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Universidad Arturo Michelena

Facultad de Ciencias Económicas y Sociales


Escuela de psicología
Cátedra de Psicoanálisis y Criminología
Sección Única

PSICÓLOGOS QUE TORTURAN


(EL CASO DE MARTIN SELIGMAN)

Jorge Blanco 25.911.790


Domingo Cabrera 26.581.489

Me llamo Martin Seligman, tengo 76 años, nací el 12 de agosto de 1942 en New York. Soy un
filósofo, psicólogo y escritor, algo famoso, se me conoce principalmente por mis experimentos sobre la
indefensión aprendida y su relación con la depresión, y en estos últimos años, por mi trabajo e influencia
en el campo de la psicología positiva.

Pero en esta oportunidad, les relataré como terminé en lo que yo llamo ojo del huracán, debido a unas
supuestas acusaciones de participación en interrogatorios que incluían tortura psicológica, las cuales me
pusieron a la mira de toda la comunidad científica, llevando mi reputación a depender de un hilo, pero
antes...

Un poco sobre mí y mi trabajo

Inicialmente, ejercí de profesor asistente en la Universidad de Cornell, y posteriormente en la de


Pensilvania, donde ascendí hasta llegar a ser profesor de psicología. En 1980 fui nombrado director del
programa de formación clínica de esta última universidad, trabajando durante años en el tratamiento e
investigación de la depresión y otros trastornos. Pero siempre fui consciente de que la psicología clínica,
en general, tiende a centrarse únicamente en los aspectos que generan disfuncionalidad y sufrimiento de
la persona y tratarlos, no existiendo una visión optimista centrada en reforzar los elementos que generan
bienestar. Por eso en 1990 di un vuelco a mi carrera con el fin de centrarme en el estudio de la felicidad.

El mismísimo Aaron Beck, quien fue mi profesor, sirvió de inspiración para mis estudios sobre el
funcionamiento del trastorno depresivo. Que para mí, esta condición es consecuencia, en parte, de un
problema de percepción de la realidad, relacionado con la sensación de pérdida de control y con cómo se
atribuyen causas a las vivencias positivas o negativas: las negativas parecen causadas por uno mismo, y
las positivas son fruto de la casualidad y de los efectos de otros.
En 1967, empecé a investigar con animales, concretamente perros, bajo un paradigma basado en el
condicionamiento operante. Durante dichos experimentos, en que se empleaba estimulación eléctrica,
pude observar cómo los animales sometidos a una experiencia previa en la que no podrían escapar de la
estimulación aversiva dejaban de intentar hacerlo incluso cuando en otros momentos sí hubiesen podido,
manifestando pasividad. Estos experimentos llevaron al nacimiento de la teoría de la indefensión
aprendida, que se asociaría a la ausencia de actividad propia de los sujetos deprimidos: el sujeto
deprimido ha aprendido que su actuación no cambia los acontecimientos y no tiene resultados, de modo
que deja de actuar.

Esta teoría fue una importante contribución que permitiría avanzar en la generación de teorías
explicativas de diferentes aspectos de la depresión y el trabajo centrado en combatir la indefensión. No
conforme, también participé en la creación de diversos métodos para tratar este trastorno en base a la
confrontación y el cambio de los pensamientos automáticos.

Durante el año 1996 fui nombrado presidente de la American Psychiatric Association (APA), una
presidencia que supondría la oportunidad de abrir nuevas vías de investigación y trabajo para esta
ciencia. Mi principal objetivo durante mi mandato era la de aunar conocimiento teórico y práctico.

¿Se acuerdan de mi insatisfacción con la psicología clínica? Pues en 1998 propuse la búsqueda de
una psicología más positiva, no tan centrada únicamente en los aspectos patológicos de la psique y la
conducta y que buscara estudiar los aspectos que nos hacen sentir bienestar y felicidad. Y después de
tanto trabajo, se fundaría pues en el año 2000 la psicología positiva como estudio científico del
funcionamiento humano óptimo, que a partir de entonces he contribuido a expandir, y el Manual
Virtudes y Fortalezas del Carácter. Otra iniciativa relevante mía fue la prevención de la guerra o
conflicto etnopolítico.

