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Y EL BLANQUISMO
por
SAMUEL B E R N S T E IN
MI
siglo
veintiuno
editores
mexico
españa
argentina
i
de.-esparta editores, sa
■Vi&QS&f'áÉfi 7. MADRID 33 .ESPAÑA
......■'■■"■■■•’ ■■■'••■ ■ '» - “
Págs.
INTRODUCCIÓN..................................................................................... 1
1. D o m in iq u e y S o p h i e ............................................................... 7
Dominique Blanqui, 7.—Sophie, 11.
2. U n a p r e n d iz de r e v o l u c io n a r io ....................................... 16
El estudiante, 16.—Nobleza contra burguesía, 18.—Carbona
rio, 20.—El problema del proletariado, 23.—Un político neó
fito, 25.—Una lección de insurrección, 30.—Una revolución
escamoteada, 34.
3. L a f o r m a c ió n de la d o c trina de B lanqui ............ ................ 37
La recesión económica, 37.—En busca de una doctrina, 41.—
Los amigos del pueblo, 44.—Amelie-Suzanne, 52.
4. L a d o c t r ina de B l a n q u i ...... ......................................... 54
Críticos y cruzados, 54.—Análisis y síntesis, 57.—El papel
de la élite, 61.
5. C o n s p ir a c io n e s .......................................... ... ................. 66
Las insurrecciones de 1834, 66.—La sociedad de familias,
70.—La sociedad de estaciones, 79.—La Liga de los Justos,
83.—Dictadura revolucionaria, 85.
6. L a in su r r e c c ió n de m a yo de 1839 ............................................ 88
Preparativos y estrategia, 89.—Los procesos, 98.
7. E n el M ont -Sa in t -M i c h e l ....................................... ............. 103
La vida en la cárcel, 103.—La muerte de Amelie, 105.—In
tento de fuga, 107.—Una gracia amarga, 109.—Confusión
doctrinal, 111.—Los «hijos del diablo», 119.—El infierno, 121.
8. 1848 ................................................... ................................. 123
El final de la dinastía orleanista, 123.—Políticos improvisa
dos, 127.—La bandera tricolor contra la roja, 130.—Los
talleres nacionales, 132.—La comisión de trabajo, 135.
VI Indice
Págs.
Págs.
DOMINIQUE BLANQUI
2
10 Samuel Bernstein
s o p h ie
=* «Souvenirs d ’un lycéen de 1814». La Revue de París, 1916, II, pp. 847-
865; III, pp. 97-117.
14 Samuel B e m s te in ,
EL ESTUDIANTE
ocurría en 1820 y 1821. Valorando más tarde las ideas del eco
nomista, las calificó a la vez de sórdidas e inmorales, «e l
código de la exterminación mutua» 5. Es d ifícil imaginar lo que
habría pensado si hubiese sabido que, desde 1797, el mismo
J.-B. Say veía en la economía política la fuente principal de
la m o ra l6. Aquí es preciso señalar el efecto totalmente dife
rente que produjeron los principios de Say sobre el hermano
de Blanqui, Adolphe: la riqueza de sus puntos de vista acerca
de la competencia y del com ercio le m ostró las perspectivas
que finalmente le llevarían al campo de la economía política
clásica. Por consiguiente, el camino seguido por los dos her
manos empezó a distanciarse a partir de los años veinte. El
uno se precipitó a los pasillos subterráneos y mohosos que le
conducirían a las barricadas; el otro, dando un rodeo por los
anfiteatros de las facultades, se lanzó a la vía que le llevaría
a la envidiable cátedra de economía política del Conservatorio
de Artes y Oficios. Recordaba más tarde el estudiante que los
impulsos políticos hacían vibrar, como una cuerda de arpa,
al niño Auguste Blanqui. A los diecisiete años, se sintió horro
rizado por la ejecución de cuatro suboficiales, todos ellos
sargentos de La Rochela, implicados en una conspiración car
bonaria 7.
CARBONARIO
i3 Ibid., 1, p. 273.
16 Ib id , II, p. 280.
17 Etienne Cabet, La Révolution de 1830, París, 1833, I, p. 104.
18 A. Calmette, «Les Carbonari sous la Restauration», La Révolution
de 1848, 1913, IX , p. 406.
19 A. Guillon, Les Com plots militaires sous la Restauration, París, 1895,
capítulos 4 y 9.
20 Véase G. de Berthier de Sauvigny, «Lettres inédites de Chateaubriand»,
Revue d'histoire moderna et contemporaine, 1956, III, p. 308.
n* :círbonarib.s esíaban divididos. Varios congresos, con-
cad<& para unir Iqs. fragmentos, no alcanzaron su objetivo.
SeíwiQdBjeron deserciones. . .
‘^ p o S se o rie n ta ro n hacia el samtsimomsino; otros forma-
ro n 'la sociedad Aide-toi, le ciel faldera, que pretendía presen
tarse a las elecciones. Este m ovim iento también participó en
Ja Revolución de 1830.
Blanqui se dedicó al periodismo. Escribió para Le C ou rrier
fr'angais y Le Journal du com m erce, pero sus ingresos de
bían de ser tan escasos que aceptó un trabajo en la Escuela
de Comercio. Considerado ya com o subversivo, estaba vigilado
y fichado por la policía. Cosa curiosa, existía también un expe
diente sobre su hermano 2i, liberal contrario a la conspiración.
