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Autor/es: Coviello, Pedro José Jorge El Derecho, [266] - (16/02/2016, nro 13.

895) [2016]
La distorsión del empleo público(*)(**)

Desde los cambios de gobierno en la Nación, las provincias y los municipios producidos a fines del
año pasado, tomó relevancia –quizás como nunca había ocurrido antes– el tema de la estabilidad
de los empleados públicos que no habían ingresado a la Administración por los carriles
institucionales correspondientes.

En la ocasión, pretendo en este trabajo señalar algunas reflexiones que me han surgido y, en
especial, la peligrosidad que pudiera derivarse de una errada interpretación del caso “Kek”, de
cuestionables aristas jurídicas.

1. Aunque los estatutos son variados, podemos decir que en todos existe un componente común
que es el ingreso en determinadas categorías previo concurso, o acreditando antigüedad y
antecedentes técnicos, y por supuesto morales, que conformen la observancia de los recaudos de
la idoneidad exigida por la Constitución Nacional. Otro componente, no menos importante, es que
debe existir una planta orgánica y partida presupuestaria que habiliten su ingreso.

La gran marejada –con características de tsunami– de designaciones, incorporaciones y ascensos


ocurrida en los últimos tramos del año pasado –aunque se había tibiamente iniciado desde fines del
2014, sin perjuicio de la creación de inútiles organismos con nombres estrambóticos, todo ello,
cuanto menos, en el orden nacional– encendió la luz de alarma en distintos ámbitos de la sociedad
ante la magnitud de las cifras en cantidad de empleados y dispendio presupuestario que aún se
siguen suministrando.

La preocupación no solo campeaba en los gobiernos de nuevo signo, sino también en los
continuadores del mismo partido que gobernaba anteriormente. También los empleados públicos de
carrera, desde mucho antes, habían visto con asombro la invasión de empleados de agrupaciones
gobernantes con brevet de paracaidistas, cuyas aptitudes personales distaban de ostentar
conocimiento técnico o humildad personal y profesional.

Las cifras que se manejan son tremendas y los casos específicos llaman a primera vista la
atención, como es, entre otros, la noticia aparecida en el diario La Nación del 26 de enero pasado
sobre ascensos y designaciones hechas –nada menos– dentro de la Procuración del Tesoro de la
Nación a través del decreto 2507/14.

2. Por cierto que no debe ceñirse la crítica de tal exceso de nombramientos cuestionables a la
Administración pública, centralizada o no (los empleados de las empresas públicas son también
empleados públicos), o creación de reparticiones innecesarias, puesto que otro tanto ha ocurrido en
los órganos legislativo y judicial.

Es que el empleo público constituye la tabla de salvación para los interesados y los propios
gobiernos, puesto que con las designaciones disminuyen las cifras de la tasa de desempleo, de
consuno con los planes sociales, que se los considera como una forma de trabajo (en lugares que
conozco, de fomento a la vagancia).

Así, es clásico el ejemplo de la Biblioteca del Congreso de la Nación, en la cual, entre los
supernumerarios, aparecen los apellidos de familiares de conocidos políticos y legisladores (en
algún caso en que intervine como juez pude comprobar detalladamente muchos de esos apellidos
en la Biblioteca del Congreso). Y en el Poder Judicial y los Consejos de la Magistratura –aunque en
mucho menor grado– suceden casos similares, hasta escandalosos. Es decir, en todos los ámbitos
del poder se cuecen habas en materia de empleo público.
Agrego una anécdota tragicómica: mi suegro me contó que cuando asumió un cargo público en su
provincia, ordenó al día siguiente que todos los trabajadores se presentaran en las oficinas,
sentados en sus escritorios. ¿Qué ocurrió? Cuando llegó al día siguiente pudo ver cómo se
peleaban entre ellos para ocupar el escritorio de los que realmente trabajaban. Me han dicho que
situaciones parecidas se habrían vivido en algunos ministerios. Es más, escuché al directivo de una
empresa estatal comentar que había dado de baja a empleados de cierta jerarquía que nunca
habían concurrido al trabajo.

