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En el mundo de las leyes, existen ciertos manejos que algunos abogados, en pro

de alegar la inocencia de quienes representan en su defensa y que corresponden al


uso y abuso de argumentos de carácter psiquiátrico, con el propósito de alcanzar
beneficios procesales para sus defendidos. Sin embargo, muchos de estos
argumentos, son desestimados sobre la base de un peritaje forense realizado bien sea
al accionar o al discurso de los acusados.

Estos casos se repiten a diario en nuestro país, donde se pretende (a veces ya


como una costumbre) basar un alegato de defensa o amparo en diversas patologías de
tipo psiquiátrico, sufridas por el indiciado o privado de libertad, con el propósito de
menguar o cesar el período de pena. Pero, para bien de las víctimas, se cuenta con el
estudio de expertos en el área de psiquiatría, orientados al estudio de los factores
conductuales que tienen importancia en el derecho y que se relacionan con algunos
aspectos de la capacidad mental y psíquica de los imputados o privados de libertad.

Este tipo de estudios son llevados a cabo orientados por una rama de la
psiquiatría, llamada psiquiatría forense, que determina aspectos de carácter legal,
como la responsabilidad por la conducta criminal o si el acusado está apto para ser
sujeto de juicio, permitiendo a un tribunal también conocer, mediante estudios
conductuales, el nivel de compromiso del indiciado con el delito que se le imputa.

El psiquiatra forense, en su rol pericial, establece una relación muy estrecha y


directa con el agresor, la víctima o testigo, dependiendo de las necesidades y
requerimientos de la investigación y puede, en su oportunidad, desarrollar exámenes
complementarios, siempre bajo la observancia los principios éticos básicos en su
contexto, como por ejemplo, advertir al sujeto de estudio pericial de la ausencia del
secreto médico, para con la autoridad judicial que lo designó.

Por consiguiente, se convierte en una ayuda sustancial en la resolución de casos


que ameritan un estudio de la conducta criminal y que a veces se tornan como única
alternativa viable para desentrañar diversos entramados, tales como defensas plagadas
de vericuetos legales basadas en presuntas demencias o incapacidades mentales que
pretenden justificar acciones delictuales, bien sea de carácter temporal o permanente
que pudieran dar lugar a considerar una interdicción por demencia o incapacidad
intelectual.

De manera que algunos juristas, utilizan diversas leyes o artículos del


ordenamiento jurídico venezolano como argumento legal para defender a como dé
lugar, una ansiada posición de víctima al agresor, que le permitiría alcanzar los
buenos oficios del juez que lleva la causa, beneficiando a su defendido, sin tomar en
cuenta el carácter real de la situación, donde la víctima notoria es la persona agredida
y quien recibe la peor parte del hecho delictivo en cuanto tal.

Esto no quiere decir que el agresor no tenga la oportunidad de ser interdicto,


sobreseído o dejado en libertad, en función de cualquier estado de insanidad mental,
por cuanto pueden presentarse situaciones similares con la víctima o incluso con
testigos, pero es importante señalar, que en virtud del ejercicio de la función pericial,
el especialista debe dominar no solo la interpretación médica del caso, sino la
categorización penal asociada a los diversos estados mentales de las partes
involucradas o relacionadas, con la ayuda de sus propios recursos clínicos y
paraclínicos, para que a posteriori, sea de sobrado interés penal.

Se infiere entonces, que en la medida en que el estudio conductual del


delincuente sea más preciso e individual, mayor podrá ser el aporte de la psiquiatría
forense. Pero se hace necesario resaltar que se debe tomar en cuenta que dicho aporte
no debe reemplazar al estudio criminológico del delincuente, para que no se asocie,
por ejemplo, la caracterización psiquiátrica del agresor con una potencial
inimputabilidad ni mucho menos, por otra parte, con la justificación o negación del
delito.
Es probable que de manera conexa, tanto la interpretación psiquiátrica como la
criminológica, tengan discursos en la misma orientación, pero no debe caerse en el
grave error de establecer conclusiones plenas sobre los motivos del imputado,
basadas en las resoluciones comunes. Solo con una interpretación psiquiátrica
ajustada al rigor científico, el peritaje psiquiátrico forense podrá cumplir el rol
designado como colaborador en la administración de justicia.

Se evidencia, de manera muy notoria, que el derecho se haya entonces en una


dicotomía moral, por cuanto en la resolución de un aspecto cotidiano del hecho
jurídico, se debe a dos paradigmas de idéntico rango: por un lado, el respeto a la
dignidad como principio legal y en la otra orilla, la seguridad jurídica y el buen
nombre institucional.

Ahora bien y bajo estos preceptos, si en adición entendemos de manera


resolutoria que el desconocimiento de la dignidad humana como ejercicio pleno de la
justicia nos deja ciertos vacíos, también debemos asumir que uno de los fines
fundamentales del derecho es establecer cuales valores son esenciales a esa dignidad.
A estos efectos, todos los procedimientos deben cumplirse siempre bajo la premisa
de tratarse de una evaluación que será sometida a un control judicial que garantice en
todo momento, el derecho a la salud y el bienestar del acusado.

En síntesis, se puede concluir que los desafíos de la psiquiatría forense son


bastante amplios, aunque no dejan de ser también complejos. Las responsabilidades y
obligaciones que la psiquiatría forense tiene para con la justicia es bastante alta.
Comenzando desde un diagnóstico que certifique si el acusado sufre de un trastorno
mental o una potencial incapacidad jurídica, hasta la selección de la mejor estrategia
diagnóstica, terapéutica y profiláctica para el indiciado o privado de libertad, así
como las implicaciones y consecuencias que conlleva, la psiquiatría forense se
enfrenta a grandes e ineludibles retos que nos comprometen con el sano desarrollo de
la justicia.

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