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LA VERDAD CIENTÍFICA
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problema es cómo pasar de la biografía y de los aspectos psicológicos del científico a la estructura de la
verdad científica. La verdad del teorema de Pitágoras, por ejemplo, no depende del “hombre” Pitágoras;
la verdad del teorema está en su estructura, pero ésta es independiente de su génesis, de la
personalidad y la vida de Pitágoras.
El problema de este enfoque es que, al centrarse en los aspectos psicológicos, que son genéricos,
comunes a otras muchas actividades humanas (religión, filosofía, arte, política, etc.), no consigue dar
cuenta de la especificidad de la ciencia.
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consenso de la comunidad científica, que es siempre provisional. Esta tesis cuadra muy bien con la
filosofía posmoderna, en auge en nuestros días, que niega que haya verdades. No hay verdades
permanentes, las teorías van cambiando como las modas sociales. En esta perspectiva sociologista, las
verdades son resultado de un consenso de la “comunidad científica” condicionado por el contexto social
de cada época. Su estructura es la de una ley parlamentaria que, en un momento dado, tiene el apoyo
de la mayoría de diputados, pero que puede perderlo en favor de otra alternativa. No hay principios
universales, necesarios, que respalden la ley y, en cualquier momento, ésta podrá ser cambiada por una
nueva mayoría.
Nosotros negamos la tesis sociologista de la verdad científica como consenso: la verdad científica no se
funda en un consenso social (de la comunidad científica), sino en cómo está construida. Toda verdad
científica es un sistema de piezas que encajan de forma necesaria. La verdad se funda en la
demostración de que ese encaje es necesario. El consenso social resultará de la aceptación de la verdad,
una vez demostrada, pero nunca podrá fundarla.
La respuesta historicista (sociologista) es que las verdades científicas de ayer no son las de hoy y que las
de hoy no serán las de mañana. Esto es cierto en parte, pero ello no significa que las verdades cambien
como si se tratara de modas sociales. Lo que hay es una evolución: las nuevas verdades, más amplias,
incorporan a las anteriores en sus mallas. No niegan las anteriores, sino que son una versión crítica
basada en las verdades antiguas, que siguen siendo verdaderas dentro del campo que cubren. Por
ejemplo, la mecánica moderna (la mecánica relativista de Einstein) desarrolla la mecánica clásica (la de
Newton) incorporándola en sí misma. La ciencia es acumulativa, evolutiva. Las verdades no cambian o,
para ser más precisos, sí cambian, pero las anteriores no son negadas, sino rectificadas en algunos
aspectos, y siguen siendo válidas en la franja de fenómenos para las que han sido diseñadas.
Recapitulando lo expuesto hasta el momento diremos que nosotros, sin negar el hecho de que las
ciencias son instituciones en relación con otras, que influyen en la sociedad, al tiempo que son influidas
por ella (que al fin y al cabo es la tesis del materialismo histórico de Marx), lo que no admitimos es el
sociologismo, que interpreta la ciencia como resultado únicamente del consenso.
En este punto, una vez negado ese sociologismo fuerte, conviene decir algo más acerca del alcance
gnoseológico del enfoque sociológico. En este sentido, se trata de ver cuál es la influencia del mundo
heredado en la ciencia, porque cada científico hereda una determinada constitución del mundo, y es
desde esa plataforma desde donde hace ciencia:
Influencia limitativa o negativa: por ejemplo, en los tiempos de la pila de volta, no se podían
plantear los problemas de los rayos catódicos. En cada momento histórico hay limitaciones a la
ciencia, dadas, sobre todo, por la tecnología de que se dispone, pero también por otros factores. Por
ejemplo, la bioética también impone límites: la Declaración Universal de los Derechos Humanos
impide que se hagan ciertas investigaciones con humanos. Las limitaciones son de muy diversos
tipos: económicas, tecnológicas, ideológicas, &c.
Influencia directiva o selectiva: el mundo heredado dirige las investigaciones, selecciona lo que
tenemos que investigar. Las investigaciones exigen presupuestos muy altos y, por tanto,
determinados gobiernos eligen, deciden, un tipo de investigación y no otro. Queda patente en los
tiempos de guerra, pero también en el campo de la Medicina: el ébola no se investigó hasta que no
afectó al “Primer Mundo”; las llamadas “enfermedades raras” no se investigan, porque no resulta
rentable; etc.