Durante 2002 desarrollé la teoría de la auténtica felicidad, en la que propuse el desarrollo de las
fortalezas y características propias para alcanzarla. Durante el año 2003 se crea el Máster de Psicología
Positiva Aplicada bajo mi dirección. A partir de 2005 fui nombrado director del departamento de
psicología de la Universidad de Pensilvania.

En 2010, luego de varias investigaciones, reformulé mi teoría de la auténtica felicidad, apareciendo la


teoría del bienestar y el modelo PERMA, en el que se estudia lo que las personas eligen para aumentar
su nivel de bienestar, incluyendo la emoción positiva, las relaciones positivas, el involucramiento, el
significado y el compromiso.

En la actualidad continúo ejerciendo, como director del Penn Positive Psychology Center y profesor
en el departamento de psicología de la Universidad de Pensilvania. También soy el director del Máster
de Psicología Positiva Aplicada y sigo ejerciendo de consultor en diferentes organismos.
Ahora sí, la parte que les interesa…

Como empezó todo

En 2009, Thierry Meyssan me acusaba en la prensa rusa de haber concebido, en mi calidad de ex


presidente de la American Psychological Association (APA), las torturas de condicionamiento aplicadas
experimentalmente a las personas retenidas en el campo de prisioneros de la base naval estadounidense
de Guantánamo.

A su vez, dio a conocer públicamente las historias de lo sucedió en esa prisión, como los métodos de
tortura empleados, y como no, mi supuesta participación en los mismos, les anexo un fragmento de su
publicación, en la que especialmente se refiere a mí como actor intelectual de dichas torturas:

[…]
Se procedió a construir nuevas instalaciones en la base naval estadounidense de Guantánamo y
comenzó allí la realización de experimentos. La teoría del Albert Biderman se completó con los aportes
de un psicólogo civil, el profesor Martin Seligman, conocida personalidad que fue presidente de la
American Psychological Association.
Seligman demostró que la teoría de Ivan Pavlov sobre los reflejos condicionados tenía un límite. Se
pone un perro en una jaula cuyo suelo está divido en dos partes. De forma aleatoria, se envían descargas
eléctricas a uno u otro lado del suelo. El animal salta de un lado a otro para protegerse. Hasta ahí no hay
nada sorprendente. Posteriormente, se electrifican los dos lados de la jaula. El animal se da cuenta de
que nada puede hacer para escapar de las descargas eléctricas y que sus esfuerzos son inútiles. Y acaba
entonces por rendirse. Se acuesta en el suelo y cae en un estado de indiferencia que le permite soportar
pasivamente el sufrimiento. Se abre entonces la jaula y… ¡sorpresa! El animal no huye. En el estado
psíquico en que se encuentra ya ni siquiera es capaz de hacer oposición. Permanece acostado en el suelo
electrificado, soportando el sufrimiento.
La Marina de Guerra estadounidense formó un equipo médico de choque. Esta envió al profesor
Seligman a Guantánamo. Conocido por sus trabajos sobre la depresión nerviosa, Seligman es una
vedette. Sus libros sobre el optimismo y la confianza en sí mismo son best-sellers mundiales. Y fue él
quien supervisó experimentos realizados con personas como conejillos de indias. Algunos prisioneros, al
ser sometidos a terribles torturas, acaban sumiéndose espontáneamente en el estado psíquico que les
permite soportar el dolor, y que los priva también de toda capacidad de resistencia. Al manipularlos de
esa forma, se les lleva rápidamente a la fase 3 del proceso de Biderman.
Basándose también en los trabajos de Biderman, los torturados estadounidenses, bajo la guía del
profesor Martin Seligman, realizaron experimentos con cada una de las técnicas coercitivas y las
perfeccionaron. Para ello se elaboró un protocolo científico que se basa en la medición de las
fluctuaciones hormonales. Se instaló un laboratorio médico en la base de Guantánamo y se recogen
muestras de saliva y de sangre de los “conejillos de indias” a intervalos regulares para evaluar sus
reacciones. Los torturadores han ido refinando sus métodos. Por ejemplo, en el programa SERE se
monopolizaba la percepción sensorial impidiendo, mediante una música estresante, que el prisionero
pudiese dormir. En Guantánamo se han obtenido resultados muy superiores con los gritos de bebés
reproducidos durante días enteros.
[…]

