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Ensayo: Función

Pedagógica de la
Evaluación
CURSO: ESTRATEGIAS DIDACTICAS CON PROPOSITOS
COMUNICATIVOS

Profesora: María Rosario Cocom Pech

Alumna: Guadalupe de los Ángeles Uc Tuyub


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Tomado de:
“La función pedagógica de la Evaluación”

Jorba, J ; Sanmartí, N. (2000)

INTRODUCCION
Evaluar es visto habitualmente, tanto por profesores como por estudiantes, como
sinónimo de calificar, de enjuiciamiento "objetivo y preciso" de la capacidad y
aprovechamiento de los estudiantes.

La evaluación durante el proceso de aprendizaje o formativa es un término


que fue introducido en el año 1967 por M. Scriven para referirse a los
procedimientos utilizados por los profesores con la finalidad de adaptar su proceso
didáctico a los progresos y necesidades de aprendizaje observados en sus alumnos.

Responde a una concepción de la enseñanza que considera que aprender


es un largo proceso a través del cual el alumno va reestructurando su conocimiento
a partir de las actividades que lleva a cabo. Si un estudiante no aprende, no es
solamente debido a que no estudia o a que no tiene las capacidades mínimas, sino
que también puede ser motivado por las actividades que se le proponen.

Este tipo de evaluación tiene, pues, como finalidad fundamental una función
reguladora del proceso de enseñanza – aprendizaje para posibilitar que los medios
de formación respondan a las características de los estudiantes. Pretende
principalmente detectar cuáles son los puntos débiles del aprendizaje más que
determinar cuáles son los resultados obtenidos en dicho aprendizaje.

DESARROLLO
Evaluar es visto habitualmente, tanto por profesores como por estudiantes,
prácticamente como sinónimo de calificar. Así lo han puesto de relieve los estudios
sobre las concepciones docentes espontáneas o los análisis de la práctica
evaluativa. Dichos estudios muestran que, para la mayor parte del profesorado, la
función esencial de la evaluación es medir la capacidad y el aprovechamiento de
los estudiantes, asignándoles una puntuación que sirva de base objetiva para las
promociones y selecciones.
Todos estos resultados cuestionan la supuesta precisión y objetividad de la
evaluación en un doble sentido: por una parte muestran hasta qué punto las
valoraciones están sometidas a amplísimos márgenes de incertidumbre y, por otra,
hacen ver que la evaluación constituye un instrumento que afecta muy decisivamente
a aquello que pretende medir; dicho de otro modo, los profesores no sólo nos
equivocamos al calificar, sino que contribuimos a que nuestros prejuicios -los
prejuicios, en definitiva, de toda la sociedad- se conviertan en realidad: las chicas
acaban teniendo logros inferiores y actitudes más negativas hacia el aprendizaje de la
Física que los chicos; y los alumnos considerados mediocres terminan efectivamente
siéndolo. La evaluación resulta ser, más que la medida objetiva y precisa de unos
logros, la expresión de unas expectativas en gran medida subjetivas pero con una
gran influencia sobre el comportamiento de los estudiantes y de los mismos
profesores.

La evaluación se convierte así en un instrumento de aprendizaje, es decir, en


una evaluación formativa, substituyendo a los juicios terminales sobre los logros y
capacidades de los estudiantes. Pero, aunque ello representa un indudable progreso,
éste resulta insuficiente si no se contempla también como un instrumento de mejora
de la enseñanza. En efecto, las disfunciones en el proceso de enseñanza/ aprendizaje
no pueden atribuirse exclusivamente a dificultades de los estudiantes y resultará difícil
que los alumnos y alumnas no vean en la evaluación un ejercicio de poder externo (y,
por tanto, difícilmente aceptable) si sólo se cuestiona su actividad.

Si realmente se pretende hacer de la evaluación un instrumento de seguimiento


y mejora del proceso, es preciso no olvidar que se trata de una actividad colectiva, de
un proceso de enseñanza/ aprendizaje en el que el papel del profesor y el
funcionamiento del centro constituyen factores determinantes. La evaluación ha de
permitir, pues, incidir en los comportamientos y actitudes del profesorado. Ello supone
que los estudiantes tengan ocasión de discutir aspectos como el ritmo que el profesor
imprime al trabajo o la manera de dirigirse a ellos. Y es preciso evaluar también el
propio currículo, con vistas a ajustarlo a lo que puede ser trabajado con interés y
provecho por los alumnos y alumnas. De esta forma los estudiantes aceptarán mucho
mejor la necesidad de la evaluación que aparecerá realmente como un instrumento
de mejora de la actividad colectiva.

Las funciones de la evaluación pueden resumirse, pues, en:

1. Incidir en el aprendizaje (favorecerlo)


2. Incidir en la enseñanza (contribuir a su mejora)
3. Incidir en el currículo (ajustarlo a lo que puede ser trabajado con interés y
provecho por los y las estudiantes).

Tradicionalmente, la evaluación se ha venido aplicando casi con exclusividad al


rendimiento de los alumnos, a los contenidos referidos a conceptos, hechos,
principios, etc., adquiridos por ellos en los procesos de enseñanza. A partir de los
años sesenta, la evaluación se ha extendido a otros ámbitos educativos: actitudes,
destrezas, programas educativos, materiales curriculares didácticos, la práctica
docente, los centros escolares, el sistema educativo en su conjunto y la propia
evaluación.

CONCLUSION

La información que se busca se refiere a las representaciones mentales del alumno


y a las estrategias que utiliza para llegar a un resultado determinado. Los errores
son objeto de estudio en tanto que son reveladores de la naturaleza de las
representaciones o de las estrategias elaboradas por el estudiante.

A través de los errores se puede diagnosticar qué tipo de dificultades tienen


los estudiantes para realizar las tareas que se les proponen, y de esta manera poder
arbitrar los mecanismos necesarios para ayudarles a superarlos. Pero también
interesa remarcar aquellos aspectos del aprendizaje en los que los alumnos han
tenido éxito, pues así se refuerza este aprendizaje.

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