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Va?zquez Garci?a, F. - Pierre Bourdieu. La sociologi?a como


cri?tica de la razo?n [ed. Montesinos, 2002 ]

Introdución ao Dereito (Universidade de Santiago de Compostela)

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PIERRE BOURDIEU
Francisco Vázquez García

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Francisco Vázquez García

PIERRE BOURDIEU
La sociología como
crítica de la razón

MONTESINOS

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Edición propiedad de Ediciones de Intervención Cultural


© Francisco Vázquez García
Diseño: Elisa N. Cabot
ISBN: 84-95776-22-7
Depósito legal: B-11385-2002
Imprime Novagráfik, S. A.
Impreso en España
Printed in Spain

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(Para Francisco Vázquez Paz


in memoriam)

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Pierre Bourdieu

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Introducción

Un Pensamiento de los Límites

Referirse a Pierre Bourdieu (1930-2002) es hacer mención de


uno de los programas de ciencia social crítica con más calado y
repercusión de los que hoy pueden encontrarse en el paisaje inte-
lectual. Se está ante una obra ingente, compuesta de cientos de
libros, artículos, entrevistas, conferencias, con una parte impor-
tante del material publicado en diversos idiomas. Se está también
ante una investigación ambiciosa y de variadísimo repertorio: et-
nología de Argelia y del Béarn, sociología del sistema escolar
francés, del arte y la literatura, del deporte, de la dominación
masculina, de los gustos y consumos culturales, del derecho, de
la ciencia, del campo económico, de la filosofía y la política, de la
pobreza. Bourdieu era sociólogo y se declaraba como tal, aunque
los efectos de su trabajo trascienden el ámbito de esta disciplina.
De hecho, abogaba por una ciencia social unificada, emplazada
más allá de las fronteras entre especialidades; divisiones que
Bourdieu percibía como verdaderos obstáculos sociales y epis-
temológicos para la construcción del conocimiento científico.
La capacidad de sus investigaciones para descubrir lo oculto y
lo que está mejor escondido -las relaciones de poder y de de-
sigualdad que forman el cemento de nuestras sociedades- le dan
a esta sociología un alcance plenamente político. El activismo
de Bourdieu, acentuado en los últimos años, acrecentado a me-
dida que triunfaba el neoliberalismo rampante, se enraiza dura-

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deramente en su obra científica, ya desde sus mismos inicios.


El proyecto intelectual del sociólogo francés ha sido ya objeto
de estudio en numerosas monografías, la mayoría procedentes
del mundo anglosajón. En España, que ha conocido en la última
década una proliferación de traducciones castellanas de sus
obras, se han publicado algunos libros especializados, pero sólo
conciemen a aspectos parciales del pensamiento de Bourdieu.
Es necesario emprender un análisis de conjunto que permita a la
vez dar a conocer esta trayectoria a un público no restringido a
los expertos.
La apuesta tiene sus riesgos. A nadie se le oculta que el estilo
de Bourdieu es difícil. Para sus seguidores, esto es signo del
rigor de sus argumentos y de su voluntad de romper con los lu-
gares comunes del lenguaje corriente, gesto de ruptura que
distinguiría al pensamiento científico. Para sus detractores, la os-
curidad de la forma expresaría un vicio indómito, demasiado co-
mún al pensamiento francés contemporáneo, una tendencia a
complicar innecesariamente el discurso, buscando seducir ideo-
lógicamente -mediante un recurso análogo al esoterismo de la
magia- a los que no puede convencer por la fuerza del razona-
miento científico.
Es mejor no entrar en semejante controversia. Sí puede
afirmarse que la dificultad del estilo de Bourdieu -amplio des-
pliegue de oraciones subordinadas y perífrasis, vocabulario
técnico, abundancia de diagramas que obligan a pensar de forma
no lineal, gráficos y análisis estadísticos- no obedece, y no
puede decirse lo mismo respecto al tenebrismo de otros pen-
sadores franceses, a veleidades literarias o a un aristocrático
distanciamiento intelectualista, sino a una deliberada exigencia
de poner en suspenso las "prenociones" -como las llamaba
Durkheim- y juicios precipitados del sentido común. Cuando
uno escucha el tono que se gasta hoy en los medios de comu-
nicación a la hora de argumentar acerca de "problemas sociales"

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(desempleo, inmigración, delincuencia, violencia doméstica,


drogadicción, etc..) no puede sino dar la razón al autor francés
en este punto.
Bourdieu es conocido principalmente en nuestro país en la
esfera de los estudios sobre educación. En 1964, en pleno mo-
mento del desarrollismo económico español y de preocupación
tecnocrática por ajustar el sistema educativo a las condiciones
de una sociedad industrial naciente (es la época en la que nacen
los Institutos de Ciencias de la Educación), se celebró en Ma-
drid un Congreso cuyo título general era "La Formación de los
Hombres y el Desarrollo Económico". Bourdieu y Passeron
presentaron en él una comunicación titulada "Les intellectuels,
l'éducation et le développement". El trabajo llamó la atención
de José Luis López Aranguren, que desempeñaba entonces la
cátedra de Ética y Sociología en la Universidad Complutense.
Poco después éste decidiría prologar la edición castellana (Bue-
nos Aires, Labor, 1966) de Les Héritiers. Les étudiants et la cul-
ture (París, Minuit, 1966). La Reproduction (París, Minuit,
1970), obra que culmina las exploraciones de Bourdieu y Passe-
ron sobre el sistema escolar francés, también recibió una
acogida notable entre los sectores más críticos de la inves-
tigación educativa en España, convirtiéndose en una obra de
referencia durante el periodo de la Transición Democrática (fue
traducida por Laia en 1977). A su difusión, pues se trataba de un
texto complejo, contribuyó decisivamente la monografía de
Sánchez de Horcajo (La Cultura. Reproducción o Cambio. El
análisis sociológico de fierre Bourdieu, Madrid, CIS, 1979).
Las investigaciones sociológicas de Bourdieu y de su equipo
sobre los gustos y los consumos artísticos han recibido también
cierta atención. Los contactos con Aranguren en la Complutense
y con otros profesores de la Universidad de Barcelona le per-
mitieron a Bourdieu reclutar a algunos colaboradores españoles
para su encuesta, de alcance europeo, sobre la relación entre

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posición social y frecuentación de museos, recogida en L'Amour


de l'Art (París, Minuit, 1966). Por otro lado, La Distinction
(1979), que es el principal libro del sociólogo francés sobre es-
tas materias, tardó bastante tiempo en traducirse (Taurus, 1988),
aunque marcó un momento de despegue en el interés de los so-
ciólogos españoles por Bourdieu. Últimamente, las considera-
ciones de Bourdieu sobre el Estado y el campo jurídico, han re-
cibido una renovada atención en España, particularmente en los
trabajos de Andrés García Inda (1996, 1997 y 2000). Mucho
más esporádica ha sido en este país la atención prestada por an-
tropólogos, historiadores yfilósofosa los escritos del pensador
francés, si bien la reciente avalancha de versiones castellanas de
los mismos permite augurar un cambio de rumbo.
La mayor parte de los estudios consagrados al examen crítico
de la obra de Bourdieu optan por un enfoque sistemático, pre-
sentando sincrónicamente sus contribuciones teóricas. El itinera-
rio intelectual de este autor se presta a ello; éste forjó en un
tiempo relativamente corto las herramientas conceptuales que
constituirían la matriz, continuamente afinada y reelaborada, de
sus investigaciones. No obstante, en este caso se prefiere com-
binar la perspectiva sistemática con la genética. Se tratará de se-
guir, en lo posible, la construcción y desarrollo de una poderosa
tópica conceptual que, en cualquier caso, no brotó ya terminada,
de una sola pieza, en los primeros escritos del sociólogo.
No es una trivialidad resaltar la condición colectiva de la
mayor parte del trabajo sociológico de Bourdieu. Desde sus pri-
meras indagaciones etnológicas en Argelia, afinalesde los años
cincuenta y primeros sesenta, éste ha sabido siempre rodearse de
eficaces colaboradores, algunos de ellos convertidos en primeras
figuras de la sociología francesa actual (Robert Castel, Jean-
Claude Passeron, Luc Boltanski). Olvidar esta circunstancia no
sólo deformaría la interpretación de las obras de autoría
compartida {L'Amour de l'Art, Un Art Moyen, La Reproduction,

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Le Métier de Sociologue, La Misére du Monde, entre otros) sino


todo el conjunto del pensamiento de Bourdieu. Sin embargo no
se entrará aquí en la reciente disputa, suscitada en parte por
antiguos discípulos convertidos en detractores, acerca del
autoritarismo del sociólogo en sus múltiples desempeños como
organizador de tareas en equipo (director de colecciones
editoriales, de revistas, de centros de investigación).
Lo que se ofrece aquí es una lectura de Bourdieu en clave fi-
losófica. Esto no significa que se vayan a presentar sus hallazgos
conceptuales desligados de las exploraciones empíricas a las que
responden y cuyas dificultades pretenden resolver. Como el so-
ciólogo señala en alguna ocasión, sus contribuciones teóricas
son como "notas escritas al margen", subido en el tren del tra-
bajo empírico.
Se considerarán en paralelo los tres aspectos que aparecen
coordinados en la singladura intelectual de Bourdieu: su teoría
del conocimiento sociológico, su teoría social (economía gene-
ral de las prácticas, teoría de la acción) y sus descubrimientos
empíricos (en los dominios de la etnología, la sociología de la
educación y de la cultura, etc.). Se trata de efectuar una lectura
filosófica porque se afronta este proyecto sociológico en tér-
minos de una crítica de la razón. Como el propio Bourdieu
-siempre reticente a ser tachado de "filósofo"- señaló en cierta
ocasión: "la búsqueda sociológica tal como yo la concibo, es
también un terreno para hacer lo que Austin llamaba fieldwork
in philosophy" (CD, p. 38).
Contemplado retrospectivamente, el programa intelectual de
Bourdieu puede ser descrito como una radical historización del
proyecto crítico kantiano articulada como una reestructuración
del legado teórico de Marx, Durkheim y Weber. Frente a lo que
sostienen algunos intérpretes y polemistas, pocos pensamientos
poseen un "sentido histórico" -en términos de Nietzsche- tan
aguzado como el de Bourdieu. Su actividad puede ser vista co-

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mo el intento científico de sacar a la luz los límites históricos de


formas de racionalidad naturalizadas y consideradas entonces
como universales y atemporales: la "racionalidad económica"
invocada por los economistas y percibida como una disposición
de la naturaleza humana; la "racionalidad epistémica" o "esco-
lástica", avalada por el sistema educativo y asentada en la apa-
rente universalidad de la inteligencia como don natural; la
"racionalidad estética" que se sustenta en el "gusto" como facul-
tad innata y umversalmente distribuida, etc.. Bourdieu se
interroga por las condiciones históricas, sociales de posibilidad
que al hacer aparecer a estas formas de racionalidad como
universales, perpetúan las relaciones de dominación existentes
haciéndolas invisibles -desconocidas como tales y por tanto
reconocidas. El estilo denodadamente empírico de estas ex-
ploraciones se aleja del tono altamente especulativo y genera-
lizador que caracterizó a la crítica de factura frankfurtiana,
representada en las obras de Adorno y Horkheimer.
Esta desacralización emprendida a través de una crítica
sociológica de la razón no desemboca en un nihilismo rela-
tivista. Se trata de desocultar las condiciones históricas que
permiten a los intereses particulares de los dominantes presen-
tarse como si respondieran a intereses universales de la razón.
Con ello se trata de dilucidar, al mismo tiempo, las condiciones
sociales que deben darse para una verdadera universalización de
la racionalidad. Los universales (éticos, políticos, estéticos, epis-
témicos, etc..) no son estructuras de una razón ucrónica sino
conquistas históricas producidas en el curso de las luchas y de
los conflictos entre los seres humanos. El problema estriba en
hacer que esas conquistas no se vean puestas al servicio de inte-
reses particulares, sino efectivamente unlversalizadas, subordi-
nadas a los intereses de la especie.
Esta exigencia implica un trabajo político -Realpolitik de la
razón, lo denomina Bourdieu- para obtener las condiciones

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sociales que favorezcan una efectiva universalización y un


avance real de la racionalidad. En este planteamiento las
ciencias sociales tienen un papel por desempeñar arrancando a
la razón -empezando reflexivamente por la que emplean las
propias ciencias sociales- del "sueño dogmático" que la
mantiene en la ignorancia de sus condiciones históricas de
posibilidad. Frente al relativismo porsmoderno, Bourdieu hace
valer, por lo tanto, la existencia de intereses universales de la
razón, y la confianza ilustrada en la ciencia como uno de los
medios que permiten su realización. Las ciencias sociales no es-
tán condenadas a funcionar como baluarte ideológico de los
dominantes, ni como una técnica para la gestión y normaliza-
ción de las poblaciones. A través de un ejercicio de reflexión
crítica que desentrañe el impensado social sobre el que descan-
san, pueden convertirse en una práctica de libertad. Por otra
parte, frente al universalismo abstracto de losfilósofos"reilus-
trados" (Apel, Habermas), Bourdieu no identifica esos intereses
universales con estructuras trascendentales inscritas en el len-
guaje; se trata de acontecimientos históricos, resultado de rela-
ciones de fuerza y conflictos de intereses. La propia herencia
ilustrada, en tanto ha fomentado el monopolio del universal por
parte de los dominantes, debe ser sometida a esta misma crítica
historicista, a una "Aufklarung de la Aufklarung" (MP, p. 86), en
palabras de Bourdieu. Los universales son por tanto formas frá-
giles y contingentes que sólo pueden llegar a realizarse efecti-
vamente a través de un trabajo político sin término.

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Capítulo I

La Conversión de la Mirada

¿Cómo llegó Bourdieu a la sociología a partir de una inicial


vocación filosófica? Para solventar esta interrogante no es
posible limitarse a un tratamiento puramente monográfico,
ideográfico, concentrado en lafigurade Bourdieu. Su trayectoria
debe ser emplazada en el espacio social e intelectual que per-
mite perfilarla por comparación, por contraste con otras. Como
sugiere el propio autor concernido, para responder a la cuestión
"sería necesario un largo socioanálisis intelectual" (REP, p.
183).
No es este el lugar para acometer semejante tarea. Lo que se
proporciona a continuación es un conjunto de elementos que
permiten situar el efecto Bourdieu en su ámbito intelectual de
referencia. Para ello se tendrán en cuenta tres series de mi-
crocosmos independientes pero relacionados entre sí: el espacio
de las posiciones sociales de partida, el campo de las institu-
ciones de enseñanza superior y el campo intelectual, este último
considerado tanto en sus rasgos genéricos como en las pecu-
liaridades del subcampo sociológico.
Bourdieu (1930) era natural de Denguin, una pequeña lo-
calidad de la comarca del Béarn, adscrita al Departamento de
los Pirineos Atlánticos, en el sudoeste de Francia. Por proceden-
cia familiar se vinculaba al modesto funcionariado de provincias
(su padre fue cartero), pero con profundas raíces campesinas. El

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propio Bourdieu se ha referido ocasionalmente al benjamín


gascón que, en vez de permanecer en la hacienda rural paterna,
destinada al primogénito, se ve obligado a marcharse, hacién-
dose "policía o funcionario de correos" (RP, p. 171). Esta ob-
servación no es trivial; el abandono del hogar y de las rutinas
agrícolas, el acceso al funcionariado, implican el desarrollo de
disposiciones poderosamente ascéticas, proclives a otorgar to-
do el valor al mérito y al esfuerzo escolar como medio de auto-
superación. Este rasgo de la pequeña burguesía francesa ha
sido reiteradamente subrayado por el sociólogo en su análisis
del espacio social galo y de los estilos de vida correlativos al
mismo.
En consonancia con estos antecedentes, Bourdieu se revelaría
como un alumno laborioso y aplicado, cursando estudios en el
liceo provincial de Pau (1941-1947) y accediendo posterior-
mente al parisino y prestigioso de Louis-le-Grand (1948-1951).
Su aprovechamiento le permitió acceder (1951-1954) a una de
las instituciones de élite dentro del sistema escolar francés:
l'École Nórmale Supérieure (ENS), ubicada en la rué d'Ulm.
Este establecimiento, desde su fundación durante la Tercera
República, estaba destinado a preparar la prueba que daba ac-
ceso a la titularidad como profesor de liceo (l'Agrégation).
Compuesto por estudiantes escogidos, en él se formaba laflory
nata de estos profesionales. Sartre, Jean Hyppolite, Raymond
Aron o Paul Nizan fueron alumnos de este centro. En el curso
de los años cincuenta contaba con profesores de reputación,
como Merleau-Ponty, Althusser o Canguilhem, y por sus aulas
pasaron en esta época figuras como Michel Foucault, Jacques
Derrida, Jean-Francois Lyotard, Le Roy Ladurie o Maurice
Agulhon, además de otros alumnos que, en décadas posteriores,
llegarían a ser periodistas o políticos de renombre. Con la fun-
dación de la ENS, la Tercera República había pretendido, desde
el último tercio del siglo XIX, constituir una intelligentsia laica

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que encarnara en su plenitud los ideales cívico-nacionales del


régimen.
Los normaliens eran parte de esa casta privilegiada -"nobleza
de Estado" la llamará Bourdieu- educada en el ambiente pro-
tegido y apartado que caracterizaba a las "grandes escuelas". El
propio sociólogo francés -aunque su análisis corresponde a una
época algo posterior- señala que estos establecimientos, por su
estilo de enseñanza y por las disposiciones que promueven en
sus alumnos, se oponen a las Facultades. Dentro de las "grandes
escuelas" se distingue un polo científico e intelectual -bien en-
carnado por la ENS tanto de Letras como de Ciencias-, un polo
técnico -cuyo emblema sería l'École Polytecnicienne- y un po-
lo administrativo y económico, bien representado por lo que hoy
es l'École Nationale d'Administration (ENA), donde se forman
los futuros altos funcionarios y dirigentes de las empresas públi-
cas. En este cuadro, la ENS ocupa una posición ambigua; domi-
nante en la faceta escolar, pero dominada -respecto a institucio-
nes como la ENA- en el aspecto social y económico.
Los alumnos que se preparaban en los institutos parisinos para
formar parte de la ENS podían repartirse en dos grandes grupos:
los externos, hijos de la burguesía parisina, que se alojaban en el
domicilio familiar, y los internos, llegados de "provincias" y
que, salvo excepciones -caso de Michel Foucault, que ingresó
en la ENS unos años antes que nuestro autor- no tenían recursos
para alquilar un apartamento en la capital. Bourdieu era un pro-
vinciano más. Peor que muchos; como posteriormente recorda-
ría él mismo, la posición de los que habían nacido en alguna re-
gión al Sur del Loira era semejante en muchos aspectos a una
condición colonial.
Situación paradójica y en parte desgarrada; debiéndole todo su
ser a las instituciones escolares, Bourdieu era un verdadero
"oblato", como más tarde se calificaría. Al mismo tiempo expe-
rimentaba el ambiente de la ENS y su entorno intelectual pa-

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risino como una violencia cotidiana, una agresión casi física. En


alguna entrevista el sociólogo hace memoria y da fe del modo
en que debía reprimir su acento sureño y sus maneras provincia-
nas y algo rústicas en este universo dominado por el culto al es-
tilo "brillante", al esteticismo radical -también en política- y a
la desenvoltura mundana.
No es banal considerar la hostilidad suscitada en Bourdieu
-disposición compartida por la minoría que ocupaba una
posición similar a la suya- ante la experiencia de este verdadero
"racismo de clase" como punto de partida de su viaje intelec-
tual. En cierto modo, el esfuerzo por dominar esta indignación,
por apropiarse de ella sometiéndola a una elaboración crítica,
sublimada como investigación, marca el arranque de toda la
trayectoria posterior de este pensador.
Todo en la atmósfera y en los criterios de estima difundidos
por los profesores y compañeros de la ENS -y que Bourdieu
convertiría más tarde en objeto de análisis- venía a privilegiar a
los alumnos ya privilegiados por su herencia cultural doméstica:
la "brillantez", la "facilidad", el "gran estilo", el virtuosismo en
la disertación oral y en la redacción estructurada en tres puntos,
la hegemonía de las disciplinas más nobles, como la literatura y
sobre todo lafilosofía.Y junto a esto, el menosprecio condes-
cendiente por el detalle empírico, por las humildes técnicas de
trabajo intelectual, por la laboriosidad estudiosa, por la pacien-
cia modesta, como si se tratara de estigmas naturales de inferio-
ridad. Es decir, una actitud de paradójico desdén por los valores
más específicamente escolares, por aquellos que en cierto modo
habían marcado la trayectoria y las disposiciones de Pierre
Bourdieu.
En el plano de la vida teórica durante los primeros años cin-
cuenta, primaba en la ENS la moda existencialista. El exis-
tencialismo ocupaba en ese momento la posición dominante en
el campo intelectual francés, y la figura, en pleno acmé, que

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concentraba todas las miradas era Jean-Paul Sartre. Esta co-


rriente se encuadraba en una de las dos tradiciones que desde
principios del siglo XX se habían disputado la arena filosófica
francesa: la filosofía de la conciencia.
En un primer tiempo, en el curso de las primeras décadas del
siglo, esta vía se había visto representada por los herederos de la
filosofía espiritualista francesa y por el vitalismo de Bergson.
Encarnaban una reacción contra el supuesto objetivismo espa-
cializante, contra el cientifismo inerte ejemplificado por la
sociología de Durkheim y de su escuela. Lafilosofíade la exsisten-
cia, triunfante en el período de postguerra, podía verse como una
continuación puesta al día del subjetivismo y de las metafísicas
espiritualistas y vitalistas de principios de siglo. Frente al cosifi-
cador objetivismo científico apelaba a una fundación fenómeno-
lógica de la experiencia, anclada en el análisis de los contenidos
intencionales de la vivencia.
La otra tradición que vertebraba el campo intelectual francés
era lo que, Foucault bautizó como "filosofía del concepto". Ésta
representaba el partido de la ciencia, de la objetividad como
resultado de la ruptura con el sentido común y con el lenguaje de
la experiencia vivida, fuente de errores y de irracionalidad subje-
tivista. La experiencia científica no era dada ni originaria; impli-
caba la revuelta contra lo inmediatamente dado -la "duda ra-
dical" dirá más tarde Bourdieu- , por eso era el resultado de una
construcción razonada. La física contemporánea, parafraseando a
Bachelard, no es fenomenológica sino "fenomenotécnica"; la ra-
zón experimental es teoría materializada. Esto exigía analizar las
condiciones históricas y sociales que hacían posible la emergen-
cia de la racionalidad, una suerte de versión materialista del
proyecto kantiano. Semejante impulso había sido instaurado en
torno a 1900 por la escuela durkheimiana; el ejemplo de una
morfología social de la estructuras de pensamiento realizada en
las investigaciones de Durkheim y Marcel Mauss.

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El relevo de este movimiento lo recogería, a partir de los años


treinta aproximadamente, la naciente epistemología histórica
francesa (Bachelard, Cavaillés, Koyré, Canguilhem) que apuntaba,
a través derigurososanálisis lógicos y empíricos, a reconstruir
el suelo histórico, con sus fisuras y sus discontinuidades, que
había hecho emerger las estructuras de la racionalidad científica
en toda su diversidad regional: matemáticas, química, física, as-
tronomía, biología.
A lo largo de los primeros años cincuenta, este microcosmos
intelectual estaba dominado por el polo de lafilosofíade la con-
ciencia en su variante existencialista. Ésta contaba, además, con
una versión vulgarizada, a título de moda intelectual, que fomen-
taba unos hábitos mentales en todo coincidentes con los que
imperaban en la ENS.
Semejante universo ponía en cuestión todo lo que Bourdieu
aspiraba a ser. No es raro pues que sus inclinaciones se diri-
gieran hacia el partido del concepto, hacia aquel tipo de filósofo
(Bachelard, Canguilhem, Gueroult) más afín a sus propias
disposiciones y que, no por casualidad, compartía con él un
mismo origen geográfico (provinciano, a menudo procedente
del Midi) y social (hijo de la pequeña burguesía, con ante-
cedentes campesinos). Este género de autores estaba en las
antípodas del humor existencialista; su ejemplo estimulaba un
estilo intelectual intensamente ascético, marcado por las
virtudes del rigor y del trabajo modesto y paciente, por la ma-
nera de afrontar los problemas teóricos más ambiciosos a través
de la construcción de objetos aparentemente menores pero bien
delimitados empíricamente, por la insistencia en la condición
colectiva de la investigación, por la importancia concedida a la
elaboración de pruebas e hipótesis coherentes. La misma con-
vergencia de disposiciones se dejará ver más adelante en la pre-
ferencia de Bourdieu por la obra de Wittgenstein o por las
exploracionesfilosófico-lingüísitcasde Austin. Este modo de

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afrontar el pensamiento como un "arte" en el sentido de los arte-


sanos medievales y como una "ascesis" perdurará en los futuros
trabajos del sociólogo.
La propensión por la escuela del concepto, sin embargo, no
significa que Bourdieu despreciara la herencia fenomenológico-
existencial. Rechazaba la moda filosófica existencialista, pero
leía con interés a Sartre y a Husserl y sobre todo a Heidegger y a
Merleau-Ponty. Estos dos últimos autores se convertirán en fu-
turas referencias permanentes del sociólogo, y repercutirán
decisivamente en su teoría de la acción. En ambos casos -la
analítica heideggeriana del Dasein y la fenomenología de la per-
cepción de Merleau-Ponty- se apunta a trascender esa polaridad
clásica del pensamiento occidental que es la escisión entre obje-
tivismo y subjetivismo. En clave heideggeriana, pensar no es un
acto de representación, sino más bien una modalidad del trabajo
manual. El conocimiento teórico es una modalidad, una deri-
vación de la comprensión práctica, un modo de "ser en el mundo".
Este mismo impulso distanciado del intelectualísmo y vin-
dicador de la práctica se reencuentra en Merleau-Ponty. Frente a
la pose existencialista, proclive a la exaltación de la subjetividad
y a las veleidades literarias, Merleau-Ponty representa, según ¿
Bourdieu, el partido de la fenomenología como ciencia rigurosa,
la aridez y la disciplina de las descripciones fenomenológicas.
Este profesor de la ENS se distinguía también por sus intentos
de aproximar las exigencias de la fenomenología y los con-
tenidos de las ciencias empíricas, en particular la biología, la
lingüística, la antropología cultural y la psicología. Bourdieu
llega a sostener que fue gracias a la autoridad de Merleau-Ponty
como pudo asegurarse el tránsito, en el paisaje intelectual fran-
cés de los años cincuenta y sesenta, de la "agonizante fenome-
nología" a la etnología estructural.
La lectura de Heidegger -Sein und Zeit- y de Husserl -Ideen
II y Erfharung und Urteil,filtradatambién por la interpretación

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merleaupontyniana- le proporcionó a Bourdieu las herramientas


necesarias para esquivar una visión meramente intelectualista de
las prácticas sociales. En particular, le permitieron afrontar los
conceptos de "cuerpo" y de "temporalidad" fuera de los pará-
metros idealistas y objetivistas. El tiempo no es una forma pura
de la intuición sensible, ni se identifica con el fluir de la concien-
cia, pero tampoco es una sucesión objetiva de instantes; el cuer-
po no es una imagen fabricada por la conciencia, pero tampoco
se trata de una materialidad inerte.
El tiempo no es exterior a la práctica porque los agentes no
son sujetos frente a un objeto; están sumergidos ya en lo por ve-
nir; la acción no apunta a un futuro contingente sino a un porve-
nir que está ya siempre dado; opera a partir de inducciones prác-
ticas basadas en una experiencia anterior, pero estas inducciones
se hacen sin distancia, sin deliberación; no son realizadas por un
sujeto. Bourdieu se opone así al concepto de "futuro" como
"posibilidad absoluta", tematizado por Hegel y por Sartre; la re-
lación práctica implica la urgencia, la ausencia de demora, una
pretensión de existencia que excluye toda deliberación. A la ho-
ra de elaborar conceptualmente esta experiencia de la tempo-
ralidad como práctica, Bourdieu se apoya en las distinciones
establecidas por Husserl en Ideen 11 -entre la "protensión" co-
mo orientación práctica de un futuro inscrito en el presente y el
"proyecto" como futuro pensado- y por Heidegger en Sein und
Zeit -entre Fürsorge o "preocupación" y "plan" como propósito
de futuro.
Si esta anticipación práctica y prerreflexiva que constituye la
experiencia temporal no surge de una subjetividad o conciencia
trascendental, es porque se inscribe en el cuerpo, en el ritmo
mismo de los gestos y de las palabras. El cuerpo en Bourdieu, y
esto procede directamente de Merleau-Ponty hace al mundo y a
la vez es hecho por él; constituye un esquema de referencia por
relación al cual se puede ordenar -de manera prerreflexiva- el

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mundo fijando en él orientaciones espaciales que son a la vez


orientaciones prácticas (dentro y fuera, arriba y abajo, delante y
detrás, izquierda y derecha, etc.). Desde esta perspectiva, todo
lo que tradicionalmente se emplaza en la esfera mental como re-
presentaciones -conceptos, creencias, emociones, sentimientos-
es tematizado por Bourdieu en términos de estados corporales,
una corporeidad que no es materia inane, sino principio activo
de constitución, capacidad de afectar y de ser afectado.
En esta encrucijada se emplazaban las inquietudes filosóficas
de Bourdieu a mediados de los años 50; por una parte la ten-
tación de seguir una carrera en el terreno de la epistemología o
incluso de las ciencias naturales, siguiendo el ejemplo de Bache-
lard y Canguilhem; por otro lado el interés por la reconstrucción
rigurosa de las estructuras de la experiencia, en la línea de los
análisis fenomenológicos a lo Merleau-Ponty. Bourdieu recor-
dará más tarde que en esos años "había emprendido investi-
gaciones sobre la fenomenología de la vida afectiva, o más
exactamente sobre las estructuras temporales de la experiencia
afectiva" (CD, p. 20).
El entrecruzamiento de la fenomenología con la historia
epistemológica de las ciencias no era algo insólito. Los dos fi-
lones del campo intelectual francés -filosofía de la experiencia y
filosofía del concepto- no habían permanecido nunca en una
estricta separación. Estaba el interés de Merleau-Ponty por la
biología de Goldstein y por las basesfisiológicasdel compor-
tamiento; estaba el intento de Alexandre Koyré por resolver los
problemas planteados por Husserl en la Krisis en relación con la
ciencia galileana; estaban también las tentativas de Canguilhem
por trascender la visión positivista de la dualidad normal/pato-
lógico conciliando la experiencia científica de la enfermedad
con la del individuo concreto. En este cruce de trayectorias se
definía una constelación de impulsos comunes a ambas co-
rrientes. Por una parte la primacía de la práctica y del conoci-

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miento como práctica antes que como representación (la crítica


de Merleau-Ponty a los privilegios del Cogito, la tesis heidegge-
riana sobre el pensamiento como trabajo manual, la concepción
bachelardiana de la ciencia como fenomenotecnia). Por otro
lado, la preocupación por arraigar el análisis de la racionalidad
en las formas de lo concreto (lo cotidiano y la corporeidad en
Heidegger y Merleau-Ponty, el examen de las ciencias a partir
de la historicidad específica de sus prácticas en la epistemología
bachelardiana, la fundación del conocimiento a partir de la vida
en la epistemología vitalista de Canguilhem).
En cualquier caso esta encrucijada constituía un verdadero ba-
luarte contra la pose existencialista y contra la rutina escolar del
elegante comentario de textos que dominaba la atmósfera filo-
sófica de la ENS. Los jóvenes filósofos que, en el curso de los
años 60 y al hilo del estructuralismo triunfante, acabarían des-
mantelando el predominio de la filosofía existencial, compartían
en muchos aspectos la misma filiación de Bourdieu: combinaban
elementos procedentes de una inicial formación fenomenológica
con rigurosos instrumentos derivados de la epistemología
(Cavaillés, Bachelard, Canguilhem) o de la historia estructural de
la filosofía (Gueroult, Vuillemin). Casi todo el estrellato de la
filosofía francesa de los setenta procede de esta veta: Derrida, De-
leuze, Foucault, Desanti, Serres, Lyotard. Coetáneos del estructu-
ralismo, todos ellos comparten la misma exigencia de apoyarse en
recursos externos a la filosofía -crítica literaria, historia de las
ciencias, psicoanálisis, lingüística, antropología cultural- para
renovar el discurso filosófico rompiendo con el "humanismo
blando" del existencialismo y del personalismo. Se trata no obs-
tante, como señala el mismo Bourdieu, de "reconversiones a me-
dias que permiten acumular al menor costo las ventajas de la
cientificidad y las ventajas que otorga la posición de filósofo"
(CD, p. 19).
En contraste con estas otras trayectorias, la de Bourdieu pre-

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senta una peculiaridad; en ésta no se utilizan los recursos de las


ciencias sociales para renovar la filosofía abriendo al mismo
tiempo un nuevo modo de fundamentación filosófica -o de
"desfundamentación" en la mayoría de los casos- de las ciencias
humanas. Sin renunciar a su backgroundfilosófico,Bourdieu
abandonará la profesión defilósofopara convertirse por comple-
to en sociólogo. Utilizará su bagaje filosófico para renovar el
pensamiento sociológico.
En la segunda mitad de los años cincuenta, semejante con-
versión sólo podía ser vista como una frustración de expectati-
vas en la carrera intelectual. De la boyante sociología durkhei-
miana, diezmada después de la Primera Guerra Mundial, sólo
quedaban en Francia, cuando Bourdieu estudiaba en la ENS,
algunos epígonos como Georges Davy o Georges Gurvitch. Se
trataba de verdaderos "mandarines universitarios" dedicados a la
elaboración de vastas y escolásticas síntesis de manual, confec-
cionadas mediante la ecléctica y esquemática combinación de
aportaciones teóricas diversas -de Durkheim, Marx y Weber, en-
tre otros. Desde la perspectiva de la élite estudiantil de la ENS,
compuesta por los "normaliens" con vocaciónfilosófica,estos
sociólogos, que además podían presidir tribunales para juzgar
plazas de filosofía e impartían clases de esta materia, no eran
más quefilósofosfracasados.
Este menosprecio por la sociología, reforzado por la inexis-
tencia de semejante titulación en el marco universitario -hasta la
reintroducción de estos estudios en 1958, auspiciada por Ray-
mond Aron- tampoco se vio rebajado con la introducción, en el
curso de los años cincuenta, de las técnicas cuantitativas y los
estudios empíricos importados de la sociología norteamericana.
Relegado a un segundo rango en relación con el ámbito fi-
losófico, el subcampo intelectual de la sociología era extremada-
mente frágil a la altura de 1955. Con una existencia académica
marginal, estaba escindido en tres sectores: por una parte una

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DE LA FILOSOFÍA A LA SOCIOLOGÍA

"La filosofía universitaria no era apasionante. Aunque había gente


muy competente, como Henri Gouhier, con quien hice una 'memoria',
Gastón Bachelard o Georges Canguilhem. Fuera de la Sorbona, y
sobre todo en la Escuela de Altos Estudios y en el Collége de France,
estaban también Eric Weil, Alexandre Koyré, Martial Guéroult, cuyas
enseñanzas seguí una vez entrado en la Escuela Normal. Todas estas
personas estaban fuera del curso ordinario, pero es un poco gracias a
ellos, a lo que representaban, es decir a una tradición de historia de las
ciencias y de lafilosofíarigurosa(y gracias también a la lectura de
Husserl, todavía muy poco traducido en esa época), que traté, con
aquellos que, como yo, estaban un poco fatigados del existencialismo,
de superar un poco la lectura de autores clásicos y de dar un sentido a
la filosofía. Hacía matemáticas, historia de las ciencias. Hombres
como Georges Canguilhem, y también Jules Vuillemin, fueron para
mí, y para algunos otros, verdaderos 'profetas ejemplares' en el
sentido de Weber. En el periodo fenomenológico-existencialista, en
que no eran muy conocidos, parecían indicar la posibilidad de una
nueva vía, de una nueva manera de cumplir el rol defilósofo,lejos de
los vagos tópicos sobre los grandes problemas. Estaba también la
revista Critique, en su mejor época, donde se encontraba Alexandre
Koyré, Eric Weil, etc., y una información a la vez amplia y rigurosa
sobre los trabajos franceses y sobre todo extranjeros. Yo era menos
sensible que otros, sin duda por razones sociológicas, al aspecto
Bataille-Blanchot de Critique. La intención de ruptura, más que de
'transgresión', se orientaba en mí hacia los poderes instituidos, y
especialmente contra la institución universitaria y todo lo que encubría
de violencia, de impostura, de tontería canonizada, y, a través de ella,
contra el orden social. Eso quizás porque no tenía cuenta que saldar

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con la familia burguesa, como otros, y me encontraba por lo tanto


menos inclinado a las rupturas simbólicas evocadas en Les Héritiers.
Pero creo que la voluntad de Nicht Mitmachen, como decía Adorno,
la negativa a compromisos con la institución, empezando por las ins-
tituciones intelectuales, no me abandonó nunca. Muchas de las
disposiciones intelectuales que tengo en común con la generación
'estructuralista' (Althusser y Foucault especialmente) -en la que no
me incluyo porque estoy separado de ella por una generación escolar
(escuché sus cursos) y también porque rechacé lo que se me apareció
como una moda- se explican por la voluntad de reaccionar contra lo
que había representado para ella el existencialismo: el 'humanismo'
blando que estaba en el aire, la complacencia por lo 'vivido' y esta
especie de moralismo político que sobrevive hoy del lado de Esprit."
(CD, 17-18)

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sociología escolar y manualística, compuesta por los residuos


decadentes de la escuela de Durkheim (Davy, Gurvitch); por
otra parte unafilosofíasocial ensayística y profética, amalgama
confusa de temas extraídos del marxismo y del existencialismo
(artículos político-sociológicos publicados en Esprit y Temps
Modernes, discípulos de Lucien Goldmann, primeros trabajos
de Edgar Morin y Alain Touraine ya en los años 60). Finalmente
hay que mencionar la incorporación de una sociología empírica
que imitaba los métodos (técnicas de psicología de grupos,
sondeos de opinión) y los objetos (organizaciones, conducta
electoral, consumo, etc..) de la sociología americana y que en
los cincuenta estaba representada por los trabajos de Jean Stoet-
zel, Paul-Henry Chombart De Lauwe y Georges Friedmann que
aplican esos nuevos instrumentos a objetos marcados todavía
por el marxismo (condiciones de vida de la clase obrera, explo-
tación, etc.). Raymond Aron se hizo valedor de esta reno-
vación que tenderá a ubicarse en institutos y oficinas de estudio
privadas, desvinculadas de la universidad, como el Centre
Européen de Sociologie Historique.
Esta última orientación habría de ser la que contaría con mayor
porvenir, propiciando en cierto modo la normalización de la so-
ciología francesa en la década de los sesenta, convertida en una
provincia más de la "tríada capitolina" dominante en los Estados
Unidos: Parsons (Gran Teoría), Merton (Teoría de Medio Al-
cance) y Lazarsfeld (Sociología Empírica). La visita a la cabana
de Heidegger en la Selva Negra o a los Archivos Husserl en Lo-
vaina, características de la atmósfera existencialista, son progre-
sivamente reemplazadas por el viaje bautismal a las Universida-
des de Harvard y de Columbia. Las obras de Bourricaud y de
Boudon,figurasrelevantes en la sociología de los años sesenta y
setenta representan en cierto modo una versión francesa algo
tardía de Parsons y de Lazarsfeld respectivamente.
La misma fragilidad y marginalidad de la sociología a la

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altura de 1955 convertía a este campo en un espacio lleno de


oportunidades. El propio Bourdieu ha tenido ocasión de recons-
truir sumariamente las condiciones sociales que propiciaron el
despegue de la disciplina sociológica en los años sesenta. Este
proceso está directamente conectado con la creciente demanda
de asesoramiento especializado en ciencias sociales promovida
por las empresas privadas y por la Administración pública en
unas condiciones de desarrollismo económico y de consoli-
dación en Francia del Estado del Bienestar. Los sondeos de opi-
nión, de mercado, la investigación sobre la conducta electoral,
las organizaciones, los efectos de las políticas sociales y de sa-
lud aumentarán exponencialmente en el curso de los años sesen-
ta, en plena era de las multinacionales privadas y de las grandes
burocracias estatales.
Este ciclo favorecía el incremento de las vocaciones pro-
fesionales, aunque no eliminaba de \a sociología, vista desde el
mundo universitario, el estigma de disciplina "menor", ruda-
mente empírica, vía de salida para carrerasfilosóficasfrustradas.
Los análisis de Bourdieu sobre los estudios y los estudiantes
universitarios a mediados de los años sesenta aportarían pruebas
de esta jerarquización; en comparación con los alumnos de
Filosofía o de Lenguas Clásicas, los de Sociología proceden más
frecuentemente de familias modestas y de la pequeña burguesía.
La referencia a estas condiciones permite encuadrar la con-
versión de Bourdieu; todo en su trayectoria social le llevaba a
encontrarse a disgusto con el entorno de la ENS, con el estilo in-
telectual que imperaba en esa institución y con lafilosofíatal
como allí era practicada. Sin embargo el tránsito a la sociología
sólo se produjo por la mediación de la etnología y a través de un
acontecimiento casual. En 1954, Bourdieu aprobaba el examen
que lo habilitaba como "agregé" defilosofía.Aunque podía ha-
ber permanecido un año más residiendo en la ENS, prefirió
abandonar el encierro escolástico colocándose como profesor de

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filosofía en un instituto situado en las afueras de París, el Liceo


Moulins. En ese mismo año, 1955, fue llamado a filas para
cumplir el Servicio Militar en Argelia. Durante los dos años de
permanencia en el ejército no pudo emprender ninguna inves-
tigación, pero su encuentro con la sociedad colonial argelina
determinaría decisivamente el nuevo rumbo de su itinerario in-
telectual.
El hecho de que Bourdieu se despojara de su vocación filo-
sófica para adoptar una mirada sociológica, o "etnosocio-
lógica", término empleado por el propio pensador francés a
propósito de sus trabajos en Argelia, puede ser entendido como
un modo de resolver el desgarramiento que había marcado su
anterior existencia social. Es evidente que Pierre Bourdieu no se
encontraba como pez en el agua en el protegido ambiente de la
ENS. Rechazaba un aristocratismo intelectual y esteticista que a
la vez lo rechazaba a él en todas sus disposiciones sociales; fi-
nalmente este repudio se acabó dirigiendo contra el elitismo de
la filosofía imperante. Si no había encantamiento o adhesión tá-
cita a la institución tampoco podía haberlos en relación con su
gloria maior, que era lafilosofía.La experiencia argelina fue sin
duda un azar, pero también una oportunidad para dar forma
creativa a estas disposiciones proclives a la subversión, en-
gendradas por la ambigua posición de "oblato rebelde" ocupada
por Bourdieu en el ambiente hostil de la ENS.
Este estudiante de provincias que vivía en París una relación
semejante a la de un colonizado respecto a su colonizador se en-
contraba en Argelia con una situación colonial a punto de es-
tallar. La experiencia argelina fue la oportunidad para retirarse
de un asfixiante mundo escolástico. Pero no se trató de una ana-
chouresis, una huida al desierto para poder replegarse hacia el
interior y hacerse dueño de uno mismo. Nada de introspección;
Argelia fue la causa ocasional que propició una autoapropia-
ción, una autoterapia -convirtiendo en conocimiento la in-

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dignación derivada de la hostilidad vivida- pero obtenida al


precio de una objetivación de sí, de una objetivación especular o
"participante", como más tarde la designará Bourdieu.
En los poblados, en las aldeas rurales, en los centros de rea-
sentamiento visitados por Bourdieu -contratado como Assistant
de la Facultad de Letras de Argel al término de su servicio mi-
litar- no se encontraba un mundo más o menos exótico, como el
que solían ofrecer los estudios orientalistas, sino una sociedad
escindida, desgarrada entre la persistencia de las formas tra-
dicionales de vida y los trastocamientos producidos por la
colonización y por la modernización capitalista. Se trataba de un
paisaje social que no distaba, en muchos aspectos, de la so-
ciedad rural del Béarn donde se encontraban las raíces mismas
de Bourdieu, y donde las tradiciones y lafiguramisma del cam-
pesino estaban en trance de desaparición, a través de procesos
poco ruidosos, como el tránsito de un mercado matrimonial
organizado por las familias a un régimen de libre elección
conyugal. Ambas investigaciones, las de Argelia y las del
Béarn, emprendidas entre 1957 y 1963, eran estrictamente con-
temporáneas. Observando el desgarramiento de las formas de
vida en el Béarn natal, que lentamente se adaptaba a las exigen-
cias de la sociedad industrial francesa, Bourdieu podía con-
templar mejor los jirones que se producían en la malla social
argelina, obligada por la colonización a sufrir una adaptación
semejante, y podía así, hacerse cargo de sus propias fisuras
internas como "normalien" provinciano. Esta doble objetiva-
ción, este doble distanciamiento, del otro y de sí mismo, le per-
mitía superar uno de los falsos antagonismos que amenazan a la
indagación antropológica: la tentación positivista -que toma
distancia del indígena pero no de la propia mirada- y el peligro
subjetivista -que, apelando a la fusión empática, suprime la
distancia con el indígena sin haberla establecido respecto al pro-
pio observador. La aproximación al otro no se obtiene mediante

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la participación, por la llamada mística a la unión con el otro, si-


no a través de un distanciamiento de sí.
Por vía de objetivación se mostraba así que lo más íntimo, lo
más propio en apariencia, estaba inscrito en las estructuras
reveladas por la historia social. Bourdieu se tomaba a sí mismo
como objeto, no al modo de la autocontemplación narcisista, si-
no como representante de una categoría social. De este modo,
descubriendo la objetividad en el corazón mismo de la subjeti-
vidad, era posible desnaturalizar lo cotidiano y mostrar la arbi-
trariedad histórica de sus orígenes. Lo más familiar se convierte
en exótico y lo más exótico se hace familiar; si Bourdieu, con
posterioridad a los trabajos sobre Argelia, pudo ser capaz de
objetivar el mundo escolástico como si se tratara de un pueblo
primitivo fue gracias a ese doble distanciamiento tempranamen-
te emprendido.
El paso a la sociología le permitió a Bourdieu reapropiarse de
sí y encontrar el terreno idóneo para desarrollar esas dis-
posiciones subversivas y a la vez ligadas al ascetismo y al rigor
científicos. Pero la sociología que este pensador quería hacer no
coincidía con la que muchos empezaban a propugnar y que
tomaba como modelo el estilo empírico y cuantitativo de la so-
ciología estadounidense. Formado en la epistemología bache-
lardiana que enfatizaba el carácter construido del objeto científi-
co y la exigencia de romper con los contenidos de la experiencia
común, Bourdieu no podía aceptar el empirismo sin teoría, la
acefalia de una sociología sin cultura filosófica y que sacra-
lizaba las técnicas olvidando el sustrato teórico que subyacía en
cualquier método de investigación.
El modelo de una investigación sociológica rigurosa y bien
armada epistemológicamente lo encarnaban para Bourdieu las
indagaciones de la escuela durkheimiana, en particular las pro-
pias obras de Durkheim y de Marcel Mauss. Esta tradición, des-
compuesta con la desaparición de sus miembros, había sido

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también eclipsada a lo largo de toda la postguerra, por la nefasta


y combinada influencia del subjetivismo existencialista y de un
marxismo dogmático que había dominado el panorama in-
telectual francés. Pero afinalesde los años cincuenta, el fermen-
to de la escuela durkheimiana empezaba a renacer, encarnado
ahora por la obra etnológica de Lévi-Strauss. No es de extrañar
que el prestigio y las promesas de este programa científico, uni-
dos a la circunstancia de que en la estela de Durkheim y Mauss
no se estableciera separación entre sociología y antropología
cultural, impulsaran a Bourdieu por la senda de la etnosocio-
logía. La sólida familiaridad de éste con las obras de Marx y de
Weber le permitía además ampliar el marco de los análisis
durkheimianos y levistraussianos; no se trataba simplemente de
centrar el análisis en las taxonomías sociales como hacían los
antropólogos; había que combinar este frente con el estudio de
los conflictos entre las clases sociales entendidos como luchas
materiales y como competencia en el ámbito de las formas
simbólicas. Esto conducía a articular entre sí técnicas que tra-
dicionalmente se consideraban como patrimonio exclusivo del
sociólogo o del etnólogo, como la encuesta y el análisis multiva-
riado en el primer caso y el análisis de los sistemas simbólicos y
la observación etnográfica en el segundo. La fecundidad de esta
ruptura de fronteras formará parte, en lo sucesivo, del legado de
Bourdieu.

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Capítulo II

Campesinos y Estudiantes
Génesis de la Noción de Habitas

El trabajo de campo emprendido por Bourdieu en Argelia se


concretó en la publicación de una serie de estudios: Sociologie
de l'Algérie (1958), Travail et Travailleurs en Algérie (1963),
Le Déracinement. La crise de Vagriculture traditionelle en
Algérie (1964), Esquisse d'une Théorie de la Pratique (1972),
Algérie 60 (1977) y Le Sens Pratique (1980). La penúltima de
estas obras mencionadas es una versión, aliviada de pruebas y
aparato estadístico, de Travail et Travailleurs. Por otra parte la
Esquisse y Le Sens Pratique son elaboraciones metodológicas
ex postfacto que se apoyan en exploraciones etnológicas sobre
la Cabilia realizadas entre 1960 y 1964. El examen de estos dos
textos se posterga hasta el próximo capítulo, donde nos deten-
dremos a analizar las tentativas de Bourdieu para trascender la
perspectiva estructuralista. El recorrido por la experiencia ar-
gelina se limita ahora a los tres primeros trabajos mencionados.
A finales de los años cincuenta el estado de las investiga-
ciones científico-sociales sobre Argelia, y en buena medida so-
bre el conjunto de las culturas de El Maghreb, oscilaba entre
dos orientaciones. Por una parte, todo un conjunto de estudios
de morfología social, con una fuerte impronta positivistaryobje-
tivista; análisis marcados por la fragmentación misma del objeto
estudiado (división en cantones, tribus, división lingüística, di-
visión religiosa entre el Islam y las supervivencias paganas,

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etc.), dedicados a medir y a establecer unidades tipológicas que


permitieran clasificar las estructuras sociales examinadas.
Primaba en estos trabajos una visión realizada desde el exterior,
que tendía a resaltar la distancia de las sociedades indígenas
respecto a la sociedad colonizadora. Los autóctonos aparecían
encadenados al peso de las normas fijadas por la tradición,
incapaces de apropiarse activamente de su situación. Este
objetivismo, no alejado del exotismo propio de los estudios
orientalistas revelaba las complicidades profundas de semejantes
análisis con el discurso colonial. Una excepción a esta tónica la
imponían los monumentales trabajos antropológicos de Jacques
Berque, que superaban larigideztipológica a costa de caer en el
impresionismo de una fenomenología intelectualista de las
culturas maghrebíes.
Junto a estas exploraciones eruditas realizadas por arabistas
coexistía, en medio de los conflictos que precedieron a la guerra
de la independencia, un ensayismo político de corte muy
diferente. Se trata de una literatura militante que hacía las
delicias de la intelectualidad parisina de izquierdas. Aquí se
inscriben los libros de Frantz Fanón L'An V de la Révolution
Algerienne (1959) y sobre todo el muy difundido Les Damnés
de la Terre (1961), publicado postumamente bajo los auspicios
de Jean-Paul Sartre. Fanón era un psiquiatra francés -oriundo de
la Martinica- que ejercía en un hospital argelino. El cono-
cimiento directo de las torturas y vejaciones sufridas por el
pueblo argelino bajo el yugo colonial lo llevaron a enrolarse en
lasfilasdel movimiento independentista. Su psicología de la do-
minación colonial estaba empapada de un marxismo voluntarist^
y de una perspectiva próxima a la del humanismo exis-
tencialista. Recogiendo el tema sartreano del engagement, Fa-
nón entendía que era posible empatizar con la realidad colonial
argelina si se adoptaba un decidido compromiso político con el
movimiento de liberación nacional. Por otra parte pensaba que

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Campesino Cabillo

revoluciones socialistas en el Tercer Mundo, y a fortiori en


Argelia, no podían ser emprendidas por las clases urbanas, ni
siquiera por el proletariado, pues éste se beneficiaba también de
las estructuras económicas promovidas por el imperialismo, que
incluían la promoción del trabajo estable y asalariado.
La clase revolucionaria en este medio estaba constituida por
los campesinos, los fellaheen, desposeídos de sus tierras y
obligados a la emigración y a una existencia miserable como
subproletarios en las grandes ciudades. Como prueba añadida, de
esta condición revolucionaria del campesinado, Fanón aludía al
apoyo encontrado por el FLN -y por su brazo armado, el ALN-
en el medio rural, considerado como enclave de partida para
emprender operaciones de hostigamiento contra el ejército
francés. Esta visión de las cosas -apoyada en cierto modo en la
metáfora mecánica según la cual una clase es tanto más explo-
siva cuanto más oprimida esté- tuvo una amplia resonancia, no
sólo entre la intelectualidad parisina más radical, sino entre la
misma intelligentsia argelina, imbuida de este marxismo ro-

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mántico que idealizaba el potencial subversivo de la sociedad


agraria.
Los estudios de Bourdieu estaban en las antípodas de este
modo de ver. Compartiendo posiciones de izquierda afínes al
movimiento mdependentista, el sociólogo francés rechazaba de
plano la idea de que el compromiso militante fuera una garantía
epistemológica de la corrección de los análisis. El éxito de los
ensayos de Fanón casaba perfectamente con el estilo intelectual
que dominaba en la era de Sartre y que Bourdieu había tenido
ocasión de experimentar en la ENS. Un marxismo esquemático
y militante, un humanismo subjetivista que menospreciaba la
ciencia y los análisis empíricos rigurosos y una mitificación
populista del campesinado, que ignoraba sus condiciones reales
de existencia y lo sustituía por abstracciones personificadas, en
una actitud típicamente intelectualista.
En la esfera política, los textos de Fanón generaban en las
élites pensantes argelinas un peligroso utopismo que corría el
riesgo de hacer fracasar el movimiento de liberación al romper
su anclaje en el conocimiento ajustado de la realidad. Bourdieu
consideraba que la revolución argelina sólo podía calar en la
población si sus dirigentes, una vez en el poder, emprendían los
cambios necesarios dejándose guiar, no por ensoñaciones
teóricas, sino por una visión realista de la situación.
En el orden epistemológico, las investigaciones empíricas de
Bourdieu pretendían trascender el subjetivismo de ensayos
como los de Fanón sin caer en una visión objetivista de la
realidad social argelina, que, trabajando a favor de la domi-
nación colonial, redujera el papel desempeñado por los autóc-
tonos a la mera reproducción mecánica de una cultura tra-
dicional, inasequible a la modernización
A la hora de considerar el primer libro publicado por Bour-
dieu, Sociologie de l'Algérie (1958), es necesario tener en cuen-
ta ciertas consideraciones. Se trata de una obra que ha conocido

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ocho reediciones; desde la segunda edición, y en buena parte de


las sucesivas, el autor ha ido introduciendo importantes mo-
dificaciones. Esto debe ser tenido en cuenta para evitar errores
de interpretación. La versión original es una apretada síntesis de
las lecturas realizadas y de los conocimientos de primera mano
obtenidos por su autor en los años iniciales de su experiencia
argelina. Sus objetivos eran proporcionar una rigurosa intro-
ducción que paliara la ignorancia de los intelectuales franceses
y de la propia intelligentsia autóctona a propósito de la realidad
social del país.
El texto de Bourdieu sigue estando muy marcado por el
culturalismo y por el enfoque realizado en términos de mor-
fología social que había caracterizado a una parte de los es-
tudios realizados hasta esa fecha. Pero apunta también algunas
innovaciones relevantes. Comienza con una aproximación a la
abigarrada variedad social y cultural de la realidad argelina:
montañeses bereberes de Cabilia y de Aurés, austeros musul-
manes del desierto como los Mozabitas, arabófonos sedentarios
y semisedentarios del valle del Chélif. En cada caso, more
durkheimiano, se trata de reconstruir el sustrato social: condi-
ciones materiales de vida (medio geográfico, densidad de
población, modos de ocupación del suelo, estructura de la
propiedad), estructuras sociales propiamente dichas (grupos de
parentesco, unidades ciánicas, tribus, corporaciones urbanas,
etc..) y sistema de taxonomías culturales (división mascu-
lino/femenino, representaciones de la sociedad y de la vida
económica, importancia de los códigos de honor, actitud ante el
Islam). Cada unidad cultural así diferenciada implicaba además
un modo de ser diferenciado, unas disposiciones propias, lo que
Bourdieu caracterizaba weberianamente como un "espíritu".
Estos distintos conjuntos formaban totalidades -no alejadas de
los "organismos sociales" estudiados por Durkheim- sistemas
de relaciones sin que ninguno de los factores constituyentes de

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los mismos desempeñara el papel de causa social determinante.