Dichas declaraciones no fueron muy aceptadas, al principio, por ser expuestas en otros países y otros
idiomas, y considerando que Meyssan tiene fama de extremista y muy fanático de las teorías
conspirativas, pero su insistencia sobre el tema pudo más. Y finalmente, al cabo de una larga polémica,
que incluyó la distribución de la versión en inglés del artículo de Meyssan entre los participantes de un
congreso de la APA y la publicación, en octubre de 2014, del libro Pay Any Price: Greed, Power, and
Endless War del periodista estadounidense James Risen, la propia American Psychological Association
encargó en noviembre de 2014 al abogado David Hoffman y a la firma de abogados Sidley Austin
la realización de una investigación al respecto.

El resultado de esa investigación, que acaba de darse a conocer, dictaminó que la Asociación
Estadounidense de Psicología participó en el programa de torturas de la administración Bush.

«El proceso mediante el cual se creó el Grupo de Trabajo Presidencial sobre Ética Psicológica y
Seguridad Nacional (PENS), la procedencia de sus miembros, el contenido de su informe y las
actividades ulteriores vinculadas al informe fueron influenciadas por la confabulación entre un pequeño
grupo de miembros de la Asociación Estadounidense de Sicología y responsables gubernamentales»,
declaró la doctora Susan McDaniel, miembro de la comisión investigadora interna.

La comisión investigadora especula que todo partió, de una reunión entre la CIA y mi persona,
realizada en 2001, en mi casa, y con la participación de 18 personalidades. La comisión afirma,
sin embargo, no haber podido determinar el grado de conocimiento que tenía yo sobre las torturas que
se aplicaban siguiendo sus consejos, lo cual es completamente verídico.

Por supuesto que yo no me iba a quedar de brazos cruzados mientras se ponía en juego mi reputación
y credibilidad, y tuve que romper silencio y defenderme públicamente a través de una…

Carta a Meyssan

1) Yo «supervisé las torturas experimentales en los prisioneros de Guantánamo».


2) «La Marina de Guerra estadounidense formó un equipo médico de choque. Esta envió al profesor
Seligman a Guantánamo (…) Y fue él quien supervisó experimentos realizados con personas como
conejillos de indias.»
3) «Los torturadores estadounidenses, bajo la guía del profesor Martin Seligman, realizaron
experimentos con cada una de las técnicas coercitivas y las perfeccionaron.»
Todo eso es falso y totalmente infundado.
Lo que sigue es todo lo que yo sé de la controversia sobre la tortura y cuál fue mi papel:
Yo impartí una conferencia de 3 horas auspiciada por la Joint Personnel Recovery Agency en la base
naval de San Diego a mediados de mayo de 2002. Fui invitado a hablar de la manera como los soldados
americanos y el personal civil americano pudieran utilizar lo que se sabe sobre la impotencia aprendida
para resistir a la tortura y esquivar eficazmente los interrogatorios de sus carceleros. Fue sobre eso que
yo hablé.
Me dijeron entonces que, como yo era (y sigo siendo) un civil sin acreditación de seguridad, no
podían proporcionarme detalles sobre los métodos americanos de interrogatorio. También me dijeron
sus métodos no utilizaban «violencia» ni «brutalidad». James Mitchell, acusado por la prensa de estar
detrás del programa de tortura en Guantánamo y en otras partes, se encontraba entre el público, que se
componía de unos 50 o 100 oyentes.
Yo presenté mis investigaciones sobre la impotencia aprendida a ese público de la Joint Personnel
Recovery Agency. Hablé de la manera como los soldados americanos y el personal civil americano
podían utilizar lo que se sabe sobre la impotencia aprendida para resistir a la tortura y esquivar
eficazmente los interrogatorios de sus carceleros. En ninguna otra ocasión he discutido yo mis
investigaciones con Mitchell ni con ninguna otra persona implicada en esta controversia. Posteriormente
he leído en la prensa que los torturadores utilizaron mis teorías sobre la impotencia aprendida como base
parcial de lo que hicieron. De ser cierto, fue algo que se hizo sin mi consentimiento, sin tener yo
conocimiento de ello y, por supuesto, sin mi «supervisión».
Nunca los supervisé ni estuve asociado a los supuestos programas de tortura. Nadie me invitó nunca a
Guantánamo.
No tuve contacto con la JPRA ni con el SERE después de la reunión de mayo de 2002. Nunca he
trabajado bajo contrato público (ni bajo ninguna otra forma de contrato) sobre aspectos de la tortura, ni
estaría dispuesto a hacer un trabajo sobre la tortura.
Nunca he trabajado en interrogatorios. Nunca he visto un interrogatorio y lo único que sé sobre ellos
lo he aprendido de forma pasiva a través de la literatura sobre los interrogatorios.
Me acongoja y me aterra que la buena ciencia, que ha ayudado a tanta gente a sobreponerse a la
impotencia aprendida y a la depresión nerviosa, haya sido utilizada con fines inhumanos.
Lo más importante es que nunca he practicado ni servido de consejero en la práctica de la tortura.
La desapruebo enérgicamente.

