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TEMA 3. CONOCIMIENTO Y VERDAD.

LA VERDAD CIENTÍFICA

1.- Acepciones del término “ciencia”


Hay cuatro usos o acepciones del término “ciencia” en español:
I. Ciencia como “saber hacer”. Es la acepción más antigua y más amplia del término. Supone
identificar la ciencia con la técnica. De acuerdo con esta acepción, toda actividad humana
acompañada y orientada por un saber hacer (un saber técnico) podría considerarse ciencia (la
ciencia del zapatero, la ciencia del carpintero, la ciencia del político, etc.).
II. Ciencia como “sistema de proposiciones derivadas de principios”. Es un sentido más restringido,
que aparece en los Segundos analíticos de Aristóteles (s. IV a. C). Esta es la idea de ciencia que se
tiene hasta los siglos XVI y XVII. Es una acepción que incluye a lo que hoy llamamos ciencia y a lo
que hoy llamamos filosofía. Ciencia y filosofía formaban un bloque unitario que no se rompió
hasta la revolución científica de los siglos XVI y XVII, con la aparición de las ciencias en sentido
moderno (sentido III). El modelo de ciencia que tuvo presente Aristóteles fue el de la geometría
y, siguiendo su concepción, los Elementos de Euclides se organizaron como un sistema
axiomático en el que, partiendo de cinco nociones comunes o axiomas y cinco postulados se
deducían todos los teoremas geométricos conocidos en la época. No obstante, la geometría de
Euclides debe ser reconocida, desde el presente, como una ciencia en sentido moderno (sentido
III).
III. Sentido aún más restringido y propio. Es la ciencia moderna, la ciencia que se va constituyendo a
partir de la revolución científica de los siglos XVI y XVII (física, química, biología, etc.). Es la
ciencia en sentido estricto, que ya no se confunde con la filosofía. Este sentido de ciencia va
referido, sobre todo, a las ciencias naturales (física, química, biología, etc.) y formales
(matemáticas y lógica).
IV. Extensión del sentido (III) al ámbito de las humanidades. Este sentido ampliado y, en cierto
modo, degenerado, responde a intereses político-ideológicos: las llamadas “ciencias humanas”
(lingüística, psicología, antropología cultural, historia, economía, política, etc.) se presentan
como “ciencias” para conseguir prestigio, reconocimiento público, financiación estatal, etc.,
pero, en realidad, su cientificidad es, como veremos, muy problemática.
En adelante, nos vamos a centrar en los sentidos III y IV.

2.- Distintas respuestas a la pregunta por la ciencia. Los enfoques no gnoseológicos


Con el término “gnoseología” aludimos a la disciplina filosófica centrada en el estudio de la ciencia. La
gnoseología intenta dar cuenta de la especificidad de la ciencia, es decir, de aquello que la convierte en
una institución cultural humana única, diferente de cualquier otra (arte, técnica, política, etc.). Lo que
distingue a la ciencia de todas las demás instituciones culturales es su capacidad de construir verdades
objetivas, necesarias y universales. Por eso, la gnoseología se centra en el análisis de la verdad científica.
Los enfoques no gnoseológicos, sin perjuicio de ofrecer perspectivas interesantes y fecundas, no
consiguen dar cuenta de la especificidad de las ciencias ni penetrar en el núcleo de las verdades
científicas.
Hay muchos enfoques no gnoseológicos. Nos vamos a centrar en los dos que consideramos más
significativos: el psicológico y el sociológico.

2.1.- Enfoque psicológico


Se parte de que la ciencia es una cosa hecha por hombres, por lo que tiene componentes psicológicos.
La ciencia sería una especie de hábito, una capacidad psicológica. Por ejemplo, Bacon, en el Novum
organum (siglo XVI), hacía una clasificación de las ciencias según las capacidades de la mente (memoria -
historia; imaginación - poesía; razón - matemáticas y filosofía).
Cuando se hace historia de la ciencia desde este enfoque, se pone el acento en el contexto biográfico en
el que se producen los descubrimientos. Lo que importan son la vida y la personalidad de los grandes
“héroes científicos” (Newton, Darwin, Einstein), porque en ellas, al parecer, está la clave de su obra. El

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problema es cómo pasar de la biografía y de los aspectos psicológicos del científico a la estructura de la
verdad científica. La verdad del teorema de Pitágoras, por ejemplo, no depende del “hombre” Pitágoras;
la verdad del teorema está en su estructura, pero ésta es independiente de su génesis, de la
personalidad y la vida de Pitágoras.
El problema de este enfoque es que, al centrarse en los aspectos psicológicos, que son genéricos,
comunes a otras muchas actividades humanas (religión, filosofía, arte, política, etc.), no consigue dar
cuenta de la especificidad de la ciencia.

2.2.- Enfoque sociológico


Se parte del supuesto de que la ciencia es una institución cultural, no una actividad privada o particular.
La ciencia es una institución social, como la religión, la familia, la política, etc. Esto vale, en general, para
toda la historia de la ciencia, pero, sobre todo, para la ciencia contemporánea: la ciencia de los
gobiernos, de las guerras, de las grandes empresas, de los intereses comerciales. Los científicos, en el
presente, son obreros, trabajadores de la ciencia. Hoy en día, ya no hay grandes “héroes científicos”,
porque los descubrimientos son fruto de equipos, de grandes grupos y grandes inversiones. Los
gobiernos y las grandes corporaciones influyen en el desarrollo de la ciencia, al propiciar la investigación
en unos campos frente a otros por puros intereses (investigación espacial, investigación en los campos
de la informática y las comunicaciones, investigación de enfermedades que afectan al “Primer Mundo”,
etc.).
Este enfoque sociológico es más plausible y rico que el psicológico. No se puede negar que la ciencia es
una institución cultural. La ciencia, lo mismo que la filosofía, tiene, en cada momento, una implantación
social. La ciencia es la ciencia que en ese momento se puede construir. El avance de las ciencias no
depende sólo de los desarrollos teóricos; depende también de las circunstancias sociales e históricas
envolventes, entre las que destacan, sobre todo, los desarrollos tecnológicos. Por ejemplo, no se podía
hacer mecánica cuántica en el siglo V a.C. No se pueden adivinar los descubrimientos y datos que aún no
se pueden tener, por cuestión de imposibilidad tecnológica.
Por otra parte, la influencia de la ciencia en la sociedad es patente. Se ve muy bien en las guerras, en las
que se produce un considerable avance tecnológico y científico, a causa de los intereses creados por la
propia guerra, que repercute en la sociedad. Muchos de los desarrollos tecnológicos incorporados a la
sociedad en las últimas décadas surgieron en el contexto de la guerra (horno microondas, ordenador,
GPS, etc.). Los equilibrios geopolíticos y geoestratégicos de los Estados también se han visto afectados en
las últimas décadas por la influencia de la ciencia y la tecnología; en este sentido, la posesión de la
bomba atómica es clave para entender las relaciones internacionales en el presente.
Desde la Segunda Guerra Mundial, la sociología de la ciencia está en auge. Todos estos estudios tienen
mucho que ver con el reconocimiento de las tesis marxistas de que las ciencias están determinadas por
el modo de producción, la economía, la política y la sociedad en que se desarrollan. Este es un enfoque
innegable, aunque se ha intentado minimizar desde posiciones “racionalistas” que siguen considerando
la ciencia como mera especulación, minimizando la influencia de la ciencia en la sociedad y de la
sociedad en la ciencia. Por ejemplo, Einstein consideraba, al principio, que la ciencia mantiene un curso
propio, encerrada en su “torre de marfil”, pero tuvo que cambiar de idea con el Proyecto Manhattan,
que ejemplifica a la perfección la importancia del contexto histórico-político, la financiación estatal y el
trabajo en equipo. El proyecto, llevado a cabo durante la Segunda Guerra Mundial por los Estados
Unidos, tenía el objetivo de desarrollar la primera bomba atómica antes de que la Alemania nazi la
consiguiera. El proyecto agrupó a una gran cantidad de científicos como Robert Oppenheimer, Niels
Böhr, Enrico Fermi, Ernest Lawrence, o Luis Walter Álvarez. Muchos de ellos eran exiliados judíos que
hicieron causa común de la lucha contra el fascismo, aportando su talento y su trabajo para conseguir la
bomba antes que los alemanes.
Dentro del enfoque sociológico, merecen un capítulo aparte las posiciones extremas del sociologismo o
reduccionismo sociológico, que mantiene que la sociedad no sólo influye, sino que determina el curso
de la ciencia. Así, no habría, propiamente, verdad científica. Esto lo mantienen autores importantes del
siglo XX como Kuhn o Feyerabend, que afirman que los paradigmas científicos cambian a tenor del

