de la vida , y su
maestro predicaba del mismo modo el placer del descanso
que el de la accion. Los sibaritas, cuyo nombre es céle
bre en la memoria de los hombres , habian desterrado de
su ciudad todas las artes ruidosas y todos los oficios mecá
nicos que podian turbar la tranquilidad de que gozaban;
pues para ellos el sueño era el bien supremo , y un pen
samiento, una sola idea les servia de peso, y se dormían
para olvidarlo todo.
Los orientales nos ofrecen hoy la misma escena : todo?
(ia7)
sus muebles estan adaptados á la dicha que proporciona
la pereza, pues sentarse, para ellos que estan de continuo
tendidos,
llevan carga
es una
alguna
cosa
, ymolesta;
apenas , nunca
segun lo
semejantes
ha notado
hombres
un fi
CAPITULO
Del aburrimiento. XI.
CAPITULO XII.
De la intemperancia.
18
(i38)
i Y quién creerla que existia en París una asociacion
que se gloriaba de ser intemperante, que celebraba sus
juntas, tenia su código, sus registros, sus ceremonias para
la admision, sus reglamentos, usos, fice.! No dejaba de pa
recerse á la academia de cocineros , de la cual hace men
cion Plutarco, que se habia formado en Egipto por la pro
teccion de Cleopatra bajo el pomposo título de inimi
tables. Yo mismo he auxiliado á muchos miembros de esta
moderna cofradía, porque eran acometidos de enfermeda
des graves en medio de los desarreglados y largos banque
tes con que fatigaban su ociosidad.
¡ Qué se ha hecho aquel tiempo en que se servia una
comida sin aparato en medio de un campo ó de una pra
dería , en donde se contentaban los hombres con un poco
de leche azucarada y algunas frutas cogidas en el arbol
mas cercano , en que unas pobres legumbres , la miel de
las abejas , ó un poco de pan no bien cocido hacían cal
mar el hambre del fatigado labrador, y en que se bebia
fraternalmente en la misma copa un poco de vino fresco!
Compárese esta vida económica con los suntuosos festines
de nuestros dias: véanse estos convidados que se reunen
con ceremonia á la manera de los soberbios atenienses; su
mesa está sobrecargada de producciones de todos los cli
mas; en ella se juntan las riquezas de la mar á las de la
tierra; y cada estacion les paga, por decirlo asi, sus tri
butos.
No es bastante estimular el gusto de nuestros incom
parables Epicuros; se quiere todavía mas, pues se trata de
deslumbrar su vista: en platos de oro y de plata se hace
ostentacion de cuanto hay de mas exquisito y deseado en
tre los hombres; sus saludos son alegres; cada cual indica
á su inmediato lo que puede lisonjear su capricho ó con
tentar sus antojos'; y aun recurren á la súplica para hacer
que se acepten manjares dañinos , ó por lo menos su-
pérnuos. i ; ' .¡ .! .
El pueblo mismo se atraca de sustancias perniciosas,
y donde quiera el hombre se presenta como un autómata
devorador al cual sacian para engañar , ó se le embriaga
para seducirle. La gente de mas baja esfera no podría pro
( i39 )
poner un matrimonio, una transacion, una venta, ó -
cluir un ajuste sin demostrarse por medio de un banquete
su mutua satisfaccion, ni sin hacer recíprocos votos con
el vaso en la mano á la salud de los contratantes. Nuestros
padres confirmaban sus tratados apagando su sed, y la
historia de los antiguos germanos asegura que no habia
entonces mas intrépidos bebedores.
Añadamos que por un impulso de los mas poderosos
de su instinto, el hombre se ve rara vez satisfecho de lo que
la naturaleza le ha repartido , y <jne por el contrario tra
ta sin cesar de corregir y mejorar sus dones. Ha recurrido
á los injertos para conseguir los frutos mas suculentos y
hacer la savia mas grata , ha perfeccionado el arte de mo
dificar los alimentos por medio del fuego, arte desconoci
do á los animales , y arte que ya exige en nuestros dias es
tudios y combinaciones sábias. Es preciso haber reflexio
nado mucho sobre los productos del globo para .emplear
con tino los condimentos, y disfrazar la amargura de cier
tos manjares para hacer con ellos á otros mucho mas sa
brosos; y últimamente es mucho el trabajo y tiempo que
debe haber costado el aprender á servirse de los mejores
ingredientes. Pero particularmente el cocinero europeo es
el que brilla en el arte de hacer estas maravillosas mezclas.
Ademas , es un fenómeno extraordinario en la especie
humana la inclinacion á la embriaguez , este delirio pa-
sagero, esta locura temporal que se busca para dar tre
guas á las melancolías largas, pues parece que la necesi
dad de turbarse es peculiar al hombre. De aqui nace que
violenta, por decirlo asi, cuantas sustancias estan á su dis
posicion para sacar de ellas licores espirituosos. El mismo
Baco se ha apropiado los dones de Ceres para hacer con
ellos cerbeza que deleita á todos los convidados. Los tárta
ros , que carecen de uva, hacen fermentar la leche , y ex
traen de ella el principio que embriaga y perturba agrada
blemente el ejercicio de la razon. Ponen otros pueblos en
contribucion la miel de las abejas. Casi todos los frutos
han sido empleados en el mismo uso: testigo el vino de
palmas de los indios. Las bebidas alcohólicas tienen tanto
atractivo, que los salvages de la Luisiana cambian las mas
18 :
hermosas pieles de sus corzos por ana pequena cantidad
de tafia. El turco se complace en turbarse ton los vapores
narcóticos del opio , y asi consigue desterrar el miedo de
su alma y redoblar su intrepidez. El humo del tabaco cau
sa las delicias de todos los habitantes de los paises fríos ; y
donde quiera el hombre trata de excitar sus órganos como
si estuviera precisado á consumir los pocos dias que la na
turaleza le reserva.
Nada hay sin embargo que abata mas nuestra condi
cion que el estado deplorable á que nos reduce el abuso
del vino y de los licores espirituosos. El que se abandona
á semejantes excesos se degrada de la dignidad humana»
pierde el juicio que debe guiarle en los negocios serios de
la vida, se hace inferior aun á los mas viles animales por
una alegría indecente y desordenada; por insensatos dis
cursos y revelaciones inoportunas llega á ofender á sus pa
rientes, y aun hasta dirigir sus ultrages cohtra lo mas san
to y religioso ., sus furores son frenéticos , y merece por fin
la risa de sus semejantes. Naturalmente nos inclinamos á
despreciar al hombre que no teme separarse, aunque no
*ea mas que un instante, de su razon, y solo las personas,
mas ínfimas del pueblo osan alegar embriaguez para ex
cusar les excesos de sus iras. Tambien se nota que el in
dividuo que vuelve en sí de tan vergonzoso letargo tie-
de el aire tan abatido como si saliese de un ataque epi
léptico; y si él pudiera conocerse bien en esta triste situa
cion, sin duda se avergonzaría de los trasportes á que se
habia abandonado.
Tales son las deplorables consecuencias de la intempe
rancia , y sin embargo esta pasion es la que mas encanta
.y arrastra al género humano: de lo cual se origina que
nuestro cerebro se exalta siempre que se trata de contar
los placeres de la mesa; y la vena de nuestros poetas se
inflama repentinamente por una pérfida bebida: el hom
bre es el único animal que se complace en celebrar de es
ta manera su inconstancia y sus excesos. Se han visto si
baritas opulento» que no podian comer si no los incitaban
á ello los acentos de una música encantadora.
¡Desgraciado el hombre que se apropia con inmodera
oion todo lo que lisonjea su sensualidad ! Solo un cuerpo
enfermo puede propasar los términos de la naturaleza. El
intemperante vejeta en una especie de estolidez que lo lle
va por grados insensibles á una muerte triste y dolorosa :
su alma está cerrada á los placeres; mil disgustos lo in
quietan, y su tiempo desaparece en las digestiones penosas
de un órgano que parece obedecer con repugnancia.
El que cree encontrar la dicha satisfaciendo comple
tamente sus deseos se engaña; porque, por mas que le ro
dee todo lo mas delicioso que la naturaleza ha producido,
y por mas que todo se multiplique y perfeccione para sa
tisfacer sus caprichos, siempre se le verá envidiar la vida
simple y frugal de un pobre aldeano. Y aun llegará un
tiempo en que pedirá.en vano goces á sus sentidos, y los
manjares mas exquisitos perderán para él su aroma y su
sabor. Todo es falso en los cortesanos y habitantes de las
grandes ciudades, hasta su apetito: tambien su sed es en
gañosa , y él es casi siempre insensible á las sensaciones
dulces que causan las delicias del laborioso habitante de
nuestros campos.
._. ¿Pues qué son los intemperantes á los ojos de los fisió
logos observadores? Unos seres que se hartan y se enca
minan ácia el aburrimiento consumiendo el don de la sen
sibilidad. Su corazon se halla vacío, y se deseca á medida
que se acercan al término de su carrera. Todos los anti
guos han hablado del delicioso jardin en que Epicuro ins
truía á sus discípulos , en el cual se lisonjeaba de fijar la.
primavera, y de realizar la quimera de la dicha; peto lle
gaba allí tambien la vejez con su triste comitiva. Puede
muy bien el hombre crearse nuevos tormentos, pero no
nuevos placeres. Epicuro no fue un sabio dichoso , pues
tuvo que luchar contra males inseparables de. una organi
zacion débil y valetudinaria. Filosofó toda su vida para no
llegar mas que al dolor.
Todo cautivaba el alma y encantaba la vista en esta
risueña morada , que se hubiera tenido mas bien por un
templo consagrado á Momo, que por la habitacion de un
sabio de la Grecia. Todo parecia disponer el espíritu a-
doctrinas licenciosas : el perfume de las flores , la excelen
cia de los frutos, la pureza de las fuentes que daban una
agua clara y cristalina, y por los exquisitos vinos que ser
vían para embriagarse, Epicuro parecia estar inspirado
por el dios de los sueños é ilusiones, y bajo cimborios de
hermosas y entretejidas enredaderas, y en medio de los
banquetes disertaba este precioso ingenio sobre las venta
jas de la vida privada, y sobre los efectos saludables de la
virtud; y allí es en donde una fogosa juventud aplaudialas
lecciones del muy indulgente filósofo: y muchas veces has
ta los cortesanos de Atenas venían á distraer la atencion, y
turbar la paz de una soledad destinada solamente á la me
ditacion y al estudio de la sabiduría.