Influencia conformativa o de impronta: por ejemplo, en el caso de la máquina de vapor, se da una
influencia directiva, pero también una de impronta, conformativa, ya que los problemas internos de
la Termodinámica están conformados (constituidos desde dentro) por la máquina de vapor. Esta
influencia conformativa tiene importancia gnoseológica: el mundo heredado no sólo influye para
que se investigue una cosa u otra, sino que da forma a los teoremas científicos. Por tanto, el mundo
heredado es de importancia ineludible para una filosofía de la ciencia. En este sentido, tiene
pertinencia el enfoque sociológico.
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Como conclusión, diremos que la relación entre filosofía y sociología es polémica, porque, por un lado,
se critica el sociologismo, pero, por otro lado, el enfoque gnoseológico no puede negar la pertinencia del
sociológico.
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Este descripcionismo se ve en el paradigma de la ciencia inductiva (la inducción o razonamiento
inductivo consiste en la formulación de enunciados generales a partir de le experiencia de un número
determinado de casos concretos), al modo como la concibió Francis Bacon (siglo XVI). También se ve en
el positivismo lógico del Círculo de Viena (siglo XX).
El descripcionismo es una teoría de la verdad científica muy deficiente. Ha sido muy criticada, sobre todo
desde posturas teoreticistas. Es una teoría muy poco ajustada a la ciencia del presente. Se pudo
mantener en el pasado, cuando las ciencias estaban en una fase temprana de recopilación de datos. Pero
cuando hay que analizar verdades científicas complejas, como la teoría de la relatividad, el paradigma
descripcionista resulta problemático e insuficiente. La teoría de la relatividad no se hace a partir de una
recogida sistemática de datos, sino que, en cierto sentido, se hace a priori, y luego se buscan los datos.
Por otra parte, el descripcionismo no tiene ningún sentido en relación con las ciencias formales
(matemáticas y lógica), donde no se llevan a cabo observaciones empíricas, o con las ciencias que
estudian el pasado (sobre todo la historia, pero también la biología, con la teoría de la evolución). El
pasado no está ahí, no se puede des-cubrir o des-velar; solo se puede construir.
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La concepción teoreticista funciona bien en el ámbito de las ciencias formales y de la física teórica,
donde falla el descripcionismo. Sin embargo, ofrece una imagen muy especulativa de la ciencia y está
cercana al escepticismo: la frontera entre lo que es ciencia y lo que no es difusa; por otra parte, las
verdades científicas son teorías, pero las teorías pueden cambiar; puede haber “revoluciones” en la
manera de pensar; no hay, pues, verdades estables.
c) Adecuacionismo: las verdades científicas se dan cuando hay una adecuación entre forma (teorías)
y materia (hechos)
Es la teoría que supone que la verdad científica radica en la adecuación entre los datos empíricos
(materia) y las teorías (formas). Es una adecuación que previamente supone la disociación. El
adecuacionismo es una teoría muy difundida porque es la teoría de la verdad del sentido común (en
contextos no científicos).
Ésta es la teoría de Aristóteles (Segundos analíticos). Es también la teoría de la verdad que se maneja en
la escolástica, en Santo Tomás, por ejemplo: la verdad como adecuación entre el intelecto humano y el
intelecto divino. Dios es un sujeto operatorio que construye el mundo. El científico adecua sus
operaciones a las divinas, al intelecto divino, para conocer el mundo creado por Dios. Este es un
contexto operatorio donde la idea de verdad como adecuación resulta clara, aunque no sea asumible
desde posiciones materialistas ateas. Otro autor adecuacionista es Giambattista Vico (Principios de
ciencia nueva, siglo XVIII), que también se mueve en un contexto operatorio, aunque, esta vez,
exclusivamente humano: el intelecto divino es incognoscible, con lo que no puede haber adecuación
entre el intelecto humano y el divino; por eso, el hombre no puede conocer la naturaleza (obra de Dios),
sino solo lo que él mismo hace (verum est factum), es decir, la historia. El historiador adecua sus
operaciones a las del sujeto histórico estudiado. En las ciencias humanas, esta idea de Vico de la verdad
como adecuación (entre las operaciones del científico y las del sujeto de estudio) funciona. Aquí es
posible el paradigma adecuacionista porque hay dos sujetos: el científico y el temático. Sobre esto
volveremos más adelante.
En el ámbito de las ciencias naturales, la adecuación se daría entre una serie de hipótesis y teorías y una
serie de hechos empíricos dados anteriormente por otras vías diferentes de las que llevan a las teorías.
La teoría adecuacionista reúne las ventajas, pero también los problemas, del descripcionismo y del
teoreticismo. Se supone que hay una adecuación entre hechos y teorías, pero para llegar a esta
conclusión tendríamos que suponer: 1) Que podemos conocer los hechos con independencia de las
teorías; y 2) que podemos elaborar teorías puramente teóricas, al margen de los hechos.