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consenso de la comunidad científica, que es siempre provisional. Esta tesis cuadra muy bien con la
filosofía posmoderna, en auge en nuestros días, que niega que haya verdades. No hay verdades
permanentes, las teorías van cambiando como las modas sociales. En esta perspectiva sociologista, las
verdades son resultado de un consenso de la “comunidad científica” condicionado por el contexto social
de cada época. Su estructura es la de una ley parlamentaria que, en un momento dado, tiene el apoyo
de la mayoría de diputados, pero que puede perderlo en favor de otra alternativa. No hay principios
universales, necesarios, que respalden la ley y, en cualquier momento, ésta podrá ser cambiada por una
nueva mayoría.
Nosotros negamos la tesis sociologista de la verdad científica como consenso: la verdad científica no se
funda en un consenso social (de la comunidad científica), sino en cómo está construida. Toda verdad
científica es un sistema de piezas que encajan de forma necesaria. La verdad se funda en la
demostración de que ese encaje es necesario. El consenso social resultará de la aceptación de la verdad,
una vez demostrada, pero nunca podrá fundarla.
La respuesta historicista (sociologista) es que las verdades científicas de ayer no son las de hoy y que las
de hoy no serán las de mañana. Esto es cierto en parte, pero ello no significa que las verdades cambien
como si se tratara de modas sociales. Lo que hay es una evolución: las nuevas verdades, más amplias,
incorporan a las anteriores en sus mallas. No niegan las anteriores, sino que son una versión crítica
basada en las verdades antiguas, que siguen siendo verdaderas dentro del campo que cubren. Por
ejemplo, la mecánica moderna (la mecánica relativista de Einstein) desarrolla la mecánica clásica (la de
Newton) incorporándola en sí misma. La ciencia es acumulativa, evolutiva. Las verdades no cambian o,
para ser más precisos, sí cambian, pero las anteriores no son negadas, sino rectificadas en algunos
aspectos, y siguen siendo válidas en la franja de fenómenos para las que han sido diseñadas.
Recapitulando lo expuesto hasta el momento diremos que nosotros, sin negar el hecho de que las
ciencias son instituciones en relación con otras, que influyen en la sociedad, al tiempo que son influidas
por ella (que al fin y al cabo es la tesis del materialismo histórico de Marx), lo que no admitimos es el
sociologismo, que interpreta la ciencia como resultado únicamente del consenso.
En este punto, una vez negado ese sociologismo fuerte, conviene decir algo más acerca del alcance
gnoseológico del enfoque sociológico. En este sentido, se trata de ver cuál es la influencia del mundo
heredado en la ciencia, porque cada científico hereda una determinada constitución del mundo, y es
desde esa plataforma desde donde hace ciencia:
 Influencia limitativa o negativa: por ejemplo, en los tiempos de la pila de volta, no se podían
plantear los problemas de los rayos catódicos. En cada momento histórico hay limitaciones a la
ciencia, dadas, sobre todo, por la tecnología de que se dispone, pero también por otros factores. Por
ejemplo, la bioética también impone límites: la Declaración Universal de los Derechos Humanos
impide que se hagan ciertas investigaciones con humanos. Las limitaciones son de muy diversos
tipos: económicas, tecnológicas, ideológicas, &c.
 Influencia directiva o selectiva: el mundo heredado dirige las investigaciones, selecciona lo que
tenemos que investigar. Las investigaciones exigen presupuestos muy altos y, por tanto,
determinados gobiernos eligen, deciden, un tipo de investigación y no otro. Queda patente en los
tiempos de guerra, pero también en el campo de la Medicina: el ébola no se investigó hasta que no
afectó al “Primer Mundo”; las llamadas “enfermedades raras” no se investigan, porque no resulta
rentable; etc.
 Influencia conformativa o de impronta: por ejemplo, en el caso de la máquina de vapor, se da una
influencia directiva, pero también una de impronta, conformativa, ya que los problemas internos de
la Termodinámica están conformados (constituidos desde dentro) por la máquina de vapor. Esta
influencia conformativa tiene importancia gnoseológica: el mundo heredado no sólo influye para
que se investigue una cosa u otra, sino que da forma a los teoremas científicos. Por tanto, el mundo
heredado es de importancia ineludible para una filosofía de la ciencia. En este sentido, tiene
pertinencia el enfoque sociológico.

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Como conclusión, diremos que la relación entre filosofía y sociología es polémica, porque, por un lado,
se critica el sociologismo, pero, por otro lado, el enfoque gnoseológico no puede negar la pertinencia del
sociológico.

3.- El enfoque gnoseológico (filosófico)


Es el que aquí se reivindica. Se parte de que las ciencias tienen algo de específico frente a otras
instituciones culturales, sociales, etc.; y que lo que tienen de específico son las verdades científicas que
construyen. Las verdades científicas son verdades completamente diferentes a otros tipos de verdades
(filosóficas, políticas, técnicas, etc.). Las verdades científicas son necesarias y universales y están
construidas de modo diferente a todas las demás: son un tipo de construcción que no se da en ningún
otro contexto, tienen unas características muy especiales. Por eso, el enfoque gnoseológico se centra en
las verdades científicas, intentando mostrar lo que tienen de característico respecto a otro tipo de
verdades. Su tarea es proponer modelos acerca de cómo se construyen las verdades de las ciencias.
La filosofía es un gremio internamente roto en escuelas, entre las que no hay consenso. Por eso puede
haber, y de hecho las hay, diferencias importantes entre los diferentes enfoques gnoseológicos
(filosóficos). La posición que uno adopte, nace de la crítica de las posiciones alternativas, que no se
pueden ignorar, aunque no se compartan. Este es el único modo de proceder en filosofía. Por eso, vamos
a hacer una teoría de teorías sobre la verdad científica, una sistematización de las diferentes teorías
filosóficas sobre la verdad científica.
Dado el hecho de que no existe una única ciencia, sino muchas, una verdadera filosofía de la ciencia
debe responder al problema de la relación entre la materia de las diferentes ciencias (los hechos que
estudia cada una), que es lo que las diferencia, y la forma científica (su estructura teórica),
necesariamente común a todas ellas. Partimos de que la verdad científica brota de las relaciones entre
materia (hechos) y forma (teorías) y, por eso, las diferentes teorías sobre la verdad científica pueden
clasificarse según su modo de entender dichas relaciones.
A la hora de conjugar las ideas de materia (hechos) y forma (teorías), hay cuatro posibilidades (por
razones sistemáticas). Por eso hay cuatro grandes maneras de entender la verdad científica. El sistema es
polémico: unas teorías niegan a las otras.
 Relaciones de reducción de un término a otro:
a) La forma se reduce a la materia: la verdad está en los hechos, se reduce a los hechos. Teorías de
la verdad descripcionistas.
b) La materia se reduce a la forma: la verdad está en la teoría, se reduce a la teoría. Teorías de la
verdad teoreticistas.
 Esquemas de articulación o yuxtaposición:
c) Las verdades científicas se dan cuando hay una adecuación entre teorías y hechos. Teorías de la
verdad adecuacionistas.
 Negación de la distinción hechos/teorías:
d) Se niega que existan hechos al margen de las teorías y que existan teorías al margen de los
hechos. Teorías de la verdad circularistas.
En principio, esta última posibilidad, que es la negación de las anteriores, no lleva asociada ninguna
teoría concreta sobre la verdad científica, aunque, como veremos, pueden construirse teorías de la
verdad científica que sean compatibles con ella.

a) Descripcionismo: reducción de la forma (teorías) a la materia (hechos)


La ciencia es una mera descripción de la realidad, de la materia. La verdad científica es des-velamiento,
des-cubrimiento de los hechos. Las ciencias describen la realidad tal como es, dejándola intacta: hay
que ir a las cosas mismas y dejar que los hechos hablen por sí solos, es una especie de realismo.
Los métodos y teorías de las ciencias serían meramente instrumentales; tendrían un papel de ayuda,
auxiliar, pero no son constitutivos de la verdad científica. La verdad radica en los hechos, y el
instrumental lógico-matemático facilita las cosas, pero no añade nada.

