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Introducción

El ser humano ha utilizado sustancias químicamente activas durante


siglos para disminuir el dolor, atenuar la enfermedad, corregir el
comportamiento y modificar la psique.

Desde épocas muy remotas, las plantas y sus efectos psicoactivos han
sido empleados con distintas finalidades: éxtasis religioso, participación en
aquelarres, dominio de la mente, búsqueda de placer, o alivio de una gran
variedad de con diciones patológicas, incluyendo las enfermedades mentales
(Conesa y Brugger, 1998). Esta variedad de usos ha hecho difícil distinguir en
los primeros tiempos entre una terapéutica empírica basada en la racionalidad
y ciertas prácticas con un evidente contenido mágico-religioso.

Se cree que el empleo de sustancias con propiedades psicoactivas se


inicia con los paleohomínidos, que las consumieron en el marco de rituales
religiosos que buscaban la purificación. No obstante, los primeros datos
incuestionables sobre consumo de fármacos psicotrópicos se localizan en Asia
Menor. En Mesopotamia, por ejemplo, la primera droga que llega al registro
escrito es el opio. Los egipcios, 3.000 años antes de Cristo, ya tenían una
colección de 26 volúmenes sobre medicina y drogas, entre las que se incluían
el opio, el cáñamo, las solanáceas y algunas bebidas alcohólicas.

Dos mil doscientos cincuenta años antes de Cristo aparece también uno
de los primeros herbarios, en el seno de la cultura sumeria (que también
consumió bebidas alcohólicas, como cerveza y vino). En los libros sagrados
de Irán, los Vedas de la India y el Antiguo Testamento se citan, asimismo,
multitud de drogas y sus diferentes indicaciones. Las sociedades prehistóricas
de Irán, China, Japón, Corea y la América precolombina utilizaron igualmente
las drogas y los fármacos procedentes de las hierbas para tratar las
enfermedades y lograr estados de comunión con la divinidad (Escotado,
1999).

El empleo de sustancias naturales con fines variados constituye un fiel


reflejo de las ideas y creencias de cada época relativas a la salud, la
enfermedad, la naturaleza de la existencia humana, las causas de las diversas
patologías corporales y mentales, etc.

A pesar de las grandes diferencias que pueden apreciarse en estos


aspectos entre culturas como la griega, la islámica o la cristiana, hasta
comienzos del siglo XIX la historia es relativamente constante en lo referente
a la parquedad y falta de interés sobre la enfermedad mental, la monotonía en
los recursos terapéuticos disponibles, y el rechazo social, más o menos
manifiesto, con respecto a la locura. Nuestros ancestros, por ejemplo, creían
que la enfermedad tenía causas sobrenaturales, y por ello elegían las
medicinas en función de sus supuestas propiedades mágicas (Álvarez, 1998).
Estos remedios populares se asociaban a menudo con ideas de fertilidad,
nacimiento y revitalización.

Del mismo modo, en muchas culturas se consideraba que las posesiones


demoníacas eran las responsables de las alteraciones mentales y la locura, y
por tanto los remedios medicinales iban dirigidos a expulsar del cuerpo estas
fuerzas negativas (Martínez, 1998; Sneader, 1990).

Estas prácticas revelan que, en ciertos aspectos, la historia de la


psicofarmacología tiene mucho que ver con la historia de la locura y el modo
en que ésta se ha intentado resolver desde planteamientos culturales distintos
(Barcia, 1998).

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