Digo que es tragicómico porque lo trágico es que los sueldos los pagamos los contribuyentes a
través de los distintos tributos a los que estamos obligados a pagar.

3. Otra irregularidad notable, evidenciada sobre todo el año pasado, se produce en las postrimerías
de un gobierno, cuando se pasa a planta permanente a empleados que no tienen estabilidad, como
es el caso, entre otros, con los contratados o los transitorios, o los empleados de gabinete, que,
como es sabido, duran mientras permanecen en sus cargos quienes los nombraron.

4. Pues bien, ante este panorama surge la pregunta de qué hacer con tales irregularidades.

Me atrevo a aportar modestamente algunas ideas surgidas del estudio y la experiencia, que espero
que sean de utilidad.

En primer lugar, hay que actuar con mucha prudencia, sin resentimiento ni ánimo de venganza, y
con gran sentido de justicia.

Actuar con apresuramiento o manu militari sería el peor de los remedios. Hay que estudiar cada
situación, o, en todo caso, los supuestos que guarden homogeneidad para su trato conjunto y con
la misma solución (por ejemplo, en el caso de contratos con fecha de vencimiento, no renovarlos
–mas no caprichosamente–).

5. Una pauta, que no por ser una verdad de Perogrullo resulta descalificable, es confrontar los
respectivos ordenamientos sobre el ingreso a la función pública.

Junto con ello, dos recaudos fundamentales: si el cargo forma parte de la planta orgánica de la
repartición y, muy importante ello, si hay partida presupuestaria. De lo contrario el acto carecería de
causa, sin perjuicio de otros vicios que concurran al caso, según los respectivos ordenamientos
locales.

Lo que pasa es que en nuestro país el presupuesto se ha transformado en cualquier cosa, que lo
puede modificar un ministro o –lo más grave– mediante un DNU (desgraciadamente la fiebre de los
DNU sigue vigente, aunque habría que evaluar si en la actualidad hay supuestos que los
justifiquen), cuando en una República es un instrumento fundamental para el funcionamiento del
Estado, y habilitante del ejercicio de las competencias asignadas por el ordenamiento jurídico. (Sin
partida, por ejemplo, es nula la obra pública llevada adelante sin contar con ella; basta recordar el
precedente de Fallos: 310:522, “Libedinsky”).

6. Una objeción que se podría oponer es que se afectarían, en algunos casos, los derechos
adquiridos y, en otros, que transcurrieron los plazos para adquirir el derecho a la estabilidad.

En los argumentos son errados: frente a una nulidad no hay derechos adquiridos ni estabilidad
alguna. La Administración puede en cualquier momento anular en su propia sede o, de no ser
posible, iniciar la acción de lesividad.

Otro argumento que leí es que mientras dure la buena conducta el empleado no puede ser
separado. Aunque haya existido buena conducta, la solución es la misma, es decir, hay que anular
el contrato, o, de haber vencido el término, no renovarlo, de estimarse necesario. Distinto será, de
corresponder, el tema indemnizatorio, para lo que habrá que tener en cuenta las pautas señaladas
por la Corte Suprema en “Ramos”.

7. Puedo mencionar algunos casos que, más allá de su resultado, eventualmente podrían servir al
objetivo de este trabajo:

a. El primero es el precedente “Budano, Raúl Alberto c. Facultad de Arquitectura” (Fallos: 310:1045,


1987), en el cual frente a la revisión de los nombramientos realizados por el gobierno militar de
1976-1983, y la invocación de la existencia de un derecho adquirido por quien había participado de
un concurso en la Facultad de Arquitectura en la Universidad Nacional de Buenos Aires, la Corte
rechazó el recurso con base en el dictamen del procurador general Juan Gauna, quien sostuvo,
entre otros argumentos y en lo que aquí interesa, que nada de ello ocurría, máxime que el actor no
podía desconocer la existencia del vicio que excluía del concurso a quienes hubieran sido
prescindidos de la Administración pública en los cinco años anteriores al concurso. Obsérvese que
era, en cierto modo, el reconocimiento de invocar la anulación de oficio del acto administrativo por
el conocimiento del vicio.

b. Otro caso que encontré, algo extraño, fue el precedente “B., E. A. c. Municipalidad de
Concepción del Uruguay”, de Fallos: 319:2005, 1996, en el que si bien se rechazó el recurso
extraordinario deducido por la municipalidad demandada, la disidencia de los exjueces López y
Vázquez muestra algunos aspectos dignos de tener en cuenta.