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Este descripcionismo se ve en el paradigma de la ciencia inductiva (la inducción o razonamiento
inductivo consiste en la formulación de enunciados generales a partir de le experiencia de un número
determinado de casos concretos), al modo como la concibió Francis Bacon (siglo XVI). También se ve en
el positivismo lógico del Círculo de Viena (siglo XX).
El descripcionismo es una teoría de la verdad científica muy deficiente. Ha sido muy criticada, sobre todo
desde posturas teoreticistas. Es una teoría muy poco ajustada a la ciencia del presente. Se pudo
mantener en el pasado, cuando las ciencias estaban en una fase temprana de recopilación de datos. Pero
cuando hay que analizar verdades científicas complejas, como la teoría de la relatividad, el paradigma
descripcionista resulta problemático e insuficiente. La teoría de la relatividad no se hace a partir de una
recogida sistemática de datos, sino que, en cierto sentido, se hace a priori, y luego se buscan los datos.
Por otra parte, el descripcionismo no tiene ningún sentido en relación con las ciencias formales
(matemáticas y lógica), donde no se llevan a cabo observaciones empíricas, o con las ciencias que
estudian el pasado (sobre todo la historia, pero también la biología, con la teoría de la evolución). El
pasado no está ahí, no se puede des-cubrir o des-velar; solo se puede construir.

b) Teoreticismo: reducción de la materia (hechos) a la forma (teorías)


Se minimiza la importancia de los hechos en la construcción de las teorías científicas. Se identifica
ciencia y teoría científica: las verdades científicas son teorías científicas. La verdad ya no consiste en el
des-cubrimiento de la realidad, de los hechos, de las cosas mismas, sino en la coherencia formal de las
construcciones teóricas.
El problema principal que plantea el teoreticismo es el “problema de la demarcación” entre los
“sistemas coherentes científicos” y los “sistemas coherentes no científicos” (filosóficos, mitológicos,
religiosos, ideológicos, etc.).
Este teoreticismo se ve en el paradigma de la ciencia deductiva, al modo como la concibió Kepler (siglo
XVII). La deducción es una forma de razonamiento distinta de la inducción. Cuando deducimos, la meta
del proceso es un enunciado (conclusión) que se deriva de modo necesario de las premisas iniciales.
Nada cuenta aquí la observación, nada importa de dónde han sido extraídas las premisas. Lo que cuenta
es la relación lógica entre los enunciados. La deducción es el modo de proceder característico de las
ciencias formales (matemáticas y lógica). La aplicación rigurosa y exclusiva de la deducción tiene lugar en
los sistemas formales axiomáticos, cuyo modelo es los Elementos de Euclides.
En el ámbito de las ciencias empíricas, el deductivismo teoreticista se da bajo la interpretación
falsacionista del método hipotético-deductivo (para más información sobre el método hipotético-
deductivo, visitar el enlace: https://drive.google.com/file/d/1mN_120vngXV5kFE07OFm56XF-
CrCTlVj/view?usp=sharing). Dicha interpretación, propuesta por Karl Popper (siglo XX), es el prototipo
del teoreticismo. Popper parte de la crítica al inductivismo. Según el inductivismo, cuando una ley física
resulta repetidamente confirmada por nuestra experiencia, podemos darla por verdadera o, al menos,
asignarle una gran probabilidad. Pero tal razonamiento, como ya fue notado por Hume (siglo XVIII), es
lógicamente incorrecto, puesto que no está lógicamente justificado extraer (inducir) una ley general a
partir de un conjunto finito de observaciones particulares. Este es el llamado “problema de la inducción
incompleta”. Ante esta crítica de Hume, Popper decide abandonar por completo el inductivismo. En
primer lugar, sostiene que las teorías anteceden a los hechos, y que solo a la luz de ellas nos fijamos en
los hechos; no hay necesidad, por tanto, de responder a la pregunta de cómo pasamos a las teorías a
partir de las experiencias particulares. En segundo lugar, reconoce que el contacto con la experiencia es
necesario para distinguir qué teorías son científicas y cuáles no, pero sostiene que dicho contacto no es
“positivo”, ya que la confirmación o verificación de las teorías por los hechos no es posible (problema de
la inducción incompleta); el contacto debe ser, por tanto, “negativo”; las teorías podrán ser refutadas o
falsadas por los hechos, pero nunca verificadas. El conocimiento científico no avanza, pues, confirmando
nuevas leyes, sino refutando y descartando leyes que contradicen la experiencia. El criterio de
demarcación queda definido, entonces, por la capacidad de una teoría de ser refutada o falsada. Sólo se
admitirán como teorías científicas aquellas para las que sea conceptualmente posible un experimento o
una observación que las contradiga.

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La concepción teoreticista funciona bien en el ámbito de las ciencias formales y de la física teórica,
donde falla el descripcionismo. Sin embargo, ofrece una imagen muy especulativa de la ciencia y está
cercana al escepticismo: la frontera entre lo que es ciencia y lo que no es difusa; por otra parte, las
verdades científicas son teorías, pero las teorías pueden cambiar; puede haber “revoluciones” en la
manera de pensar; no hay, pues, verdades estables.

c) Adecuacionismo: las verdades científicas se dan cuando hay una adecuación entre forma (teorías)
y materia (hechos)
Es la teoría que supone que la verdad científica radica en la adecuación entre los datos empíricos
(materia) y las teorías (formas). Es una adecuación que previamente supone la disociación. El
adecuacionismo es una teoría muy difundida porque es la teoría de la verdad del sentido común (en
contextos no científicos).
Ésta es la teoría de Aristóteles (Segundos analíticos). Es también la teoría de la verdad que se maneja en
la escolástica, en Santo Tomás, por ejemplo: la verdad como adecuación entre el intelecto humano y el
intelecto divino. Dios es un sujeto operatorio que construye el mundo. El científico adecua sus
operaciones a las divinas, al intelecto divino, para conocer el mundo creado por Dios. Este es un
contexto operatorio donde la idea de verdad como adecuación resulta clara, aunque no sea asumible
desde posiciones materialistas ateas. Otro autor adecuacionista es Giambattista Vico (Principios de
ciencia nueva, siglo XVIII), que también se mueve en un contexto operatorio, aunque, esta vez,
exclusivamente humano: el intelecto divino es incognoscible, con lo que no puede haber adecuación
entre el intelecto humano y el divino; por eso, el hombre no puede conocer la naturaleza (obra de Dios),
sino solo lo que él mismo hace (verum est factum), es decir, la historia. El historiador adecua sus
operaciones a las del sujeto histórico estudiado. En las ciencias humanas, esta idea de Vico de la verdad
como adecuación (entre las operaciones del científico y las del sujeto de estudio) funciona. Aquí es
posible el paradigma adecuacionista porque hay dos sujetos: el científico y el temático. Sobre esto
volveremos más adelante.
En el ámbito de las ciencias naturales, la adecuación se daría entre una serie de hipótesis y teorías y una
serie de hechos empíricos dados anteriormente por otras vías diferentes de las que llevan a las teorías.
La teoría adecuacionista reúne las ventajas, pero también los problemas, del descripcionismo y del
teoreticismo. Se supone que hay una adecuación entre hechos y teorías, pero para llegar a esta
conclusión tendríamos que suponer: 1) Que podemos conocer los hechos con independencia de las
teorías; y 2) que podemos elaborar teorías puramente teóricas, al margen de los hechos.
El problema principal del adecuacionismo es considerar que una teoría y un hecho son entidades
aisladas, independientes. Cualquier tramo de la ciencia tiene componentes teóricos y componentes
empíricos, porque estos componentes no se pueden considerar en sí mismos, sino en su relación mutua;
se interdefinen. Ej.: Pensemos en Kepler. Imaginémoslo en una colina mirando el amanecer. Con él está
Tycho Brahe. Kepler considera que el Sol está fijo; es la Tierra la que se mueve. Pero Tycho, siguiendo a
Ptolomeo y a Aristóteles, al menos en esto, sostiene que la Tierra está fija y que los demás cuerpos
celestes se mueven alrededor de ella. ¿Ven Kepler y Tycho la misma cosa en el Este, al amanecer? En las
retinas de ambos se forman las mismas imágenes. Así pues, parece que ellos ven la misma cosa…, y, sin
embargo, sus experiencias son diferentes, el sentido de lo que ven es completamente distinto. No hay,
por tanto, hechos puros; los hechos tienen una carga teórica (tesis de la carga teórica de la observación:
Hanson), se dibujan en el contexto de ciertas teorías; pero estas, tampoco son teorías puras, porque no
pueden flotar en el vacío, sin referencia a los hechos.