Convenia sin duda que una doctrina, por la cual su
autor trataba de lisonjear los sentidos, se .enseñase en me
dio de objetos los mas propios para recrear la vista : asi es
que solo dejaba escuchar su elocuente voz en los lugares
en que los bienes del .cuerpo se encontraban, por decirlo
asi, junto á los del alma. Sus discípulos encantados respi
raban como él esta hermosa naturaleza .cuyas maravillas
les descubría, motivo por el que siempre lo recibian
con unánimes aclamaciones. Los mismos .estoicos, á pesar
de haberse declarado sus enemigos , no podían menos de
admirar la gracia de su lenguage, y la .sublimidad de al
gunas de sus máximas.
Pero, como ya lo he dicho , la facilidad no correspon
día á la seduccion de sus palabras : entretenía con presti
gios una multitud de hombres, cuyo orgullo debia humi
llarse y *us pasiones reprimirse, y embriagaba sus sentidos
puliendo su entendimiento. Su escuela se dirigía á las cla
ras contra la emulacion y contra las verdaderas luces. En
ella se miraba como una quimera la gloria que resulta de
las grandes y generosas acciones , y se movían dudas cri
minales sobre lo que hay mas religioso en el corazon
humano.
Se ha comparado en otro tiempo á los discípulos de
Epicuro á un conjunto de esclavos celebrando las fiestas
de Saturno, y fatigando á toda la gente sensata con su rui
dosa algazara. Sin embargo , solo por algun tiempo llega
ban á aligerar el peso de sus penas. El placer es como la
gloría, pues desaparece como una sombra delante de los
que Pero
le buscan.
si hay Nada
algunahay
filosofía
duradero
particular
aqui bajo
propia
sinopara
el dolor.
con
Prólogo histórico.
ACERCA DE LA TEMPLANZA.
——^ . . ii
%l
l6a COKTEBSACION
cencía de costumbres, el fervor por la religion, y el res
peto á la verdad.
PlTÁGORAS.
Cuando abandoné la Grecia para buscar asilo bajo el
hermoso cielo de la Italia, no encontré en esta region nías
que pueblos vencidos que olvidaban sus derrotas en me
dio de los mas vergonzosos desarreglos: que honraban el
vicio, y toleraban toda clase de desórdenes. Hice los ma
yores esfuerzos para hacer volver en sí á una multitud
ciega que babia perdido el instinto de su conservacion , y
que por otra parte vivia bajo un clima que inspira indo
lencia , la cual pedia vigorosas instituciones. Mi primer
cuidado fue imprimir en los ánimos un generoso impulso
ácia todos los actos virtuosos de la vida. Promulgué leyes
para detener con eficacia los descarríos criminales de la
voluntad humana; pero sobre todo inspiré á mis discípu
los gustos por la existencia intelectual , la cual desde en
tonces vino á ser para ellos una fuente inagotable de ver
daderos placeres. Les enseñé igualmente á ser dichosos
por la eleccion de sus acciones, y por la moderacion de
sus deseos. El hombre ha sido criado para el deleite tan
solo de su espíritu , y asi es preciso debilitar su organiza
cion material para quitarle el poder de ser malvada
Epioüro.
1 . Luego, segun vuestro modo de pensar, el hombre es
esclavo nato de sí mismo, y solo existe en la tierra para
violentarse : su vida entera es una cadena de privaciones,
una educacion que se prolonga por una serie de deberes
mas ó menos gravosos. ¿Ha sido criado acaso el hombre
para despreciar los dones de la naturaleza ? ¿Viene solo, á
a tierra para cojer frutos amargos? Pues ¿para quién son
las flores que los dioses hacen crecer entre los pies de los
mortales? Yo siempre he pensado que se complacía á la
de Epicuro con Pitágoras. 1 63
Providencia abandonándose con docilidad á las diversas
inclinaciones que ella nos sugiere, puesto que nuestros de
seos proceden de sus leyes, y nuestras necesidades de sus
inspiraciones.
PitXgoras.
¡ Ah mi querido Epicuro ! Con estos principios habeis
hecho sin quererlo mucho mal á la ciudad de Atenas; es
te es cabalmente el modo con que se expresaba en sus dias
Anacreonte y todos los amantes de la sensualidad, cuando
corrompían á mis conciudadanos.
Epicuro. .
La vida es un banquete en el cual cada uno puede
tomar la parte que le cabe de alegría y felicidad.
Pitígobas.
La vida es un concierto destinado ¿ celebrar la eterna
beneficencia de un Dios criador. El hombre intelectual eí
una porcion de la razon divina, movida por órganos frá
giles que deben aprender á resistir. Mil disgustos esperan
al que agota la copa del placer, y solo un filósofo tem-t
piado es quien goza de las satisfacciones del alma, pues los
excesos del cuerpo dañan á la meditacion. He meditado
mucho tiempo sobre la felicidad de I09 pueblos, y solo he
encontrado un medio de perfeccionarlos y de hacerlos mas
dignos del fin para que son destinados, y es el de enfre
nar sus pasiones y disminuir la suma de sus necesidades.
Pero vos, imprudente Epicuro, habeis tenido al mundo por
un festin , y no ha tardado mucho la noche en succeder á
vuestras mayores algazaras; pues la muerte tenia suspensa
su guadaña por cima de vuestras tumultuosas concurren
cias, y segaba á vuestros discípulos en medio misino de
las rosas de su primavera.
Epicuro.
¿Con que vos tambien, divino filósofo, participais del
l66 CONVERSACION
PlTÁGORAS.
Vuestras máximas son seductoras; pero no se derivan
de una fuente muy pura, pues que vuestros discípulos lo
han aprendido todo, menos el arte de contener sus pasio
nes. La sabiduría y la templanza no se aprenden en me
dio de las fiestas: bien habeis visto, mi querido Epicuro,
millares de insectos agitarse y fatigar el espacio con un
ruido vano; pues á estos insectos se parecen los hombres
arrastrados por el deleite cuando se les contempla de lo
alto de los cielos.
Epicuro.
Solo defiendo mi moral y os abandono mis sistemas,
porque yo vivia con los hombres y participaba de todas
sus debilidades. Pero esto es hablaros demasiado de mí, mi
querido Pitágoras: volvamos á vuestros dogmas, y conti
nuad en instruirme en los grandes misterios de que ha
beis llenado el alma de vuestros discípulos. Os suplico
me digais qué secreto motivo os hizo pronunciar una pro
hibicion tan rigurosa como la de las carnes. Semejante
precepto no puede ser admitido por la organizacion hu
mana ; y para dominar la humanidad es preciso obedecer
á la naturaleza.
PitXgoras.
No me son desconocidas las muchas bufonadas que
han prodigado el vulgo y los esclavos de la sensualidad á
este dogma particular de mi escuela; pero á la verdad se
ha anunciado esta prohibicion en sentido muy absoluto, y
mi ánimo solo ha sido que se moderase el uso de las car
nés de los animales, y son muy poderosos los motivos qué
me han hecho formar esta regla de higiene pública. El.
hombre en la tierra se complace esencialmente en la des
truccion , y encuentra su placer en hacer correr la sangre
de las víctimas, y aun hace con ellas homenage á los dio- .
de Epicuro con Pitágoras. 167
ses, que repugnan semejante ofrenda. En el tiempo en que
dicté este precepto habia pueblos cuyas fiestas eran presi
didas por la muerte, y para quienes los sacrificios eran
un espectáculo alhagüeño. Quise abolir ó templar al me
nos estas monstruosas inclinaciones, cuyo funesto germen
habia arraigado tan profundamente en el corazon huma
no. Y como por otra parte mi doctrina tenia tambien por
objeto proporcionar á mis discípulos una vida larga y
exenta de tempestades, desterré de su régimen todo cuan
to podia dañar á la armonía He la salud, por lo cual pro
hibi el valerse del pérfido arte de los cocineros de Siracu-
8a. Entonces se ignoraba el medio de refinar las delicias
de la mesa, y el de dar á los manjares un sabor mas fuer
te y exquisito; ni se conocia ninguna de las ingeniosas
combinaciones que embotan los sentidos. La leche de nues
tros ganados bastaba á satisfacernos. La miel de Sicilia es
suave y aromática, y nosotros habíamos olvidado la del
monte Himeto. Es locura creer que la naturaleza no haya
concedido á los frutos las cualidades que su liberalidad
dispensa. Nosotros nos servíamos de alimentos que estaban
en toda su sencillez; y en ningun tiempo mis discípulos
han hecho la guerra á los tímidos conejos de las selvas, ni
en época alguna se ha visto á un pitagórico lanzar una fle
cha al aire para hacer caer á sus pies una presa palpitan
te , ni engañar á los moradores del agua con un pérfido
anzuelo , y hasta rehusamos los atributos del mar; y creí
que era barbarie quitar sus huevos á tantas aves que el
cielo nos envía para que sean nuestros compañeros en la
vida. Tampoco teníamos esclavos de Etiopia que nos sir
viesen, y toda nuestra ciencia económica consistia en in
formarnos bien del tiempo y estacion en que nuestras ver
duras, frutos y legumbres estarían mas sabrosos y sazo
nados ; y en no ignorar las circunstancias en que podrian
l6S CONVERSACION
perjudicar á nuestra salud. Pero sobre todo tuve cuidadot
de desterrar de las sencillas mesas de mis discípulos los
licores fermentados y vinos generosos que hacen entrar al
alina en una inmoderada alegría; y el agua pura y crista
lina cual sale de una fuente bastaba á moderar nuestra
sed. El régimen de los atletas no conviene á los filósofos.
La sobriedad da salud al espíritu y vigor al cuerpo, y el
que vive con sobriedad llega al fin á conocerse bien ; pues
para entregarse á las delicias de uu sueño tranquilo es
necesario estar sobre la mar en calma.
Epioüro.
Desear ó aborrecer, perseguir ó evitar es á mi parecer;
el destino de los hombres, y por estos actos se conserva.
Bajo este aspecto, la templanza es sin contradicción la mas
útil de las virtudes terrestres; pero no tiene únicamente
por objeto defender al hombre contra las enfermedades
de su naturaleza física, porque los males del cuerpo son
uada en comparacion de los del alma. El hombre como
ser sensible tiene una constante relacion con sus semejan
tes y con el universo. Las pasiones, sabio Pitágoras, se
parecen á las cuerdas de vuestra lira, que no producen
sonidos armónicos mas que cuando se las excita ó distien
de, conforme á las reglas que tan ingeniosamente habeis
establecido; - . . * :" '. 1 * 1
i Pitágoras.