Sin embargo, para los Borbones, un liberal era un revolucio
nario.
Se le presentó una oportunidad para volver a provincias:
el puesto de preceptor del h ijo de un general del Im perio resi
dente en el departamento del Garona. El lugar era escabroso,
propicio para escaladas y excursiones. Además de dar largos
paseos por el campo y por la orilla del Garona, leía mucho,
escuchaba los recuerdos personales del antiguo voluntario de
la Revolución, o reflexionaba acerca de sus recientes experien
cias de carbonario. Resulta difícil seguir el curso de sus ideas
durante este período de su vida, casi anónimo. Parece ser que
decidió aprender un oficio y, lo que más nos interesa, comba
tir la dinastía de los Borbones.
Durante los dos años transcurridos en el departamento del
Garona, acabó de crecer. Era pequeño y delgado, más bien
encogido y nudoso. Sus gestos eran impulsivos y felinos. Sus
ojos, profundamente hundidos, fijaban la mirada como un ob
jetivo. Tenía el aspecto pálido y austero de un asceta. Desde
los tiempos eje Puget-Théniers se había acostumbrado al frío
y a un singular régimen: era un vegetariano convencido y un
abstemio completo. Acompañaba con un gran vaso de leche una
comida sana, pero insípida, compuesta de verduras cocidas sin
aliño, sin sabor, y después se bebía un vaso de agua. N i siquiera
una pizca de especias, ni la m enor gota de vino para sazonar
esta insulsa comida. Blanqui no tenía nada de sibarita.
Su rasgo intelectual más llam ativo consistía en una reserva
extremada: se expresaba con frases cortas y concisas; poseía
el arte de escuchar. N o sufrió jamás de verborrea y, por con
siguiente, no llegó a ser nunca lo que se llama un orador.
que los salarios dism inuían22, que había paro y que algunos
oficios desaparecían. Por consiguiente, los obreros continuaron
su guerra contra las máquinas mucho tiempo después de que
todo el mundo víefa su fu tilid a d 23. El nivel de vida de los
obreros franceses era más alto con los Borbones que antes
de la Restauracién; de hecho, el más alto de Europa, según
un observador británico 24. Y , sin embargo, los franceses fueron
las primeras víctimas de los reveses económicos. Su prosperi
dad se acompañaba de miseria. Como sus necesidades habían
crecido, su desgracia resultaba todavía más insoportable ante
el volumen creciente de la riqueza nacional. Estudios recientes
han mostrado que el nivel general de vida era más alto én 1820,
momento en que se sitúa el punto más bajo en la curva des
cendente de los salarios, que en 1800 25. Mas en la industria
mecánica — en' la textil por .ejemplo— la situación material
de los obreros había sido reducida a una pobreza extrema*
Hasta obtener m ayor información, resulta preferible aban
donar el gran debate acerca de la relación entre las máquinas
y la pobreza. Por ahora, sólo podemos decir que, de un modo
poco claro, el plano de la discusión se situaba entre los após
toles del capitalismo industrial — fuente incalculable de bienes
tar material para todos, según ellos— y sus acusadores, que
le imputaban la depauperación de las masas en beneficio de al
gunos. Como ha hecho notar Engels, ninguno de los críticos del
capitalismo, ni siquiera los grandes socialistas utópicos, habla
ba entonces en nombre de los intereses de la clase obrera.
El problema del proletariado no se había planteado antes
de 1820, a pesar de que las concentraciones obreras en las fá
bricas comenzaron antes de dicha fecha. Un cierto número de
obreros, sobre todo entre los especializados, se sindicaron entre
1820 y 1830, a pesar de los trabas lega les26. Las cifras hablan
por sí solas: en un solo año, de 1825 a 1826, el número de obre
ros procesados por asociación ilegal pasó de 144 a 244, y el
número de condenas, de 72 a 182. En 1830 se instruyeron 206
sumarios de este tipo, y fueron condenados 137 obreros 27.
UN POLITICO NEOFITO
36lbid.
35 Mss. Blanqui, f. 178.
2g ' ' Samuel Bernstein
dera de Francia!» Los tres colores que ondeaban sobre las torres
de Notre-Dame desmentían al filósofo. ,
En la plaza de Gréve, Blanqui vio a millares de obreros
armados. Algunos, qué llevaban picas o instrumentos de traba
jo, parecían resucitar así a los sans-culottes', otros tenían sables
o mosquetes. Ante el emblema revolucionario, colocado en lo
alto de la catedral, las miradas se levantaban y los brazos es
bozaban un saludo 46.
El trono de los Borbones habría podido salvarse si sus de
fensores se hubieran decidido a combatir. La insurrección ha
bía sido organizada apresuradamente y la opinión estaba divi
dida. El banquero Casimir Périer y el historiador Guizot, por
ejemplo, se encontraban entre los jefes que temían la guerra
civil. Pero ya habían perdido la iniciativa. El 28 de julio, los ba
rrios del este de la capital caían en manos de los insurrectos.
Cuando, al anochecer del 29, la bandera tricolor fue izada sobre
las Tullerías y en el Palacio Real, la revolución había vencido.
La familia real huyó al día siguiente.