A través del examen comparativo de los sistemas diferen-
ciados por el análisis, Bourdieu detecta las invariantes propias
de estas sociedades tradicionales, lo que le permite hablar de un
"fondo común": unas estructuras sociales gobernadas por el
modelo de las relaciones familiares, unas relaciones económi-
cas precapitalistas, subsumidas en la lógica y en la reproduc-
ción de los vínculos de parentesco; unas disposiciones
temporales en las que está ausente el espíritu de innovación y
de cálculo mercantil y donde prima la tradición y los ciclos de
reciprocidad asociados a la persecución del honor y del presti-
gio.
Esta primera panorámica de la Argelia precapitalista ofrecida
en la opera prima del sociólogo francés participa de una visión
culturalista que sólo se verá alterada tras las detalladas explo-
raciones emprendidas por Bourdieu a comienzos de los sesenta.
De momento se está ante una sociedad gobernada por nexos de
solidaridad mecánica, altamente cohesionada por el apego a
unas tradiciones compartidas y por la integración de todas las
prácticas -económicas, religiosas, políticas, e t c . - en el uni-
verso del grupo familiar extenso. El papel desempeñado por los
conflictos en este orden colectivo, el análisis de los distintos mo-
dos en que los agentes se apropian de la tradición según su
posición en el espacio social, aparece soslayado. A Bourdieu le
interesa resaltar las fracturas introducidas por la colonización en
el universo, altamente integrado, de esta sociedad tradicional.
Este análisis se efectúa en un capítulo titulado "L'Aliénation".
Refiriéndose al impacto de la colonización, Bourdieu establece,
críticamente, una distinción hasta entonces no efectuada por los
estudiosos de la realidad argelina. Por una parte estaría el
proceso de "aculturación", las consecuencias derivadas del con-
tacto cultural establecido entre una sociedad industrial y una
sociedad tradicional. Aquí se incluyen factores como la in-

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traducción de la economía monetaria y de sus técnicas de cré-


dito y contabilidad, la difusión de nuevos medios de transporte
y de nuevas técnicas de explotación agrícola, la penetración de
la institución escolar, de la cultura impresa y de los medios de
comunicación audiovisual.
Por otro lado están las intervenciones deliberadamente desple-
gadas por la potencia colonizadora: leyes agrarias que prescribían
la fragmentación individual de la antigua propiedad indivisa
-favoreciendo así la concentración de tierras en manos eu-
ropeas-, leyes administrativas que establecían nuevas circuns-
cripciones -rompiendo las articulaciones espaciales de la
sociedad tradicional. Las condiciones excepcionales generadas
por la guerra, aludida en esta primera edición con el término de
"conflictos", propiciaría actuaciones aún más agresivas, como los
reasentamientos forzosos de la población -tres millones de
argelinos reagrupados entre 1954 y 1957- junto a enclaves
militares. Esta estrategia, practicada por el ejército con objeto de
cortar el apoyo rural al ALN, propició el abandono de las tierras
por el campesinado. Bourdieu se ocupará de analizarla con
detalle en una obra posterior, Le Déracinement (1964).
De este modo, el derrumbe del orden social tradicional, pro-
piciado ya por el simple contacto cultural, se habría visto "pato-
lógicamente acelerado" -de nuevo un vocabulario durkheimia-
no- por el intervencionismo colonial. El resultado habría sido
una verdadera "deculturacion" de la sociedad argelina, derruida
en sus estructuras y formas de vida campesinas y sometida a un
proceso vertiginoso de obligada urbanización. En esta primera
edición del libro, se establece la pugna entre unas estructuras
sociales tradicionales, idónea y creativamente adaptadas al en-
torno geográfico, y la acción devastadora entronizada por la
descolonización. Ni el movimiento independentista ni el nacio-
nalismo argelino son mencionados, como si la innovación sólo
pudiera proceder de la potencia occidental, como si la lucha

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UNIVERSALISMO

'Tengo tendencia a plantear el problema de la razón o de las normas


de manera resueltamente historicista. En lugar de interrogarme sobre
la existencia de 'intereses universales', preguntaré: ¿quién tiene
interés en lo universal? O mejor: ¿cuáles son las condiciones sociales
que deben ser satisfechas para que ciertos agentes tengan interés en lo
universal? ¿Cómo se crean campos tales que los agentes, al satisfacer
sus intereses particulares, contribuyen por eso mismo a producir lo
universal (pienso en el campo científico)? O campos donde los
agentes se sienten obligados a hacerse los defensores de lo universal
(como el campo intelectual en ciertas tradiciones nacionales -por
ejemplo en Francia hoy-). En una palabra, en ciertos campos, en un
cierto momento y por un cierto tiempo (es decir de manera no
irreversible), hay agentes que tienen intereses en lo universal. Creo
que hay que llevar hasta su último límite al historicismo, por una
suerte de duda radical, para ver lo que puede realmente ser salvado.
Se puede, seguramente, darse la razón universal al comienzo. Creo
que vale más ponerla en juego también, aceptar resueltamente que la
razón sea un producto histórico cuya existencia y persistencia son el
producto de un tipo determinado de condiciones históricas, y
determinar históricamente lo que son estas condiciones. Hay una
historia de la razón; eso no quiere decir que la razón se reduzca a su
historia sino que hay condiciones históricas de aparición de las
formas sociales de comunicación que hacen posible la producción de
verdad. La verdad es un compromiso de luchas en todo campo. El
campo científico llegado a un alto grado de autonomía tiene la
particularidad de que no se tiene cierta posibilidad de triunfar en él
sino a condición de conformarse a las leyes inmanentes de este
campo, es decir, de reconocer prácticamente la verdad como valor y
de respetar los principios y los cánones metodológicos que definen la
racionalidad en el momento considerado, al mismo tiempo que de
comprometer en las luchas de competencia todos los instrumentos
específicos acumulados en el curso de las luchas anteriores" (CD, pp.
41-42)

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consistiera en hacer valer la tradición frente a la modernidad.


Las dos ediciones sucesivas de Sociologie de l'Algérie (1961
y 1963), mediadas por una serie de artículos publicados en 1962
en los que Bourdieu cuestionaba las tesis de Fanón, muestran ya
un cambio de problemática y de planteamiento, que se verá
profundizado en Travail et Travailleurs (1963) y en Le Déra-
cinement (1964).
En las subsiguientes ediciones de Sociologie de l'Algérie,
Bourdieu apela explícitamente a la necesidad de destruir
completamente el sistema colonial; en la versión de 1963, tras la
independencia obtenida por el país en el año anterior, sostiene el
imperativo de emprender una revolución económica y social
que se sustente en un conocimiento ajustado de la realidad
argelina, única manera de evitar el caos.
Esta voluntad de saber va a presidir los posteriores análisis
del sociólogo. ¿Hasta qué punto puede estar arraigada la con-
ciencia revolucionaria -condición para el éxito del nuevo
régimen- en la población argelina?; ¿quién puede encarnar esta
conciencia?; ¿los campesinos como sostiene Fanón? -vía china-
¿los proletarios? -vía soviética. Esta cuestión retrotrae al pro-
blema clásico de los orígenes del capitalismo; ¿puede triunfar
un proceso de revolución socialista en una sociedad agraria y
colonial, donde la transición hacia el capitalismo, además de
forzada es incompleta? Resolver estos dilemas exigía, por una
parte, dar cuenta de la lógica propia de la economía preca-
pitalista imperante en la sociedad campesina, y por otra, hacer
inteligible la lógica de los cambios en las estructuras y en las
actitudes económicas. Éste será el tema de Travail et Tra-
vailleurs y de Le Déracinement.
El primero de estos textos ofrece ya una aproximación
bastante diferente a la perspectiva culturalista presentada en So-
ciologie de l'Algérie. Lo decisivo en la transición cumplida de
un régimen económico precapitalista a un sistema capitalista no

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son sólo los cambios en las relaciones de producción, propi-


ciados por la acción combinada de la aculturación y de las in-
tervenciones colonizadoras; tampoco puede explicarse el grado
de receptividad a estos cambios en función de una mayor o
menor capacidad psicológica para tomar conciencia y hacerse
cargo de las nuevas circunstancias. Frente al objetivismo, Bour-
dieu sostiene que la implantación del sistema capitalista no
puede realizarse sin la participación activa de los propios agen-
tes afectados; es decir, sin una adaptación de sus disposiciones
subjetivas a las transformaciones materiales fomentadas por el
proceso colonizador. Pero frente al subjetivismo, Bourdieu no
concibe estas disposiciones como facultades psíquicas pura-
mente individuales; se trata de disposiciones adquiridas, y el
grado de desarrollo de las mismas está en función de las con-
diciones sociales de vida que conforman a los agentes.
La apropiación de las prácticas del capitalismo requiere el
desarrollo de disposiciones temporales que no son universales
-como las estructuras de la conciencia temporal que Bourdieu
había encontrado en Heidegger y en Husserl- sino que florecen
en el sustrato de determinadas condiciones sociales de exis-
tencia. El espíritu de cálculo, la experiencia del futuro como un
horizonte abierto que puede ser previsto y planeado constituyen
modalidades de la conciencia temporal que están completamente
ausentes en el campesino, en tlfellah de la sociedad tradicional
argelina. El primer capítulo de Travail y Travailleurs, retomado
en Algérie 60, es un análisis de esa temporalidad cíclica,
reiteración de lo ya visto y heredado, asociada a un modo de
reproducción destinado a la subsistencia del grupo. Se trata de
un ethos que excluye el cálculo y que considera la voluntad de
innovación como una afrenta, una pretensión de superioridad
sobre el colectivo. Esta experiencia del tiempo está perfec-
tamente ajustada a las rutinas de una economía precapitalista,
donde las conductas económicas no están diferenciadas del

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magma social marcado por las relaciones de parentesco; el tra-


bajo no es un modo de ganarse la vida sino una función indis-
pensable para la reproducción del grupo; la acaparación de
productos agrícolas no obedece a la búsqueda de excedentes
comercializables; es un depósito para afrontar los momentos de
escasez; las transacciones de bienes no apuntan a la obtención
de beneficios sino a la preservación de un sistema de alianzas y
a la acumulación de prestigio y honor.
La acción combinada de la aculturación y de las inter-
venciones colonizadoras ha quebrado, con distinta intensidad
según las regiones -menor en las montañas de Cabilia y de
Aurés, mayor en los valles del Chélif- este modo de vida. El fo-
mento de la propiedad individual, los usos de la economía mo-
netaria, los reasentamientos forzosos han fragmentado las tierras
que pertenecían, de forma indivisa, a los clanes familiares, han
propiciado el desmigajamiento del parentesco extenso, han
obligado al abandono de los campos y han destruido la auto-
ridad de los jefes ciánicos propiciando conflictos generacionales
-pues la obtención de rentas en dinero contante permite cuestio-
nar la dependencia respecto al patriarca. La difusión del empleo
asalariado ha rodeado de menosprecio a las actividades feme-
ninas, que ya dejan de considerarse como trabajo, como ac-
tividad vital para la reproducción de la unidad de parentesco.
Ahora bien, la adaptación a la economía capitalista no ha sido
homogénea; la nueva sociedad de clases engendrada por la
modernización forzosa expresa todo un abanico, una gradación
infinitesimal de adaptaciones posibles, que va desde la máxima
incorporación de las nuevas prácticas hasta la persistencia de la
tradición, pasando, en la mayor parte de los casos, por una ten-
sión, una ambigüedad oscilante -cuya variada paleta analiza
meticulosamente Bourdieu- entre las viejas disposiciones y las
nuevas actitudes. En estos casos Bourdieu se refiere a una Ges-
talt "ambigua", una "doble lógica de las conductas". Es el caso

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de esos campesinos desposeídos de sus tierras y condenados a


una condición de subproletarios urbanos. Sabiéndose sin em-
pleo estable, se aferran al valor simbólico del trabajo, como
ocupación que, en la sociedad campesina tradicional, todo va-
rón digno debe poseer, aunque no gane dinero. Por eso no es de
extrañar que se dediquen a la venta ambulante de golosinas o
pequeñas artesanías sin apenas valor y para clientes que casi no
existen, venta de "nada por nada", como dice Bourdieu. O el
caso de esos campesinos, estudiados por Bourdieu en Le Déra-
cinement, que, habiendo perdido casi todas sus tierras o viéndo-
se imposibilitados para cultivarlas, se ven obligados a emigrar a
Francia o a trabajar como jornaleros en las posesiones de los
colonos europeos. Mantienen una doble lógica que les permite
hacerse cargo de su condición contradictoria: entre los suyos se
siguen considerando a sí mismos como fellaheen, con todos los
atributos y códigos de honor propios de la sociedad precapi-
talista; en la esfera de los extraños -el mundo de los colonos y
de la metrópoli- se ajustan a las reglas de la economía moder-
na. Otro buen ejemplo de duplicidad de disposiciones, exa-
minado en Algéríe 60, es el del apego al chabolismo y el de los
problemas generados por las facilidades de acceso al piso mo-
derno. Éste es un "regalo envenenado", de consecuencias de-
vastadoras si se carece, no sólo de ingresos monetarios regu-
lares, sino de las disposiciones de cálculo y previsión que exige
esa propiedad -encuentro con la lógica abstracta de los créditos
bancarios, alquiler mensual. Alejados del centro urbano, estos
bloques de viviendas baratas exigen gastos suplementarios en
transportes, alejan entre sí a los componentes del antiguo grupo
familiar extenso, condenan a las mujeres al encierro y al aisla-
miento, exigen el desarrollo de disposiciones ajustadas a los
placeres de la privacidad y de la pareja y no a las grandes cele-
braciones colectivas de la antigua sociedad. No es raro por ello
que en muchos casos se prefiera el poblado de chabolas; más

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económico, de pago más irregular y menos formalizado, este


habitat permite también la concentración adaptada de la gran
familia extensa y de susritualesde grupo.
La gran escisión en la nueva sociedad urbana de clases en-
gendrada por la descolonización se produce entre el inmenso
contingente de subproletarios (obreros agrícolas, parados,
jornaleros ocasionales, pequeños comerciantes ambulantes o se-
dentarios, pequeños artesanos, temporeros en reducidas empre-
sas artesanales o comerciales) en permanente situación de
precariedad, y el minoritario -debido al escaso desarrollo indus-
trial- proletariado compuesto de trabajadores manuales y cuali-
ficados del sector moderno, en posesión de un trabajo asalariado
estable. Esta dualidad de condiciones de vida hace posible dos
modalidades completamente distintas de experiencia temporal, y
en consecuencia, dos sistemas de disposiciones políticas en todo
divergentes.
En el caso del subproletario, la ausencia de expectativas ligadas
a la inseguridad y al empleo intermitente rompe toda posibilidad
de cálculo sobre el porvenir. Rotas las fuentes de la tradición y de
la experiencia por la condena a la precariedad y al desempleo, la
falta de control sobre el presente se traducefinalmenteen la im-
posibilidad de planear racionalmente el futuro. La ausencia de
planificación familiar, de conductas de ahorro, de preocupación
por la educación de los hijos son indicadores objetivos de estas
condiciones de vida y de las disposiciones ligadas a las mismas.
En la esfera política, el subproletario está condenado a oscilar
entre la resignación fatalista y el ensueño utópico y milenarista;
en una experiencia deltiempocomo torbellino incontrolable, todo
es posible, las aspiraciones no tienen límite. Combinando el
cuestionario, la observación etnológica y la entrevista, Bourdieu
retrata a estos desposeídos que, ora están sumidos en la desespe-
ración, ora se ven a sí mismos nadando en la abundancia gracias a
un golpe inesperado de la fortuna.

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En el caso del proletario, sus condiciones de vida, analizadas


estadísticamente como un conjunto de regularidades objetivas,
engendran una conciencia temporal, y por lo tanto política, de
otro orden. Con mayor nivel de instrucción, contando con una
renta más elevada que el subproletario y sobre todo más regular,
instalado en una ocupación estable, el proletario desarrolla una
actitud más realista, capaz de ajustar sus expectativas a sus
oportunidades. Sus disposiciones económicas están más
adaptadas a la racionalidad capitalista; es capaz de someter el
futuro a cálculo y a previsión, por eso es más proclive a in-
corporar disposiciones políticas revolucionarias que implican la
captación de un sentido racional y ideológico en el proceso
histórico. Éste es el argumento central de Travail et Travai-
lleurs, libro que refuta las tesis de Fanón sobre la conciencia re-
volucionaria del campesinado y del subproletariado de orígenes
agrarios. El utopismo marxista de la intelligentsia del FLN, y
por lo tanto sus planes de transformación de la realidad argelina
una vez obtenido el poder, pueden encontrar eco entre un re-
ducido proletariado cuya experiencia de la temporalidad permite
la cristalización de una conciencia revolucionaria. Pero no se
puede pedir al vastísimo contingente de subproletarios y de
campesinos empobrecidos y desarraigados que asuma las
pretensiones de la Revolución, porque todo en sus disposiciones
contradice el racionalismo calculador y planificador del nuevo
régimen.
Le Déracinement profundiza en esta misma dirección. En este
caso se trata de estudiar elfinde toda una manera de ser, de todo
un universo social abatido por el efecto conjunto del contagio
cultural y de las brutales intervenciones de la potencia
colonizadora. Los reasentamientos forzosos de la población
argelina realizados por el ejército francés entre 1954 y 1957, en
una atmósfera prebélica, aceleraron dramáticamente lo que se
estaba produciendo a través de un sordo trabajo de aculturación:

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el final del mundo campesino tradicional. Esta "deculturación",


como la designa Bourdieu, se precipitó de lleno en las planicies
habitadas por los arabófonos y tuvo efectos más limitados,
reducidos al contagio cultural y permitiendo una más fácil
adaptación en las zonas montañosas pobladas por berberófonos.
Ahora bien, esta crisis de la sociedad agrícola, cuya mayor
expresión es el abandono de las tierras, no se explica sin más
por las circunstancias objetivas impuestas por el régimen de
reasentamiento. No son las zonas donde más impedimentos
objetivos encontraban los campesinos para cultivar sus tierras
donde se han transformado más profundamente las formas de
vida tradicionales; la clave, una vez más está en las dispo-
siciones que articulan el modo de experimentar estos procesos,
y que varían de región a región, de poblamiento a poblamiento
y de grupo a grupo. En unos casos estas disposiciones condu-
cían a una ruptura mayor con el espíritu campesino, en otros do-
minaba la impermeabilidad ante los nuevos criterios de va-
loración. En otros casos imperaba un "biculturalismo", una
duplicidad de estilos que presentaba a su vez un variado espec-
tro de modulaciones. Pero estas diferencias de disposición que
mediaban la incidencia de las estructuras objetivas estaban a su
vez constituidas a partir de la diversidad de condiciones de vida;
en los enclaves de Kerkera y Ain Aghbel, que habían conocido
un contacto prolongado con la economía monetaria y el trabajo
asalariado, el abandono del ideal antropológico representado
por el fellah se extendía con rapidez; en la zona de Chélif,
menos afectada por este contagio, se mantenían másfirmeslos
viejos valores asociados a la lógica del honor. La misma dife-
rencia de osmosis se observaba según los estratos sociales. En
cualquier caso, incluso entre los que seguían actuando conforme
al viejo modo de ser, los reasentamientos suponían una ruptura
del encantamiento, una ocasión para tomar conciencia de algo
que antes iba de suyo.

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Si los trastocamientos de las estructuras económicas objetivas


no han generado sin más el cambio en las disposiciones, si en la
mayoría de los casos éstas tienden a perseverar en su ser adap-
tándose -y adoptando formas dobles muy diversas- a la nueva
situación, tampoco la acción del nuevo régimen revolucionario
puede limitarse al orden de la economía. Una "política racio-
nal", señala Bourdieu, debe adecuarse a la realidad social ar-
gelina, que no se compone de proletarios ni de campesinos con
conciencia de clase, sino de agentes con disposiciones contra-
dictorias, obedeciendo más al imperativo de la búsqueda de se-
guridad que de la consecución de beneficios, tendentes por ello a
reproducir las prácticas agrícolas y las formas de propiedad
tradicionales antes que a arriesgarse con la introducción de in-
novaciones. El nuevo gobierno, sugiere Bourdieu, debe empren-
der por ello un trabajo pedagógico que acompañe a la modi-
ficación de las estructuras económicas, una tarea de permanente
confrontación entre las expectativas de los campesinos y las
intervenciones de los dirigentes.
En estos trabajos se detecta ya un modus operandi que Bour-
dieu se dedicará a sistematizar y a conceptualizar en obras
sucesivas; la acción humana no es una pura reacción mecánica a
las condiciones objetivas; éstas son apropiadas y recreadas por
los agentes a partir de las disposiciones que los constituyen -lo
que más adelante Bourdieu elaborará en la noción de habitus.
Pero a su vez, estas disposiciones que componen la vertiente es-
pontánea de la acción no brotan del psiquismo individual sino
que son conformadas por las condiciones objetivas de existen-
cia.
El apoyo de Bourdieu al movimiento independentista argelino
le obligó a salir del país en 1960. De vuelta a París, siguió con
dedicación las lecciones de Lévi-Strauss en la Maison des
Sciences de l'Homme y los seminarios impartidos por éste en el
College de France. Entró como profesor ayudante de Raymond

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Aron en la Sorbona donde trabajó como docente entre 1961 y


1962; pasó después a la Facultad de Letras de la Universidad de
Lille, permaneciendo allí hasta 1964. En ese mismo año, bajo
los auspicios de Aron y con el apoyo de Braudel y de Lévi-
Strauss, fue nombrado director de estudios en la École Pratique
des Hautes Études -posteriormente École des Hautes Études en
Sciences Sociales (EHESS)- en París. Este emplazamiento le
proporcionó al sociólogo un observatorio idóneo para proseguir
su trabajo de investigación sin perder el tiempo con esa "guerra
de guerrillas" que exige el ascenso en el cursus honorum
universitario. La EHESS era una institución que acumulaba to-
dos los prestigios de la ciencia permaneciendo al margen de las
estructuras universitarias, fuera de los cauces que permitían
labrarse un porvenir académico. La posición como director de
estudios en este lugar le permitía esquivar esta ruta, pues el
puesto no exigía pasar por el interminable ritual del Doctorado
de Estado, pieza imprescindible para entronizarse como pro-
fesor titular de Universidad. La renuncia a escribir la tesis doc-
toral es sin duda un signo añadido de ese rechazo, típico de
Bourdieu, al estilo profesoral y escolástico que había conocido
en la ENS.
Junto al cargo de director de estudios, Bourdieu asumió en 1964
nuevas responsabilidades como mano derecha de Aron en el
Centre Européen de Sociologie Historique, fundado por éste con
la ayudafinancierade la Fundación Ford en 1961. No hay que
olvidar tampoco que este periodo de la sociología francesa es-
tuvo marcado por la importación de métodos y modelos norte-
americanos; el propio Bourdieu, en el curso de los años sesenta,
no escapó al viaje iniciático a los Estados Unidos. Pero su visita
-al Institute for Advanced Studies en Princeton y a la Univer-
sidad de Pensilvania- revelaba de nuevo su condición de outsider
en el campo sociológico; no se dirigió a los grandes centros de la
sociología entonces dominante, donde se aprendían los sofistica-

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dos modelos cuantitativos de Lazarsfeld o el estructural-funcio-


nalismo de Parsons. Le interesaban más los análisis microso-
ciológicos sobre las "instituciones totales" y la desviación, como
los practicados por Goffman, a quien pudo frecuentar en la Uni-
versidad de Pensylvania, y cuya obra dio a conocer en Francia
gracias a las traducciones de la editorial Minuit.
En el centro regido por Aron, Bourdieu comenzará a reclutar
un competente equipo de investigación (Luc Boltanski, Yvette
Delsaut, Claude Grignon, Jean-Claude Passeron y Monique de
Saint-Martin) que le permitirá poner en marcha ambiciosos pro-
yectos.
En primer lugar una serie de pacientes y meticulosos trabajos
sobre sociología de la educación y del sistema escolar -conside-
rada entonces como una rama "menor" de la disciplina socio-
lógica- iniciada a comienzos de los años sesenta en colabo-
ración con Passeron y culminada con la publicación en 1964 de
dos textos complementarios: Les Étudiants et Lew Études y Les
Héritiers. Les Étudiants et la Culture.
¿Por qué esta sustitución de los fellaheen y de los subpro-
letarios argelinos por los estudiantes de la Sorbona y de otros
grandes establecimientos universitarios franceses? El propio
Bourdieu ha reiterado que las exploraciones sobre educación
emprendidas por el Centre de Sociologie Européenne surgieron
como una generalización de las adquisiciones logradas en los
trabajos etnosociológicos sobre Argelia. Con este nuevo rumbo
se daba un paso más en esa autoapropiación por vía de obje-
tivación que ya se había iniciado en la experiencia argelina. Más
allá del exotismo, lo que revelaba esta sociedad norteafricana
sometida a una brutal "deculturación" era su proximidad, su ho-
mología con otras sociedades como la del Béarn natal de Bour-
dieu, sometidas también a procesos de destrucción de las formas
de vida campesina. El análisis indicaba la cercanía de lo más
lejano. Con los estudios sobre el universo escolar se trataba de

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mostrar el exotismo de lo cotidiano, de lo inmediatamente dado.


Se trataba ahora de lanzar una mirada etnológica sobre la ins-
titución escolar; aplicar sobre el paisaje familiar de los alumnos
y profesores franceses de enseñanza superior el mismo distan-
ciamiento que los estudios de Lévi-Strauss -y antes que él Durk-
heim y Mauss- utilizaban en el análisis de los ritos y de los
mitos de los Nambikwara o de los Tupi. Las formas primitivas
de clasificación que en estas sociedades se encarnaban en el
ritual, en la mitología, en los sistemas matrimoniales o en las
maneras de mesa, son transmitidos a través de la institución
escolar en las sociedades de cultura escrita. Aquélla no sólo po-
ne en circulación unos contenidos, sino unos esquemas tácitos
de pensamiento. Si en las aldeas de Cabilia las estructuras men-
tales (arriba/abajo, dentro/fuera, pesado/ligero, masculino/feme-
nino, etc..) que organizaban las prácticas y las representaciones
eran inculcadas por la organización familiar, en Lille o en París
estos esquemas eran vehiculados por el sistema escolar.
Esta ruta de investigaciones sobre educación, comenzada con
las encuestas realizadas entre la población estudiantil de la Uni-
versidad francesa en los primeros años sesenta abrirá una línea
sostenida por Bourdieu -como coordinador de un trabajo en
equipo- a lo largo de toda su trayectoria. En La Reproduction
(1970) se tratará de obtener una formulación teórica de las ge-
neralizaciones encontradas en el trabajo empírico de toda la dé-
cada anterior. En Homo Academicus (1984) el análisis apuntará
al propio campo del poder universitario, ofreciendo además una
explicación de los sucesos del Mayo francés;finalmente,en La
Noblesse d'État (1989) se someterá a exploración el ámbito eli-
tista de las grandes escuelas de estudios superiores.
Lo que se pone al descubierto en estos trabajos es el conjunto
de estructuras subyacentes, tanto cognitivas como materiales,
que conforman al homo scholasticus, esa constelación de dis-
posiciones que son la encarnación viva del sistema escolar.

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Lo decisivo está en el hecho de que, al lanzar una mirada


etnosociológica sobre la institución escolar, se hiere de muerte
al narcisismo de la propia sociedad objetivada, y más específica-
mente al de los que en ella ocupan posiciones de preeminencia.
Lo propio y autoevidente queda así desnaturalizado y mostrado
en toda su arbitrariedad histórica.
Con el simple gesto de descubrir mecanismos que estaban
ocultos, el sociólogo pone en cuestión los mitos espiritualistas
que componían la tramoya apologética de los privilegiados. Ésta
explicaba las desigualdades de éxito escolar por desigualdades
de inteligencia, concibiendo la inteligencia como un don natural
y gratuito. En Les Héritiers y a través de un ingente material tra-
tado con las técnicas del cuestionario y del análisis multivariado
combinadas con la entrevista, la observación etnográfica y el
análisis comparativo, Bourdieu y Passeron muestran que el rey
estaba desnudo. De los factores que deciden el éxito o el fracaso
escolares, el más decisivo es el de la "herencia cultural" y, se-
cundariamente, los recursos económicos.
La escuela viene así a consagrar a los "herederos", a los ya
consagrados por la prerrogativa de haber nacido en una clase
social donde los estudios superiores se afrontan como un destino
natural frente al hijo de obrero manual, que cuenta con menos
de un 2% de probabilidades de llegar a la Universidad. Y un
problema añadido lo constituye el hecho de que la escuela, al
menos en el caso francés, en vez de apuntar a una corrección de
estas desigualdades culturales de partida, tiende a reforzarlas,
menospreciando lo que procede de ella misma: el modo "esco-
lar" de realizar tareas, el "método", el esfuerzo, las técnicas de
trabajo intelectual. En cambio, se inclina a la exaltación de lo
que la escuela misma no puede enseñar -y que por tanto forma
parte de las prerrogativas adquiridas en la familia: el "talento",
el estilo brillante, la capacidad de improvisación, la facilidad, la
creatividad sin regla, etc..

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La condición decisiva de la herencia cultural para el éxito


escolar no opera mecánicamente; depende del modo en que esa
riqueza inmaterial es apropiada por los agentes; puede ser dila-
pidada ociosamente o aprovechada racionalmente; en este se-
gundo caso el éxito escolar está garantizado.
La invocación de una creciente tasa de escolarización entre
las clases populares no permite impugnar el descubrimiento
realizado por Bourdieu y Passeron; más bien viene a confir-
marlo. Considerado comparativamente en las distintas clases y
de una generación a otra dentro de la misma clase, ese aumento
es cualitativa y cuantitativamente superior en las clases más fa-
vorecidas, cuyos hijos tienden a orientarse hacia las carreras
más estimadas -v.g. la Filosofía en el ámbito de las Letras y las
Ciencias Humanas- y dejan las de menos prestigio para los hi-
jos de las clases populares -Sociología y Geografía en la misma
esfera.
Finalmente, más allá de sus opciones políticas manifiestas,
que muy bien pueden ser de extrema izquierda, los "herederos"
tienden a compartir ese mismo desprecio que sus propios pro-
fesores segregan en relación con los valores típicamente esco-
lares: el desdén por la pedagogía, por el adiestramiento técnico,
en suma por todo lo que se parezca a la sencillez de un oficio, y,
en contrapartida, la loa al genio, al alumno brillante, al profesor
carismático.
Les Héritiers termina con la apelación a una "pedagogía ra-
cional" que estaría aún por inventar. A diferencia de las pedago-
gías psicológicas al uso, que esquivan el problema de las dife-
rencias sociales, propiciaría un tipo de enseñanza centrada en las
técnicas de trabajo intelectual, orientada precisamente a trans-
mitir aquellas formas de pensar exigidas por la escuela y gene-
ralmente inculcadas en el medio familiar. Se trataría de este mo-
do, en contraposición a una visión aristocrática de la docencia,
de proveer al mayor número posible de individuos con el máxi-

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mo de las disposiciones que componen la cultura escolar.


En esta obra se reencuentran, desarrollados en relación con un
medio social muy diferente, instrumentos conceptuales se-
mejantes a los aplicados por Bourdieu en sus estudios argelinos.
Frente a la ideología carismática Bourdieu muestra que el éxito
escolar no obedece a disposiciones innatas concebidas como un
don natural. Del mismo modo, en sus trabajos etnosociológicos
sobre Argelia, refutaba la existencia de unas disposiciones
económicas racionales que estarían distribuidas entre los agentes
a la manera de una cualidad innata y universal. Las aptitudes
escolares, como las aptitudes económicas exigidas por el capita-
lismo sólo pueden formarse en determinadas condiciones ma-
teriales de existencia, por eso están desigualmente distribuidas.
En la gestación de las disposiciones económicas de cálculo y
de previsión desempeñan un papel crucial condiciones objetivas
como la posesión o no de un empleo asalariado y estable, el ni-
vel de instrucción, el modo en que se ha estado expuesto al im-
pacto modernizador de las prácticas colonizadoras. En la gesta-
ción de disposiciones escolares es decisiva la influencia ejercida
por la herencia cultural, lo que más adelante Bourdieu designará
como "capital cultural". Éste determina desigualmente el grado
de exposición de los individuos, en el medio familiar, a las ruti-
nas intelectuales exigidas después por la Escuela y por lo tanto
delimita las posibilidades de que se prosiga o se interrumpa la
carrera en esta institución, lo que Passeron y Bourdieu bautizan
como el índice de "mortalidad escolar".
Pero el hecho de que las aptitudes se engendren en unas con-
diciones objetivas y no en otras, el hecho de que no se trate de
facultades inherentes a un sujeto trascendental sino de construc-
ciones históricas, no conduce a un materialismo reductor y de-
terminista. La acción no está determinada directamente por la
presión de las estructuras objetivas -por eso no son los más des-
poseídos, los subproletarios argelinos, los que desarrollan una

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"Taxonomías Escolares y 'Hábitus' de clase"


Els Mals Estudiants, Jordi, Barcelona, 1928

conciencia revolucionaria, por eso mismo no todos los "herede-


ros" saben aprovechar su herencia- sino por la mediación de
unas disposiciones que, siendo conformadas por las condiciones
materiales de existencia, implican una apropiación activa de las
situaciones por parte de los agentes, un modo de organizarías,
de estructurarlas, contribuyendo así a la construcción misma de
la realidad social.
Esta distancia doble, respecto al subjetivismo propio de la ideo-
logía carismática y respecto al objetivismo de cierto materialismo
reductor, esta caracterización de los agentes como conjuntos de

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disposiciones activas aunque adquiridas en ciertas condiciones -lo


que más tarde cristalizará en la noción de habitus- lleva a
Bourdieu a rechazar los mitos asociados al sistema escolar. Por un
lado el mito aristocrático, ya aludido, de la inteligencia como don
natural y del rendimiento escolar como expresión de esa gracia;
en segundo lugar, el mito populista que pretende elevar la
cultura de las clases desfavorecidas al rango de cultura ve-
hiculada por la escuela; y por último, el mito voluntarista de la
escuela republicana como correctora de las desigualdades so-
ciales.
Como en el caso de las investigaciones sobre Argelia, los tra-
bajos sobre educación ponen en liza una sociología cuyos
efectos críticos, también en el plano político, no proceden de
una voluntad explícita de crítica o de compromiso militante. Es-
te, como ejemplifica el caso de Fanón, no garantiza la validez
del análisis ni la adecuación de la política que de él se despren-
de.
Los efectos críticos de la sociología derivan de su estructura
rigurosamente científica; al descubrir los mecanismos sociales
ocultos -como la relación entre rendimiento escolar y herencia
cultural, o entre la conciencia política revolucionaria y la pose-
sión de un trabajo estable y asalariado- la sociología pone en
entredicho la supuesta naturalidad del orden establecido, en la
que se asienta la hegemonía de los privilegiados. Mientras más
riguroso e independiente sea el conocimiento de la realidad so-
cial tanto mayor será su capacidad de incidir críticamente sobre
las prácticas y sobre el cambio político. Ya en estos primeros es-
critos Bourdieu se desmarca de la disyuntiva entre la neutralidad
científica y el compromiso militante.
Otro rasgo común a los textos sobre Argelia y sobre el ámbito
educativo es su condición de exploraciones históricas. A menu-
do, apoyándose en un conocimiento superficial de la obra de
Bourdieu, se ha acusado a este autor de una falta de sentido his-

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tórico, de un énfasis en el análisis de los sistemas sociales y de


sus desequilibras, olvidando su condición de acontecimientos,
de emergencias históricas. Pero estas primeras publicaciones
son estudios de historia social acerca del impacto de la colo-
nización y la génesis del capitalismo en Argelia, sobre la
desaparición de la sociedad campesina en las regiones del Midi,
sobre la escolarización en Francia durante la era del desa-
rrollismo económico que siguió a la postguerra. Se analizan los
efectos transformadores de estos procesos sobre los estilos de
vida y sobre las estructuras mentales de los agentes examinando
su diversa incidencia según las situaciones y las posiciones en el
universo social.
Al hilo de los estudios empíricos sobre el sistema escolar
emprendidos por Bourdieu y sus colaboradores, se van a abrir
dos nuevas y decisivas pistas en la futura trayectoria del soció-
logo. Por una parte el deslizamiento de la sociología de la edu-
cación a la sociología de la cultura. En Un Art Moyen: essai sur
les usages sociaux de la photographie (1965) y en L'Amour
d'Art (1966), Bourdieu y su equipo -Boltanski, Castel y Cham-
boredon en el primer libro, Darbel, en el segundo- iniciaron
esta senda proyectando en el ámbito de los consumos artísticos
la metodología y los hallazgos conceptuales obtenidos en el te-
rreno educativo. En vez de tomar la "sensibilidad artística" co-
mo una disposición innata e individual, se intentan desvelar sus
condiciones sociales de posibilidad. Descubrieron que la pre-
sencia de disposiciones proclives a frecuentar los museos o a
exhibir una actitud puramente contemplativa ante la fotografía y
las obras de arte, dependía de determinados factores sociales, en
particular del nivel de instrucción escolar alcanzado. Como éste,
a su vez, estaba en función de la herencia cultural recibida, ha-
bía que concluir que el "gusto artístico" no era un don natural y
gratuito, la facultad de un "sujeto estético", sino una disposición
socialmente adquirida y desigualmente distribuida. No se tra-

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taba de una capacidad dada sino de un privilegio otorgado.


En segundo lugar, el análisis de la institución escolar como
mecanismo que reproducía las desigualdades sociales presen-
tándolas como diferencias de método o de inteligencia, habili-
taba la senda para realizar un análisis del poder, de lo que Passeron
y Bourdieu teorizarán en La Reproduction (1970) como "vio-
lencia simbólica". Esta se hace desconocer como tal violencia al
presentar las desigualdades sociales como diferencias naturales
y de este modo consigue hacerse reconocer como legítima por
parte de los propios dominados.
Pero antes de entronizar estos problemas, que conducirán a la
génesis de algunos de los principales conceptos forjados por
Bourdieu ("capital", "espacio social", "campo", "violencia sim-
bólica"), conviene detenerse en la sistematización de la noción
de "habitus". Esta tarea, emprendida por Bourdieu de forma ex-
plícita desde mediados de la década de los sesenta, culminará en
Esquisse d'une Théorie de la Pratique (1972) y en Le Sens Pra-
tique (1980). De aquí saldrá una teoría de la acción distanciada
de la alternativa, expresada intensamente en las controversias
intelectuales de ese período, entre el objetivismo estructuralista
y el subjetivismo fenomenológico.

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Capítulo III

Más Allá del Estructuralismo y de la Fenomenología

Aunque, en relación con las investigaciones de Bourdieu


sobre el mundo campesino y estudiantil se ha podido comprobar
la puesta en obra de la noción de habitus al intentar trascender
la alternativa entre objetivismo y subjetivismo, la formalización
de este concepto se hará esperar. La primera tentativa en esta
dirección se encuentra en la Introducción redactada por el so-
ciólogo paraí/n Art Mayen (1965), obra colectiva que ha sido
mencionada con anterioridad.
En este libro y a propósito de un objeto aparentemente menor,
como la fotografía, se caracteriza al habitus como instancia
mediadora entre las estructuras objetivas y la conciencia
subjetiva; al mismo tiempo se perfila su compostura social. Los
campesinos bearneses recurren a la fotografía para solemnizar
las ceremonias y celebraciones colectivas (bodas, bautizos,
fiestas) y reservan su realización al fotógrafo profesional. El uso
individual de la cámara y la libre elección del tema están ex-
cluidos; se trata de conductas ostentosas, que afrentan la digni-
dad del grupo y bloquean la reciprocidad, la posibilidad del con-
tradón.
En el medio urbano, sin embargo, en Lille o en París, el em-
pleo autónomo de la fotografía está mucho más difundido, aun-
que mayoritariamente sigue confinado a las celebraciones co-
lectivas, subsumido en su función social. Sólo hay dos grupos

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sociales en los que abunda la libre utilización de la cámara: las


clases medias en ascenso y, dentro de éstas, los varones solteros.
La noción de habitus hace inteligibles las acciones sin ex-
plicarlas a partir de motivos psicológicos individuales ni deri-
varlas de leyes estructurales inconscientes. La probabilidad
objetiva de emplear la fotografía de un modo u otro depende de
condiciones sociales que son estadísticamente mensurables (pro-
cedencia geográfica, estado civil, niveles de renta e instrucción,
etc.), pero esta probabilidad objetiva es vivida por el agente
como resultado de su libre elección. Hay una especie de sentido
prerreflexivo de orientación social que hace que el agente
experimente como posible un tipo de prácticas y excluya otras.
El habitus es, sin duda, social; la probabilidad de que un bear-
nés reserve la fotografía para las ceremonias o de que el hijo de
un obrero asista a la Universidad depende del origen social. Pero
además, el habitus es también social porque esas conductas
obedecen a un ethos de clase engendrado a través de una expe-
riencia histórica colectiva, un sentido colectivo del ámbito de lo
objetivamente posible.
En esta primera formalización Bourdieu presenta el concepto
de habitus como un medio de trascender el antagonismo entre la
teoría subjetivista de la acción avalada por Sartre y la que se de-
riva de los estudios objetivistas emprendidos por Lévi-Strauss.
Pero hasta hacía muy poco, el recurso al análisis estructural le-
vistraussiano había sido para Bourdieu el modo por excelencia
de realizar ese mandamiento derigory de cientificidad que la fi-
losofía no le había proporcionado, un atajo para escapar de las
explosiones sentimentales y del egocentrismo literario que hacía
las delicias de la moda existencialista. ¿Cómo se produjo enton-
ces este distanciamiento respecto al estructuralismo?
"Mi último trabajo de estructuralista feliz" (SP, 27) señalará
Bourdieu retrospectivamente, es un artículo "escrito en 1963".
En otro lugar declarará que su ruptura con la teoría estructural

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de las relaciones de parentesco no se produjo de golpe, sino que


fue el resultado de una continua elaboración prolongada durante
treinta años. Se puede decir que el sociólogo no abandona nunca
el recurso al análisis estructural, sino que lo supera e integra en
un enfoque más reflexivo, consciente de las limitaciones impli-
cadas en la mirada estructuralista.
Como se dijo, Bourdieu había participado en los seminarios
de Lévi-Strauss a comienzos de la década de los sesenta. En los
trabajos del etnólogo encontraba en cierto modo un retorno al
espíritu científico que había representado lo mejor de la antigua
escuela durkheimiana. En esos mismos años y en medio del fra-
gor de la Guerra de Argelia, Bourdieu había regresado frecuente-
mente al país norteafricano para realizar un variado conjunto de
investigaciones etnológicas sobre la sociedad campesina tradicio-
nal, dirigiéndose al lugar donde estaba mejor conservada; en la
región montañosa de Cabilia.
Estos trabajos versaban sobre el sentido y el ethos del honor,
las relaciones de parentesco y la estructuración simbólica de la
Naturaleza y del mundo cotidiano. En estas exploraciones se ad-
vierten ya las virtudes que Bourdieu encontraba en el análisis
estructural y que habrían de convertirse en adquisiciones perma-
nentes de su modus operandi.
El análisis estructural, ya en la manera practicada por los
formalistas rusos en la Europa de Entreguerras, emplazaba a las
ciencias humanas en el sendero de la física y de las matemáticas
modernas, sustituyendo el modo de pensamiento sustancialista e
ideográfico por un estilo de pensamiento relacional, donde los
objetos eran construidos y afrontados de modo rigurosamente
comparativo. En esta dirección, llega a comentar Bourdieu, el
estructuralismo resucita el proyecto de Durkheim pero formu-
lándolo en los términos de la lingüística.
Así, en vez de explorar las acciones -v.g. el saludo entre los
varones cabilios- y los objetos -v.g. la casa en la cultura cabi-

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lia- como si poseyeran un sentido por sí mismos, en estado ais-


lado, hay que insertarlos en el sistema completo de oposiciones
significativas: el sentido de una cosa o de una práctica es su di-
ferencia en un sistema de cosas o de prácticas. El acto de saludar
sólo significa en el interior de un código de honor gobernado por
vínculos de reciprocidad, donde no saludar a alguien es no
reconocerlo, tratarlo como una cosa, un animal o una mujer. El
significado de la casa cabilia -cuyo interior está también or-
ganizado como un sistema de signos- se determina por su opo-
sición a la asamblea de los hombres, como diferencia entre lo
privado y lo público, homologa a las diferencias entre lo feme-
nino y lo masculino, entre la noche y el día.
El procedimiento permite por tanto encontrar homologías -se-
mejanzas de estructuras- entre ámbitos de objetos y de prácticas
aparentemente alejados entre sí. Así por ejemplo, el ethos del
honor entre los bereberes de Cabilia implica una homología
entre la oposición saludar/no saludar y la oposición mascu-
lino/femenino. O, por otro lado, la diferencia casa/asamblea
guardaba una homología, dentro del propio espacio de la casa,
con la oposición entre la parte baja y oscura y la parte alta y lu-
minosa, homología que vuelve a encontrarse en la escisión, a es-
cala del universo, entre cielo y tierra. De este modo, por vía de
homología, el análisis estructural puede obtener regularidades de
vasto alcance, invariantes transhistóricas y transculturales,
haciendo posible la formulación de generalizaciones.
Este modo de pensamiento relacional, opuesto al análisis
temático o de esencia, tiene su encarnación concreta en el proce-
dimiento del cuadro sinóptico. Como en el caso de la tabla de
elementos químicos de Mendeleiev, esta técnica obliga a elabo-
rar la singularidad insertándola como diferencia en el espacio
completo de todas las posibilidades. Este recurso muestra las
carencias del empirismo neopositivista en ciencias humanas. Por
una parte, como ya había señalado Durkheim, implica con-

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siderar el objeto de estudio como algo por construir en el inte-


rior de un sistema, no como un dato primario y aislado. Por otro
lado evita la tendencia empirista a explorar atómicamente los
objetos, analizando entre ellos las relaciones de causalidad
lineal una a una -por ejemplo en el uso empirista del análisis
multivariado- y olvidando que para evaluar el peso de una re-
lación o de un factor hay que inscribirlo en el sistema completo
de relaciones y de factores estableciendo así nexos jerárquicos y
variables de causalidad estructural.
Con estos procedimientos, el análisis estructural introduce en
la investigación un momento de necesaria objetivación, una
ruptura epistemológica con el sentido común y con la tendencia
a proyectar nuestros valores y estados de ánimo en el objeto
estudiado. Se trata de un acto inicial de desconfianza, de corte
con las "prenociones" -como había señalado Durkheim- de
"duda radical", dirá Bourdieu. Con este gesto de ruptura -y aquí
se sigue a Bachelard- el etnólogo o el sociólogo actúan del mis-
mo modo que el físico moderno cuando rompe con las represen-
taciones del movimiento avaladas por el sentido común y por el
pensamiento aristotélico.
El énfasis en la fusión con el otro que caracterizaba a los en-
foques subjetivistas y que conducía a proyecciones egocéntricas
y etnocéntricas -ejemplificadas por el evolucionismo fraze-
riano- es reemplazado por una mirada objetivante que no sólo
pone entre paréntesis la cálida identificación con el indígena, si-
no las propias explicaciones que los indígenas dan de su con-
ducta. El estructuralismo enseña así a dar cuenta de la opacidad
de las condiciones objetivas que orientan la acción más allá de
la conciencia de los actores.
La insistencia en que el análisis estructural ponía a los soció-
logos en el camino de la cientificidad es constante en el Bour-
dieu de los años sesenta, y se hace manifiesta en su principal
ensayo de epistemología sociológica, Le Métier de Sociologue

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(1968), obra escrita en colaboración con dos miembros de su


equipo, Jean-Claude Passeron y Jean-Claude Chamboredon. No
obstante, más allá de estafidelidad,Bourdieu tomó distancia del
estructuralismo levistraussiano desde sus primeras explora-
ciones etnológicas, incluso en los trabajos más marcados por la
impronta del autor de La Pernee Sauvage.
En el análisis de la casa cabilia, tal vez el texto más levis-
traussiano de Bourdieu -de hecho se publicó en una recopi-
lación de estudios que homenajeaba al antropólogo francés- ya
se advierte este distanciamiento. En vez de analizar el sistema
que estructura este espacio doméstico en términos de oposi-
ciones binarias entre símbolos (arriba/abajo), se afronta como
una serie de oposiciones de orden práctico (subir/bajar). La
diferencia parece mínima, pero es capital. En la perspectiva
levistraussiana, el ritual (v.g. el gesto simbólico de subir a la
parte alta, de ascender a la parte noble y masculina de la vivien-
da) no es sino la ejecución de un código de categorías binarias
alternativas que funcionan como un álgebra (a/-a). En clave de
Bourdieu, la lógica del ritual no se ajusta al modelo de una
combinatoria mental, sino a un modelo pragmático y corporal,
más próximo a la gimnástica y a la danza que al álgebra. La
diferencia entre subir y bajar no es categorial, sino que remite a
una diferencia de disposiciones prácticas, corporales. Más que a
un inconsciente categorial, el examen apuntaba a deslindar un
inconsciente práctico.
Esta misma torsión pragmática del análisis estructural se reen-
cuentra en la investigación sobre el sentido cabilio del honor.
Vista desde fuera, la lógica del honor -desafío y respuesta- si-
gue una secuencia reglada y se ajusta a una reciprocidad perfec-
tamente previsible. Por eso puede ser formalizada como un sis-
tema sincrónico de oposiciones binarias. Pero, analizada desde
la perspectiva de la práctica, esta reciprocidad y reversibilidad
constituyen un problema. Hay una dilación temporal entre el

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desafío y la respuesta, entre el don y el contradón que introduce


un margen de incertidumbre y de maniobra por parte de los ac-
tores. La respuesta al desafío puede ser inmediata, puede ser
retardada o puede incluso que no se produzca (v.g. si el ofensor
es considerado por el ofendido con la suficiente distancia de re-
putación como para que no merezca la pena arriesgar el honor
propio en la respuesta). La misma regla se cumple en cada caso
mediante acciones muy diversas. Esta dimensión temporal,
excluida en los modelos sincrónicos y combinatorios del etnó-
logo estructuralista, sólo podría ser abarcada por un análisis que
considerara las prácticas de honor, no como la simple ejecución
de reglas inconscientes, sino como utilización estratégica, aun-
que no deliberada, de esas reglas.
Finalmente, el examen de las relaciones de parentesco en Ca-
bilia, introducía un nuevo desmentido a los resultados de la an-
tropología estructural. Bourdieu descubre esta tercera anomalía
gracias a su voluntad de romper con la oposición entre etnología
y sociología. Recurriendo al análisis estadístico -raramente em-
pleado por los etnólogos- constató que la regla de casamiento
propia de las sociedades árabe-bereberes -el enlace con la hija
del tío paterno, con la prima paralela patrilineal- sólo represen-
taba un 3 o 4% de los casos, y entre el 5 y el 6% en las familias
marabúticas, más rigoristas y ortodoxas. Por otro lado, el ajuste
a la regla, más que una ejecución mecánica, revelaba una apro-
piación estratégica de la misma. Las familias que ocupaban una
elevada posición jerárquica en la colectividad veían acrecentar
su prestigio ajustándose a la norma oficial; las emplazadas en
posiciones inferiores compensaban su situación social dismi-
nuida mediante un matrimonio que acumulaba todos los pres-
tigios simbólicos de la oficialidad.
Fue en la tentativa de resolver estas anomalías ligadas a la in-
dagación empírica como Bourdieu llegó a reemplazar el léxico
estructuralista (regla, ejecución, código, inconsciente) por una

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HABITUS

"Los condicionamientos asociados a una clase particular de


condiciones de existencia producen habitus, sistemas de disposiciones
duraderas y transferibles, estructuras estructuradas predispuestas para
funcionar como estructuras estructurantes, es decir, como principios
generadores y organizadores de prácticas y representaciones que
pueden estar objetivamente adaptadas a su fin sin suponer la búsqueda
consciente de fines y el dominio expreso de las operaciones necesarias
para alcanzarlos, objetivamente 'reguladas' y 'regulares' sin ser el
producto de la obediencia a reglas, y a la vez que todo esto, colectiva-
mente orquestadas sin ser el producto de la acción organizadora de un
director de orquesta.