d) Circularismo:
Las teorías circularistas no son teorías directas. La posición circularista es una crítica de las tres
posiciones anteriores, por eso engloba cosas muy heterogéneas, en principio muy indefinidas. Por eso
no se le puede asociar a priori ninguna teoría sobre la verdad científica concreta.
El enfoque circularista diría que la idea de hecho no es primaria. No hay hechos puros. Un hecho se
dibuja frente a dos o más teorías explicativas que compiten para dar cuenta de él (que pueden ser

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científicas o no científicas) y esas teorías hacen que el hecho aparezca como algo no teórico. Por
ejemplo, el hecho de una secuencia de fósiles de dinosaurios frente a la teoría darwinista y la teoría
creacionista. Algo se nos dibuja como hecho frente a una serie de teorías, y éstas, que están en un
estadio o en otro (científico o no científico), dibujan el hecho. Hechos y teorías están, pues,
continuamente codeterminándose. No hay hechos puros ni teorías puras.
Ahora nos preguntamos qué teoría de la verdad científica se puede construir que sea compatible con el
circularismo y, sobre todo, que dé cuenta de aquello que tienen de específico las verdades científicas
frente a otro tipo de verdades (del sentido común, técnicas, filosóficas, etc.).

4.- El materialismo gnoseológico de Gustavo Bueno. Ideas principales

Pluralidad de las ciencias


No se puede hablar de ciencia, sino de ciencias. La ciencia en singular es una Idea filosófica. El hecho de
que podamos construir una Idea de ciencia no significa que la ciencia sea única o que esté en proceso de
unificación, porque lo que hay es una pluralidad de ciencias. Cada ciencia tiene, no un objeto de
estudio, sino un campo operatorio característico formado por múltiples objetos y operaciones. Las
ciencias tienen que tener un campo material de objetos y operaciones, porque las ciencias conocen la
realidad al transformarla. La teología, por ejemplo, no sería ciencia, porque no tiene un campo material
de operaciones, no se puede operar con Dios.
Los campos de las ciencias son cerrados (cierre no quiere decir clausura). Las operaciones propias de
una ciencia dan como resultado objetos del campo de esa misma ciencia: ese cierre operatorio dota al
campo de su unidad. Por ejemplo, operando con números (matemáticas) obtengo números, pero no
células (biología). Esto no quiere decir que no haya interdisciplinariedad, puentes o franjas de
intersección entre campos distintos. Un ejemplo sería la neuropsicología.
Las relaciones entre los distintos campos son, en todo caso, dialécticas (conflictivas), porque las
fronteras entre unos campos y otros están continuamente disputadas. Por ejemplo, el intento
expansionista de la física y la química, que quieren reducir a la biología a sus coordenadas, aunque ésta
no se deja. En esta disputa se van dibujando las fronteras.

Intervencionismo: conocer implica transformar


La realidad se conoce cuando se transforma, por eso son necesarias las operaciones (Ian Hacking:
Representar e intervenir). Por ejemplo, la química no parte de los elementos de la tabla periódica, sino
que parte de compuestos, y a través de las operaciones se van construyendo los elementos químicos.
Por eso aparecen tan tarde en la historia de la química. Los elementos, tal como aparecen en la tabla
periódica, no existen, aislados, en la naturaleza.
No hay ciencia sin operaciones. Toda ciencia tiene que tener un campo operatorio. El requerimiento de
que las ciencias tengan un campo de objetos físicos, no se mantiene porque solo lo físico se pueda
conocer, o porque solo lo físico sea real, sino porque solo lo físico es operable. Solo con objetos
corpóreos se pueden realizar operaciones.
Construir verdades científicas implica transformar la realidad. La realidad se va dibujando, se va
perfilando, a la vez que se transforma. Por ejemplo, un acelerador de partículas es un transformador.
Para conocer las propiedades de las partículas subatómicas, es preciso operar sobre ellas.
La técnica y la tecnología son internas a las ciencias, porque los aparatos con los que hacemos las
operaciones exigen una tecnología que hay que dominar y conocer. La técnica y la tecnología tienen una
función conformadora en las ciencias, interna, porque los propios campos se van configurando según la
tecnología que se tenga en cada momento. Por ejemplo, las matemáticas se hacían con lápiz y papel, y
esto limitaba mucho su desarrollo, hasta que, con los ordenadores, se pudo ampliar ese campo. Un
nuevo operador, como el ordenador, ensancha el campo matemático, porque permite hacer operaciones
nuevas.

Las ciencias necesitan a las técnicas y las tecnologías, pero no se confunden con ellas

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Entre técnicas, ciencias y tecnologías existen relaciones muy estrechas. Las ciencias tienen un
componente técnico, porque parten de las técnicas y porque necesitan operar con los objetos de su
campo y, en un principio, lo hacen a escala técnica. Las técnicas son, pues, anteriores a las ciencias. Las
tecnologías, en cambio, se dan a la vez o con posterioridad a las ciencias, puesto que las tecnologías son
técnicas que se desarrollan a partir de la aplicación de conocimientos científicos (tecnología atómica,
tecnologías médicas, tecnologías computacionales, tecnologías de ingeniería biológica, etc.).
No obstante, las técnicas y las tecnologías no son ciencias. A diferencias de las ciencias, las técnicas y las
tecnologías están organizadas por un fin práctico: llevar hombres al espacio (tecnología aeroespacial),
transportar cargas por el aire (tecnología aeronaútica), producir energía a partir del núcleo atómico
(tecnología nuclear), tratamiento de información (tecnología computacional), etc. El fin orienta las
técnicas y las tecnologías y las organiza internamente. Esto no ocurre en las ciencias, puesto que las
ciencias no están organizadas de acuerdo con un único fin.
Las ciencias, a diferencia de las técnicas y las tecnologías, construyen verdades universales. Cuando
clasificamos las ciencias, hay que ver cómo funciona cada tipo de ciencia a la hora de construir sus
teoremas, es decir, sus verdades. En cambio, cuando clasificamos técnicas y tecnologías se trata de ver
qué tipo de fines persiguen en cada caso. Pero el criterio de los fines no se puede aplicar a las ciencias.
Cuando un matemático construye un teorema en una geometría de diez dimensiones curva, no se puede
decir que tenga ningún fin práctico, ningún objetivo práctico, más allá de su propio quehacer
matemático. Pero el teorema, una vez demostrado, es verdadero, universal y necesariamente verdadero,
y por eso es científico. No importa el interés práctico que pueda o no tener. De hecho, muchos de los
teoremas que construyen las ciencias no tienen un interés práctico inmediato, ni a lo mejor lo llegan a
tener nunca. Los teoremas pueden ser inútiles, pero no por ello dejan de ser verdaderos.

