Sunteți pe pagina 1din 2

Anatomía del fascismo

Según el historiador Robert Paxton, el siglo XIX se caracterizó por el nacimiento de tres grandes corrientes
ideológicas: el conservadurismo, el liberalismo y el socialismo. Pero en el siglo XX surgiría una cuarta
sumamente destructiva y nociva para la sociedad: el fascismo. Sus peligros aún no están exorcizados del
todo, por ello, nunca está de más volver a ahondar en sus orígenes y sus peligrosos planteamientos
totalitarios. El fascismo fue un fenómeno complejo que cobró una fuerza inusitada a partir de la Primera
Guerra Mundial. Sus raíces son profundas, no se sabe con certeza cuál fue el primer país impulsor, aunque
el nombre lo puso Mussolini, los fascios. Y como matiza, este autor, este no surgió como debilidad de las
democracias, si bien se aprovechó de este clima inestable propiciado por la guerra mundial para
fortalecerse.
En unos países encontró, prontamente, su camino, caso de Italia, en otros, de forma más tardía pero más
virulenta, como Alemania, halló su espacio político y, en otros, donde podía haberse desarrollado, incluida
Gran Bretaña o Francia, no lo hizo. De los dos modelos, el fascismo italiano y germano, se destacan notables
diferencias, como ocurre con el liberalismo, si bien el perfil básico es el mismo. Una ideología estatalista (el
estado lo es todo), sobre la que prima la autoridad de un líder carismático imbuido con poderes sagrados,
una política de masas, en donde el individuo queda subordinado a la nación y a sus intereses, una
arbitrariedad en la justicia y la autoridad mal entendida, que hacen palidecer el Estado de derecho y,
finalmente, que no por último, un contenido racista o antisemita (sobre todo, en el lado alemán).

Los procesos que llevaron a que en Alemania o Italia emergiera y acabara por consolidarse una estructura
de Estado totalitario fue muy diferente, pero las dos partieron de una crisis interna de las instituciones
democráticas. En Italia, como consecuencia de la debilidad provocada por una victoria insuficiente en la
guerra. En Alemania, principalmente, la clave vino a ser el crack del 29, a partir de ese momento, el partido
nazi dejó de ser una formación minoritaria para alzarse en el primer y único partido de masas fascista que
llegaría al poder de una forma legal (aunque nunca alcanzaría más allá del 37% de los votos en unas
elecciones libres). Tal y como señala Paxton y otros autores, todo podía haber sido diferente.

La evolución del fascismo vino en consonancia con sus perversas virtudes, el oportunismo político y su
capacidad de adaptación, frente a los partidos tradicionales. Estas dos fueron sus mejores armas en el
momento precioso (y en sí mismas, también, el peligro que abrigaban en su haber), así como, por supuesto,
el uso recurrente de la violencia. Es este punto en donde los nuevos estudios sobre la Alemania nazi nos
descubren el modo tan eficaz con el que aquí se ejerció un selectivo terror político. Una violencia dirigida
contra determinados grupos sociales, no contra la sociedad en general, lo que hizo que fuera una
violencia tolerable para las clases medias al estimar, falsamente, que les evitaría males mayores (aunque, a
la postre, acabará arrastrándolos a una guerra mundial sumamente destructiva). A diferencia del fascismo
italiano, que provocó muchos más muertos en sus orígenes, para crear las favorables condiciones que
permitieron, a pesar de ser un grupo minoritario, convertir a Mussolini en dictador, en Alemania la
utilización de la fuerza fue mayormente después, con el fin de acabar con la oposición y los indeseables. No
obstante, para ambos casos, Paxton señala que el fascismo nunca hubiera podido implementarse en ambas
sociedades si no lo hubiesen permitido ni hubiesen colaborado o apoyado las elites conservadoras.
Creyeron que sería un muro de contención al comunismo, al que temían tanto, a veces de forma
injustificada y por eso estimaron más conveniente ceder el mando a Hitler y Mussolini, en la ingenuidad de
creer que serían capaces de controlarlos. Nunca entrevieron el carácter perverso y manipulador que el
fascismo traía consigo. Su ideal era proceder a llevar a cabo la revolución fascista, construir un nuevo
modelo de hombre y sociedad, en el que el espíritu nacional emergiera, borrando o extirpando aquellos
cuerpos gangrenados de la sociedad, incluidos, en su origen, el capitalismo egoísta.
Para ello, hicieron un control abusivo de la educación y de la sociedad, establecieron el partido único y unas
organizaciones afines, para establecer un rígido y uniformador control de la sociedad, que nunca fue
posible del todo. Pero las nuevas estructuras del poder fascista, el partido, más que nada, convivieron con
las tradicionales creando un Estado dual o en paralelo, con sus contradicciones y armonías; puesto que su
proyecto requería de una activa participación de las elites conservadoras, del Ejército y de la Iglesia (en
mayor medida, en el caso de Italia, pero no menos importante en Alemania). Eso no evitó tensiones ante las
políticas antieconómicas planteadas por la obsesión de la autarquía, en el intento de preparar a la sociedad
para la guerra que se avecinaba; o tensiones en el mismo seno del fascismo de aquellos que en su purismo
ideológico querían alcanzar el mito de la nación fascista hasta sus últimas consecuencias. Por todo, el
fascismo cabe definirse como una ideología incoherente, demagógica, oportunista, más espiritual que
pragmática. Era más un artículo de fe que un conjunto de realidades, vertebrado únicamente por el carisma
del líder, más que por un ideario concreto. Su fin, alcanzar una sociedad primitiva, ellos serían los señores,
bajo el estandarte del imperialismo, utilizando un nacionalismo racista como elemento cohesionador.

El fascismo supo jugar con las propias debilidades del sistema para enraizarse, si bien se mostró que no era
un sistema político viable, aunque la guerra no hubiera determinado su suerte porque primaba el egoísmo,
la corrupción y las confrontaciones internas que solo podían regularse en la medida en que las políticas
tuvieran éxito.

S-ar putea să vă placă și