Aunque no se excluye de ningún modo que las respuestas del habitus


vayan acompañadas de un cálculo estratégico que trata de realizar
conscientemente la operación que el habitus realiza de otro modo, a
saber, una estimación de las probabilidades suponiendo la trans-
formación del efecto pasado en el objetivo anticipado, esas respuestas
se definen en primer lugar fuera de todo cálculo, en relación con po-
tencialidades objetivas inmediatamente inscritas en el pésente, cosas
por hacer o no hacer, decir o no decir, en relación con un porvenir
probable que, al contrario del futuro como 'posibilidad absoluta' (Ab-
solute Moglichkeit) de Hegel (o Sartre), proyectado por el puro pro-
yecto de una 'libertad negativa', se propone con una urgencia y una
pretensión de existencia que excluye la deliberación. Para la práctica,
los estímulos no existen en su verdad objetiva de detonantes con-
dicionales y convencionales; sólo actúan a condición de reencontrar a
los agentes ya condicionados para reconocerlos" (SP, pp. 92-93)

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nueva constelación de conceptos (estrategia, sentido práctico,


esquema, habitus), dando así lugar a una nueva teoría de la ac-
ción. Ésta no salió de una pieza. Hizo falta primero sistematizar
la noción de habitus, piedra angular del nuevo edificio. Esta
tarea fue emprendida en la segunda mitad de los años sesenta,
comenzando por la aludida Introducción a Un Art Moyen (1965)
y continuando con el Postfacio escrito para la edición francesa
de Architecture Gothique et Pensée Scholastique (1967) de Er-
win Panofsky.
¿Por qué Bourdieu aprovechó la ocasión de traducir esta obra
para ofrecer una nueva versión, más elaborada de la avanzada
en Un Art Moyen, del concepto de habitus!
Retrospectivamente, el sociólogo dirá que el recurso a la obra
de Panofsky le permitía presentar sus propias ideas sobre el
habitus como si las derivara de una interpretación del texto es-
crito por eí eminente iconólogo alemán. Bourdieu recuerda que
él era demasiado joven en esa época como para atreverse a
escribir o a hablar en nombre propio, de modo que el apoyo en
un gran autor hacía más aceptable las innovaciones concep-
tuales de su propia cosecha.
En su hermoso texto, Panofsky pretendía descubrir la raíz de
una serie de paralelismos tradicionalmente señalados por los
historiadores del arte. De forma parecida a los estructuralistas,
analizaba las homologías existentes entre dos sistemas sim-
bólicos distintos aunque coetáneos: las summae de la escolástica
bajomedieval y la disposición arquitectónica de las catedrales
góticas. Así, por ejemplo, la oposición entre el naturalismo de
las esculturas góticas -representando el cuerpo humano y las
criaturas del Universo- y el abstraccionismo románico era se-
mejante al antagonismo que existía entre el naturalismo aris-
totélico exhibido en las Summae y el esencialismo platónico y
agustiniano de lafilosofíaaltomedieval.
Pero Panofsky, en la lectura de Bourdieu, no se limitaba a ex-

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plorar estas semejanzas de estructura, sino que buscaba la


conexión concreta que daba razón de esas homologías. Y la cla-
ve la encontraba en una noción, en cierto modo adelantada ya
por el propio pensamiento escolástico: el habitas concebido
como principium importans ordinem ad actum (Tomás de Aqui-
no, Sutnma Theologiae, I-II, qu. 42, art. 3, C), principio que re-
gla el acto. Filósofos escolásticos y arquitectos góticos tenían en
común, no tanto unas mismas doctrinas o representaciones como
un mismo modo de proceder, de engendrar respuestas a
problemas comunes. Esto no era de extrañar, puesto que los
constructores de las catedrales se habían formado también en las
scholae, habían recibido instrucción en ellas, habían asistido a
las disputationes de quodlibet, estaban empapados del mismo
modo de argumentación usado por los teólogos.
Por esa razón, los problemas encontrados por la edificación de
catedrales eran afrontados de modo semejante a como los teó-
logos consideraban las quaestiones. Éstos debían alinear las
tesis de las distintas autoridades al respecto, confrontándolas y
buscando su conciliación. Análogamente, las dificultades en la
construcción de catedrales -el rosetón en la fachada occidental,
la vertebración del muro situado bajo los altos vitrales, la estruc-
tura de los pilares de la nave- eran resueltas apelando a las gran-
des formas arquitectónicas del pasado, llevándolas a su límite e
intentando armonizarlas, de ahí el aspecto a la vez errático y co-
herente del gótico clásico.
En ambas esferas operan los mismos esquemas generadores
interiorizados por los agentes. Panofsky usa el témino habitus en
el mismo sentido que la escolástica, para designar estos es-
quemas engendradores de órdenes simbólicos semejantes. Pero
la generosa lectura de Bourdieu le atribuye al iconólogo un gra-
do de elaboración y generalización del concepto que no le per-
tenece. El habitus que ponen en liza arquitectos y teólogos me-
dievales es un "sistema de esquemas que orienta de manera

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constante elecciones que, no siendo deliberadas, no son por ello


menos sistemáticas, que sin ser ordenadas y organizadas ex-
presamente por relación a un fin último no son menos por-
tadoras de una especie definalidadque no se revelará sino post
festum" (SP, p. 161).
Frente al estructuralismo -en la versión de Lévi-Strauss o en
la de Althusser, que entonces comenzaba a difundirse- que
consideran al agente como un mero soporte de la estructura, un
mero ejecutor de sus reglas, el habitus hace valer su creatividad
y espontaneidad; es una fuerza formadora de estructuras. Frente
al existencialismo, que ve al agente como un sujeto fundador y
a sus elecciones como resultado de un proyecto libremente asu-
mido, se subraya el carácter no deliberado de las representa-
ciones y acciones producidas por el habitus. Éste funciona
como una espontaneidad sin conciencia.
A la hora de caracterizarlo, Bourdieu recurre también a la fi-
gura del hablante competente tal como es presentada por la Gra-
mática Generativa de Noam Chomsky, entonces en plena di-
fusión. El hablante no se limita a actualizar mecánicamente las
reglas de la lengua, sino que pone en liza una serie de esquemas
generadores (competence) que le permiten producir indefinidos
actos de habla (performance) adaptados a los más variados con-
textos. Pero se trata de una creatividad automática, sin delibe-
ración ni conciencia. La diferencia entre los esquemas o dispo-
siciones del hablante chomskyano y los que conforman el ha-
bitus de Bourdieu estriba en que los primeros son innatos
mientras que los segundos se adquieren social e históricamente.
El habitus trasciende la dicotomía clásica entre individuo y
colectividad; se trata de una realidad colectiva, social, que exis-
te en forma individualizada, diseminada en los cuerpos indivi-
duales. Los arquitectos góticos poseen un habitus semejante al
de los filósofos escolásticos porque se han visto expuestos a
condiciones de vida semejantes, marcadas por la institución

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escolar. Otros rasgos notables de los esquemas que componen el


"habitus" son su "sistematicidad" y "transferibilidad"; el hecho
de que puedan engendrar acciones, percepciones y pensamientos
en ámbitos tan diversos de la práctica social como la teología y
la arquitectura, producciones que, teniendo idéntica raíz, guar-
dan entre sí cierto parecido de familia.
El habitus es pues cultura interiorizada, incorporada. Esta
circunstancia cambia el modo de ser de la cultura; ésta no es só-
lo un código común sino también un ars inveniendi, un modas
operandi. En el caso de los arquitectos góticos y de los teólogos
escolásticos se está ante unos modos de proceder forjados por la
institución escolar. Éstos desempeñan, en las sociedades con
escuela, el mismo papel que los esquemas inconscientes des-
cubiertos por los etnólogos en los ritos y mitos de las culturas
primitivas.
La formalización del concepto de habitus es el primer paso
dado por Bourdieu a la hora de poner en pie una teoría de la
acción que rebase la alternativa entre estructuralismo y fe-
nomenología. El siguiente paso consistirá en dar cuerpo siste-
mático a lo que estaba implícito en los trabajos etnológicos em-
prendidos en Cabilia. Esta tarea se desplegará en dos fases que
corresponden a dos distintos niveles de elaboración teórica: la
sustitución del concepto de "regla" por el de "estrategia" y la te-
matización del habitus como "sentido práctico". Esquisse d'une
Théorie de la Pratique (1972) y Le Sens Pratique (1980) son los
escenarios respectivos de estas dos operaciones.
Resulta arduo sintetizar sin empobrecerlas las críticas di-
rigidas por Bourdieu en estos dos libros al estructuralismo y a la
fenomenología. Más que una refutación lo que se encuentra es
un intento de dilucidar los sesgos introducidos por la mirada
estructuralista en el estudio de prácticas sociales como la co-
municación verbal, los usos del parentesco, las conductas
económicas o los rituales del honor. Esquisse d'une Théorie de

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la Pratique consta de una primera parte en la que se editan tres


estudios de etnología cabilia realizados por el sociólogo en los
años sesenta. En ellos se evidencian las anomalías que el
recurso al análisis estructural no permite explicar y se apuntan,
especialmente en el tercer estudio, dedicado a examinar los sis-
temas matrimoniales, algunas posibles salidas. La segunda parte
del libro es la que propiamente presenta el "bosquejo de una
teoría de la acción". Consta de ocho capítulos y de un anexo. En
el último capítulo y en el anexo se desarrolla el concepto de
"capital simbólico", que permite evitar la caída en un econom-
icismo etnocéntrico a la hora de estudiar el orden de los inter-
cambios en las sociedades precapitalistas, donde la importancia
del aspecto simbólico de las conductas excluye la existencia de
una esfera económica independiente, gobernada por el cálculo y
la rentabilidad.
El resto de los capítulos es a la vez un inventario de las distor-
siones producidas por los enfoques objetivistas (principalmente
el estructuralismo) y subjetivistas (asociados a la fenomeno-
logía, como el interaccionismo simbólico y la etnometodología)
en el estudio de la acción, y un avance de las propuestas alterna-
tivas implicadas en el enfoque "praxeológico" defendido por
Bourdieu. Los rendimientos del análisis estructural son insu-
ficientes a la hora de hacer inteligibles las prácticas sociales en
su dimensión propiamente práctica. Desde esta perspectiva el
etnólogo o el lingüista afrontan su objeto al modo de un espec-
tador; esto desliza en su investigación algunos sesgos que pasan
inadvertidos.
En primer lugar se entiende que la acción es la ejecución de
un código inconsciente de oposiciones categoriales que fun-
cionan como reglas. Si las prácticas presentan una regularidad
es porque obedecen a estas reglas, como si se tratara de normas
jurídicas. Aquí coexisten dos errores implicados. Por una parte
la confusión -denunciada por Wittgenstein, autor que desde

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ahora se convertirá en referencia constante- entre la regularidad


estadística de una conducta -el tren que llega habitualmente con
dos minutos de retraso- y su ajuste a reglas. Por otra parte lo
que se designa como "normativismo" o "juridismo": identificar
los móviles de una acción con las prescripciones establecidas en
su forma oficializada, codificada. En el estudio de los usos ma-
trimoniales cábilas la regla de parentesco dilucidada por la
etnología estructural a partir de la genealogía familiar establecía,
como ya se ha señalado, el casamiento con la prima paralela
patrilineal. Sin embargo Bourdieu comprobó que sólo en un
porcentaje muy restringido de casos se cumplía esta regla, bien
en familias de elevado rango que al ajustarse al canon acrecen-
taban su reputación, bien en unidades domésticas de posición
inferior que equilibraban su hándicap mediante un tipo de enlace
que poseía todo el prestigio de la oficialidad. Las reglas de
parentesco descifradas por el análisis estructural no eran pues el
fundamento de las acciones sino un instrumento de las mismas
empleado para cumplir funciones políticas y económicas dentro
de la colectividad considerada. Su condición era performativa.
Por ello, en vez de referirse a la práctica como ejecución de re-
glas, Bourdieu la afrontará en términos de "estrategia", cuyos
fundamentos no son reglas inconscientes y automáticas sino
principios prácticos flexibles y adaptables a condiciones
cambiantes.
Los sistemas de reglas establecidos por el análisis estructural
no eran sino una construcción ideal, un modelo puramente teó-
rico. El problema es que etnólogos y lingüistas, según Bourdieu,
olvidaban esta condición. Es como si se confundiera el mapa
que representa todos los recorridos posibles que delimitan un
territorio con los itinerarios efectivamente transitados por los
usuarios. Aquí se localiza el error del paralogismo y se advierten
los peligros de la "reificación". Ésta es el resultado de identificar
el sistema simbólico construido -modelo elaborado confinesde

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análisis- con la realidad misma de los comportamientos y los


agentes. Cuando Lévi-Strauss alude a un "inconsciente formal"
o pretende advertir la presencia de códigos categoriales en la
naturaleza o en los cerebros se hunde de lleno en esta falacia.
En último término, las distorsiones de la práctica introducidas
por el análisis estructural tienen que ver con un etnocentrismo
intelectualista que menosprecia la experiencia del indígena,
considerada como fuente de errores y "racionalizaciones se-
cundarias". El indígena experimenta la práctica como usuario,
no como teórico. A la hora de casar a los vastagos, afrontar una
venganza de honor, intercambiar tierras y ganado, dirigirse a un
funcionario en una ventanilla o elegir un colegio para la hija, se
emprende una acción afrontada como irreversible, preñada de
incertidumbre, que empeña la historia personal y colectiva de
todos los agentes implicados y de las condiciones materiales de
los mismos. La mirada del etnólogo estructuralista, en cambio,
procede por totalización; de un golpe -uno intuitu- recorre el có-
digo sincrónico que rige la reciprocidad cíclica de los inter-
cambios. Las prácticas son entendidas exclusivamente en térmi-
nos de relaciones simbólicas o como resolución de problemas
cognitivos, poniendo entre paréntesis las funciones económicas y
políticas que cumplen en contextos históricos específicos. De
una vez, el análisis estructural destemporaliza las prácticas, las
considera en su resultado (opus operatum) olvidando su carácter
procesual (modus operandi), las convierte en una realidad pu-
ramente semiótica y hace valer a propósito de las mismas el pre-
juicio antihistórico y antigenético. En último término esta teoría
de la práctica convierte a los agentes en meros soportes del có-
digo, en autómatas que ejecutan sistemas inconscientes de re-
glas.
El rechazo del objetivismo estructuralista y de su distancia-
miento respecto a las prácticas indígenas no se ve compensado
en Bourdieu, sin embargo por ninguna vindicación de los

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derechos de la subjetividad y de la experiencia vivida. El


momento estructural es necesario en el curso de la investigación
porque permite precisamente romper con toda forma de
"intuicionismo" y de "empatia" o "introyección afectiva" im-
plicados en enfoques de corte personalista, fenomenológico o
etnometodológico. Aquí se inscribe la descalificación de la
"observación participante" por parte de Bourdieu, la crítica del
sociólogo francés a todo intento de ceñirse a la mera descripción
de la "actitud natural" presentada por los actores sociales.
Frente al empirismo de fenomenólogos y etnometodólogos, se
recuerda que el objeto científico es siempre una elaboración
intelectual realizada a través de una ruptura con las inercias del
sentido común. Sólo de este modo pueden determinarse las es-
tructuras objetivas en las que se emplazan los actores sociales y
que engendran sus esquemas de visión y de acción. Los agentes
construyen la realidad social a partir de disposiciones prácticas
(historia incorporada) que son a su vez generadas por las condi-
ciones históricas en las que aquéllos se desenvuelven (historia
objetivada). No son "sujetos" enfrentados a "objetos", sino habi-
tas, cuerpos socializados que anticipan e intervienen práctica pe-
ro no deliberadamente en el mundo a la vez que se encuentran
investidos por las potencialidades objetivas que éste ofrece.
El subjetivismo de la fenomenología social (Schütz) y de la et-
nometodología (Garfinkel, Ciccourel) supone un olvido de la
historia y del espacio social jerarquizado, objetivo e invisible en
el que tienen lugar las relaciones intersubjetivas. El mundo de la
"actitud natural" o "experiencia dóxica" -descrito por el fenome-
nólogo- es "yendo de suyo"; la elisión de sus condiciones his-
tóricas de posibilidad, de su arbitrariedad, por parte del investi-
gador en su trabajo lleva a unlversalizar erróneamente un caso
particular de experiencia y a legitimar, en último término, el orden
establecido.
No se trata pues de reemplazar el distanciamiento estructu-

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ralista por un "participacionismo" que, al olvidar las estructuras


objetivas en las que se produce la relación, no lleva sino a una
proyección imaginaria y etnocéntrica de los prejucios del propio
estudioso, o, lo que es aún peor, a una exaltación populista de la
práctica o de la "tradición" indígena frente a todo conocimiento
teórico de las mismas. En el fondo, señala Bourdieu, estruc-
turalismo y fenomenología sólo se oponen para complementarse
en una estéril alternativa: o el etnocentrismo objetivista que
desdeña la aportación del conocimiento práctico de los usuarios
o el etnocentrismo subjetivista incapaz de hacerse cargo de las
distribuciones materiales que subyacen a las representaciones de
los agentes.
La respuesta de Bourdieu al distanciamiento estructuralista
no consiste pues en "intentarse poner en lugar del otro" o en
una rehabilitación del saber práctico frente a la teoría. No se
trata de acercar al nativo fabricando un indígena imaginario,
sino de convertir en objeto al indígena que hay en todo obser-
vador. La estrategia consiste en objetivar al propio objetivador
(etnólogo, sociólogo, lingüista) de manera que salgan a la luz
los sesgos introducidos por su visión intelectualista de las prác-
ticas sociales.
La primera ruptura, realizada en el momento estructural del
análisis y destinada a ahuyentar toda posible proyección sub-
jetiva sobre lo estudiado, debe ser completada con una segunda
ruptura que transforma al investigador en punto de mira del
análisis sociológico. Este trabajo es entendido como un "socio-
análisis" -término que Bourdieu ya había utilizado en Le Métier
de Sociologue-, un ejercicio de reflexión crítica que pretende
exorcizar las condiciones materiales y los presupuestos prác-
ticos y cognitivos de la mirada objetivadora.
La Esquisse es también una ampliación y aquilatamiento de la
teoría de la acción contenida en el concepto de habitus. La ac-
ción -o "práctica", como prefiere designarla Bourdieu- no es

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una ejecución de reglas, como sugiere el estructuralismo, pero


tampoco es la reacción mecánica a los stimuli procedentes del
entorno social, como quiere hacernos creer ciertofisicalismoo
conductismo social. Pero la acción tampoco es el resultado del
libre arbitrio creador, como defiende el subjetivismo. Es el
producto de la relación dialéctica entre la situación y el habitus,
y éste consiste en un "sistema de disposiciones duraderas y
transferibles que, integrando todas las experiencias pasadas, fun-
ciona en cada momento como una matriz de percepciones,
apreciaciones y acciones, y hace posible el cumplimiento de ta-
reas infinitamente diferenciadas" (ETP, 261). El hecho de que en
idénticas situaciones los agentes puedan responder de modo
distinto tiene que ver con este papel mediador del habitus, que
funciona engendrando estrategias -aunque sin deliberación ni in-
tención estratégica- para hacer frente a coyunturas imprevistas.
En la formación de estas disposiciones desempeñan un papel
privilegiado las experiencias primeras en comparación con las
ulteriores. Esto explica el fenómeno que Bourdieu denomina
"histéresis" del habitus, es decir, el desfase que se da entre las
disposiciones adquiridas, que corresponden a un estado anterior
del universo social, y el entorno actual de la acción cuya nove-
dad produce esas situaciones de habitus anacrónicos -el sín-
drome de Don Quijote- o desgarrados -como ocurría con los
campesinos argelinos rápidamente convertidos en subpro-
letarios.
Por otro lado, condiciones de existencia semejante tienden a
generar habitus semejantes, de modo que al encontrarse se
produce entre sus acciones una armonización sin reflexión, o
como dice Bourdieu, "una orquestación sin director de or-
questa". Buena parte de lo que las teorías subjetivistas explican
en términos de "interacción" o de "cooperación" se hace inteli-
gible recurriendo a estas "afinidades no electivas" establecidas
entre habitus similares.

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Esto no quiere decir que la conciencia y la reflexión no in-


tervengan en el despliegue de la acción, sino que su inter-
vención es secundaria; el plan consciente -que a su vez implica
unas disposiciones de cálculo engendradas en determinadas
condiciones sociales- sigue siempre el "tirón" del habitus. Éste
no se inserta en la mente o en la conciencia, sino en el cuerpo;
es el resultado de la somatización de las estructuras objetivas de
existencia, convertidas así en esquemas prácticos, adquiridos
más por familiarización tácita que a través de una pedagogía
explícita y discursiva. Aquí presenta Bourdieu la noción de
hexis corporal. Los modos de sentir, de pensar, las creencias es-
tán inscritas en el cuerpo como principios activos, como dis-
posiciones -frente a la imagen cartesiana del cuerpo como ma-
teria inerte gobernada por las leyes de la mecánica. El sentido
del honor de los varones cabilios o las diferencias entre lo mas-
culino y lo femenino se incorporan en el porte, en la manera de
andar, de mirar, de gesticular, de hablar. La pedagogía implícita,
puramente práctica, opera una especie de "transustanciación" por
la cual los valores se hacen cuerpo, y el cuerpo, dice Bourdieu de
manera muy nietzscheana, es tratado "como una memoria a la
que se confían, de un manera compendiada y práctica, es decir,
memotécnica, los principios fundamentales del arbitrario cultu-
ral" (ETP, 297-98).
En relación con L'Esquisse (1972), Le Sens Pratique (1980)
supone, no sólo una ampliación, sino también una importante
remodelación. En este caso, los estudios empíricos que sirven
de base a las propuestas teóricas, no vienen al comienzo, sino al
final, en una segunda parte titulada "Lógicas Prácticas". La pri-
mera parte ("Crítica de la Razón Teórica") incluye nueve ca-
pítulos; algunos son versiones modificadas de apartados de-
sarrollados en L'Esquisse; otros componen unidades temáticas
completamente nuevas. El conjunto viene precedido por un ex-
tenso "Prefacio" en el que se reconocen los méritos del estruc-

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turalismo -cuando ya dejaba de estar en boga- y donde se intro-


duce la noción de "sentido práctico" para matizar algunos as-
pectos del habitus. Éste es un sistema de esquemas prácticos,
por tanto su funcionamiento no es puramente reproductivo sino
inventivo; se trata de principios sujetos a variación dependiendo
de la lógica de la situación. Bourdieu respondía así a los críticos
que se empeñaban en motejar de "estructuralista" su programa
de investigación, achacándole una visión excesivamente me-
canicista del mundo social.
El primer capítulo ("Objetivar la Objetivación"), al igual que
en L'Esquisse, trata de sacar a la luz los sesgos implicados en la
mirada objetivista propia del estructuralismo. La crítica apunta
directamente a la lingüística de Saussurre y a la etnología de Lé-
vi-Strauss. El primero considera a la lengua como un sistema
autónomo, desligándola así de sus usos, de su inmersión en la
historia y en las prácticas sociales. Cae así en el error filologista,
considerando la lengua como lengua muerta y pretendiendo de-
rivar su pragmática de su mera gramática. Esta crítica alcanzará
pleno desarrollo en un libro posterior de Bourdieu, Ce que par-
ler veut diré (1982). Por su parte Lévi-Strauss, como ya se había
indicado en ETP, se apoya en una teoría de la acción que emplea
confusamente el concepto de "regla", ora refiriéndose a regu-
laridades objetivas, ora a normas conocidas por los agentes, ora
a una normatividad inconsciente misteriosamente convertida en
mecanismo neurofisiológico. Se desliza así del intelectualismo a
una reificación rudamente naturalista. De este mismo error tam-
poco escapa Noam Chomsky; las reglas que componen la com-
petence se describen a la vez como un modelo artificialmente
construido por el investigador, unas normas conscientemente
empleadas por los usuarios o un mecanismo biológico. En los
tres frentes aludidos -Saussurre, Lévi-Strauss y Chomsky- Bour-
dieu se apoya en los análisis wittgensteinianos como si se tratara
de un arma de combate.

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Noam CHomsky

El segundo capítulo ("La Antropología Imaginaria del Sub-


jetivismo") no tiene ningún equivalente en ETP. Se trata de un
meticuloso inventario de los errores en los que incurren las teo-
rías subjetivistas de la acción, ejemplificadas con el "ultrasub-
jetivismo" de Sartre. Al final de este apartado se hace alusión
crítica a la Teoría de la Acción Racional, enredada en este mis-
mo error al unlversalizar la instancia de un sujeto racional que
actúa mediante cálculo libre e informado. Subyace aquí un eco-
nomicismo falaz que hipostatiza como única racionalidad
económica la exhibida por un sistema económico particular. Si
en ETP se concedía más cancha a la crítica del objetivismo que
a la del subjetivismo era sin duda por la posición dominante del
estructuralismo a comienzos de los setenta. Diez años después
comienza a anunciarse lo que más tarde el periodismo filosófico
tendrá a bien bautizar como "retorno del sujeto". El empuje de
la Rational Action Theory en los años de la revolución neoli-
beral será el equivalente de lo que había sido la hegemonía es-
tructuralista en la era del crecimiento económico y en la pleni-

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tud del Welfare State. Esto se advierte en la extensión concedida


en SP a la crítica del subjetivismo.
El título del tercer capítulo ("Estructura, Habitus, Prácticas")
coincide con su equivalente en ETP. Pero el contenido no es
exactamente el mismo. En este caso no sólo se subraya la rela-
ción dialéctica del habitus con las estructuras sociales objetivas
(el habitus como "estructura estructurada y estructurante" o co-
mo doble movimiento de "interiorización de la exterioridad y
exteriorización de la interioridad") sino también con la si-
tuación, con la coyuntura o acontecimiento. El habitus no opera
siempre igual, como una esencia idéntica a sí misma; tampoco
es una continua creación de novedades. Esto se debe a que el ha-
bitus se ve confrontado con acontecimientos; éstos sólo incitan al
habitus en la medida en que éste es capaz de convertirlos en pro-
blema, aplicándoles sus esquemas, pero esta aplicación, al ejer-
cerse sobre un novum, implica siempre una adaptación activa,
creativa, por eso el habitus es un ars inveniendi, un principio de
improvisaciones reguladas no de reproducciones mecánicas.
Recuérdese el modo en que los subproletarios argelinos se
ajustaban a la vida en las chabolas o preservaban su dignidad de
varones ocupados aplicando los esquemas de un habitus de
fellah a las condiciones de la vida moderna en el medio urbano.
Este encuentro con el acontecimiento (kairós) es lo que pone
en primer plano la dimensión del habitus como "sentido
práctico". Bourdieu lo compara con el "sentido del juego", co-
mo cuando se dice en el fútbol que un mediocampista tiene una
gran visión del juego; es decir, una notable capacidad de impro-
visar, de crear sobre la marcha, sin reflexión, sin deliberación,
empeñando su habitus, las disposiciones que ha adquirido a lo
largo de una prolongada familiarización con el juego. A la hora
de explicar las prácticas el analista tiene que tener en cuenta este
margen de incertidumbre, pues la acción no se deduce direc-
tamente de la situación actual pero tampoco se deriva me-

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cárneamente de las condiciones pretéritas en las que se forjó el


habitus. Hay que poner en relación esas condiciones del pasado
con las del presente en las que se desencadena la acción, donde
el habitus funciona como un "sentido práctico", inventando
soluciones a la nueva situación mediante los esquemas durade-
ros adquiridos en un tiempo anterior, poniendo en liza una
"espontaneidad sin conciencia ni voluntad" (SP, 98).
El cuarto capítulo ("La Creencia y el Cuerpo") es en cierto
modo una síntesis reelaborada de dos apartados incluidos en ETP
("La Incorporación de las Estructuras" y "El Cuerpo Geómetra").
En él se explica la inscripción del "sentido práctico" en el cuerpo,
como "necesidad social convertida en esquemas motores y en au-
tomatismos corporales". El "sentido práctico" implica un ajuste,
no mental, sino corporal, como anticipación práctica, a las exi-
gencias de los distintos "juegos" o "universos sociales". Éstos son
conceptualizados en términos de "campo", una noción que Bour-
dieu había tenido la oportunidad de desarrollar en las inves-
tigaciones sobre sociología de la cultura desarrolladas en el curso
de la década de los setenta y cuya exposición reservamos para
más adelante. Siguiendo a Wittgenstein, Bourdieu caracteriza a
las creencia como un "estado corporal" y alude a la formación
de los habitus como procesos de "aprendizaje por cuerpo", don-
de el saber no se entiende como algo poseído, que se tiene en-
frente de uno, sino como algo que se es. En ETP se había dicho
que el cuerpo era una memoria donde se inscribían las estruc-
turas sociales, algo que se hace patente en el modo en que las
grandes ceremomias colectivas provocan emociones y adhesio-
nes que son estados corporales. Ahora se matiza esta designa-
ción: esos "cuerpos socializados" que son los habitus operan
fuera del orden de la representación; no es que el cuerpo actúe
memorizando el pasado, recordándolo; lo revive, lo actúa en su
mismo despliegue.
En el quinto capítulo ("La Lógica de la Práctica") Bourdieu

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presenta unas consideraciones que no estaban en ETP. Trata de


mostrar que la lógica que rige las prácticas posee una
especificidad irreductible a la lógica teórica, a la lógica del ra-
zonamiento puro. Esta singularidad pasa desapercibida para el
objetivismo estructuralista, que tiende a abordar las mani-
pulaciones prácticas y movimientos del cuerpo que caracterizan
a la acción -en el estudio del ritual, por ejemplo- como si se
tratara de operaciones y relaciones lógicas -v.g. en los análisis
emprendidos por Lévi-Strauss en La Pensée Sauvage a pro-
pósito de la "lógica de lo concreto". Este error tiene que ver con
la mirada totalizadora que caracteriza a la razón teórica, em-
peñada en aprehender las prácticas tota simul, en su sincronía,
como en los intentos levistraussianos de formalizar las
relaciones de parentesco recurriendo al álgebra de Boole y a la
teoría de grupos, olvidando su condición de irreversibilidad e
incertidumbre.
Entre las peculiaridades de los esquemas que vertebran la
lógica de la práctica está la tendencia de ésta a sacrificar el rigor
en aras de la simplicidad y la generalidad, y sobre todo una
coherencia aproximativa y vaga, que Bourdieu designa como
"coherencia práctica" y opone a la consistencia lógica. Por otro
lado, como se había demostrado a propósito de las estrategias
matrimoniales en Cabilia, la lógica práctica exige abandonar el
estudio puramente internalista de los sistemas simbólicos, au-
tonomizándolos, como Saussure hacía con la lengua. Esos sis-
temas desempeñan funciones prácticas, apuntan a preservar la
producción y la reproducción del grupo, y no simplemente a una
integración de orden cognitivo.
El capítulo 6 ("La Acción del Tiempo") reitera en parte lo ar-
gumentado en un apartado, de título semejante, recogido en
ETP. El análisis estructural destemporaliza la acción; el mejor
ejemplo de esta distorsión lo ofrece la dinámica del don y del
contradón. Lévi-Strauss reduce esta práctica a la pura sincronía

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Claude Lévi-Strauss

automática de los "ciclos de reciprocidad". Olvida el intervalo,


la temporalidad irreversible que inunda de incertidumbre a este
juego social y permite manipular estratégicamente -sin con-
ciencia de ello- esta demora, retrasando la respuesta, acor-
tándola o simplemente rehusándola. La práctica no es la actuali-
zación de una estructura virtual y sincrónica; procede por
elecciones irreversibles. Tampoco se trata de una elección
racional precedida de cálculo y deliberación; lo típico de ella es
la urgencia. Su protagonismo no reside en un sujeto sino en el
habitus como "sentido práctico" que "permite apreciar de inme-
diato, a un solo golpe de vista y en el calor de la acción, el sen-
tido de la situación y producir al momento la respuesta opor-
tuna" (SP, 176).

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"El Capital Simbólico", que constituye el capítulo séptimo de


SP, es casi una reedición del apartado que aparecía en ETP con
idéntico encabezamiento. Los capítulos octavo y noveno, sin
embargo, no tienen equivalente en este libro. "Los Modos de
Dominación" es una digresión sobre la "violencia simbólica",
tema cuya consideración dejamos para más adelante. "La Ob-
jetividad de lo Subjetivo" es un intento de delimitar el ámbito
propio de las ciencias humanas. Éstas estudian por una parte
propiedades sociales materiales, susceptibles de cuantificación
analizando su distribución estadística según las clases (títulos
escolares poseídos, renta, bienes patrimoniales, tasa de fecun-
didad, etc.); por otro lado exploran propiedades simbólicas,
que no son sino las propiedades materiales en tanto objeto de
percepción y apreciación por las distintas clases afrontadas en
sus relaciones mutuas. La tarea del investigador consiste en dar
cuenta de la peculiar dialéctica que se establece entre los
aspectos materiales ("condición de clase") y las disposiciones
que los estructuran simbólicamente ("sentido de clase"). Enfati-
zando este carácter doble del objeto investigado se trata de es-
capar a la estéril pugna que enfrenta a los partidarios de la Física
Social dedicados a ver en lo simbólico una mera expresión de la
realidad material (positivismo, conductismo sociológico, mate-
rialismo reduccionista) y a los militantes de la Fenomenología
Social (etnometodología, interaccionismo simbólico) que re-
ducen la realidad material a la construcción simbólica de la mis-
ma.
Como se ha indicado, la segunda parte de SP está compuesta
por cuatro estudios empíricos que sirven para ilustrar los ele-
mentos de la "lógica práctica" dilucidados en la parte precedente.
El primer estudio es una versión remodelada de la investigación
-publicada originalmente en 1962 y ya rehecha y reeditada en
1972- sobre las estrategias matrimoniales y la transmisión de la
propiedad en el Béarn. El segundo es una puesta al día del

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"La región montañosa de Kabylia" (Assiz, Maatkas, Grande Kabylie)

trabajo sobre los usos del parentesco en Cabilia. El tercero ex-


plora el modo en que operan los esquemas del habitus entre los
campesinos cabilios en relación con ámbitos de práctica muy
diversos: calendarios y labores asociadas a cada estación, ritua-
les de cosecha, ritos culinarios, ritos de paso, protecciones má-
gicas, división sexual del trabajo. En un Anexofinalse incluye,
ligeramente modificado, el texto de Bourdieu sobre la casa cabi-
lia, ya incluido en ETP.
Publicado en 1980, Le Sens Pratique, evidencia ya, en estado
de madurez, las adquisiciones conceptuales desarrolladas por
Bourdieu en sus trabajos empíricos sobre sociología de la cul-
tura, en particular en La Distinction (1979). Es necesario, pues,
dar un rodeo para captar la génesis y el funcionamiento de esos
instrumentos intelectuales ("capital", "espacio social", "clase y
condición de clase", "campo").

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Capítulo IV

Espacio Social, Capital y Clases Sociales

En plena resaca del Mayo francés, Bourdieu y sus principales


colaboradores abandonaron el Centre Européen de Sociologie
Historique dirigido por Raymond Aron para fundar en ese mis-
mo año el Centre de Sociologie Européenne. La ruptura, en par-
te previsible teniendo en cuenta los diferentes talantes políticos
e intelectuales de ambos pensadores, fue desencadenada por la
decisión de Aron favorable a limitar la participación de los estu-
diantes en la vida universitaria.
El nuevo instituto de investigación surgió como un centro
semipúblico, dependiente de los recursos proporcionados por la
Ecole de Hautes Eludes en Sciences Sociales y contando
también confinanciaciónprivada para sus proyectos -como las
ayudas de Kodak para el desarrollo del estudio sobre los usos
sociales de la fotografía. Con vistas a obtener voz propia, difícil
de lograr en el que era entonces el principal órgano de la so-
ciología francesa, la Revue Francaise de Sociologie, Bourdieu y
su equipo pondrían en marcha, unos años más tarde, en 1975, su
propia revista, Actes de la Recherche en Sciences Sociales. En la
misma época, el propio sociólogo asumió la dirección de la que
habría de ser una de las colecciones "estrella" de la editorial
Minuit, "Le Sens Commun", donde verían la luz una sesentena
larga de libros que han llegado a convertirse en clásicos del
pensamiento social (obras de Durkheim, Mauss, Cassirer,

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Panofsky, Bakhtine, Basil Bernstein, Erwin Goffman, Edward


Sapir, Richard Hoggart). El propio Bourdieu -hasta 1993, cuan-
do decidió dejar la casa Minuit por las Éditions du Seuil- y al-
gunos miembros de su grupo de investigación publicaron con
largueza en esta colección.
Asentados sobre estas bases, el sociólogo y su círculo
emprendieron una prolífica labor de investigación. La década de
los setenta es el momento en que despegan con fuerza los
trabajos de Bourdieu -como director de un equipo de inves-
tigación- sobre sociología de la cultura; sobre la producción, el
consumo y la circulación de los bienes simbólicos: el arte (des-
de la fotografía a la música pasando por la literatura y las artes
plásticas), los usos sociales del lenguaje, la religión, la filosofía,
el conocimiento científico, la alta costura, el deporte. La llave
que hizo posible este tránsito desde la etnosociología de Argelia
hasta la cultura francesa fueron los estudios sobre sociología de
la educación.
Bourdieu descubrió que el éxito y el fracaso escolares no
dependían de supuestas capacidades naturales, sino de la he-
rencia cultural recibida en el medio familiar y desigualmente
repartida según las clases y las fracciones de clase. A mayor
volumen de herencia cultural -títulos escolares de los padres,
familiaridad con un uso formal y abstracto del lenguaje, con el
empleo de bienes culturales legítimos como los libros o las
obras de arte- menos probabilidades de mortalidad escolar. Lo
que la escuela hacía era metamorfosear estos beneficios o
privilegios culturales en beneficios escolares, dando así una
forma naturalizada, como si se tratara de diferencias de mérito o
de inteligencia, a desigualdades sociales, al mismo tiempo que
dotaba a éstas de legitimidad haciéndolas irreconocibles.
Desarrollada y elaborada, esta noción de "herencia", de "capi-
tal cultural", como más tarde la designará Bourdieu, se conver-
tiría en un instrumento esencial para emprender una variada

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serie de indagaciones en el ámbito de la sociología de la cultura.


Como ya se indicó, en L'Amour de l'Art, Bourdieu y sus colabo-
radores extendieron la hipótesis probada en el terreno educativo;
encontraron que disposiciones como la "sensibilidad estética", la
capacidad de disfrutar y de apreciar obras de arte, también de-
pendía de la distribución social del capital cultural; no se trataba
por tanto de un don natural o de un misterioso carisma. A través
de un doble movimiento de generalización y de extensión
empírica de este estilo de análisis iniciado en los años sesenta se
llegarían a formar plenamente, en el curso de la siguiente dé-
cada, tres piezas maestras de la teoría social de Bourdieu: "es-
pacio social", "capital" (en sus distintas "especies") y "campo".
Los mundos sociales, como el constituido por la sociedad
francesa de las últimas décadas, marco de referencia de Bour-
dieu, no consisten en totalidades homogéneas, análogas a
organismos, cohesionadas por la referencia a valores culturales
compartidos. Frente a esta representación holística y culturalista,
derivada de los estudios etnológicos sobre sociedades re-
lativamente indiferenciadas y avalada en parte por la sociología
durkheimiana, Bourdieu hace ver que los universos sociales
están constituidos como espacios conflictivos, atravesados por
desigualdades de recursos, de poder, donde cada posición se es-
pecifica por su diferencia respecto a las demás. Este espacio, por
otra parte, no es un dato empírico primario -y aquí se advierte la
filiación bachelardiana del sociólogo francés- sino una construc-
ción analítica realizada por el investigador.
Por otro lado, y en desacuerdo con la tradición de la socio-
logía liberal y el individualismo metodológico, el espacio social
no es un agregado de partículas elementales, de individuos in-
tercambiables que calculan sus oportunidades y compiten entre
sí para maximizar sus beneficios. Si el espacio social posee una
densidad temporal, una historicidad, esto se debe a que los
agentes que están situados en él no comienzan la partida en las

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mismas condiciones, no son átomos equipotentes ni tabulae


rasae. Están desigualmente equipados, dotados con diversa
cantidad y cualidad de recursos acumulados a lo largo del
tiempo, combinados entre sí en distintas proporciones, ubicados
en trayectorias sociales dispares. Estos recursos no son única-
mente propiedades materiales objetivables y mensurables
(rentas, profesiones, títulos escolares, emplazamientos geográfi-
cos, tasas de fecundidad y nupcialidad, etc.), sino también dis-
posiciones incorporadas en la forma de habitus. Estas diferencias
de equipamiento se traducen en una diferencia de potencia-
lidades objetivas; no todo el mundo tiene, de entrada las mismas
expectativas; lo que para algunos constituye un porvenir pro-
bable -v.g. realizar estudios universitarios, asistir a una expo-
sición de arte abstracto o a un concierto de Schonberg, practicar
el esquí- para otros permanece prácticamente excluido del hori-
zonte de lo posible.
En tanto que energía social acumulada e invertible, estos re-
cursos reciben el nombre de "capital", y su quantum se puede
cifrar en un volumen determinado. El capital, a su vez, puede
revestir formas diversas (capital económico, capital cultural, ca-
pital social y capital simbólico principalmente) y la proporción
combinada de estas formas compone distintas estructuras de
capital (aunque los volúmenes son muy distintos en cada caso,
en los pequeños y en los grandes empresarios industriales y
agrícolas prima el capital económico sobre el cultural, en los
catedráticos de Universidad, en los generales del ejército, en los
escultores y en los maestros de escuela prima el capital cultural
sobre el económico, en los médicos con las mejores consultas,
en los notarios y en los asistentes sociales hay una relativa si-
metría entre el capital económico y el cultural). Finalmente, el
volumen y la estructura del capital acumulado en un momento
dado del tiempo dependen de todo el itinerario social anterior,
lo que se designa como "trayectoria".

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Las diferencias relativas a las tres dimensiones enunciadas


(volumen, estructura y trayectoria) permiten construir un ámbito
de posiciones en movimiento, donde los puntos más próximos
entre sí son los que comparten propiedades semejantes, pu-
diendo así ser agrupados formando clases sociales y fracciones
de clase. Este ámbito constituye el espacio social.
Con frecuencia, para facilitar la comprensión de este con-
cepto, Bourdieu recurre a la metáfora de los juegos de mesa. Lo
que los distintos agentes sociales pueden emprender en un mo-
mento dado del juego (las "estrategias" del habitus) depende de
sus bazas respectivas, esto es, del volumen de su capital (nú-
mero defichas)considerado en sus diversas especies (colores de
las fichas) y de la estructura de ese capital (los que tienen más
fichas rojas de capital económico quefichasamarillas de capital
cultural no juegan igual que los que tienen másfichasamarillas
que rojas). Las bazas con las que se cuenta en un instante deter-
minado -captado, v.g. a través de la encuesta estadística- depen-
den de las partidas ganadas o perdidas en las jugadas anteriores;
se trata de la tercera dimensión, la trayectoria. El jugador podrá
arriesgarse tanto más cuanto mayor sea la pila de fichas y
apostará tanto más por las casillas amarillas (v. g. el sistema es-
colar) cuantas másfichasamarillas (capital cultural) tenga.
Este territorio tridimensional que conforma el espacio social
es pues un dominio donde se distribuyen propiedades objetivas
y mensurables; puede ser representado como un diagrama de po-
siciones. Pero a la vez, se trata de un universo diferencial de dis-
posiciones, de habitus (esquemas de apreciación, percepción,
clasificación, acción). El volumen, la estructura y la trayectoria
no determinan directamente la estrategia a seguir -la toma de
posición- en el juego, sino que lo hacen a través del modo en
que cada jugador observa, clasifica y aprecia el estilo de juego
de los demás. El conocimiento de las propiedades de los otros
jugadores es lo que decide la orientación tomada. Este cono-

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cimiento no consiste en un cálculo racional y deliberado sino en


las operaciones del habitus como "sentido práctico"; capacidad,
en el desempeño de un juego determinado, de anticiparse y de
improvisar que es el resultado de haber incorporado los
principios, las estructuras mismas del juego en cuestión.
El espacio social es, por tanto, simultáneamente, un espacio
de relaciones de fuerza, de diferencias de potencial dependien-
tes de la posición ocupada objetivamente (volumen y estructura
del capital, trayectoria) y un espacio de luchas, de tomas de
posición (prácticas y representaciones) que pugnan por imponer
la definición legítima de las situaciones y que dependen de las
disposiciones incorporadas por los agentes en liza. Éstos cons-
truyen la realidad social aplicando esas disposiciones, pero al
mismo tiempo son conformados por la propia realidad social
que engendra a esas mismas disposiciones como producto de la
incorporación de la posición ocupada.
Esta caracterización del espacio social como esfera de rela-
ciones de fuerza y de lucha remite a la noción de "interés" como
móvil de la acción. Los agentes actúan impulsados por inte-
reses, pero el interés, concebido al modo del utilitarismo o del
economicismo marxista, no existe. No existe el "interés natu-
ral", entendido como persecución del placer y evitación el do-
lor, encarnado por la tendencia a maximizar el beneficio conta-
ble, según el modelo del cálculo racional. No existe el "interés
de clase" como instancia mecánicamente derivada de la posi-
ción en las relaciones de producción.
Esta entidad nombrada en singular, ahistórica y genérica es
reemplazada por la noción de unos "intereses específicos",
constituidos históricamente en relación con el desarrollo de
juegos sociales concretos. Hay tantas formas de interés como
especies y subespecies de capital, como ámbitos de la práctica
social. El interés ligado a la acumulación de capital simbólico,
al acrecentamiento del prestigio y de la reputación, al "crédito",

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como se decía en el lenguaje cortesano del Antiguo Régimen,


implica unas prácticas -v.g. el evergetismo romano, el don
gratuito, el gasto dilapidatorio en las sociedades precapitalistas-
que vistas desde la perspectiva del interés económico propio de
las sociedades capitalistas, parecen desinteresadas e incluso
irracionales. Lo mismo sucede cuando desde esta óptica se ob-
servan las prácticas que en nuestras sociedades están vinculadas
con los múltiples intereses referidos al capital cultural en sus
distintas subespecies: la ofrenda (capital religioso), el éxito en la
investigación (capital científico), la creación de obras maestras
(capital artístico), la dedicación lograda al servicio público (ca-
pital político), la excelencia en la competición (capital depor-
tivo), etc.. En amplias regiones de la práctica social, gana quien
pierde; triunfa quien aparece como derrotado en la esfera del in-
terés económico. Este último interés, por otro lado, dista de ser
universal y universalizable; se trata de una disposición que sólo
pudo engendrarse cuando la esfera del intercambio material de
mercancías se convirtió en un dominio autónomo, autorregulado
(cuyo modo de ser se expresa en la máxima "los negocios son
los negocios"), escindido del intercambio de bienes simbólicos.
Es decir, el llamado "interés económico" es el interés producido
en un régimen económico históricamente singular (el capita-
lismo) y no una facultad inherente a la "naturaleza humana".
Los intereses se engendran históricamente porque son el re-
sultado del ajuste producido entre una región de intercambios en
el espacio social, es decir, un "campo" o juego social determi-
nado (artístico, religioso,filosófico,científico, etc..) y un sis-
tema de disposiciones adaptadas a ese juego. Se está interesado
en los envites de un juego porque las propias disposiciones están
investidas por los lances de ese juego sin que exista ningún tipo
de cálculo de interés, pues se trata de una captación prerreflexi-
va, corporal, propia de un "sentido práctico". Esta relación de
"inversión" es lo que Bourdieu, ya en los años ochenta, de-

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signará como Musió o libido, términos introducidos para sortear


los equívocos de la palabra "interés". No obstante, con objeto
de comprender esta condición plural e histórica de los "intere-
ses" y antes de afrontar la formación del concepto de "campo"
es necesario detenerse en la noción de "capital" en sus distintas
manifestaciones.
El capital, señala Bourdieu, "es una fuerza inscrita en la obje-
tividad de las cosas que determina que todo no sea igualmente
posible" (PDC, 132); "es trabajo acumulado, bien en forma de
materia, bien en forma interiorizada o 'incorporada'" (id.,131).
El capital económico es sólo una variante de esta energía social,
pese a que la teoría económica -y aquí han venido a coincidir
las tesis marginalistas y las de un cierto marxismo- ha apuntado
la idea de que se trata de la única forma existente. Por otro lado,
como ya se ha sugerido, ese capital económico que existe au-
tónomamente sólo pudo surgir en unas condiciones históricas
peculiares.
El capital puede presentarse en tres especies fundamentales:
capital económico, convertible en dinero y apto para ser ins-
titucionalizado como derechos de propiedad; capital cultural
-dividido a su vez en múltiples subespecies-, eventualmente
convertible en capital económico (v.g. diplomas universitarios
que dan acceso a determinadas profesiones y remuneraciones) y
apto para institucionalizarse en la forma de títulos académicos;
y el capital social, red de relaciones que puede ser movilizada
por un agente social, ocasionalmente convertible en capital
económico (v.g. red de relaciones que le permite a un agente ac-
ceder a un puesto con una determinada renta asociada), y cuyo
modelo institucionalizado lo encarnan los títulos nobiliarios. En
la medida en que estas tres formas de capital son representadas,
es decir, captadas, elaboradas por los esquemas (percepción,
apreciación, clasificación) del habitus constituyen capital
simbólico. Así por ejemplo, la posesión de un automóvil de

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lujo, en tanto propiedad objetivable, forma parte del capital eco-


nómico; en tanto es aprehendida simbólicamente por los dis-
tintos agentes sociales, se integra en el capital simbólico; lo mis-
mo sucede con los recursos que componen el capital cultural
(v.g. los títulos académicos) o con las redes de relaciones sus-
ceptibles de movilización que componen el capital social.
Merece la pena detenerse en la noción de "capital cultural",
que constituye un verdadero descubrimiento realizado por el
sociólogo francés y por sus colaboradores. Bourdieu forjó esta
herramienta en el curso de sus análisis sobre el sistema escolar.
Adquirido originalmente en el medio familiar, este capital
cultural heredado es decisivo a la hora de determinar el triunfo o
el fracaso en el sistema de enseñanza; la escuela hace aparecer
este privilegio heredado como si se tratara de un mérito o de una
cualidad innata; transforma el capital cultural familiar en capital
cultural escolar.
El capital cultural puede existir bajo tres formas: en estado in-
teriorizado o incorporado, en estado institucionalizado o en es-
tado objetivado, como bienes culturales. La primera modalidad
exige un trabajo sobre el cuerpo, un proceso de "cultivo", un pe-
riodo de aprendizaje; es decir, un coste temporal considerable.
Esto quiere decir que el capital cultural se hereda, pero que ese
patrimonio, a diferencia del capital económico, no se transmite
por delegación sino a través de un proceso de formación. Es
posible legar una colección de pinturas o de instrumentos
musicales antiguos del mismo modo que unafincao unas accio-
nes de bolsa, pero las disposiciones necesarias para consumir
esos bienes, para satisfacerse con su uso, no pueden ser delega-
das al modo de una mercancía. De aquí derivan algunas de las
dificultades presentadas a la hora de transformar el capital eco-
nómico en capital cultural -y también en capital social; es nece-
sario un lento proceso de eufemización que oculte el origen
social del poseedor. A los ojos de la antigua y gran burguesía,

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los "nuevos ricos" de primera generación siguen llevando la im-


pronta de un deficitario capital cultural ("el pelo de la dehesa"),
que se traiciona en sus maneras de mesa, de montar a caballo,
de llevar un traje, de conversar; en todos sus automatismos cor-
porales. Sólo al precio de costosas estrategias de reconversión
del capital económico en cultural -buenos colegios, viajes al ex-
tranjero, buenos preceptores, buenos hoteles y restaurantes, bue-
nas amistades, buenos casamientos, e t c . - la tercera o la cuarta
generación habrá conseguido disimular su origen. El capital
cultural -coincidiendo en esto con el capital social- sólo puede
ser obtenido y disfrutado si sus vínculos con el capital eco-
nómico se hacen invisibles, si su implicación con el interés
económico aparece expresamente negada; esto quiere decir que
el capital cultural suele ser afrontado como capital simbólico,
reconocido como competencia legítima antes que como poder
social, como capital. Por esto mismo, la legitimidad de este ca-
pital cultural incorporado depende de su capacidad para mos-
trarse sin las huellas del esfuerzo necesario para obtenerlo, co-
mo si brotara directamente de la naturaleza, como donaire,
como facilidad o dote "natural" de la persona.
El capital cultural incorporado bajo la forma de disposiciones
adquiridas es un requisito necesario para poder disfrutar del
capital social objetivado en bienes (pinturas, monumentos, ins-
trumentos, libros, discos, etc.). La adquisición material de estos
bienes requiere capital económico, pero la apropiación simbólica
de los mismos exige ciertas disposiciones, ciertos habitus, un
capital cultural incorporado. Finalmente, el capital cultural existe
en estado institucionalizado, cuando, a través del título escolar o
académico se otorga reconocimiento oficial al capital cultural
poseído por alguien. El titulado recibe así un certificado oficial
de competencia que funciona desde entonces con independencia
de la persona y del capital cultural que efectivamente se posea en
un momento determinado.