Nuevas decisiones se tom aron en el hotel del banquero Laf-
fitte. Financieros y diputados se reunieron en una conferencia
cuyo objetivo era encauzar la acción de los insurrectos. N om
braron al general La Fayette comandante de la Guardia N acio
nal. Seguidamente, designaron un com ité de cinco miembros
—todos banqueros— para hacer las veces de gobierno, el cual,
sin perder más tiempo, depuso a Carlos X. Prudentemente, se
evitó pronunciar el nombre de un eventual sucesor: sólo se
p rom etió que éste mostraría su agradecimiento a los valerosos
combatientes. Mientras tanto, no se les escatimaron las alaban
zas. Antes de que pudieran com prender el sentido de esa gra
titud y de esa generosidad, Luis Felipe era elevado al trono.
Hemos dejado a Blanqui en la plaza de Gréve mientras salu
daba la bandera tricolor. Los días que siguieron estuvo en el
centro de la refriega. En sus papeles encontramos unas notas
sobre los progresos de la revolución y, lo que resulta más útil
para precisar su posición política, el borrador de dos discur
sos, el primero esbozado p or él al principio de la insurrección
y el segundo durante su desarrollo. Las notas describen su
participación en los combates, por los que se le condecoró 47.
El primer discurso exhortaba al pueblo a tomar las armas
para defender las libertades fundamentales; si no, el Antiguo
48 Ibid., f. 460.
34 Samuel Bernstein
LA RECESION ECONOMICA
4
42 Samuel Bernstein
21 8 de diciembre de 1831.
25 Sodedad de Amigos del Pueblo, op. cit., pp. 42, 52 ss.
36 Carta a Mademoiselle de Montgolfier, 5 de agosto [1831], Lettres,
6 de septiembre de 1906, núm. 8, p. 509 ss.
27 Carta a Mademoiselle de Montgolfier, escrita en Sainte-Pélagie, el
16 de julio de 1831, ibid., 6 de agosto de 1906, núm. 7, pp. 447-451.
jLa form ación de la doctrina de Blanqui 45
AMELIE-SUZANNE
41 I b i d p. 515.
42 I b i d p. 517.
La form ación de la doctrina de B lanqui 53
CRITICOS Y CRUZADOS
ANALISIS Y SINTESIS
6 Gisquet, Mém oires, París, 1840, II, p. 173; Gaz&tte des tribunaux,
16 de diciembre de 1832.
1 Aquí hemos seguido el manuscrito de Blanqui 9592 (3), f. 1 a 13.
ha doctrina de B lanqui 59
EL PAPEL DE LA ELITE
bargo, la paz social 110 era más que una tregua. La prensa
radical continuaba lanzando dardos contra el régimen. Cuan
do los culpables comparecían ante la justicia, los jurados
los absolvían. Por eso, en febrero de 1834, se votaron leyes
para poner un freno a las críticas, y posteriormente obstacu
lizar las libertades obreras. Una de esas leyes obligaba a los
vendedores de periódicos a obtener una autorización; otra
aportaba nuevas restricciones a los intentos realizados por
los obreros para organizarse. Por lo menos, treinta periódi
cos dejaron de aparecer. Las cifras de condenas por asocia
ción ilegal subían y bajaban, aunque la tendencia general era
ascendente, llegando a 543 en 1840.
La legislación estaba en consonancia con la política oficial
desde el principio, pero el clima había cambiado. Existían
asociaciones políticas que instruían al pueblo, unían a los tra
bajadores y coordinaban sus organizaciones. Por consiguiente,
las leyes despertaron un gran resentimiento. Al acusar a la
prensa radical, su intención era amordazar la expresión de
las ideas democráticas, y Le Libérateur estimaba que esas
leyes representaban un anticipo de lo que supondría el re
greso de la rea cció n 1. Las asociaciones políticas y los jefes
de los movimientos obreros veían en ellas astutos expedien
tes para sacar a la luz del día el m ovim iento republicano y
obligarle a' luchar.
La situación se aproximaba rápidamente al punto crítico.
Aventureros y exaltados, impulsados por agentes provocado
res, se preparaban para una prueba de fuerza con el gobier
no. Un conjunto de causas convergentes precipitaron el inten
to en Lyon. En esa ciudad, una crisis económica provocó una
disminución de los salarios y. una huelga general de corta
duración. Tam bién en Lyon predicadores saintsimonianos ha
bían inculcado a los tejedores las nociones de explotación,
asociación y emancipación. Además, subsistían los restos de
los efectos psicológicos de la insurrección de 1831 y de' la
emoción que había causado. La fuerza de la rama lyonesa
de la Sociedad de los Derechos del Hom bre inspiraba un
falaz sentimiento de confianza. Dicha rama se componía de
ochenta secciones, numerosos afiliados en las fábricas, sub
divisiones en los suburbios y una prensa que defendía sin
reservas la causa de los trabajadores.
La sublevación estalló en abril de 1834. Fue un movimien
to nacional en el cual se com prom etieron las municipalida
5 Las actas oficiales del proceso ocupan 15 volúmenes. (Cám ara de los
Pares, Affaire da mois d ’avrií 1834, París, 1834-1836.) E l m ejor relato, por
parte republicana, es el de Louis Blanc, op. cit., II, 1, IV , cap. 10.
6 Archivos nacionales B B 18-1231, expediente 2.165.
Conspiraciones 71
H Mss. Blanqui, 9584 (1), f. 83, Gazette des tribunaux, febrero de 1836,
páginas 23-24-
6'
74 Samuel Bernstein
12 Cám ara de. los Pares, Rapport fait a la Cour par M . Mérilhou, I, pá
ginas 22 ss.
