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LA SOCIEDAD DE CONSUMO: ORIGEN Y CARACTERÍSTICAS

Ana Carrasco Rosa (CV)


Universidad de Jaén
ancarosa590@hotmail.com

Resumen
A través de este trabajo pretendemos realizar una crítica a la actual sociedad de consumo y a
los efectos que ella produce, tanto en los individuos como en la sociedad en general.
En primer lugar, exponemos su origen y las circunstancias históricas que hicieron posible su
aparición, así como sus características diferenciadoras; seguidamente, se pone de manifiesto
el influyente papel que la publicidad en ella ejerce. Por último, y por medio de una pregunta
abierta, se exponen las conclusiones finales.

Palabras clave: Consumo, deseo, moda, necesidad y publicidad.

Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:

Carrasco Rosa, Ana : “La sociedad de consumo: origen y características" en Contribuciones a


la Economía, enero 2007. Texto completo en http://www.eumed.net/ce/

1.- INTRODUCCIÓN

La demanda, en definitiva el consumo, ha cambiado a lo largo de la historia, tanto es así, que


podemos afirmar que fue a partir de la crisis de los 70 cuando se produjeron una serie de
cambios que repercutieron de forma notable en el consumo.

Como todos sabemos, toda época de crisis, es una época de cambios, cambios
fundamentalmente sociales, que afectan a la sociedad en su conjunto, a su forma de pensar,
de enfrentarse al mundo, de organizarse en el trabajo, de ver el futuro.

A partir de esta crisis se inició el fin del capitalismo industrial tal y como se había conocido
hasta entonces. No es que dejaran de existir las minas, la siderurgia, la industria mecánica, la
textil o la química. Pero la industria simbolizada, desde 1850 a 1970, por la fábrica tradicional,
la chimenea de humo, los ritmos de actividad y la disciplina del trabajo (taylorismo y fordismo),
estaba en trance de desaparecer para dar paso a una nueva realidad social iniciada tras la
crisis. Japón abrió la vía con el éxito de Toyota y los cuatro dragones asiáticos (Corea del Sur,
Taiwan, Hong Kong y Singapur) le siguieron.

Los principales motivos que hicieron caer el fordismo (fundamentalmente a


finales de los 70) fueron: la imitación y las nuevas tendencias de la demanda,
que conllevan la sustitución del valor funcional por el valor atractivo, y esto,
fundamentalmente, a través del fenómeno social de la moda.

Por otra parte, a las personas les gustan diferenciarse y, con la aparición de las nuevas
tecnologías, esto ya era posible. Los sujetos cada vez están menos dispuestos a consumir
productos estándares y es que, en realidad, se estaba pasando de un consumo en masa
(consumismo) a un consumo diversificado (prosumerismo). Esto supone la aparición de
la planificación de la obsolescencia del consumo, donde los productos no quedan obsoletos
porque pierdan su valor funcional, sino porque dejan de ser “atractivos”.
Nos encontramos, por consiguiente, en una etapa caracterizada por un mercado muy
fragmentado y variable, donde no todo el mundo quiere consumir el mismo producto o diseño.
Esto conlleva la inestabilidad en los volúmenes de producción (más limitados), la constante
entrada de productos nuevos y, la influencia de círculos sociales o estatales en la demanda
(v.gr.: grupos de ecologistas, asociaciones de consumidores, etc.). La demanda es ahora, más
que nunca, de carácter social.

2.- LA SOCIEDAD DE CONSUMO

La llamada sociedad de consumo, apareció como consecuencia de la


producción en masa de bienes (activada por el taylorismo y el fordismo), que
reveló que era más fácil fabricar los productos que venderlos, por lo que el
esfuerzo empresarial se desplazó hacia su comercialización (publicidad,
marketing, venta a plazos, etc.).

Este modelo fundado en los llamados “felices veinte” se estiró, con un


prolongado periodo de depresión económica, hasta que, en torno a 1970, se
inició la que algunos llaman, Tercera Revolución Industrial, la revolución de la
microelectrónica, del automatismo y de la informática, hecha posible gracias a
los nuevos medios de comunicación, los robots y los ordenadores.

Concretamente, fue partir de la Segunda Guerra Mundial, en la década de los


50, cuando la producción cobró una gran importancia, contribuyendo
a aumentar las necesidades; entre otras causas, porque las exigencias del
propio desarrollo capitalista condujeron a una situación en la que la demanda
del consumidor debía ser a la vez estimulada y orientada, en un mercado en
constante expansión y transformación cualitativas internas, como consecuencia
del cambio estructural del primitivo capitalismo de producción en el que
podemos llamar neocapitalismo de consumo.