. Es cierto, mi querido Epicuro, que la templanza no
es solamente el arte de circunscribir sus deseos con res
pecto á las cosas de la tierra que sirven para conservar la
organizacion del hombre: es la moderacion aplicada á to
dos los actos morales de la vida; es el arte de imprimir al
alma solo los impulsos conservadores que la dirigen ácia
la verdadera felicidad. La templanza influye en todas las
relaciones, comprende todos las virtudes, reune por sí sola
de Encuito con Pitágoras. X69
todos los atributos de la prudencia y saber humanos, en
seña
los bienes
á los que
mortales
la naturaleza
á servirse
les sin
prodiga,
fausto yy ásinmostrarse
orgullo in
de
aa:
17a CONVERSACION
Consume todos sus dias para conseguir la calma, que solo
se goza en los lugares que habitamos. Supongo, mi querido
Epicuro, que os contais aun entre los mortales, en cuyo es
tado, aun tii nulo todos los dioses se reuniesen para her
mosear vuestra hibitacion, y os colocasen en un horizon
te despejado en medio de las mas fértiles campiñas, ó en
las orillas de las aguas tan puras como las del Peneo, rio
encantador que por todas partes lleva la vida y la abun
dancia, aun cuando la primavera hiciese ostentacion con
vos de toda la magia de sus riquezas; y finalmente aun
cuando os vieseis rodeado de corazones los mas sinceros
y cariñosos, y en el seno de las domésticas alegrías, no
habríais llegado todavía al término final de vuestros de
seos; pronto querríais pasar mas allá del término en que
os habiais detenido ; entonces invocaríais las tempestades,
y ansiaríais por la helada estacion del invierno.
E F I C U R O.
Todas estas verdades estan impresas en mi alma , y
nadie está mas convencido que yo de que las alegrías del
mundo son perecederas, de que el deleite tiene sus inter
rupciones , y de que todo se escapa de entre nuestras ma
nos en la tierra. Solo la felicidad del cielo es la que no muda
como las estaciones ; y esta inconstancia de la fortuna me
inspiró el descorde aprovecharme de sus dones en los poco*
momentos en que se nos muestra favorable. Pues qué ¿he
mos de despreciar los bienes de la vida cuando recibimos
sus males? Yo veía á mi lado que se aniquilaban los hom
bres , y temblaban sin cesar con la idea de un por venir
incierto, y llegué á creer que existia un remedio para sus
males, y que para libertar su alma de las aprensiones que
la atormentan , se podría recurrir con utilidad á las lec
ciones consoladoras de mi filosofía. ¿Oh tiempo afortunado
el de mi enseñanza! Todavía me acuerdo del tan memora
DB EpiCÜRO CON PiTÁGORAS. I73
ble dia en que Metrodoro trasportado de júbilo me expre
saba con mil palabras su alegría y reconocimiento. La
joven Leoncia me llenaba de elogios, Colotes abrazaba mis
rodillas. ¡Ah! ¡cuan profundamente se conmovían con
templando el verdor de mi emparrado campestre! ¡cómo
olvidaban las fatigas de su existencia vivificándose en las
mismas fuentes de la naturaleza! Por mi parte hubiera
querido realizar para ellas las maravillas de la edad de
oro; pues en su dicha cifraba yo mi felicidad. Habré po
dido engañarme , venerable Pitágoras ; pero renunciando
á mi doctrina , tengo no obstante satisfaccion en persua
dirme que no ha sido tan funesta como pretenden.
Pitágoras.
Habeis tenido por dicha la alegría bulliciosa y con
vulsiva de una multitud insensata. La moral mas pura no
es buena para nada cuando descansa sobre arena movedi
za. En este mismo instante en que te hablo, hay innume
rables discípulos vuestros ultrajando vuestra memoria por
las falsas interpretaciones que dan á vuestras máximas,
j Ay ! ¡si me fuera lícito predeciros los males que han de
resultar de esta doctrina tan celebrada , sin duda que os
baria temblar, Epicuro, y aun maldecir el dia en que fuis
teis engañado por los principios de Demócrito. Los poetas
licenciosos se escudarán con vuestros principios, y vivi
reis en la memoria de los hombres que inciensan al dios
del placer; vuestra fama servirá de pretexto á todo género
de desarreglos, y una juventud inconsiderada recordará
vuestro nombre en sus banquetes. Y he aquí lo que se
gana con no dar á la virtud mas que motivos terrestres:
he aqui las consecuencias de esta moral que ha fundado
todas las facultades del ser animado en hs infames bases
del interés de todos los instantes. ¡ Ah! ¡y cuantos lloran en
la tierra las esperanzas que les habeis arrebatado ! Los dio
174 CONVERSACION
ses, mi querido Epicuro, no aman ni recompensan otras
acciones que las que ellos mismos han inspirado; y el que
desconoce su influencia no es digno de ser inmortal.
Epicuro.
¡Oh padre de la filosofía! vos dejais á mi alma conven
cida; pero permitidme no obstante que haga una pregun
ta á vuestra sabiduría acerca de un importante objeto de
la felicidad pública. ¿De qué sirven todas estas ciencias
que enseñais á vuestros discípulos? ¿no temeis que los
conduzcan á la intemperancia de los hombres vanos y
presuntuosos por naturaleza? ¿para qué esos obstinados
estudios, y esas largas meditaciones? ¿no hay en el uni
verso secretos que no nos es dado penetrar? ¿Hemos de
poner en tormento nuestra alma para medir lo que es in
mensurable, y para conocer lo que es incomprensible? ¿no
es esto sembrar nosotros mismos en el camino de la vida
las espinas de q\ie nos lamentamos? El verdadero filósofo
no es el que habla , es el que obra é infunde la esperanza
en los corazones afligidos. La gloria es una fantasma que
nace de la vana opinion de nuestro entendimiento. Y pues
que debemos morir, ¿qué nos importa un bien perecede-
fó? Bien lo sabeis, Pitágoras, apenas ha adquirido el hom
bre toda la perfeccion de su talento, y apenas ha dado
brillo á su fama cuando ya se inclina ácia la tumba. Para
los dioses inmortales debemos reservar todas las alabanzas,
puesto que solo por ellos obramos. Yo he mirado la cien
cia como un intrincado laberinto, en el cual se extravían
una multitud de hombres, y atormentan sin cesar su ra
zon, y sin sacar de esto algun provecho para su felicidad.
Y aun cuando un hombre llegase á apoderarse del siste
ma de la naturaleza, no por esto dejaría su existencia de
ser efímera y pasagera.
DE EPICURO CON BlTÁGORAS. .> í*tjS
: - .' PlTÁOOR A8. . >. ; i
Mal habeis hecho , Epicuro , en desdeñar las musas,
porque no basta ser fuerte , es preciso conocer la verdad.
El origen de nuestras miserias estriba en nuestros errores,
y (como lo ha dicho Zenon vuestro contemporáneo) el vi
cio no debe su existencia en el mundo sino á la ignoran
cia de las cosas que constituyen la virtud. Para moderar
se es preciso conocerse bien. El primer poder es el del in
genio: un imperio sin luces está á la merced del primer
tirano. El ingenio en particular merece nuestra admira
cion y homenage; pues es una ráfaga del fuego celestial
que los dioses envían por intervalos al alma de algun mor»
tal privilegiado; por él se engrandece todo en la tierra,
las ideas, las inclinaciones, las pasiones, leyes y virtudes.
El hombre que posee la verdad se eleva hasta parecerse á
la divinidad; motivo por el que es preciso buscarla, aun
cuando solo fuese por la felicidad que proporciona. Bien
conoceis la inefable alegría que sienten los que penetran
por primera vez en el vasto campo de los descubrimientos
humanos. ¿Hay encanto alguno mas perfecto que los que
se deben á los goces de la meditacion, y á la cultura del
ingenio? Por la templanza, mi querido Epicuro, conser
vamos los bienes de la vida ; pero solo la ciencia nos da el
poder de reunidos.
CAPITULO I.
De la emulacion.
ADVERTENCIA.
«a*
LA CRIADA MARÍA
CAPITULO II
De la envidia.
CAPITULO IU
De la ambicion.
muerte. -. .' -
El ambicioso es como el enagenado que , hecho presa
de las furias que lo persiguen no se conoce á sí mismo, y
amia vagando penosamente entre sueños y quimeras. Es
víctima de una actividad que todo irrita y nada cansa, la
cual constantemente lo tiene fatigado y anheloso como si
27:
(aia)
escalase una montana. Jamas llega el sueno á cerrar sus
párpados , y cree que todos los demas hombres estan dor
midos: para él no cambian las estaciones, ni la naturale
za le representa escenas risueñas, y desconoce del mismo
modo los encantos de la primavera que los de la filosofía.
Los mas exquisitos manjares de nuestras mesas son para él
insípidos y sin atractivo: los vinos mas deliciosos pasan
por su paladar sin que él los pruebe ni los distinga. Hace
sus comidas presuroso, y siempre distraido y pensativo.
¿Qué le importa la dicha de sus hijos, ó el amor de una
esposa que le ha consagrarlo su existencia ? De nada le sir
ven las relaciones que no allanan los obstáculos que pue
dan retardar su marcha. La esperanza produce en él un
efecto muy diferente del que produce en los demas hom
bres ; pues lejos de dilatar su corazon le atormenta por
palpitaciones mas dolorosas. El ambicioso quisiera acele
rar los momentos de la vida, y dar á los siglos la corta
duracion de las horas. El temor está apoderado de sus en
trañas, y ninguno es con tanta frecuencia como él el
blanco de las perplejidades de la impaciencia.