El problema principal del adecuacionismo es considerar que una teoría y un hecho son entidades
aisladas, independientes. Cualquier tramo de la ciencia tiene componentes teóricos y componentes
empíricos, porque estos componentes no se pueden considerar en sí mismos, sino en su relación mutua;
se interdefinen. Ej.: Pensemos en Kepler. Imaginémoslo en una colina mirando el amanecer. Con él está
Tycho Brahe. Kepler considera que el Sol está fijo; es la Tierra la que se mueve. Pero Tycho, siguiendo a
Ptolomeo y a Aristóteles, al menos en esto, sostiene que la Tierra está fija y que los demás cuerpos
celestes se mueven alrededor de ella. ¿Ven Kepler y Tycho la misma cosa en el Este, al amanecer? En las
retinas de ambos se forman las mismas imágenes. Así pues, parece que ellos ven la misma cosa…, y, sin
embargo, sus experiencias son diferentes, el sentido de lo que ven es completamente distinto. No hay,
por tanto, hechos puros; los hechos tienen una carga teórica (tesis de la carga teórica de la observación:
Hanson), se dibujan en el contexto de ciertas teorías; pero estas, tampoco son teorías puras, porque no
pueden flotar en el vacío, sin referencia a los hechos.
d) Circularismo:
Las teorías circularistas no son teorías directas. La posición circularista es una crítica de las tres
posiciones anteriores, por eso engloba cosas muy heterogéneas, en principio muy indefinidas. Por eso
no se le puede asociar a priori ninguna teoría sobre la verdad científica concreta.
El enfoque circularista diría que la idea de hecho no es primaria. No hay hechos puros. Un hecho se
dibuja frente a dos o más teorías explicativas que compiten para dar cuenta de él (que pueden ser
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científicas o no científicas) y esas teorías hacen que el hecho aparezca como algo no teórico. Por
ejemplo, el hecho de una secuencia de fósiles de dinosaurios frente a la teoría darwinista y la teoría
creacionista. Algo se nos dibuja como hecho frente a una serie de teorías, y éstas, que están en un
estadio o en otro (científico o no científico), dibujan el hecho. Hechos y teorías están, pues,
continuamente codeterminándose. No hay hechos puros ni teorías puras.
Ahora nos preguntamos qué teoría de la verdad científica se puede construir que sea compatible con el
circularismo y, sobre todo, que dé cuenta de aquello que tienen de específico las verdades científicas
frente a otro tipo de verdades (del sentido común, técnicas, filosóficas, etc.).
Las ciencias necesitan a las técnicas y las tecnologías, pero no se confunden con ellas
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Entre técnicas, ciencias y tecnologías existen relaciones muy estrechas. Las ciencias tienen un
componente técnico, porque parten de las técnicas y porque necesitan operar con los objetos de su
campo y, en un principio, lo hacen a escala técnica. Las técnicas son, pues, anteriores a las ciencias. Las
tecnologías, en cambio, se dan a la vez o con posterioridad a las ciencias, puesto que las tecnologías son
técnicas que se desarrollan a partir de la aplicación de conocimientos científicos (tecnología atómica,
tecnologías médicas, tecnologías computacionales, tecnologías de ingeniería biológica, etc.).
No obstante, las técnicas y las tecnologías no son ciencias. A diferencias de las ciencias, las técnicas y las
tecnologías están organizadas por un fin práctico: llevar hombres al espacio (tecnología aeroespacial),
transportar cargas por el aire (tecnología aeronaútica), producir energía a partir del núcleo atómico
(tecnología nuclear), tratamiento de información (tecnología computacional), etc. El fin orienta las
técnicas y las tecnologías y las organiza internamente. Esto no ocurre en las ciencias, puesto que las
ciencias no están organizadas de acuerdo con un único fin.
Las ciencias, a diferencia de las técnicas y las tecnologías, construyen verdades universales. Cuando
clasificamos las ciencias, hay que ver cómo funciona cada tipo de ciencia a la hora de construir sus
teoremas, es decir, sus verdades. En cambio, cuando clasificamos técnicas y tecnologías se trata de ver
qué tipo de fines persiguen en cada caso. Pero el criterio de los fines no se puede aplicar a las ciencias.