En la sociedad postindustrial, el crecimiento económico se vincula, sobre todo,


a la necesidad de conquistar nuevos mercados (lo que otorga especialísima
importancia a la publicidad). Es una sociedad que necesita más consumidores
que trabajadores, de donde deriva también la ascendente importancia de
las industrias del ocio, que explotan el creciente tiempo libre de los ciudadanos.
Desde esta óptica mercantil y despersonalizada, los sujetos tienden a dejar de
ser vistos como individuos, para pasar a ser meras funciones sociales, tanto a
efectos de su utilización como a efectos estadísticos, con finalidad política
(electoral) o comercial (consumo).

En esta sociedad, el amontonamiento, la profusión, es el rasgo descriptivo más importante.

Por otro lado, esta sociedad no se caracteriza sólo por el crecimiento rápido de
los gastos individuales, sino, también, por el crecimiento de los gastos
asumidos por terceros (sobre todo por la Administración) en beneficio de los
particulares, de los que algunos aspiran a reducir la desigualdad en la
distribución de los recursos. Sin embargo, este objetivo no se ha logrado
conseguir, de tal forma que la fosa que separa a los ricos de los pobres, a los
países desarrollados de los no desarrollados está aún muy lejos de disiparse.
Actualmente, destaca que los progresos de la abundancia tengan como contrapartida perjuicios
cada vez más graves, los cuales son consecuencias del desarrollo industrial y del progreso
técnico, por una parte, y de las mismas estructuras del consumo, por otra. Así aparece, tal y
como señala Baudrillard (1974), la degradación del marco colectivo por las actividades
económicas: ruido, contaminación del aire y del agua, destrucción de los parajes y trastorno de
las zonas residenciales por la implantación de nuevas instalaciones (aeropuertos, autopistas,
etc.); por lo que podemos afirmar que los daños culturales, debidos a los efectos técnicos y
culturales de la racionalización y de la producción en masa, son incalculables.

De otra parte, señalamos la gran vinculación existente entre la abundancia de


las sociedades ricas y el derroche. Y es que, de algún modo, todas las
sociedades derrochan, dilapidan, gastan y consumen siempre más allá de lo
estrictamente necesario.

Se perfila, pues, una definición del consumo como derroche productivo,


entendido como toda producción y gasto más allá de la estricta sobrevivencia,
donde lo superfluo precede a lo necesario, donde el gasto precede en valor a la
acumulación y la apropiación.

Igualmente, en esta sociedad destaca la siguiente paradójica situación, ya que


una parte cada vez mayor de la población activa trabaja en sectores cuyo
desarrollo está ligado precisamente a la reducción general del tiempo de
trabajo, como son las industrias y los servicios del ocio e industrias culturales.
En cierta manera, dentro de la sociedad de consumo, el tiempo ocupa una
especie de lugar privilegiado, es un tiempo que es consumido.

Por último, no quisiéramos olvidarnos del más hermoso de los objetos de


consumo “el cuerpo”; en la actualidad, el culto al cuerpo ha pasado a ser una
de las características más notorias de la sociedad, donde se busca la belleza y
la perfección en el cumplimiento de unos cánones preestablecidos (por no se
sabe quién); así, se impone la belleza como un derecho y un deber que todos
debemos cumplir. Parece como si el cuerpo se convirtiera en la persona lo que
el chasis en el automóvil, algo que su puesta a punto puede llegar a ser toda
una penitencia. Ahora, parece ser que lo importante no es gustarse a uno
mismo, sino gustar a los demás, y para ello tenemos que seguir la belleza
imperativa establecida por la moda.

3.- EL PAPEL DE LA PUBLICIDAD EN LA SOCIEDAD DE CONSUMO

La publicidad supone un proceso de comunicación de carácter masivo, a partir


del cual se pretende informar al mercado sobre los productos y servicios de la
empresa, con la finalidad de influir en el comportamiento y/o actitud de los
consumidores potenciales.

Es un medio de comunicación de masas, una actividad a través de la cual


llegan los mensajes al público con el fin de influirlo, instruirlo y orientarlo en la
compra de bienes y servicios o en la preferencia de pensamientos, instituciones
o, incluso, personas.
Es uno de los mecanismos que “ejerce su poder” con más fuerza, a través de
un conjunto de acciones, logra modificar ideas, imponer modas, convencer, e
influir hasta en las decisiones más triviales.