A este deseo innato de aventajar á nuestros semejantes,
somos deudores del gusto invencible que nos domina por
Jos negocios públicos. Un anciano de Atenas estaba pene
trado de dolor, v se lamentaba sin cesar de que la natu
raleza le hubiese dado una voz muy débil para poder ha
blar en las asambleas, lo cual le impedia llegar á obtener
la magistratura y empleos públicos. Es digno de observar
que nada hay que pueda disgustar á un ambicioso de Id
satisfaccion de colocarse en el timon de los negocios pú
blicos; y por mas que se le haga ver la triste perspectiva
de las prisiones , destierro y ostracismo , no por eso ansia
con menos ardor los favores populares ; ni por mas que
«epa que una sedicion puede causar la ruina de los que
mandan, no por esto se ha de creer que se pondrá al
abrigo para evitarla; basta con interesar su vanidad con el
atractivo de una vana gloria para que se abandone á la
casualidad, y se disponga impávido á arrostrar cualquier
desgracia. ,. i > . '
La ambicion en su mayor grado es la demencia de la
edad madura ; es un frenesí que no tiene treguas ni des
canso , y que solo se acaba con la muerte como el furor
de los maniáticos. Esta pasion promueve todas las tempesta
des en el corazon de los hombres, y como jamas va unida
á la prudencia, siempre sale de los límites que se propo
ne. En vano se desdeña de pisar la tierra , pues por eso
no son sus caidas menos frecuentes. El orgullo podrá ele
var á un ambicioso, pero la vanidad lo precipita.
Es una irlea bien singular en el hombre querer perpe
tuar su nombre por medio de un mármol, una piedra,
un libro, una medalla, ó una inscripcion , como si todas
estas cosas no estuviesen sujetas al influjo del tiempo , y
como si los siglos mismos no se devorasen entre sí. Vos
otros, mortales, celebrais vuestras glorias por una cancion,
pero la lengua que las canta perecerá un dia. Todas las
tradiciones se pierden. En el mundo en que vivimos na
da es eterno. ¡ Pueblos insensatos , degollara pues por dar
lustre á un famoso capitan!
¿Quereis curar vuestra ambicion? pues observad co
mo se eclipsa la fama en este mundo. El tiempo todo lo
destruye, y nada reedifica de cuanto ha existido. ¡Cuán
innumerables son las ciudades que han existido , y cuán
grande es el número de los reyes que han bajado al sepul
cro desde la cumbre misma de su gloria y poderío! Mirad
la Grecia desierta , esta Grecia en donde duermen tantos
héroes, no conserva ya ni una sola piedra de los muchos
monumentos que ellos erigieron. Diferentes costumbres,
otros gustos é inclinaciones han cambiado el aspecto de
este imperio. Todo lo ha arrastrado el torrente de los si
glos, y solo algunas urnas funerales son las que ha en
contrado el que para buscar algun dinero se ha ocupado
en desentrañar la tierra.
Por grande que sea nuestra habilidad , siempre en
contramos vencedores en los que nos succeden aqui bajo.
Los modernos insultan á nuestros antepasados. Los nom
bres mas ilustres se pierden en la confusion de las genera
ciones de que se cubre diariamente el suelo que pisamos:
los hombres grandes son puestos en olvido por aquidlos
mismos á quienes han colmado de beneficios. La mayor
(ai4)
parte no tienen para consolar su memoria mas que un
pedazo de mármol. Los años repiten sus acciones á lo*
años; fiero al fin cesa este ruido, y nadie habla de ellos.
Nuevas reputaciones, y nuevos acaecimientos vienen á fi
jar la atencion pública.
La ambicion es como la envidia , que entra por poco
en su comjwsicion ; jamas descansa. ¡ Desgraciado de aquel
en quien la marcha de esta pasion siempre ansiosa se ve
rifica repentinamente por obstáculos invencibles! Porque
entonces se verifica un reflujo interior tan dañoso al siste
ma físico como al moral. Cuando el hombre no puede en
grandecerse mas cae sobre sí mismo: de donde nace que
vulgarmente se diga que una ambicion sufocada es una
enfermedad mortal.
No se podrá estrechar repentinamente el circulo de
las ideas habituales de un individuo colocado en el gran
mundo sin comprometer su existencia futura; asi la ma
yor parte de los hombres de estado yacen bajo el peso de
una ociosidad que los agobia mas que cualquiera enfer
medad. Y por consiguiente es muy justa la precaucion
que toman los soberanos de indemnizar á los que les han
servido, y cesan sus servicios en virtud de algun manda
to, con títulos honoríficos ú otras recompensas que lison
jean su vanidad. Por lo que repito , en el momento en que
un ambicioso se ve precisado á reducirse á la esfera de
sus relaciones, la calentura consuntiva se apodera de sus
sentidos, y muere consumido de penas y fastidios.
Nuestra alma tiene horror á la inercia , y no subsiste
en cierto modo sino por las emociones que se proporcio
na. Hágase perder á un hombre los honores que habia ad
quirido, y aprovéchese un momento de su mal humor, ó
de cansancio para sustraerle al tumulto ó á la agitacion,
y se le verá echar menos hasta los inconvenientes que
tanto habian turbado su vida pasada. ¡Qué seres mas infe
lices* que las personas de alto rango cuando la necesidad
les obliga á tomar su retiro ! Particularmente los muy
avanzados en edad experimentan los mas crueles pesares,
y se creen siempre aptos para desempeñar los cargos que
ocuparon en la edad del talento y del vigor.
La ambicion no admite ningun género de indemniza
cion en los sacrificios que se le exigen. Los hombres que
han llenado puestos eminentes sufren con mucha dificul
tad el peso de la vida privada. La felicidad doméstica, aun
acompañada de la riqueza, no recompensa jamas la pérdi
da de un rango ó de una dignidad, &c. En vano l>usca el
hombre un asilo en la soledad despues del terrible tránsi
to de la grandeza á una condicion humilde, ó despues de
algun gran infortunio; pues en la soledad no encuentra
mas que el fastidio dispuesto á devorarle. Mientras nues
tro sistema nervioso conserva su energía é integridad , y
rnientras que no estamos bajo el influjo de la apatía é in
diferencia del alma, que es la verdadera melancolía, que
remos ser siempre el objeto de las miradas y de la apro
bacion de nuestros semejantes; y como el amor propio so
brevive á las demas pasiones, los hielos de la vejez no
bastan á comprimir los síntomas de una ambicion descon
tenta , y que nos acompaña hasta la última hora de nues
tra existencia.
Es cierto sin contradiccion que no hay pasion alguna
desordenada que no arrastre tras sí males físicos mas gra
ves: los fisiólogos notan de bastante tiempo á esta parte
que el mayor número de los que se abandonan á la am
bicion , mueren con frecuencia víctimas de alguna con
mocion apoplética. Si por ventura alguno sobrevive á su
infortunio, le vemos arrastrar una existencia miserable,
presentando á las miradas de la piedad sus miembros
abatidos y su rostro desfigurado El hombre desaparece
en esta terrible enfermedad que ha tomado su origen de
los abusos de la civilizacion ; y que asalta inesperadamen
te como un rayo lanzado en castigo por el cielo.
Smith , á mi parecer , no ha conocido el verdadero ori
gen de la ambicion , cuvos fenómenos se explican todos
naturalmente por la teoría del instinto de imitacion., y
no por los de las simpatías. Es cierto que existe en la cons
titucion moral del hombre una facnlrad qne lo impele de
continuo á hacerse grande; y esta facultad le es tan inhe
rente, que cuando un individuo del cuerpo social llega
al mas alto grado de elevacion , los demas tratan de eni
(*i6)
salzarse bajo su proteccion, acercándosele como para par
ticipar algun rayo de su gloria.
Ni van mejor fundados los que pretenden que los
deseos y empresas de la ambicion nacen del amor al pla
cer : antes al contrario se nota que los hombres domina
dos por una pasion tan imperiosa, son de un caracter gra
ve y austero , y que por lo regular tienen aversion deci
dida á las satisfacciones de la vida. ¿No bastará decir que
venimos al mundo con el insaciable deseo de la preemi
nencia sobre nuestos semejantes? Deseo que se deriva ma
nifiestamente de nuestra inclinacion primitiva á la imita
cion. Esta pasion es un bien en el sistema general del
mundo civilizado cuando se mantiene dentro de sus jus
tos límites, pues coordina nuestro destino sobre la tierra,
y se emplea en mejorarlo.
La fuerza moral es quien hace desarrollar á la ambi
cion, que no seria de suyo tan vituperable si para conse
guir sus fines se uniese á inclinaciones honradas, si todos
nosotros siguiésemos en la tierra el camino que nos va co
mo marcando nuestro genio ó nuestro caracter; pero no
sucede asi, y hasta en los hombres mas dignos de su fama
advertimos que solo satisfacen su ambicion muchas veces
causando ruinas particulares, y erigen el monumento de
sus triunfos en medio de las lágrimas y los arroyos de
sangre.
No lía y ciertamente remedio para apagar una sed que
nada puede templar, y que cualquier cosa aumenta. Cuan
do en el hermoso clima de la Grecia se encontraba anti
guamente algun desgraciado de quien se habia apoderado
esta pasion asoladora, los sacerdotes de Esculapio le orde
naban que fuese á visitar las ruinas del monte Ossa. Su
ardor se calmaba contemplando los abismos espantosos en
donde fueron precipitados los Titanes. Escuchaba el ruido
vano de las olas del Peneo, que levantándose con estruen
do por los aires, vienen á perecer al pie de las rocas; y
presto se convencía de que es necesario cumplir con cal
ma su destino, y de que los inquietos son muy inferiores
en valor á la felicidad que disfruta el sabio en una apaci
ble oscuridad. <. ......>.. . . .... .
EL LOCO AMBICIOSO.
ADVERTENCIA.
estudio
dad queenél los
para
dosclasificar
sexos. Ninguno
las enfermedades
mostró mayor
mentales,
sagaci->
y
historia de anselmo
LLAMADO DIÓGENES.
CAPITULO L !
De la benficencia.
CAPITULO IL
De la amistad.
CAPITULO III.
De la estimacion.
CAPITULO IV.
Del respeto.
CAPITULO
De la consideracion. V.
CAPITULO VL
Del menosprecio.
CAPITULO VII.
De la burla.
CAPITULO
De la compasion. VIII.
DE VILLAFRANCA,
Prólogo histórico.
DE VILLAFRANCA,
1
DE VILLAFRANCA. 3io
sus vecinos , los cuales agradecidos venían continuamente
á su casa. Colmaban de elogios á este hombre incompara
ble , al cual solo faltó, para que su celebridad fuese gene
ral por toda la Europa, haberse hallado en un teatro de ma
yor extension , porque poseía todas las cualidades nece
sarias para poder servir de modelo de magistrados en se
mejante ocasion. Pero lo que mas sorprendia en él era la
prevision en los consejos , su circunspeccion , su continua
vigilancia , la bondad , el desinterés , la resignacion , que
triunfa de todos los males de la humanidad , un valor in
superable , y una alma siempre superior á los peligros,
que sacaba partido de todos los recursos : así se asegura
que el ministerio del rey aprobó muy particulatmente su
conducta
Finalmente
, y lo excelente
se resolvió
de sus
Pomairols
reglamentos.