Para ello haré una brevísima síntesis: el actor había sido contratado por el municipio para llevar
adelante los juicios de este. Como contratado, solo percibiría en retribución los honorarios que se le
regularan judicialmente. Durante algunos años se le había renovado el contrato, hasta que en el
último año lo designaron Director de Asuntos Jurídicos, interino, del Municipio. El cargo era político,
por lo que no tenía estabilidad.

Poco antes del cambio de gobierno municipal, solicitó el actor que se le reconociera la estabilidad,
puesto que, de acuerdo con la Constitución provincial y el régimen estatutario provincial y
municipal, la adquiría transcurridos seis meses. Luego de algunas idas y venidas burocráticas, se le
reconoció estabilidad en la categoría 24 del escalafón municipal, cargo y jerarquía que no formaba
parte de la planta orgánica estable ni existía como tal. Al asumir el nuevo gobierno, se anuló la
designación, entre otras cosas porque el cargo no era de planta sino político y era, además,
contratado, por lo que estaba excluido del beneficio de la estabilidad.

La Corte provincial hizo lugar a la impugnación del actor, al sostener que debió haberse ejercido la
acción de lesividad para anular el acto. La Corte nacional, por mayoría, aplicó el art. 280 del cód.
procesal civil y comercial (o sea, no sabemos qué quiso decir, o por qué razones no lo hizo),
mientras que la disidencia sostuvo que podría aplicarse la anulación de oficio dado el conocimiento
del vicio, máxime siendo abogado el actor, invocando, entre otros, los precedentes “Budano” y
“Furlotti Setien” (Fallos: 314:322, 1991). No sé si ulteriormente el Municipio prosiguió mediante el
proceso de lesividad, puesto que la sentencia, a mi modo de ver, no afectaba la competencia para
declarar la nulidad posterior.

Lo más curioso es que años antes la Corte en un caso de parecidos ribetes, “M., R. A. c. Provincia
de Entre Ríos” (Fallos: 310:2927, 1987, del que solo está publicado el sumario y por ello las partes
que reproduzco son de este), había sostenido lo contrario, al habilitar, por un lado, el control de la
interpretación dada por el máximo tribunal provincial más allá de que la cuestión tuviera relación
con la interpretación de normas locales, “cuando se ha asignado a un contrato un alcance reñido
con la literalidad de sus términos y la clara intención de las partes, y lo decidido no se basa en
explícitas razones suficientes de derecho”; agregó, entre otros argumentos, que “el carácter
permanente de las tareas asignadas al empleado no importa borrar el título que dio origen a su
nombramiento”. En cierto modo, tal doctrina, constante en la Corte, fue morigerada en “Ramos”, del
que se hablará más abajo.

c. ¿Qué es lo aquí importante en ambos casos? Sencillo: si el agente conocía que no podía
ingresar o acceder al cargo de manera irregular, es lógico que la Administración pueda anular la
designación por conocimiento del vicio. La jurisprudencia de la Corte Suprema a partir del caso
“Almagro” (Fallos: 321:169, 1998) lo habilita.

Puede ser que se precise iniciar una acción de lesividad, aunque me cuesta creer que hoy en día
un empleado público desconozca cómo debe acceder a la función pública (creo que hasta doña
Rosa lo sabe). Habría que tener presente, en fin, lo que dispone cada ordenamiento local para tales
casos de anulación.

Un supuesto que podría darse es que desconociera el agente que el cargo no contaba con partida
presupuestaria ni formaba parte de la planta orgánica, y entonces sí sería necesario deducir la
acción de lesividad, previa participación en sede administrativa del afectado en el procedimiento de
lesividad.