Cuando un matemático construye un teorema en una geometría de diez dimensiones curva, no se puede
decir que tenga ningún fin práctico, ningún objetivo práctico, más allá de su propio quehacer
matemático. Pero el teorema, una vez demostrado, es verdadero, universal y necesariamente verdadero,
y por eso es científico. No importa el interés práctico que pueda o no tener. De hecho, muchos de los
teoremas que construyen las ciencias no tienen un interés práctico inmediato, ni a lo mejor lo llegan a
tener nunca. Los teoremas pueden ser inútiles, pero no por ello dejan de ser verdaderos.
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materiales propios, con una racionalidad característica propia, que pueden ser reacios a constituirse en
una disciplina determinada.
No hay criterios de fasificación globales en la historia de la ciencia. No vale el esquema clásico: ciencia
antigua, medieval y moderna; a lo sumo, se podrá emplear de manera externa. Estamos acostumbrados
a esta división, pero es muy problemática en la historia de la filosofía en general y, en historia de la
ciencia, es irrelevante, porque ciencia en sentido moderno sólo hay a partir del s. XVII, sin contar la
geometría griega.
Desde el materialismo gnoseológico, se toma el criterio de fasificar de acuerdo con las técnicas y
tecnologías que un campo tiene en un momento histórico. El campo de una ciencia se amplía conforme
se amplía nuestra capacidad de transformar la realidad, en función de las técnicas y tecnologías. Por eso,
éstas son un indicio muy firme de las fases internas en el desarrollo del campo. Así, las revoluciones
científicas habría que buscarlas en las revoluciones tecnológicas. Por ejemplo, en astronomía, la
invención del telescopio será crucial. Tycho Brahe (siglo XVI) llevó la astronomía pretelescópica a su
máximo desarrollo; a partir del siglo XVII, con la invención del telescopio por Galileo, se produce la
“revolución” de la astronomía.
Hiperrealismo
Nos queda decir en qué consiste la verdad científica dentro del materialismo gnoseológico. No puede ser
descripción de la realidad, porque para conocerla hay que transformarla. Tampoco puede ser entendida
como una mera construcción especulativa, teórica, porque exige transformar la realidad misma, los
cuerpos, y es en esas operaciones donde surgen las relaciones que se pueden reflejar en los teoremas
científicos. Los teoremas científicos serían las regularidades que se observan en los procesos de
transformación. Tampoco puede ser una verdad adecuacionista, porque el realizar operaciones implica
una cierta teoría. Los componentes teóricos son indisociables del propio hecho de operar: se opera
desde unos presupuestos teóricos. No es que la ciencia elabore teorías adecuadas a un mundo previo,
sino que grandes partes de la realidad son construidas por las propias ciencias. Las ciencias han ido
ampliando la realidad, y esto es el propio argumento de la historia de la ciencia.
El argumento de la historia de la ciencia es cómo, gracias a la ciencia, lo que llamamos realidad se va
ampliando cada vez más. El teorema de Pitágoras, el átomo, la evolución biológica, el hipercubo no son
realidades “descubiertas”, sino que son una especie de ampliación de la realidad, una hiperrealidad que
las ciencias constituyen. Por ejemplo, el teorema de la evolución es una construcción hiperrealista,
porque nosotros no podemos ver o tocar la evolución, pero seríamos ininteligibles sin ella. Los teoremas
científicos son hiperrealistas porque suponen la construcción de una realidad que no existe previamente
como tal y que, aunque no sea inmediatamente perceptible, determina los fenómenos y actúa con
independencia de los sujetos. Las ciencias han ido ampliando la realidad hacia el pasado, hacia el
microcosmos, hacia el macrocosmos, en los terrenos de las ciencias formales (matemáticas y lógica), en
suma, en todas las direcciones.
Verdad científica
Si ninguna de las teorías anteriores es válida, entonces, ¿en qué consiste la verdad científica? Este es el
problema. No basta con decir que la ciencia construye realidades, porque en ese caso las construcciones
científicas no se diferenciarían en nada de otras construcciones humanas. De aquí se deduciría una
especie de relativismo: todo son construcciones humanas, independientemente de si tienen o no
carácter científico. La cuestión es la siguiente: ¿Cómo es posible sostener la tesis de que los teoremas
científicos son construcciones humanas (lo cual es indudable), y al mismo tiempo mantener la
objetividad de la verdad científica? Esta es la paradoja que da lugar a toda la teoría gnoseológica de la
ciencia. El teorema de la evolución no se constituye hasta el siglo XIX pero, al mismo tiempo, su
constitución supone considerar que la evolución biológica ha estado funcionando desde hace millones
de años. Si no hubiera hombres en el mundo, ¿seguirían funcionando los planetas según las tres leyes de
Kepler? La cuestión es cuál es la fuente de la objetividad de los teoremas científicos; por qué son
objetivos, si no pueden prescindir de las operaciones de los sujetos que los construyen. No hay otro caso
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como el de la ciencia: que se estén haciendo construcciones de etiología humana (de factura humana)
pero, al mismo tiempo, objetivas, en el sentido de universales y necesarias.