Origen técnico de las ciencias


Hay una pluralidad de ciencias con un origen distinto cada una de ellas. Las técnicas son las precursoras
de las ciencias, porque solo operando sobre la realidad y transformándola podemos conocerla. Un
ejemplo es la agrimensura, en Egipto, que servía para parcelar los campos de cultivo y controlar las
crecidas del Nilo, o la construcción de templos y palacios, que requería unos conocimientos geométricos
“prácticos”, y que luego darán lugar a la geometría “teórica”. Ocurre lo mismo con la aritmética, que está
ligada a la aparición del Estado: el Estado requiere la contabilidad de sus habitantes o sus posesiones. En
el caso de la física de Newton, habría que distinguir, por un lado, la mecánica celeste, ligada a los
calendarios, la predicción de eclipses, la astronomía naval, etc., y, por otro, la mecánica terrestre, ligada
especialmente a la balística, cuyo interés militar y estratégico es evidente. Lo genial de Newton es que
reorganizó ambas mecánicas en una sola, que es la física que conocemos de Newton. Como se ve, los
antecedentes técnicos de la física son múltiples: navegación, arquitectura, balanzas, planos inclinados,
etc. Todo esto va constituyendo el campo material de lo que acabará siendo la física clásica. La química
clásica está ligada a la metalurgia, las operaciones de tinción, las técnicas culinarias, la alquimia... Todo
un conjunto de conocimientos prácticos dispersos del que partirá, por ejemplo, John Dalton, ya en el
siglo XIX.
La tesis del origen técnico de las ciencias va ligada a la tesis de la multiplicidad de ciencias, cada una
con su propio origen, sin que tengan que surgir a la vez. Es decir, hay una disritmia: cada ciencia con su
fecha y lugar de nacimiento y su propio ritmo de crecimiento.

Dinámica de las ciencias


Las ciencias son idiorítimicas, es decir, cada una marcha a un ritmo diferente. No hay un curso de
desarrollo general de la ciencia. Incluso hay ritmos distintos entre las partes distintas de cada ciencia.
Esto se ve muy bien, por ejemplo, en las matemáticas (no aparecen a la vez la geometría, el álgebra o el
cálculo). Cada ciencia tiene un ritmo diferente. La geometría de Euclides (s. III a. C.) es la primera ciencia
en sentido moderno que existe, y no volverá a existir otra hasta el s. XVII con la mecánica de Newton. La
química no llegará a ser ciencia, en sentido moderno, hasta principios del s. XIX, y en el caso de la
biología habrá que esperar a la segunda mitad del siglo. Esto es así porque cada campo tiene unos

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materiales propios, con una racionalidad característica propia, que pueden ser reacios a constituirse en
una disciplina determinada.
No hay criterios de fasificación globales en la historia de la ciencia. No vale el esquema clásico: ciencia
antigua, medieval y moderna; a lo sumo, se podrá emplear de manera externa. Estamos acostumbrados
a esta división, pero es muy problemática en la historia de la filosofía en general y, en historia de la
ciencia, es irrelevante, porque ciencia en sentido moderno sólo hay a partir del s. XVII, sin contar la
geometría griega.
Desde el materialismo gnoseológico, se toma el criterio de fasificar de acuerdo con las técnicas y
tecnologías que un campo tiene en un momento histórico. El campo de una ciencia se amplía conforme
se amplía nuestra capacidad de transformar la realidad, en función de las técnicas y tecnologías. Por eso,
éstas son un indicio muy firme de las fases internas en el desarrollo del campo. Así, las revoluciones
científicas habría que buscarlas en las revoluciones tecnológicas. Por ejemplo, en astronomía, la
invención del telescopio será crucial. Tycho Brahe (siglo XVI) llevó la astronomía pretelescópica a su
máximo desarrollo; a partir del siglo XVII, con la invención del telescopio por Galileo, se produce la
“revolución” de la astronomía.

Hiperrealismo
Nos queda decir en qué consiste la verdad científica dentro del materialismo gnoseológico. No puede ser
descripción de la realidad, porque para conocerla hay que transformarla. Tampoco puede ser entendida
como una mera construcción especulativa, teórica, porque exige transformar la realidad misma, los
cuerpos, y es en esas operaciones donde surgen las relaciones que se pueden reflejar en los teoremas
científicos. Los teoremas científicos serían las regularidades que se observan en los procesos de
transformación. Tampoco puede ser una verdad adecuacionista, porque el realizar operaciones implica
una cierta teoría. Los componentes teóricos son indisociables del propio hecho de operar: se opera
desde unos presupuestos teóricos. No es que la ciencia elabore teorías adecuadas a un mundo previo,
sino que grandes partes de la realidad son construidas por las propias ciencias. Las ciencias han ido
ampliando la realidad, y esto es el propio argumento de la historia de la ciencia.
El argumento de la historia de la ciencia es cómo, gracias a la ciencia, lo que llamamos realidad se va
ampliando cada vez más. El teorema de Pitágoras, el átomo, la evolución biológica, el hipercubo no son
realidades “descubiertas”, sino que son una especie de ampliación de la realidad, una hiperrealidad que
las ciencias constituyen. Por ejemplo, el teorema de la evolución es una construcción hiperrealista,
porque nosotros no podemos ver o tocar la evolución, pero seríamos ininteligibles sin ella. Los teoremas
científicos son hiperrealistas porque suponen la construcción de una realidad que no existe previamente
como tal y que, aunque no sea inmediatamente perceptible, determina los fenómenos y actúa con
independencia de los sujetos. Las ciencias han ido ampliando la realidad hacia el pasado, hacia el
microcosmos, hacia el macrocosmos, en los terrenos de las ciencias formales (matemáticas y lógica), en
suma, en todas las direcciones.

Verdad científica
Si ninguna de las teorías anteriores es válida, entonces, ¿en qué consiste la verdad científica? Este es el
problema. No basta con decir que la ciencia construye realidades, porque en ese caso las construcciones
científicas no se diferenciarían en nada de otras construcciones humanas. De aquí se deduciría una
especie de relativismo: todo son construcciones humanas, independientemente de si tienen o no
carácter científico. La cuestión es la siguiente: ¿Cómo es posible sostener la tesis de que los teoremas
científicos son construcciones humanas (lo cual es indudable), y al mismo tiempo mantener la
objetividad de la verdad científica? Esta es la paradoja que da lugar a toda la teoría gnoseológica de la
ciencia. El teorema de la evolución no se constituye hasta el siglo XIX pero, al mismo tiempo, su
constitución supone considerar que la evolución biológica ha estado funcionando desde hace millones
de años. Si no hubiera hombres en el mundo, ¿seguirían funcionando los planetas según las tres leyes de
Kepler? La cuestión es cuál es la fuente de la objetividad de los teoremas científicos; por qué son
objetivos, si no pueden prescindir de las operaciones de los sujetos que los construyen. No hay otro caso

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como el de la ciencia: que se estén haciendo construcciones de etiología humana (de factura humana)
pero, al mismo tiempo, objetivas, en el sentido de universales y necesarias.
Cuando los científicos operan y transforman objetos del campo para dar lugar a objetos nuevos, en
algunas ocasiones, aparecen estructuras invariantes que, por lo general, pueden formularse como
relaciones de identidad sintética (relaciones de “encaje”) entre algunas partes del campo: esas
estructuras son las verdades científicas. Esos “encajes”, esas identidades sintéticas, surgen en medio del
propio proceso de operar y transformar objetos pero, una vez construidas, son independientes del
sujeto, son objetivas, universales y necesarias. Cuando se produce el “encaje”, los aspectos subjetivos
de las operaciones que condujeron a él quedan neutralizados. Así pues, no puede haber ciencia sin las
operaciones de los sujetos, sin la transformación de la realidad, pero no puede haber verdad científica si
los aspectos subjetivos de esas operaciones no quedan neutralizados. Una vez construida la verdad, no
se puede modificar por consenso o por cualquier otro método. Ahí radica su necesidad. Es una
construcción objetiva, que se mantiene por encima de la voluntad de los sujetos. Entender un teorema
científico (una verdad científica) es ser capaz de ponerse en la situación del que lo hizo, ver la necesidad
de que esas piezas ajusten así y no de otra manera, y plegarse a dicha necesidad.

