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PRIMERO.- Que la interpretación y ulterior aplicación de las normas que regulan la prisión
preventiva -situación nacida de una resolución jurídica de carácter provisional y duración limitada,
por la que se restringe el derecho a la libertad de un imputado-, en especial el artículo 268 del
Código Procesal Penal de 2004, exige que el Juez -en el ejercicio de su potestad jurisdiccional-
tengan en cuenta diversos parámetros jurídicos legalmente previstos -bajo el reconocimiento de que
la prisión preventiva está situada entre dos deberes estatales el de perseguir eficazmente el
delito, por un lado, y, por otro lado, el de proteger la libertad del ciudadano-.
SEGUNDO.- Que el primer presupuesto material a tener en cuenta -que tiene un carácter
genérico- es la existencia de fundados y graves elementos de convicción -juicio de imputación
judicial- para estimar un alto grado de probabilidad de que el imputado pueda ser autor o partícipe
del delito que es objeto del proceso penal [artículo 268, apartado 1, literal a), del Código Procesal Penal:
fumus delicti comissi].
Al respecto es necesario contar con datos y/o graves y suficientes indicios procedimentales
lícitos -del material instructorio en su conjunto-, de que el imputado está involucrado en los hechos.
No puede exigirse, desde luego, una calificación absolutamente correcta, sino racionalmente
aproximativa al tipo legal referido. Asimismo, han de estar presentes todos los presupuestos de la
punibilidad y de la perseguibilidad (probabilidad real de culpabilidad).
Luego, como primer motivo específico de prisión, que integra con el peligrosismo procesal el
segundo motivo de la citada medida de coerción, es necesario identificar el límite penológico. El
Juez en esta fase del análisis jurídico procesal ha de realizar una prognosis o pronóstico que permita
identificar un nivel razonable de probabilidad de que la pena a imponer será superior a cuatro años
de privación de libertad.
Por el contrario, si en el caso específico se cumple con ambas exigencias el Juez debe
TERCERO.- Que el Código Procesal Penal ofrece criterios específicos para analizar el
riesgo de fuga y el peligro de obstaculización probatoria. La normativa procesal penal establece -a
través del desarrollo de los artículos 269 y 270 del Código Procesal Penal- una guía -sin duda
flexible o abierta- para que la jurisdicción pueda utilizar índices específicos para justificar la
imposición de una medida procesal tan grave como la prisión preventiva. Tales lineamientos tienen
como objetivo evitar la justificación de la misma sobre la base de resoluciones estereotipadas o con
una escasa motivación en el ámbito nuclear del .peligrosismo procesal’.
Sin embargo, debe quedar claro que estos postulados normativos no tienen naturaleza
taxativa. El Juez, obviamente, puede incorporar en su análisis otros criterios que justifiquen o no
aconsejen la aplicación de la prisión preventiva (el estado de salud del procesado, por ejemplo),
siempre que respeten la Constitución, así como la proporcionalidad y la razonabilidad de la decisión.
Además, ha de tomar en cuenta que los requisitos exigidos al momento inicial de su adopción no son
necesariamente los mismos que deben exigirse con posterioridad para decretar su mantenimiento.
Las circunstancias que resulten útiles para inferir la aptitud del sujeto para provocar su ausencia
-riesgo que por antonomasia persigue atajarse en la prisión preventiva- están en función a las mayores
o menores posibilidades de control sobre su paradero. Entre aquellas se tiene la salud del individuo,
que influye mucho -en uno o en otro sentido- en la capacidad material de huida; así como la situación
familiar o social del sujeto, para advertir la posibilidad que algún familiar o amigo supla o complemente
la disposición material del sujeto pasivo del proceso; la inminencia de celebración del juicio oral,
especialmente en los supuestos en que proceda iniciar o formalizar un enjuiciamiento acelerado o
inminente -se trata, como abona la experiencia, de un elemento ambivalente, dado que el avance del
proceso puede contribuir tanto a cimentar con mayor solidez la imputación como a debilitar los
indicios de culpabilidad del acusado, por lo que el Juez ha de concretar las circunstancias
específicas que abonan o no a la fuga del imputado-. Otras circunstancias que permiten deducir
con rigor una disposición cualificada del sujeto a poner en riesgo el proceso mediante su ausencia
injustificada, pueden ser: la existencia de conexiones del individuo con otros lugares del país o del
extranjero, la pertenencia del encausado a una organización o banda delictiva, la complejidad
en la realización del hecho atribuido, las especialidades formativas que quepa apreciar en el
procesado, o incluso en su situación laboral.