Cuando los científicos operan y transforman objetos del campo para dar lugar a objetos nuevos, en
algunas ocasiones, aparecen estructuras invariantes que, por lo general, pueden formularse como
relaciones de identidad sintética (relaciones de “encaje”) entre algunas partes del campo: esas
estructuras son las verdades científicas. Esos “encajes”, esas identidades sintéticas, surgen en medio del
propio proceso de operar y transformar objetos pero, una vez construidas, son independientes del
sujeto, son objetivas, universales y necesarias. Cuando se produce el “encaje”, los aspectos subjetivos
de las operaciones que condujeron a él quedan neutralizados. Así pues, no puede haber ciencia sin las
operaciones de los sujetos, sin la transformación de la realidad, pero no puede haber verdad científica si
los aspectos subjetivos de esas operaciones no quedan neutralizados. Una vez construida la verdad, no
se puede modificar por consenso o por cualquier otro método. Ahí radica su necesidad. Es una
construcción objetiva, que se mantiene por encima de la voluntad de los sujetos. Entender un teorema
científico (una verdad científica) es ser capaz de ponerse en la situación del que lo hizo, ver la necesidad
de que esas piezas ajusten así y no de otra manera, y plegarse a dicha necesidad.
Teoremas y principios
No todos los campos operatorios logran organizarse a una escala científica pero, cuando esto ocurre, es
porque se logran construir un conjunto de teoremas que pueden quedar enlazados por unos principios
comunes. Esos principios son característicos de su campo y lo estabilizan internamente, a la vez que lo
separan y lo diferencian de otros campos vecinos. Los principios y los teoremas pueden entenderse
como las invariantes de las transformaciones. Si se han construido varios teoremas y se pueden
establecer relaciones invariantes entre ellos, entonces se alcanza el modo más estricto de darse la
ciencia, que tiene lugar cuando un conjunto de teoremas comparten unos mismos principios (por
ejemplo, los famosos tres principios de la mecánica de Newton).
La verdad científica de los teoremas y de los principios tiene que ver con que puedan mantenerse con
independencia del sujeto, de modo que el sujeto quede neutralizado o eliminado ya que esas invariantes
se mantienen por encima de su voluntad.
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mismas; otra cosa es que luego se puedan aplicar a objetos reales, extratipográficos, como, por ejemplo,
en el contexto de ciertos problemas físicos, pero el matemático no necesita de esas aplicaciones para
llevar adelante la demostración de sus teoremas. La demostración del teorema de Pitágoras se hace con
lápiz y papel, al margen de sus eventuales aplicaciones posteriores.
En el resto de ciencias (ciencias no formales), los signos son heterorreferentes, alegóricos; van referidos
a otros objetos, que forman parte del campo de dichas ciencias y son operados por ellas. Pero, en las
ciencias formales, las materialidades tipográficas son los únicos objetos constituyentes del campo
material de dichas ciencias.
¿Qué implicaciones tiene esto? Si todas las ciencias son empíricas, reales, materiales, ¿por qué distinguir
las llamadas ciencias formales del resto? La respuesta es que el carácter autorreferente de los signos de
las ciencias formales afecta a la estructura gnoseológica de dichas ciencias y al modo de construirse la
verdad en ellas.
Por lo que se refiere a su estructura, las disciplinas formales, la lógica y las matemáticas, son
internamente múltiples. En el caso de las matemáticas, por ejemplo, tenemos distintos sistemas:
geometría, aritmética, álgebra, análisis, cálculo, topología, etc., mutuamente irreductibles. Dicha
irreductibilidad se observa, por ejemplo, en la inconmensurabilidad entre la geometría y la topología. En
geometría, dos figuras son equivalentes cuando se conservan las longitudes, los ángulos, las áreas y los
volúmenes. A partir de ahí, se pueden hacer rotaciones, traslaciones o reflexiones, pero si los ángulos,
las longitudes, las áreas y los volúmenes se conservan, las figuras resultantes de las operaciones serán
equivalentes a las figuras iniciales operadas. En topología, en cambio, dos configuraciones son
equivalentes cuando tienen el mismo número de trozos, huecos e intersecciones. Los ángulos, las
longitudes, las áreas y los volúmenes se pueden cambiar (estirar, encoger, etc.) sin que importe, a
efectos topológicos. Para un topólogo, es lo mismo un donut que una taza de café, porque los dos tienen
un agujero y una continuidad alrededor del agujero. Da lo mismo que estiremos el cuerpo a partir del
agujero para obtener la taza de café, porque lo que importa es el asa. El agujero hace que el donut y la
taza sean, en topología, la misma figura, un toro. Tenemos, pues, dos cálculos, el de la geometría y el de
la topología, que no se pueden unificar. Las matemáticas, no son, como se ve, un único sistema, sino que
son un conjunto, una symploké de sistemas, con sus conexiones y desconexiones relativas. Esto no
ocurre en el resto de las ciencias, puesto que cada una de ellas se unifica en un único sistema con unos
principios comunes a todos los teoremas, como en la mecánica de Newton.