Después de esta carta, de todo este proceso, que al final quedó a manos de los espectadores, yo seguía
trabajando, y nunca se me enjuició por nada (porque nunca incumplí la ley), pero la APA se vio mal
vista por toda las implicaciones posteriores, y su recurrente implicación en estos escándalos…

Yo me había salvado, pero al parecer, la APA no

Según Mayer en “The Dark Side”, y según otros informadores a lo largo de los últimos años, en las
semanas que siguieron a mi clase, James Mitchell hizo un uso liberal del paradigma de la “indefensión
aprendida” en las duras tácticas que diseñó para interrogar a los prisioneros retenidos por la CIA. Un
prisionero fue encerrado en posición fetal en una jaula tan diminuta que no le permitía hacer el menor
movimiento, sólo podía yacer en esa posición fetal. La jaula había sido claramente diseñada no sólo para
restringir movimientos, sino también para hacer que el detenido respirara con la máxima dificultad
posible. En los períodos en los que el detenido estaba fuera de la jaula, el mecanismo de tortura
permanecía siempre ante su vista para que fuera constantemente consciente de que estaba pendiente su
regreso al dispositivo de tortura.

Otro detenido fue suspendido por los dedos gordos de los pies con las muñecas atadas por encima de
su cabeza. Sin embargo ese detenido tenía una prótesis que los agentes le quitaron para que se estuviera
balanceando sobre la punta de un pie durante horas o para que colgara de las muñecas.

A la mayoría de los detenidos se les sometió a largos períodos de aislamiento en la más absoluta
oscuridad y frecuentemente desnudos. Se minimizó al máximo el contacto humano durante esos
períodos. En uno de los casos, el único contacto humano que tuvo un detenido se producía durante una
única visita diaria en la que aparecía un hombre enmascarado que afirmaba: “Ya sabes lo que quiero”,
para desaparecer a continuación.

En base a estos informes de los medios y documentos gubernamentales, parece más que probable que
se utilizó mi trabajo sobre “indefensión aprendida” para ayudar a desarrollar esas técnicas de tortura tras
mi presentación en la escuela SERE.

La respuesta de la APA a mi asunto fue desconcertante. Mi informe es exacto, no se me permitió


saber cómo iba a utilizar la CIA mi material porque no tenía autorización, evidentemente se me engañó.
Como mínimo, uno esperaría que la APA se preocupara lo suficiente por este engaño e hiciera sonar una
alarma de cautela contra la implicación de psicólogos inocentes en programas del gobierno que
potencialmente pueden utilizarse para diseñar técnicas de tortura en los interrogatorios.