Co nsp ira d o nes 75
!4 Ibid., 1, p. 21.
15 Gazette des tribunaux, 7 de agosto de 1836.
16 F. Lucas-Dubreton, Louis-Philippe et la machine infernóle, París, 1951,
páginas 362 ss.
17 Máxim e D u Camp, Souvenirs d’un demi-siécle, París, 1949, I, pp. 46 y
siguientes.
78 Samuel Bernstein a
Les Convulsions de París, París, 1889, 7.a edición, prólogo, y II, p. 64.
Conspiraciones 79
LA SOCIEDAD DE ESTACIONES
3,5 Cám ara de los Pares, Rapport fait a la Cour par M . Mérilhou, I, pá
gina 113; tam bién Attentat des 12 et 13 mai, interrogatoires des accüsés,
1.a serie, p. 20; 2.a serie, p. 13.
31 F. Jeanjean, op. cit., p. 51..
32 Archivos nacionales B B 18-1376, expediente 7.697.
33 L a m em oria ha sido resum ida por M aurice M oissonnier en «Le
Com m unism e á Lyon ava:nt 1848», Cahiers internationaux, núm. 108, no
viem bre de 1959.
34 R a p p ort... par M . Mérilhou, I, pp. 57-66.
84 Sam uel B ernstein
41 E l texto íntegro de este docum ento se cita en ibid., II, pp. 25-27.
6. L A IN S U R R E C C IO N D E M A Y O DE 1839
PREPARATIVOS Y ESTRATEGIA
7
90 Sam uel B ernstein
7 C ám ara de los Pares, op. cit., «In terrogatoire des accusés», 2.“ serie,
páginas 11 ss.
94 Sam uel Bernstein
más preparado que el propio gob iern o» 15. Paseándose por Pa
rís el 12 de mayo, V ic to r H ugo no observaría anormalidad
alguna, a no ser el sonido de los tam bores que llamaban a las
a rm a s I6. .
LOS PROCESOS
LA VIDA EH LA CARCEL
LA M UERTE DE AM ELIE
INTENTO DE FUGA
CO NFUSIO N DOCTRINAL
frenar la m ecan ización 21; una ley sobre el trabajo de los niños,
votada en 1841, resultó insuficiente e in a plicab le22, y las asocia
ciones obreras estuvieron prohibidas durante todo el reinado
de Luis Felipe, a ju zgar p or los m illares de procesos contra
ellas 23.
Todo tipo de actividad organizada cuyo ob jetivo tendiera a
m ejorar la situación era considerado com o una amenaza por
las gentes en el poder. P or consiguiente, se calificaba de peli
grosa uíia apacible campaña nacional, en 1840-1841, p or la re
baja del censo en las elecciones 24, Más amenazadoras para ellos
resultaban la agitación obrera y las huelgas en 1840, provoca
das p or el paro, la b aja de los salarios y las concentraciones
de capitales. Desencadenada después de la insurrección de la
Sociedad de Estaciones, esta oleada de huelgas y los trastornos
que causaron fueron atribuidos por las autoridades a elementos
subversivos disim u lados25. De hecho, las asociaciones obreras
estaban detrás de los m ovim ientos huelguísticos. Pero, a pesar
de tener todas las armas legales a su disposición, el gobierno
no pudo probar la existencia de una conspiración destinada a
derrocarle. Incluso las violencias de que fue teatro la región
m inera de Rive-de-Gier y Saint-Etienne en 1844 y 1846 26 no pue
den considerarse b ajo tal aspecto, com o hizo la clase dirigente
francesa.
Tras la derrota de la Sociedad de Estaciones, las sociedades
secretas dejaron de constituir una amenaza para la m onarquía
orleanista. Sin embargo, sería exagerado pretender que toda
actividad clandestina había cesado. De vez en cuando se des
cubría la existencia de grupos secretos, pero resultaba im po
sible conocer los lazos que los unían, a’ pesar de la. teoría o fi
cial que los presentaba com o ram ificaciones de un tronco na
cional. En 1841 la p olicía de Lyon creyó haber desarticulado un
«carbonarism o reconstituido» con emblemas, un ritual, una doc
21 Entre 1840 y 1847, el núm ero de locom otoras de vapor pasó de 2.581
a 4.853, y su potencia total de 34.000 a 61.300 caballos. (Jean-Pierre Aguet,
Les Gréves sous la monarchie. de Juillet, Ginebra, 1954, cap. X .)
22 Véase mi estudio The Beginnings of Marxian Socialism in France,
N ueva Y o rk , 1965, 2/x edición, p. 51.
71 Véanse las cifras de 1830 a 1847 en la Oficina de T rabajo, Associations
professionneltes ottvriéreSj París, 1899, I, p. 27.
24 Archivos nacionales, B B 18-1397, expediente 2.619.
25 H enri Ha\iser, «L e s Coalitions ouvrieres et patronales de 1830 a 1848»,
La R evue socialista, 1901, X X X I I I , pp. 543 ss.
26 E. Tarlé, «L a G rande Coalition des m ineurs de Rive-de-Gier en 1844»,
R evue historique, 1936,. C L X X V II, pp. 249-278; Oficina de T rab ajo , op. cit.,
I, pp. 331 ss.