Se trata, en definitiva, de un fenómeno a través del cual alguien intenta


comunicar algo a un conjunto de personas, con objeto de persuadirlo a actuar
en un sentido definido. Es, por tanto, un proceso de comunicación que permite
a la empresa contactar con un público determinado. Para ello, la empresa debe
poner en marcha un proceso de planificación de la actividad publicitaria con el
objetivo de conseguir una comunicación eficaz y eficiente; es decir, deberá
identificar al público con el que quiere contactar, construir los mensajes que
quiere transmitir, elegir los medios más adecuados para la transmisión, etc.

Asimismo, la publicidad no es sólo promoción de ventas, sugerencias con fines


económicos, es una oferta gratuita y permanente a todos y para todos. Es, en
definitiva, la imagen prestigiosa de la abundancia.

Además, parece que nos encontramos en la sociedad de la solicitud, donde se


lanzan mensajes como los siguientes, “todo lo hacemos por usted”, “sólo nos
importa su felicidad”, “su felicidad es la nuestra” “nada es más importante que
usted”, “usted sólo tiene que levantar un dedo y nos pondremos a su
disposición”, etc.

Por otro lado el consumo, gracias a la publicidad, se ha convertido en toda una


institución, se trata de un consumo donde se le da más importancia a la
apariencia, al envoltorio, más que al producto en sí. Piénsese, por ejemplo, en
esos botes de perfumes, con ese diseño tan perfecto, donde ningún detalle se
olvida, pero que, sin embargo, en su interior sólo guardan un perfume cuya
pésima calidad deja mucho que desear.

También, destaca el hecho de que se dé a consumir mujer a las mujeres,


hombres a los hombres, jóvenes a los jóvenes, etc.; y es que, de alguna
manera, las distintas modas van definiendo prototipos que hay que imitar lo
mejor posible, estableciéndose, de esta forma, prototipos de mujeres, de
hombres, de jóvenes, etc.

Los sujetos buscan diferenciarse de sus semejantes, y esto se logra,


fundamentalmente, a través de las marcas, unas marcas que no marcan al
producto sino al consumidor.

En la actualidad, para conseguir cierta notoriedad en una determinada marca o


lograr una buena imagen comercial se acude normalmente a la publicidad, a la
comunicación.

Las empresas de los países desarrollados incrementan todos los años sus
gastos publicitarios, y lo mismo hacen las instituciones públicas y los partidos
políticos. Es indudable que la actividad publicitaria ejerce una notable influencia
sobre el entorno y sobre las personas a las que van dirigidas sus
comunicaciones.
El fin último que se persigue con la publicidad es desencadenar en el público un determinado
comportamiento y, para ello, se debe determinar de manera adecuada cuál es el público
objetivo.

5.- CONCLUSIONES

Como conclusión de este pequeño trabajo, nos parece oportuno formular la


siguiente pregunta: ¿Es más feliz el alto ejecutivo de una multinacional con su
gran piscina, su yate y su avión privado, que un campesino analfabeto del siglo
XV o que un indígena de la selva, que vivían en equilibrada armonía con su
medio natural y no sujetos a un duro estrés competitivo?.

La respuesta, en última instancia depende, tan sólo, de cada persona, puesto


que, si bien es verdad que nos encontramos en una sociedad desarrollada, con
avances científicos que hace un siglo parecerían sacados de una novela de
ciencia-ficción, también, es cierto que vivimos en una sociedad donde la
miseria psicológica y cultural es elevada, como revelan, entre otros datos, las
estadísticas de asistencia psiquiátrica, el alcoholismo y otras toxicomanías, las
tasas de divorcios y de suicidios, etc.; estos datos revelan que la cuestión de
los objetivos finales, individuales y colectivos (sentido de la vida, autoestima,
felicidad personal, solidaridad colectiva, etc.) ha sido eclipsada por los objetivos
utilitaristas, productivistas y consumistas de la sociedad de consumo.

BIBLIOGRAFÍA

Alonso, L.E. (1986). La producción social de la necesidad. Revista de


Economistas, nº 18 (26-31).

Baudrillard, J. (1974). La sociedad de consumo. Sus mitos, sus estructuras.


Barcelona: Plaza & Janés, S.A. Editores.

Ortí, A. (1994). La estrategia de la oferta en la sociedad neocapitalista de


consumo: Génesis y praxis de la investigación motivacional de la demanda.
Parte I: La reconversión neocapitalista del proceso motivacional de la
demanda. (De la lógica economicista de la necesidad a la dialéctica simbólica
del deseo). Política y Sociedad, nº 16 (37-55).

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