Las circunstancias relevantes para el análisis de la disposición material del imputado para
acceder a las fuentes y medios de investigación y ocultarlos, destruirlos y manipularlos, indican
cierto grado de conexión entre el propio imputado y el objeto a proteger. Dicha conexión puede
expresarse por la posición laboral del sujeto, la complejidad en la realización del hecho atribuido, su
situación social o familiar, o sus conexiones con otros países o lugares del territorio nacional, si se
advierte que en ellos puede hallarse la concreta fuente de prueba.
QUINTO.- Que, por otro lado, es doctrina jurisprudencial consolidada -tanto a nivel nacional
como internacional- el hecho de que, por lo general y salvo lo dispuesto en el fundamento jurídico
tercero, parágrafo tres, la gravedad de la pena no puede ser el único criterio que justifique la
utilización de la prisión preventiva, razón por la cual se debe acompañar con algunos de los criterios
dispuestos por el artículo 269 del Código Procesal Penal; y, como se verá, con el propio apartado 2
del artículo 268 del citado Cuerpo de Leyes.
En tal ámbito, es de suma importancia evaluar el análisis jurisprudencial que actualmente
ocurre en el contexto de algunos de los criterios regulados por el artículo 269 del Código Procesal
Penal. En la actualidad se vienen generando muchas confusiones que deben ser esclarecidas con el
propósito de aplicar en forma eficiente la prisión preventiva.
SEXTO.- Que un problema fundamental viene dado por la definición del arraigo, regulado
por el artículo 269, apartado 1, del Código Procesal Penal. Un dato fundamental que es de tener en
cuenta en la valoración de los criterios establecidos por los artículos 269 y 270 del mencionado Código,
es que se está ante lo que se puede denominar “tipologías referenciales”, destinadas a guiar el análisis
del riesgo de fuga u obstaculización (peligro procesal). No se está frente a causales de tipo taxativo,
ni frente a presupuestos materiales de la prisión preventiva. Por lo tanto, es necesaria una valoración
de conjunto de todas las circunstancias del caso para evaluar la existencia o inexistencia del
peligrosismo procesal.
SÉPTIMO.- Que no existe ninguna razón jurídica ni legal -la norma no expresa en ningún
caso tal situación- para entender que la presencia del algún tipo de arraigo descarta, a priori, la
utilización de la prisión preventiva. De hecho, el arraigo no es un concepto o requisito fijo que pueda
evaluarse en términos absolutos. Es decir, la expresión “existencia” o “inexistencia” de arraigo es, en
realidad, un enunciado que requiere de serios controles en el plano lógico y experimental. Toda
persona, aún cuando se está frente a un indigente, tiene algún tipo de arraigo. El punto nodal estriba
en establecer cuándo el arraigo - medido en términos cualitativos- descarta la aplicación de la
prisión preventiva. Esto es algo muy distinto a sostener que la presencia de cualquier tipo de arraigo
descarta la prisión preventiva.
Un ejemplo claro de esta situación es la conducta procesal del imputado (artículo 269, apartado
4, del Código Procesal Penal). Es igualmente factible que un encausado, con domicilio conocido o
trabajo, muestre una conducta renuente al proceso; por lo tanto, se entiende que en este caso la
“calidad” del arraigo no es suficiente para enervar el peligro procesal. De hecho, un indicador
consolidado de esta situación es lo que el propio artículo 269, apartado 1, del Código Procesal Penal
regula como un elemento a analizar en el ámbito del arraigo: “las facilidades para abandonar
definitivamente el país o permanecer oculto”. Es una máxima de la experiencia que aquellas
personas que tienen facilidades para abandonar el país, por lo general, cuentan con recursos
económicos, quienes, por lo demás, suelen tener domicilio, propiedades, trabajo, residencia habitual,
etcétera.