¿Por qué las ciencias formales son internamente múltiples? La razón es que, en ellas, trabajamos con
signos autorreferentes a los que somos nosotros quienes, al operar con ellos, les damos el significado
que queremos que tengan. Las operaciones, los objetos y las relaciones tienen el significado que
nosotros hemos decidido. De este modo, podemos inventar distintos cálculos o sistemas. Cada cálculo
será verdadero en su interior, en su inmanencia, pero los distintos cálculos no se podrán unificar en base
a principios comunes, precisamente porque hemos estipulado, desde el inicio, que tengan principios
distintos e irreductibles.
Giambattista Vico (ss. XVII-XVIII), en Principios de ciencia nueva, dijo que las matemáticas eran la única
ciencia propiamente humana, la única ciencia hecha por el hombre y que el hombre podía conocer de
verdad (verum est factum). Las demás ciencias eran ciencias divinas, hechas por Dios, por lo que
quedaban más allá de los límites de las capacidades cognoscitivas humanas. Esta idea de Vico entronca
con lo que hemos explicado. Las campos de las ciencias formales son de etiología humana, de factura
humana, por eso tienen esas características y no hay, ni puede haber, una matemática (o una lógica)
unificada.
¿Cómo se modula la verdad por identidad sintética en las ciencias formales? En estas ciencias,
precisamente porque se crea una inmanencia de signos cuyo significado ha sido establecido
convencionalmente por nosotros, la verdad se parece mucho a la verdad por coherencia formal. Lo
verdadero es lo que es coherente con los principios y con el resto de teoremas. Podríamos llegar a
afirmar que, si no tuviéramos el resto de ciencias no formales, si solo existieran las ciencias formales, nos
arreglaríamos con la teoría de la verdad por coherencia (por otra parte, esta fue la situación en la que se
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encontró Aristóteles, que solo pudo conocer la geometría, una ciencia formal, lo que le llevó a
desarrollar su idea de ciencia como “sistema de proposiciones derivadas de principios”).
Para concluir, diremos que la distinción entre lógica y matemáticas se da en continuidad con todo lo que
venimos diciendo. Se parecen en lo que operan, pero se diferencian en cómo lo hacen. Ambas operan
signos autorreferentes y por eso se consideran ciencias formales. Pero la lógica opera
autoformantemente (con idempotencia: los términos compuestos dan los términos de origen) y las
matemáticas heteroformantemente (sin idempotencia: los términos compuestos no dan los términos de
origen).
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tensión estructural ya que es una dialéctica dada objetivamente en las ciencias humanas mismas: la
filosofía de la ciencia puede hacer explícita esta dificultad y puede sistematizarla para intentar
entenderla sin destruirla. La situación de “precariedad crónica” (inconsistencia, falta de acuerdo,
enfrentamiento entre “escuelas”, etc.) de las ciencias humanas es una consecuencia de esta tensión
estructural a la que se ha hecho referencia.
Para sistematizar esa tensión, Gustavo Bueno propone la teoría de las metodologías α y β operatorias.
Se trata de clasificar los diferentes grados de eliminación de las operaciones de la manera más neutra
posible (utilizando letras y números).
Cuando hay una eliminación de las operaciones (al menos parcial) estamos en una metodología que
llamamos α, y cuando las operaciones permanecen en el campo hablamos de una metodología β. Si las
operaciones de un organismo se reducen a sus factores biológicos, remitiéndolas al funcionamiento de
las neuronas, por ejemplo, estaríamos utilizando una metodología α1, porque desde los campos
homogeneizados de neuronas y sinapsis resulta imposible reconstruir las operaciones concretas del
sujeto. La genética de la conducta sería otro ejemplo de esta metodología, si es que es posible
determinar conductas que puedan ser explicadas por vía genética. Cuando la eliminación de las
operaciones es total, las ciencias humanas se convierten en ciencias naturales, en ciencias en las que
tiene lugar la neutralización total del sujeto, y hablamos de metodologías α1 (sociobiología, genética de
la conducta, psicología fisiológica, etc.).