En el M on t-S a in t-M ichel 115
LOS « H I J O S DEL D IA B LO »
EL IN F IE R N O
EL F IN A L DE LA DINASTIA ORLEANISTA
11 Louis Blanc, op. c i t I, pp. 117 ss.; G am ier-Pagés, op. cit., V I p. 101.
14 Procés-verbaux du gotivernem enf provisoire et de la, com m ission
du pouvoir exécutif, París, 1950, pp. 12 ss.
1848 133
LA C O M IS IO N DE TRABAJO
73 Garnier-Pagés, op. cit., V I, p. 183; Lavarenne, op.- cit., pp. 128 ss.
24 Garnier-Pagés, op. cit., V I, pp. 183 ss.
1848 137
10
138 Sam uel B ernstein
EL FRACASO DE UNA M IS IO N
10 Ibid., 9583,'f. 5.
11 Op. cit., p. 151.
(¡2
E l flu jo de la revolu ción 143
'JJ.
los conservadores y los m oderados del Ayuntam iento no
donaban haberse apoderado del puesto más codiciado de París.
Es -fácil im aginarse a Caussidiére y Blanqui frente a fren-
te; aquél, tosco e im ponente; éste, pequeño, débil, con el ca
bello blanco a causa de la cárcel, con el cuerpo roto por las
torturas. E l contraste abarcaba tam bién sus doctrinas: el p ri
m ero se había enredado en las secuelas de 1793; el segundo
tenía un pie en el socialismo. Su único punto de convergen
cia radicaba en su odio por los m oderados y conservadores.
Blanqui propuso un plan de ayuda mutua contra sus enem i
gos comunes: «N o quiero oír hablar de nada», respondió Caus
sidiére entregando su dimisión. Albert, que se encontraba a
su lado, d ijo a su vez: « Y yo también, dame que firm e.»
Blanqui se desconcertó. Había creído que encontraría un pre
fecto com bativo. En su lugar no vio más que un político des
m oralizado. Y eso que la lucha por la supremacía política sólo
había com enzado la víspera. E l deseo de Caussidiére de sus
traerse a las responsabilidades se acordaba tan mal con su
am bición que provocó dudas en el espíritu del visitante: «¿Su
dimisión?, interrum pió Blanqui. ¿Piensa usted presentarla? ¿Y
p o r qué? En el m om ento más crítico, ¿vacila?, ¿retrocede
usted?»
Estas preguntas contenían desconfianza y reprobación. Lo
debió adivinar A lbert porque intentó justificarse: «N o pode
mos aguantar. Esto me fastidia, lo demás me im porta un
b ledo.» «E s increíble. ¿Qué pasa, pues?», preguntó Blanqui.
Caussidiére respondió: «S i no tem iera que esta noche el ene
m igo pudiera entrar aquí me iría a dorm ir a mi casa m etien
do la llave por debajo de la puerta de esta barraca.» A con
tinuación dio algunos detalles sobre el gobierno provisional.
Rem aba la confusión en el Ayuntamiento; ya existían disensio
nes; París se encontraba indefenso; un golpe de mano podría
tener posibilidades de éxito i2.
Si las cosas habían llegado a ese extremo, pensaba Blanqui,
¿por qué Caussidiére estaba dispuesto a retirarse? Es cierto
que no se trataba de un experto -en maniobras políticas; pero
tam poco era un novato. Sus palabras no parecían tener la
m enor coherencia. E l visitante llegó a la conclusión que no
conduciría a nada proseguir la entrevista; solicitó un salvo
conducto al prefecto y se dirigió al. Ayuntamiento: tal vez en
contraría allí republicanos dispuestos a unirse con él.
u Ibid., p. 49.
14 Ibid., p. 53.
E l flu jo de la revolu ción 145
17 Ibid., p. 319.
E l flu jo de la revolu ción 147
EL PODER DE LA IM PR E N TA
21 Tocqueville, op. cit., pp. 104, 115 ss.; L. Blanc, H istoire de la révo
lution de 1848, I, pp. 97 ss., 257 ss.; G. Renard, op. cit., pp. 24 ss., 368 ss.
22 Esta expresión, que resum ía el sentimiento de inseguridad en 1789,
fue popularizada por el célebre historiador Georges Lefebvre.
E l flu jo de la revolu ción 149
11
154 Sam uel B ernstein
40 M ss. B lan qui, 9581, f. 112-114; véase tam bién S. W asserm ann, op. cit.,
páginas 60 ss.
41 H istoire de la révolution de 1848, I, p. 253.
42 La C om m u n e de Paris, 14 de m arzo de 1848.
43 G. Renard, op. cit., pp. 32 ss:; Lavarenne, op. cit., pp. 113 ss.
158 Sam uel Bernstein
12
170 Sam uel B ernstein
LA RESPUESTA
Thiers, publicada en septiem bre de 1848, aunque muy banal, fue una de
las m ás difundidas. Se dice que una traducción inglesa, en noviem bre
de 1848, tuvo una tirada de 100.000 ejem plares. Se publicaron ediciones
populares en Bélgica, Alem ania, España. E l editor inglés decía en una
introducción que «e l tratado del señor Thiers está lleno de esperan
za saca las conclusiones m ás optimistas de la historia del pasado».