En el caso “Budano”, por ejemplo, creo que el argumento invocado en punto al conocimiento del
supuesto vicio es algo endeble, puesto que podría admitirse que un arquitecto pueda desconocer
ciertos vericuetos iuspublicistas en materia de concursos. En cambio, en el caso “B.”, del Municipio
de Concepción del Uruguay, era evidente que es poco admisible que un abogado que actúa en la
Administración, o incluso que sea especialista, pueda invocar que desconoce las normas que
regulan el acceso a la carrera.

d. Ahora bien, el caso que podría llevar a equívocos por una, a mi juicio, errada sentencia de la
Corte Suprema es el del fallo “Kek, Sergio Leonardo y otros c. Municipalidad de Coronel Du Gratry
s/demanda contencioso administrativa”, del 25-3-15(1).

Una lectura ligera podría llevar a la errada creencia de que los nombramientos espurios, dictados
en violación del ordenamiento, no pueden ser invalidados.

Explico brevemente el caso:

d.1. El Concejo Deliberante de la municipalidad citada, de la Provincia del Chaco, había pasado a
planta permanente a empleados transitorios. A los pocos meses las designaciones fueron dejadas
sin efecto al invocarse la ley 4233, orgánica de las municipalidades –del año 1995–, que establece
en su art. 60, inc. e), que son atribuciones y deberes del Concejo municipal sancionar ordenanzas
que “aseguren el ingreso a la Administración municipal por concurso”.

No me voy a extender en el estudio crítico del caso, pero señalo puntos que jurídicamente me
asombran. Afirmar que “el a quo no tuvo en cuenta que el principio general es el de la estabilidad
de los actos administrativos y no el de restablecer sin dilaciones el imperio de la juridicidad” es
directamente olvidar el principio de legalidad o juridicidad, aun ante un mamarracho jurídico,
dejando arbitrariamente de lado lo dicho hace más de veinte años en “Furlotti Setien” y sus
precedentes.

En este caso la Corte había dicho que la potestad anulatoria “encuentra suficiente justificación en la
necesidad de restablecer sin dilaciones el imperio de la juridicidad, comprometida por la existencia
de un acto afectado de nulidad absoluta y que, por esa razón, carece de la estabilidad propia de los
actos regulares y no puede generar válidamente derechos subjetivos de los particulares frente al
orden público interesado en la vigencia de la legalidad” (el énfasis me pertenece).

De distintos modos la Corte había impuesto dicha obligación anulatoria, con tal fórmula precisa,
desde los casos “Rodríguez Blanco de Serrao”, Fallos: 302:898, 1980, y “Hernández”, Fallos:
305:2170, 1983.

Es más, hace pocos años, en el caso A. 414. XLIV. R.O., “Astilleros Mestrina SA de CyRNICF c.
Estado Nacional Ministerio de Economía s/cobro de sumas de dinero”, del 14-9-10 (no publicada en
la colección oficial, pero sí en el sitio de la CS), el tribunal insistió con dicha doctrina, pero con un
detalle particular al afirmar que “esta Corte ha señalado que el art. 17 de la ley 19.549 establece
expresamente –siguiendo a los ordenamientos más modernos en el derecho extranjero– la
obligación de la administración pública de revocar en sede administrativa sus actos irregulares,
salvo que el acto se ‘encontrara firme y consentido y hubiere generado derechos subjetivos que se
estén cumpliendo’, supuesto en el cual ‘sólo se podrá impedir su subsistencia y la de sus efectos
aún pendientes mediante declaración judicial de nulidad’ (Fallos: 314:322 [caso ‘Furlotti Setien’]).”

d.2. No se trata de una competencia de principios para buscar un ganador, sino de la aplicación de
ellos. Ninguno confronta, sino que armonizan en cada caso. Bien han escrito los hermanos
Comadira(2) que el fallo de la Corte parece introducir una dicotomía –inexistente a nuestro juicio–
(discrepo con los jóvenes juristas: no “parece” introducirla, sino que la sostiene).