á volver á Villa-
CAPITULO IX.
De la admiracion.
CAPITULO X.
Del entusiasmo.
CAPITULO XII.
.. ¡i Lililí i t :i.:ia: v.t OíOátf .«>i.«'rik.i.! ( IpjjKVU
De la ingratitud.
> ... f *i*(>. .^t? r'IJ! Wlj.JKÍj
¡Quién hubiera podido pensar ó prever, que el reco
nocimiento, este atributo divino de la organizacion , este
( 336 )
sentimiento puro y delicado que la naturaleza debiera ha
ber creado inmutable, haya tenido su parte en la corrup
cion social ! La ingratitud vino á privar al alma del bien
hechor de los encantos que sus beneficios le proporciona
ban. Ha destruido ó alterado profundamente las relacio
nes de estimacion , deber y amistad , que son el funda
mento de toda relacion en la sociedad humana. La ingra
titud indigna el corazon. El examen analítico del hombre
moral no presenta ningun vicio mas afligente ni mas
odioso.
La ingratitud no es una pasion ; es casi siempre el re
sultado de la vanidad en revolucion contra la especie de
su premíela que ejerce el bienhechor sobre aquel á quien
obliga : es muchas veces un estado negativo del alma, una
apatía nerviosa, una enfermedad del corazon, ó una cons
titucion defectuosa de nuestro sistema sensitivo. Los in
gratos no merecen perdon , pues por su mucho número
han hecho tan rara la generosidad sobre la tierra.
No por esto deben los hombres de bien cansarse de
socorrer al desgraciado. «La ingratitud no desalienta á la
beneficencia, dice un profundo escritor (i); pero sirve
de pretexto al egoismo." Este pensamiento no necesita
ningun comentario fisiológico; pues todos sabemos que
nos arrastra el instinto á la generosidad , y que solo por
sistema ó depravacion resistimos tantas veces á las inspi
raciones nativas del caracter.
¿ De qué sirve exclamar contra la ingratitud? dice un
profundo filósofo: contra el orgullo deben dirigirse nues
tras quejas, puesto que á él somos deudores de esta hor
rorosa enfermedad. El hombre á quien obligamos, aña
de , se imagina siempre que no se ha hecho por él todo lo
que merecia, y el bienhechor cree á su vez haber hecho
mas de lo que debia hacer. Pero no es el orgullo la sola
pasion que cierra el alma al reconocimiento : tambien la
avaricia y la ambicion hacen ingratos; y hasta el mismo
amor, primera felicidad de la vida, ¿no hace romper los
pactos mas sagrados ?
(1) Máximas y reflexiones sobre diferentes objetos de moral y
política por el seuor Duque de Lo vis.
lumniando
Otros escritores
á los bienhechores
han querido, excusar
y pretendiendo
á los ingratos
que ca*
no
CAPITULO XIII.
Del odio.
CAPITULO XIV. I
Del resentimiento.
El odio toma el nombre de resentimiento cuando se
conserva sordamente en el fondo de nuestra alma á con
secuencia de una injuria recibida , ó de una desgracia
causada por aquel que ha llegado á ser el objeto de nues
tra aversion. El resentimiento- tiene tambien por objeto la
conservacion de la naturaleza humana , porque la justi
cia está grabada en el corazon del hombre con caractéres
indelebles. El objeto social de lo que experimentamos es
tando afectados de esta pasion es el desear que sufran
nuestros semejantes males tan graves como aquellos cu
yo origen les atribuimos : este resentimiento es muy du
radero; y estamos de tal modo constituidos, que olvidamos
con mas faclidad el bien que recibimos , que el mal que
hemos sufrido.
Sin embargo , merecen la aprobacion general los es
fuerzos que hacemos para sufocar un resentimiento legí-
mo. Es una magnanimidad dominarse á sí mismo , y un
corazon grande se ennoblece si arroja lejos de sí el ar
ma que pudiera servirle para su venganza , pues á la
verdad para cambiar así la disposion natural de su alma,
y entregarse repentinamente al impulso de una generosi-
sidud sin límites, es menester estar dotado de una natu
raleza celestial. No obstante, este es el precepto de la mo
ral mas sublime , y uno de los dogmas fundamentales de
la sociedad civil , del cual hemos hecho una máxima de
virtud. El resentimiento , pues, es una pasion que puede
dar gloria si lo deponemos al pie de otro tribunal dife
rente del nuestro ; pues si es de la justicia castigar las
ofensas , tambien al nombre toca perdonarlas. ;
(34»)
CAPITULO XV.
De la venganza.
CAPITULO
De la justicia. XVI.
ADVERTENCIA.
47 :
EL SOLDADO
Los salvages, dice un viagero ingenioso (1), no tienen
código ni digesto, ni aquella nube de letrados que eterni
zan los litigios entre las familias. Sus desavenencias se ter
minan casi simpre por una sentencia de los árbitros , á
quienes demuestran una docilidad y respeto que admira á
los que han tenido ocasion de observarlo ; esperan su pa
recer con una serenidad imperturbable. Cuando la razon
no experimenta obstáculos por pai te de la concupiscencia,
dice el buen Plutarco , camina recta acia la justicia. Sin
embargo , se observaba en la época de que hablo que , á
medida que la propiedad se aumentaba, se multiplicaban
los procesos, particularmente entre los que habian apren
dido á cultivarla tierra, de modo que Jacobo se veía en
tonces precisado á introducir la paz en la familia limitan
do sus posesiones. - ♦ . -..>- viI -
Es de notar que todos estos salvages que viven en lu
gares poco distantes uuos de otros, hablan sin embargo un
lenguage diferente, tienen poca relacion entre sí, costum
bres, hábitos , é industria muy diversas ; que cada tribu
muestra sus defectos, cualidades, &c. Solamente la necesidad
los obliga á comunicarse en algunas circunstancias. Un dia
sucedió no hallarse ni una joven casadera en toda una po
blacion de indios , de lo cual se quejó el gefe á Jacobo,
quien aprovechó la ocasion de este acontecimiento para
hacerle ver las ventajas de la sociedad, y los inconvenien
tes del aislamiento continuo en que vivian las diferentes
poblaciones de la Guaya na ; y para inclinarlos á la paz y
poder conservar entre ellos los lazos de una fraterni
dad util , les recordaba sin cesar el triste ejemplo de los
rucuyenos , que estaban continuamente sobre las armas
sivos pueden causar guerras : por eso vemos que son tan
frecuentes entre los pueblos que dan gran valor á la li
bertad. . ; .>, i 'i {-I '.. . - \ t . '.
Es la guerra un azote tan terrible, que no se debe
49
( 386 )
emprender en ningun caso sin que tenga razones justifi
cativas, y haya sido discutida de antemano. En las socie
dades bien organizadas se solemnizan , por decirlo asi , los
diferentes actos de hostilidad cuando se han hecho necesa
rios por la urgencia de los casos y circunstancias; se jus
tifica una agresion por una declaracion motivada y autén
tica, y el obrar de otra manera seria violar el derecho
natural y de gentes; pues solo las hordas indisciplinadas
se arrojan sobre el enemigo de sorpresa.
Los pueblos son como los hombres, que ocultan mu
chas veces los motivos bajos y frivolos que los mueven á
obrar. Muchos toman pretestos para ocultar sus miras am
biciosas , y abrogarse todo lo que les puede ser útil y ven
tajoso, en lo cual rinden un homenage á la justicia. Hay
otros que se complacen en los horrores de la guerra , y
que la hacen por placer en todo lugar como si fueran
animales feroces; de modo que se puede decir de ellos lo
que Tácito decia de los antiguos germanos: Nec arare ter-
ram aut expectore annuni tam jacile persuaseris , quám
vocare hostes et vulnera merer'i. Pero el género humano
debe perseguirlos para acabar con ellos: entonces es jus
to formar alianzas para detener el azote desolador de la
guerra , que se apodera del mundo á la manera que un
incendio de una selva. Es cierto que en la, escarpada sen
da de la ambicion los hombres llegan á ser tarde ó tem
prano víctimas de su propio orgullo; de modo que pa
rece que la Providencia sigue en su carrera á los mas
poderosos guerreros, y los precipita repentinamente en
medio de sus quiméricos proyectos.
'' El estado de guerra cuando es legítima, es quizá el
único en que está permitido al hombre hacer á su ene
migo mas daño que el que de él ha recibido , porque es
difícil medir de un modo exacto y rigoroso la defensa con
el ataqíie. Se puede pelear hasta el instante en que se ha
desviado del todo el peligro evidente que nos amenazaba,
sin faltar en esto á la justicia : igualmente no debemos
dejar las hostilidades hasta que no háyamos recobrado los
bienes y propiedades de que una batalla anterior nos ha-
bia privado; y de aqui nace que los medios que ponemos
V -
> > ( 3.87 }. .
para repeler los agresores son casi siempre extremados. Sih
embargo hay deberes que nos imponte la humanidad para
con los vencidos; y PufendorfF quiere (pie se siga , en
cuanto nos lo permita nuestra propia seguridad, en el
castigo que imponemos á un enemigo vencido las obser
vadas por los tribunales políticos en la reparacion de los
daños, y castigo de los crímenes y delitos.
La guerra tiene sus leyes, preceptos, costumbres, Ste',
y aunque algunos publicistas han dicho sin r3zoti que to
do cuanto se halla en una ciudad conquistada está á la
disposicion de los sitiadores; sin embargo los ancianos, las
mugeres, los niños, los enfermos, y todos los que no se
hallen con las armas en la mano, son respetados por lo ge
neral. Hay ademas otros cuidados que prescribe la huma
nidad, y que la civilizacion ordena. ¿No admiramos al
vencedor que cuida del funeral de los vencidos, y que
protege la debilidad y la desgracia? Entre los antiguos 16%
templos eran inviolables, y no babia un asilo mas segurb
numentos
para quiendeviniese
las artes
á refugiarse
se han hallado
en ellos.bajo
Tambien
la salvaguar
los mo*
CAPITULO XVIII.
CAPITULO
Del amor al pais nativo.
XIX.
ADVERTENCIA.