Solam ente en Francia, el libro conoció .cuatro ediciones en 1848. Los
Etucles sur íes réformateurs, de Louis Reybaud, aunque publicados en
1840, tuvieron varias ediciones. L a quinta se agotó en 1848, y la sexta
se publicó en 1849. E sta historia tuvo un rival: l'H istoire du com m unis-
nie, ou Réfutation histarique des utopies socialistas, de A lfred Sudre,
París, 1848. L a obra, galardonada p o r la Academ ia Francesa en 1849, co
noció tres ediciones en dos años. R eybaud y Sudre seequivocaron sobre
el origen y el sentido del socialismo. Otros escritos contem poráneos
dirigidos contra el socialismo, pero menos im portantes, fueron los de
A lphonse Grün, Le Vrai et le Faux socialisme. L e Com m unism e et son
histoire, París, 1849; Alphonse Franck, Le Com m unism e jugé par Vhistoire,
París, 1849; Charles M archal, Christianisme et socialisme, París, 1850.
31 8 de abril de 1849.
32 L e Populaire, 9 de a b ril de 3848.
33 Op. cit., II, pp. 157 ss.
176 Sam uel B ernstein
13
186 Sam uel B ernstein
cuyo ob jetivo — confesaba p or p rim era vez— fue realm ente ése.
Los diputados rieron burlonamente. La Asam blea descartó el
problem a votando úna investigación sobre las condiciones de
trabajo 11.
Pocos en la Asam blea se preocupaban p or la cuestión social.
Las numerosas peticiones de aplazam iento de la m edida votada
im plicaban que no interesaba o que se la temía. La razón era
que la investigación no dejaría de provocar agitación y huelgas;
p or eso no se acabó nunca. E l com ité responsable recogió mu
chos testimonios, sin presentar in form e alguno 12. Pero se alcan
zó el ob jetivo inicial: enterrar b ajo una montaña de datos y
de cifras la cuestión espinosa de Louis Blanc.
Un abismo separaba a la Asam blea de los trabajadores. La
Cámara se encontraba absolutamente obligada a m antener el
statu quo. P or consiguiente, no dio un paso por acercarse a
los trabajadores y no hizo nada para aliviar sus sufrim ientos o
desarmar su cólera. Las esperanzas de éstos se habían visto
defraudadas. Las ilusiones inspiradas por los Talleres naciona
les se desvanecieron. Sólo quedaba el aspecto caritativo de esos
talleres, que hería la dignidad humana. Y corría el rum or de
que incluso esa fuente de socorro se acabaría pronto. La Com i
sión de trabajo dejó de reunirse. Los trabajadores se encon
traban desm oralizados, al borde de la desesperación.
M ientras tanto, la Asam blea intentaba distraer a los parisien
ses. Proclam ó oficialm en te la República. Pero este acto p rovocó
demasiadas protestas en el seno de la Asam blea y despertó
sospechas. Además, la Asam blea introdu jo la cuestión polaca en
una situación .política tensa.
Este problem a interesaba a los franceses desde las guerras
revolucionarias de finales del siglo x v m . Tras la derrota de
los insurrectos polacos en 1831, les preocupó mucho más n. Los
refugiados polacos se afiliaron a m ovim ientos radicales y con
tribuyeron a la organización de sociedades socialistas interna
cionales. En 1848 organizaron en Francia una legión con el
11 Com pte rendu des séances de- VAssem blée nationale, París, 1849, I,
páginas 108-112.
12 H ilde Rigaudias-W eiss, Les Bnquétes ouvrieres en Yrance entre 1830
et 1848, París, 1936, cap. V I I I -X I .
13 L a profun da sim patía de los franceses p o r la causa polaca, tras la
sublevación de 1830-1831, se m anifestó por una rica floración de cantos,
discursos, libros y artículos. Un historiador nos dice que estos últim os
eran lo bastante abundantes p ara llenar bibliotecas. (H en ryk Jablonslci,
«D ie internationale Bedeutung der nationalen Befreiungslca.m pfe.in 18.
und 19. Jahrhundert in Polen», Zeitschrift iü r Geschichtswissensghaft,
1956, Beiheft 3, p. 86.)
El re flu jo de la revolu ción 187
14
202 Sam uel Bernstein '■
EL PROCESO DE BOURGES
EL GOLPE DE ESTADO
7 Com pte renda des séances de l’Assem blée nationale legislativa, 1849-
1850, IV , p. 699.
8 M ss. B lanqui, 9581, f. 92 ss., 160.
9 Ibid., 9583, f. 282.
Doullens 209
EN DOULLENS
15
218 Sam uel B ernstein
TEMPESTAD EN E L PEMAL
«AVISO AL P U E B L O »
35 W illich cuenta que aproxim adam ente asistieron mil personas al ban
quete. (Belletristisches Journal und N e w -Y o rk e r Criminal Zeitung, 28 de oc
tubre de 1853, p. 330.) Otro banquete fue organizado en Londres en la John
Street Institution por los republicanos am igos de Ledru-Rollin. E l Times
de Londres, 1 de m arzo de 1851, habla de disturbios entre civiles y sol
dados, el día del aniversario, en M arsella, E strasburgo, Issoudun, Bar-
le-Duc y M ons. E n París, 109 diputados de la oposición celebraron el
aniversario con una com ida, según La République universelle, 1851, III,
página 62.