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La distribución de las especies de capital seguida en sus tres


dimensiones (volumen, estructura, trayectoria) permite construir
ese ámbito de posiciones, disposiciones y tomas de posición que
constituye el espacio social. En semejante macrocosmos se
pueden entonces recomponer las distintas clases y fracciones de
clase que lo constituyen como espacio de diferencias.
¿En qué consisten pues las clases sociales? Bourdieu toma
distancia aquí, una vez más, de la clásica oposición dicotómica
entre enfoques objetivistas y subjetivistas. Los primeros, bien
representados en la tradición de la sociología marxista y fun-
cionalista, entienden que la "clase" es una realidad social obje-
tiva e históricamente activa, cuya identidad puede llegar a ser
captada empíricamente. Se trataría entonces de encontrar, en el
continuum social, cortes que permitieran hablar de diferencias
objetivas entre clases: relación entre niveles de renta y pro-
fesión, posición ocupada en las relaciones de producción, etc..
Algunos llegarán así al extremo de intentar contabilizar los
miembros de una clase social -v.g. la burguesía francesa en las
vísperas de la Revolución de 1789- en un momento histórico
determinado.
Esta actitud objetivista deja a un lado, considerándolas como
pura superestructura ideológica o como engañosa racionaliza-
ción, las propias formas de clasificación social utilizadas por los
agentes a la hora de definir su identidad colectiva y las de los de-
más grupos. Se tiende por tanto a considerar las clases como si
fueran cosas, como objetos materiales, dejando a un lado la
dimensión simbólica de las mismas, los modos por los cuales los
sujetos hacen valer su identidad social. De este modo, el criterio
utilizado para distinguir unas clases de otras, pone al descubierto
toda su arbitrariedad; se olvida que los recortes no proceden di-
rectamente de los fenómenos sino de un artefacto teórico utiliza-
do para imponerlos, artefacto que es, él mismo, producto de toda
una historia social, engendrado a partir de las propias taxono-

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mías utilizadas por los agentes sociales que participan en las


luchas históricas.
Se toma así el artificio conceptual (v.g. la burguesía definida a
partir de niveles de renta y profesión o como conjunto de pro-
pietarios de los medios de producción) como si se tratara de una
realidad empírica, históricamente activa, cayendo inexorable-
mente en la falacia de la reificación. Asimismo, se acaba desli-
zando el anacronismo consistente en referirse a las clases y a la
conciencia de clase como si fueran agentes históricos, empla-
zándolos en épocas y en sociedades donde imperaban otros mo-
dos de clasificación social, otras formas de organizar la ex-
periencia (desde el Imperio Romano hasta el Antiguo Régimen).
La constatación, desde el punto de vista empírico, de la
condición puramente abstracta y artificial de los recortes in-
troducidos en el continuum social para distinguir unas clases de
otras, conduce a muchos investigadores sociales a operar un
cambio de perspectiva. La clase no debe ser pensada como un ob-
jeto material sino como una construcción simbólica utilizada
por los actores sociales para elaborar su propia identidad y dar
sentido al mundo social. No puede haber por lo tanto, como
señalan en esta línea algunos historiadores sociales recientes
pasados por la semiótica, clases sociales antes de que exista un
discurso político que articule la experiencia colectiva en tér-
minos de "clase", de "lucha de clases", de "explotación econó-
mica"; antes de que existan el socialismo utópico y el marxis-
mo, y con ellos, el movimiento obrero y los sindicatos. Otros,
llevando al límite el nominalismo empirista, en la línea del
individualismo metodológico, llegarán a negar in toto la exis-
tencia de clases. Las agrupaciones establecidas en el continuum
social se basan en umbrales arbitrarios; se trata de corsés
ideológicos impuestos a los fenómenos. La impecable apelación
al análisis estadístico nos mostraría entonces que sólo existen
distribuciones continuas de propiedades; no hay lugar para esos

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flatus vocis que son las clases; sólo existen individuos y accio-
nes individuales, últimos átomos encontrados por el investigador
social.
Bourdieu señala que esta oposición entre objetivismo y sub-
jetivismo, entre física social y semiótica social, entre esencialis-
mo y nominalismo, como tantas otras que intervienen en las
ciencias sociales, es falsa. La pregunta epistemológica (¿qué son
las clases sociales?) es en el fondo una pregunta ideológica
(¿existen las clases sociales?), con obvias consecuencias respec-
to a las decisiones por tomar en materia de política social.
Esta errónea controversia es el resultado de un modo sustan-
cialista de pensar: o las clases existen a la manera de cosas reales
o simplemente carecen de existencia. Para rebasar esta alterna-
tiva es necesario cambiar el tercio y pasar a un modo de pensa-
miento relacional o estructural que es el propio del conocimiento
científico. Esto implica, en primer lugar, que la clase, especifica-
da como posición diferencial en un espacio social, es, al igual
que éste, un constructo analítico, realizado por el investigador
con el propósito de hacer inteligible determinadas propiedades
estadísticamente mensurables, del mismo modo que la "veloci-
dad instantánea" o el "plano sin rozamiento" son dispositivos
conceptuales que la Física pone en liza para comprender ciertas
propiedades observables del movimiento.
Los agentes especificados por la homogeneidad de sus
propiedades (volumen y estructura del capital) tienden a ocupar
posiciones próximas en ese espacio. Pero hay que tener en cuen-
ta que no se trata de posiciones estáticas sino de trayectorias, y
éstas deben ser consideradas también relacionalmente para
evitar inferencias erróneas. Por ejemplo, entre 1961-62 y 1965-
66, las probabilidades que tenían los hijos de obreros franceses a
la hora de acceder a los estudios universitarios ha pasado del
1'8% al 4'8%. Un diagnóstico de esta trayectoria en términos
sustancialistas consistiría en interpretar este dato como una

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tendencia gradual a la democratización del acceso a la ense-


ñanza superior. Sin embargo, en el mismo intervalo, la pro-
babilidad que poseían los hijos de empresarios de entrar en la
Universidad ascendió de un 52'8% a un 74%; si se consideran
relacionalmente ambas trayectorias no habría que hablar de un
impulso democratizador sino de un estancamiento o incluso de
un desplazamiento regresivo (LR, pp. 115-117). En un caso, el
grado de selección se reduce tres puntos; en el otro pasa de la
mitad a una cuarta parte. Es lo que Bourdieu designa como
"traslación de estructura"; lo que considerado aisladamente pa-
rece ser el ascenso de una trayectoria social queda convertido
en descenso cuando se considera comparativa o relacionalmen-
te.
La clase no es por tanto un dato sino un artefacto; no es una
sustancia sino que se perfila diferencialmente como una distri-
bución dinámica de propiedades por oposición a otras dis-
tribuciones dinámicas de propiedades. Se pueden entonces
señalar, en el espacio social, homologías de posición entre cla-
ses sometidas a condiciones de vida completamente diferentes.
Por ejemplo, los intelectuales y los artistas -tal como aparecen
descritos en La Distinction (1979), ricos en capital cultural,
forman parte por ello del "campo del poder", de las clases que
ocupan la franja superior del espacio social. Sin embargo, en el
ámbito de las clases dominantes, ocupan una posición domi-
nada; en la composición de su capital domina la variante cul-
tural sobre la económica, justamente lo inverso de lo que sucede
entre los grandes propietarios industriales y en los capitanes de
lasfinanzas,que componen por ello la fracción dominante de las
clases dominantes. Este emplazamiento de intelectuales y ar-
tistas como fracción dominada es homólogo al ocupado por las
clases económica y culturalmente dominadas (v.g. dependientes
de comercio, obreros industriales y agrícolas), de ahí que en de-
terminadas coyunturas puedan producirse esas peculiares alian-

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zas entre los ricos en capital cultural y los pobres en cualquier


especie de capital.
Estas clases y fracciones de clase construidas por el análisis a
partir de una conversión en modelo de las distribuciones
estadísticas relativas a propiedades objetivas consideradas
(rentas y patrimonios, profesión, emplazamiento geográfico,
tasas de escolarización, de fecundidad, etc.), constituyen lo que
Bourdieu denomina "clases sobre el papel", "clases teóricas". Se
trata de un artefacto conceptual, de un diagrama o sistema de
relaciones que hace inteligible la realidad estudiada; estas clases
-como el plano inclinado sin rozamiento o la masa puntual- no
son entidades observables ni pueden considerarse como actores
históricos reales. Forman parte -por decirlo en una paráfrasis de
Marx que a Bourdieu le gusta repetir- "de las cosas de la lógica
pero no de la lógica de las cosas".
Por otra parte, los agentes individuales emplazados y agrupa-
dos diferencialmente según sus propiedades en distintos lugares
del espacio social, poseen también disposiciones; esquemas de
pensamiento y acción adquiridos y forjados en el curso y en de-
pendencia de las posiciones (de la trayectoria) ocupadas. Estos
esquemas producen representaciones, taxonomías sociales,
particiones simbólicas que también forman parte de la realidad
social. La representación de ésta en términos de "clase", la cons-
titución de actores políticos (partidos, organizaciones sindicales)
cohesionados por esas representaciones, la producción histórica
de identidades de "clase" es el resultado de la puesta en obra de
esos esquemas prácticos que componen el habitus. En este se-
gundo sentido, la clase social no es ya un modelo epistemológi-
co sino una realidad histórica contingente; esto es, un aconte-
cimiento surgido en unas condiciones históricas concretas.
En la medida en que el marxismo ha contribuido decisi-
vamente a este acaecer, desempeñando un papel crucial en la gé-
nesis de esta representación y de estos agentes políticos

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perfilados en términos de clase, se puede hablar de la clase so-


cial como un ejemplo de lo que Bourdieu designa como "efecto
de teoría"; forma simbólica elaborada para dar cuenta de la
realidad social que, performativamente, acaba haciéndose real al
permitir la emergencia de un nuevo sujeto político. La "clase
social", como todo objeto de la sociología, tiene una condición
doble; a la vez se trata de un artificio conceptual que da cuenta
de estructuras sociales objetivas (aspecto material) y de una re-
presentación (aspecto simbólico) fabricada por la actividad
simbolizante del habitus movilizado por los agentes sociales
ubicados en esas estructuras.
Todos los conceptos hasta ahora examinados ("espacio so-
cial", "capital" y "especies de capital", "interés", "clase social")
no fueron el resultado de una especulación puramente formal ni
de un simple diálogo con las obras clásicas de la investigación
sociológica. Se trata de herramientas laboriosamente producidas
en la forja de un trabajo muy artesanal, rectificado y recomen-
zado reiteradamente, fabricadas para resolver dificultades en-
contradas en el curso de indagaciones empíricas sobre sociolo-
gía de la educación y de la cultura.
Una primera panoplia de éstas, realizadas entre mediados de
los años sesenta yfinalesde los setenta, hace referencia a un ti-
po muy específico de colectividad: la sociedad francesa del
despegue económico, del desarrollismo consolidado entre fina-
les de los cincuenta y comienzos de los setenta, en la plenitud
de los llamados "treinte glorieuses" que marcaron la salida de la
postguerra. Como algún comentarista ha señalado (Lañe 2000,
7-11) este periodo está jalonado por el tránsito de un im-
perialismo de base colonial a un neocapitalismo caracterizado
por el crecimiento económico tutelado por las políticas redistri-
buidoras de un potente Estado Social.
Esta fase, coincidente con la descolonización, trajo consigo la
modernización industrial, con la implantación de las empresas

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multinacionales y la nuevafiguradel ejecutivo y la introducción


de importantes reformas laborales (garantías jurídicas para
favorecer el empleo estable, vacaciones pagadas, reducción del
tiempo de trabajo). El aumento del tiempo disponible, la mayor
seguridad laboral, las nuevas fórmulas de pago a crédito, propi-
ciaron la expansión del consumo, del sector terciario, la indus-
tria del ocio y de la cultura, la escolarización; la emergencia
asimismo de una "nueva pequeña burguesía" orientada a la ges-
tión de bienes y servicios simbólicos: medianos y modestos
ejecutivos de las secciones comerciales, especialistas en marke-
ting y publicidad, profesionales de los medios de comunicación,
nuevos expertos sociales, sanitarios y deportivos (trabajadores y
educadores sociales, nutricionistas, animadores socioculturales,
especialistas en mantenimiento físico y expresión corporal, psi-
cólogos, psicoanalistas, etc.), decoradores, encargados de re-
laciones públicas, etc..
En el curso de la década de los sesenta y los setenta llegó a al-
canzar vasta difusión una interpretación sesgadamente tec-
nocrática de estas circunstancias, contagiada por el optimismo
del momento. Aunque se presentaba como un diagnóstico so-
ciológico, generalmente era expuesta en ensayos de altos vuelos
que intentaban ofrecer una captación global de la época. Se
tendía a afirmar en ellos que la sociedad de clases teorizada por
el marxismo estaba en trance de ser reemplazada en los países
occidentales, por una sociedad de consumo caracterizada por el
imperio de una extensa clase media cada vez más estandarizada
en sus condiciones materiales, e incluso en su cultura y estilos
de vida.
Esta tendencia a la igualación se ponía también en relación
con lo que se veía entonces como una tendencia a la democra-
tización de la enseñanza, visible en la creciente presencia de los
hijos de clases modestas o de las mujeres en las aulas univer-
sitarias. Los más complacientes entendían que todo este proceso

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anunciaba el triunfo del capitalismo social, el fin de las clases


sociales y del derrumbe de las ideologías y del utopismo que
habían animado la vida política del siglo XX. Los más es-
cépticos reactivaban una crítica de signo "artista", como la han
designado recientemente Luc Boltanski y Éve Chiapello (1999),
que operaba un desplazamiento en las obsesiones; el problema
no estribaba tanto en la miseria y en la explotación engendradas
por el capitalismo como en la pérdida de libertad y en el empo-
brecimiento de las posibilidades vitales asociadas a la masifica-
ción, la estandarización y la robotización, donde la creatividad
individual perecía ahogada por el peso de las grandes organiza-
ciones estatales y empresariales.
Los trabajos sociológicos de Bourdieu y de su equipo pre-
sentaban una alternativa, opuesta por sus maneras y por sus
resultados, a estos diagnósticos apresurados. Apoyados en un
inventivo y sofisticado uso de las técnicas de investigación
-combinando la encuesta estadística y el análisis multivanado
con el análisis estructural, la comparación histórica, la entre-
vista personalizada y la observación etnográfica- y en un exten-
so bagaje empírico, mostraban el carácter mítico de la cacareada
democratización escolar. En el ámbito de los consumos cul-
turales ponían en entredicho la supuesta atenuación de las
diferencias sociales en la Francia del momento. Más bien, lo
que parecía producirse era una creciente tendencia en las frac-
ciones dominantes de la clase dominante francesa a reconvertir
te fuerza asociada al capital económico en capital cultural -en
particular en la subespecie del capital escolar, con importantes
inversiones económicas y simbólicas- como un medio de pre-
servar, por desplazamiento en el espacio social, las posiciones
adquiridas. Esto permitía la reproducción e incluso el ensancha-
miento de las desigualdades existentes al precio de un amplio
gasto simbólico, ganando en legitimidad al convertir -por la al-
quimia del capital cultural- las disparidades de capital económi-

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co en distinciones de orden simbólico fundadas aparentemente


en dotes naturales (inteligencia superior, buen gusto, etc...)- Los
vastagos de los grandes patronos de la industria y de las
finanzas, que antes sucedían a sus "padres por directa delegación,
pasan cada vez más por la obligación de obtener títulos pres-
tigiosos, realizar estudios en reputados centros del extranjero,
dominar idiomas, relacionarse a alto nivel en un plano trasna-
cional, y transformarse eventualmente en altos funcionarios o en
consejeros de grandes empresas públicas, constituyendo así una
nueva "nobleza de Estado".
Las nuevas estrategias de reconversión -no se trataba de
movimientos deliberados sino de productos del habitus como
sentido práctico- hicieron además posible el surgimiento y la
promoción de una nueva pequeña burguesía con todo un
horizonte de profesiones inéditas o redefmidas cuyo cometido
tenía que ver con la manipulación de los bienes y de las nece-
sidades simbólicas. El ethos hedonista, higienista y antijerár-
quico de esta nueva clase contrastaba con el rigorismo ascético
de la pequeña burguesía tradicional y tendía a recibir un reco-
nocimiento cada vez más difundido.
La culminación de estas investigaciones sobre los consumos
culturales emprendidas en las décadas de los sesenta y los
setenta es sin duda La Distinction (1979). Esta obra es el resul-
tado de un paciente análisis apoyado en una ingente muestra de
datos referidos a las preferencias culturales de la sociedad
francesa entre la segunda mitad de la década de los sesenta y la
primera de los años setenta. Por encima de todo, no obstante, se
trata de una obra maestra de la sociología contemporánea.
El libro está dividido en tres grandes partes, a las que se añade
una conclusión, un "post-scriptum" y un amplio anexo referido a
las fuentes y a la metodología utilizada. La primera sección
("Crítica Social del Juicio del Gusto") pasa revista a un lugar
común que ha sido consagrado por la estética filosófica,

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comenzando por la reflexión kantiana. Este tópico sugiere que


el buen gusto es un don natural diversamente desarrollado según
las personas. Bourdieu revela de entrada la condición social-
mente construida -y por tanto el carácter arbitrario, histórico,
contingente- de esta capacidad supuestamente natural, retoman-
do con mayor nivel de elaboración las conclusiones ya deri-
vadas en L'Amour de VArt. Lo que se reconoce como "buen
gusto", identificado con la facultad de saber apreciar las obras
de la "cultura legítima", es en realidad el atributo que desde las
posiciones dominantes del espacio social se impone como
umversalmente válido.
Esta propiedad implica la competencia para percibir los ob-
jetos artísticos según una intención estética; esto es, que atienda
a la forma más que a la función de los objetos considerados. Se-
mejante actitud de pura contemplación implica una ruptura con
la actitud ordinaria ante el mundo, inmersa en las urgencias de la
práctica. La hostilidad manifiesta de las clases populares y de las
fracciones de clase media más pobres en capital cultural hacia
toda exploración de carácter formal, está en las antípodas del de-
sapego propio del esteta.
La estética popular, si puede hablarse de este modo, es
absolutamente antikantiana, pues subordina la forma a la
función; por eso a la hora de apreciar cuadros o fotografías tiene
muy en consideración su contenido, su valor informativo,
afectivo o de aleccionamiento moral; nada más lejos del desin-
terés glosado en la Crítica del Juicio. La sensibilidad estética es
una competencia que exige poner a distancia el placer primario,
los sentidos, los afectos inmediatos, es decir, las necesidades;
algo estrechamente ligado a las condiciones sociales de
existencia.
La segunda parte ("La Economía de las Prácticas") sienta las
bases conceptuales que permiten establecer los límites sociales
del "gusto". Se perfila el concepto de espacio social, a la vez co-

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mo espacio de posiciones -definidas simultáneamente por la


diferencia respecto a otras posiciones y por las condiciones de
vida ligadas a cada posición- y como espacio de disposiciones,
esto es, de habitus. Se da cuenta de las distintas dimensiones
que permiten construir el espacio social y se explora el problema
de la convertibilidad mutua de las distintas especies de capital y
la cuestión de las estrategias de reconversión. Estas apuntan a
conservar el patrimonio de los individuos o de las familias
transmutando unas formas de capital en otras y efectuando de
este modo distintos tipos de desplazamiento -que Bourdieu
opone al monótono concepto de "movilidad social" hacia arriba
o hacia abajo. Se puede hablar de desplazamientos verticales
(ascendentes o descendentes) cuando aumenta o disminuye el
volumen de capital sin que varíe la estructura (por ejemplo el
maestro que llega a catedrático de Universidad o el hijo de en-
fermero que llega a médico) y de desplazamientos transversales
cuando se altera la estructura, bien conservando el mismo
volumen de capital (hijo de maestro convertido en pequeño
comerciante) o variando también el volumen (hijo de gran in-
dustrial convertido en maestro).
Aquí se constata la evolución en curso seguida por la sociedad
francesa del momento. Las fracciones de la clase dominante
(patrones industriales y comerciales) y de las clases medias (ar-
tesanos y comerciantes), en los que prima el capital económico,
aseguran su reproducción recurriendo de forma más intensa al
sistema escolar. De aquí deriva la inflación de títulos acadé-
micos y su devaluación en el mercado laboral. Este proceso a la
baja puede ser resistido más fácilmente por aquellos que poseen
un capital social importante asociado a un origen social elevado.
Éstos intentan escapar al desclasamiento redefiniendo la función
de antiguas ocupaciones o dando lugar a nuevas profesiones don-
de la clave está en la capacidad de comunicación y relación,
donde se puede sacar el máximo partido al capital cultural trans-

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mitido por la familia (buen gusto, buenas maneras, etc.). Aquí


se emplazan esos puestos, antes mencionados, que definen el es-
tilo de la nueva pequeña burguesía.
El espacio social no es sólo un espacio de posiciones, sino
también de disposiciones, de habitas. Éstos operan, para un
agente o clase de agentes considerado, como la matriz de prác-
ticas que guardan entre sí, debido al carácter transferible de los
esquemas generadores que forman el hábitos, cierto aire de
familia. Constituyen así estilos de vida diferenciados que fun-
cionan como sistemas de elecciones, dependientes a su vez del
espacio de posiciones. Por eso, señala Bourdieu, "los espacios
de las preferencias alimenticias, vestimentarias, cosméticas, se
organizan según la misma estructura fundamental, la del espacio
social determinado por el volumen y la estructura del capital"
(LD, 205). El propósito consiste en establecer, para cada clase y
fracción de clase, la "fórmula generadora" del habiíus que ex-
presa en un estilo de vida particular las condiciones de existencia
correspondientes. En segundo lugar se pretenden especificar las
disposiciones del habitus en cada una de las grandes regiones de
la práctica social (deporte, música, alimentación, decoración,
política, cine, etc.), designadas como "campos". Esas disposi-
ciones se especifican actualizando posibilidades de acción
ofrecidas por cada campo. A esta tarea se dedicará la tercera
parte del libro. Antes de acometerla, Bourdieu dedica un apar-
tado a mostrar el modo en que se produce el ajuste entre los
distintos ámbitos de producción de bienes culturales (desde las
bebidas a los automóviles pasando por los periódicos, las vaca-
ciones, el mobiliario o los programas políticos) y los diferen tes
ámbitos de consumo. El ajuste entre el campo de oferta cultural y
el campo de la demanda, o dicho de otra forma, entre la produc-
ción de bienes y la producción de gustos. La razón de esta adap-
tación no estriba en que la producción se imponga al consumo
por una especie de cálculo consciente de necesidades por cubrir

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o por estimular; se está ante el encuentro de dos universos


independientes entre sí, pero que guardan una relación de
homología porque están estructurados de manera semejante,
dependiendo del espacio de diferencias engendrado por las
diferencias en el volumen del capital específico requerido. Tanto
en el campo de la oferta como en el de la demanda se establece
entonces una división entre ricos y pobres en capital específico
(musical, gastronómico, teatro, literatura, alta costura, deporte,
etc.), entre dominantes y dominados, poseedores y pretendien-
tes, vieja guardia y vanguardia, ortodoxia y herejía, etc..
En la tercera parte ("Gustos de Clase y Estilos de Vida"), se
pone abiertamente en entredicho el tópico divulgado por la
ensayística del momento: la diversidad de consumos culturales
estaría en trance de desaparición debido al pujante desarrollo de
una cultura de masas más o menos uniforme, generada por el
imperio de una omniabarcante clase media. Frente a este dis-
curso, que tiende a ocultar las diferencias de fuerza que es-
tructuran el espacio social, Bourdieu analiza con una minucia y
riqueza difíciles de resumir, los muy distintos estilos de vida que
configuran ese espacio y permiten reproducir sus jerarquías,
fuertemente marcadas, desde los usos de la comida y la bebida
hasta los del ejercicio físico, pasando por las diversiones, la de-
coración de la casa, la vestimenta o los consumos artísticos
propiamente dichos.
Intenta también dilucidar la "fórmula generadora", esto es, la
matriz de esquemas puestos en liza por el habitus que produce
los distintos estilos de vida según las clases y fracciones de clase
(v.g. la oposición entre el aristocratismo ascético de los profeso-
res de Universidad y el aristocratismo suntuario de los profe-
sionales liberales). Comienza con las clases dominantes, donde
el gran antagonismo se establece entre artistas y profesores por
un lado -éstos a su vez se oponen entre sí- y patronos por otro,
con toda una gradación intermedia que acoge a los profesionales

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liberales y a los ingenieros y altos cuadros de la administración


pública y de las empresas privadas. En la fracción dominante
de este espectro, Bourdieu advierte un sensible desplazamiento de
la antigua burguesía comercial e industrial, que ha adquirido su
posición por ascenso o por delegación, por una nueva burguesía,
ejemplificada por los cuadros del sector privado, de origen
social elevado, pero cuya peculiaridad es la frecuente posesión
de titulaciones universitarias y de un estilo de vida más hedo-
nista, más "joven" y moderno, opuesto al autoritarismo ascético
de la burguesía tradicional.
En segundo lugar el análisis se detiene en las clases medias.
El habitus de éstas, en materia de consumo, se caracteriza por la
"buena voluntad cultural", traducidos en la "pretensión"; el afán
por autosuperarse y ajustarse a los bienes y a las formas de la
cultura considerada legítima, es decir, avalada por las clases
dominantes. Frente a la facilidad y a la certitudo sui que carac-
teriza a la burguesía, lo típico de la pequeña burguesía es la hi-
percorrección, larigidez,el formalismo, asociados a un habitus
dominado por el ascetismo, el rigorismo, el reglamentarismo.
Otra hechura propia de esta clase es la "alodoxia", la tendencia
a estimar como bienes y prácticas de la cultura legítima a los
que ya han dejado de serlo o a los que parecen serlo pero no lo
son (por ejemplo, en España, el recurso a colegios privados re-
gidos por órdenes religiosas pero subvencionados por el Es-
tado). Bourdieu examina las variantes del gusto de clase media
y señala el declive de las maneras represivas y ascéticas de la
pequeña burguesía tradicional y su paulatino reemplazo por el
"hedonismo imperativo" de la nueva pequeña burguesía.
Finalmente se pasa revista al habitus y a los estilos de vida
característicos de las clases populares, en un intento de tomar
distancia a la vez respecto al "miserabilismo" (descalificación,
por etnocentrismo de clase, de las maneras populares como
"bárbaras" o "primitivas") y respecto al "populismo" (exalta-

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ción de un modo de ser no deseado, resultado de una despose-


sión). En este caso, la necesidad, cuyo peso se experimenta de
forma abrumadora, se convierte en virtud. Surge así una estética
pragmática y funcionalista y una exaltación de la fuerza -propia
de una clase que sólo es rica en su fuerza de trabajo- que se
traduce en una vindicación intensa de la virilidad. El hedonismo
realista aunque sin resignación y el materialismo escéptico ca-
racterístico de este habitus expresan también este ajuste a la
necesidad. Bourdieu dedica todo un capítulo a mostrar que en el
ámbito de las clases populares -debido a la situación de despo-
sesión en la que se forjan los habitus- la política no constituye
un marco separado, diferenciado respecto al orden moral de la
existencia cotidiana; en este sentido, no existe una "opinión po-
lítica popular". Por otro lado, para estar provisto de una "opi-
nión personal" en el terreno político, se requieren unas com-
petencias inclinadas al individualismo, intensamente presentes
en la pequeña burguesía, pero inexistentes en los habitus de las
clases populares. Estos argumentos permiten evidenciar lo in-
fundado de los sondeos de opinión referidos al comportamiento
político, apuntando así una crítica a la mecánica de los medios
de comunicación que Bourdieu desarrollará en otros trabajos
posteriores.
En la conclusión del libro se intenta mostrar el modo en que
los resultados de la investigación realizada permiten superar la
dicotomía entre enfoques objetivistas y subjetivistas en ciencias
sociales. Los esquemas generadores del habitus (las divisiones
entre lo alto y lo bajo, lo material y lo espiritual, lofinoy lo gro-
sero, lo ligero y lo pesado, lo brillante y lo gris, etc..) permiten
a los agentes construir el mundo social de un modo distinto
según la clase y fracción de clase, pero son a su vez el resultado
de la incorporación de las propias estructuras sociales con sus
particiones y sus divisiones; por un lado la que, ubicada en la di-
visión del trabajo separa a dominantes y a dominados; por otra

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la que se asienta en la división del trabajo de dominación en-


frentando a los ricos en poder material (capital económico) y a
los ricos en poder espiritual (capital cultural). Las diferencias
objetivas de posición ("clases sobre el papel") se traducen en di-
ferencias de disposición y por lo tanto en luchas por imponer
sistemas de clasificación del propio mundo social, por hacer
surgir identidades colectivas políticamente activas, como las
clases ("clases reales").
La Distinction consiguefinalmenteuna lograda combinación
entre la exploración empírica bien delimitada (sobre el consumo
de bienes culturales en la sociedad francesa de los años 60-70) y
la ambición teórica, dando lugar a todo un juego de conceptos
que permiten pensar de otro modo la realidad social y rebasar
alternativas tradicionales. Se ha pretendido mostrar el alcance
de algunos de ellos ("espacio social", "capital", "especies de ca-
pital", "interés", "clase"); queda por examinar el concepto de
"campo", que hasta ahora sólo se ha mencionado como de pasa-
da. Dada su relevancia en el curso de las investigaciones de
Bourdieu le dedicaremos todo el capítulo posterior.

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Capítulo V

Campos de Fuerza, Campos de Batalla

La noción de "campo", como la mayoría de las forjadas por el


sociólogo francés, no surgió de una sola pieza. Tratándose de un
concepto "abierto", contrapuesto al esencialismo de las defi-
niciones previas, su construcción fue paulatina, pues funciona
como una herramienta que permite romper con falsas alternativas
teóricas -como la oposición entre historia internalista y externa-
lista de las producciones intelectuales- y al mismo tiempo sirve
para guiar el trabajo empírico. Su uso remite siempre a un con-
texto específico, aunque al mismo tiempo saca a la luz invariantes
comunes a todos los campos, por eso Bourdieu no duda en señalar
que "cada vez que se estudia un campo nuevo (...) se descubren
propiedades específicas, propias de un campo particular, al tiempo
que se hace progresar el conocimiento de los mecanismos
universales de los campos" (QS, 112).
La constante reelaboración y ampliación del concepto de
"campo" exhibe una de las trazas más señeras de la trayectoria
investigadora de Bourdieu: el trabajo de un pensamiento "en es-
piral" (MP, 17), que retoma y reconstruye las adquisiciones an-
teriores alcanzando cada vez un grado superior de explicitación
y elaboración de las mismas.
Una y otra vez en el curso de su itinerario intelectual se com-
prueban los intentos del sociólogo por deslindar las caracterís-
ticas más generales de los campos distinguiéndolas de las

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variables encontradas en análisis locales: "Algunas Propie-


dades de los Campos" (1980, QS); "Algunas Propiedades Ge-
nerales de los Campos de Producción Cultural" (1992, RA); "La
Lógica de los Campos" (1992, REP); "Los Campos como Mi-
crocosmos Relativamente Autónomos" (1998, USS). Por otra
parte, en repetidas ocasiones (REP, 94; MP, 299), Bourdieu ha
sugerido que tendría en preparación un libro donde se examina-
rían las propiedades generales de los campos.
La génesis de la noción de "campo" puede emplazarse sin di-
ficultad entre mediados de los años sesenta y primeros setenta.
Aquí hay que mencionar tres trabajos inaugurales: "Champ
Intellectuel et Projet Créateur" (1965), "Champ du Pouvoir,
Champ Intellectuel et Habitus de Classe" (1971) y "Une Inter-
prétation de la Théorie de la Religión selon Max Weber" (1971).
El concepto va cobrando forma en el curso de los años setenta, a
medida que va recibiendo sus primeras aplicaciones. En estos
primeros trabajos aludidos se hace referencia a los campos in-
telectual, artístico y religioso. Siguen después diversas explora-
ciones en forma de artículo o de conferencia dedicadas al cam-
po de la alta costura (1974), los campos científico (1975) y
filosófico (1975), el campo lingüístico (1975), el de las "grandes
escuelas" francesas de enseñanza superior (1976), el campo de-
portivo (1978), todos ellos publicados antes de que La Distinc-
tion (1979) viera la luz. En la mayoría de los casos, estos tra-
bajos -buena parte de ellos recogidos durante los años ochenta
en las primeras compilaciones antológicas de escritos y entre-
vistas editados durante la madurez del sociólogo- constituirán
el embrión de investigaciones de mayor envergadura comple-
tadas en el curso de las dos últimas décadas.
Tomando como punto de partida las primeras aportaciones
mencionadas y teniendo en cuenta las ampliaciones y las recti-
ficaciones añadidas más tarde, se puede obtener un perfil apro-
ximado del concepto de "campo".

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Un campo es en primer lugar un universo estructurado y no un


simple agregado de individuos, productos e instituciones. En el
campo, cada agente y cada obra se definen por oposición a los
restantes. Como señala Bourdieu, en este microcosmos, "toda
determinación es negación" (OP, 165). Esto dota al campo, en
un momento histórico determinado, de cierta configuración o es-
tructura. Piénsese por ejemplo en las oposiciones entre escuelas,
géneros, estilos, autores; en los antagonismos entre instituciones
(academias, galerías, círculos literarios ofilosóficos,asociacio-
nes, etc.), modalidades de crítica, revistas, etc., que vertebran
el campo artístico, literario o intelectual. Comprender un campo
significa trascender la perspectiva que se tiene desde un punto
de vista inmanente -el mismo desde donde se polemiza con
otros, se desenmascaran sus acciones como "maniobras interesa-
das", e t c . - para abarcar al conjunto de todos los puntos de vista
en sus mutuas relaciones.
La primera consecuencia metodológica de esta elección lleva
a abandonar el típico enfoque ideográfico que domina en los es-
tudios de crítica, historia o sociología de la cultura, y que con-
siste en tomar como blanco al autor y a su obra, o en redactar
una monografía acerca de una institución o escuela determina-
das. No se puede captar la singularidad de un agente o de un
producto cultural sin emplazarlo en el espacio de los agentes y de
los productos culturales que le son coetáneos. No se puede leer un
texto sin recorrer el universo de los textos por relación a los cua-
les aquél se define.
Esta configuración que forma cada campo es una estructura
subyacente más allá de las relaciones efectivas entabladas entre
sus agentes. Es decir, la estructura del campo circunscribe el es-
pacio donde pueden tener lugar posibles interacciones entre los
agentes (relaciones de cooperación, controversias, alianzas,
etc.), pero no es el resultado de esas interacciones. Bourdieu
describe muy plásticamente la diferencia entre su enfoque es-

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tructural y el enfoque interaccionista cuando señala que su


diferencia es análoga a la que existe entre la teoría newtoniana
del movimiento (es posible la acción a distancia entendida en
términos de diferencias de atracción gravitatoria) y la teoría car-
tesiana (sólo es posible el movimiento si existe contacto físico
entre los cuerpos). El hecho de que el crítico literario de Le
Fígaro tienda a tomar posiciones favorables al drama burgués
no es el resultado de una connivencia con los autores de este gé-
nero, sino la consecuencia de poner en liza determinadas dispo-
siciones adquiridas por el crítico al incorporar las estructuras del
campo y en relación, asimismo, con su posición en el espacio
social general como espacio de clases.
Siendo un universo de antagonismos, el campo posee también
una cierta unidad. Losfilósofos,los artistas, los escritores, las
obras que integran este mundo se oponen entre sí, pueden estar
en desacuerdo sobre las cuestiones que discuten, pero al menos
tienen que estar de acuerdo para discutir sobre tales cuestiones y
no sobre otras. En todo campo existe un cierto orden del día im-
plícito que establece cuáles son los temas susceptibles de con-
troversia y cuáles son los modos de razonar y de percibir per-
tinentes a la hora de inclinarse por una u otra perspectiva. Esto
delimita "a contrario" toda una región de preguntas que están,
de entrada, excluidas del juego, que resultan de hecho impensa-
bles dentro del mismo. Por ejemplo, en el campo biológico
constituido en torno a 1830, se podía serfijistaal estilo de Cu-
vier, o transformista como Lamarck; la cuestión del nexo exis-
tente entre la unidad y la temporalidad del orden de las especies
era pertinente en este microcosmos social. Pero los mecanismos
de la herencia, sus leyes, la diferencia entre caracteres genotí-
pios y fenotípicos, en suma, el orden de los genes, no constituía
problema en ese campo; resultaba impensables. Por eso, entre
otras cosas, la obra de Mendel, producida en torno a 1865, per-
maneció olvidada durante décadas; excluida del ámbito de lo

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posible porque se emplazaba más allá de ese "consenso en el di-


senso" que constituye a todo campo.
En su primer artículo sobre el asunto, "Champ Intellectuel et
Projet Créateur", publicado en 1965, Bourdieu piensa este con-
senso implícito en términos de "código" y de "inconsciente cul-
tural"; es decir, de manera muy próxima a como lo hacía por
entonces el estructuralismo. De hecho, se puede considerar la
invención del concepto de "campo" como el resultado de apli-
car el modo de pensamiento relacional, afín al estructuralismo, a
la dinámica de la producción cultural en Occidente. Para ilustrar
lo que entiende por este inconsciente cultural, Bourdieu no duda
en recurrir a los ejemplos que da Althusser cuando en Pour
Marx y Lire le Capital -editados precisamente en 1965- se
refiere a la "problemática". Con esta expresión elfilósofose re-
fería al orden tácito de preguntas que, en una época determi-
nada, regía el dominio de lo que podía ser pensado en el interior
de una formación discursiva determinada. Utiliza esta noción
para mostrar el modo en que la obra de Marx, en un momento
dado de su trayectoria, establece un "corte epistemológico"
tanto en el ámbito de la "problemática"filosófica-respecto al
humanismo y al historicismo de los primeros escritos- como en
el terreno de la Economía Política de su tiempo (Ricardo, Mal-
thus, etc.).
Afrontado como "código" subyacente a las producciones in-
telectuales, el concepto de "campo" parecía también muy próxi-
mo a la noción de episteme que, casi en las mismas fechas,
Foucault trataba de introducir en su intento de romper con los
dogmas de la historia tradicional de las ideas, y que desarrollaría
en Les Mots et les Choses (1966).
Bourdieu, no obstante, en el artículo de 1971 titulado "Une In-
terprétation de la Théorie de la Religión selon Max Weber", pu-
so en claro la distancia que existía entre el concepto de "campo"
y las "problemáticas" y epistemes ponderadas respectivamente

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por Althusser y Foucault. Estas nociones intentaban ceñir el


régimen inmanente a un corpus de obras o de producciones cul-
turales, pero ponían entre paréntesis, tanto a los productores o
agentes -cuyos nombres propios se limitaban a designar ele-
mentos o transformaciones de la estructura discursiva- como al
modus operandi, a los esquemas generadores aplicados en la
producción de las obras.
Bourdieu propone una lectura estructural, no sólo del corpus,
de los resultados, del opus operatum, sino de las instituciones y
trayectorias individuales que intervienen en la producción y en
el consumo y de los esquemas incorporados o habitus impli-
cados en la misma. Para ejemplificar este cambio de motivo se
ofrece una reinterpretación en clave estructural de la distinción
establecida por Max Weber en el ámbito religioso entre magos,
profetas y sacerdotes. Lo que opone entre sí a estos productores
de bienes de salvación no son sólo sus mensajes religiosos, sino
sus disposiciones generadoras, su modus operandi.
Al pensar en términos relaciónales no sólo a las obras sino a
los agentes que las producen y las consumen, el análisis de los
campos podía rebasar las exigencias de un análisis puramente
internalista como el implicado en los conceptos de "problemá-
tica" y de episteme. Podía también explorar las semejanzas de
estructura que existían entre el espacio de las obras y de los au-
tores en el interior del campo y el espacio social de las clases y
de las fracciones de clase sin estar obligado a optar entre el in-
manentismo estructuralista y el reduccionismo sociológico, éste
último ejemplificado a menudo por Bourdieu refiriéndose a los
análisis literarios de Lukács y de Lucien Goldman.
El sacerdote y el profeta se oponen entre sí de modo homó-
logo a como lo hacen las clases dominantes y las clases popu-
lares en el espacio social. El primero recibe una demanda de
legitimación del orden establecido por parte de las clases pri-
vilegiadas; el segundo es interpelado por demandas de com-

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pensación por parte de las clases más desfavorecidas, que es-


peran elfinde los tiempos y el derrumbe de la tiranía. El habitus
del profeta implica el recurso a la palabra extraordinaria, que
rompe la rutina y la continuidad temporal. El del sacerdote pone
en juego procedimientos de sistematización racional que
permiten forjar una ortodoxia y catalogar las desviaciones heré-
ticas; técnicas hostiles a la apelación carismática y a la evoca-
ción mística, aunque la exigencia de legitimación lleva a intentar
apropiarse y administrar el potencial explosivo de estas mani-
festaciones extraordinarias. El vínculo de la salvación colectiva
con la palabra y con el cuerpo mismo del profeta, afrontados co-
mo instancias sacras es reemplazado en el sacerdote por una em-
presa burocrática de soteriología.
Este tránsito del mero análisis relacional de las obras, de los
acontecimientos discursivos a un análisis relacional de los pro-
ductores y de sus habitus generadores es lo que diferencia al es-
tructuralismo de Althusser y de Foucault (al menos en Les Mots
et les Choses) respecto a la trayectoria de Bourdieu, autodesig-
nada como "estructuralismo constructivista" o "estructuralismo
genético".
Hablar de productores y de consumidores, referirse a la oferta
y a la demanda de bienes simbólicos significa subrayar que los
campos funcionan a la manera de mercados. Los agentes y sus
obras no se definen sólo en relación con los demás productores
(artistas, intelectuales, escritores, etc.), sino también en rela-
ción con un público, con su demanda. Y esto vale tanto para
aquéllos que buscan ajustarse a los deseos del público para por
los que se jactan de repudiar los gustos del vulgo o de la burgue-
sía.
Pero este lenguaje económico no debe llamar a engaño. En
tanto mercado, el campo es un lugar de competencia entre los
productores -y entre los consumidores- pero los intereses que
en él se tratan de satisfacer no son puramente económicos, como

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los implicados en el tráfico de mercancías, sino de orden sim-


bólico, y varían según el campo considerado. Hay tantas formas
de interés y de capital cultural -en su forma simbólica- como
campos. Frente al monismo economicista y restringido que sólo
sabe declinar el interés y la racionalidad en términos de ren-
tabilidad mercantil, Bourdieu hace valer una "economía general
de los bienes simbólicos1" abiertamente pluralista, que Bega a
comparar la diversidad de los campos con la multiplicidad de
"formas de vida" y de "juegos de lenguaje" descrita por Wittgens-
tein (MP, 19-20).
El hecho de que los campos se estructuren en función del
capital específico inherente a cada uno de ellos los convierte en
espacios jerarquizados. El campo se organiza por la desigual
distribución de capital y de lo que cuenta como capital específi-
co. Ser rico en capital artístico o científico -gozar de prestigio y
autoridad en el campo en cuestión- puede implicar, en un mo-
mento histórico determinado, la pobreza en capital económico.
Cada agente, por tanto, depende de los demás, está en función
del resto, pero todos no dependen en el mismo grado. Los agen-
tes tienen un peso funcional desigual en la estructura del campo,
por eso todas las obras, autores, instituciones, consideradas en
un estado histórico preciso del campo no son equivalentes en va-
lor y legitimidad. En el campo intelectual de la Francia de post-
guerra, Sartre llegó a ocupar una posición dominante, de manera
que los ensayos de corte existencialista o revistas como Les
Temps Modernes gozaban de una autoridad y de una diferencia
de potencial muy superiores a los textos publicados por repre-
sentantes de la epistemología histórica (Bachelard, Koyré, Can-
guilhem), que ocupaban entonces una posición dominada dentro
del campo.
Esta jerarquizaron permite diferenciar en un momento de-
terminado del campo una ortodoxia y una heterodoxia; unos
agentes establecidos y otros que ocupan la posición de pre-

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tendientes. Los primeros despliegan estrategias de conservación


que apuntan a reproducir el estado de fuerzas del campo, y que a
menudo toman la forma de apelaciones al sentido común, es
decir, al carácter autoevidente y natural del mundo tal y como
está. De hecho es la ortodoxia, sistematizada y formalizada, la
que se convierte en canon transmitido por el sistema escolar.
Los segundos ponen en marcha estrategias de subversión que in-
tentan cambiar la definición de lo que cuenta como capital
legítimo dentro del campo, y que con frecuencia toman la forma
de una vindicación de los orígenes y de su pureza corrompida y
usurpada por la ortodoxia actual. Piénsese por ejemplo en la
apelación de Heidegger -cuya "revolución conservadora" en el
campo filosófico fue inicialmente analizada por Bourdieu a
mediados de los años setenta- a los filósofos presocráticos
frente a la ortodoxia ilustrada y racionalista de los neokantianos
que dominaban la escena filosófica alemana de los años veinte.
Hay que tener en cuenta que las disposiciones y propiedades
del agente que pueden valer como capital en el campo dependen
de la estructura que éste posea en un estado histórico determi-
nado; no se trata en ningún caso de atributos sustanciales y ab-
solutos; su valor es siempre relacional. Así por ejemplo, en el
campo intelectual francés de los años cincuenta, dominado por
la filosofía existencial, la posesión de una sólida formación en
una rama científica determinada (física, matemáticas, biología,
etc..) gozaba de poco valor como capital específico para triunfar
en el campo, mientras que el reconocimiento del talento literario
o una militancia política de izquierdas contaban con una gran
eficiencia. A mediados de los años sesenta, el desplazamiento
del existencialismo por el estructuralismo como corriente domi-
nante en el campo intelectual francés trastocó en parte este mer-
cado de valores.
Existe por tanto una solicitud mutua y una complicidad prác-
tica entre habitus y campo. Las disposiciones del habitas "pri-

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mario", es decir, el adquirido primordialmente en el ámbito do-


méstico, inclinan a los agentes hacia unos u otros campos es-
pecíficos, que encuentran dignos de interés, de "inversión" en
un sentido prerreflexivo y corporal. Pero al mismo tiempo, la
progresiva familiarización con los envites de un campo, con su
estructura, favorece la cristalización de unos procesos psíquicos
determinados e inhibe otros. El campo impone al deseo una
inversión específica, una Musió determinada en cada caso por la
estructura del espacio de posibles. En términos más asequibles
puede decirse que "el hábito", es decir, las propiedades promo-
vidas por el campo en un estado concreto de su devenir, es lo
que "hace al monje", es lo que constituye al agente como porta-
dor de un habitus adaptado a ese universo, capaz de anticipar
prácticamente sus lances.
A partir de lo visto hasta ahora se puede afirmar que el campo
es por tanto un espacio de fuerzas donde los agentes intervienen
dotados de un desigual capital específico, pero también se trata
de un ámbito de luchas donde los agentes pugnan para intentar
conservar o cambiar los precios, esto es, lo que vale como capi-
tal específico, lo que funciona como principio de jerarquización.
En términos del propio Bourdieu, el campo es un juego peculiar,
"donde las propias reglas del juego están, ellas mismas, puestas
en juego" (USS, 22). Por esto mismo las fronteras del campo no
están nunca perfectamente delimitadas; ellas mismas son un
envite de las luchas, en una liza donde los dominantes intentan
definir lo que hacen los dominados como no perteneciente al
campo ("eso no es poesía", "eso no esfilosofíasino sociología",
etc.).
Esta dinámica de subversión y de conservación muestra otra
de las propiedades generales de los campos. No se trata de rea-
lidades eternas como las "ideas platónicas" sino de construc-
ciones históricas perfectamente datables. El campo no es nunca
desligable de sus condiciones históricas de aparición y fun-

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cionamiento. Por eso las proposiciones que describen un estado


concreto de un campo no se pueden entender como verdades de
esencia, y las definiciones esenciales ("la filosofía consiste
en...", "la verdad del arte es...") deben ser reinsertadas como
piezas estratégicas en las luchas que atraviesan a esos micro-
cosmos sociales. Por la misma razón, hay que evitar el delito de
leso anacronismo consistente en proyectar hacia el pasado la
existencia de campos de reciente emergencia histórica, como
cuando se habla de la economía o del arte en el siglo XII, como si
conformaran esferas de la práctica claramente separadas.
Durkheim, en relación con los procesos de división creciente
del trabajo en las sociedades industriales, y Weber al afrontar el
problema de la autonomización de las esferas culturales de valor
ligada al proceso de modernización y desencantamiento de las
imágenes mítico-religiosas del mundo, ya habían sugerido la
facticidad histórica de los campos. Bourdieu recoge estas anti-
cipaciones pero las integra en una teoría de la práctica que evita
tanto el subjetivismo weberiano -con el modelo de la acción
racional con arreglo a fines- como el objetivismo durkheimiano
-donde la acción individual queda subsumida funcionalmente
por los requerimientos de la "conciencia colectiva". A medida
que las sociedades se vuelven más diferenciadas se desarrollan
en ellas esos mundos diversificados que son los campos.
Esta marcha diferenciadora es un proceso de paulatina au-
tonomización por el que los distintos campos de producción cul-
tural se van especificando a medida que se desgajan de la tutela
ejercida por el poder económico, político y religioso. En la his-
toria occidental, el primer campo que comenzó a conquistar au-
tonomía en relación con los poderes externos fue el de la filoso-
fía que, con los presocráticos, inicia su escisión de las imágenes
míticas y de las formas de vida sacerdotales. Las ciencias
naturales emprenden esta vía de especificación a partir del Rena-
cimiento, rompiendo con los requerimientos de las Universi-

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CAPITAL Y ESPECIES DE CAPITAL

"De donde se colige que una ciencia general de la praxis económica


debe ser capaz de abarcar todas aquellas prácticas que, pese a revestir
objetivamente carácter económico, no son reconocidas ni reconocibles
como tales en la vida social. Sólo pueden llevarse a cabo por mor de
un relevante esfuerzo de simulación o, más precisamente, de eufe-
mización. Una ciencia económica general de las prácticas debe
procurar incluir el capital y el beneficio en todas sus manifestaciones,
así como determinar las leyes por las que los diferentes tipos de capital
(o de poder, que para el caso es lo mismo) se transforman unos en
otros.
El capital puede presentarse de tres maneras fundamentales. La
forma concreta en que se manifestará dependerá de cuál sea el campo
de aplicación correspondiente, así como de la mayor o menor cuantía
de los costes de transformación, que constituyen una condición previa
para su aparición efectiva. Así, el capital económico es directa o
inmediatamente convertible en dinero, y resulta especialmente
indicado para la institucionalización en forma de derechos de
propiedad; el capital cultural puede convertirse bajo ciertas con-
diciones en capital económico, y resulta apropiado para la ins-
titucionalización, sobre todo, en forma de títulos académicos: el ca-
pital social, que es un capital de obligaciones y 'relaciones' sociales,
resulta igualmente convertible, bajo ciertas condiciones, en capital
económico, y puede ser institucionalizado en forma de títulos nobi-
liarios. El capital simbólico, es decir, capital -en la forma que sea- en
la medida en que es representado, esto es, simbólicamente aprehen-
dido, en una relación de conocimiento o, para ser más exactos, de re-
conocimiento y desconocimiento (misrecognition), presupone la
intervención del habitus, entendido éste como una capacidad cognitiva
socialmente constituida.

(...)