Teoremas y principios
No todos los campos operatorios logran organizarse a una escala científica pero, cuando esto ocurre, es
porque se logran construir un conjunto de teoremas que pueden quedar enlazados por unos principios
comunes. Esos principios son característicos de su campo y lo estabilizan internamente, a la vez que lo
separan y lo diferencian de otros campos vecinos. Los principios y los teoremas pueden entenderse
como las invariantes de las transformaciones. Si se han construido varios teoremas y se pueden
establecer relaciones invariantes entre ellos, entonces se alcanza el modo más estricto de darse la
ciencia, que tiene lugar cuando un conjunto de teoremas comparten unos mismos principios (por
ejemplo, los famosos tres principios de la mecánica de Newton).
La verdad científica de los teoremas y de los principios tiene que ver con que puedan mantenerse con
independencia del sujeto, de modo que el sujeto quede neutralizado o eliminado ya que esas invariantes
se mantienen por encima de su voluntad.

5.- La clasificación de las ciencias desde el materialismo gnoseológico


1. Ciencias formales
2. Ciencias naturales
3. Ciencias humanas y etológicas
4. Ciencias históricas
La idea general de ciencia tiene el formato de un género con modulaciones diferentes, que serían las
diferentes especies de ciencias (ciencias formales, naturales, humanas y etológicas e históricas). Las
cuatro especies de ciencias del género mantienen una estructura común, en virtud de la cual todas
pueden ser consideradas ciencias, pero, a la vez, esa estructura se modula en cada una de ellas de
manera característica, especial. La clave de dichas modulaciones está en el tipo de cosas que se operan
en cada ciencia, puesto que la naturaleza de las operaciones y de lo operado afecta al funcionamiento
de cada tipo de ciencia.

5.1.- Las “ciencias formales”


Wilhelm Wundt (ss. XIX-XX), en su clasificación de las ciencias, sostiene que las ciencias formales no son
empíricas, puesto que estudian formas separadas de la materia. Sin embargo, desde el materialismo
gnoseológico, no podemos aceptar la existencia de ciencias no empíricas, puesto que todas las ciencias
tienen un campo material de objetos sobre los que se opera, de modo que todas son empíricas en un
cierto sentido. No hay formas puras sobre las que pudiera operarse.
Las ciencias formales operan con signos, que son materialidades tipográficas, son objetos “hechos con
lápiz y papel”. Dichos signos son objetos autorreferentes, autogóricos, puesto que no tienen su
referencia fuera de ellos mismos. Es decir, los números, las letras, las variables…, se refieren a ellas

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mismas; otra cosa es que luego se puedan aplicar a objetos reales, extratipográficos, como, por ejemplo,
en el contexto de ciertos problemas físicos, pero el matemático no necesita de esas aplicaciones para
llevar adelante la demostración de sus teoremas. La demostración del teorema de Pitágoras se hace con
lápiz y papel, al margen de sus eventuales aplicaciones posteriores.
En el resto de ciencias (ciencias no formales), los signos son heterorreferentes, alegóricos; van referidos
a otros objetos, que forman parte del campo de dichas ciencias y son operados por ellas. Pero, en las
ciencias formales, las materialidades tipográficas son los únicos objetos constituyentes del campo
material de dichas ciencias.
¿Qué implicaciones tiene esto? Si todas las ciencias son empíricas, reales, materiales, ¿por qué distinguir
las llamadas ciencias formales del resto? La respuesta es que el carácter autorreferente de los signos de
las ciencias formales afecta a la estructura gnoseológica de dichas ciencias y al modo de construirse la
verdad en ellas.
Por lo que se refiere a su estructura, las disciplinas formales, la lógica y las matemáticas, son
internamente múltiples. En el caso de las matemáticas, por ejemplo, tenemos distintos sistemas:
geometría, aritmética, álgebra, análisis, cálculo, topología, etc., mutuamente irreductibles. Dicha
irreductibilidad se observa, por ejemplo, en la inconmensurabilidad entre la geometría y la topología. En
geometría, dos figuras son equivalentes cuando se conservan las longitudes, los ángulos, las áreas y los
volúmenes. A partir de ahí, se pueden hacer rotaciones, traslaciones o reflexiones, pero si los ángulos,
las longitudes, las áreas y los volúmenes se conservan, las figuras resultantes de las operaciones serán
equivalentes a las figuras iniciales operadas. En topología, en cambio, dos configuraciones son
equivalentes cuando tienen el mismo número de trozos, huecos e intersecciones. Los ángulos, las
longitudes, las áreas y los volúmenes se pueden cambiar (estirar, encoger, etc.) sin que importe, a
efectos topológicos. Para un topólogo, es lo mismo un donut que una taza de café, porque los dos tienen
un agujero y una continuidad alrededor del agujero. Da lo mismo que estiremos el cuerpo a partir del
agujero para obtener la taza de café, porque lo que importa es el asa. El agujero hace que el donut y la
taza sean, en topología, la misma figura, un toro. Tenemos, pues, dos cálculos, el de la geometría y el de
la topología, que no se pueden unificar. Las matemáticas, no son, como se ve, un único sistema, sino que
son un conjunto, una symploké de sistemas, con sus conexiones y desconexiones relativas. Esto no
ocurre en el resto de las ciencias, puesto que cada una de ellas se unifica en un único sistema con unos
principios comunes a todos los teoremas, como en la mecánica de Newton.
¿Por qué las ciencias formales son internamente múltiples? La razón es que, en ellas, trabajamos con
signos autorreferentes a los que somos nosotros quienes, al operar con ellos, les damos el significado
que queremos que tengan. Las operaciones, los objetos y las relaciones tienen el significado que
nosotros hemos decidido. De este modo, podemos inventar distintos cálculos o sistemas. Cada cálculo
será verdadero en su interior, en su inmanencia, pero los distintos cálculos no se podrán unificar en base
a principios comunes, precisamente porque hemos estipulado, desde el inicio, que tengan principios
distintos e irreductibles.
Giambattista Vico (ss. XVII-XVIII), en Principios de ciencia nueva, dijo que las matemáticas eran la única
ciencia propiamente humana, la única ciencia hecha por el hombre y que el hombre podía conocer de
verdad (verum est factum). Las demás ciencias eran ciencias divinas, hechas por Dios, por lo que
quedaban más allá de los límites de las capacidades cognoscitivas humanas. Esta idea de Vico entronca
con lo que hemos explicado. Las campos de las ciencias formales son de etiología humana, de factura
humana, por eso tienen esas características y no hay, ni puede haber, una matemática (o una lógica)
unificada.
¿Cómo se modula la verdad por identidad sintética en las ciencias formales? En estas ciencias,
precisamente porque se crea una inmanencia de signos cuyo significado ha sido establecido
convencionalmente por nosotros, la verdad se parece mucho a la verdad por coherencia formal. Lo
verdadero es lo que es coherente con los principios y con el resto de teoremas. Podríamos llegar a
afirmar que, si no tuviéramos el resto de ciencias no formales, si solo existieran las ciencias formales, nos
arreglaríamos con la teoría de la verdad por coherencia (por otra parte, esta fue la situación en la que se

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encontró Aristóteles, que solo pudo conocer la geometría, una ciencia formal, lo que le llevó a
desarrollar su idea de ciencia como “sistema de proposiciones derivadas de principios”).
Para concluir, diremos que la distinción entre lógica y matemáticas se da en continuidad con todo lo que
venimos diciendo. Se parecen en lo que operan, pero se diferencian en cómo lo hacen. Ambas operan
signos autorreferentes y por eso se consideran ciencias formales. Pero la lógica opera
autoformantemente (con idempotencia: los términos compuestos dan los términos de origen) y las
matemáticas heteroformantemente (sin idempotencia: los términos compuestos no dan los términos de
origen).