N traigo
x . at>la escena un personage ....
imaginario, sino que
refiero uu simple acaecimiento, el cual prueba mejor que
ningun otro , que el amor al pais nativo está grabado en
todos los corazones con carecteres indelebles. Una india
joven, de la tribu de los Noragues, que se había perdido á
la edad de nueve años en los desiertos de la Guayana, fué
recogida por unos cazadores y entregada á madama de
Saint-Croix, viuda de un rico propietario de Cayena , la
cual la tuvo en su casa y la adoptó por hija. En el desier
to esta joven se llamaba Couramé, palabra que en la len
gua de los Calibis significa hermosa. Es costumbre entre
los salvages dar á sus hijos nombres que se refieran á al
gun atributo agradable, ó á todo lo mas risueño de la na
turaleza exterior, que sienten y comprenden tan bien. Esta
costunAre se conserva entre ellos desde el primer hom
bre de la creación. Llegada Couramé á casa de madama
de Saint-Croix vió convertido su nombre en el de Deme
tria, y fue bautizada bajo los auspicios de su madre adop
tiva , la cual la educó á la francesa. Se tenia con ella un
cuidado extremado , sin perdonar nada que pudiera con
tribuir á darle una educacion brillante , de la cual supo
aprovecharse. A medida que iba creciendo en hermosu
406 COURAMÉ.
ra , trataba bu madre de realzar ea ella los dones de la
naturaleza , por medio del lujo y*la elegancia de sus ves
tidos. La dedicó al estudio de la música , y particular
mente al de la danza , ejercicio que nadie ignora se ha
convertido en un arte muy complicado de los movimien
tos armónicos de nuestra organizacion , que son los^sig
nos de una vida alegre y satisfecha. Nada faltaba á Coura-
mé , ni habia sentido privacion de ninguna especie ; mas
por una inadvertencia singular hablaban sin cesar en su
presencia del desierto en que habia sido hallada , de las
miserias inherentes á la condicion de los salvages , de la
suerte feliz que esperaba Couramé en el mundo á causa
de las bondades de su bienhechora , de las obligaciones
que contraía con madama de Saint-Croix, 8cc., intentando
por este medio hacerle mas amable su nuevo estado ; pe
ro, como veremos mas adelante , este modo de obrar era
inconsiderado , y producía un resultado contrario : ¡tan
cierto es que las inclinaciones nativas se redoblan en cier
to modo por las contradicciones! Hay en cada ser vivien
te un principio innato que determina el género de sus
deseos y de sus inclinacioues características. El ave naci
da de un huevo que ha cubierto una madre extraña no
deja por eso de obedecer á sus impulsos interiores , y al
sentido moral que la naturaleza le habia impreso intrín
secamente.
Á pesar de los bienes y favores con que se colmaba á
Couramé, estaba sin cesar pensativa y melancólica , dejan
do ver manifiestamente la tristeza profunda que sienten
todos los seres trasplantados : estaba lánguida como los ár
boles que se marchitan y secan cuando se quiere que crez
can en un terreno que les es repugnante. Sus inclinacio
nes le hacían despreciar cuantos gustos se le proporcio
naban; estaba siempre suspirando por su pais nativo. Una
COURAMÉ. 407
inspiracion secreta le arlvertia que habla nacido para
existir de otra manera ; y se percibia en ella una especie
de selvatiquez en medio de los modales elegantes que da
la civilizacion. Sus miradas eran vagas y distraidas, de mo
do que parecia estar aislada en medio de las personas que
la cercaban. Couranié preguntaba cou ansia á todos los
que llegaban del rio de Approuague. Se le habia dicho
que el pais en que habia nacido estaba al Este de Caye
na, por lo cual tenia los ojos constantemente vueltos acia
Levante. Finalmente en sus diarios paseos no podia con
templar la superficie del mar sin que la atormentase el
deseo de volver al pais de su nacimiento.
Couramé jugaba algunas veces con las niñas de su
edad ; pero sus diversiones la satisfacían poco , porque
las jóvenes que entraban á la parte con ella no eran de
su tribu. Lloraba sin cesar porque no tenia hermanos , y
porque estaba privada de las alegrías de su pais : por úl
timo todo le faltaba en medio de la abundancia y las ri
quezas, puesto que su madre no estaba con ella. Ya te
nia nueve años cuando se la habia hallado en las selvas
de la Guayana, y en esta edad no se olvida nada de cuan
to pertenece á los afectos. Estaba continuamente agitada
por ensueños , y durante la noche la sofocaban los sollo
zos y las lágrimas. Algunas veces conseguia dormirse; pe
to al punto creía escuchar la voz de su madre , y se dis
pertaba alterada. A pesar de las penas que sufria Coura
mé estaba siempre hermosa ; sin embargo se notaban en
las facciones de su fisonomía aquella languidez y melaaco-
lía interesantes que , como ha dicho un antiguo, dan gra
cia al dolor.
Couramé era en casa de madama Sainte-Croix la per
sona á quien todos se esmeraban en complacer : no habia
un solo individuo que no se esforzase en concurrir á su
408 Cousamí
instruccion : tenia todos los maestros que se pueden pro
porcionar en una casa opulenta, á los cuales escuchaba coa
tanto provecho, que daba motivo á que se celebrasen sui
progresos como cosa prodigiosa. Le enseñaban la lengua
francesa ; pero ella prefería á todas la lengua de los Gali-
bis, que aunque es pobre en palabras supérfluas , abun
da en las afectuosas y tiernas. Couramé no habia olvida
do ni una palabra de este dialecto , del cual'jamas hizo
uso para enmascarar el pensamiento, y que hahia apren
dido de su madre en los primeros años de su infancia.
Es muy digno de notar , que la educacion que se
daba á Couramé, lejos de apagar en ella el amor á la pa
tria , no habia hecho mas que fortificar esta inclinacion,
desarrollando toda la energía de su alma. Se escribia mu
cho en esta época sobre los salvages de la Guayana que
se intentaba civilizar; para cuyo objeto todos se apresura
ban á ilustrar el gobierno de la Francia. Couramé leía con
una ansia extremada todo cuanto se publicaba de la na
cion errante de los Galibis, de la industria de los Nora-
gues, de sus juegos, hábitos , 8cc. Finalmente, á cada ins
tante entretenía su imaginacion con innumerables relacio
nes que encendian en el fondo de su corazon el deseo de
volver á su patria. Queria morir en el lugar de su naci
miento. «¡Oh tierra querida, exclamaba, tierra donde he vis
to por la primera vez la luz del dia , quién me devolverá
tus encantos y la felicidad que me proporcionabas! ¡Y
quién puede pensaren tí sin dejar de llorar , ni sin entre
garse á los mas vivos deseos por volverte á ver!"
Madama de Sainte-Croix llegó á notar por largo tiem
po que Couramé no era feliz , pues se la veía á cada ins
tante ocultarse en los rincones mas solitarios de la casa; y
en medio de muchas gentes que la acariciaban parecía
ser una criatura de otra especie ; no se sabia á qué atri
C O U R A M É. 409
buir tanta melancolía. Por otra parte, Couramé no osaba
decir el motivo de su pena por temor de parecer ingrata,
y de afligir á su bienhechora. Madama de Sainte-Croix
creyó por un momento que su corazon era víctima de al
gun sentimiento irresistible , porque ella tenia entonce»
quince años ; pero cuando un pensamiento ocupa toda
nuestra alma , ningun otro puede tener cabida. Ademas,
se veía claramente que escuchaba con indiferencia toda»
las alabanzas que se prodigaban á su belleza. Madama de
Sainte-Croix trataba de consolar á Couramé por todos los
medios posibles ; la estrechaba entre sus brazos. Pero j va
na tentativa ! ¿ de qué sirven las caricias de una madre
adoptiva , cuando se abraza con la esperanza á la que nos
ha llevado en su seno y alimentado con su leche?
La única distraccion que experimentaba Couramé en
medio de los pesares que la consumian , era la lectura de
algunas obras históricas que se hallaban en la biblioteca
de madama de Sainte-Croix , las cuales le habia regalado
su bienhechora ; porque esta respetable señora tenia un
talento muy cultivado , y miraba I09 libros como amigos
consoladores que libertan al alma del peso con que la
abruman las impresiones melancólicas. Couramé se aprove
chaba de este recurso , como igualmente de la conversa
cion del doctor Valayer, anciano respetable , de quien he
tomado esta anécdota, el cual habia ya cuarenta años que
era el ídolo de la colonia. Este hombre, tan virtuoso como
ilustrado , era tan médico del alma como del cuerpo , y
hahia penetrado todos los secretos de Couramé , pero te
nia buen cuidado de no dárselo á entender, poniendo en
sus relaciones con la enferma de que hablamos , como
igualmente de todas las que se confiaban á su cuidado,
una reserva delicada y prudente que le granjeaba el afec
to de todos los corazones.
Un acaecimiento particular produjo mutaciones feli-
5a
410 COtJRAMÍ.
ees
en esta
en laépoca
existencia
gobernador
de Couramé
de Cayena
pasado
el algun
baron tiempo.
de Besner,
Era
Da :
^1» CoUBAMÉ.
se separado de su país ; y estaba bien segura de que sería
reconocida de los suyos. Además , siempre llevaba los ca
bellos lisos y pendientes como las numeres de los Galibis,
y aunque ella vivia en una casa opulenta, siendo su figu
ra tan ansiada de todos, siempre conservó, sin embargo,
alguna cosa del vestido de india. Llevaba corales en las
orejas y una vuelta de gargantillas rojas al cuello, los bra
zaletes Otaban compuestos de concliillas del mar. Madama
de Sainte-Croix , que tenia vanidad en las gracias y adop
cion de Con ra me , se complacía en dar á su adorno los
caractéres distintivos de su nacion.
Finalmente, causó una alegría universal la llegada de
los indios en el dia en que se babia anunciado: iban en
fila unos tras otros , segun el uso que observan en los
bosques cuando se ven obligados á atravesarlos. Toda la
poblacion habia venido para verlos pasar : porque siem
pre el salvage fue objeto de curiosidad para el hombre
civilizado. Particularmente la joven Couramé no podia
moderar su alegría al ver las gentes de su tribu . á quie
nes preguntaba noticias de su madre en la lengua de los
Gaübis, sin perdonar gestos, signos , ni nada que pudiese
ayudarla para dejarse entender. Examinaba con cuidado
sus miradas, y creía ver en ellos sus parientes , su cabana
y toda la. tierra de A pprouague.