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(-)
El capital cultural puede existir en tres formas o estados: en estado
interiorizado o incorporado, esto es, en forma de disposiciones
duraderas del organismo; en estado objetivado, en forma de bienes
culturales, cuadros, libros, diccionarios, instrumentos o máquinas, que
son resultado y muestra de disputas intelectuales, de teorías y de sus
críticas; y finalmente, en estado institucionalizado, una forma de
objetivación que debe considerarse aparte porque, como veremos en el
caso de los títulos académicos, confiere propiedades enteramente
originales al capital cultural que debe garantizar". (PDC, pp. 134-136)

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dades que habían surgido bajo la tutela de la Iglesia medieval.


Por otro lado, sólo se puede empezar a hablar de un campo inte-
lectual autónomo cuando, lentamente a partir del siglo XVIII, él
trabajo de escritor comienza a emanciparse del patronazgo:
ejercido por las Iglesias, por los monarcas o por los aristócratas
que ejercen de protectores y se va configurando un público de
lectores más o menos vasto -que le permite al autor vivir de la
venta de sus obras- y unas sociedades de pensamiento que no
están al servicio del poder político o eclesiástico.
Aunque el grado de autonomía alcanzado vana extraordina-
riamente de un campo a otro y dentro de un mismo campo se
pueden reconocer diferencias en el grado de dependencia de los
agentes -tanto mayor cuanto más reducido sea el volumen de
capital específico que se detente- esa autonomía nunca es abso-
luta. Es un error por tanto creer en la disyuntiva metodológica
que obliga a elegir entre una vía externalista que considera los
campos (religioso, literario, artístico, científico, jurídico, filosó-
fico, etc..) como expresión de la historia económico-social, y
una vía internalista que estudia sus constancias y transforma-
ciones como si derivasen exclusivamente de su normatividad in-
terna.
Bourdieu caracteriza los campos como filtros, como "pris-
mas" que refractan, según su estructura propia, tanto los acon-
tecimientos de la historia política y social como lo relacionado
con la posición del agente en el espacio de las clases y de las
fracciones de clase. El coeficiente de refracción del campo será
tanto mayor cuanto más elevado sea su grado de autonomía
respecto a las potencias externas. Será máximo en los campos
cuyo umbral de exigencia -exigencia de poseer capital espe-
cífico- sea también más elevada, aquéllos en los que, como su-
cede en las matemáticas, los productos son evaluados exclu-
sivamente por los propios pares, eso es, por los productores, a
partir de criterios diferenciados en el curso de una larga historia

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de luchas (consistencia lógica, completud semántica, coherencia


externa, adecuación y economía formales, poder heurístico,
etc.).
Esta refracción fijada por la configuración de ese prisma que
es el campo consiste en una verdadera alquimia que transforma
lo exterior en interior, como cuando la realidad física de la velo-
cidad es transformada por el lenguaje de las matemáticas en una
derivada.
Los campos poseen por tanto una autonomía relativa respecto
a la historia social. Los acontecimientos políticos, técnicos,
económicos, la pertenencia de los agentes a una u otra clase so-
cial, sólo pueden tener efectos sobre el campo si se someten a una
transfiguración que los retraduce al lenguaje, a los debates, a las
posiciones que estructuran el campo. Un buen ejemplo suminis-
trado por Bourdieu es el de lafilosofíaheideggeriana, expuesto
en L'Ontologie Politique de Martin Heidegger (1988).
La República de Weimar supuso por primera vez en la historia
alemana, la entronización de las masas en la vida política. Este
evento tuvo lugar en el contexto de una pujante cultura urbana
-con Berlín como escenario principal- marcada por la multi-
plicación de los estilos de vida y tematizada por la poesía, el ci-
ne y la pintura expresionistas. A estas circunstancias hay que
añadir una conciencia cada vez más plena de la importancia del
desarrollo científico y tecnológico en el trastocamiento de los
valores y de las formas de vida tradicionales.
Esta situación se tradujo en la doble crisis, política y univer-
sitaria, que caracterizó a la cultura de Weimar. En la esfera polí-
tica surgió un nuevo discurso conservador, de signo Volkisch y
cuyas expresiones más elevadas fueron las obras de Jiinger y de
Spengler, que enfatizaba el desarraigo y la artificialidad de la vi-
da urbana, los peligros de la despersonalización y la estandariza-
ción de la existencia en la era de la técnica y de la democracia
de masas. Al mismo tiempo, anhelaba el regreso a las raíces, a la

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tierra natal, exaltaba la autenticidad de la vida campesina de la


Naturaleza en contraste con la exasperación moral de las gran-
des ciudades, evocaba el heroísmo de las trincheras frente a la
mediocridad y al materialismo burgueses.
Por otro lado, en la esfera académica, la época de Weimar
coincidió con un acrecentado declive -iniciado afinesdel siglo
XIX- en la influencia política y cultural ejercida por los pro-
fesores de Universidad, en particular los que enseñaban Letras y
Humanidades. La frustración de éstos decidió en muchos casos
su afinidad con el nuevo discurso conservador. Más aún en el
caso de aquellos profesores oriundos de la pequeña burguesía
que veían rotas las aspiraciones sociales suscitadas por una
carrera escolar exitosa.
Pero lafilosofíade Heidegger no puede ser derivada sin más
de todo este cúmulo de circunstancias. Éste fue el error de
Adorno, que intentó describir la meditación heideggeriatia como
un reflejo de los intereses de su fracción de clase. La crisis
política y universitaria, la propia procedencia social del pensa-
dor sólo pudieron encarnarse en sufilosofíaa costa de un in-
menso trabajo para transfigurar los temas políticos e ideológicos
en motivosfilosóficos,esto es, en formas ajustadas a la estructu-
ra específica y relativamente autónoma del campofilosóficodel
momento.
Heidegger puso en pie una analítica del Dasein que distaba
tanto del idealismo trascendental -presente en Husserl y en las
corrientes neokantianas- como de los reduccionismos histori-
cistas y materialistas. Apelaba a una restauración de lo origi-
nario más allá de la alternativa entre el racionalismo epistemo-
céntrico de la epistemología y del neokantismo y el relativismo
historicista o psicologista. Se trataba de preservar lo trascen-
dental comofinitud,evitando al mismo tiempo su disolución en
la historia empírica o su hipóstasis en la teoría del conocimien-
to. Se ponía en marcha, simultáneamente, una fi1 sofía revolu-

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cionaria que subvertía el dominio académico de los neokan-


tianos, y conservadora, pues invocaba una vuelta a la auten-
ticidad primigenia de la tradición (presocráticos, relectura de
Kant en clave antiilustrada, etc.). Implicaba a la vez una posi-
ción populista, opuesta al intelectualismo cosmopolita y liberal
de un Cassirer, y aristocrática, con tono solemne y cuasiwag-
neriano, enemiga del objetivismo y de la reducción al número,
tan queridos por el positivismo y el sociologismo marxista.
Si Heidegger^empeñando el volumen de su capital específico
en el campo, pudo transformar en problemas filosóficos los
problemas que otros, como Spengler o Jünger, habían planteado
en términos políticos, fue porque los microcosmos implicados
(político, universitario, filosófico) estaban estructurados en
escisiones análogas.
El nuevo discurso conservador pretendía trascender la escisión
entre el marxismo y el liberalismo burgués, que vertebraba el
campo político; en el plano universitario, su crítica al cientifis-
mo y al imperio de la máquina traducía el intento de rebasar el
conflicto -expresado intelectualmente en la querella metodoló-
gica entre explicación y comprensión- entre unas Letras en
declive y unas Ciencias Naturales y Sociales prestigiadas por el
rendimiento técnico de sus hallazgos y cada vez más deshuma-
nizadas, asentadas exclusivamente en procedimientos empíricos
de investigación. La división del campofilosóficoentre un polo
dominante representado por el neokantismo y un polo dominado
ocupado por el positivismo y el marxismo era homologa a las
dos anteriores; por eso permitía realizar conversiones temáticas
de un campo a otro mediante un trabajo de puesta en forma que
parecía tanto más legitimado cuanto mayor era el capital filo-
sófico empeñado en el mismo.
Los campos poseen, por lo tanto, una historicidad y un ritmo
específicos, irreductibles a la temporalidad de las estructuras
económicas y sociales. Por otro lado, el régimen de transforma-

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Martin Heidegger

ciones es asincrónico; un campo puede experimentar una mu-


tación revolucionaria sin que los demás campos de producción
cultural se vean alterados al mismo tiempo. Bourdieu llega in-
cluso a sugerir (LL, 37) el modo en que podría articularse la
temporalidad de los campos con las diversas cadencias que ca-
racterizan a la historia social.
El ritmo de los campos se emplaza en un "middle ground"
entre la "larga duración" conceptualizada por Fernand Braudel,
propia de las estructuras económicas y demográficas (transfor-
mación de las relaciones de producción, de los modos de ocupa-

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ción del suelo, persistencia plurisecular de las técnicas agrícolas,


lenta transición del antiguo al moderno régimen demográfico,
etc..) y el tiempo corto, explosivo, característico de los episo-
dios (descubrimientos científicos y técnicos, pánicos bursátiles,
tratados, batallas, seísmos, etc.).
La historia de los campos está periódicamente sacudida por
revoluciones, por cambios que, sin desmantelar la existencia del
campo afectado, trastocan sus reglas de juego, esto es, su jerar-
quía y toda su configuración. ¿En qué consisten estas revo-
luciones parciales que dislocan el campo sin poner en entredicho
su existencia? Sin duda tales acontecimientos son posibles
porque los campos consisten en ámbitos de lucha, de disenso.
Estos mundos sociales, como subraya Bourdieu, se parecen poco
a los "aparatos de Estado" descritos por Althusser, a las "institu-
ciones totales" exploradas por Erwin Goffman o a los "sistemas
sociales" descritos por Niklas Luhmann.
Se puede considerar que las organizaciones (empresas,
sistema escolar, Iglesia, Estado, partidos políticos, sindicatos,
etc.), del mismo modo que las distintas esferas de producción
cultural (filosofía, literatura, ciencia, arte, derecho, etc.), funcio-
nan como campos. Se trata siempre de espacios donde los distin-
tos agentes pugnan entre sí, donde se pueden definir posiciones
dominadas y dominantes. No son bloques compactos y unitarios
-como los "aparatos" y las "instituciones totales"- aunque en
determinadas circunstancias históricas la desproporción entre los
que dominan y los que resisten puede ser tal que el funcio-
namiento del campo se parezca mucho al de un aparato. Por otra
parte, tampoco consisten en organismos o en sistemas funcio-
nales. Ciertamente los campos poseen grados variables de auto-
nomía, lo que los dota de una inercia, de una autorreferencialidad
o retroalimentación parecida a la de los sistemas. Sin embargo su
desarrollo no es el resultado de un movimiento interno de
adaptación a los cambios del entorno, sino el producto de luchas

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que enfrentan a los agentes entre sí; es un paisaje de batalla


donde se despliegan movimientos de conservación y estrategias
de subversión.
¿Cuándo llegan a triunfar estas últimas? Lo característico de
una revolución, como las "revoluciones simbólicas" que afectan
a los campos de producción cultural, es que determinados
agentes, portadores de determinados habitus, se apoyan en el
espacio de posibles delimitado por el campo y, en sincronía con
acontecimientos externos al campo, introducen una combinación
insólita, una diferencia que logra triunfar, que logra imponer sus
estrategias de subversión y cambiar los precios, esto es, lo que
cuenta como capital específico en el interior del campo. Así es
como Heidegger fue capaz de alterar el campofilosóficoalemán
en la era de Weimar; activando una combinación insólita de po-
sibles que estaban en el campo: el pensamiento trascendental de
la fenomenología y el neokantismo y la vindicación de la fac-
ticidad propia del historicismo y de lasfilosofíasde la vida. Pero
para que esta "revolución conservadora" enfilosofíafuera po-
sible, tuvo que coincidir -en ese encuentro de series indepen-
dientes que caracteriza al acontecimiento- con una crisis política
y universitaria exterior al campo.
Mutatis mutandis, el triunfo, en el campo de la alta costura
francesa de la década de los sesenta, de Courréges y de sus ves-
tidos sueltos y abiertos, hechos para mostrar las desnudeces cor-
porales, en contraste con la rigidez de los trajes sastre de Bal-
main, sólo fue posible porque coincidió con la emergencia de
una Nueva Burguesía de maneras más suaves y antiautoritarias,
valedora de un ethos hedonista y deportivo.
Este último ejemplo muestra también un rasgo común a la
dinámica de la oferta y de la demanda en el ámbito de los cam-
pos. Las luchas emprendidas respectivamente en el campo de la
producción y del consumo son combates por establecer la úl-
tima diferencia legítima; obedecen a una dialéctica de la preten-

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sión y de la distinción. Cuando el poder distintivo asociado a un


bien -en el mundo de lafilosofía,de la alta costura, de la litera-
tura, de la música, e t c . - se divulga y rutiniza (v.g. cuando las
criadas visten las minifaldas diseñadas por Courréges o los
dependientes de comercio escuchan el Adagio de Albinoni) es
que ha llegado la hora de su declive, de su rutinización; los pro-
ductores más avezados compiten entonces por engendrar nuevas
diferencias; los consumidores de las fracciones dominantes
buscan bienes insólitos, hasta que el proceso vuelve a repetirse.
Pero esta coincidencia, que no excluye posibles décalages, en-
tre la oferta y la demanda no es el resultado de un afán de-
liberado de distinción por parte de los consumidores ni de un
ajuste consciente y calculado a las solicitudes de los clientes por
parte de los productores. Es el habitus de clase como "sentido
práctico", como sentido de orientación social completamente
prerreflexivo lo que pone en liza estrategias de distinción en una
situación determinada, anticipando de manera práctica donde se
emplazarán los bienes más legítimos (las elecciones más "chic")
o los más ajustados a la propia posición de clase ("eso no es pa-
ra nosotros").
Lo que sucede es que el campo de la oferta y el de la demanda
están estructurados a partir de divisiones homologas. El drama
sentimental francés definesdel siglo XIX no estaba escrito con
la intención de halagar a un público burgués; pero las oposicio-
nes que daban cuerpo al campo literario (arte social vs. arte bur-
gués vs. arte por el arte) eran homologas a las que escandían el
espacio social (clases populares/clases dominantes, y dentro de
éstas burguesía económica/burguesía intelectual y artística). El
autor del drama sentimental no perseguía el aplauso de ban-
queros e industriales; competía, en el campo literario y empe-
ñando para ello su propio habitus, con los autores de relatos de
contenido social o con novelistas y poetas que realizaban ex-
perimentos formales, y engendraba productos que venían a coin-

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cidir con las diferencias buscadas por cierta fracción de la clase


dominante.
Como ya se indicó, Bourdieu comenzó a aplicar sistemá-
ticamente la noción de "campo" durante la década de los setenta
y en relación con un vasto programa de investigaciones sobre
sociología de la cultura. Muchos de estos trabajos recibieron
forma de libro en el curso de los años ochenta y noventa: Ce que
Poder Veut Diré: L'Économie des Échanges Linguistiques (1982)
(sobre el campo lingüístico); L'Ontologie Politique de Martin
Heidegger (1988) (sobre el campofilosófico);Les Regles de l'Art
(1992) (sobre el campo literario); Sur la Televisión (1996) (so-
bre el campo periodístico) y Les Usages SociauX de la Science
(1997) (sobre el campo científico). Otras exploraciones -sobre
los campos religioso, artístico, intelectual, de la alta costura,
deportivo, musical- permanecieron en forma de artículos, de
enüeMistas o úe coTifetentias programáticas, y eí TTíüchos casos
fueron recogidas en diversas compilaciones entre las que
destacan Questions de Sociologie (1984), ChoseS Dites (1987) y
Raisons Pratiques (1994).
Por otro lado, a partir de la década de los ochenta, Bourdieu
comenzó a aventurarse en el examen de aquellos campos de
producción cultural más directamente vinculados con la génesis
y el funcionamiento del Estado. Comenzaron así a ver la luz
distintos estudios sobre los campos jurídico, político, burocrá-
tico o administrativo, educativo -sobre las instituciones de en-
señanza superior como formadoras de una verdadera "Nobleza
de Estado"- y económico. No hay que olvidar que ha sido en el
curso de las dos últimas décadas, comenzando por las revo-
luciones conservadoras de Reagan y de Thatcher- cuando ha
surgido un orden político neoliberal de pretensiones planetarias,
una de cuyas premisas es el aligeramiento del Estado y la
reducción de sus competencias en todas las esferas posibles de
la vida social, haciendo valer en su lugar la lógica del mercado.

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CAMPO

"Los campos se presentan a la aprehensión sincrónica como espacios


estructurados de posiciones (o de puestos) cuyas propiedades dependen
de su posición en estos espacios, y que pueden ser analizadas inde-
pendientemente de las características de sus ocupantes (que en parte es-
tán determinadas por las posiciones). Hay leyes generales de los cam-
pos: campos tan diferentes como el campo de la política, el campo de la
filosofía, el campo de la religión tienen leyes de funcionamiento in-
variables (es lo que hace que el proyecto de una teoría general no sea
insensato y que, desde ese momento, se pueda utilizar lo que se aprende
sobre el funcionamiento de cada campo particular para interrogar o
interpretar otros campos, superando así la antinomia mortal entre la
monografía ideográfica y la teoría formal y vacía). Cada vez que se es-
tudia un campo nuevo -ya sea el campo de la filología en el siglo XIX,
de la moda hoy o de la religión en la Edad Media- se descubren propie-
dades específicas, propias de un campo particular, al tiempo que se hace
progresar el conocimiento de los mecanismos universales de los cam-
pos que se especifican en función de variables secundarias. Por ejem-
plo, las variables nacionales hacen que mecanismos genéricos como la
lucha entre los pretendientes y los dominantes tomen formas diferentes.
Pero sabemos que en todo campo encontraremos una lucha cuyas
formas específicas hay que investigar en cada caso, entre el nuevo
ingresado, que trata de hacer saltar los cerrojos de la cuota de ingreso, y
el dominante, que trata de defender el monopolio y de excluir la com-
petencia.
Un campo, así sea el campo científico, se define entre otras cosas
definiendo objetos en juego [enjeux] e intereses específicos que son
irreductibles a los objetos en juego [enjeux] y a los intereses propios de
otros campos (no se puede hacer correr a un filósofo tras los objetos en
juego [enjeux] de los geógrafos), y que no son percibidos por nadie que
no haya sido construido para entrar en el campo (cada categoría de
intereses implica la indiferencia a otros intereses, a otras inversiones,
abocados así a ser percibidos como absurdos, insensatos, o sublimes,
desinteresados). Para que un campo funcione es preciso que haya
objetos en juego [enjeux] y personas dispuestas a jugar el juego,
dotadas con los habitus que implican el conocimiento y el reconoci-
miento de las leyes inmanentes del juego, de los objetos en juego
[enjeux], etc. (QS, pp. 112-113)

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La incursión de Bourdieu en este terreno se puede entender


como una respuesta ante este nuevo desafío que también se ha
dejado notar en el marco político francés.
Se puede entonces trazar, en el itinerario intelectual del soció-
logo, una pendiente sinfisurasque va desde las investigaciones
sobre el sistema escolar hasta los trabajos sobre el Estado, pa-
sando por los análisis sobre la producción y el consumo de
bienes culturales. No obstante, no hay que representarse este
trayecto como si fuera rectilíneo; se trata más bien de un mo-
vimiento en espiral, donde las indagaciones más antiguas -sobre
el honor y los intercambios en la vida campesina, sobre los estu-
diantes y el sistema de enseñanza- son retomadas y reconsi-
deradas a la luz de los problemas más recientes -sobre el papel
del Estado en el mercado hipotecario o sobre la dominación
masculina.
Como la cuestión del poder y por tanto del Estado -como aspi-
ración al monopolio de la violencia física y simbólica legítimas-
serán afrontadas en el próximo capítulo, se ilustrará el rendi-
miento empírico del concepto de "campo" recurriendo al que tal
vez sea el estudio más relevante de Pierre Bourdieu sobre un ám-
bito de producción cultural: el análisis del campo literario pro-
puesto en Les Regles de l'Art.
En esta obra se pretenden analizar las condiciones sociales de
posibilidad de la literatura, de su engendramiento como campo
de producción intelectual autónomo. Un campo regido por sus
propias reglas artísticas y no sometido a criterios morales o
cognitivos externos a él. Este acaecimiento tiene lugar con la
aparición del "arte por el arte" a través de la revolución que en
literatura representó la obra, sobre todo, de Flaubert y de Bau-
delaire. Toda la primera parte del libro, dividida a su vez en tres
capítulos ("Tres Estados del Campo") dan cuenta de este
proceso histórico.
En vez de entender esta revolución como actos del genio,

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Bourdieu analiza su génesis social; delimita qué potencialidades,


en el campo social de la escritura literaria, llegaron a ser actua-
lizadas por Flaubert y Baudelaire. Esto exige situar sus empresas
en el campo de las tendencias objetivas que estructuraban el
campo literario en la Francia del Segundo Imperio. Se trata del
primer estadio, que puede por ello considerarse como "heroico",
en la constitución autónoma del campo literario francés. Éste
estaba vertebrado a partir de una triple división: una literatura
-especialmente boyante en el género teatral- destinada a un
público burgués, de tonalidad sentimental y moralizante; una
modalidad de relato social realista, de acento crítico y com-
prometido políticamente y una tendencia -especialmente fuerte
en poesía- dedicada a la experimentación formal sobre motivos
más o menos elevados, que ponía entre paréntesis toda im-
plicación extraliteraria. El hallazgo de Flaubert y de Baudelaire
fue el establecer una combinación inédita, sentando las bases de
una doble pertenencia: se trataba de hacer una literatura que
fuera a la vez antiburguesa (vanguardia ética) y antisocial
(vanguardia estética). Esto llevaba a transgredir las barreras
clásicas que asociaban el gran estilo y la exquisitez formal con
los temas más dignos y la despreocupación formal con los
motivos sociales, más innobles. Baudelaire y Flaubert someten
los asuntos y personajes más infames a una elaboración formal
fría y meticulosa, rigurosamente estética. Ambos rompen
también con la escisión tradicional entre forma y contenido. No
se los puede considerar ni realistas ni formalistas, puesto que la
experimentación formal intensamente cultivada no es en este
caso unfin,sino un medio para engendrar efectos de realidad, de
una realidad exacerbadamente sensible.
Aunque el asunto de Bourdieu es la literatura, su análisis no
deja de sugerir pistas de investigación conexas; por eso señala
que, en el campo pictórico, el equivalente de Baudelaire y de
Flaubert lo representa Manet. Pero la revolución simbólica en-

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carnada por estos agentes sólo se entiende si se concibe como


una refracción, efectuada según la lógica autónoma del campo
literario, de circunstancias inherentes a la historia social. La do-
ble pertenencia, la ambigüedad de ambos autores en el terreno
artístico traduce una ambivalencia en el espacio social. Flaubert
y Baudelaire se distancian a la vez del artista social, del bohe-
mio socialista comprometido (al que consideran vulgar y grose-
ro) y del escritor al servicio de la aristocracia y de la alta bur-
guesía (ambos se consideran antiburgueses). Por eso consideran
imprescindible contar con recursos económicos independientes,
de origen familiar, que les permitan sobrevivir y mantener ese
paíhos de la distancia respecto al espacio social.
Lo típico de estos escritores es, en efecto, su distanciamiento
objetivo, cuasicientífico, respecto a las pasiones del mundo so-
cial. Desde esta perspectiva, Bourdieu, a lo largo del Prólogo de
su libro, realiza una verdadera disección de la Éducation Senti-
mentale; ve en ella un verdadero análisis sociológico -expresado
en forma literaria- de la escena social característica del Segundo
Imperio. Lo que hace Flaubert en esta novela es, valiéndose de un
meticuloso trabajo formal sobre el lenguaje, proyectar de modo
no deliberado las propias estructuras sociales en las que se in-
serta el escritor.
Frente a las posibles acusaciones de reduccionismo y de so-
ciologismo, Bourdieu defiende su análisis sociológico del
campo literario. Esta perspectiva, no sólo no elimina lo que hay
de singularidad creativa en la labor artística, sino que es el
único modo de captar la novedad introducida por una obra -en
este caso las de Flaubert y Baudelaire. Se trata de calibrar su
rango de acontecimiento inscribiéndola diferericialmente en el
conjunto de estructuras objetivas, a la vez artísticas y sociales,
que delimitaban la actividad literaria en una época determinada.
La revolución de Flaubert y de Baudelaire sólo puede explicarse
reconstruyendo su génesis social; la ambivalencia artística que,

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en ambos, hace posible esa ruptura generadora del campo li-


terario como campo autónomo ("el arte por el arte") sólo es
comprensible remitiéndola a la ambivalencia de sus habitus, de
sus disposiciones socialmente adquiridas.
Flaubert y Baudelaire introdujeron una fisura, pero la plena
autonomización del campo literario no se culmina hasta finales
del siglo XIX. Por eso, después de examinar el tiempo heroico
de la ruptura -en torno a 1860-1870- Bourdieu pasa a construir
un modelo para dar cuenta del estado del campo literario en la dé-
cada de 1880. Esta tarea abarca todo el segundo capítulo de la
primera parte. Analiza el trastocamiento de las jerarquías entre
los géneros, el modo en que la adquisición de autonomía se im-
pone en éstos con diversa celeridad; la importancia del teatro de
comedia ligera, de factura claramente burguesa; los trastoca-
mientos sufridos por la novela social en las "novelas experimen-
tales" de Zola; la persistencia de la revolución baudeleriana en
el simbolismo y en su pugna con los parnasianos y con los natu-
ralistas. Se ponen en relación las revoluciones y luchas internas
del campo con las luchas externas. Por ejemplo, se relaciona el
éxito de la revolución naturalista de Zola y de sus amigos con la
ampliación del cupo de entrada en la profesión literaria gracias a
la expansión del periodismo y a la posibilidad abierta a los
escritores de encontrar en este ámbito una fuente independiente
de recursos. Se conecta el declive del naturalismo y el triunfo del
simbolismo en la década de 1880 -que implicaba el retorno a
formas artísticas autodistanciadas de la preocupación social- con
la estabilización social, el aumento del empleo, el desarrollo sin-
dical, el renacimiento espiritualista y religioso en la burguesía.
El último capítulo de esta extensa primera parte está dedicado
a mostrar los mecanismos del mercado editorial en un campo li-
terario francés ya constituido. Como en los apartados anteriores,
las homologías entre el campo literario y el pictórico -las gale-
rías ocupan aquí el lugar de las editoriales- le permiten a Bour-

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Gustare Flaubert o la emergencia histórica

dieu establecer múltiples paralelismos entre ambas esferas. In-


daga los problemas planteados por la duplicidad de lógicas y de
envejecimientos que gobiernan el mundo editorial, con una
economía destinada a la producción e investigación de inno-
vaciones y otra dirigida a la explotación del fondo y a la difu-
sión de productos, ya consagrados. Surge aquí la dualidad entre'
el ciclo de producción largo -de las obras más "legítimas" que
esperan su lenta consagración- y el ciclo de producción corto
vinculado a las obras más comerciales; la escisión entre pe-
queñas editoriales de vanguardia y grandes empresas editoras,
entre escritores maduros y asentados y autores jóvenes y pro-
metedores. Aquí se insertan también las relaciones entre la acu-
mulación de capital económico y de capital simbólico en las

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editoriales, y la conexión de éstas con esas esferas de consa-


gración que representan la crítica literaria, el periodismo y el
sistema escolar. Bourdieu diagnostica, en nuestro tiempo, el
regreso a una cierta heteronomía en el campo literario, asociada
a la creciente dependencia del escritor y del mundo editorial
respecto al periodismo.
La segunda parte del libro ("Fundamento de una Ciencia de
las Obras") deriva las consecuencias teóricas y metodológicas
del análisis empírico realizado en la primera. Muestra las bases
conceptuales de una economía general de los bienes simbólicos
y, en un completísimo estado de la cuestión, pasa revista crítica
a los distintos modos que existen -externalistas e internalistas-
de investigar las producciones culturales: análisis fenomenoló-
gico-existencial de los "proyectos creadores" (Sartre), enfoques
neokantianos (Wimsatt), estructuralistas (Genette, Foucault, for-
malistas rusos), hermenéuticos (teoría de la recepción), decons-
truccionistas (New Criticism), marxistas (Goldmann, Lukács).
Por otro lado intenta extraer y exponer en su grado más elevado
de generalidad las características comunes a todos los campos
de producción cultural.
La tercera y última parte ("Comprender el Comprender") es
una especie de socioanálisis donde se ponen al descubierto los
sesgos intelectualistas y escolásticos introducidos por una
concepción ahistórica y esencialista de la lectura. Esta perspec-
tiva, claramente encarnada por la tradición hermenéutica olvida
que la actitud de lector o de espectador de una obra artística no
es un universal metahistórico, sino un producto social datado.
La obra sólo puede ser portadora de un sentido para un lector
que ha puesto entre paréntesis todas sus funciones prácticas, de
orden religioso o político, y la contempla como un texto pura-
mente literario,filosóficoo artístico. Al proyectar umversalmen-
te este punto de vista particular e históricamente singular que es
el del lector o espectador cultos, se lo eterniza y se bloquea toda

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comprensión de la obra y de su recepción, cayendo en el ana-


cronismo y el etnocentrismo. Hay que afrontar las obras como
prácticas, como pragmaía, no como huellas por descifrar. En
vez de destemporalizar las obras, se propone efectuar una doble
historización: de las obras y de sus aplicaciones (usos, recepcio-
nes) insertándolas a ambas en los campos de fuerza y de luchas
correspondientes.
Esta historización radical de las producciones artísticas,
literarias, científicas, filosóficas, ¿significa anular su univer-
salidad?; ¿significa reducir su pretensión de validez al polvo de
las batallas y de los intereses particulares empeñados en los
campos? ¿Cómo reconciliar un historicismo radical con la
defensa de la excelencia científica, artística, como una conquista
universal de la razón? El "Post-Scriptum" añadido a Les Regles
de l'Art intenta responder a esta cuestión. El problema no es de
oideti epistemotógko, smo derartteiinormativc. La \imwrsa-
lidad de las obras y de las disposiciones más legítimas, más
valiosas (encarnadas por el artista y el científico independientes,
el intelectual crítico, etc..) engendradas en los diversos campos
de producción cultural no es un Faktum sino un Desiderátum.
¿Cómo garantizar el acceso universal a estos resultados obteni-
dos gracias a la autonomía conquistada por los diversos campos?;
¿cómo preservar esta autonomía frente a las nuevas amenazas de
servidumbre y dependencia que proceden de los poderes
económicos y políticos particulares?; el debilitamiento de la
protección estatal a la producción artística e intelectual indepen-
dientes, ¿favorece la universalidad y la autonomía o promueve la
sumisión a los intereses particulares que intervienen en el merca-
do? Bourdieu responde a estos interrogantes promoviendo un
"corporativismo de lo universal", es decir, un trabajo político
colectivo e internacional de artistas, escritores e investigadores
a favor de la autonomía de sus campos de producción y frente a
la sumisión a la lógica periodística y a las fuerzas del mercado.

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Esto requiere elevar el listón, la exigencia de capital específico y


el juicio de los pares a la hora de poder intervenir en el interior
del campo. Sólo actuando en pro de la autonomía particular de
cada campo cultural se pueden beneficiar los intereses univer-
sales de la especie evitando así su sacrificio a la lógica del cam-
po económico, a un laissezjaire que otorga todas las ventajas a
los intereses de los privilegiados.
Este último orden de cuestiones remite directamente al papel
desempeñado por el activismo político en la trayectoria inte-
lectual de Bourdieu. Pero antes de considerar este punto hay que
examinar la actitud del sociólogo ante el hecho de la dominación
y del poder; ¿qué convierte a los campos en escenarios de fuer-
za, en paisajes de batalla?

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Capítulo VI

Violencia Simbólica y Relaciones de Poder

Sin duda, la importancia del tema del poder o de la domina-


ción puede considerarse como una constante del pensamiento de
Bourdieu a lo largo de toda su trayectoria. Cuando, en los estu-
dios de etnología argelina, se analizaba el derrumbe de todo un
sistema de civilización bajo el doble golpe de un lento proceso
de "aculturación" y de una agresiva política de "deculturación"
(leyes de la tierra, reasentamientos forzosos, etc.); ¿de qué se
estaba hablando sino de los efectos de un proceso de domina-
ción colonial? ¿Cuándo se daba cuenta de la erosión de las for-
mas rurales de vida en el Midi francés analizando el tránsito de
un mercado matrimonial restringido a un mercado libre, no se
estaba hablando del desarme, mediante instrumentos mucho
más sutiles que la represión policial o el adoctrinamiento políti-
co, de esa fuerza obstinadamente resistente a la modernización,
que constituyó durante siglos el campesinado francés?
No obstante, la principal aportación de Bourdieu a una analí-
tica del poder en las sociedades modernas, su teoría de la "vio-
lencia simbólica" sólo empezaría a cobrar forma en los estudios
sobre sociología de la educación. Como el propio autor seña-
laría retrospectivamente: "los problemas más fundamentales de
lafilosofíapolítica no pueden ser verdaderamente planteados y
resueltos sino por un retorno a las observaciones triviales de la
sociología del aprendizaje y de la educación" (MP, 202).

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La noción de "violencia simbólica", como la mayoría de los


hallazgos conceptuales de Bourdieu, surgió para solventar una
dificultad empírica encontrada en la investigación -realizada
junto a Jean Claude Passeron- sobre los estudiantes y el éxito
escolar en Francia a mediados de los años sesenta. El análisis es-
tadístico revelaba con claridad que la tasa de mortalidad escolar
según las distintas clases sociales dependía principalmente del
capital cultural familiar. Es decir, la vulgata según la cual las
diferencias de rendimiento escolar traducían diferencias de
inteligencia o de mérito y aplicación, no. era simplemente falsa,
sino que mostraba su condición de "ideología carismática". Se
trataba de una representación que permitía naturalizar las desi-
gualdades sociales mostrándolas como diferencias de capacidad,
de dotes. Las clases dominantes podían entonces, recurriendo a
este encubierto "racismo de clase", disimular y legitimar sus pri-
vilegios y su propia dominación.
La dificultad estribaba en que los propios dominados, los pro-
pios padres de familia de las clases populares, incluso los menos
conformistas en la esfera política, aceptaban como válidos los
veredictos escolares y asumían la misma ideología carismática
avalada por las clases privilegiadas. En una escuela laica, obli-
gatoria y gratuita, el fracaso sólo podía proceder de una incapa-
cidad natural o de la falta de esfuerzo y aplicación. De este mo-
do, las familias de las clases más desfavorecidas asumían su
posición de desventaja como una especie de destino moral.
¿Por qué precisamente aquéllos que se ven excluidos por la
ideología carismática se adhieren a ella?; ¿cómo se puede ex-
plicar esta especie de complicidad de los dominados con su pro-
pia dominación? La respuesta a estas cuestiones se ofrece en La
Reproduction (1970). En este libro se desarrollan las bases de
una teoría general de la "violencia simbólica", aplicada al caso
particular de los sistemas de enseñanza.
En primer lugar, la violencia simbólica se distingue de la vio-

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VIOLENCIA SIMBÓLICA

"La ciencia (...) rechaza así la alternativa simplista entre la visión


'centralista' que sitúa en los 'aparatos ideológicos', investidos de un
poder soberano de coerción simbólica, el principio de todas las
conductas y de todas las representaciones alienadas, y la visión que se
puede denominar 'espontaneísta', y que, simple inversión de la
precedente, inscribe en cada uno de los dominados el principio de una
sumisión sin necesidad, a veces descrita en el lenguaje de la 'servi-
dumbre voluntaria', a las coacciones, a las invocaciones y a las seduc-
ciones del poder ('el poder viene de abajo'). Si es conveniente recor-
dar que los dominados contribuyen siempre a su propia dominación,
hay que recordar de inmediato que las disposiciones que los inclinan a
esta complicidad son también el efecto, incorporado, de la domina-
ción. Del mismo modo, hay que recordar de paso, que aquellas dispo-
siciones que hacen que, según las palabras de Marx, 'los dominantes
estén dominados pos su dominación'. La violencia simbólica es esa
forma particular de coacción que no puede ejercerse más que con la
complicidad activa -lo que no significa consciente y voluntaria- de los
que la sufren y que no están determinados sino en la medida en que se
privan de la posibilidad de una libertad fundada en la toma de con-
ciencia. Esta coacción tácitamente consentida se ejerce necesariamente
siempre que las estructuras objetivas se encuentran con las estructuras
mentales que están ajustadas a ellas. Sobre la base de la complicidad
originaria entre las estructuras cognitivas y las estructuras objetivas de
las que las primeras son el producto es como se instaura la sumisión
absoluta e inmediata que es la propia de la experiencia dóxica del
mundo natal, mundo sin sorpresas donde todo puede ser percibido
como yendo de suyo porque las tendencias inmanentes del orden
establecido vienen continuamente a anticiparse a las expectativas
espontáneamente dispuestas a anticiparlas." (NE, pp. 11-12)

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lencia física. Pero atención; esta antítesis no consiste en oponer


una especie de violencia psíquica o espiritual a una violencia
material, que actuaría sobre el organismo. Frente a este dualismo
ingenuo, Bourdieu insiste -y esto lo desarrollará en escritos
posteriores- en que la violencia simbólica también tiene como
blanco al cuerpo. Se trata de una forma de violencia porque con-
siste en una imposición, es decir, en un acto por sí mismo arbi-
trario, cuyo contenido consiste en un "arbitrario cultural", en un
modo histórica y socialmente particular de ser y de estar en el
mundo.
Lo que singulariza, no obstante, a la violencia simbólica es
que se hace aceptar y reconocer como legítima porque los domi-
nados -y los dominantes- desconocen su condición de vio-
lencia, su arbitrariedad. Las diferencias que establece, las exclu-
siones que prescribe son aceptadas como si derivaran del orden
natural de las cosas. Así, las familias modestas perciben el
fracaso escolar de sus hijos como la consecuencia de una falta
de inteligencia o de mérito, no como el efecto de una desigual-
dad de capital cultural. En esta dinámica de desconocimiento y
reconocimiento, el ejercicio de la violencia simbólica transmuta
las puras relaciones de fuerza (desigualdades sociales obje-
tivas) en relaciones de sentido, en creencias y representaciones
que hacen invisible y por tanto aceptable y legítima a la pura
fuerza.
Analizar la escuela como una institución que garantiza esta
conversión, como un ámbito que tiende a monopolizar el ejerci-
cio de la violencia simbólica imponiendo las formas legítimas
de pensar y de apreciar, es cuestionar todo el utopismo conteni-
do en la Nueva Pedagogía. Ésta entiende que la extensión de los
nuevos métodos de enseñanza, sustituyendo el autoritarismo dis-
ciplinario por el énfasis en la creatividad, en la espontaneidad y
en la no directividad, suponen el fin de la violencia en la acción
pedagógica y el establecimiento de la escuela emancipatoria.

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Pero colmar a un niño de afectos para podérselos retirar si no se


porta bien no es una técnica menos arbitraria que castigarlo fí-
sicamente o avergonzarlo ante los demás. Lo que se produce en
este caso es la sustitución de procedimientos que enfatizan la
violencia física por técnicas suaves que operan por imposición
simbólica. En el límite, la pura fuerza no se manifiesta nunca en
su total desnudez y arbitrariedad; tiende siempre, en grados más
menos variables, a trastocarse en violencia simbólica, lo que
exige un arduo trabajo para transformar el poder físico en poder
simbólico. Parafraseando al propio Bourdieu, es necesario gas-
tar mucha fuerza para hacer irreconocible a la fuerza, para legi-
timarla metamorfoseándola en sentido.
A la hora de dar forma, en La Reproduction, al concepto de
"violencia simbólica", Bourdieu recurre a una peculiar articu-
lación de las herramientas proporcionadas por Marx, Durkheim,
y Weber, de modo que entre los tres se establece una especie de
corrección recíproca. La violencia simbólica, que opera en el
plano del capital simbólico, es por ello relativamente autónoma
respecto a la violencia física ligada a la posesión de otras for-
mas de capital (político, militar, económico, etc.). Al afrontar
la cuestión de las ideologías, Marx habría tenido en cuenta este
tipo de dominación simbólica, pero su falta de atención al grado
de autonomía de la misma, le habría llevado a minimizar la efi-
cacia propia del refuerzo simbólico en las relaciones de fuerza
(explotación económica). El poder simbólico es lo que permite
que los dominados reconozcan como legítima la apropiación
económica de su fuerza de trabajo.
Las carencias de Marx pueden compensarse recurriendo a
Weber y a su insistencia en la contribución específica de las re-
presentaciones de legitimidad a la hora de estabilizar y hacer
aceptables las relaciones de poder. Pero el error de este último
consiste en comprender estas relaciones como interacciones en-
tre sujetos, sin darse cuenta de que la clave está en las posicio-

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nes respectivas ocupadas por los agentes en la estructura social,


con independencia de sus posibles contactos o influencias re-
cíprocas. Durkheim en cambio sí subraya el carácter estructural,
inscrito en la objetividad, de las coacciones sociales. Comete no
obstante la equivocación de identificar estas coacciones con nor-
mas encarnadas por una conciencia colectiva indivisa, olvidando
que el escenario social es un espacio de posiciones de clase y
que las normas se engendran en el ámbito de las luchas y de las
dominaciones de clase. De este modo se cierra el círculo teórico
que permite ceñir el concepto de "violencia simbólica", equili-
brando las deficiencias de Marx con los análisis de Weber; el
subjetivismo de este último con los hallazgos de Durkheim, y las
limitaciones de la noción de "conciencia colectiva" con el énfasis
marxiano en las diferencias de clase.
En La Reproduction se anuncian también algunos de los
rasgos de la violencia simbólica que serán desarrollados y ma-
tizados en trabajos posteriores. El trabajo pedagógico, señala
Bourdieu, conjunto de prácticas que hacen reconocer e interio-
rizar la legitimidad de la cultura dominante, tiende a funcionar
de un modo sordo y tácito, sin necesidad de remitirse a la norma
explícita, al reglamento, a la represión física y externa. Este re-
curso sólo se impone cuando el orden de las cosas deja de pare-
cer obvio, cuando las censuras y las disciplinas no funcionan de
modo automático como autocensuras y autodisciplinas. No obs-
tante, tomando como ejemplo el aprendizaje de la lengua, Bour-
dieu distingue entre dos modos de adquisición: la adquisición
escolar, más formal y sistematizada, experimentada por los
alumnos de procedencia rural o de las clases populares como
una verdadera intimidación, y la adquisición doméstica, por "fa-
miliarización insensible", que aparece en los alumnos de las cla-
ses más favorecidas como si fuera una "relación natural" con la
cultura.
En La Reproduction se sugiere también una tendencia plura-

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lista en el análisis de la dominación simbólica. Ésta no es un


proceso protagonizado por un bloque de clases dominantes con-
trapuesto a un bloque de clases dominadas. Este pluralismo que-
da garantizado al remitirse a la noción de campo. El sistema de
enseñanza, por ejemplo, funciona como un campo donde instan-
cias múltiples (Estado, Iglesia, familia, etc.), ligadas a diversas
formas de legitimidad compiten para obtener el monopolio de la
acción pedagógica legítima; esto es, luchan por la apropiación
de la violencia simbólica legítima.
Finalmente, en este libro, Bourdieu y Passeron suministran
algunas claves que permiten entender la complicidad, esto es, el
"reconocimiento" de los dominados hacia la dominación que su-
fren. Las disposiciones, es decir, los instrumentos o esquemas
mentales que les permiten a los dominados conocer la domina-
ción han sido engendrados en la propia relación de dominación.
Existe por tanto una armonía entre las estructuras sociales ob-
jetivas, en las que se emplazan los agentes, y las disposiciones
que conforman sus habitus, justamente porque las segundas han
sido producidas por la incorporación de las primeras. Los padres
de las familias más desfavorecidas aceptan la "ideología caris-
mática" de la escuela porque sus esquemas de pensamiento han
sido el producto, bajo la forma de disposiciones activas, constitu-
yentes, de las divisiones objetivas que conforman el sistema
escolar (brillante/oscuro, facilidad/esfuerzo, naturalidad/artificio-
sidad, vaguedad/rigor, precoz/retrasado, etc.).
La primera formulación conceptual de la "violencia simbó-
lica", contenida en La Reproduction va a ser profundizada pero
también matizada e incluso corregida en ulteriores trabajos, a
medida que Bourdieu y sus colaboradores -algunos de ellos
romperán con el "maestro" en años sucesivos- vayan roturando
nuevos terrenos y encontrando nuevos obstáculos empíricos por
resolver.
Esta continuada elaboración del concepto de "violencia sim-

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bólica" puede ser afrontada en tres aspectos complementarios: la


lógica del desconocimiento-reconocimiento y el problema de la
complicidad de los dominados; el proceso de incorporación y
los límites de la noción de "ideología" y, finalmente, la cuestión
de la génesis del poder simbólico y su relación con la multipli-
cidad de campos sociales existentes, en particular el Estado o
campo burocrático y el Derecho o campo jurídico.
Una de las principales virtudes de la noción de "violencia sim-
bólica" es que permite rebasar las usuales antinomias entre opre-
sión forzada y sumisión voluntaria, o más simplemente, entre
coacción y sometimiento a la hora de pensar las relaciones de
poder en nuestras sociedades. Como el resto de los instrumentos
teóricos forjados por Bourdieu, permite pasar del pensamiento
dualista o dicotómico a un pensamiento relacional, que es el que
caracteriza a todo empeño científico.
Como ya se ha indicado, el reconocimiento de los sistemas
simbólicos por parte de los dominados se debe a que las relacio-
nes de fuerza se manifiestan en aquéllos bajo la forma desco-
nocida de relaciones de sentido. Esto tiene que ver con el hecho
de que lo que está en juego en esta dinámica de desconocimiento
y reconocimiento es el capital simbólico, forma de capital cuyo
reconocimiento depende precisamente de que sea desconocida
como tal capital, apareciendo en cambio bajo el aspecto de do-
nes o gracias naturales ("honor", "prestigio", "carisma", "clase",
"reputación", "autenticidad", etc.). El poder simbólico se funda
en la capacidad de convertir las otras especies de capital en capital
simbólico.
La violencia simbólica no consiste por tanto en un sojuzga-
miento externo; no puede darse sin el reconocimiento, sin la ad-
hesión de los dominados. A diferencia de una orden dirigida a
una máquina, los imperativos simbólicos sólo son eficientes si
cuentan con la colaboración efectiva y autónoma del ejecutante,
de sus disposiciones. No son válidas en este caso las metáforas

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mecánicas de la "opresión" o de la "represión", tan en boga en


la crítica cultural de los años sesenta y setenta.
Por su parte, el reconocimiento otorgado por los dominados
no consiste en una adhesión consciente, en una "servidumbre
voluntaria" arrancada a través de la seducción o de la invitación
a participar en el ejercicio del poder. La violencia simbólica no
opera por eficacia mecánica, se dirige a agentes autónomos y
activos, dotados de habitus cuyas acciones contribuyen a la
construcción del mundo social. Sin embargo, las disposiciones
que conforman a estos habitus y por lo tanto los instrumentos
cognitivos que les permiten pensar la relación de poder son el
efecto de una incorporación de las estructuras sociales objetivas,
es decir, de las relaciones de dominación vigentes.
El hecho de que los dominados no posean otras herramientas
que las producidas por la dominación a la hora de comprender
su situación es lo que induce en ellos esa complicidad, ese re-
conocimiento práctico y no discursivo, arraigado en las oscuras
profundidades del habitus y no en las claridades emergentes de
la conciencia. Los padres de familias humildes no pueden
renunciar a la jerarquía de méritos y de dotes estipulados por la
escuela laica y obligatoria porque sus cerebros han incorporado
esas particiones inscritas en la objetividad del sistema escolar;
no pueden dejar de acatar los veredictos realizados por los
maestros u otros agentes del sistema escolar (psicólogos, peda-
gogos, etc..) porque sus disposiciones han sido previamente
montadas para reconocerlos prácticamente mediante un acto de
obediencia. Análogamente, la hijas de hogares modestos o de la
pequeña burguesía consideran evidente la obligación de hacer
la cama o la comida a sus hermanos varones porque la división
social entre lo masculino y lo femenino es en ellas una disposi-
ción previamente incorporada.
Aquí reside lo que Bourdieu designa como la "paradoja de los
dominados". Éstos están emplazados en una contradicción in-

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soluble. Pueden resistir y reivindicar de modo populista sus pro-


pias maneras de vivir y de pensar pero, siendo éstas el resultado
de una desposesión inscrita en la relación de dominación y no el
término de una libre elección, semejante actitud sólo les puede
llevar a reforzar su condición de dominados. Pueden en cambio
solicitar el derecho a lo que no tienen, renunciando a lo que la
desposesión les ha obligado a ser, pero en este caso, su actitud
implica un redoblado reconocimiento de las propiedades que los
dominantes consideran como legítimas, es decir, de la cultura y
de las formas de vida monopolizadas por los dominantes. Esta
paradoja da cuenta de esas oscilaciones y pugnas que atraviesan
con frecuencia a los movimientos sociales: feministas de la
diferencia que reivindican la experiencia de la maternidad frente
a la mujer alienada en businessman; feministas de la igualdad
que claman por el derecho a acceder a las profesiones monopo-
lizadas por los varones; asociaciones de gays y de lesbianas que
afirman una identidad y una forma de vida "diferentes" y denun-
cianja-stindicación del derecho conyugal como una estrategia de
"normalización"; organizaciones de minorías sexuales que so-
licitan el derecho al matrimonio y a sus beneficios sociales para
las parejas homosexuales.
Esta circunstancia peculiar de los dominados en la violencia
simbólica hace que, coyunturalmente, las estrategias de resis-
tencia populista puedan llegar a ser alienantes mientras que la
sumisión a la esfera simbólica de los dominantes pueda resultar
liberadora. En cualquier caso, no es posible un cambio en el or-
den establecido -eventualidad que Bourdieu, por las razones
que luego se verán está lejos de negar- si no se alteran las dis-
posiciones de los agentes. No basta por tanto con modificar el
discurso o las representaciones vigentes; es necesario que esta
mutación coincida con una transformación de las condiciones
materiales de vida, de las estructuras sociales objetivas en las
que se engendran los habitas.

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La violencia simbólica no se asienta pues en el ámbito de la


representación sino en las disposiciones incorporadas, es decir,
en el cuerpo, en las creencias entendidas como estados corpora-
les. Por eso es ilusorio apelar a una "toma de conciencia"; por
eso mismo Bourdieu va a acabar renunciando a la noción de
"ideología" -todavía presente en La Reproduction, que enfatiza
la "función ideológica" de la escuela"- para dar cuenta de la le-
gitimación implicada en los procesos de dominación simbólica.
Los movimientos del cuerpo, los automatismos del lenguaje,
los esquemas temporales; es en este nivel prerreflexivo de los
habitas, explorado por Bourdieu en obras como La Distinction
(1979), El Sentido Práctico (1980), Ce que parler veut diré
(1982) y Méditations Pascaliennes (1997), donde se enraiza el
poder simbólico. En el primero de estos escritos, por ejemplo,
Bourdieu analiza el modo en que los físicos esbeltos y broncea-
dos,, las, macetas, suaves y selajadas,, el estilo de vida saaa y el
hedonismo propio de los cuadros de la nueva burguesía y de la
nueva pequeña burguesía, han ido forjando un nuevo cuerpo le-
gítimo gradualmente difundido entre las demás clases. En Ce
que parler veut diré se describe con maestría la intimidación fí-
sica (incomodidad, balbuceo, titubeo, silencio prolongado, sonro-
jo, etc..) experimentada por los miembros de las clases populares
cuando se trasladan a un entorno oficial -tramitación burocrática,
tutoría con un profesor, proceso judicial- donde prevalece un uso
formal y distanciado del lenguaje y de las maneras de hablar.
Esta intimidación traduce un reconocimiento puramente prác-
tico, corporal de la dominación; una llamada al orden que no
requiere censuras ni correcciones explícitas sino que está tra-
mada por conminaciones silenciosas, insidiosas incorporadas
por los afectados como esquemas prácticos del habitus. Lo mis-
mo sucede con las estrategias de condescendencia puestas en li-
za por un dominante, de modo automático y prerreflexivo, cuando
cambia la entonación, el acento e incluso la posición de los órga-

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nos fonadores para situarse en el mismo plano de conversación


con un dominado. Esta negación simbólica de la diferencia
permite al dominante hacerse reconocer por parte del dominado
(éste percibe la condescendencia como una muestra de sencillez,
de falta de afectación) garantizando su adhesión y reforzando la
diferencia social (el dominante muestra que es capaz de "des-
cender", de "ponerse al nivel del otro"). En sentido inverso, las
fiestas populares y las grandes sacudidas revolucionarias se
acompañan de un exceso en las formas y en el decir que traduce
la suspensión temporal de la "buena educación", es decir, de la
adhesión simbólica de los dominados.
Las estructuras cognitivas por las que el dominante desconoce
la arbitrariedad de la violencia simbólica y reconoce su legiti-
midad no son pues formas de conciencia -"ideologías"- sino
disposiciones del cuerpo, esquemas prácticos. El marxismo y
ciertas formas de crítica cultural postmodema -que identifican la
dominación con la primacía de un discurso hegemónico- co-
meten el pecado de leso intelectualismo al confundir el principio
de la visión dominante con una representación mental ("idola",
"falsa conciencia", "metanarrativa", "imaginario") olvidando su
condición de estructuras duradera y simultáneamente inscritas
en el orden de las cosas e instituciones y en el orden de los cuer-
pos. Por eso yerran a la hora de dar cuenta de la opacidad y de la
inercia propia de las estructuras de dominación, como muestra el
caso de tantas personas radicalmente feministas en su discurso
pero que en sus prácticas y en su vida cotidiana reproducen las
formas más convencionales de la partición masculino/femenino.
El hecho de que el poder simbólico esté profundamente inscri-
to en los cuerpos de los dominados -y de los dominantes- bajo
la forma de disposiciones significa también que el proceso de fa-
bricación de éstas no obedece al modelo de la inculcación explí-
cita, del adoctrinamiento o de la programación disciplinaria. Lo
que se pone en marcha aquí es un aprendizaje por cuerpo que

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opera por familiarización insensible y que sólo en circunstan-


cias excepcionales, cuando el orden insertado en los cuerpos y
en las cosas no va ya -o todavía no va- de suyo, apela a la codi-
ficación y a la intervención calculada. La disposición del espa-
cio, las divisiones de la rutina temporal, las descripciones del
mundo (títulos, certificados, tomas de posesión, nombramientos,
ceremonias de consagración) establecidas por las instituciones
("ritos de institución") y que funcionan como enunciados per-
formativos, creando aquello de lo que hablan, se bastan y so-
bran para garantizar la eficacia del poder simbólico.
Del mismo modo que los análisis de Foucault, las indaga-
ciones de Bourdieu sobre la violencia simbólica ponen sobre el
tapete al cuerpo como blanco privilegiado del poder y como ga-
rantía del reconocimiento otorgado por los dominados. En este
punto ambos autores coinciden al poner su empeño en distan-
ciarse de una visión intelectualista que se interroga por el poder
en términos de representación, esto es, de "ideología" o de "fal-
sa conciencia". Pero el sesgo escolástico o intelectualista no ha
desaparecido por completo de la filosofía política de Foucault
cuando, al utilizar el modelo de la "gubernamentalidad" afronta
el ejercicio del poder como si se tratara de "programas", de "cál-
culos" de acción destinados a conducir la conducta de los otros.
Bourdieu en cambio subraya que, si bien la dominación simbóli-
ca puede realizarse eventualmente a través de intervenciones pla-
neadas, su lógica cotidiana consiste más bien en un proceso
tácito de construcción del cuerpo, como sucede en el modelado
de habitus masculinos o femeninos, "efecto automático y sin
agente de un orden físico y social completamente organizado se-
gún el principio de división androcéntrica" (DM 30). La violen-
cia simbólica es esa violencia muda e inerte de las cosas que, al
ser incorporada a través de un acostumbramiento casi insensible
y convertida en disposición, aparece desconocida como tal vio-
lencia.