5.2.- La distinción entre ciencias naturales y ciencias humanas (y etológicas)


Esta distinción no se puede basar en la distinción ontológica entre Naturaleza y Cultura (o en otras
similares), no solo por su carácter metafísico, sino por su naturaleza no gnoseológica. Tampoco se puede
basar en la distinción entre explicación y compresión, que es una distinción epistemológica que, de ser
cierta, comprometería la unidad misma de la idea de ciencia. La distinción debe basarse en criterios
estrictamente gnoseológicos.
Las ciencias naturales operan con objetos inertes, no operatorios. Las ciencias humanas operan,
además de con objetos inertes, con las operaciones de otros sujetos (el nativo de una sociedad pre-
estatal, el hablante de un idioma, el agente político, el agente económico, etc.). Como veremos, la
presencia de esas operaciones en el campo de las ciencias humanas compromete su cientificidad,
porque dificulta la eliminación de las operaciones que hace falta para que haya verdad científica.
Las ciencias humanas plantean el conflicto entre la capacidad operatoria de los sujetos a los que estas
ciencias estudian, la libertad que se les reconoce como sujetos humanos, y la pretensión de esas
ciencias de dar cuenta de esas operaciones y, en el límite, de predecirlas.
En las ciencias humanas siempre tienen que estar presentes en el campo las operaciones de los sujetos
humanos. De este modo, en estas ciencias hay un doble plano operatorio:
1. El de las operaciones de los sujetos temáticos, es decir, los sujetos estudiados por el científico:
nativos de una sociedad tribal, hablantes, miembros de grupos sociales, etc.
2. El de las operaciones de los científicos, que están viendo las operaciones de los sujetos
temáticos “desde fuera” (desde otro sistema operatorio, el científico): son las operaciones del
antropólogo cultural, del lingüista, del sociólogo, etc.
De este modo, las operaciones de los sujetos temáticos son consideradas “objeto de estudio de la
ciencia”, son consideradas como “tema”, como “objetos” del campo de la ciencia. Las ciencias humanas
tratarían de dar cuenta de esas operaciones de los sujetos temáticos.
En el momento en que desaparecen las operaciones del sujeto temático, entonces se vuelve a la
situación propia de las ciencias naturales: el organismo biológico muerto y seccionado por el micrótomo,
tal como puede aparecer en el microscopio, ya no realiza operaciones y, por eso, esa biología (citología,
histología) es ciencia natural. Sin embargo, las ciencias etológicas caen del lado de las ciencias humanas
porque hay animales que son sujetos operatorios y sus operaciones, análogas a las humanas en algunos
aspectos, pueden formar parte de los campos de las ciencias. De este modo, tenemos dos planos
operatorios: el del animal que opera, y el del etólogo, psicólogo o sociólogo que opera sobre el animal.
Algunas de las dificultades que presentan las ciencias humanas tienen que ver con la existencia de este
doble plano operatorio. Los campos de las ciencias humanas y etológicas soportan una tensión
estructural entre dos polos: por un lado, el requerimiento de eliminar del campo de la ciencia las
operaciones de los sujetos para que pueda darse una verdad científica objetiva, universal y necesaria;
por otro lado, la circunstancia de que, en los campos de las ciencias humanas y etológicas siempre
tienen que estar presentes las operaciones de los sujetos humanos (o de sus análogos animales no
humanos). Cuanto más completa sea la eliminación de las operaciones, más científica será una disciplina
pero, a la vez, peligrará su estatuto de ciencia “humana”, si es que las ciencias humanas tienen que
contener las operaciones de los sujetos temáticos. Recíprocamente, si se mantienen estas operaciones
en el campo, entonces estará claro que nos encontramos en una ciencia del grupo de las ciencias
humanas, pero la cientificidad de esa disciplina será problemática. Ninguna filosofía puede resolver esta

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tensión estructural ya que es una dialéctica dada objetivamente en las ciencias humanas mismas: la
filosofía de la ciencia puede hacer explícita esta dificultad y puede sistematizarla para intentar
entenderla sin destruirla. La situación de “precariedad crónica” (inconsistencia, falta de acuerdo,
enfrentamiento entre “escuelas”, etc.) de las ciencias humanas es una consecuencia de esta tensión
estructural a la que se ha hecho referencia.
Para sistematizar esa tensión, Gustavo Bueno propone la teoría de las metodologías α y β operatorias.
Se trata de clasificar los diferentes grados de eliminación de las operaciones de la manera más neutra
posible (utilizando letras y números).
Cuando hay una eliminación de las operaciones (al menos parcial) estamos en una metodología que
llamamos α, y cuando las operaciones permanecen en el campo hablamos de una metodología β. Si las
operaciones de un organismo se reducen a sus factores biológicos, remitiéndolas al funcionamiento de
las neuronas, por ejemplo, estaríamos utilizando una metodología α1, porque desde los campos
homogeneizados de neuronas y sinapsis resulta imposible reconstruir las operaciones concretas del
sujeto. La genética de la conducta sería otro ejemplo de esta metodología, si es que es posible
determinar conductas que puedan ser explicadas por vía genética. Cuando la eliminación de las
operaciones es total, las ciencias humanas se convierten en ciencias naturales, en ciencias en las que
tiene lugar la neutralización total del sujeto, y hablamos de metodologías α1 (sociobiología, genética de
la conducta, psicología fisiológica, etc.).
Cuando no existe, en absoluto, eliminación de las operaciones, estaríamos en las metodologías β2, que
suponen una situación de co-determinación operatoria entre el sujeto gnoseológico y el sujeto temático,
dados ambos en continuidad, en un mismo plano, de un modo simétrico, lo que nos remite a una
situación práctica prudencial, pero no a una ciencia: la práctica económica de gobiernos y corporaciones,
o la práctica de la compra venta de valores en los mercados podrían ponerse como ejemplos de esta co-
determinación operatoria.
En los estados intermedios α2 y β1 las ciencias humanas logran constituirse como tales, aunque no sin
ciertos problemas. En las metodologías α2 se trata de ver las operaciones del sujeto temático envueltas
en estructuras que las determinan relativamente como puedan ser las estructuras históricas y culturales.
Las estrategias del materialismo cultural de Marvin Harris o del materialismo histórico de Karl Marx
están construidas desde ese supuesto. Por ejemplo, los idiomas nacionales modernos son estructuras
que envuelven al hablante y determinan en buena medida, desde fuera, su conducta verbal.
En las metodologías β1, se contempla la posibilidad de una co-determinación operatoria entre dos
sujetos, pero de modo que uno de ellos, en virtud de un sistema operatorio más potente, logre
imponerse al otro: el ejemplo paradigmático de esta situación sería el juego del ajedrez. Desde el punto
de vista de la teoría de juegos, el ajedrez es un juego bipersonal de suma cero, finito (con un número de
jugadas y de partidas finito) y de información completa. Sin embargo, para el filósofo de la ciencia, el
ajedrez plantea problemas específicos. En el ajedrez, las operaciones de los jugadores se van co-
determinando mutuamente a lo largo de la partida, de modo que ninguno de ellos puede planear su
partida desde el principio, con independencia de lo que mueva el otro. Se podría decir que, en cada
jugada, el jugador tiene que reconsiderar por completo su estrategia. El ajedrez no tiene, hoy por hoy,
una solución matemática ya que nuestra tecnología de computación no permite recorrer todas las
partidas posibles, aunque sean finitas: diríamos, por tanto, que no tiene una solución en α. Hay muchos
juegos (las damas, el Nim, el tres en raya) que pueden resolverse de un modo determinista (en α), desde
el momento en que hay un algoritmo que, si se aplica, conduce a la victoria. Pero esto no ocurre en el
ajedrez, donde el algoritmo matemático no se puede manejar por ser muy largo (aunque finito) y,
entonces, las partidas hay que jugarlas manejando estrategias que podríamos llamar “intermedias”. Por
tanto, cada partida tiene que ser jugada y los cálculos no pueden ir más allá de las tres o cuatro próximas
jugadas, lo cual exige estar reconsiderando continuamente la partida a tenor de los movimientos del
contrario. Pero, de todas formas, hay sujetos que tienen la “ciencia del ajedrez”. La pregunta filosófica es
¿qué tipo de ciencia es ésta? Esa ciencia es β1: es una ciencia que es casi práctica prudencial (β2), pero,
dado que hay sujetos que ganan sistemáticamente, es necesario reconocer un tipo de ciencia especial.