36 E n una carta al Siécle, 13 de m arzo de 1851, citada en M ss. Blanqui,
9583, f. 385.
37 Corre.spond.ance, IV , pp. 7, 83.
33 Sus Fables, publicadas en 1839, tuvieron seis ediciones en diez años.
35 Mss. B lanqui, 9581, f. 375.
16
234 Sam uel Bernstein
40 Ibid., f. 374-376.
JBelle-Ile 235
sí 21 de octubre de 1854*
14. UN N A C IO N A L IS M O R O M A N TIC O
ANTISOCIALISM O
rielad y para relajar los apretados lazos del orden social, re
sultaba más seguro dejar a la Iglesia el cuidado de form ar
a las -jóvenes generaciones. P or ello, la burguesía aprobó la
ley Falloux y escuchó, contrita, los reproches que Le dirigió
el conde M ontalem bert p or haber estimulado la expansión del
escepticism o y del racionalismo. En efecto, según un publicis
ta contem poráneo inquieto, esas dos doctrinas eran los frutos
subversivos del siglo x v m , que habían- engendrado el socia
lism o del siglo x ix
Este origen perturbaba tam bién al historiador Guizot, el
más eminente portavoz de la alta burguesía, al que Aiexandre
H erzen denom inó un día «e l Metternich- parisiense» 2. Guizot
llam aba a los protestantes y a los católicos a form ar una
alianza contra lo que calificaba de «im piedad anticristiana»;
del m ism o m odo exhortaba a la clase m edia a coaligarse con
la aristocracia para establecer «la paz s o c ia l»3. Aunque no
aprobara ei Im perio, cuya proclam ación trataba de «vergo n
zosa com edia», lo consideraba com o la m ejor solución posi
ble después de 1848. Por eso lo aceptó com o se acepta lo in
evitable 4, e incluso le sirvió en los años 1860.
La opinión francesa parecía padecer de inercia intelectual.
Tocqu eville observaba aversión por las ideas y m iedo a los
argumentos que abrían nuevas vías 5, Pregonar ideas radicales
suponía exponerse al desprecio de los que confundían, bajo
este m ism o calificativo, toda clase de doctrinas, desde el li
beralism o hasta el socialismo. Los enemigos más feroces de
dichas doctrinas las explicaban com o enferm edades a las que
era propensa Europa desde la R eform a p rotestan te6. El re
m edio propuesto - por estos especialistas del diagnóstico con
sistía en el restablecim iento de la soberanía del Papa sobre
Europa.
17
250 Sam uel B ernstein
INTENTO DE FUGA
“ Ibid., f. 105.
39 Ibid., f. 240.
252 Sam uel B ernstein
M a z z in i y B lanqui
LA APATIA POPULAR
7 Cf. H ilde Rigaudias-W eiss, op. c i t p. 223; A.-J. Blanqui, Des classes
ouvrieres en France pendant l'année 1848, París, 1849, p. 90; Christianne
Mai'cilhacy, op. cit., p. 12; La Dérnocratie pacifique, 22 de mayo de 1848;
Rapport des détégués á l’exposition de Londres en 1862, p. 65; Archivos
Nacionales, f. 12-3110, Rapport des ouvriers en cuirs et peaux, F. 13...
y F. 12-3120, Rapport des tailleurs, p. 16.
8 Véase International R eview for Social History, 1939, IV , pp. 231-280.
9 A. Audiganne, Les Populations ouvrieres et les industries de la
France, París, 1860, I I , p. 397.
La creación del p a rtid o blanquista 265
LOS COCODRILOS
26 Ib id ., f. 116.
11 Ibid., f. 15.
25 Blanqui a Lacam bre, 16 de julio de 1861, publicada por D. Riazanov
en La Revue marxiste, 1929, I, pp. 407-411.
29 M . Dom m anget, Blanqui et Vopposition..., p. 18.
La creación del pa rtido blanquista 271
SAINTE-PELAGIB
*s Ibid., p. 35.
46 Em ile Couret, Le Pavillon des princes, H istoire com plete de la pri-
son politique de Sainte-Pélagie, París, 1895, p. 202.
47 Scheurer-Kestner, Sotivenirs de jeunesse, París, 1903, pp. 84 ss.
48 Juliette Adam , M e s premieres armes littéraires et politiques, París,
1904, pp. 330 ss.
276 Sam uel B ernstein
54 Geffroy, op. cit., p. 250. Les Ecoles de France tuvieron 16 núm eros,
del 31 de enero de 1864 al 15 de m ayo de 1864. Querem os expresar aquí
a Claude Perrot y a Léon Centner nuestro agradecim iento por h aber
tenido a bien verificar estas inform aciones. Longuet y el im presor
fueron procesados y condenados a m ultas y a penas de prisión. (Gazette
des tribunaux, 12 de junio de 1S64).
55 Les Ecoles de France, 3 de a b ril y 8 de mayo de 1864.
La creación del partido blanquista 279
19
16. E L ASCE N SO D E L A O P O S IC IO N
ESCEPTICISMO Y M ATERIALISM O
50 Ibid., f. 121-122.
43 Ibid., f. 183, 241-249, 269-272, 282-283, 9592 (3), f. 73-75.
44 Esto fue advertido por funcionarios del gobierno. Cf. p o r ejem plo
los Archivos Nacionales, B B 30-371, T ribunal de Amiens, inform e del
6 de julio de 1868. Véase tam bién Georges W eill, H istoire de l'idée láique
au X I X c siécle, París, 1929, p. 192.