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Frente al romanticismo de cierta crítica cultural sesentayochis-


ta, confiada en la insumisión espontánea de las masas, de los
oprimidos, los análisis apoyados en el concepto de "violencia
simbólica" muestran el modo en que los dominados colaboran
en el trabajo de su propia dominación. Pero esto no conduce a
negar, con algunos teóricos de la "servidumbre voluntaria" o del
"amor al censor", la posibilidad de transformar el orden estable-
cido.
No hay que sobrevalorar el potencial subversivo de los domi-
nados ni exagerar la cohesión de los dominantes. Sólo hay his-
toria porque existen las luchas, porque la gente se rebela, porque
se dan coincidencias entre trastocamientos en el orden de los
cerebros (cambios en los esquemas de percepción, clasificación,
apreciación) y de las cosas (cambios en las estructuras sociales
objetivas). Lo que le permite a Bourdieu escapar a la alternativa
entre el utopismo espontaneísta y el realismo resignado es una
visión netamente pluralista de las relaciones de dominación.
Ésta no es la consecuencia directa de la acción ejercida por la
clase dominante, sino el efecto indirecto de esas redes de accio-
nes cruzadas que constituyen los campos. La dominación no
emana de unos bloques cohesionados y homogéneos ("aparatos
del Estado" de Althusser, "instituciones totales" de Goffman); es
la resultante de esas constelaciones inestables y móviles, com-
plejos de fuerza y de lucha que componen los campos.
Afirmar que el ejercicio del poder está diseminado en una
multiplicidad de campos heterogéneos implica necesariamente
analizar la dominación en términos históricos. Este análisis no
aparece plenamente sistematizado y desarrollado por Bourdieu
en ninguno de sus escritos, pero pueden encontrarse retazos del
mismo en La Noblesse d'Etat: grandes icoles et esprit de corps
(1989) y en Méditations Pascaliennes (1997).
En las sociedades escasamente diferenciadas, la violencia sim-
bólica, esto es, la incorporación de los principios de división y

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de visión comunes, se realiza a través de toda la organización


espacial y temporal de la vida social; es una resultante de la so-
lidaridad mecánica del grupo. Así por ejemplo, en la sociedad
cabilia, la escisión masculino/femenino se inserta colectivamen-
te, no sólo en las particiones del mundo social -v.g. en la divi-
sión del trabajo o en la distribución del espacio de la casa- sino
en la misma estructuración del mundo natural -cielo y tierra, día
y noche, división de las estaciones agrícolas, etc.- Lo que hace
desconocida y por tanto reconocida a la violencia simbólica es
su inscripción en el conjunto de las estructuras y representacio-
nes compartidas por la comunidad, bajo la forma de un capital
simbólico indiviso.
Pero a medida que nos trasladamos a sociedades más diferen-
ciadas, se produce también una paulatina división en el trabajo
de dominación. Así, los rituales y representaciones de la domi-
nación en las sociedades de la familia indoeuropea, estudiados
por Dumézil, implicaban ya la existencia de una estructura dual
del poder, con la distinción entre la fuerza mágica y legisladora
(poderes espirituales) por una parte y la fuerza física (poderes
temporales) por otra. Se podía hablar ya de un espacio social con
un campo del poder escandido entre sacerdotes y guerreros y un
ámbito constituido por los dominados.
En esta dualidad de poderes -cuyas pugnas atraviesan toda la
historia occidental- se advierte ya, en acto, el principio funda-
dor de la violencia simbólica; para hacer reconocer la fuerza,
para producir el derecho y la legitimidad que encarnan los po-
deres simbólicos, hay que gastar mucha fuerza. Dicho de otro
modo; si el Príncipe quiere ser reconocido debe otorgar la mayor
autonomía posible a los productores simbólicos que le sirven
(letrados, juristas, artistas, etc.). Por ello, históricamente, a medi-
da que se van constituyendo campos relativamente autónomos, el
poder tiende a diferenciarse y a dispersarse. En las sociedades di-
ferenciadas el poder se ejerce a través de esos mecanismos múlti-

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pies que son los campos. Se pasa así de un dualismo de poderes


relativamente simple a una pluralidad de campos regidos por inte-
reses específicos.
De este modo, los circuitos de dominación se hacen más lar-
gos y complejos; aumentan las mediaciones simbólicas y las
exigencias de legitimación. La coacción física cede cada vez
más su lugar a las coacciones suaves e invisibles. Por eso Bour-
dieu advierte que, a la hora de preservar el orden social, la Es-
cuela y los campos de poducción cultural tienden a desempeñar
un papel cada vez mayor, mientras que las instituciones en las
que impera la coacción física, como la prisión o la policía, ven
disminuida su importancia.
El poder, en las sociedades altamente diferenciadas y com-
puestas por esa miríada de mundos sociales que son los campos
ya no es la resultante de la solidaridad mecánica del grupo, sino
el efecto de la solidaridad orgánica entre los agentes e institucio-
nes que componen los diversos campos. Debido a la autonomía
creciente de éstos, la cohesión orgánica es cada vez más comple-
ja y difícil; la legitimación cada vez se hace más costosa y la po-
sibilidad de que se produzcan crisis también aumenta. Al mismo
tiempo, la fragmentación del poder en una multiplicidad de cam-
pos culturales estructurados por intereses específicos y relati-
vamente independientes de los intereses de las fracciones más
ricas en capital económico y social hace posible que los agentes
de esos campos puedan abandonar el terreno de los dominantes
y poner su poder cognitivo del lado de los dominados. A mayor
exigencia de legitimidad más concesión de autonomía a los
distintos campos; a mayor autonomía, más posibilidades de sub-
versión.
El hecho de que la dominación no se dé de una sola pieza sino
en campos diversificados de lucha ofrece muchas bazas a los do-
minados a la hora de aprovechar estas escisiones. El mejor
ejemplo de esta dinámica lo suministra el análisis de realizado

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Pierre Bourdieu

por Bourdieu a propósito de esas dos realidades -ambiguas por


su condición misma de campos- que son el Estado (campo ad-
ministrativo o burocrático) y el Derecho.
El Estado -y Bourdieu toma como modelo el caso francés-
surge históricamente como un campo o conjunto de campos bu-
rocráticos, por la monopolización de un poder público, externo
y superior a los demás poderes privados (Señores, vecinos, Con-
cejos, villas, etc.), en manos del monarca. Se trata de un proceso
de concentración de diversas especies de capital (militar, jurí-
dico, económico, cultural, simbólico) que es históricamente pa-
ralelo a la constitución de los diversos campos y que ha condu-
cido a la emergencia de un capital específico de tipo estatal o
burocrático, que permite la actuación del Estado en los campos
más diversos. Para la formación de este capital específico ha
sido fundamental, al menos en Francia, la emergencia de una "no-
bleza de Estado", históricamente encarnada por la moderna
"nobleza de toga". Ésta ha concentrado el ejercicio de un poder
burocrático relativamente independiente respecto a los poderes

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temporales (nobleza de espada) y espirituales (clero) estableci-


dos. La nobleza de toga se constituyó a través de una inédita
combinación de principios de dominación que hasta entonces se
habían mantenido estrictamente separados: el capital cultural del
clero y el servicio público y la transmisión de la herencia asocia-
dos a la antigua nobleza.
Desde su misma constitución como campo o como constela-
ción de campos administrativos, el Estado se ha revelado como
una realidad profundamente ambigua. Por una parte su legitimi-
dad descansa en un poder relativamente independiente respecto
a los intereses particulares, capaz por tanto de ejercer un arbitra-
je respecto a los conflictos que atraviesan el espacio social. Desde
la Revolución Francesa, el Estado se hace reconocer al procla-
marse como un instrumento al servicio de los intereses universa-
les. Por otro lado, el Estado, desde su misma programación en los
escritos de los juristas de la época moderna, está conformado por
los intereses particulares de la nobleza letrada o de toga que con-
centró el ejercicio de sus poderes.
Estos intereses particulares pueden coincidir con los intereses
universales, y entonces el Estado puede funcionar como un arbi-
tro cuyas decisiones, al frenar las pretensiones de los más fuer-
tes, puede resultar favorable para los dominados, que siempre
pueden apelar a esta vocación universalista, fuente de la legiti-
midad del Estado. En este aspecto, los campos burocráticos son
una huella real de conquistas sociales obtenidas en el curso de
prolongadas luchas históricas. Pero los intereses particulares de la
nobleza de Estado pueden, en cambio, solaparse con los de los
poderes privados, asociados al capital económico o político. En
este caso el Estado se convierte en un instrumento de los domi-
nantes.
Esta condición ambigua y oscilante del Estado no puede ser
pensada desde la alternativa clásica entre liberalismo y estatalis-
mo. Los campos burocráticos que componen el Estado son un

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lugar de luchas entre agentes e instituciones que hacen valer


-porque coinciden con sus intereses- la vocación oficial y uni-
versalista del Estado, y los que pliegan sus intervenciones al re-
clamo de los intereses particulares. Fueron las actuaciones esta-
tales, como recordó Karl Polanyi en La Gran Transformación,
las que crearon los mercados nacionales unificados, paso indis-
pensable para la formación de un mercado autorregulado a esca-
la mundial. El mercado libre y cosmopolita no surge del laissez-
faire sino de una activa y agresiva política estatal. La existencia
de un campo económico autónomo, desde el mercado laboral
hasta el mercado de la vivienda -analizado por Bourdieu en Les
Structures Sociales de l'Economie (2000)- es impensable sin la
intervención continua y activa del Estado.
La oposición entre mercado y Estado es falsa; lo que existe es
una escisión, en el seno mismo de los campos burocráticos, entre
una "mano izquierda" estatal, un complejo de agentes e institu-
ciones cuyos intereses concuerdan con los intereses universales y
cuyo arbitraje protege a los dominados -protección efectiva de
los derechos laborales, educativos, sanitarios, de la vivienda- y
una "mano derecha" cuyas acciones convergen con los intereses
de los dominantes -políticas privatizadoras y de recortes presu-
puestarios, flexibilización del mercado laboral, ajustes salaria-
les, protección de la propiedad privada por la policía y el siste-
ma penal. Hoy se asiste a un verdadero proceso de involución
en la autonomización histórica del Estado, es decir, en la subor-
dinación de la mano derecha a la mano izquierda.
El lugar por excelencia del poder social y económico, -Bour-
dieu se refiere al ejemplo francés, aunque su análisis es extrapo-
lable al examen de otros casos- se emplaza hoy en una esfera
intermedia, situada entre el sector privado y el público, en una
intersección de la banca, la gran industria y el Estado: grandes
entidades financieras cada vez más concentradas, empresas se-
mipúblicas de telecomunicaciones, energía y transporte, socie-

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dades de economía mixta. Las fracciones sociales más ricas en


capital económico y social ponen cada vez más su empeño en
ocupar este espacio. Por eso movilizan estrategias que les permi-
tan monopolizar los puestos en el alto funcionariado (consejeros
de grandes empresas públicas, altos cuadros, asesores de socie-
dades mixtas, intermediarios en consorcios semipúblicos, etc.),
en particular mediante poderosas reconversiones de capital eco-
nómico en capital cultural, en esa subespecie suya que es el ca-
pital escolar. Estas estrategias que van dando forma a una nueva
élite son meticulosamente analizadas por Bourdieu en la que es
una de sus principales obras, La Noblesse d'État (1989), resul-
tado de un trabajo en equipo comenzado más de veinte años an-
tes de su publicación.
En este libro, cuya densidad y riqueza de análisis es imposible
resumir aquí, se reconstruye el campo francés de las escuelas de
enseñanza superior, donde se forma la élite funcionarial, políti-
ca, técnica e intelectual de la República, donde se produce una
verdadera "nobleza de Estado", versión actual de la antigua "no-
bleza de toga". Estos establecimientos se oponen, por su clau-
sura y exclusivismo a las Facultades; en ellos se consagra y se
modela a la gran burguesía de dirección, opuesta por sus habitus
a la pequeña burguesía de ejecución, formada preferentemente
en las Universidades. Es lo que Bourdieu designa como la dife-
rencia entre la "puerta grande" y la "puerta chica".
Este campo de centros públicos de élite está a su vez escin-
dido entre los establecimientos donde prima el capital escolar de
origen, como en la Ecole Nórmale Supérieure (ENS) de la rué
d'Ulm, tanto en Ciencias como en Letras, caracterizados por la
abundancia de hijos de profesores entre sus alumnos y aquéllos
en los que prevalece el capital económico y político, como en la
École Nationale d'Administration (ENA), la École des Hautes
Études Commerciales (HEC) o el Instituí d'Études Politiques de
París ("Sciences-Po"). En una región intermedia se ubicarían las

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escuelas superiores de estudios técnicos, como la École Poly-


technique y la École Nationale Supérieure des Mines de París.
No hay que olvidar tampoco la escisión entre establecimientos
de la provincia y de la capital, destinados a las mujeres o a los
varones. Se distingue pues un polo espiritualmente dominante y
temporalmente dominado, y un polo temporalmente dominante
y espiritualmente dominado, división homologa a la que dentro
del espacio social, en el campo del poder, separa a la fracción
económico-política y a la fracción intelectual-artística de la bur-
guesía.
En este campo se detecta una neta evolución entre mediados de
los sesenta y mediados de los ochenta. En el campo de las "gran-
des escuelas" pierde peso el polo intelectual representado por
la ENS y, en el contexto del desarrollismo auspiciado a partir
de la Quinta República, crece la importancia de instituciones co-
mo la ENA, Sciences-Po o la HEC, en torno a las cuales va a gal-
vanizarse todo el campo de los establecimientos superiores. Al
mismo tiempo prolifera toda una serie de centros privados
asociados a la enseñanza superior (escuelas de gestión, de már-
keting, de negocios, de publicidad, de peridismo) donde los hijos
de la burguesía pueden sortear sus desfallecimientos escolares
entrando a formar parte de profesiones nuevas o en auge y ha-
ciendo valer en el mercado laboral su capital social de origen.
En este contexto marcado por el declive de la ENS surge un
nuevo modelo de intelectual hecho a imagen y semejanza de los
establecimientos que ahora dominan la escena. Este personaje
no coincide ya con el pensador autónomo, crítico y compro-
metido, cuyos ejemplos vivos fueron primero Sartre y más tarde
Foucault, sino que se aproxima más al estilo de un desencanto
conservador y liberal, bien encarnado por Raymond Aron. Este
prototipo de intelectual caro a las élites emergentes, que invoca
a Tocqueville frente a Marx, no duda, si llega el caso, en recu-
rrir a argumentos izquierdistas para hacer valer las tesis más

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conservadoras, poniendo por ejemplo en relación el aumento de


la exclusión social con la obsesión "francesa" por lograr el esta-
tuto de funcionario y el "puesto para toda la vida".
Esta aristocracia de nuevo cuño, formada en las prestigiosas
escuelas públicas de negocios, de ciencias políticas o de la ad-
ministración o en los terrenos menos nobles de las escuelas pri-
vadas de gestión, ha tomado ventaja en su lucha por el poder
económico. Jóvenes pretendientes salidos de la gran burguesía
parisina -hijos de capitanes de empresa, altos funcionarios, emi-
nentes profesionales liberales- que han pasado por los centros
superiores ahora hegemónicos y cuyo habitus se opone en todo a
las formas autoritarias y poco cultivadas de la vieja patronal. Su
triunfo no es ajeno, señala Bourdieu, a un desplazamiento im-
portante en el campo del poder, en las posiciones ocupadas res-
pectivamente por el capital bancario y el industrial, llevando a
reforzar el papel de la banca en el campo económico en contras-
te con la progresiva pérdida de autonomíafinancierapor parte
de los industriales. En este contexto, los conocimientos más esti-
mados pasan a ser los relacionados con la gestión de recursos
más que los vinculados a la tecnología industrial, los que repre-
senta el director financiero y no los que ostenta el ingeniero,
otrorafiguradominante.
La nueva "nobleza de Estado" salida de estos trastocamientos
y coincidente en sus gustos y estilo de vida con la "nueva bur-
guesía" descrita en La Distinction (1979) es la que ha protago-
nizado en Francia el giro neoliberal de las políticas estatales. Así
sucedió, por ejemplo, con la política de vivienda auspiciada por
el gobierno francés desde mediados de la década de los setenta,
cuando se introdujeron las reformas que sustituyeron la subven-
ción a la construcción por la ayuda a la persona. Bourdieu anali-
za con minuciosidad este proceso en Les Structures Sociales de
l'Économie (2000), mostrando la pugna entablada, a propósito
de estas intervenciones, entre el Ministerio de Finanzas, ocupa-

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do por los jóvenes novatores salidos de las escuelas superiores


de negocios, y el Ministerio de Equipamiento, ligado a los cons-
tructores sociales y al movimiento en pro de las viviendas de
protección oficial (HLM), dominado aún por funcionarios más
veteranos, más reacios a las innovaciones y más proclives a la
inercia de la maquinaria burocrática. Aquí se pudo contemplar,
en acto, la escisión del campo burocrático y la ambigüedad es-
tructural del Estado, con una "mano derecha" dispuesta a libera-
lizar el mercado hipotecario y una "mano izquierda" tendente a
la defensa de los derechos sociales adquiridos.
El triunfo de la nueva política estuvo en el principio del aban-
dono de las barriadas por la clase media y de la aparición, en las
grandes ciudades, de verdaderos depósitos de relegación social,
periódicamente sacudidos por explosiones de violencia juvenil.
En La Misére du Monde (1993), trabajo colectivo dirigido por
Bourdieu, se intenta captar, a través de un variado registro de
entrevistas en profundidad combinado con artículos de análisis,
todo el espectro del abandono, de la pobreza y el malestar en-
gendrados por el giro neoliberal; toda la distancia que media entre
el optimismo de los cálculos macroeconómicos realizados por los
expertos de la nueva aristocracia y la miseria cotidiana. Por el
libro deambula, como en un escenario, toda una compaña de
personajes: operarios jubilados anticipadamente o despedidos
como resultado de una reestructuración laboral; jóvenes desa-
rraigados e integrados en las bandas violentas que vagan por las
barriadas periféricas; obreros resignados a vivir en los subur-
bios, antiguos militantes comunistas que ahora votan a Le Pen;
pequeños comerciantes hastiados por los continuos asaltos de
sus comercios; pequeños propietarios agrícolas de manos enca-
llecidas, sin herederos y sin futuro; muchachas condenadas a la
intermitencia de empleos precarios y sin porvenir. Por el libro
también desfilan los representantes de ese funcionariado modes-
to que oscila entre la buena voluntad y la desmoralización; des-

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motivado por el neoliberalismo de una nobleza de Estado cuyas


políticas desautorizan sus esfuerzos para paliar la miseria;
verdadera impotencia de una "ala izquierda" de la administra-
ción en horas bajas: asistentes y educadores sociales, maestros
en escuelas de suburbio, magistrados de lo social, policías de ba-
rrio, etc..
Una ambigüedad semejante a la del Estado la ofrece el terri-
torio, estrechamente vinculado a la administración, del Derecho:
el campo jurídico. Frente a la crítica de las ideologías, que tien-
de a identificar al Derecho con unafigurade la falsa conciencia,
una máscara que permite legitimar la posición de los dominan-
tes, Bourdieu, especialmente a partir del artículo publicado en
Actes de la Recherche en Sciences sociales con el título "La For-
cé du Droit" (1986), insiste en la autonomía de esta esfera. Pero
esto no le lleva a caer en el error formalista, propio del positivis-
mo jurídico, que analiza los monumentos legales como si cam-
pearan ajenos a la presión de las fuerzas y de los intereses so-
ciales.
La autonomía del Derecho es sin duda relativa; el proceso his-
tórico que dio lugar a un campo jurídico autónomo tuvo el efec-
to de proporcionar a los soberanos un nuevo tipo de poder, más
disimulado y susceptible de reconocimiento, pues se fundaba
-como ejemplifican las controversias sobre el ius gentium a
partir del siglo XVI- en una autoridad conquistada por la tradi-
ción jurídica y por sus guardianes contra el poder despótico de
los monarcas. Por otro lado, esta autonomía del campo jurídico
es necesariamente limitada en comparación con la alcanzada por
otros campos de producción cultural (arte, literatura, ciencia,
etc..) que contribuyen también al mantenimiento del orden
simbólico. No hay que olvidar que la independencia del Derecho
está en función de la independencia del Estado en relación con
los intereses particulares; es la encarnación misma del monopo-
lio de la violencia simbólica legítima detentado por el Estado;

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"El desafío Feminista a la Dominación Masculina "


Póster para la campaña sufragista de 1912. Museo de Londes.

por eso la palabra jurídica es capaz de crear y de consagrar a la


vez que nombra.
Ya se ha visto lo precario de esta autonomía estatal y cómo se
expresa en la condición ambigua del campo administrativo. Pero
la retórica jurídica de la neutralidad y de la universalidad no es
una mera superestructura ideológica; desde el momento en que
estos principios se invocan -y su carácter es constitutivo del
Derecho mismo- se abre la posibilidad de que sean instru-
mentalizados por los dominados frente a la arbitrariedad de los
dominantes, de modo que los primeros puedan contar por ello
con el apoyo de una parte de la magistratura. El Derecho es
también un campo, donde se enfrentan, por ejemplo, los proto-
colos del derecho privado, hoy revitalizados por la tradición
neoliberal, y el derecho público o laboral, forjado contra el de-
recho civil y favorable al desarrollo de burocracias protectoras

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frente a los abusos de los poderosos y al impulso de los movi-


mientos de emancipación política.
La dinámica del Estado y del Derecho muestra por tanto que
la resistencia y la revuelta de los dominados no sólo es posible,
sino que es lo que dota de facticidad histórica a los campos so-
ciales y a los procesos de violencia simbólica que los atraviesan.
Otro caso, extremadamente revelador del modo en que tienen
lugar estos procesos es el de la dominación masculina.
No ha habido que esperar a la publicación de La Domination
Masculine (1998) para encontrar a Bourdieu refiriéndose a este
asunto. Como tantas otras veces se ha podido comprobar, los li-
bros publicados por el sociólogo francés son a menudo el resul-
tado de un trabajo de investigación emprendido durante décadas.
Los malpensantes pueden acusar a Bourdieu de haberse querido
pronunciar sobre un tema en boga, pero la cuestión de la
dominación de género, el papel primordial desempeñado por la
división masculino/femenino en nuestras sociedades son asuntos
ya tratados por Bourdieu en sus estudios sobre sociología de la
educación, en incluso antes; en las indagaciones etnoso-
ciológicas emprendidas en Argelia.
Entre los cabileños, que componían una sociedad relativa-
mente indiferenciada en comparación con la sociedad francesa,
el fundamento de las particiones sociales y del poder era la divi-
sión masculino/femenino. Ésta no requiere ningún discurso jus-
tificador; se impone inmediatamente a los propios dominados
como una realidad indiscutible: en la división sexual del trabajo,
en las divisiones del espacio (la asamblea y el mercado para los
hombres, la casa para las mujeres; dentro de ésta, el hogar para
los varares y el establo para las hembras), en las segmentaciones
temporales (la jornada, las estaciones agrícolas, el ciclo de vida,
con las rupturas, como la siembra, reservadas a los hombres y las
continuidades, como la germinación, asociadas a la larga ges-
tación de las mujeres). Los mismos cuerpos, las mismas anato-

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mías están estructuradas por una diferencia que -frente a la opo-


sición habitual entre el sexo biológico y el género cultural- es el
resultado de la incorporación de estas divisiones sociales ob-
jetivas.
Bourdieu adopta el extremo caso cabilio como un experimen-
tum crucis, o mejor dicho como un tipo ideal donde pueden en-
contrarse en estado muy puro -escasamente solapados con otros
principios de diferenciación social- y sin los riesgos de sincroni-
zar grandes variaciones históricas -como sucede cuando se evoca
el caso de la Grecia antigua- la partición fundadora de la domina-
ción masculina. Por eso, al editarse La Domiflation Masculine,
compendio de sus investigaciones en este área, Bourdieu no duda
en dar este rodeo etnológico para poder comprender la persis-
tencia de la dominación masculina en sociedades donde las
mujeres ven reconocidos sus derechos políticos. En efecto; las
mismas exclusiones que asignan a las mujeres un estatuto
inferior y unas ocupaciones menos estimadas -hasta el punto de
que una profesión que se feminiza tiende a perder prestigio-
perviven entre nosotros. Y aumentan a medida que se desciende
en el espacio social, algo que Bourdieu ya había sostenido al
analizar la importancia de la virilidad en el habitus de la clase
obrera francesa; es decir, la relevancia que tomaba la exaltación
de la fuerza física entre aquéllos que sólo poseen su fuerza de
trabajo.
En el mencionado libro, la dominación masculina es afronta-
da como un proceso de violencia simbólica, de esa violencia in-
sensible e invisible para sus propias víctimas -que llegan a co-
laborar en su propia victimización- porque se ejerce a través del
desconocimiento mismo de su perfil agresivo. Pero este género
de poder no es una invariante atemporal, como ciertas teoriza-
ciones sobre el "poder patriarcal" parecen sugerir. Se trata de un
fenómeno histórico, contingente y arbitrario, que sólo ha podido
imponerse y reproducirse a través de un milenario trabajo colec-

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tivo de naturalización. En virtud de este esfuerzo, la condición


desigual de varones y mujeres se ha visto eternizada al quedar
anclada en diferencias biológicas subyacentes. De este modo la
división de los sexos se ha visto doblemente inscrita en el mun-
do social: en las cosas (Familia, Iglesia, Estado, sistemas jurídi-
cos, institución escolar) y en los cuerpos (bajo la forma de es-
quemas de percepción, clasificación, acción). La persistencia de
la dominación masculina se debe a que ésta no se emplaza
simplemente en las conciencias bajo la forma de ideologías o de
discursos; ha sido instalada en la profundidad misma de los
cuerpos (a través del porte, la vestimenta, la postura corporal, la
gestualidad, etc..) y en el orden mudo de los objetos (a través,
por ejemplo, de las polarizaciones espaciales y temporales antes
aludidas). De este modo Bourdieu toma distancia tanto respecto
al feminismo de la diferencia, que parece encofrar la división de
lo masculino y lo femenino en diferencias de esencia o de natu-
raleza como respecto a un feminismo de la igualdad que tiende a
encarar estas divisiones a partir de la escisión entre género y
sexo biológico, como si se tratase de una distinción ideológica,
separada del cuerpo y de sus fuerzas. La diferencia no es un dato
esencial sino un proceso histórico continuamente renovado; pero
no pertenece al orden de las ideas o de los prejuicios culturales;
está alojada en los cuerpos, encastrada bajo la forma de auto-
matismos somáticos, de disposiciones que son el resultado de un
sordo trabajo de familiarización insensible.
Si este orden masculino ya no se impone con la misma evi-
dencia de antaño en algunas sociedades, hay que achacarlo al
inmenso trabajo crítico del movimiento feminista y a las trans-
formaciones decisivas que han afectado al sistema escolar y a
los modelos familiares en las últimas décadas. En esta misma
pendiente, los análisis ofrecidos por el sociólogo francés pre-
tenden contribuir a desnaturalizar las estructuras androcéntricas
mostrando los mecanismos sociales que contribuyen a su perpe-

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tuación. Recurre para ello, como ya se ha indicado, al rodeo etno-


lógico por una sociedad aparentemente exótica, pero donde se
observa, en estado muy puro, nuestra propia radiografía. Esta
estrategia de extrañamiento se completa con otra, aludiendo a la
mirada que las propias mujeres dirigen hacia este orden mas-
culino. Recurre para ello a la visión feminista de Virginia Woolf
-como en el caso ya comprobado de Flaubert, se advierte que
los textos literarios, adecuadamente tratados, ofrecen represen-
taciones muy lúcidas del espacio social- expuesta en To the
Light House. Esto le permite mostrar la precariedad del orden
masculino; un orden que se impone primariamente a las domi-
nadas (las mujeres) y que tiende a confinarlas a la esfera subes-
timada de la administración del capital social y simbólico (v.g. a
través de la decoración del hogar, la organización defiestasy
celebraciones, los regalos, la gestión de bodas y noviazgos,
etc.), pero que secundariamente se impone a los dominantes
(los varones) bajo la forma de obligaciones y códigos de viri-
lidad. Las mujeres también son cómplices de la dominación que
sufren, pero distan de ser víctimas pasivas; por ello a menudo
invocan en su propia defensa las coacciones que la virilidad es-
tipula para los dominantes, recordándoles a éstos que "nobleza
obliga".
La Domination Masculine se completa con un Post-scriptum
sobre el amor -situación en la que las relaciones de dominación
parecen quedar en suspenso- y con un anexo en el que se eva-
lúan las paradojas y la extraordinaria potencialidad simbólica
del movimiento de gays y lesbianas. Para romper la continua os-
cilación entre la tentación del ghetto y la pérdida de visibilidad
que caracteriza a la lucha política emprendida por esta minoría
estigmatizada, Bourdieu propone que la fuerza simbólica y el
elevado capital cultural que caracteriza a los miembros de este
colectivo se pongan al servicio de otras contiendas sociales (pa-
rados, minorías étnicas, inmigrantes, etc.), de manera que su

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capacidad de subversión se integre en un combate de intereses


universales.
Los diagnósticos de la ciencia social sobre el funcionamiento
de la violencia simbólica en nuestras sociedades ponen al descu-
bierto lo que estaba más oculto; muestran que "el rey estaba des-
nudo" y evidencian la condición crítica y políticamente impli-
cada, sin que la crítica y la acción política sean objetivos explí-
citamente perseguidos, de la sociología de Bourdieu. Ahora
bien; ¿desde dónde habla este intelectual que pretende hacer la
luz sobre las relaciones de dominación?; ¿quién le otorga el pri-
vilegio de hacer visible lo invisible? Sólo una ciencia social ca-
paz de objetivarse a sí misma y de ponerse así en disposición de
controlar sus propios sesgos, puede pretender pronunciarse so-
bre los mecanismos soterrados que perpetúan la desigualdad.
Este trabajo ascético de autoanálisis, de "socioanálisis", como lo
designa Bourdieu, es puesto en liza por el sociólogo francés des-
de los comienzos mismos de su itinerario. Ha llegado por tanto
la hora de la reflexión.

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Capítulo VII

La Hora de la Reflexión

Como ya se indicó con anterioridad, la práctica sociológica


cobra en Bourdieu la forma de un autoanálisis; y esto desde su
mismo comienzo. Pero lo que se pone en liza no es un proceso
narcisista de intropección, sino un arduo trabajo de objetiva-
ción; la reflexión no consiste en un pliegue sobre la propia inte-
rioridad sino en el despliegue de una exterioridad, en el examen
de las condiciones sociales que actúan tácita e incontroladamen-
te determinando al propio sujeto de conocimiento.
Semejante esfuerzo está en la raíz misma de la vocación so-
ciológica de Bourdieu; ésta surgió como un intento de transfor-
mar, de sublimar las pulsiones de malestar e indignación expe-
rimentadas como "oblato" de la ENS en una práctica científica
consciente de sí misma y de sus propias determinaciones. Los
estudios sobre la sociedad argelina, imagen especular de los
tempranos trabajos sobre el Béarn natal, supusieron un primer
ejercicio indirecto de reflexión. Esta obiectivatio sui todavía está
más clara en las investigaciones sobre el sistema de enseñanza.
Aquí se dirige una mirada etnológica, no hacia las estructuras
exóticas del "pensamiento salvaje", como había realizado Lévi-
Strauss, sino, más en consonancia con Mauss y Durkheim, hacia
la escuela, el lugar donde se forjan las estructuras mentales de la
intelectualidad occidental.
Desde mediados de los años sesenta Bourdieu comienza a

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articular explícitamente esta empresa, que irá siendo rotulada de


distintas maneras a lo largo de su trayectoria: "retorno reflexi-
vo", "socioanálisis", "doble ruptura", "objetivación participante",
"reflexividad crítica". A partir de las mismas fechas se comienza
a ponderar y a practicar el análisis sociológico de la propia prác-
tica sociológica, aunque, hasta la redacción de Homo Acade-
tnicus (1984), este ejercicio de autorreflexión se identifica prin-
cipalmente con un esfuerzo epistemológico para tomar distancia
tanto de los obstáculos inducidos por la mirada ingenua (empi-
rismo de sentido común, fenomenología) como por los derivados
de la mirada teórica o intelectualista (estructuralismo) a la hora
de dar cuenta de las prácticas sociales. Textos como Le Métier de
Sociologue (1968), Esquisse d'une Théorie de la Pratique (1972)
y Le Sens Pratique (1980) son muy representativos de esta
reflexión epistemológica que pronto habría de convertirse en una
reflexión histórica o sociológica. Tal vez la exposición más
completa de este procedimiento se encuentre en Réponses. Pour
une Anthropologie Reflexive (1992), texto en el que, al hilo de
una larga entrevista realizada por Lo'fc Wacquant -investigador
norteamericano, colaborador de Bourdieu y uno de los mayores
especialistas en su obra- el sociólogo va desgranando los princi-
pales supuestos teóricos y epistemológicos de su trabajo.
No parece desatinado afrontar este autoanálisis apoyándose en
la noción foucaultiana de "tecnologías del yo", entendida como
el tipo de prácticas por las que los seres humanos tratan de go-
bernarse a sí mismos para constituirse como sujetos. ¿Cómo
puedo llegar a constituirme como sujeto de conocimiento socio-
lógico accediendo, al mismo tiempo, a la verdad acerca del mun-
do social? La reflexión en este caso puede ser entendida como una
técnica que le permite al agente apropiarse de sí mismo, acceder a
un relativo dominio de sus determinaciones sociales para poder
constituirse como sujeto de conocimiento sociológico. Esta sub-
jetividad cognoscente no está dada de antemano; del mismo mo-

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do que el objeto, es resultado de una construcción. El socio-


análisis practicado por Bourdieu puede entonces ser conside-
rado como una peculiar forma de actualizar el imperativo so-
crático: epimeleia heautou, "ocúpate de ti mismo". El modelado
de sí, en este caso, implica también un trabajo y una vigilancia
sobre las propias pulsiones, pero no adopta la forma de una
"hermenéutica de la interioridad", sino de la proyección en una
exterioridad; como señala el propio Bourdieu a propósito de la
tarea emprendida en Homo Academicus: "la verdad más pro-
funda sobre nosotros está inscrita en la objetividad de la his-
toria" (REP, 184).
En el estudio de las "tecnologías del yo", realizado en sus úl-
timos escritos, Foucault distingue cuatro ejes de análisis dife-
renciados: la "sustancia ética", el "trabajo ético", los "modos de
subjetivación" y el "telos". En ellos se trata de abordar respec-
tivamente cuatro aspectos implicados en el gobierno de uno
mismo: el ontológico (¿qué es lo que se gobierna?), el ascético
(¿cómo se gobierna?), el deontológico (¿quiénes somos al ser
gobernados de esa manera?) y el teleológico (¿qué fin se pre-
tende conseguir con ese gobierno?). A continuación se tratará
de aplicar este modelo para dar cuenta de ese trabajo de refle-
xión crítica que caracteriza a la sociología de Bourdieu.

¿Cuál es el objeto, cuál es el blanco de esta práctica? Lo que


el socioanálisis, aplicado al propio investigador social, saca a la
luz no son sus prejucios; no se trata de representaciones o de
formas de conciencia sino de su habitus. Este consiste en un sis-
tema de disposiciones incorporadas, esquemas prerreflexivos de
percepción, clasificación, evaluación y acción. Por esta razón no
son válidos los modos de reflexión que pretenden esquivar la
presión de los determinismos sociales sobre el estudioso me-
diante un esfuerzo voluntarioso para conquistar la neutralidad o
los intentos de evitar el distanciamiento introducido por la mirada

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intelectualista recurriendo a una recuperación de la subjetividad


concreta del sociólogo. Este último es el caso de las distintas ma-
neras de introspección (diario del investigador, autobiografía)
propuestas desde la tradición fenomenológica y etnometodoló-
gica. Estas formas de apropiación narcisista se quedan al nivel
de la experiencia vivida y no pueden captar los automatismos
mentales, ajenos a la claridad de la conciencia, que caracterizan al
habitus.
Esa matriz de disposiciones que funcionan en estado práctico
y que escapan a cogito del estudioso son el resultado de la incor-
poración de las estructuras sociales objetivas. Éstas se emplazan
en una triple escala.
En primer lugar el espacio social, es decir, el ámbito de las
posiciones de clase y de fracción de clase. Sin duda la pertenen-
cia social del propio sociólogo sesga su mirada, pero poner en
relación directa la clase social del investigador con sus tomas de
posición teórica conduce a lo que Bourdieu designa como el
"error de cortocircuito", típica falacia que caracteriza al reduc-
cionismo sociologista y que puede advertirse en cierta socio-
logía marxista del conocimiento (Lukács, Goldmann). Por otra
parte, la típica actitud -que Bourdieu llega a considerar propia
de un "terrorismo inquisitorial"- consistente en descalificar una
investigación social señalando que expresa los intereses de la
clase de la que forma parte su autor, pero sin objetivar la propia
posición del denunciante, es una estrategia característica del jue-
go intelectual; un gesto que hay que explicar, que está incluido
en el objeto por conocer (el campo intelectual) y que por ello no
puede colarse de rondón como si se tratara de un instrumento
del conocimiento.
La posición de clase sólo interviene en la producción de las
disposiciones del investigador a través de ese prisma que es el
campo específico en el que se está ubicado. Éste constituye el se-
gundo ámbito de referencia. Así, el habitus del sociólogo se for-

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ma en relación con la estructura, con la doxa imperante en un es-


tado determinado del campo sociológico. Éste es a su vez un
subconjunto del campo intelectual considerado en un momento
histórico determinado. La sociología norteamericana de los años
cincuenta y sesenta, por ejemplo, estaba dominada por una doxa
que admitía tres posibilidades: el estructural-funcionalismo de
Talcott Parsons, la teoría de alcance intermedio de Robert K.
Merton y la sociología empírica de Paul Lazarsfeld. En relación
con este trío -que Bourdieu designa como la "tríada capitolina"
de la sociología estadounidense- las investigaciones de tipo mi-
crosociológico (interaccionismo simbólico, teoría del "etiqueta-
je social", etc..) ocupaban una posición dominada.
Pero no basta con tener en cuenta el espacio social y el campo
específico. En tanto que miembro de un mundo intelectual, aca-
démico y universitario, un lugar preservado del exterior, dedi-
cado a las tareas del conocimiento y alejado de las urgencias de
la vida práctica, todo investigador ha interiorizado unos esque-
mas de pensamiento y acción, una doxa peculiar asociada a esa
forma de existencia. Se trata de la skholé, un estilo de vida de-
finido por el otium, por la posibilidad de distanciarse temporal-
mente de la práctica y adoptar la actitud contemplativa de un es-
pectador. Este tercer ámbito tiene que ver con la pertenencia del
sociólogo a un campo docto, donde rigen unas condiciones de
existencia proclives a engendrar disposiciones intelectualistas,
tendentes a considerar la acción como la actualización de un có-
digo previo, como una especie de texto por descifrar y comentar
o como el resultado de la deliberación consciente y del cálculo
racional.
Lo que la reflexión tiene que sacar a la luz es este conjunto de
determinaciones sociales que cobran la forma de disposiciones
investigadoras y que actúan sin ser advertidas, escapando a todo
control. Esto sucede por ejemplo con los supuestos y prenociones
depositadas en el uso del lenguaje (v.g. las dicotomías local/cen-

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tral, general/particular, concepción/ejecución, teoría/práctica, ca-


racterísticas de la visión tecnocrática) y por ello naturalizadas, que
operan como instrumentos inconscientes de la investigación.
Del mismo modo que el psicoanálisis, el socioanálisis tropieza
con las resistencias de los agentes. Al revelar las determinantes
sociales de disposiciones e instrumentos conceptuales que iban
de suyo, esta técnica genera un desencanto; rompe la adhesión
inmediata, hace extraño lo familiar, inflige una grave herida al
narcisismo del investigador. Para ver reconocida su legitimidad
y no recaer en la estrategia de la acusación reduccionista, este
socioanálisis tiene que aplicarse al espacio de todos los puntos
de vista, empezando por el del propio socioanalista. Éste intenta
descubrir los determinantes sociales de sus propias inclinaciones
primarias, de su propio habitus con objeto de controlarlas y de
modificarlas. La reflexión apunta por tanto a transformar el ha-
bitus, a despojarse de la identidad recibida para forjar una nue-
va, para operar lo que Bourdieu designa como una "conversión
de la mirada".
¿Cómo se pueden gobernar los automatismos del habitus, esos
primeros impulsos, primi motus, por seguir jugando con una ter-
minología escolástica, que parecen imponerse a la voluntad del
sociólogo?; ¿qué clase de trabajo ascético es necesario para po-
derlos pilotar?
El problema está en que, si permanecen ignoradas, las disposi-
ciones se proyectan incontroladamente, el investigador adopta
una relación desconocida y por lo tanto no dominada con su
objeto. Por ello, antes de convertirse en instrumentos de análisis,
los conceptos y técnicas utilizadas por el sociólogo deben ser
objeto de análisis. Un magnífico ejemplo de esto se encuentra en
el artículo titulado "Comprender", redactado por Bourdieu para
el volumen colectivo titulado La Misére du Monde. Procedi-
mientos aparentemente neutros como la entrevista o la encuesta
son aquí objeto de crítica social y epistemológica para controlar

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los efectos producidos por la estructura social en la que tiene


lugar su aplicación. El sociólogo está entonces condenado a una
doble dependencia; por una parte se vale de un capital de con-
ceptos y de métodos que constituyen la tradición del pensa-
miento social; por otra parte está obligado a desconfiar de esos
mismos instrumentos sometiéndolos al análisis de sus determi-
nantes sociales. Bourdieu exige una reflexión constante, que se
debe traducir incluso en los mínimos detalles del trabajo reali-
zado. Sugiere por ejemplo que, en la presentación de un proyecto
de investigación se incluyan siempre las condiciones concretas y
las dificultades que puede encontrar su realización; la importancia
que tiene, para preservar la autonomía del sociólogo respecto a
los intereses particulares, el hecho de que el grupo de investiga-
ción proponga sus propios proyectos, solicitando la correspon-
dientefinanciación,sin depender de encargos realizados por en-
tidades públicas o privadas.
No hay escape posible; se opera de entrada dentro de un campo
que funciona como un impensado. Sin embargo, este impensado
social sólo puede arrastrarnos si delegamos en él toda la fuerza de
nuestras disposiciones. Si éstas se abandonan a su libre juego,
actuamos como cómplices, permitimos a las determinaciones
sociales que actúan a pleno rendimiento. Pero el sociólogo puede
intervenir sobre sus inclinaciones; aludiendo a los estoicos
Bourdieu señala que "de nosotros no depende el primer movi-
miento, pero sí el segundo" (REP, 111). Para gestionar las dis-
posiciones hay que renunciar a toda forma de espontaneísmo, de
laissezfaire; hay que conocerlas para inhibirlas, para oponerlas a
unas contra otras. Así procede el autor de La Domination Mascu-
line cuando estudia las estructuras de una sociedad como la
cabileña, totalmente gobernada por la escisión de lo masculino y
lo femenio; se trata con ello de practicar una "arqueología ob-
jetiva" del inconsciente androcéntrico que el propio investigador,
varón y europeo, corre el riesgo de proyectar en su estudio.