Cuando no existe, en absoluto, eliminación de las operaciones, estaríamos en las metodologías β2, que
suponen una situación de co-determinación operatoria entre el sujeto gnoseológico y el sujeto temático,
dados ambos en continuidad, en un mismo plano, de un modo simétrico, lo que nos remite a una
situación práctica prudencial, pero no a una ciencia: la práctica económica de gobiernos y corporaciones,
o la práctica de la compra venta de valores en los mercados podrían ponerse como ejemplos de esta co-
determinación operatoria.
En los estados intermedios α2 y β1 las ciencias humanas logran constituirse como tales, aunque no sin
ciertos problemas. En las metodologías α2 se trata de ver las operaciones del sujeto temático envueltas
en estructuras que las determinan relativamente como puedan ser las estructuras históricas y culturales.
Las estrategias del materialismo cultural de Marvin Harris o del materialismo histórico de Karl Marx
están construidas desde ese supuesto. Por ejemplo, los idiomas nacionales modernos son estructuras
que envuelven al hablante y determinan en buena medida, desde fuera, su conducta verbal.
En las metodologías β1, se contempla la posibilidad de una co-determinación operatoria entre dos
sujetos, pero de modo que uno de ellos, en virtud de un sistema operatorio más potente, logre
imponerse al otro: el ejemplo paradigmático de esta situación sería el juego del ajedrez. Desde el punto
de vista de la teoría de juegos, el ajedrez es un juego bipersonal de suma cero, finito (con un número de
jugadas y de partidas finito) y de información completa. Sin embargo, para el filósofo de la ciencia, el
ajedrez plantea problemas específicos. En el ajedrez, las operaciones de los jugadores se van co-
determinando mutuamente a lo largo de la partida, de modo que ninguno de ellos puede planear su
partida desde el principio, con independencia de lo que mueva el otro. Se podría decir que, en cada
jugada, el jugador tiene que reconsiderar por completo su estrategia. El ajedrez no tiene, hoy por hoy,
una solución matemática ya que nuestra tecnología de computación no permite recorrer todas las
partidas posibles, aunque sean finitas: diríamos, por tanto, que no tiene una solución en α. Hay muchos
juegos (las damas, el Nim, el tres en raya) que pueden resolverse de un modo determinista (en α), desde
el momento en que hay un algoritmo que, si se aplica, conduce a la victoria. Pero esto no ocurre en el
ajedrez, donde el algoritmo matemático no se puede manejar por ser muy largo (aunque finito) y,
entonces, las partidas hay que jugarlas manejando estrategias que podríamos llamar “intermedias”. Por
tanto, cada partida tiene que ser jugada y los cálculos no pueden ir más allá de las tres o cuatro próximas
jugadas, lo cual exige estar reconsiderando continuamente la partida a tenor de los movimientos del
contrario. Pero, de todas formas, hay sujetos que tienen la “ciencia del ajedrez”. La pregunta filosófica es
¿qué tipo de ciencia es ésta? Esa ciencia es β1: es una ciencia que es casi práctica prudencial (β2), pero,
dado que hay sujetos que ganan sistemáticamente, es necesario reconocer un tipo de ciencia especial.
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Pero ¿qué tipo de ciencia es ésta? Esa ciencia es un conocimiento tal que el jugador victorioso puede
prever lo que hará su contrincante, puestas ciertas condiciones.
El ajedrez nos puede valer de canon de lo que son las técnicas humanas efectivas, es decir, las técnicas
que nos dan una capacidad de manipular las operaciones de otros sujetos. El sujeto vencido en el juego
del ajedrez tiene la apariencia de estar jugando, tiene la apariencia de mover sus piezas libremente pero,
en realidad, su juego está siendo determinado por el sujeto vencedor, su estrategia queda envuelta por
la estrategia más potente del jugador victorioso. Del mismo modo, el comprador que elige libremente un
producto está siendo determinado por el “publicista victorioso” que es capaz de dirigir sus operaciones,
y también el oyente de un discurso puede quedar en manos del orador persuasivo. Esto son técnicas
humanas: técnicas de propaganda, técnicas de persuasión, técnicas de modificación de conducta,
técnicas de manipulación económica o política. Técnicas de “conducción de almas” (técnicas
“psicagógicas”). Cada una de esas técnicas tiene su propia especificidad y tiene que probar, en cada
momento, su efectividad. La antinomia de la libertad no se daría entre praxis humanas y causalidad física
(como en la tercera antinomia de Kant), o entre praxis humana y causalidad divina (como en las
discusiones escolásticas), sino entre praxis humana y praxis humana.