En lugar de eso, la APA ha hecho esfuerzos inauditos para mantener y ampliar las oportunidades para
que los psicólogos trabajen para instituciones de seguridad e inteligencia estadounidenses. Además, la
APA copatrocinó una conferencia con el FBI durante la cual se sugirió que los terapeutas informasen a
los funcionarios encargados del reforzamiento de la ley de la información obtenida durante las sesiones
de terapia que pudiera suponer un “riesgo para la seguridad nacional”. Los esfuerzos de la APA
incluyeron tareas de lobby para el mantenimiento de “inapreciables programas de ciencia conductiva
dentro de la Actividad de Campo de la Contrainteligencia del Departamento de Defensa (CIFA, en sus
siglas en inglés) sobre cómo se reestructura y se pierde la fortaleza personal”.

Para quienes no están familiarizados con esta cuestión, el programa de la CIFA se clausuró debido a
numerosos escándalos, entre ellos: mal uso de cartas sobre cuestiones de seguridad nacional para
conseguir acceder, sin garantías legales, a información financiera privada de determinados ciudadanos,
la dimisión de un congresista acusado de aceptar sobornos a cambio de contratos de la CIFA y, según el
New York Times, la recogida de “una amplia base de datos internos que incluía información sobre
protestas antibelicistas organizadas en iglesias, colegios y lugares de reunión cuáqueros”. Aunque se
trató de una operación muy secreta, el directorio de psicólogos de la CIFA era famoso por sus
arriesgados asesoramientos sobre los detenidos en Guantánamo, que incluían la remisión de preguntas
para uso de los interrogadores. El asunto de la implicación de los psicólogos en los esfuerzos de la
“seguridad nacional” es algo muy delicado. Aunque a nivel ético pueda haber vías apropiadas y
aceptables para que los psicólogos participen en esas actividades, incluso una conciencia histórica
superficial adivierte que tal implicación es con frecuencia éticamente problemática.

Esta historia, mi historia, junto con la actual, de autorizaciones bien documentadas para torturar a los
detenidos, debería haber representado una seria advertencia para los dirigentes y psicólogos individuales
de la APA sobre los riesgos morales de ayudar al aparato de la seguridad nacional, especialmente bajo la
actual administración estadounidense. Pero la APA no se ha preocupado de ayudar a los psicólogos a
enfrentar esas situaciones éticamente peligrosas. Muy al contrario, la APA se ha mostrado insensible
ante el uso de técnicas psicológicas de tortura y ante el papel como ayudantes de los psicólogos en esas
torturas. Esa misma insensibilidad ha alarmado a muchos psicólogos de dentro y de fuera del país.

Y…

¿Qué pienso al respecto de todo esto?

Los dirigentes actuales de la APA han fallado a los psicólogos y han fallado a la profesión de la
psicología. No soy ningún santo, admito mis errores, y cada día lamento que mis aportes a la psicología
sean usados de una manera cruel e inhumana, estoy al tanto que cuando se informó a la APA de la
utilización de mi “indefensión aprendida”, que han servido para guiar la manipulación, por parte de los
psicólogos, de las condiciones de los detenidos, esta continuó ignorando o minimizando esos informes.
En lugar de preocuparse, se han dedicado a afirmar que la presencia de psicólogos en los sitios negros de
la CIA y en campos de detención “fortalece la seguridad”.

Esos no son nuestros valores, los que yo promoví. Los actuales dirigentes de la APA nos han hecho
sentirnos avergonzados a nosotros y a nuestra profesión. Ya es hora de que la APA clarifique que los
psicólogos no pueden éticamente apoyar de ningún modo ni en ningún momento tácticas de tortura o
coercitivas en los interrogatorios.

Mi invitación es que nunca se involucren en este tipo de asuntos, nunca fallen a la ética, nunca se
involucren en algo si no saben cuál es el fin verdadero de eso. Yo fui engañado, y ese engaño casi
arruina mi reputación y mi carrera, y le abrió un camino al hundimiento de la APA y de la percepción
que se tiene del psicólogo. Recupera el buen nombre del psicólogo con el aporte que le vas a dar a la
sociedad y a la comunidad científica. No dejes a la profesión morirse.

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