45 Op. cit., p. 8.
E l ascenso de la oposición 295
46 Resulta interesante señalar que siete de los ocho núm eros conte
nían artículos de B lanqui sobre el tema antiespiritualista. Todos estaban
firm ados con el seudónimo Suzamel. Tres de los cuatro artículos que
com ponían su o b ra F o i et scicnce, ou La Sainte M ixture du R. P. Gratry,
Bruselas, 1866, se publicaron prim eram ente en Candide.
47 Tal era el argum ento de Charles Longuet, entre tantos otros. Véase
La R ive gauche, 5 de noviem bre de 1865.
Mss. Blartqui, 9592 (1), f. 117-118.
296 Sam uel B ernstein
LA AGITACION ESTUDIANTIL
w Ibid., 9588 (2), f. 563; 9590 (1), f. 61-66, 170-171; 9592 (1), f. 357-158,
164, 170-171; 9592 (3), f. 202-203. '
50 Señalem os una copia de la carta de Lafargu e del 3 de octubre de
1865 a un corresponsal que no se nom bra, y que es probablem ente
T ridon, en la cual pide a los blanquistas que envíen delegados, Mss.
Blanqui, 9589, f. 376.
M Ibid., 9590 (2), f. 410-412,
E l ascenso de la oposición 297
20
298 Sam uel Bernstein
LA PROPAGANDA
EL BLANQUISMO Y EL SINDICALISM O
21
314 Sam uel B ernstein
38 29 de mayo de 1869.
39 Ibid.., 13 de febrero de 1869, citado p o r E . Jéloubovskaía, La Chute
du Second E m pire et la naissance de la Troisiém e République en France,
Moscú, 1959, pp. 188-189.
La form a ción del partido 315
EL CONGRESO DE GINEBRA
los para que dieran una base obreira a su partido. Los hechos,
sin embargo, demuestran que había pocos puntos comunes
entre el programa blanquista y las aspiraciones de los tra
bajadores. Mientras éstos se sumaban a la Internacional en
número creciente, Blanqui permanecía al m argen de la orga
nización y criticaba los defectos, en lugar de entrar para ayu
dar, desde el interior, a corregirlos.
A pesar de todo estaba dotado de una perspicacia política
poco común. Desde 1848, nadie en Francia, salvo tal vez Ale
xis de Tocqueville, había proporcionado tanta m ordacidad y
lucidez al análisis político. Es claro que examinaba los pro
blemas desde un punto de vista esencialmente nacionalista,
pero los veía en bloque, como enormes trozos dispersos de
un gigantesco conjunto de producción y consumo que form a
ba una sociedad cuyo objetivo supremo era el bienestar ge
neral. Por eso llegó a encarnar el espíritu de la revolución en
Francia en el siglo xix, y esta cualidad llam ó la atención de
Marx.
BLANQUI Y MARX
22
330 Sam uel Bernstein
Un sensible cam bio del clim a político durante los dos últi
mos años del Im p erio inculcó a sus contemporáneos al pre
sentim iento de su próxim o fin. El corresponsal parisiense de
un órgano socialista alemán relataba, a finales de 1869, que la
principal cuestión p olítica consistía en saber si el sucesor del
Im p erio sería una m onarquía constitucional o una república
dem ocrática y socialista. Im presionado p or la fuerza de la
propaganda radical, pensaba que el segundo sistema tenía to
das las posibilidades de ganar 30. P ero sus previsiones no tenían
en cuenta el hecho de que los republicanos se encontraban
divididos en facciones y que cada una tenía ideas concretas
sobre la república social y la manera de instaurarla.
Los blanquistas, que tenían conciencia de hallarse en los
últim os días del Im p erio, redoblaban su actividad. Aceleraban
el reclutamiento, abrían centros de adoctrinamiento, se reunían
33 Ibid., f. 77.
39 Ibid., f. 50.
'10 Su título general es «L e Communisme, avenir de la société», Criti
que sociale, I, pp. 173-220.
41 Mss. Blanqui, 9591 (2), f. 125.
41 Critique sociale, I, p. 203.
336 Sam uel B ernstein
EL FRACASO DE LA VILLETTE
LA TERCERA REPUBLICA
LA PATRIA EN PELIGRO
J0 Ibid., P- 51.
11 Jéloubovskaia, op. cit., pp. 557-558.
350 Samuel B ernstein
EL 31 DE OCTUBRE DE 1870
EL 22 DE ENERO DE 1871
24
20. U L T IM O E N C A R C E L A M IE N T O Y L IB E R A C IO N F IN A L
CAMPAÑA DE A M N ISTIA
LA IN V IT A C IO N DE MARX
44 Ibid.,
f. 418-419.
"3 Ibid.,9591 (2), f. 63.
46 Ibid.,9588 (1), f. 156-157.
47 E l m ejo r estudio es el de Claude W illard, Les Guesdistes, París, 1965.
Véase también Com pére-M orel, JulesGuesde: lesocialisme fa.ithomme,
París, 1937; A. Zévaés, JulesGuesde, París, 1929; y m i ensayo «Jules
Guesde, Pioneer o f M arxism in France», Science and Society, 1940, IV ,
páginas 29-56.
25
378 Samuel Bernstein
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