Pero no hay que olvidar que el de juridicidad tiene primacía, a partir del art. 31 de la CN, y en el
ámbito nacional, el art. 17 de la LNPA establece que el acto administrativo afectado de nulidad
absoluta “debe ser revocado o sustituido por razones de ilegitimidad aun en sede administrativa”.
Más claro...

Obsérvese que, si se quiere ser puntillista, el principio de estabilidad se insiere en la juridicidad para
tener valor. No hay estabilidad si el acto es nulo.

d.3. Por otra parte, al decir, casi en la misma idea, que “la exigencia de concurso para acceder a
este tipo de cargos no surge con claridad de las normas que rigen el ingreso a la administración
comunal, es insostenible. Ello es así, pues el art. 60, inc. e), de la Ley Orgánica de Municipalidades
4233 no ha sido reglamentado en la Municipalidad de Du Gratry y no hay una norma específica en
esta Comuna que imponga tal requisito”, evidentemente se olvidó de estudiar en el caso la
Constitución del Chaco, que en el art. 70 impone a la Cámara de Diputados que la ley
reglamentará, entre otras cosas, “las bases y tribunales administrativos para regular su ingreso, por
concurso o prueba de suficiencia, los ascensos, remociones, traslados o incompatibilidades”.

A su vez, el art. 119, inc. 17, de dicha Constitución impone al Legislativo, en lo que aquí interesa,
dictar “el régimen jurídico básico y el escalafón único para el personal de la administración pública;
organizar el régimen de ingresos y ascensos sobre la base del concurso público de antecedentes y
oposición...”.

Creo que, de tal forma, la norma del ingreso a la función pública por concurso devenía obligatoria,
puesto que esa era la intención del constituyente y del legislador. La demora en la aplicación no era
otra cosa que la demora del legislador municipal (la Constitución es del año 1994, la ley del año
1995 y las ordenanzas del año 2003). En esta idea, si los derechos surgen claros de la letra de la
Constitución o de una ley, la falta de reglamentación no puede invocarse si ya están estatuidos los
derechos, y lo mismo vale para los deberes impuestos por la norma (en el caso, que el ingreso
fuera por concurso).

d.4. En el caso se introduce, a mi modo de ver indebidamente, la idea de la protección de las


legítimas expectativas, del mismo modo que la Corte Suprema lo había hecho en el caso “Ramos”
(Fallos: 333:311, 2010), al sostener que la ordenanza anulada de oficio las habría generado en los
actores (consid. 9º).

En “Ramos” la Corte reconoció el derecho a una indemnización por ruptura de la relación laboral,
mas no la reincorporación. Dijo algo que hay que tener bien presente y viene al caso: “No puede
sostenerse que el actor tenga derecho a la reincorporación en el cargo. Esa conclusión vulneraría
el régimen legal de la función pública, y el principio constitucional que prevé que corresponde al
Congreso autorizar anualmente el presupuesto general de gastos de la Administración Nacional, y
que toda erogación que se aparte de estos límites resulta ilegítima (artículos 75, inciso 8º de
nuestra Carta Magna y 29 de la ley 24.156)” (consid. 8º). Recomiendo la relectura de dicho consid.
8º, que para estos casos es decisivo.

Es decir, una incorporación irregular, aunque haya existido confianza legítima, no habilita la
incorporación a la planta permanente.

e) Por suerte hay regímenes que tienen bien explicitadas las consecuencias de la violación de las
normas sobre el ingreso.

Vaya como ejemplo lo dispuesto en el ámbito nacional en el art. 6º de la ley 25.164, según el cual
las designaciones dictadas en contradicción con las normas vigentes “podrán ser declaradas nulas,
cualquiera sea el tiempo transcurrido”.

Por una parte, la reglamentación efectuada a través del decreto 1421/02 establece que “la nulidad
de la designación será resuelta por la autoridad que dispuso el nombramiento. En todos los casos
deberá aplicarse el correspondiente procedimiento de investigación para determinar las eventuales
responsabilidades a que diere lugar dicha situación. La autoridad de aplicación solicitará dicha
nulidad ante la autoridad competente en los casos en los que tome conocimiento de violaciones a lo
dispuesto en los artículos 4º y 5º del Anexo a la Ley que se reglamenta por el presente o de
cualquier otra norma vigente”.