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Pero esta labor, de factura netamente kantiana, consistente en


dilucidar los límites sociales del propio sujeto de investigación,
no conduce directamente a un "pensamiento sin límites", es de-
cir, a una mirada completamente emancipada de las coacciones
sociales, a una visión incondicionada que rebase toda facticidad
histórica. La ascesis es un trabajo sobre uno mismo siempre re-
comenzado, infinito; única manera de evitar las recaídas, la pre-
cipitación en la hybris de una mirada que se pretende soberana.
Así se comprende esa especie de movimiento en espiral que si-
gue la trayectoria intelectual de Bourdieu, continuamente empe-
ñado en retomar trabajos empíricos realizados por él mismo con
anterioridad para llevarlos a un grado superior de control refle-
xivo. El socioanálisis sólo puede alcanzar un dominio parcial de
los condicionamientos sociales.
Éste ejercicio incluye dos momentos complementarios. A par-
tir de Le Sens Pratique (1980) Bourdieu utilizará la expresión de
"doble ruptura" para referirse a ellos. La primera ruptura con-
siste en una "duda radical" que pretende tomar distancia respec-
to a las ideas recibidas. Se trata de romper con las explicaciones
del mundo social ofrecidas por el sentido común; esas represen-
taciones obvias compartidas por todos y que los medios de co-
municación no cesan de propagar cuando se refieren al "pro-
blema de la inmigración", de la "droga", de la "delincuencia",
del "fracaso escolar", del "maltrato doméstico", etc.. Más con-
cretamente se trata de ejercer una vigilancia que permite cortar
por lo sano esa persuasión clandestina e insidiosa que actúa so-
bre el sociólogo hasta en sus gestos más inocentes en apariencia:
ver la televisión, hojear el periódico, leer el informe de un cole-
ga, confrontar una estadística.
Esta práctica de la duda radical, como la ascesis cristiana,
exige del sociólogo una cierta renuncia a las pompas y a los
halagos del siglo, por eso muchos se ven fácilmente disuadidos
de practicarla. El ensayista fácil tiene todas las de ganar; al no

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tomar distancia del lenguaje corriente, al remitirse en sus expli-


caciones a las evidencias fáciles admitidas por todos -que
suelen tomar la forma de una apelación realista al "sano sentido
común" frente a la pedantería abstracta de los intelectuales- ,
deja todo como está, mantiene intacto el orden establecido, y re-
cibe a cambio todos los beneficios sociales del reconocimiento
público, la fama y las grandes tiradas. El sociólogo intempestivo
que pone en entredicho las representaciones del "buen sentido"
se expone, en cambio, a ser excluido por la dificultad u oscuri-
dad de sus análisis, o aún peor, al olvido, que es una forma de
muerte simbólica. Y en las circunstancias históricas en las que
esta actitud de ruptura llega a ser minoritaria incluso entre los
especialistas del propio campo -como sucede hoy con la cre-
ciente dependencia de los científicos sociales respecto a los re-
querimientos del campo periodístico- la cientificidad se con-
vierte en asunto de verdaderos outsiders, verdaderos anacoretas
del saber, confinados en esos desiertos que son las revistas
especializadas, los laboratorios y las bibliotecas.
Las ciencias sociales, en este aspecto, están mucho más inde-
fensas que las ciencias naturales ante esta intrusión de aficio-
nados que, a falta de practicar la duda radical, permiten que los
problemas sociales, tal como aparecen formulados en el lenguaje
de los periodistas y de los políticos (v.g. cuando éstos se refieren
al malestar y a los desórdenes de los suburbios en las ciudades
francesas relacionándolos con el "problema de la inmigración" y
de la integración cultural), se introduzcan de contrabando y sin
someterse a transformación conceptual alguna, en el campo de
los problemas sociológicos. En este caso la heteronomía es ab-
soluta; en vez de construir explícita y controladamente su cues-
tionario, la sociología lo recibe ya hecho, precocinado en el
mundo social; en vez de ser sujeto de sus problemas, el soció-
logo permanece sujeto a problemas formulados fuera de su con-
trol; es decir se convierte en objeto de los problemas que otros le

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ofrecen ya servidos. En este aspecto Bourdieu es completamente


afín a la epistemología bachelardiana; del mismo modo que el
químico, el físico o el biólogo, el sociólogo es un científico que
tiene que elaborar sus objetos explícita y controladamente,
rompiendo con los errores, con los obstáculos derivados del sen-
tido común e incrustados en el lenguaje ordinario. La ciencia so-
cial no es una fenomenología; no encuentra sus objetos ya pre-
parados en el mundo social; es una fenomenotecnia que tiene que
construirlos cribando implacablemente las representaciones que el
investigador, en tanto sujeto empírico, comparte con los demás
agentes sociales. Los problemas sociales que enuncia el periodis-
ta, el funcionario, el miembro de una ONG o el político de turno
sólo pueden ser convertidos en problemas sociológicos a costa de
una transformación que rompe con la visión indígena y la reem-
plaza por un modelo, un sistema de relaciones complejo y con-
trastable que hace inteligible una multiplicidad de procesos em-
píricos. Esto requiere también considerar la enunciación misma de
esos problemas sociales como un objeto por investigar; el so-
ciólogo tiene que explorar las condiciones históricas que permi-
tieron la emergencia de semejantes problemas; reconstruir las
luchas entre agentes e instituciones que permitieron la formu-
lación, en un momento histórico determinado, del "problema de
la delincuencia" o de la "inmigración", del "maltrato doméstico"
o de la "anorexia", por ejemplo.
Esa primera ruptura con la visión indígena es un tránsito nece-
sario en el camino de la reflexión. El sociólogo tiene que explicitar
los determinismos sociales que como sujeto empírico comparte
con los agentes a los que estudia, para evitar que se proyecten in-
controladamente en su propio trabajo científico. Pero tiene tam-
bién que exorcizar los sesgos, mucho más insidiosos, introducidos
por la mirada docta, la que comparte con sus colegas en tanto
que detentadores del monopolio de la objetivación y del co-
nocimiento científico sobre los demás. Aquí se inscribe la se-

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gunda ruptura. El hecho de habitar en esos retiros, en esos es-


pacios reservados y alejados del mundanal ruido que son los
gabinetes universitarios, las bibliotecas, las aulas, los laborato-
rios, los seminarios, los archivos; todo ese universo escolar, es-
colástico donde se consagra esa rara avis que es la actitud con-
templativa ante el mundo, la posición de espectador, donde las
premuras de la vida práctica quedan en suspenso, genera un
habitus que también debe ser objetivado por el socioanálisis. No
sólo hay que objetivar la imaginería producida por el indígena;
hay que convertir en objeto a aquéllos que sólo se ven a sí mis-
mos en el papel de sujetos: los sabios provistos de sofisticadas
técnicas y complejas nomenclaturas; las comunidades cientí-
ficas con sus rutinas y sus controversias ininteligibles para el le-
go, los universitarios con sus rituales, sus clientelismos y sus
disputas internas, todo ese "augusto aparato" (Pascal) que cons-
tituye la vida académica, el propio sociólogo en tanto que par-
tícipe de este extraño microcosmos social. Esto es lo que desig-
na Bourdieu con la expresión de "objetivar al objetivador", sin
duda una de las aportaciones que perfilan la idiosincrasia de su
estilo sociológico y cuyos mejores ejemplos se encuentran en Ho-
mo Academicus (1984) y Méditations Pascaliennes (1997), obras
a las que nos referiremos posteriormente con mayor detalle.
Con esta operación se cierra el ciclo de la "doble ruptura"; és-
ta consiste propiamente hablando en una "objetivación parti-
cipante", en palabras del propio sociólogo francés. El sociólogo
sólo está facultado para objetivar las disposiciones y las repre-
sentaciones del otro, del indígena, si acepta objetivar las propias
disposiciones; sólo puede profanar la Musió, la adhesión inme-
diata del otro a su horizonte de prácticas si está dispuesto a de-
sacralizar su propia Musió como hombre docto. Con esto no se
trata de renunciar a la ambición científica en nombre de una es-
pecie de nihilismo relativista ("como todo el mundo está social-
mente determinado la conquista de la objetividad es imposible"),

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sino de evidenciar los mecanismos sociales que intervienen


sesgando el análisis (v.g. el modo en que la actitud de espectador,
típica del habitus escolástico, provoca las distorsiones propias del
estructuralismo, la hermenéutica o la teoría de la acción racional
a la hora de analizar las prácticas) para poder controlarlos y neu-
tralizarlos contribuyendo así al progreso científico de la socio-
logía.
¿Qué tipo de sociólogo es el generado por esa forma de asee-
sis implicada en la doble ruptura? Se trata de considerar ahora
los "modos de subjetivación", en qué consiste ese sujeto consti-
tuido por la práctica del socioanálisis.
Realizado con verdadero ensañamiento sobre uno mismo, este
ejercicio apunta a convertir la reflexión en un automatismo, en
un movimiento reflejo del investigador, hasta el punto de que se
convierta en una disposición, en un elemento nuclear de su ha-
bitus científico. El sociólogo reflexivo es aquél que empieza
convirtiéndose a sí mismo en objeto de su saber. Por eso la so-
ciología del conocimiento, o más exactamente, la historia social
de las ciencias sociales, repite Bourdieu una y otra vez, no es una
rama más de la disciplina. Se trata de una propedéutica indis-
pensable para la formación de todo sociólogo.
El impensado científico del sociólogo es la historia objetivada
de su disciplina, inscrita en las instituciones, tendencias, órganos
de expresión, y escuelas que la componen; es también la historia
incorporada en el investigador bajo la forma de conceptos y de
técnicas de estudio. El socioanálisis es un ejercicio de anamne-
sis que pretende hacerse cargo críticamente de esta historia, es
decir del inconsciente -"el inconsciente es la historia" recuerda
Bourdieu citando a Durkheim- combatiendo la amnesia que
convierte al estudioso en un juguete de las fuerzas y las determi-
naciones sociales.
Esta excavación histórica hace aflorar las pasiones y los in-
tereses ocultos, todas las adhesiones inconscientes al mundo so-

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cial que las ciencias sociales deben a su herencia. El recurso a la


historia no desemboca entonces en un relativismo; sólo el
análisis histórico le permite al sociólogo hacerse cargo de su
historia, esto es dominar ese impensado social que de otro modo
actuaría incontroladamente distorsionando la mirada del investi-
gador. No existe pues una contradicción entre el historicismo
del que hace gala Bourdieu y la defensa de un racionalismo
científico; utilizada como instrumento de reflexión crítica, la
historia social de las ciencias sociales se pone al servicio denrra
racionalidad capaz de gobernar las coacciones que pesan sobre
ella. Sin duda, como se ha indicado, esta sociología de la socio-
logía no puede por sí sola destruir esos determirtismos sociales
que se proyectan en el conocimiento bajo el modo de dicoto-
mías insoslayables (objetivismo vs. subjetivismo, absolutismo
vs. relativismo, individualismo vs. holismo, materialismo vs.
idealismo, biología vs. cultura, etc.), pero sí puede al menos de-
bilitarlos al tener constancia de las condiciones que los hacen
persistir.
Esta historia de las ciencias sociales ha de operar según Bour-
dieu en un doble registro; del lado del objeto de conocimiento
tiene que investigar las condiciones que hacen posible la pro-
ducción de problemas sociales; el escenario de luchas, alianzas,
convergencias -entre instituciones, agentes, saberes, etc- en el
curso de las cuales ciertas cuestiones se hacer reconocer como
"asuntos sociales" (v.g. el problema de la delincuencia, de la in-
migración, del maltrato doméstico, de la droga, de los embara-
zos indeseados, etc.). Aquí se inscribe también el análisis del
modo en que esos problemas sociales llegan a convertirse en
problemas sociológicos, la manera en que pasan a formar parte
de las ciencias sociales entendidas como campos históricamente
constituidos. En Legón sur la Legón (1982), texto que recoge la
conferencia inaugural pronunciada por Pierre Bourdieu con mo-
tivo de su toma de posesión de la cátedra de Sociología en el

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Collége de France, éste alude a los trabajos históricos de (Jeor-


ges Canguilhem -sobre las ciencias biológicas- y de Michel
Foucault -sobre las ciencias humanas- como ejemplos fecundos
de este tipo de análisis. Pone también el ejemplo del libro pu-
blicado por el prestigioso medievalista Georges Duby, Les Trois
Ordres ou l'Imaginaire du Féodalisme (1980). En esta obra se
explora la génesis de esa conocida -al menos desde la Edad Me-
dia- representación de la sociedad en tres órdenes: oratores, be-
llatores y laboratores; se trata de una taxonomía social, forjada
en el campo eclesiástico y fruto tardío del renacimiento caro-
lingio que va a desempeñar un papel capital en las luchas po-
líticas que llegan hasta la Revolución Francesa. Se trata de una
clasificación social engendrada en la coyuntura histórica de la
feudalidad que va a convertirse en una herramienta de los his-
toriadores para comprender ese mismo periodo. Duby, en cierto
modo rehace la génesis de un objeto -una representación social-
que va a acabar convirtiéndose en un instrumento -un concepto
historiográfico o sociológico.
Pero esta historia social de las ciencias sociales se refiere
también, del lado del sujeto, a las condiciones que hacen posible
la emergencia de los campos académicos, es decir, de esas dis-
posiciones que perfilan al habitus docto y que privilegian la po-
sición del espectador. Es la única vía para objetivar el modo
teórico de ser en el mundo, dando cuenta y controlando ese etno-
centrismo de sabio que consiste en universalizar la actitud con-
templativa. Se trata del "epistemocentrismo", presente en la ten-
dencia del estructuralismo a analizar acción como mera ejecución
de reglas cognitivas inconscientes; en la proclividad de los her-
meneutas a descifrar las prácticas como si fuesen textos; en el
empeño que ponen los teóricos de la decisión racional a la hora
de convertir a los agentes sociales en máquinas de calcular opor-
tunidades y beneficios.
En Homo Academicus Bourdieu emprendió su primer ex-

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perimento a gran escala para intentar dar cuenta de sus propios


sesgos como profesor e investigador. Lo que pone sobre el ta-
pete no es una autobiografía sino una historia del campo univer-
sitario francés en los años 60-70; al objetivarse a sí mismo en
una exterioridad histórica, Bourdieu se considera simplemente
como miembro de una categoría social, no como esa individua-
lidad, única e irrepetible, tan cara a la introspección narcisista.
Lo objetivado ahora es la propia Universidad; es decir la institu-
ción que pretende ejercer por excelencia el poder de objetivar,
el templo de la ciencia.
Este estudio, que por otro lado viene a prolongar las investi-
gaciones de su autor en materia de sociología de la educación,
es también una historia estructural del movimiento de Mayo del
sesentayocho, donde se intenta hacer inteligible la emergencia
de este acontecimiento.
El acercamiento a este problema impone, según Bourdieu,
fuertes cautelas metodológicas, al menos por dos razones. Por
una parte, el investigador forma aquí parte del objeto inves-
tigado; corre el riesgo de introducir de contrabando su propia
visión particular sobre el asunto. Por otra, existe el peligro de
quedar atrapado entre dos redes: la tendida por la visión ingenua
de la cuestión, que toma las categorías de la propia institución
como herramientas de análisis y la desplegada por lo que Bour-
dieu designa como mirada "semidocta". Ésta es la perspectiva
que encara las relaciones de fuerza en el campo universitario en
términos de "complots" auspiciados por diferentes lobbies y
grupos de presión controlados por "mandarines" universitarios
que disimulan sus intereses bajo apariencias legítimas. Con ob-
jeto de tomar distancia respecto a los obstáculos derivados de
estos enfoques, se dedica un extenso primer capítulo a las con-
sideraciones epistemológicas, fijando las diferencias entre los
elementos "dados" de la experiencia inmediata (donde los agen-
tes que intervienen en el sistema universitario se identifican con

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sujetos empíricos) y los conceptos construidos a través del tra-


bajo y de los controles científicos.
El resto del libro presenta dos partes claramente diferenciadas.
En los capítulos segundo y tercero se desarrolla el análisis de las
estructuras que conforman el campo universitario. En los capítu-
los cuarto y quinto se examinan sus transformaciones y el modo
en que éstas están conectadas causalmente con los sucesos de
Mayo. El conjunto se completa con una serie de cuatro anexos en
los que se exhiben las fuentes y las técnicas utilizadas para ana-
lizar la información que sirve de base al argumento de la obra.
Los capítulos segundo y tercero exploran respectivamente dos
escalas diferentes del campo universitario: la diversa distribu-
ción del capital -considerado en las diversas propiedades que lo
materializan- entre las distintas facultades universitarias y den-
tro de las disciplinas impartidas en una misma Facultad. Entre
ambos niveles se describe una homología estructural, según la
cual el campo universitario queda configurado a partir de dos
principios de jerarquización antagónicos: el que da primacía a la
jerarquía social y el que hace predominar la jerarquía propia-
mente científica. Esto se refleja en la división de las Facultades;
por una parte Derecho y Medicina; por otra Ciencias y Letras.
Esta escisión, este "conflicto de Facultades" que Bourdieu
afronta con referencia directa a Kant y a su obra con el mismo
título, se corresponde con dos estilos de vida contrapuestos, dos
habitus completamente diferentes: de un lado la promoción de
disposiciones de orden, de seriedad, de ortodoxia; por otro el fo-
mento de disposiciones críticas y heréticas. Bourdieu recons-
truye meticulosamente el campo de posiciones del profesorado
universitario combinando la contrastación de una multiplicidad
de indicadores: origen social, geográfico y religioso, centro don-
de se cursaron los estudios, títulos escolares adquiridos, cargos
desempeñados en la institución universitaria, pertenencia a co-
misiones y tribunales diversos, presencia en revistas científicas,

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índices de citas y centros de investigación, premios, participa-


ción en Congresos, obras traducidas, aparición en los medios y
un largo etcétera.
Una escisión homologa se reencuentra a escala de cada Fa-
cultad. Se elige como ámbito de observación a las Facultades de
Letras y de Ciencias Humanas, donde los principios de jerarqui-
zación se encuentran más equilibrados, sin una neta hegemonía
del poder social y económico (como en Medicina y en Derecho)
o del poder científico (como en Ciencias). La división en Letras
y Ciencias Humanas es la traducción del hiato que antes se
consideró a escala mayor. En las primeras (Filosofía, Lenguas
Clásicas, Literatura Francesa y en parte Historia) prevalece la
función social de transmitir y conservar la cultura legítima.
Priman aquí los indicadores del poder propiamente universi-
tario, asociados a un habitas peculiar: desempeño de cargos di-
rectivos en las instituciones académicas, mayor énfasis en la do-
cencia que en la investigación, erudición gris frente a notoriedad
mediática, veteranía de los profesores, relación tutelar con la
enseñanza secundaria, conformidad estricta con las maneras tra-
dicionales de la disciplina y con la lenta secuencia del cursus
honorum.
En los estudios de Ciencias Humanas (Psicología, Sociología,
Etonología, ciertas ramas de la Historia), de más reciente im-
plantación universitaria, la situación es la inversa. Aquí predo-
mina el poder que procede de la autoridad científica: cargos en
centros de investigación, primacía de ésta frente a la función
docente, relación estrecha con los medios de comunicación, ju-
ventud del profesorado, brillantez e innovación frente a modes-
tia erudita, posibilidad de aumentar rápidamente el prestigio. Es
como si Bourdieu estuviera dilucidando las condiciones histó-
ricas que explican la proyección de su propia trayectoria y de la
de su equipo de trabajo.
Esta misma división recorre todo el espectro de las disci-

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plinas: revistas, editoriales, instituciones de enseñanza e inves-


tigación, etc. La relación entre ambos principios, subraya Bour-
dieu, es menos de dominación que de coexistencia y complemen-
tariedad; se trata de un conflicto estructural que atraviesa todo el
campo académico.
¿Qué evoluciones han podido modificar este territorio hasta
desembocar en el momento crítico de Mayo del 68? Éste es el
problema examinado en los dos capítulos siguientes. El factor
principal que debe tenerse en cuenta aquí, según Bourdieu, son
las fluctuaciones de la clientela estudiantil. Ésta se incrementó
de un modo extraordinario durante los años sesenta, incidiendo
tanto en el desigual crecimiento del cuerpo de profesores según
las Facultades, como en la transformación de las relaciones de
fuerza en la esfera misma de las Facultades y las disciplinas. El
fuerte aumento de la demanda de profesores universitarios
obligó a transformar las estrategias para su reclutamiento. En las
Facultades de Letras y de Ciencias Humanas los criterios utili-
zados se adaptaron en cada caso a las circunstancias concurren-
tes en cada disciplina. En Letras se impuso la pauta de reclutar a
profesores que ya hubieran obtenido el título de Agrégé, do-
centes veteranos más familiarizados por tanto con la tradición de
las disciplinas y más ortodoxos. Una variante de este recurso fue
el aumento de la cuota femenina del profesorado.
En las Ciencias Humanas, que proporcionalmente recibían a
un número superior de estudiantes, el criterio consistió en con-
tratar a profesores más jóvenes, con probada capacidad inves-
tigadora pero sin experiencia docente, más proclives a la innova-
ción y a la heterodoxia. Bourdieu recalca que esta adaptación de
las estrategias de reclutamiento no fue el resultado de decisiones
inconscientes y deliberadas, pero tampoco se explica por las
intenciones o intereses de los colectivos como tales. Frente a la te-
leología subjetiva y a la explicación por fines subjetivos se hace
valer la intervención del "sentido práctico", esa capacidad de anti-

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cipación e improvisación engendrada por la presencia de habitus


objetivamente orquestados debido a que se han formado en con-
diciones sociales y materiales semejantes. Por eso las estrategias
de reclutamiento presentan una apariencia de finalidad; obedecen
en cambio a esquemas de selección práctica, resultado de esa es-
pecie de instinto social de conservación -a partir de los años no-
venta Bourdieu utilizará cada vez más el término conatus- que
son los habitus que ocupan posiciones dominantes.
En cualquier caso, el crecimiento de la población escolar uni-
versitaria y su impacto en el reclutamiento profesoral introduje-
ron una descompensación en el equilibrio de fuerzas del campo.
Las tensiones se acentuaron en todos los niveles homólogos del
mismo: entre los mismos profesores establecidos -en pleno cli-
max del estructuralismo, los enseñantes de Letras vieron una
amenaza en la expansión de las Ciencias Humanas-, que hacían
valer criterios de selección y habitus completamente antagóni-
cos respecto a los suyos; entre los profesores titulares y los con-
tratados -estos últimos sometidos a los requisitos de una inten-
sificada competencia, una larga espera y un prolongado proceso
para realizar las expectativas inherentes a sus plazas- y entre los
propios licenciados. En este último caso el hiato se establecía
entre las expectativas creadas por los títulos recibidos y las
oportunidades efectivas de ascender socialmente. Estos efectos
eran mayores entre los titulados de aquellas Facultades cuya
posición en la jerarquía las predisponía a servir de refugio para
estudiantes que, en las circunstancias anteriores, nunca habrían
accedido a la Universidad. Éste era el caso de las licenciaturas
de Psicología y Sociología en la Facultad de Letras y Ciencias
Humanas.
Se tienen entonces dos tipos de desclasamiento homólogos
situados en dos niveles diferentes del sistema: el de los docentes
subalternos, que ven indefinidamente retardado su acceso a la
titularidad, y el de los licenciados de origen modesto -o de ori-

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gen elevado pero con escaso capital escolar- que ven frustradas
sus pretensiones de promoción social a través de los títulos po-
seídos. A esto hay que añadir la amenaza sentida por las Facul-
tades y las disciplinas dominantes ante la expansión cuantitativa
de las dominadas y ante la progresiva dislocación del sistema de
reclutamiento profesoral. La sincronización de estos diversos
conflictos que afectaban a agentes situados en posiciones
homologas dentro de los diferentes subcampos del campo
universitario hizo posible la explosión del Mayo francés. En las
páginas finales del capítulo quinto, Bourdieu intenta probar el
modo en que la retórica izquierdista de ese momento materiali-
zaba, en el plano de la lucha simbólica, las tensiones del campo
universitario.

Si en Homo Academicus el socioanálisis trataba de iluminar la


posición de la propia disiciplina sociológica en el campo uni-
versitario francés y en las vísperas de Mayo del sesenta y ocho,
en Meditaciones Pascalianas (1997), lo que se presenta es un
diagnóstico sobre las distoriones introducidas por la mirada doc-
ta. Se trata a la vez una crítica de la razón escolástica, es decir,
de los prejuicios intelectualistas y elitistas que atraviesan la vi-
siónfilosóficay profesoral de las prácticas sociales, y un intento
de presentar de forma sintética los principios que gobiernan el
propio modus operandi de la sociología de Bourdieu. Se trata de
encontrar el espacio de una crítica sociológica de la razón que
escape a la vez del fanatismo universalista (de Rawls a Haber-
mas) y del relativismo postmoderno (fabricado en Francia y ex-
portado a las Universidades norteamericanas). Los intereses uni-
versales de la razón (desde la autonomía de las distintas ciencias
hasta el Estado como encarnación de lo público) no están dados;
se trata de adquisiciones históricas, resultado de luchas y contin-
gencias, conquistas que hay que defender evitando su mono-
polización por parte de los intereses privados.

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Tanto los "reilustrados" como los "postmodernos" son presa


del "sueño escolástico". Éste designa la típica disposición de los
intelectuales -pues forma parte de su habitus- consistente en re-
ducir la lógica de las prácticas sociales a la lógica del discurso,
sea bajo la forma de la intertextualidad o de una pragmática co-
municativa universal. Esta representación intelectualista de las
prácticas, que tiene también implicaciones políticas, es por ex-
celencia un tic propio de filósofos. Su dinastía es en el fondo car-
tesiana, por eso, como sugiere el título del libro, la meditación de
Bourdieu se emplaza en continuidad con Pascal, supremo detrac-
tor de los excesos perpetrados por esta tradición.
Tanto en Homo Academicus como en Méditations Pasca-
liennes, Bourdieu pone en práctica un tipo de investigación histó-
rica que se considera la apropiada para captar esa posición am-
bigua que ocupan las ciencias sociales. Éstas se ubican entre dos
límites extremos: por una parte los campos científicos más puros.
Es el caso de las matemáticas, regidas estrictamente por un prin-
cipio científico de jerarquización (consistencia lógica, completud
semántica, etc.), donde la producción se dirige exclusivamente a
los productores, que son los únicos capaces de juzgarla.
En el otro polo se emplazan campos como el político, el reli-
gioso o el periodístico, donde los productos se dirigen a una
clientela externa y son evaluados a partir de un criterio extrín-
seco, como son los deseos o intereses particulares de esa clien-
tela profana, medidos a través de plebiscitos, sondeos de opi-
nión, cifras de ventas o niveles de audiencia.
Por estar a medio camino entre ambos territorios, las ciencias
sociales son sensibles al intrusismo que permite a agentes do-
tados de escaso capital científico hacer valer en el campo prin-
cipios extrínsecos de jerarquización, introduciendo en él debates
de aspecto científico (v.g. la distinción entre individualismo y
holismo) que son de hecho controversias de orden político. Se
entiende entonces la importancia que tiene, para el sociólogo,

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REFLEXIVIDAD Y SOCIOANÁLISIS

'Tomar la inserción social del sabio como un obstáculo insuperable


para la construcción de una sociología científica, es olvidar que el
sociólogo encuentra armas contra los determinismos sociales en la
misma ciencia que los saca a la luz, es decir, a la conciencia. La so-
ciología de la sociología, que permite movilizar contra la ciencia en
curso las adquisiciones de la ciencia ya hecha, es un instrumento
indispensable del método sociológico: se hace ciencia -y sobre todo
sociología- contra la propia formación tanto como con ella. Y sólo la
historia puede desembarazarnos de la historia. Así es como la historia
social de la ciencia social, a condición de que se conciba también
como una ciencia del insconsciente, en la gran tradición de
epistemología histórica ilustrada por Georges Canguilhem y Michel
Foucault, es uno de los medios más poderosos para desligarse de la
historia, es decir, de la presión de un pasado incorporado que se per-
petúa en el presente o de un presente que, como el de las modas inte-
lectuales, ya es pasado en el momento mismo de su aparición. Si la
sociología del sistema de enseñanza y del mundo intelectual me parece
primordial, es porque contribuye también al conocimiento del sujeto
cognoscente, introduciendo, más directamente que todos los análisis
reflexivos, a las categorías impensadas de pensamiento que delimitan
lo pensable y predeterminan el pensamiento; basta con evocar el
universo de supuestos, de censuras y de lagunas que toda educación
lograda hace aceptar e ignorar, trazando el círculo másgico de la
suficiencia desprovista en la que las escuelas de élite encierran a sus
elegidos.
La crítica epistemológica no va sin la compañía de una crítica
social. Y para calibrar todo lo que nos separa de la sociología clásica,
basta con señalar que el autor de las "Formas Primitivas de
Clasificación", nunca concibió la historia social del sistema de
enseñanza que proponía en La Evolución Pedagógica en Francia
como esa sociología genética de las categorías del entendimiento
profesoral a la cual, sin embargo, proporcionaba todos los
instrumentos necesarios. Tal vez porque al mismo Durkheim, quien
recomendaba que la gestión de los asuntos públicos se confiara a los
sabios, le resultaba difícil adoptar, respecto a su posición social de
maestro del pensamientos social, la distancia necesaria para pensarla
como tal (...)".

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hacerse historiador de su propia disciplina; es el único modo de


poner en evidencia este deslizamiento clandestino de problemas
sociales so capa de problemas sociológicos; es lo que permite a
la sociología ganar autonomía científica rompiendo con la de-
pendencia respecto a campos como el religioso, el político y el
periodístico.
Bourdieu no dejó de dedicar uno de sus más recientes escritos
-Sur la Televisión (1996), compuesto por cinco conferencias
televisadas- a revelar los peligros que implica el actual funcio-
namiento del campo periodístico -en particular el de la pequeña
pantalla- para la autonomía de otros campos como el jurídico o
el científico. Una amenaza que, al cernirse sobre microcosmos
que aspiran a la universalidad, suponen unriesgopara las dispo-
siciones democráticas y la libertad de pensamiento.
Esta referencia a la autonomía y a la libertad conduce direc-
tamente al último punto que se quiere considerar: ¿cuál es la
meta de esa reflexión sin descanso, continuada hasta la obstina-
ción por Pierre Bourdieu? Se entra pues de lleno en el aspecto
ideológico de ese gobierno de uno mismo implicado en el so-
cioanálisis.
Las condiciones de vida de las que se nutre el habitus esco-
lástico tienden a fomentar en los intelectuales una sobreestima
de su propia libertad. Protegidos en esas reservas espirituales
que son los campos académicos, distanciados de la urgencia y
de las necesidades de la vida práctica en ese otium cultivado que
caracteriza a la skholé, los doctos pretenden haber adquirido ese
raro privilegio que es la mirada soberana sobre el mundo. Esta
hybris del teórico afecta sobre todo a los filósofos que suelen
creerse instalados en una especie de a-topos singular desde el
que contemplan por encima del hombro y tachan de reduccio-
nista todo intento de delimitar los determinantes sociales en los
que puede ejercerse el pensamiento filosófico.
El socioanálisis está en las antípodas de esta actitud. Pero su

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tarea no es refutarla, sino mostrar sus condiciones históricas de


posibilidad. Procediendo de este modo no se encarniza en de-
rruir las esperanzas de la libertad ahogándola en el nudo de los
determinismos; muy al contrario, pretende excavar el fondo de
las coacciones sociales no conscientes para hacerlas aflorar y
permitir, aunque sólo sea en parte, su neutralización.
El socioanálisis no propone una teoría de la libertad; es una
práctica de la libertad. Ésta no es entendida como una especie de
facultad inherente al cogito del investigador; se trata de una con-
quista precaria, obtenida al precio de un conocimiento de los
determinismos. Es un ejercicio que, muy al estilo de Spinoza y
de Deleuze, Bourdieu concibe como un "aumento de concien-
cia" o una "conciencia de la necesidad". No existe pues una con-
tradicción entre determinismo y autodeterminación; todo
progreso en el conocimiento de la necesidad es un progreso en
la libertad posible. La reflexión consiste en apropiarse de los
mecanismos sociales que gobiernan al habitus del estudioso; las
leyes o mecanismos sociales ignorados -v.g. la división de lo
masculino y lo femenino- funcionan como una naturaleza, una
especie de destino; sólo desenterrándolos se abre la alternativa
de una libertad posible. Lo que aquí se constata en el investiga-
dor, y aquí Bourdieu invoca a Pascal, es esa mezcla de miseria
que lo condena a ser un juguete de las fuerzas sociales, y de
grandeza que le permite domeñar su tiranía subrepticia.
Afrontado como una práctica de libertad, siempre recomenza-
da y en un empeño sin término, el socioanálisis es también una
ética. Bourdieu reconoce este extremo; si la libertad es la condi-
ción sine qua non de la ética, el uso de la reflexión es un ejercicio
ético. A través de éste se va modelando un sujeto de conoci-
miento que es también un sujeto moral. De una moral modesta,
que reconoce los límites sociales de la libertad y que cobra la for-
ma de una preocupación por sí mismo y por el otro.
En efecto; en lo que Bourdieu designa como "objetivación

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participante" hay una ética de la alteridad que no consiste en


propiciar una ilusoria fusión con el otro. Esto queda muy claro
cuando el sociólogo comenta -en La Misére du Monde- el uso
de la entrevista como técnica de investigación y acaba conside-
rándola como un verdadero "ejercicio espiritual".
Para hacer propios los problemas del entrevistado, el inves-
tigador tiene que dar un rodeo; no puede apoyarse en la intros-
pección ("ponerse en lugar del otro") que sólo desemboca en
una proyección etnocéntrica del propio impensado social. Tam-
poco puede consistir en adoptar ante el otro la actitud de un
espectador distanciado contemplando una curiosidad entomo-
lógica. Para olvidarse de sí mismo y hacer suyos los problemas
del otro el objetivador tiene que haber sufrido la objetivación de
sus propias condiciones sociales. De este modo, entrevistador y
entrevistado convergen en ese "uno cualquiera", tan denostado
por la exaltaciónfilosóficade la individualidad, que somos to-
dos. Sólo por esta doble objetivación es posible que brote esa
"mirada que consiente la necesidad" a la que Spinoza se refería
para designar el "amor intelectual" a Dios y que abre también la
vía para el reconocimiento del otro.
Mediante el recurso al socioanálisis, el investigador aspira a
adueñarse de sí mismo, a hacerse cargo de ese impensado social
que lo coarta sin darse cuenta. Pero esta condición de "tecnolo-
gía del yo" no implica un repliegue narcisista sobre la propia
subjetividad. Muy al contrario; liberándose de los constreñi-
mientos que pesan sobre su práctica, el sociólogo contribuye a
reforzar la autonomía de su propio campo respecto a los intere-
ses particulares, respecto a las dependencias impuestas por los
poderes económicos y políticos.
Bourdieu compara la experiencia del viaje socioanalítico con
el descenso ad infernos evocado en el mito platónico de Er, el
armenio. El guerrero muerto retorna del otro mundo para dar a
conocer a los demás lo que había visto. Análogamente, el soció-

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logo reflexivo descubre los abismos de su propio inconsciente


social para que los demás entiendan que este conocimiento
puede ayudarlos a salir de sus sombras. La reflexión es un tra-
yecto iniciático que vale también como imperativo; se trata de
invitar a los demás sociólogos a realizar la misma experiencia
científica, de conminarles a que se atrevan a saber si quieren
conquistar cotas más elevadas de autonomía.
La reflexividad es entonces una obligación colectiva, un
deber de Auflclarung -de paso hay que señalar el desatino de al-
gunos intérpretes que meten a Bourdieu en el saco de los "post-
modernos e irracionalistas franceses"- cuya mejor escala es
cosmopolita, internacional. Gracias a un trabajo colectivo de
crítica y de socioanálisis cruzados -un Working Disensus lo
llama el autor- pueden salir a la luz las coacciones y censuras
que el investigador debe a peculiaridades nacionales de su cam-
po y que sólo pueden advertirse mediante un contraste inter-
nacional.
El socioanálisis apunta a romper la sumisión -desconocida y
por ello reconocida- de los científicos sociales a los poderes
temporales. Refuerza la exigencia de contar con un capital es-
pecífico; reafirma el principio de jerarquía científica frente a la
autoridad que el sociólogo recibe de las fuerzas e intereses so-
ciales ajenos a su campo.
Por otra parte, al promover la autonomía del campo socio-
lógico, al elevar el listón de competencias científicas requeridas
para ser admitido en él, el sociólogo reflexivo potencia también
la conciencia crítica de la sociedad sobre sí misma. En palabras
de Bourdieu: "a través del sociólogo, agente histórico histórica-
mente situado, sujeto social socialmente determinado, la his-
toria, es decir, la sociedad en la que aquélla se perpetúa, retorna
por un momento sobre sí, reflexiona sobre sí misma" (LL, 29).
Esto significa que la ganancia de reflexión no sólo hace avan-
zar la libertad y autonomía del sociólogo, sino que contribuye

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también a hacer avanzar la emancipación colectiva, ayudando,


por el descubrimiento de los determinismos invisibles, a unlver-
salizar las condiciones sociales de la libertad. Pero para que este
programa sea posible se tienen que dar las condiciones ma-
teriales necesarias. Sólo si una autoridad relativamente autónoma
de los intereses particulares -el Estado- consagra oficialmente la
existencia de estos saberes y ciencias críticas encarnados por las
ciencias sociales y la filosofía, pueden éstas desempeñar su
función. Por eso Bourdieu conecta el declive y la descalificación
pública de la que son objeto los intelectuales críticos -que algu-
nos en Francia han sintetizado en la etiqueta condenatoria de
"pensamiento 68"- con la expansión del neoliberalismo y la cri-
sis del Estado Social (de la "mano izquierda del Estado"). Las
instituciones de libertad -como las cátedras de filosofía y de so-
ciología reconocidas y sustentadas por la administración- son
en este aspecto conquistas sociales análogas al salario mínimo o
a la Seguridad Social.
Finalmente, la autonomía lograda gracias al trabajo reflexivo
hace posible una sociología políticamente eficaz. Aquí Bourdieu
pretende rebasar la consabida antinomia entre militancia y absti-
nencia valorativa, entre compromiso y neutralidad axiológica,
alternativas persistentes pero estériles a la hora de pensar la fun-
ción política, del hombre de ciencia o, más genéricamente, del
intelectual. Se trata de demostrar que estos términos no son an-
tagónicos. Por eso Bourdieu puede decir que su sociología es a
la vez una ciencia y una ética. También se trata de una política.
Un científico -como Oppenheimer en el caso de la revelación
de los secretos de fabricación de armamento nucleares-, un in-
telectual -como Zola en el caso Dreyfus- tiene tantas más posi-
bilidades de ser escuchado y de que su voz tenga efectos po-
líticos cuanto mayor prestigio y autoridad -es decir autonomía-
se le reconozca en su campo específico. No existe pues una con-
tradicción entre la posesión de un elevado capital científico y la

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efectividad en el terreno político; más bien sucede justamente lo


contrario.
Una sociología reflexiva es la que, al mostrar las coacciones
sociales subterráneas que pesan sobre la disciplina, así como la
arbitrariedad y el anclaje social de las falsas trascendencias -v.g.
el mito de la inteligencia escolar como un don natural-, puede
neutralizar la contribución del sociólogo a los procesos de
dominación simbólica, su inadvertida complicidad cuando otorga
legitimidad a los puntos de vista de los dominantes.
La ciencia social reflexiva es entonces crítica, no por una vo-
luntad explícita de compromiso político, sino por el hecho de
mostrar -como hace toda ciencia- lo que está oculto, por el sim-
ple hecho de ser una ciencia. Pero las implicaciones políticas de
la sociología de Bourdieu merecen, por su calado y por su rele-
vancia en el itinerario intelectual de este autor, un apartado espe-
cial.
Concluye así esta tentativa para cernir la reflexividad en cla-
ve de "tecnología del yo". Ésta encuentra su sustancia ética en
el habitus del investigador; su ascética consiste en una doble
ruptura; con el sentido común y con la mirada docta. Cobra
cuerpo en la subjetividad de un sociólogo que aplica sus herra-
mientas a los basamentos mismos de su disciplina y que no cesa
de objetivarse a sí mismo. Por último, esta empresa encuentra
sufinalidaden una ganancia de autonomía, en la conquista de
una libertad entendida como conciencia de la necesidad y como
herramienta de una emancipación colectiva.

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Capítulo VIII

Una Reakpolitik de la Razón

Si se repasa la biografía de Pierre Bourdieu puede constatarse


con facilidad que, al menos a partir de los años ochenta, las in-
tervenciones públicas, en la arena política, cobran una impor-
tancia cada vez mayor. Se trata de un movimiento in crescendo
que lleva a Bourdieu a participar en la fundación de asociacio-
nes,firmarpeticiones, redactar artículos periodísticos, colaborar
en comisiones de reforma, escribir manifiestos, intervenir en
mítines y asambleas, etc.. Baste aquí una simple enumeración:
apoyo público -junto a Gilíes Deleuze y Vidal Naquet- a la can-
didatura del cómico Coluche para las elecciones presidenciales
de 1981; redacción -junto a Michel Foucault- de una petición
de apoyo a favor del sindicato polaco Solidarnosc (1981); publi-
cación en Le Monde de un artículo avalando la política descolo-
nizadora de Michel Rocard en Nueva Caledonia (1988); apoyo a
los proyectos de reforma educativa auspiciados por el gabinete
Rocard y participación en una comisión asesora para la elabo-
ración de los mismos (1988-1989); sostén público al Club an-
tiliberal "Merleau Ponty", fundado en 1995; manifiesto susten-
tando la posición de los huelguistas contra las reformas liberales
del "Plan Juppé" (1995). En este mismo año, Bourdieu pronun-
cia una arenga ante los ferroviarios de la parisina "gare de
Lyon", declarados en huelga. En 1996 Bourdieu funda una nueva
editorial y asociación, Raisons d'Agir, cuya intención es pu-

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blicar textos baratos y de pequeño formato que pretenden su-


ministrar diagnósticos y herramientas para un análisis, alterna-
tivo a la visión dominante, de los conflictos políticos del presen-
te. En 1997 funda ARESER (Association de Reflexión sur les
Enseignements Supérieurs et la Recherche). Entre 1996 y 1997
defiende públicamente al escritor perseguido, Salman Rushdie y
a los intelectuales argelinos amenazados de muerte.
El añol998 es en este aspecto especialmente intenso. Bour-
dieu muestra su apoyo a las iniciativas del movimiento de de-
sempleados, cuyas huelgas y manifestaciones sacudieron la ca-
pital parisina a comienzos del año. En la ENS, cuyo edificio en
la rué d'Ulm fue ocupado por los parados, pronunció una confe-
rencia-manifiesto titulada "Le Mouvement des Chómeurs un mi-
racle social". Unos meses después publicó en Le Monde un duro
artículo ("Pour une Gauche de Gauche") donde se denunciaba a
la troika neoliberal compuesta por Blair, Jospin y Schroder. Par-
ticipó también en una carta abierta a los miembros de la misión
de la ONU en Argelia.
Desde 1999 hasta hoy Bourdieu se ha convertido en una re-
ferencia constante de la campaña de apoyo, lanzada por Le Mon-
de Diplomatique que dirige Ignacio Ramonet, a favor de los
movimientos antiglobalización. Últimamente ha encabezado la
causa a favor de la Carta Social Europea y de un movimiento so-
cial a escala europea. No ha faltado tampoco la presencia de
Bourdieu, junto a destacados intelectuales como Jacques Derrida,
a la hora de avalar en Francia, y a escala continental, la ley que
reconoce los derechos sociales y civiles de las parejas homo-
sexuales.
Algunos intérpretes han querido ver en esta pendiente política
un viraje, una ruptura en el itinerario teórico de Bourdieu. Éste,
acorazado en su baluarte científico habría pasado de detentar
una actitud indiferente e incluso recelosa ante la acción política
-expresada en su desconfianza respecto a las ilusiones de Mayo

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del 68 o en su prolongada reticencia a firmar peticiones y pro-


clamas- a irrumpir en la arena política con una estridencia y un
brío sorprendentes. Se ha llegado a ver este tránsito como la
muestra de una aspiración tardía a ocupar la posición profética
dejada vacante por Sartre, o incluso a considerar la conversión
política del último Bourdieu como una compensación por su
fracaso en la esfera teórica -cuyo síntoma principal sería la ac-
tual defección de buena parte de sus antiguos colaboradores.
Una mirada algo más atenta y desapasionada deja ver un es-
cenario muy distinto. La inquietud del sociólogo por la eficacia
política de sus análisis se hace patente desde la época de sus es-
tudios sobre Argelia. Cierto es que la onda expansiva del neoli-
beralismo y de sus consecuencias sociales ha intensificado esta
implicación política activa. No es casualidad tampoco el hecho
de que la acrecentada instalación de Bourdieu durante los últi-
mos años en la esfera política coincidiera, a comienzos de los
ochenta, con la máxima consagración de su prestigio y de su au-
toridad científica -después de publicar La Distinction en 1979 y
de acceder a la cátedra de sociología del Collége de France. ¿No
es el propio sociólogo quien ha señalado que la eficacia política
de un intelectual crece con su autonomía; esto es, con la reputa-
ción y el capital específico conseguido en su campo?
Como ya se sugirió, los análisis de Bourdieu sobre el declive
de la cultura campesina en Argelia, sobre el habitus desgarrado
de esos fellaheen desposeídos y condenados a una existencia de
subproletarios o de jornaleros agrícolas, pretendían ser de uti-
lidad a la hora de orientar las medidas políticas y económicas
del nuevo gobierno revolucionario salido de la guerra de inde-
pendencia.
En estos trabajos, realizados a comienzos de los años sesenta
-en particular Travail et Travailleurs en Algérie (1963) y Le
Déracinement. La crise de Vagrículture traditionelle en Algérie
(1964)- se conminaba a los nuevos mandatarios, en la mayoría

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de los casos procedentes de una pequeña burguesía funcionarial


e intelectual, para que adoptaran una actitud realista y reco-
nocieran que los campesinos desarraigados y los subproletarios
carecían de conciencia revolucionaria porque sus condiciones de
existencia no la habían hecho posible.
Frente al objetivismo intelectualista de algunos ideólogos del
nuevo régimen, quienes creían, imbuidos a menudo de un
marxismo elemental, que el cambio en las relaciones de pro-
ducción traería consigo un cambio automático en las conciencias
y en las representaciones, Bourdieu insistía en la inercia de las
disposiciones que conforman el habitus, y que, como sucedía en
el caso de las disposiciones temporales, establecía un abismo
entre la experiencia de los más desposeídos y la de la intelligent-
sia revolucionaria. Con objeto de prevenir la precipitación a la
hora de establecer una planificación estatal (v.g. devolución de
tierras y suministro de maquinaria agrícola al antiguo campe-
sinado) que permitiera la modernización económica acelerada
del país, Bourdieu recomendaba la puesta en marcha de una
necesaria intervención pedagógica para superar las contradic-
ciones vividas por esos campesinos que, por obra y gracia de la
acción colonizadora, habían perdido su condición de tales.

Esta misma actitud, tendente a utilizar el conocimiento de los


mecanismos sociales para modificar políticamente la realidad, se
reencuentra en los estudios sobre sociología del sistema de
enseñanza. Así por ejemplo, los autores de Les Héritiers (1964),
después de mostrar el modo en que la escuela metamorfosea las
desigualdades sociales haciéndolas aparecer como diferencias de
mérito o de inteligencia, no dudan en realizar propuestas para
convertir la institución en un agente de verdadera "democrati-
zación" cultural. Para corregir, para neutralizar la conversión de
los privilegios sociales en jerarquías escolares, se recomienda,
por ejemplo a la hora de evaluar los conocimientos, contrastar

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NEOLIBERALISMO Y GLOBALIZACION

"He mencionado la 'globalización': es un mito en el peor sentido del


término, un discurso poderoso, una 'idea matriz', una idea que tiene
fuerza social, que consigue que se crea en ella. Es el arma principal de
las luchas contra las adquisiciones del Estado del bienestar: se dice
que los trabajadores europeos deben competir con los trabajadores
menos favorecidos del resto del mundo. De este modo se ofrecen
como modelos a los trabajadores europeos países donde el salario
mínimo no existe, donde los obreros trabajan doce horas diarias por
salarios que oscilan entre una cuarta y una decimoquinta parte de los
europeos, donde no existen sindicatos, donde el trabajo infantil es algo
habitual, etcétera. Y en nombre de semejante modelo se impone la
flexibilidad, otra palabra clave del liberalismo, o sea, el trabajo noc-
turno, el trabajo enfinesde semana, los horarios de trabajo irregulares,
y otras lindezas inscritas desde tiempo inmemorial en los sueños
patronales. En general, el neoliberalismo recupera, arropadas con un
mensaje muy elegante y muy moderno, las más rancias ideas de la más
rancia patronal. (En los Estados Unidos hay revistas que publican
cuadros de honor de los ejecutivos punteros, clasificados, no por su
retribución en dólares, sino por el número de empleados que han
tenido el valor de despedir.) Es característico de las revoluciones
conservadoras, como la de los años treinta en Alemania, o la de los
Thatcher, Reagan y otros, presentar las restauraciones como re-
voluciones. En la actualidad, la revolución conservadora adopta una
forma inédita: no pretende invocar, como en otras épocas, un pasado
idealizado, mediante la exaltación de la tierra y la estirpe, temas
arcaicos de las antiguas mitologías agrarias. Esta revolución
conservadora de nuevo cuño recurre al progreso, la razón y la ciencia
(económica, en este caso) para justificar la restauración e intenta así

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ridiculizar, como algo arcaico, el pensamiento y la acción progresistas.


Convierte en normas a todas las prácticas y, por lo tanto, en reglas
ideales, a las regularidades reales del mundo económico, abandonado
a su lógica, la llamada ley del mercado, es decir, la ley del más fuerte.
Ratifica y glorifica el reinado de los llamados 'mercados financieros',
o sea, el retorno a una especie de capitalismo radical, sin otra ley que
la del beneficio máximo, capitalismo sin freno y sin maquillaje, pero
racionalizado y llevado al límite de su eficacia económica por la
introducción de las formas modernas de dominación, como el
management, y de técnicas de manipulación, como la investigación de
mercado, el marketing y la publicidad comercial (...)

En la situación actual, las luchas críticas de los intelectuales, los


sindicatos, las asociaciones, tienen que dirigirse prioritariamente
contra el debilitamiento del Estado. Los Estados nacionales están
minados desde fuera por las fuerzas financieras, y desde dentro por
todos aquellos que se convierten en cómplices de estas últimas, es
decir, los financieros, los altos funcionarios de lasfinanzas,etcétera.
Pienso que los dominados están interesados en defender el Estado, en
especial en su aspecto social. Esta defensa del Estado no se inspira
en ningún nacionalismo. Se puede luchar contra el Estado nacional,
pero no hay que dejar por ello de defender las funciones 'universales'
que desempeña y que pueden ser desempeñadas con eficacia igual, por
no decir mayor, por un Estado supranacional. Si no se quiere que sea
el Bundesbank el que gobierne, por medio de tasas de interés, las
políticasfinancierasde los diferentes Estados, ¿no conviene luchar a
favor de un Estado supranacional, relativamente autónomo en relación
con las fuerzas económicas internacionales y las fuerzas políticas
nacionales y capaz de desarrollar las dimensiones sociales de las
instituciones europeas?" (CF, pp. 50-51 y 58-59)

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los resultados obtenidos por los estudiantes con su procedencia


social y particularmente con el capital escolar heredado en cada
caso. Se sugiere también potenciar el papel desempeñado por
las técnicas de trabajo intelectual y por la enseñanza codificada,
evitando la apelación a la "brillantez", a la "inspiración" y a la
"facilidad" "naturales", que sólo favorece a los ya favorecidos.
Sobre este género de principios se trata de edificar una "peda-
gogía racional", esto es, que tenga en cuenta y que por tanto
pueda controlar los efectos de las condiciones y de las desigual-
dades sociales sobre las trayectorias escolares. En la misma
estela se encuadran las sugerencias estipuladas por Bourdieu y
por sus colaboradores en L'Amour de VArt (1966), cuyo obje-
tivo es compensar las desventajas que, en materia de competen-
cia artística, afectan a los más desposeídos culturalmente. Se
llega incluso a proponer medidas muy concretas de política mu-
seística y cultural, con el propósito de aumentar la afluencia de
visitantes de extracción social modesta a los monumentos y a
las salas de los museos.

Pero sólo puede convencerse quien está dispuesto a ello.


Algunos verán esta temprana vocación política de Bourdieu
como una inclinación reformista -evidenciada en los posteriores
recelos del sociólogo ante el utopismo del Mayo francés- que
sólo se trocaría en insumisión revolucionaria y militante con la
respuesta -más bien tardía- del sociólogo a los envites del
neoliberalismo.
Hay que insistir. La vinculación de la sociología con la acción
política no es para el pensador francés una circunstancia acci-
dental sometida a los vaivenes pendulares entre el reformismo,
el indiferentismo o el compromiso revolucionario. Se trata de
una constante enraizada en la idea de que la sociología debe as-
pirar a ser eficaz, a transformar la realidad que estudia. Por otra
parte, esta convicción no constituye ninguna novedad; forma

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parte de la disciplina desde su fundación oficial, desde la época


en que Comte defendía una "Física Social" que, como las demás
ciencias, fuera capaz de saber para prever. No hay que extrañar-
se de que el ámbito de aplicación de la sociología sea pues la ac-
ción política. El problema es: ¿cómo se entiende este vínculo en
la práctica sociológica de Pierre Bourdieu?
Lo primero que llama la atención en el modo que tiene este
autor de afrontar la función política de sus descubrimientos, es
el realismo. Desdefinalesde la década de los ochenta el sociólo-
go se referirá a su política como una "Realpolitik de la razón".
Este realismo consiste en mostrar empíricamente las condicio-
nes sociales en las que puede tener lugar la intervención, el ám-
bito de lo que es políticamente probable. Como ya se indicó, só-
lo es posible cambiar las situaciones si se alteran a la vez los
modos de ver y de creer y las condiciones materiales de exis-
tencia. Si el cambio en el orden de los cerebros se ve correspon-
dido con un cambio en el orden de las cosas.
Esto tiene que ver con el hecho de que las transformaciones
políticas profundas no consisten en darse cuenta del contexto
objetivo, sino en modificar el habitas. Como ilustraban las
sugerencias realizadas por Bourdieu al gobierno salido de la
revolución argelina, no bastaba con cambiar las relaciones de
producción para trastocar las disposiciones. Mutatis mutandis,
no es posible tampoco conseguir este objetivo apelando de mo-
do voluntarista a una toma de conciencia. El intento emprendido
por Frantz Fanón para "concienciar" a los oprimidos por el ré-
gimen colonial, es un buen ejemplo de este segundo fracaso.
Por su realismo, Bourdieu se sitúa a mucha distancia del "in-
telectual profético" o "universal" -utilizando una terminología
de Foucault- que algunos, recordando a Sartre, han querido ver
en él. El sociólogo no se presenta como la voz militante de los
dominados sino como un especialista, un científico cuya auto-
ridad dentro de su disciplina depende del grado de autonomía

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que haya logrado conquistar en ella. Su mirada es extremada-


mente sensible a los determinismos sociales del comporta-
miento y por tanto a los límites históricos en los que puede
operar la acción política. Así por ejemplo, cuando Bourdieu
comenta hasta qué punto la acción de los dominados refuerza su
propia dominación, no trata de desalentar toda tentativa para
cambiar las cosas; lo que pretende evitar es un utopismo
irresponsable que puede traer consigo consecuencias políticas
desastrosas. Análogamente, la función del sociólogo no es su-
ministrar un programa para la acción futura, sino más bien
elaborar un mapa de la acción posible, un croquis meticuloso
donde aparezcan las barreras y los espacios que no pueden ser
franqueados, así como los puentes, los vados y los desfiladeros
por los que se puede continuar.
Las llamadas voluntaristas a la revolución social, recuerda
Bourdieu, otorgan todo el poder a la conciencia, es decir, en el
plano organizativo, a los que experimentan menos directamente
los límites de la necesidad: la intelligentsia. Su ejemplo histó-
rico más notorio es el del leninismo. Esta actitud, más allá de
sus buenas intenciones, acaba propiciando una tiranía de la
"vanguardia intelectual" sobre el movimiento social, sobre los
"oprimidos" cuyo poder de representación se ve monopolizado
por esta élite.
Este rechazo del utopismo voluntarista se aprecia también en
las consideraciones a propósito del Estado. La tradición izquier-
dista -anarquista pero también marxista- tiende a ver en el Es-
tado un "monstruo frío"; simple instrumento al servicio de las
clases dominantes, una instancia que antes o después debe ser
abolida. Bourdieu en cambio, al analizar el Estado como un
campo históricamente constituido a través de las luchas que lo
atraviesan, muestra una actitud mucho más ambivalente y rea-
lista.
En la medida en que el Estado ve afirmada su autonomía res-

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pecto a los intereses externos y particulares de los dominantes,


encarna también intereses de vocación universal: el sentido de
servicio público, el civismo, el desinterés, las virtudes republica-
nas. Persiguiendo su propio interés, los agentes y las institucio-
nes asociados a la "mano izquierda" del Estado favorecen los
intereses de todos. Por otro lado, en la medida en que el Estado
se pliega a las exigencias de los dominantes en el campo político
o económico, los intereses de sus agentes y organismos -la
"mano derecha" del Estado, representada hoy en Francia por ese
alto funcionariado compuesto por graduados en las escuelas su-
periores de negocios y de estudios políticos- tienden a alejarse
de la definición oficial del propio Estado.
Bourdieu revela indirectamente el efecto perverso de esa
crítica izquierdista del Estado que tuvo su acmé afinalesde los
años sesenta y primeros setenta. Atacando al Estado y des-
calificando como pura ideología su vocación oficial de servicio
público, se proporcionaba argumentos a aquéllos que, en pleno
despegue de las políticas neoliberales, querían reducir al mínimo
sus funciones sociales convirtiéndolo en un instrumento para
dinamizar y flexibilizar los mercados y agrandando cada vez
más su dimensión penal y policial, vinculada a la protección de
la propiedad.
Cierto es que en el propio Bourdieu se registra un paulatino
cambio de acento en sus análisis sobre el Estado. Este desplaza-
miento no es tanto el resultado de refinamientos teóricos como
de variación en los objetos de estudio. En la época de La Repro-
duction (1970) se ponía énfasis en la "función ideológica" del
Estado, cuyas intervenciones, en particular por la acción del sis-
tema de enseñanza, venían a legitimar las desigualdades sociales
de origen presentándolas como diferencias naturales de inteli-
gencia o de mérito. Las ideologías, típicamente estatalistas y re-
publicanas, de la meritocracia y de la "escuela liberadora" disimu-
laban la violencia simbólica del sistema educativo y fomentaban

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el reconocimiento por parte de los dominados. A medida que el


Estado, entendido como una multiplicidad de campos burocráti-
cos, ocupaba el centro de la investigación, y en un contexto ca-
da vez más afectado por la onda expansiva del neoliberalismo,
el análisis de Bourdieu se hizo menos unilateral y fue perfilando
el rostro ambiguo de la institución.
El declive de la "mano izquierda" del Estado, de las orga-
nizaciones, de las estructuras objetivas que materializan esas
disposiciones de desinterés y de servicio público, está propi-
ciando habitus desprovistos de virtudes cívicas; proclives a la
corrupción, al clientelismo, a la persecución egoísta del éxito in-
dividual. No es de extrañar que hayan coincidido al mismo
tiempo en Francia las políticas más agresivamente liberalizado-
ras y la fase de más escandalosa venalidad política. Esto queda
muy bien ejemplificado en un pasaje de Les Structures Sociales
de l'Économie, donde Bourdieu describe el modo en que las po-
líticasflexibilizadorasdel mercado inmobiliario, el apoyo a la
compra en detrimento del alquiler, y de la vivienda unifamiliar
en perjuicio del habitat colectivo, ha favorecido el repliegue de
la pequeña burguesía sobre la intimidad, el cultivo de los
pequeños placeres privados y la desmovilización política.
No se puede por tanto exaltar verbalmente el civismo, criticar
la corrupción y apoyar al mismo tiempo la reducción y la des-
regulación de las organizaciones estatales. Análogamente, no se
puede predicar verbal y mediáticamente contra el racismo y la
xenofobia o contra el narcisismo de la "sociedad de consumo"
mientras se privatiza el mercado de la vivienda y se propicia la
defección de las barriadas periféricas a su suerte. No se puede
lamentar el conformismo y la falta de sentido crítico entre los
jóvenes mientras se dejan de apoyar públicamente las creacio-
nes artísticas o los proyectos de investigación más indepen-
dientes; se abandona la producción cultural al dictado de los
campos económico y periodístico; se interrumpe el apoyo, en