Entre los indios que vinieron en diputacion á casa del
baron de Besner se distinguían algunos por su talla des
mesurada y por su buen aspecto, y particularmente el hi
jo de Almiki, que estaba armado como un guerrero, y lle
vaba un vestido mas rico que el de sus compañeros. Te
nia el mirar noble , pero la cara estaba, cubierta de tris
teza y melancolía: Apenas divisó á Couramé se puso me
nos austera su frente; pero la india dirigía su atencion con
particularidad á un grupo de mugeres Noragues que iban
detras llevando licores fermentados, y harina de yuca para
CbüRAMB. 41 3
el alimento de sus maridos, sin tener cuenta alguna con
las emociones que podia excitar. . -
Todas las indias iban vestidas con mas modestia que
de ordinario, consistiendo la mayor parte de sus adornos
en plumas de pájaros. Llevaban sayas de zingue ó de te
la azul , que es el color favorito de los Noragues. Algu-
gunas de ellas se babian pintado la tez para darle mas
brillo, y todas llevaban borceguíes, especie de calzado de
junco y algodon trabajado con mucho primor. A pesar de
este extraño vestido Couramé estaba enagenada de con
tento al mirarlos, y creía que sus adornos eran preferibles
á los que la ponian para hermosearla : envidiaba su suer
te, y estaba impaciente por confundirse con ellas.
En cuanto á los indios estaban extáticos al considerar
las gracias de Couramé, á quien reconocieron inmediata
mente, y miraban con admiracion extremada. Era un es
pectáculo interesante ver á los habitantes de los bosques
mezclados con los de la ciudad. Lleváronlos á casa del
gobernador, al que no tardaron mucho en pedir podade
ras , hachas, fusiles y otras herramientas ó instrumentos de
que tenían urgente necesidad. Las mugeres Noragues en
señaban cestos de junco y vasos de tierra que daban á las
señoras de la ciudad, recibiendo en cambio collares de
jaspe, brazaletes y otras bujerías, 8cc. En todo este tiempo
Couramé se mezclaba con ellas y buscaba á su madre, la
cual, no sospechando que su hija pudiese existir todavía,
no abandonó su cabaña.
El gobernador recibió á los indios con la mas franca
cordialidad, porque, como ya hemos dicho, su masar-
diente deseo era hacerlos amar los goces de la civilizacion.
Pero no bien habian llegado cuando ya trataban de su
vuelta, aunque para retenerlos se trató de interesar su
curiosidad, sin embargo no se les pudo cautivarla con
nada, porque la imaginacion de los salvages es pasagera é
4 '4 COURAMK.
instantánea, y solo soq duraderas en ellos las pasiones con
servadoras. Asi es que nada hallaban de extraordinario en
las pinturas y otras obras maestras que se les presentaban,
porque creían que la naturaleza era mas verdadera , y es
taban impacientes por volverse á ella; y todo lo que no
tenia relacion con sus necesidades no les hacia impresion
alguna. Los espejos de los salones del gobernador no los
admiraron tampoco, porque se habian mirado muchas ve
ces en las aguas del rio Approuague. Se trató de sorpren
derlos con la pi m nra. que comparaban con la imagen
de un objeto reflejada por la superficie del agua.
Se les dio una fiesta para interesarlos mas, en la cual
se mostraron al principio muy llenos de alegría al con
templar tanta multitud de instrumentos de viento de que
se componía la música de la tropa que estaba de guarni
cion en Cayena, porque la suya se componia de malas
flautas de caña que formaban un sonido mas monótono.
Los indios aman los sonidos fuertes y tumultuosos, por
que no expresan nada fijo y determinado. El gobernador
no perdonó nada para que los Noragues no experimen
tasen ni desagrado ni incomodidad. Los regaló con un
festin , en el cual demostraron grantle admiracion por
la multitud de platos que veían parecer succesivanien-
te. No podian concebir el uso de tantas superfluidades
como veían introducidas ya en las casas de los ricos eu
ropeos.
Despues del convite se dieron unos juegos para dis
traerlos, y el gobernador quiso que Couramé pareciese
delante de los indios á lucir alguna de sus habilidades.
Con efecto estaba encantadora hadando á lo norague, her
moseada con todos los prestigios que el arte puede dar. Los
indios la cercaban, y parecía seguir observando la caden
cia con una exactitud notable, y quedaban como extáticos
al considerar la gracia inimitable de sus pasos. E1 baile
CouramI. 41 S
nace de la necesidad que tenemos <le expresar nuestras
sensaciones por signos. Couramé reunia á todos los atrac
tivos que da la educacion, las gracias nativas que son de
bidas al pais de nuestro nacimiento. En seguida ejecuta
ron los salvages algunas pantomimas, diversion muy fre
cuente en la nacion de los Galibis.
Hubiera sido la fiesta incompleta si no se hubiese he
cho cantar á los indios que eran el objeto de curiosidad
para toda la colonia. La música de los Noragues es triste y
monótona como la <le todos los Galibis; pero su sonido es
muy expresivo cuando pinta las angustias de la desgracia
y de la tristeza, y tienen siempre por objeto la compasion
y el valor. Uno de ellos entonó una lamentacion sobre la
derrota de los Rucuycnos por los Oyampis ; pero lo que
mas interesó fue una joven salvage que cantó en tono
triste y desconocido un himno de una marlre que lloraba
á su hija que habia sido sumergida en las mareas de la
embocadura del Approuagne, desgracia muy comun en
aquel parage. Couramé no pudo escuchar tal desgracia sin
derramar un torrente de lágrimas: ya se imaginaba que
su madre la lloraba tambien , y esta idea la sumergió en
una tristeza que no la permitía tomar parte en lo que pa-
(lis nidos en las florestas donde existen los árboles antiguos que
el tiempo ha destruido. La naturale¿a muerta les causa una espe
cie de espmto: prefieren los arboles revestidos de hojas , y vitiS-
cados con todo el aparato de la savia y de la vejelacion.
. (43« ) . ,
que dimanan del capricho , de la fantasía , de las con
venciones. En el orden social , una hermosa fisonomía es
casi siempre el objeto de una disposicion habitual del al
ma; las facciones se acostumbran insensiblemente á la di
reccion que le dan I03 sentimientos que nos agitan. Es
tambien muy frecuente que esta hermosura de expresion
se prefiera á la que proviene de la regularidad de las for
mas físicas , porque indica perfecciones morales , á las
cuales se da mayor estimacion.
Cuando traté de los fenómenos del amor en el estado
social, tuve ocasion de decir cuál era la influencia de los
adornos y vestidos para fortificar los efectos de la hermo
sura , y prolongar su imperio. Es digno de observacion
que al entregarse uno al estudio profundo de las inclina
ciones primitivas del hombre , y de las costumbres que
son consecuencia de aquellas, se encuentran hábitos seme
jantes entre los salvages, que deben mirarse menos como
á seres degenerados , que como á seres recien salidos de
las manos de la naturaleza, y que por lo menos conser
van todavía su sello : para obviar los inconvenientes de
su desnudez, la mayor parte procuran pintarse el cuerpo
de diferentes substancias colorantes: este disfraces una es
pecie de' prestigio que segun sus ideas aumenta el atrac
tivo de sus relaciones; toman de las aves su dorado plu^
mage ; se cubren con las pieles de los cuadrúpedos: nadie
duda que es con la intencion de hermosearse. Sus muge-
res se ponen flores en la cabeza, que hacen de las mas her
mosas semillas de vegetales , de corales , y otros objetos
brillantes ; llevan muchas veces pulseras que les sirven
para conservar algunos recuerdos, y perpetuar ciertos pe
sares. El viagero Peron habla de una joven salvage de la
tierra deYemen que molia carbon en polvo muy fino pa
ra teñirse el rostro : no se puede explicar el aire de con
fianza que daba á su fisonomia tan extraño adorno. En to
dos los países en que no se ha extendido la civilizacion se1
observan los mismos usos : apenas se manifiesta el fuego
de la pubertad en los individuos de ambos sexos , cuando
dirigen todos sus cuidados á realzar los dones que reci-
1 4^ Y
Acabamos de ver la solicitud de la naturaleza para la
reproduccion de los vivientes, mediante el continuo espec
táculo de la hermosura física y moraL Se puede añadir
que en general ella se dirige á este fin por el concurso de
todos los afectos agradables; de aqui proviene que todos los
órganos de la vida de relacion contribuyen como de con
cierto al cumplimiento de la mas importante de las fun
ciones. ¿Quién puede ignorar, por ejemplo, cuánto influ
yen sobre la mas atractiva de las simpatías, las impresio
nes recibidas por el sentido del oido? La mayor parte de
los animales, y señaladamente las aves, tienen acentos pro
pios cuando experimentan el estímulo del amor ; estoi
acentos dependen de un estado de espasmo que se comu
nica mas rápidamente que los movimientos ordinarios y
habituales. Un. ruiseñor cuando canta está en una especie
de delirio, el cual se hace prontamente contagioso para la
hembra que lo produce. Las especies de mayor corpulencia
demuestran igualmente por gritos y sonidos particulares
la violencia de sus deseos : gritos que se oyen principal
mente en la estacion en que las necesidades son imperio
sas y difíciles de satisfacer.
En cuanto á lo demas , los animales varían por sus
atributos; pero cada uno de ellos se presenta con 'el con
junto de sus perfecciones instintivas y corporales , cuando
es movido por la necesidad de reproducirse. Asi es que los
animales que no tienen buena voz, son admirables por la
hermosura de sus plumas. Los mas hermosos papagayos
de la India nos atormentan los oidos. el pavo real de nues
tros jardines nos cansa con sus voces desacordes ; pero
nunca obstenta con mayor atractivo las bellezas de su ves
tido que cuando llega á estar dotado de las facultades de
engendrar. En la estacion de los amores es cuando el cisne
admira mas por su blancura y por el abandono muelle de
sus actitudes. Bernardino de Saint-Pierre habla de una
tórtola de Africa que nunca está mas bella que en la es
tacion de sus amores : « Se echa de ver ( dice ) sobre sus
plumas de color de perla , precisamente en el sitio del
corazon una mancha encarnada que podría equive
este pajaro dedicado al amor , lleva la librea de su senor,
habiendo servido de blanco á sus flechas. " Los mas her
tono
mosos, pero
colibries
lisonjean
se expresan
la vista solo
por su
porbelleza
un zumbido
y la gracia
mono-
de
sus movimientos. .i .¡
Los fisiólogos no aprecian como debieran el poder del
instinto de reproduccion : sábese solo que este poder es
inagotable cuando se trata de eternizar las especies, y que
admira al hombre. Si yo quisiera sorprender á mis lec
tores á cada instante, bastaría con extenderme sobre la di
versidad de las generaciones de los animales, manifestan
do la larga cadena de un amor creador que liga con los
mas variados eslabones todo el sistema de los seres sensi
bles, pintando á la naturaleza, que siempre propende á su
objeto por los medios mas eficaces é ingeniosos , haciendo
concurrir á sus supremos designios hasta el sol que ca
lienta la tierra con sus rayos, y las nubes que descienden
en forma de lluvia para vivificarla.