Como se ve, en el caso de estas ciencias humanas que se aproximan a las técnicas humanas efectivas, la
verdad tiene que ver con el control operatorio efectivo. Cuando trabajamos con ratas en un laboratorio,
la verdad de los teoremas tiene que ver con las conductas que estamos implantando en los propios
animales y con el control conductual que estamos logrando de hecho.
Es interesante distinguir, dentro de las ciencias humanas, las ciencias etológicas de las ciencias
humanas propiamente dichas. El criterio se mantiene, puesto que la cuestión sigue siendo: ¿con qué
operamos en cada caso? Los animales no humanos no utilizan el lenguaje de palabras, mientras que los
animales humanos sí. El hecho de que el sujeto temático, al que estamos estudiando, utilice el mismo
lenguaje de palabras que utiliza el sujeto gnoseológico, el científico, en el caso de las ciencias humanas
afecta a sus condiciones de cientificidad. En cambio, como los animales no utilizan el mismo lenguaje de
palabras del científico, hay una distancia mayor entre el sujeto gnoseológico y el sujeto temático que
permite un tipo de cientificidad más próxima al de las ciencias naturales.
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católica, la Revolución de octubre, etc. Obtenemos unas figuras idiográficas, individuales, que son
resultado de esos cierres fijos y de la imposibilidad de desconectar los resultados de las operaciones de
los términos iniciales operados. Esto da lugar a que la historia tenga un estatuto gnoseológico especial,
que se ve también en la verdad que construyen las ciencias históricas.
Giambattista Vico pone a la historia al lado de las matemáticas, puesto que los procesos históricos,
como los hicieron humanos, los podemos conocer (verum est factum), mientras que el mundo, que lo
hizo Dios, no lo podemos conocer, porque no hay proporción entre nuestra inteligencia y la inteligencia
del arquitecto del mundo (Dios). Para los teólogos, la verdad de las ciencias era la adecuación con el
entendimiento de Dios, algo así como reconstruir los planos que Dios tenía cuando creó el mundo. Era
una especie de ingeniería inversa, como cuando en vez de construir una pieza a partir de unos planos,
partimos de la pieza e intentamos deducir los planos (ej. Stalin y el motor de explosión). Dios hizo el
mundo con unos planos y los científicos intentan deducir esos planos a partir del mundo. Esta idea de la
verdad científica es inasumible desde una perspectiva materialista, por razones ontológicas, por razón
del ateísmo consustancial al materialismo. Pero es una idea que funciona de algún modo en el caso de la
historia. Cuando hacemos historia, estamos reconstruyendo las operaciones de los sujetos pretéritos,
que son humanos, como nosotros, de modo que entre nosotros y ellos sí hay proporción, y la
adecuación a sus operaciones es posible. Cabría afirmar que, si solo existiera la historia, si la historia
fuera la única ciencia que pudiéramos estudiar, nuestra teoría de la verdad podría ser adecuacionista: lo
que el historiador reconstruye debe adecuarse a lo que lo sujetos históricos hicieron. Pero, como
tenemos todas las demás ciencias, nuestra teoría de la verdad es la de la identidad sintética, que se
modula de forma especial en las ciencias formales y en las históricas.
Si las ciencias humanas se aproximan a las técnicas humanas efectivas, la historia, con sus cierres fijos y
con esos individuos totales que construye, se acerca a la filosofía de la historia. La historia, cuando
construye esos individuos totales, comienza a parecerse a la filosofía y su verdad se acerca a la verdad
que podemos reconocer en filosofía.
Para concluir, diremos que, así como en el caso de las ciencias humanas era interesante distinguir la
etología de las ciencias propiamente humanas, ahora también es pertinente distinguir el campo de la
arqueología, sin escritura, donde solo hay reliquias (ruinas, vestigios, monumentos) y el de la historia,
con escritura, donde, además de reliquias, también hay relatos (documentos). La presencia o ausencia
de escritura en el campo tiene consecuencias gnoseológicas.
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Operaciones autoformantes
lógica
"Formales"
(de signos autorreferentes)
Operaciones heteroformantes
matemáticas
Naturales
física, química, geología, biología
(de objetos no operatorios)
Sin escritura
arqueología, prehistoria
Históricas
Las operacinoes del sujeto
temático se deducen de los
objetos
Con escritura
historia
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