Por otra, el art. 14 del Código de Ética de la Función Pública, aprobado por el decreto 41/99,
establece que “[q]uien disponga la designación de un funcionario público debe verificar el
cumplimiento de los recaudos destinados a comprobar su idoneidad. Ninguna persona debe
aceptar ser designada en un cargo para el que no tenga aptitud”. Y su violación lo hace pasible de
sanciones administrativas, civiles y penales, de acuerdo al art. 47.

8. En casos como los aquí planteados, en los que considero que aviesamente se sobrepasa la
legalidad, la declaración de nulidad deviene imperativa. No es que –más allá de lo dicho en el caso
“Kek”– la autoridad tenga la “facultad” de anular o no, sino que tiene el “deber” de anular. La
competencia es obligatoria para el órgano administrativo.

Y cuando se está ante un caso de nulidad manifiesta (creo que, por vía de principio, serían dichos
supuestos), la Corte fue suficientemente clara en “Furlotti Setien” y otros precedentes.

9. ¿Qué ocurre con los contratados? La situación de ellos no reviste, por vía de principio, carácter
irregular. Salvo que en la prestación del servicio se comprueben irregularidades, o que la
contratación se llevó a cabo sin fundamento alguno, por lo cual tendría lugar un vicio de desviación
de poder. Mas no es un vicio fácil de demostrar, conforme así lo dice la experiencia. (No obvio decir
que desde hace muchos años hay contratos, rotulados de “locación de obra”, cuando en realidad
son de empleo y no de trabajo independiente, que contienen cláusulas leoninas para el trabajador,
y ello, entre otras razones, para no hacer los aportes sociales o asumir las responsabilidades del
empleador. Ello se ve, según la información pública reciente, en organismos claves en el control del
empleo, como la AFIP y el Ministerio de Trabajo. Esto es algo que, de ser así, hay que corregir de
alguna vez).

La Corte Suprema en los casos “Ramos”, ya citado, y “Sánchez” (Fallos: 333:335, 2010; ambos
fueron de la misma fecha) fijó ciertas pautas respecto al temperamento a seguir, sobre todo
cuando, como ocurrió en el primero, la ilegítima prórroga del contrato había despertado legítimas
expectativas en los agentes. Mas, como se expuso más arriba, ello no genera el derecho a la
incorporación a la planta permanente.

El punto de fricción surge cuando pretenden continuar en su labor los contratados. Pero hay algo
claro: los contratos tienen plazo, y los contratos obligan a lo que las partes se comprometieron. En
todo caso, como se apuntó en “Ramos”, quedaría la discusión del derecho a una indemnización.

10. Un punto a veces olvidado es el de la responsabilidad penal, aparte de las administrativa y civil,
que les cabe a quienes designaron en forma ilegal a los empleados, o en caso de tener
conocimiento del hecho, no adoptaron las medidas necesarias para poner fin a la situación
irregular.

Creo que es un defecto de los administrativistas olvidar la inserción en nuestro campo de normas
fundamentales vinculadas con la Administración pública, como son los siguientes supuestos
penales de abuso de autoridad y violación de los deberes de los funcionarios públicos, en especial,
en los arts. 248, 249 y 253 del cód. penal, que castigan no solo al que mal los nombra, sino también
a los que aceptan los cargos sin tener los requisitos legales.

11. Las pautas mencionadas y sus precedentes son solo la determinación de una línea jurídica.
Ciertamente queda sujeta a la prudencia de los responsables determinar qué se va a hacer para la
eventual reubicación de las personas que accedieron en forma no pulcra al Estado en sus tres
ramas supremas. Ello, porque no todas las situaciones son similares, y no todos son, como se
pretende rotularlos, “ñoquis”.

Lo que no me cabe duda es que si las designaciones son nulas, hay que anular, o iniciar en su
caso las acciones de lesividad correspondientes; las autoridades no pueden jurídicamente evadirse
del deber de anular.

Y si hay intención de que quienes se incorporaron ilegítimamente permanezcan, solo se podrá


hacer ello a través de los canales jurídicos. Y nada más.