Al primer aspecto parece que la naturaleza cambia 6
perfecciona el mecanismo de sus operaciones á medida que
se eleva en la escala de los seres vivientes ; no es menos
admirable en los medios que emplea para perpetuar la
casta de los animalillos mas pequeños y los vegetales casi
imperceptibles. En general ella adapta á sus grandes le
yes una multitud de leyes secundarias , y he aquí lo que
engaña á los mas atentos observadores : pero todo lo que
empieza y todo lo que acaba redunda en beneficio de la
obra que sabe perfeccionar tan admirablemente.
No puede uno dejar de admirar la sabiduría del Cria
dor en la reparticion de la fuerza reproductiva. En la eco
nomía de este universo , los animales tienen épocas deter
minadas para unirse : los árboles tienen diferentes tiem
pos para florecer, como si la naturaleza quisiera prolongar
el adorno de la primavera , y que sucediesen los frutos pa
ra alimento del hombre.
Pero sobre todo nada es mas sorprendente que los
usos y costumbres de los animales en la reproduccion de
las especies : se diría que encontramos en ellos el tipo de
nuestros vicios , asi como el de nuestras virtudes : tome»
55
(4H)
mos por ejemplo á los habitantes del aire , entre los cua
les el amor moral se muestra con la mayor fuerza é inten
sidad. ¿Qué cosa mas variada que el modo que tienen de
enlazarse? Hay algunos que no se unen sino en cierta es
tacion , y otros una vez para siempre : se asegura que solo
en el caso de viudez mudan de afectos las cigüeñas, y que
todos los años guardan fidelidad al mismo macho y al mis
mo nido.
Hay otros en fin que persiguen varias hembras. Pero
lo que no es facil explicar es la inmoralidad del cuco de
Europa , que se desdeña de parearse y de aparecer cons
tantemente polígamo ; que nunca empolla sus huevos,
ni conoce sus hijos, sino que va á violar el nido de los
verderones, y pechicolorados, &c. . depositando en ellos su
progenitura
nos : tales hechos
, cuyoson
mantenimiento
sorprendentes
confia
á laá verdad
cuidados
; age-
pero
CAPITULO L
CAPITULO II.
(1) El pasage siguiente prueba tambien que nada hay mas ra*
Iiercnte á la organizacion animada que la afeccion de que se trata.
TJn comerciante conocido mio estaba en la villa de Zambi , situa
da al este de la bahía de Nazarelh, en la embocadura del rio de
este mismo nombre. Esta villa es la mayor del pais Orongout, i
donde se iba á hacer el comercio de negros. Propusieron á este
comerciante que comprase dos negras que , siendo madres por la
primera vez, podían servir de amas de leche. Este, no queriendo
tener a bordo niños de pecho, propuso comprarlas á condicion que
dejasen sus hijos á unas amas. Al puntolas dos madres se arrojaron
á los pies del comprador, y bañándolos con sus lágrimas , le supli
caban con los gritos y gestos mas expresivos que no las privase de
sus hijos , y le aseguraban que preferían la muerte á esta cruel
separacion.
. . . (448)
secretos é inaccesibles; y la hembra del caiman, despues
de haber escondido los suyos bajo de la arena, no los pier
de de vista, y los defiende con todo su poder de la ansia
con que los buscan los negros. Las aves cambian entera
mente de costumbres y caracter luego que principia la
época en que ponen sus huevos ; entonces espresan su
afectuosa ansiedad y solicitud por un tierno y misterioso
silencio: si se oye algun ruido dentro de sus nidos lo pro
ducen los poli uelos que van saliendo á luz, y comienzan
á pedir alimento : su madre entiende sus nacientes deseos,
y señaladamente la cigüeña se hace notable por su viva y
constante solicitud para con sus polluelos ; muchas veces
no basta á hacerla separar de ellos el que se demuela la
casa en que habia construido su nido. Finalmente , el
afecto de que se trata se manifiesta en toda su fuerza has
ta en los cuadrúpedos, y hasta en los mismos tigres y pan
teras; y en una selva de Africa se vió á una leona arro
jarse sobre un viagero imprudente que pocos años antes
le habia robado un cachorrillo : sus compañeros lo pudie
ron libertar á duras penas.
¿Quién es el que no se admira de la vigilancia mater
nal , que dura todo el tiempo necesario para el manteni
miento de la especie? El a preciable doctor Sarracin se en
tretenía un dia en coger ^pájaros, para cuyo fin se ocultó
detras de un matorral, y en esta actitud oyó un ruido par
ticular que le hizo volver la cabeza , y vió una perdiz que
estaba á muy pocos pasos de la red que habia tendido ; no
muy lejos de ella estaban sus polluelos, los cuales seguian
tranquilamente sus pasos. Pero apenas hubo notado la red
cuando se volvió repentinamente ácia sus hijuelos , cam
biando el diapason de su voz, los cuales advertidos del
peligro por los gritos de alarma de la madre, se queda
ron llenos de espanto y como aturdidos. Entonces se en
tabló entre los miembros de esta familia una especie de
coloquio que parecía expresar sn inquitud y perplejidad.
Pero en seguida un grito mas agudo fue el aviso para to
mar la fuga: voló primero el macho, despues los hijuelos,
y solo despues que el último andaba ya por el aire fue
cuando partió la madre. ¿ Hubiera combinado acaso mejor
este plan de evasion ó defensa la razon del hombre que
tanto se ensalza y exagera? ! . . .us i" r.\
£1 amor maternal da un valor que parece superior &
las fuerzas de la naturaleza, el cual subsiste todo el tiempo
que la madre necesita proteger á sus hijuelos. Asi vemos á
las mas tímidas avecillas arrostrar los mayores peligros,
sorprendiendo á los espectadores por actos de atrevimien
to o de temeridad. El Gran Condestable es una roca dis
tante cinco ó seis leguas de la costa de la Guayana; se pa
rece á lo lejos á un navio á la vela, al cual solo se puede
llegar por el lado del sur y de tierra, y es imposible tre
par hasta su cima. Es el asilo de la maternidad, porque
en ella depositan sus huevos uua multitud de aves cíe mar,
como las gaviotas, paviotas, golondrinas, 6cc., las cua
les nadan al rededor, y juguetean en medio de las olas
espumosas. Siempre que se acerca algun buque para reco
nocerla descarga un cañonazo, que proporciona á la tri
pulacion el espectáculo divertido de verlas volar á un
tiempo dejando su mansion ( i ). Son tantas que obscure
cen el aire, y parece que van á refugiarse á las nubes
amontonadas por la tempestad. Se asegura que los indios1
que vienen en mucho número á Cayena han intentado1
penetrar en esta roca para coger sus huevos, de que son
muy apasionados. Entonces es cosa interesante considerar
el ardor con que las hembras defienden los huevos que
estan empollando: no conocen ni temen al hombre, y el
amor maternal les da una fuerza de que es imposible for
marse una idea. Animadas por el comun peligro comba
ten con un valor sobrenatural, y sacan las mas veces los*
ojos á sus agresores, los cuales vencidos y repelidos aban
donan por lo general su empresa.
Pero este instinto de maternidad , que da tanto valor
á las aves y á unos seres de complexion débil y tímida;
58:
. .. I I . I
I - i Mi I
. rr
EL
BANQUETE DE PLUTARCO
CON SU FAMILIA.
-elllMIU»
ADVERTENCIA.
BANQUETE DE PLUTARCO
CON SU FAMILIA. i
i
. ' > "
. *'
. ., . ii, . .- >
un incendio.
Pero, ademas de estos convites á que asistian los pri
meros personages de Grecia , tenia tambien sus comidaa
de familia. Un padre se complace siempre en gozar las
esperanzas que le dan sus hijos, y los afectos de la natu
raleza son los que prestan mas felicidad. ¿A quién, decía
el anciano, puede uno hablar con mas gusto que á su hijo,
á su esposa ó á su hermano? Una familia es como un ar
bol cuyas ramas se ayudan dividiéndose el rocío del cíela
cuyas hojas se desplegan bajo el influjo de un mismo sol
y sufren las mismas tempestades. Una de las mayores fal
tas de Platon consiste en haber procurado destruir en su
república imaginaria las primeras relaciones que derivan
de la sangre y del nacimiento; en haber querido sofocar
en su origen la mas dulce y la mas importante de las re
laciones humanas.
Encorvado ya Plutarco con el peso de la edad , casó
aenor , á quien dió su mismo nombre, con Eurí-
joven beociana , dotada de belleza y de modestia:
este hijo era el objeto de su predileccion, pues el hombre
siempre se complace en el último vastago que le envía el
cielo., y al ocuparse en su porvenir prolonga su alegría
y sus. ilusiones paternales; empero; Plutarcp teína otrp¡
59:
468 zi
motivo de satisfaccion : dos de sus sobrinos acababan de
triunfar en los juegos píticos de Delfos. «Tomoxena, dijo
á su tierna esposa , quiero obsequiar antes de morir á la
que me honra; haz que se prepare
halle
; á los dioses , añadió , que puedan reunirse todos,"
aludiendo á los que le habia arrebatado la muerte.
Las órdenes de Plutarco fueron puntualmente obede-
hieronea estaba la
en donde gustaba el anciano de recrearse: embalsamaban el
aire los perfumes de las plantas mas salutíferas, y los bos
ques circunvecinos estaban regados por una multitud de
: culth
. . - .' '
. ." .
SECCION PRIMERA.
Del instinto be conservacion considerado como ley primor
dial DEL SISTEMA SENSITIVO , Zj
SECCION SEGUNDA.
Del instinto de imitacion considerado como let primordial
del sistema sensitivo 177
SECCION CUARTA.
Del instinto de reproducción considerado como let primor
dial DEL SISTEMA SENSITIVO 422
Cap. I. Del amor conyugal 438
Cap. II. Del amor maternal 446
Cap. III. Del amor paternal 454
Cap. IV. Del amor filial 457
EL BANQUETE DB PLUTARCO CON SU FAMILIA 462
ERRATAS.