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Pero ¿qué tipo de ciencia es ésta? Esa ciencia es un conocimiento tal que el jugador victorioso puede
prever lo que hará su contrincante, puestas ciertas condiciones.
El ajedrez nos puede valer de canon de lo que son las técnicas humanas efectivas, es decir, las técnicas
que nos dan una capacidad de manipular las operaciones de otros sujetos. El sujeto vencido en el juego
del ajedrez tiene la apariencia de estar jugando, tiene la apariencia de mover sus piezas libremente pero,
en realidad, su juego está siendo determinado por el sujeto vencedor, su estrategia queda envuelta por
la estrategia más potente del jugador victorioso. Del mismo modo, el comprador que elige libremente un
producto está siendo determinado por el “publicista victorioso” que es capaz de dirigir sus operaciones,
y también el oyente de un discurso puede quedar en manos del orador persuasivo. Esto son técnicas
humanas: técnicas de propaganda, técnicas de persuasión, técnicas de modificación de conducta,
técnicas de manipulación económica o política. Técnicas de “conducción de almas” (técnicas
“psicagógicas”). Cada una de esas técnicas tiene su propia especificidad y tiene que probar, en cada
momento, su efectividad. La antinomia de la libertad no se daría entre praxis humanas y causalidad física
(como en la tercera antinomia de Kant), o entre praxis humana y causalidad divina (como en las
discusiones escolásticas), sino entre praxis humana y praxis humana.
Como se ve, en el caso de estas ciencias humanas que se aproximan a las técnicas humanas efectivas, la
verdad tiene que ver con el control operatorio efectivo. Cuando trabajamos con ratas en un laboratorio,
la verdad de los teoremas tiene que ver con las conductas que estamos implantando en los propios
animales y con el control conductual que estamos logrando de hecho.
Es interesante distinguir, dentro de las ciencias humanas, las ciencias etológicas de las ciencias
humanas propiamente dichas. El criterio se mantiene, puesto que la cuestión sigue siendo: ¿con qué
operamos en cada caso? Los animales no humanos no utilizan el lenguaje de palabras, mientras que los
animales humanos sí. El hecho de que el sujeto temático, al que estamos estudiando, utilice el mismo
lenguaje de palabras que utiliza el sujeto gnoseológico, el científico, en el caso de las ciencias humanas
afecta a sus condiciones de cientificidad. En cambio, como los animales no utilizan el mismo lenguaje de
palabras del científico, hay una distancia mayor entre el sujeto gnoseológico y el sujeto temático que
permite un tipo de cientificidad más próxima al de las ciencias naturales.

5.3.- Las ciencias históricas


¿Por qué distinguir las ciencias históricas del resto de ciencias humanas? La razón es que en las ciencias
históricas el sujeto temático no está presente en el campo y no se puede interactuar con él. La historia
se construye a partir de reliquias y de documentos. En la historia, unas realidades que no son ellas
mismas operatorias (las reliquias y los documentos) tienen que ser puestas en contextos operatorios
para que resulten inteligibles: para distinguir un canto rodado de un capitel labrado tenemos que
suponer las operaciones del sujeto que esculpió el capitel pues, de otro modo, ambas «piedras»
resultarían indistinguibles. Hace falta poblar las reliquias y los documentos con “fantasmas operatorios”
para que cobren sentido histórico.
En la historia se da una situación gnoseológica diferente al resto de ciencias. Esto tiene que ver con la
distinción entre cierres fijos y cierres flotantes. En las demás ciencias, se puede operar con los objetos
(o con los sujetos) presentes en el campo de modo que los resultados de las operaciones se separan de
los términos operados. Esto dota de mayor flexibilidad al campo. Los términos van siendo operados, se
conectan y desconectan, se combinan y recombinan, pero ninguno queda fijado a ningún otro. Pero, en
la historia, los términos van quedando entretejidos, anclados los unos a los otros, sin posibilidad de
libertad flotante. Si yo estoy estudiando a Napoleón o Alejandro Magno, me tengo que quedar fijo en
ellos, no puedo desconectarme, de modo que, al operar, no puedo desconectar los resultados de las
operaciones de los términos precedentes operados. Esto genera un cierre fijo, un cierre degenerado, en
cierta medida, porque no tiene la libertad operatoria flotante que tienen los cierres normales. Esto
afecta a la cientificidad y a la organización interna de las ciencias históricas. Cuando empezamos a operar
en las ciencias históricas, como tenemos que ir fijando unos términos a otros sin poder desconectarlos
mutuamente, vamos construyendo una red de relaciones que adquiere la figura propia de un individuo,
que no es el sujeto particular, sino un individuo total, como puede ser el Imperio romano, la Iglesia

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católica, la Revolución de octubre, etc. Obtenemos unas figuras idiográficas, individuales, que son
resultado de esos cierres fijos y de la imposibilidad de desconectar los resultados de las operaciones de
los términos iniciales operados. Esto da lugar a que la historia tenga un estatuto gnoseológico especial,
que se ve también en la verdad que construyen las ciencias históricas.
Giambattista Vico pone a la historia al lado de las matemáticas, puesto que los procesos históricos,
como los hicieron humanos, los podemos conocer (verum est factum), mientras que el mundo, que lo
hizo Dios, no lo podemos conocer, porque no hay proporción entre nuestra inteligencia y la inteligencia
del arquitecto del mundo (Dios). Para los teólogos, la verdad de las ciencias era la adecuación con el
entendimiento de Dios, algo así como reconstruir los planos que Dios tenía cuando creó el mundo. Era
una especie de ingeniería inversa, como cuando en vez de construir una pieza a partir de unos planos,
partimos de la pieza e intentamos deducir los planos (ej. Stalin y el motor de explosión). Dios hizo el
mundo con unos planos y los científicos intentan deducir esos planos a partir del mundo. Esta idea de la
verdad científica es inasumible desde una perspectiva materialista, por razones ontológicas, por razón
del ateísmo consustancial al materialismo. Pero es una idea que funciona de algún modo en el caso de la
historia. Cuando hacemos historia, estamos reconstruyendo las operaciones de los sujetos pretéritos,
que son humanos, como nosotros, de modo que entre nosotros y ellos sí hay proporción, y la
adecuación a sus operaciones es posible. Cabría afirmar que, si solo existiera la historia, si la historia
fuera la única ciencia que pudiéramos estudiar, nuestra teoría de la verdad podría ser adecuacionista: lo
que el historiador reconstruye debe adecuarse a lo que lo sujetos históricos hicieron. Pero, como
tenemos todas las demás ciencias, nuestra teoría de la verdad es la de la identidad sintética, que se
modula de forma especial en las ciencias formales y en las históricas.
Si las ciencias humanas se aproximan a las técnicas humanas efectivas, la historia, con sus cierres fijos y
con esos individuos totales que construye, se acerca a la filosofía de la historia. La historia, cuando
construye esos individuos totales, comienza a parecerse a la filosofía y su verdad se acerca a la verdad
que podemos reconocer en filosofía.
Para concluir, diremos que, así como en el caso de las ciencias humanas era interesante distinguir la
etología de las ciencias propiamente humanas, ahora también es pertinente distinguir el campo de la
arqueología, sin escritura, donde solo hay reliquias (ruinas, vestigios, monumentos) y el de la historia,
con escritura, donde, además de reliquias, también hay relatos (documentos). La presencia o ausencia
de escritura en el campo tiene consecuencias gnoseológicas.

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Operaciones autoformantes
lógica

"Formales"
(de signos autorreferentes)

Operaciones heteroformantes
matemáticas

Naturales
física, química, geología, biología
(de objetos no operatorios)

El sujeto temático no maneja un


lenguaje de palabras
Ciencias etología, psicología animal,
sociología animal
Humanas y etológicas
(de objetos y operaciones)
Las operaciones del sujeto
temático están materialmente en
el campo El sujeto temático sí maneja un
lenguaje de palabras
lingüística, antropología cultural,
economía, psicología humana,
sociología humana

Sin escritura
arqueología, prehistoria
Históricas
Las operacinoes del sujeto
temático se deducen de los
objetos

Con escritura
historia

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