No es cuestión de hacer beneficencia con las arcas estatales, que no son de los gobernantes en
turno, sino del pueblo. Un empresario puede hacer beneficencia con sus dineros; el gobernante
debe administrar honesta y equitativamente los fondos públicos, los del pueblo, que se le confían.

A su vez, deberá actuarse por la vía que corresponda contra quienes violaron la ley. La sangría
económica que se ha ocasionado con nombramientos ilegales (sea con el gobierno que fuere) no
puede quedar solo en la mera anulación o condena moral.

No dejo de tener en cuenta a quienes actuaron de buena fe, como tampoco a los que durante años
y años fueron “contratados”. En los casos “Madorrán” (Fallos: 330:1989, 2007), “Ramos” y
“Sánchez” la Corte fue clara.

Será cuestión de ejercer, por parte de los gobernantes y sus asesores, la prudencia, la primera de
las virtudes cardinales o morales, y virtud eminente del gobernante, y del jurista, para solucionar los
distintos casos que se presenten, con justicia y equidad.
En última instancia, ante las decisiones que en la materia pudieran considerarse arbitrarias o
abusivas, o sea necesario fijar límites jurídicos al ejercicio de las potestades administrativas en
materia de empleo, será el Poder Judicial quien tenga la palabra definitiva. Y en él confío.

VOCES: DERECHO ADMINISTRATIVO - EMPLEO PÚBLICO - EMPLEADOS PÚBLICOS -


ADMINISTRACIÓN PÚBLICA - ESTADO - PROVINCIAS - JURISPRUDENCIA - CONSTITUCIÓN
NACIONAL - PROCESO ADMINISTRATIVO

* - Nota de Redacción: Sobre el tema ver, además, los siguientes trabajos publicados en El
Derecho: Aspectos reglamentarios del Régimen Disciplinario del Empleo Público de la ciudad de
Buenos Aires, por Pablo Mosca, EDLA, 2010-A-1121; El devenir del empleo público a partir de la
transitoriedad, por Miriam Mabel Ivanega, EDA, 2013-253; Improbidad del funcionario público, por
Augusto Durán Martínez, EDA, 2013-743; Precedentes para recordar. Las responsabilidades
disciplinaria y penal, por Miriam Mabel Ivanega, EDA, 2014-715; Consolidación de la doctrina de la
csjn protectoria del trabajador estatal no permanente frente al despido arbitrario: casos "ramos",
"cerigliano" y posteriores; su recepción en el ámbito bonaerense: caso "maza vergara", de la SCBA,
por Miguel A. Abdelnur, TySS, 03/2015-97; Resolución administrativa que adopta medidas
antidiscriminatorias en los procesos de selección de personal, por Hugo Roberto Mansueti, TySS,
08/2015-545; La relación de empleo público desde la perspectiva de las legítimas expectativas del
empleado, por Eugenia Mara Cardelli, EDA, diario nº 13.783 del 4-8-15; Breve análisis sobre el
ingreso al empleo público y sus consecuencias económicas, por Julián Ianiv Azar, EDA, diario nº
13.801 del 31-8-15; La ley 26.944 de responsabilidad del Estado y los funcionarios públicos, ¿es
una ley local o federal?, por Adriana María A. Padulo y Pablo Esteban Perrino, EDA, diario nº
13.831 del 13-10-15. Todos los artículos citados pueden consultarse en www.elderecho.com.ar.
** - El autor es Profesor titular ordinario de la Pontificia Universidad Católica Argentina.
1 - EDA, diario nº 13.783 del 4-8-15. Sobre el caso escribió Eugenia Cardelli, comentando en el
citado diario, La relación de empleo público desde la perspectiva de las legítimas expectativas del
empleado.
2 - Comadira, Julio P. - Comadira, Fernando G., El caso "Kek" y la estabilidad del acto
administrativo –Comentario al fallo "Kek, Sergio Leonardo y otros c/ Municipalidad de Coronel Du
Graty s/demanda contencioso administrativa"–, El Dial - Administrativo, del 9-10-15.

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