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nombre de los requerimientos del mercado laboral, a las insti-


tuciones de enseñanza e investigación -enfilosofíao en ciencias
sociales- que encarnan el ejercicio públicamente garantizado del
pensamiento crítico. Si se quiere promover la virtud, es preciso,
de modo realista, fomentar las condiciones sociales objetivas
que la hacen posible; para hacer de las virtudes cívicas una ne-
cesidad hay que fortalecer aquellas instituciones que son la
encarnación histórica de esos valores.
El realismo político de Bourdieu lo contrapone a toda forma
de utopismo voluntarista, pero no lo conduce hacia el polo in-
verso representado por el fatalismo determinista. Este tiende a
transformar las regularidades descubiertas por la sociología en
leyes eternas.
La figura intelectual que corresponde a esta disposición
determinista es la del "ingeniero social"; el experto dedicado a
la detección de las leyes que, inexorablemente, rigen los proce-
sos sociales y cuyo conocimiento hace posible el asesoramiento
técnico de la acción política. Su modelo de intervención es neta-
mente baconiano: "hay que obedecer a la naturaleza -en este ca-
so a la sociedad- para dominarla". Este paradigma tecnológico
se asienta en una visión naturalizada del mundo social, una re-
presentación que otorga carta de necesidad al estado de fuerzas
vigente y que de este modo legitima las relaciones de domina-
ción establecidas. Las leyes sociales son entonces consideradas
como un destino; todo intento de franquearlas es descalificado
en nombre de la prudencia y de un realismo que apela a la sen-
satez; toda intención de modificar las relaciones de fuerza en
curso es rechazada y etiquetada como delirio utópico; vana pre-
tensión de embarcarse en "experimentos políticos" de conse-
cuencias necesariamente desastrosas.
Bourdieu suministra un variado repertorio de ejemplos para
ilustrar este determinismo naturalista propio de la ingeniería so-
cial. En sus trabajos sobre el sistema de enseñanza hace refe-

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rencia a los intentos de explicar en términos biologistas las dife-


rencias de rendimiento escolar o a los tests utilizados por la psi-
quiatría, la psicología o el psicoanálisis, que funcionan raciona-
lizando la exclusión de los culturalmente más desfavorecidos,
dando aspecto científico a lo que el sociólogo designa como un
"racismo de la inteligencia".
Pero el caso másflagrantede fatalismo determinista es el que
se encuentra entre los economistas neoliberales. En nombre de
la cientificidad intentan mostrar que las medidas políticas ten-
dentes aflexibilizarel mercado laboral, reducir el gasto social,
limitar los salarios, privatizar las empresas públicas o liberalizar
el mercado hipotecario, no son sino gestos técnicos, impuestos
por las implacables leyes del mundo económico. El discurso
que se obstina en presentar la "globalización" económica -em-
pezando por la de los mercados financieros- como un fatum
irreversible; el discurso que convierte el triunfo del capitalismo
y de las democracias liberales en el "fin de la historia", pertene-
cen también a ese estirpe determinista.
No deja de ser irónico -y en esto la crítica de Bourdieu re-
cuerda a la crítica marxiana de la economía política- que los va-
ledores de la libertad y de la iniciativa individuales se adhieran
a una representación determinista y economicista de la historia.
Otra paradoja de este "metarrelato" neoliberal es su permanente
oscilación entre el fatalismo resignado y el utopismo salvaje y
revolucionario que, después de separar abstractamente el sis-
tema económico del sistema social -mediante esa monstruo-
sidad antropológica que es el homo oeconomicus- pretende que
el funcionamiento de las sociedades se subordine en todos los
campos a la lógica del mercado. El Estado se convierte entonces
en un juguete al servicio de los intereses económicos de los más
fuertes; a escala mundial éstos se encarnan en las instituciones
internacionales -como la Organización Mundial del Comercio o
el Fondo Monetario Internacional- encargadas de dictar las po-

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líticas económicas favorables a los mejor situados en el mercado


mundial.
La práctica sociológica de Bourdieu no pretende negar la exis-
tencia de leyes sociales oponiéndoles los derechos impres-
criptibles de la subjetividad y de la condición única e irrepetible
de la acción humana. Muy al contrario; buena parte de su come-
tido ha consistido precisamente en desvelar esas leyes que fun-
cionan sin ser advertidas. En L'Amour de l'Art (1966) se mos-
traba que el nivel de frecuentación de museos dependía prin-
cipalmente del nivel de instrucción escolar alcanzado. Los es-
tudios sobre el sistema de enseñanza manifestaban que el capital
cultural iba siempre al capital cultural, es decir, que el rendimien-
to escolar dependía sobre todo de la herencia cultural recibida. En
La Distinction (1979) se evidenciaba que la orientación del con-
sumo hacia los campos culturalmente más legítimos -v.g. pintura
o literatura- estaba en función del capital escolar de partida,
mientras que la preferencia por los campos culturales menos le-
gítimos -v.g. el cine o la gastronomía- dependía más de la tra-
yectoria social.
Los análisis del malestar y del sufrimiento sociales engen-
drados por las políticas neoliberales en materia de alojamiento
permitían descubrir una verdadera ley de conservación de la vio-
lencia: la exposición continua y precoz a una violencia estructu-
ral (despidos, jubilaciones anticipadas, expedientes de regulación
laboral, endurecimiento de las condiciones de trabajo, precarie-
dad laboral engendrada por la tiranía de los mercados financieros
sobre el conjunto del campo económico) genera violencia (au-
mento en las tasas de suicidio, de criminalidad, alcoholismo,
agresiones domésticas).
Existen leyes sociales, pero su estatuto no es el de mecanis-
mos naturales sino el de regularidades históricas, es decir, trans-
formables. Por eso descubrir una ley no es pronosticar un destino
sino abrir una posibilidad de libertad. Sólo aquellos interesados en

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"dejar hacer a las leyes", en perpetuar su eficacia, que juega


siempre a favor de los dominantes, optan por ofrecer una repre-
sentación fatalista y naturalista de las mismas.
La ley social no hace referencia a la dinámica funcional de un
sistema autorregulado, sino a la lógica propia de un campo
social determinado en un estado histórico concreto de su exis-
tencia. Y, no hay que olvidarlo, los campos no son sólo campos
magnéticos, gobernados por relaciones objetivas de fuerza, sino
también campos de batalla simbólica, donde los agentes y las
instituciones pugnan para monopolizar la representación
legítima del mismo. Por eso, señala Bourdieu, los dominantes
tienen un compromiso con la interpretaciónfisicalistade las le-
yes sociales, convirtiéndolas en leyes naturales, mientras que
los dominados encuentran en la ley una tendencia histórica que
puede llegar a ser abolida.
Enunciar una ley social es por tanto abrir la posibilidad de
introducir, en las circunstancias que producen el efecto predicho
por esa ley (v.g. la mortalidad escolar ascendente a medida que
desciende el capital cultural poseído), lo que Bourdieu, siguien-
do a Comte, designa como "elementos modificadores". Por otro
lado, por un funcionamiento análogo al de las "profecías
autorrealizadas", la difusión social de la ley descubierta, su co-
nocimiento por parte de los que la sufren -v.g. el descubrimien-
to del carácter mítico de la "escuela liberadora"- puede tener
efectos emancipatorios, erosionando el desconocimiento y el
consecuente reconocimiento que garantizan su reproducción.
Esta capacidad de la sociología para, una vez divulgados social-
mente sus resultados, producir efectos reales, transformadores
sobre las prácticas y sobre la acción política, es lo que Bourdieu
designa como "efecto de teoría".
La dilucidación de las leyes sociales por parte de la sociología
permite entonces poner en liza una intervención política eman-
cipada, guiada por el conocimiento de los mecanismos subya-

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centes, una acción reflexiva que ya no se mueve por los impul-


sos espontáneos del habitus. La ganancia en reflexión es lo que
posibilita por tanto una política verdaderamente ilustrada, que
no se doblega a los intereses particulares de los dominantes sino
que se pone al servicio de aspiraciones auténticamente universa-
les.
Bourdieu designa su trabajo político como una "Realpolitik
del universal". Ya se ha visto lo que quiere decir este realismo;
no es la negación de los impulsos utópicos, favorables a la
emancipación política, sino su anclaje en el sobrio conocimiento
de las condiciones sociales que pueden hacerla viable. Lo que se
pone sobre el tapete es pues un utopismo razonado, un uso polí-
ticamente consciente de los límites de la libertad garantizado por
el conocimiento científico de las leyes sociales y de las circuns-
tancias históricas en las que éstas funcionan.
¿Pero qué significa el universalismo?; ¿cuál es el estatuto de
los intereses universales a los que pretende ajustarse la inter-
vención política de la sociología? El pensamiento de Bourdieu
es radicalmente historicista. Esto lo aleja del universalismo abs-
tracto implicado en las propuestas de unfilósofotan influyente
como el alemán Jürgen Habermas. Confinescomparativos, me-
rece la pena detenerse, aunque sea brevemente, en las posiciones
de este pensador.
Habermas considera que los intereses universales de la es-
pecie están inscritos trascendentalmente en el uso del lenguaje.
La razón no es sólo -como ha prevalecido en el curso de la mo-
dernidad- un medio para lograr fines estratégicos, para la pre-
dicción y el control; es también el medio en el que se alcanzan
acuerdos con los demás. Al hablar estamos encajados de entrada
en ese medio, suponiendo "a priori" esta posibilidad. El ejerci-
cio de la razón está mediado simbólicamente; está estructurado
por este "a priori" inherente a todo acto de habla. Al sustituir la
filosofía de la conciencia por lafilosofíadel lenguaje, este autor

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REALP0LIT1K DE LA RAZÓN

"El intelectual es un personaje bidimensional que sólo existe y


subsiste como tal si (y tan sólo si) está investido de una autoridad es-
pecífica, conferida por un mundo intelectual autónomo (es decir inde-
pendiente de los poderes religiosos, políticos, económicos) cuyas leyes
específicas respeta, y si (y tan sólo si) compromete esa autoridad es-
pecífica en luchas políticas. Lejos de existir, como se suele creer, una
antinomia entre la búsqueda de la autonomía (que caracteriza al arte, a
la ciencia o a la literatura que se llaman "puras") y la búsqueda de la
eficacia política, incrementando su autonomía (y, a través de ello,
entre otras cosas, su libertad de crítica respecto a los poderes) los
intelectuales pueden incrementar la eficacia de una acción política
cuyos fines y medios se originan en la lógica específica de los campos
de producción cultural (...)

La naturaleza paradójica, aparentemente contradictoria, del intelec-


tual, hace que cualquier acción política para reforzar la eficacia polí-
tica de sus empresas esté condenada a dotarse de lemas de apariencia
contradictoria: por un lado, reforzar la autonomía, particularmente re-
forzando la separación con los intelectuales heterónomos, y luchando
para proporcionar a los productores culturales las condiciones econó-
micas y sociales respecto a todos los poderes, sin excluir los de las bu-
rocracias de Estado (y en primer lugar en lo que se refiere a la publica-
ción y evaluación de los productos de la actividad intelectual); por otro
lado, liberar a los productores culturales de la tentación de la torre de
marfil incitándolos a luchar al menos para asegurarse el poder sobre los
instrumentos de producción y de consagración y a entrar en el mundo
para afirmar en él los valores asociados a su autonomía.

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(...)
Esta lucha debe ser colectiva porque la eficacia de los poderes que se
ejercen sobre ellos resulta en gran parte del hecho de que los inte-
lectuales los afrontan en orden disperso, y haciéndose la competencia.
Y también porque las tentativas de movilización siempre resultarán
sospechosas, y estarán condenadas al fracaso, mientras quepa la
sospecha de que puedan ser puestas al servicio de las luchas por el li-
derazgo del intelectual o de un grupo de intelectuales. Los productores
culturales sólo volverán a ocupar en el mundo social el lugar que les
corresponde cuando, sacrificando de una vez por todas el mito del 'in-
telectual orgánico', sin caer en la mitología complementaria, la del
santón retirado de todo, acepten trabajar colectivamente en defensa de
sus propios intereses; cosa que debería conducirlos a afirmarse como
un poder internacional de crítica y vigilancia, incluso de propuesta, fren-
te a los tecnócratas, o, mediante un afán a la vez más alto y más realista,
por lo tanto limitado a su esfera propia, a involucrarse en una acción ra-
cional de defensa de las condiciones económicas y sociales de la au-
tonomía de esos universos sociales privilegiados donde se producen y se
reproducen los instrumentos materiales e intelectuales de lo que lla-
mamos la Razón. Esta RealpoUtik de la razón estará sin la menor duda
expuesta a la sospecha de corporativismo. Pero le corresponderá de-
mostrar, mediante los fines al servicio de los cuales pondrá sus me-
dios, duramente conquistados, de su autonomía, que se trata de un cor-
porativismo de lo universal." (RA, pp. 490-91 y 500-501)

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concede un papel privilegiado al discurso y a la comunicación


en su teoría social. Esta confianza en los poderes del verbo lo
lleva a creer que la potencia de las palabras descansa en las mis-
mas palabras, y que el principio de eficacia del lenguaje se en-
cuentra en el mismo lenguaje. De ahí su confianza en la fuerza
del mejor argumento a la hora de establecer un diálogo racional.
No obstante, su teoría omite por completo la cuestión de las
condiciones históricas y sociales que hacen posible el consenso
universal. La facticidad histórica e institucional parece extrín-
seca en relación con las condiciones trascendentales de la co-
municación. Habermas olvida que el acceso a esos universales
comunicativos no es universal, sino que está desigualmente dis-
tribuido; depende de condiciones históricas e institucionales que
limitan el acceso a los mismos.
Esto tiene consecuencias importantes a la hora de considerar
el papel político desempeñado por el intelectual. A la postre, el
fetichismo lingüístico habermasiano, su fe en la potencia pura
del discurso, le conduce a un error advertido por Marx -y recor-
dado por Bourdieu- a propósito de los profesores alemanes de
filosofía: la tendencia a despolitizar las relaciones sociales reba-
jando la política a un ejercicio puramente ético. Insertos "a prio-
ri" en el uso del lenguaje y no construidos a partir de las contin-
gencias de la historia, los intereses universales sólo pueden ser
defendidos mediante el verbo y no a través de una acción polí-
tica qué transforme las estructuras sociales y las instituciones en
las que pueden surgir.
Frente a este universalismo abstracto que exige corregir el
rumbo torcido de la modernidad se alzan, en el otro extremo del
escenario, las voces de los pensadores postmodernos reclaman-
do los derechos de la facticidad histórica. Los escritos del filó-
sofo norteamericano Richard Rorty ofrecen un buen ejemplo de
esta última posición. Este autor presenta una versión postmo-
derna del pragmatismo estadounidense. En ellos, la afirmación

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rotunda de la historicidad de la razón, inmersa en la instancia


cambiante de las prácticas sociales, lleva a negar la existencia de
derechos universales. Éstos serían en realidad instancias de va-
lidez local, restringidos a la comunidad y a la tradición his-
tóricas en las que se formulan. La práctica democrática, viene a
decirnos Rorty, tal como ha cristalizado en el ámbito peculiar de
la cultura occidental, no necesita legitimarse apelando a "los in-
tereses universales de la especie" o a derechos inherentes a la
"humanidad". Considerando la cuestión desde una perspectiva
pragmática, la referencia a fundamentos últimos y universales
funciona como un estorbo que esclerotiza las condiciones del
diálogo democrático en vez de flexibilizarlas.
En muchos aspectos, la argumentación de Rorty sobre los uni-
versales se emplaza en las antípodas del planteamiento haberma-
siano. La remisión a la contingencia y a la historia conducen en el
primero a una renuncia nihilista respecto al universal, habilitando,
aun sin quererlo, la legitimidad de posiciones políticas comu-
nitaristas. Habermas, en cambio, aloja las pretensiones de univer-
salidad en el uso mismo del lenguaje, como "a priori" de la comu-
nicación. Sus tesis potencian una absolutización de los valores y
de las formas de diálogo democrático desarrolladas por las frac-
ciones culturalmente dominantes de las sociedades occidentales.
¿Cuál es la alternativa de Bourdieu en esta peculiar reedición
de la querella de los universales? En Méditations Pascaliennes
(1997) se pueden encontrar algunos elementos de respuesta. En
este libro no se trata sólo de rebasar esta controversia, el debate
entre "modernos" y "postmodernos" a propósito de los universa-
les. Se ofrece también un verdadero socioanálisis de la polémica,
describiéndose el modo en que ésta se ve sesgada por la condición
docta, "escolástica" de los habitus implicados en ella.
Toda la obra de Bourdieu enfatiza la condición radicalmente
histórica, contingente y arbitraria de las formas de racionalidad,
de esas formas de vida encofradas en campos históricamente

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constituidos. Esto no conduce a negar, con una pose entre cínica


y nihilista, la existencia de universales científicos, éticos, es-
téticos o jurídicos. Pero los universales no están dados en el uso
del lenguaje; se trata de acontecimientos, conquistas históricas
plenamente contingentes y frágiles, producto de luchas y de
relaciones de fuerza. Así, por ejemplo, las virtudes del servicio
público, el desinterés, el civismo, acompañaron históricamente
a la formación de una nobleza de toga. Luchando frente a los
intereses del clero y de la vieja nobleza, por obtener el recono-
cimiento de su cuerpo, estos letrados, juristas, parlamentarios
del Antiguo Régimen, se presentaron como "clase universal",
sustituyeron el "servicio privado" a la casa del rey por el "servi-
cio público" al Estado y pusieron las bases de lafilosofíapolí-
tica moderna, el discurso sobre los derechos universales y la vir-
tud cívica que iba a inspirar a la Revolución Francesa.
Por esta razón, los burócratas, los tecnócratas del Estado se
ven obligados a invocar el universal para ejercer su dominación,
a apoyarse en una ética del servicio público. Esta construcción
simbólica -hace falta gastar, perder mucha fuerza para producir
poder simbólico o legitimidad- no es sólo un instrumento
ideológico de esta nueva nobleza de Estado; su estatuto es am-
biguo, porque los dominados siempre pueden invocar este dis-
curso universalista contra los abusos de la burocracia estatal,
contra la sumisión de ésta a los intereses privados. Es decir; las
luchas entre los dominantes, -la nobleza de toga frente a los po-
deres temporales de la aristocracia de sangre y frente a los pode-
res espirituales de los dignatarios eclesiásticos- más allá de las
intenciones mismas de los dominantes, hacen entrar en el cam-
po del poder algo de ese universal (desinterés, sentido de lo pú-
blico, civismo, etc..) que puede convertirse en una poderosa ar-
ma simbólica de los dominados. De este modo, los conflictos
entre las distintas fracciones del campo del poder hacen progre-
sar los intereses universales.

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Esta misma dinámica histórica que opera en la construcción


de los universales políticos se produce en otros campos -artísti-
co, científico, jurídico,filosófico,literario, etc.. Es como si el
proceso de diferenciación de los campos y la afirmación de su
autonomía respectiva generara -como efecto no pretendido-
unas garantías frente a la tiranía, frente al intento de subordinar
unos campos a otros.
En efecto, estos logros universales, -la honestidad intelectual
y las normas de coherencia y contrastabilidad del científico, la
excelencia de la obra de arte, la independencia y ecuanimidad
jurídicas- constantemente monopolizados al servicio de los
intereses particulares de los más poderosos, no son el resultado
del consenso y del diálogo democráticos ni el punto de llegada
de una evolución social, sino un acontecimiento derivado de las
contiendas que atraviesan la historia de los diversos campos de
producción cultural en el curso de su constitución autónoma. Por
eso la universalidad de una producción cultural -v.g. la Pasión
según San Mateo de Juan Sebastián Bach- no está en sus pro-
piedades carismáticas, sino en el hecho de que su elaboración, y
por tanto su consumo, acumulan toda la historia anterior de las
luchas que han conformado el campo -desde la monodia medie-
val hasta los polifonistas del Renacimiento. No es que no exis-
tan los universales, sino que su posibilidad de acceso y disfrute
no son realmente universales; están reservados a unos particu-
lares privilegiados.
Ahora se comprende el intenso activismo político desplegado
por Bourdieu contra el orden neoliberal. Éste extingue las fuen-
tes mismas, las instituciones que promueven la universalidad: la
vocación social del Estado, la autonomía de los campos cultura-
les respecto al mercado, la adquisición por todos de las dispo-
siciones que permiten acceder al universal.
Entre los escritos de Bourdieu más representativos de su com-
bate contra el neoliberalismo y a favor de la universalidad hay

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que mencionar Contre-Feux. Propos pour servir á la Résistance


contre VInvasión Néo-libérale (1998). Publicado dentro de la
editorial Liber, Raisons d'Agir, este ensayo es una panoplia de
contribuciones de muy diverso género, realizadas por Bourdieu
entre 1991 y 1998: entrevistas, artículos de prensa, discursos
pronunciados en reuniones sindicales, con el movimiento de
parados o con obreros en huelga, textos sobre la televisión y
consideraciones acerca de la doctrina social y económica del
Bundesbank. El hilo conductor que une a estas diversas inter-
venciones es una critica tensa y lúcida de la retórica neoliberal y
de su intento de naturalizar las desigualdades. La aniquilación de
las conquistas sociales, logradas afanosamente en la lucha secular
de los trabajadores, es presentada por esa retórica como el dis-
currir evidente de las cosas. El derecho a la sanidad o a la edu-
cación públicas, en vez de entenderse como logros irreversibles
que hay que unlversalizar a escala planetaria, es descalificado
como un privilegio que habría que abolir. Lo que así se pretende
destruir, según Bourdieu, es toda una civilización.
Frente al desmantelamiento del Estado --reducido cada vez
más a funcionar como salvaguarda policial de la propiedad- y a
la inanidad sindical, Bourdieu defiende la construcción de un
Estado social europeo con vocación de unlversalizarse, y la ne-
cesidad de una resistencia sindical e intelectual organizada a
escala internacional. En el campo de la producción cultural,
frente al vigente imperio de lo comercial, sostiene la exigencia
de favorecer la autonomía de los distintos universos del trabajo
intelectual y artístico. Esto obliga también a detener el actual
desfondamiento del Estado.
En conjunto, el mosaico de intervenciones recogidas en este
vigoroso texto compone una reflexión de extrema urgencia que,
justamente por navegar contra el viento de su época, revela la
posibilidad de iniciar otro rumbo.
En la misma estela se sitúa el artículo publicado junto a su

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colaborador norteamericano, Lo'ic Wacquant, titulado "Sur les


rases de la Raison Imperialiste", publicado en Actes de la Re-
cherche en Sciences Sociales en 1998. El blanco de la crítica, en
este caso, lo constituye el imperialismo cultural; toda esa
constelación de temas y de problemas que han penetrado en el
panorama intelectual internacional llegando a conformar un
orden del día autoevidente (el "multiculturalismo", el debate
sobre la postmodernidad, las controversias sobre la "globali-
zación" y el "fin de la historia", las polémicas entre liberales y
comunitaristas, etc.). Los autores muestran el modo en que este
menú es el resultado de la universalización de ciertos par-
ticularismos ligados a una tradición histórica peculiar: la de los
Estados Unidos de América, convertidos en máxima potencia
colonizadora en el plano cultural. Del mismo modo que el ame-
rican way of Ufe ha llegado ha invadir por completo las formas
de vida cotidiana en todo el planeta, el american way ofthinking
ha arribado plenamente en la escena intelectual, haciéndose
aceptar tanto más fácilmente cuanto más aire progresista re-
vestían estos paneles de discusión originados en las universida-
des norteamericanas y exportados al resto del mundo.
Si las instituciones y los agentes que hoy amenazan la aspira-
ción a la universalidad -a menudo invisibles bajo apelaciones a
la universalidad, como cuando el Fondo Monetario Internacional
apela a la solidaridad de los privilegiados trabajadores europeos
con los del Tercer Mundo para que acepten rebajas en sus ga-
rantías laborales o limitaciones salariales, o cuando los econo-
mistas neoliberales denuncian el estatuto privilegiado de los
funcionarios en algunos países occidentales- operan a escala
cosmopolita, particularmente a través de organizaciones eco-
nómicas internacionales, la resistencia frente a esta barbarie de-
be también orquestarse a escala internacional. Bourdieu apela a
una alianza mundial entre todas las fuerzas que constituyen re-
servas de universalidad: los funcionarios que trabajan en el

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Pieire Bmtnlieu

ámbito de la "mano izquierda" del Estado y los sindicatos, los


movimientos sociales emergentes (parados, inmigrantes sin pa-
peles, ecologistas, feministas, gays y lesbianas, etc..) y los pro-
fesionales de los distintos campos de producción cultural cuya
autonomía se encuentra en situación de riesgo (artistas, escrito-
res, científicos, etc.).
Llama la atención, en particular, la vinculación entre los mo-
vimientos sociales y las profesiones científicas. De hecho, la
asociación entre el conocimiento científico y riguroso y los im-
pulsos del movimiento social parecen haberse limitado, hasta la
fecha, a movimientos como el ecologista, cuyos componentes
poseen en general un elevado capital cultural y un alto grado de
concienciación. Aquí se inscribe el envite recogido por Bour-
dieu: ¿cómo es posible articular el trabajo de la sociología con
los objetivos de los movimientos sociales? La tarea del cien-
tífico social no es la de guiar a las organizaciones sociales para
frenar la expansión de las devastaciones neoliberales y pro-
mover un Estado social a escala mundial. Su cometido consiste

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en proporcionar diagnósticos certeros y rigurosamente estable-


cidos, hacer visibles los mecanismos ocultos de la dominación.
Esto exige del científico -y del intelectual o del artista en gene-
ral- una estricta defensa de las condiciones sociales que hacen
posible la autonomía de su disciplina, una intervención decidida
sobre las políticas científicas y culturales para evitar que los
impulsos liberalizadores pongan en peligro esta autonomía
relativa tan costosamente conseguida en el curso de la historia.
Aquí se emplaza la defensa de un "corporativismo del univer-
sal" propugnada por el sociólogo francés: la unión internacional
de aquellas profesiones implicadas en los campos donde se
producen bienes de aspiración universal.
El combate a favor del universalismo mediante el ejercicio de
una sociología reflexiva entronca sin duda al pensamiento de
Bourdieu con el ethos de la Ilustración, es decir, no tanto con un
conjunto de principios como con una manera de afrontar el
estilo de vida del intelectual. Este universalismo, a diferencia de
la modalidad abstracta defendida por Habermas, adopta la forma
de una afirmación de la contigencia y de una historicidad sin
teleología, espacios donde pueden abrirse formas univer-
salizables de racionalidad. Se trata por ello de un racionalismo
historicista que no repudia el esfuerzo de las Luces, pero que
tampoco pretende resucitar su vacuo universalismo; lo que se
pretende es acometer lo que el propio sociólogo denomina "una
Aufklarung permanente de la Aufklárung" (MP, 86). El instru-
mento requerido por estas ciclópeas tareas no puede ser ya una
crítica formal de la razón -ni siquiera tamizada por la atención a
las mediaciones del lenguaje- sino un análisis de sus condicio-
nes históricas y formales. En esta senda, la empresa intelectual
promovida por Bourdieu puede ser comprendida como una
versión,filtradapor el ruido y la furia de la historia, del proyecto
crítico kantiano.

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Abreviaturas utilizadas^)

LR La Reproduction
ETP Esquisse d'une Théorie de la Pratique
SP Le Sens Pratique
QS Questions de Sociologie
CD Choses Dites
LD La Distinction
LL Legón sur la Legón
OP L'Ontologie Politique de Martin Heídegger
NE La Noblesse d'État
RA Les Regles de l'Art
REP Réponses. Pour une Anthropologie Reflexive
RP Raisons Pratiques
MP Méditations Pascaliennes
USS Les Usages Sociaux de la Science
CF Contre-Feux
DM La Domination Masculine
PDC Poder, Derecho, Clases Sociales

(*) Salvo en los casos en que ya existe versión publicada en castellano, todas
las traducciones incluidas son nuestras

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Nota Bibliográfica

1. La obra de Pierre Bourdieu

Una importante parte de las obras de Pierre Bourdieu han sido


ya vertidas al castellano. Estas traducciones incluyen:

—Argelia entre en la Historia, Madrid, Nova Terra, 1965


(traducción de la obra de P. Bourdieu en colaboración con
Abdelmalek Sayad, Le Déracinement. La Crise de l'Agri-
culture Traditionelle en Algériey París, Minuit, 1964, reed.
1996).

—Los Estudiantes y la Cultura, Barcelona, Labor, 1967


(traducción de la obra de P. Bourdieu en colaboración con
Jean-Claude Passeron: Les Héritiers. Les Etudiants et la
Culture, París, Minuit, 1964).

—Fotografía: Un Arte Intermedio, México, Editorial Nueva


Imagen, 1979 (traducción de la obra de P. Bourdieu en co-
laboración con Luc Boltanski, Jean-Claude Chamboredon,
Gérard Lagneau y Dominique Schnapper: Un Art Moyen.
Essais sur les Usages Sociaux de la Photographie, París,
Minuit, 1965).

—"Campo Intelectual y Proyecto Creador" en Barbut, M.,


Bourdieu, R, Godelier, M., Greimas, A.I., Macherey, P. Y Poui-
llon, J., Problemas del Estructuralismo, México, Madrid,

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Siglo XXI, 1967, pp. 135-182 (traducción del artículo de P.


Bourdieu: "Champ Intellectuel et Projet Créateur", Les Temps
Modernes, 22 (1966) 246, pp. 865-906).

—"Condición de clase y Posición de clase" en Barbaso, R,


Barthes, R., Bourdieu, P., Burguelin, O., Dumazedier, J.,
Hymes, D., Estructuralismo y Sociología, Buenos Aires,
Nueva Visión, 1969, pp. 71-100 (traducción del artículo de P.
Bourdieu: "Condition de Classe et Position de Classe", Archi-
ves Européennes de Sociologie, 7 (1966), pp. 201-223).

—"Sistemas de Enseñanza y Sistemas de Pensamiento" en


Gimeno Sacristán, J. Y Pérez Gómez, A. (eds.): La Enseñan-
za: su teoría y su práctica, Madrid, Akal, 1985, pp. 20-36
(traducción del artículo de P. Bourdieu: "Systémes d'enseig-
nement et systémes de pensée", Revue Internationale des
Sciences Sociales, 19 (1967), 3, pp. 367-388).

—El Oficio de Sociólogo, Madrid, México, Siglo XXI, 1976


(traducción de la obra de P. Bourdieu en colaboración con
Jean-Claude Passeron y Jean-Claude Chamboredon: Le Métier
de Sociologue. Préalables Epistémologiques, París, Mouton et
Bordas, 1968).

—Mitosociología, Barcelona, Fontanella, 1975 (traducción de


dos artículos de P. Bourdieu en colaboración con Jean-Claude
Passeron: "Sociologie des Mythologies et Mythologies de
Sociologues", Les Temps Modernes, 19 (1963), pp. 998-1021
y "Sociology and Philosophy in France since 1945. Death and
Resurrection of a Philosophy without Subject", Social Re-
search, 34 (1967) 1, pp. 112-212. Ambos textos fueron recogi-
dos en Mitosociología, Florencia, Guardini Ed., 1971; la
edición castellana es una traducción de la italiana).

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—Sociología del Arte, Buenos Aires, Nueva Visión, 1972 (tra-


ducción, entre otros textos sobre el asunto, del artículo de P.
Bourdieu: "Eléments d'une théorie sociologique de la percep-
tion artistique", Revue Internationale des Sciences Sociales,
20 (1964) 4, pp. 640-664).

—La Reproducción. Elementos para una Teoría del Sistema de


Enseñanza, Barcelona, Laia, 1977 (traducción de la obra de P.
Bourdieu en colaboración con J.C. Passeron: La Repro-
duction. Eléments pour une Théorie du Systéme d'Enseigne-
ment, París, Minuit, 1970).

—Campo del Poder y Campo Intelectual, Buenos Aires, Folios


Ediciones, 1983 (traducción, entre otros, de los artículos de P.
Bourdieu: "Champ du Pouvoir, Champ Intellectuel et Habitus
de Classe", Scolies. Cahiers de Recherches de l'École Nór-
male Supérieure 1 (1971), pp. 7-26y "L'OntoIogie Politique
de Martin Heidegger", Actes de la Recherche en Sciences
Sociales, 5-6 (1975), pp. 109-156).

—"Notas provisionales sobre la percepción social del cuerpo"


en Wright Mills, C. et AL: Materiales de Sociología Crítica,
Madrid, Ed. La Piqueta, 1986, pp. 183-194 (traducción del
artículo de P. Bourdieu: "Remarques provisoires sur la per-
ception sociale du corps", Actes de la Recherche en Sciences
Sociales, 14 (1977), pp. 51-54).

—"Deporte y Clase Social" en Brohm, J.M. et Al.: Materiales


de Sociología del Deporte, Madrid, Ed. La Piqueta, 1993, pp.
57-82 (traducción de la conferencia pronunciada por P. Bour-
dieu: "Pratiques Sportives et Pratiques Sociales", Actes du
Vlle Congrés International de l'Associationfor the History of
Sport and Physical Education, París, Instituí National Supé-

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rieur d'Education Permanente, 1978, pp. 173-195).

—La Distinción. Criterios y Bases Sociales del Gusto, Madrid,


Taurus, 1988 (traducción de la obra de P. Bourdieu: La
Distinction. Critique Sociale du Jugement, París, Minuit,
1979).

—El Sentido Práctico, Madrid, Taurus, 1990 (traducción de la


obra de P. Bourdieu: Le Sens Pratique, París, Minuit, 1980).

—"Los Ritos como Actos de Institución" en Pitt-Rivers, J. y


Peristany, J. G. (eds.): Honor y Gracia, Madrid, Alianza Edi-
torial, 1993, pp. 114-122 (traducción del artículo de P. Bour-
dieu: "Les rites comme actes d'institution", Actes de la Re-
cherche en Sciences Sociales, 43 (1982), pp. 58-63.)

—¿Qué significa hablar? La Economía de los Intercambios


Lingüísticos, Madrid, Akal, 1985 (traducción de la obra de P.
Bourdieu: Ce que Parler Veut Diré. L'Economie des Echanges
Linguistiques, París, Fayard, 1982).

—Cuestiones de Sociología, México, Grijalbo, 1990 (traducción


de las obras de P. Bourdieu: Questions de Sociologie, París,
Minuit, 1984 y Legón sur la Legón, París, Minuit, 1982. Exis-
te otra traducción de la primera de estas obras en Madrid, Ist-
mo, 2000).

—Cosas Dichas, Buenos Aires, Barcelona, Gedisa, 1988 (tra-


ducción de la recopilación de entrevistas y de trabajos de P.
Bourdieu: Choses Dites, París, Minuit, 1987).

—Sociología y Cultura, México, Grijalbo, 1990 (traducción de


distintos artículos de P. Bourdieu sobre diversas cuestiones de

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sociología de la producción cultural, entre ellos: "Comment


peut-on étre sportif?" en Questions de Sociologie, París,
Minuit, 1984, pp. 173-195).

—La Ontología Política de Martin Heidegger, Barcelona,


Paidós, 1991 (traducción de la obra de P. Bourdieu: L'Onto-
logie Politique de Martin Heidegger, París, Minuit, 1988).

—"Los Poderes y su Reproducción" en AAVV: Lecturas de An-


tropología para Educadores, Madrid, Trotta, 1993, pp. 389-
429 (traducción del capítulo 1 de la 4a parte de la obra de P.
Bourdieu: La Noblesse d'État. Grandes Ecoles et Esprit de
Corps, París, Minuit, 1989).

—"El Culto a la Literatura mata la Literatura" (Entrevista con


O. Martí), El País, 25-11-1990.

—Las Reglas del Arte. Génesis y Estructura del Campo Li-


terario, Barcelona, Anagrama, 1995 (traducción de la obra de
P. Bourdieu: Les Regles de l'Art. Genése et Structure du
Champ Littéraire, París, Minuit, 1992).

—Respuestas. Por una Antropología Reflexiva, México, Gri-


jalbo, 1995 (traducción de la obra de P. Bourdieu, entre-
vistado por Loi'c J. D. Wacquant: Réponses. Pour une Anthro-
pologie Réflexive, París, Seuil, 1992).

—La Miseria del Mundo, Madrid, Akal, 1999 (traducción de la


obra dirigida por P. Bourdieu: La Misére du Monde, París,
Seuil, 1993).

—Razones Prácticas. Sobre la Teoría de la Acción, Barcelona,


Anagrama, 1997 (traducción de la recopilación de trabajos de

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P. Bourdieu: Raisons Pratiques. Sur la Théorie de l'Action,


París, Seuil, 1994).

—Capital Cultural, Escuela y Espacio Social, México, Siglo


XXI, 1997 (traducción de diversos trabajos de P. Bourdieu so-
bre sociología del sistema de enseñanza y sobre algunos
conceptos de su teoría sociológica.

—Sobre la Televisión, Barcelona, Anagrama, 1997 (traducción


de la obra de P. Bourdieu: Sur la Televisión, suivie de l'empri-
se du Journalisme, París, Raisons d'Agir-Liber éditions,
1996).

—"Para el sociólogo es muy tentador el punto de vista ab-


soluto", Cultural (México), 15 de julio de 1999, p. 80.

—"Muchos filósofos e intelectuales prefieren representar el


papel de sabelotodos", Cultural, 16 de julio de 1999, p. 52.

—"El trabajo del sociólogo puede contribuir a enriquecer la vida


literaria", Cultural, 17 de julio de 1999, p. 56.

—"Cómo desenmascarar a un periodista sumiso y servil", Cul-


tural, 18 de julio de 1996, p. 54.

—Meditaciones Pascalianas, Barcelona, Anagrama, 1999 (tra-


ducción de Méditations Pascaliennes. Éléments pour une Phi-
losophie Negative, París, Seuil, 1997).

—Los Usos Sociales de la Ciencia, Buenos Aires, Nueva Vi-


sión, 1999 (traducción de la obra de P. Bourdieu: Les Usages
Sociaux de la Science: pour une sociologie clinique du champ
scientifique, París, Éditions de l'INRA, 1977).

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—Contra Fuegos, Barcelona, Anagrama, 1999 (traducción de la


obra de P. Bourdieu: Contre-Feux: propos pour servir á la ré-
sistance contre l'invasion néo-libérale, París, Rasons d'Agir-
Liber éditions, 1998).

—Las Argucias de la Razón Imperialista, Barcelona, Paidós,


2001 (traducción del artículo de P. Bourdieu y Loíc
Wacquant: "Sur les ruses de la raison impérialiste", Actes de
la Recherche en Sciences Sociales, 121-122 (1998), pp. 109-
118.

—"Razones Teóricas y Razones Prácticas" (Entrevista con A.


Reale), Causas y Azares, 5 (1998), pp. 15-23.

—La Dominación Masculina, Barcelona, Anagrama, 2000


(traducción de la obra de P. Bourdieu: La Domination Mas-
culine, París, Seuil, 1999).

—"Pierre Bourdieu. El intelectual que no se rinde" (Entrevista


con José Ribas), Ajoblanco, 119 (junio 1999), pp. 16-25.

—Intelectuales, Política y Poder, Buenos Aires, EUDEBA,


1999 (traducción de un conjunto de dieciséis trabajos de P.
Bourdieu, entre conferencias, artículos y escritos diversos.
Entre ellos: "Champ du pouvoir, Champ intellectuel et Habi-
tus de Classe", Scolies. Cahiers de Recherches de l'Ecole
Nórmale Supérieure 1 (1971), pp. 7-26; "Une Interpretation
de la Théorie de la Religión selon Max Weber", Archives
Européennes de Sociologie, 12 (1971), pp. 3-21 y "Le Champ
Scientifique", Actes de la Recherche en Sciences Sociales, 2-3
(1976), pp. 88-104).

—Poder, Derecho y Clases Sociales, Bilbao, Desclée de Brou-

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wer, 2000 (traducción de cinco trabajos, entre conferencias y


artículos de P. Bourdieu. Entre ellos: "Sur le Pouvoir Sym-
bolique", Ármales ESC 32 (1977), pp. 405-411 y "La Forcé du
Droit", Actes de la Recherche en Sciences Sociales, 64 (1986),
pp. 3-19).

—El Sociólogo y las Transformaciones Recientes de la Eco-


nomía en la Sociedad, Buenos Aires, Eudeba, 2000 (tra-
ducción de la videoconferencia impartida por P. Bourdieu en
la Universiad Autónoma Metropolitana de México, 22 de
junio de 1999).

—"Visto desde Abajo. Conversación entre P. Bourdieu y Günter


Grass", Archipiélago. Cuadernos de Crítica de la Cultura, 43
(2000), pp. 104-120 (traducción íntegra de la entrevista emi-
tida originalmente en el canal Arte, producción de Radio
Bremen, el 29 de diciembre de 1999).

—"La Nueva Vulgata Planetaria", Le Monde Diplomatique (ver-


sión española), 4-5-2000, pp. 4-5 (traducción del artículo de P.
Bourdieu y Loi'c Wacquant: "La Nouvelle Vulgate Planétaire",
Le Monde Diplomatique, 4-5-2000).

—"Existir para la mirada masculina: la mujer ejecutiva, la se-


cretaria y su falda. Entrevista con el sociólogo francés Pierre
Bourdieu" (Entrevista con Catherine Portevin), Letras, 11
mayo de 2000.

—"Europa está dominada por EEUU" (Entrevista con Paula Iz-


quierdo), El Mundo, 4-11-2000, pp. 64-65.

—Contrafuegos 2, Barcelona, Anagrama, 2001 (traducción de


la obra de P. Bourdieu: Contre-feux 2, París, Liber, Raisons

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d' Agir, 2001),

Existen, no obstante, textos importantes de Pierre Bourdieu que


aún no han sido traducidos:

—Sociologie de l'Algérie, París, Presses Universitaires de Fran-


ce, 1958 (2a ed. 1961, 3a ed. 1963, T ed. 1985).

—"Célibat et condition paysanne", Études Rurales, 5-6 (1962),


pp. 32-136.

—Travail et Travailleurs en Algérie, París, La Haya, Mouton,


1963 (en colaboración con A. Darbel, J.P. Ribet y C. Seibel).

—Les Étudiants et leur Études, París, La Haya, Mouton, 1964


(en colaboración con J. C. Passeron).

—Rapport Pédagogique et Communication, París, La Haya,


Mouton, 1965 (en colaboración con J.C. Passeron y M. De
Saint-Martin).

—"Postface" á Panofsky, E.: Architecture Gothique et Pensée


Scholastique, París, Minuit, 1967, pp. 136-167.

—L'Amour de l'Art. Les Musées d'Art Européens et leur


Public, París, Minuit, 1966 (reed. 1969) (en colaboración con
A. Darbel y D. Schnapper).

—Esquisse d'une Théorie de la Pratique: précédée de trois étu-


des d'ethnologie kabyle, Geneva, Droz, 1972.

—Algérie 60: Structures Economiques et Structures Tempo-


relles, París, Minuit, 1977 (se trata de una edición compendia-

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da de Travail et Travailleurs en Algérié).

—Homo Academicus, París, Minuit, 1984 (reed. ampliada en


1988).

—La Noblesse d'État: grandes écoles et esprit de corps, París,


Minuit, 1989.

—Libre-Échange, París, Seuil et Les Presses du Réel, 1994


(diálogo con Hans Haacke).

—Propos sur le Champ Politique, Lyon, Presses Universitaires


de Lyon, 2000 (recopilación de artículos, conferencias,
entrevistas de P. Bourdieu sobre el "campo político").

—Les Structures Sociales de l'Économie, París, Seuil, 2000.

—Science de la Science et Réflexivité, París, Raisons d'Agir,


2001.

Además de estos escritos de mayor amplitud, Bourdieu ha es-


crito cientos de textos, entre los que se incluyen capítulos de li-
bros, prefacios, entrevistas, artículos (particularente en Actes de
la Recherche en Sciences Sociales), conferencias publicadas, re-
señas críticas. Para una lista prácticamente completa de toda la
producción bibliográfica de Bourdieu, puede consultarse la
ingente bibliografía (1953-2001) compilada y continuamente
actualizada por Ingo Morth y Gerhard Frólich (Instituí für
Psoziologie e Instituí für Philosophie de la Johannes Kepler
Universitat, Linz) y consultable en la siguiente dirección de
Internet:
http//www.iwp.unilinz.ac.at/lxe/sektktf/bb/Hiperbourdieu.html

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Sobre Bourdieu se pueden consultar los siguientes repertorios


bibliográficos:

—BARNARD, Henry: Bibliography compiled by Henry


Barnard. Department of Social Anthropology, Massey
University, New Zealand.
Se puede consultar en Internet: http://www.massey.ac.nz/
NZSRDA/bourdieu/pierre.htm

—NORDQUIST, J.: Fierre Bourdieu: a Bibliography, Santa Cruz


CA., Reference and Research Services, 1997.

—URBIZAGÁSTEGUIALVARADO, R. (1993): Pierre Bourdieu:


a Bibliography, Riverside, Waira Publications.

II. Trabajos sobre la obra de Pierre Bourdieu

De la ya voluminosa bibliografía suscitada por la obra de


Pierre Bourdieu, seleccionamos únicamente una muestra
representativa

a) Números monográficos de revistas:

—"Pierre Bourdieu". Critique, n° 579-580, agosto-septiembre


1995. Contiene artículos de C. Chauviré (sobre la relación de
Bourdieu con el pensamiento de Wittgenstein); R. Shus-
terman (sobre Bourdieu y lafilosofíaanglonorteamericana); J.
Bouveresse y C. Taylor (sobre el concepto de "regla" y el ha-
bitus), L. Pinto (sobre la crítica del intelectualismo y la rela-
ción teoría-práctica), C. Colliot-Théléne (sobre el universa-
lismo), L. Wacquant (sobre la relación con el pensamiento de
Durkheim), B. Karsenti (sobre el problema de la objetivación

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del objetivador), G. Mauger (sobre la peculiaridad del com-


promiso político en Bourdieu) y C. E. Schorske (sobre el
problema de la autonomía).

—"Autour de Pierre Bourdieu". Actuel Marx, 20 (1996) 2.


Contiene artículos de E. Terray (sobre la noción de "violencia
simbólica"), Ph. Corcuff (comparación de la teoría de la
práctica de Bourdieu con otras contribuciones a la sociología
de la acción); N. Tertulian (sobre la lectura de Heidegger por
Bourdieu); T. Andréani, L. Wacquant (sobre la relación con el
pensamiento de Marx); de nuevo L. Wacquant (sobre la dife-
rencia entre los conceptos de "violencia simbólica" e "ideo-
logía"); Y. Sintomer (sobre el universalismo); L. Horau, J. Bi-
det (sobre la crítica de Bourdieu a las "sociologías críticas");
Y. Quiniou (sobre los problemas del determinismo y la liber-
tad).

—"Pierre Bourdieu, L'Intellectuel Dominant?". Magazine Litté-


raire, 369 (Oct. 1998). Casi una veintena de breves artículos
sobre temas diversos: la lectura de Marx por Bourdieu (D.
Colas), de Heidegger (J. C. Monod), la dominación masculina
(J.P. Dollé y J. Mossuz-Lavau), la sociología de la educación
(F. Dubet, Ph. Meirieu), el debate y las investigaciones
suscitadas por el sociólogo (Ph. Corcuff, P. Bonnewitz), la
ruptura con algunos de sus colaboradores (F. De Singly, C.
Grignon, F. Martel), la política (O. Mongin), los medios de
comunicación (D. Bougnoux), el campo artístico (P.M. De
Biasi), entre otros.

—"Le Monde selon Bourdieu". Sciences Humaines, 105 (Mayo


2000). Artículos sobre la dominación simbólica (Ph. Cabin),
críticas a la noción de habitus (Ph. Corcuff), sociología del
arte (N. Heinich).

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—"Bourdieu et la Philosophie". Revue Internaitonale de Philo-


sophie (aparición prevista para finales del 2002). Se trata de
un número en curso sobre la relación de Bourdieu con la Filo-
sofía.

b) Obras colectivas:

—CALHOUN, C, LIPUMA, E. & POSTONE, M. (eds.) (1993):


Bourdieu. Critical Perspectives, Chicago, The University of
Chicago Press. Conjunto de doce trabajos redactados por
científicos sociales e intelectuales norteamericanos -entre
ellos Charles Taylor, Aaron V. Ciccourel, Hubert Dreyfus,
Paul Rabinow, Scott Lash, Lo'fc Wacquant- sobre aspectos di-
versos de la obra de Bourdieu (la recepción estadounidense de
su obra, el habitus, la dominación masculina, los medios de
comunicación, el cambio social, el lenguaje, la educación, la
teoría de la acción, etc.). Incluye además un texto donde el
propio Bourdieu contesta gobalmente a las críticas vertidas en
el libro.

—HARKER, R., MAHAR, Ch. & WILKES, Ch. (eds.) (1990): An


Introduction to the Work oj Fierre Bourdieu. The Practice of
Theory, London, The Macmillan Press. El libro recoge las
contribuciones críticas sobre la obra de Bourdieu redactadas
por un grupo de investigación de la Universidad de Massey,
en Nueva Zelanda. Se trata de especialistas de diversas dis-
ciplinas (tres antropólogos, tres especialistas en investigación
educativa y un sociólogo) que realizan una valoración de las
contribuciones de Bourdieu en relación con problemas re-
lacionados con sus respectivos campos.

—LAHIRE, B. (ed.) (1999): Le Travail Sociologique de Pierre


Bourdieu. Dettes et Critiques, París, Editions La Découverte.

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Interesante recopilación de trabajos, realizados por científicos


sociales franceses (B. Lahire, A.Viala, Ph. Corcuff, J. C. Mo-
nod, entre otros) que afrontan críticamente los distintos as-
pectos de la obra de Bourdieu, estimando la importancia de
sus aportaciones y evitando la polémica personal.

—SHUSTERMAN, R. (ed.) (1999): Bourdieu. A Critical Reader,


Oxford, Blackwell Pub. Recopilación muy representativa de
trabajos críticos sobre la obra de Pierre Bourdieu, realizados
por especialistas y filósofos reconocidos (R. Shusterman, Ch.
Taylor, J. Bouverene, J. Margolis, H. Dreyfus, L. Pinto, J. But-
ler, A. C. Danto, entre otros).

c) Monografías:

—ACCARDO, A., CORCUFF, Ph. (1986): La Sociologie de Bour-


dieu. Textes Choisis et Commentés, Burdeos, Le Mascaret.
Aunque necesitan una puesta al día, estos materiales, muy
bien presentados y comentados por dos de los mejores cono-
cedores de la obra de Bourdieu, constituyen un instrumento
útilísimo para iniciarse en su teoría social.

—ACCARDO, A. (1997): Introduction á une Sociologie Critique.


Lire Bourdieu, Burdeos, Ed. Le Mascaret. Más que de una
monografía sobre P. Bourdieu se trata de una introducción
general a la sociología inspirada por los conceptos forjados
por el pensador francés.

—BONNEWITZ, P. (1998): Premieres Lecons sur la Sociologie


de Pierre Bourdieu, París, P.U.F. Aunque algo somera y es-
quemática, esta introducción facilita a los principiantes el ac-
ceso a la teoría social de Bourdieu.

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—FOWLER, B. (1997): Fierre Bourdieu and Cultural Theory.


Critical Investigations, London, Sage Pub. Análisis de las
aportaciones de Bourdieu al ámbito de la sociología de la
cultura. La primera parte describe la aportación de Bourdieu
en este campo, comparándola con otras contribuciones coetá-
neas ; la segunda intenta someterla a prueba en relación con
ciertos problemas concretos: el impresionismo pictórico, la
producción literaria femenina, los estudios sobre folklore y
arte popular.

—HONG, S. M. (1999): Habitus, Corps, Domination. Sur Cer-


tains Présupposés Philosophiques de la Sociologie de Pierre
Bourdieu, París, L'Harmattan. El autor confronta los
supuestos antropológicos de la sociología de Bourdieu con
algunas de las principales contribuciones del pensamiento
francés contemporáneo: Sartre, Bergson, Merleau-Ponty,
Foucault, Althusser.

—JENKINS, R. (1992): Pierre Bourdieu, London and New York.


Introducción muy accesible aunque rebasada por la pro-
ducción editorial del propio Bourdieu. Las críticas incluidas
al final son más bien superficiales.

—LAÑE, J. F. (2000): Pierre Bourdieu, A Critical Introduction,


London, Pluto Press. Introducción muy informada y actua-
lizada a la obra de Bourdieu. Concede amplio espacio a los
trabajos de etnosociología realizados en Argelia y contex-
tualiza históricamente, con bastante tino, los trabajos realizados
por el sociólogo francés. Combina la crítica con la descripción.

—PINTO, L. (1998): Pierre Bourdieu et la Théorie du Monde


Social, París, Albin Michel. Espléndida síntesis sistemática
del pensamiento de Bourdieu. Es una visión "desde dentro";

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el autor, discípulo del sociólogo, ha aplicado el análisis de los


campos al ámbito de lafilosofíafrancesa contemporánea. Más
que una exégesis en profundidad lo que se pretende es ex-
poner el pensamiento de Bourdieu como una "caja de he-
rramientas", dispuesta para ser utilizada en estudios em-
píricos.

—ROBBINS, D. (1991): The Work qf Fierre Bourdieu: Recogni-


zing Society, Boulder Coló., Westview Press. Reconstruye la
génesis de los principales conceptos forjados por Bourdieu,
aunque requiere una puesta al día a la luz de las obras pos-
teriormente publicadas por el sociólogo.

—SWARTZ, D. (1997): Culture and Power. The Sociology of


Fierre Bourdieu, Chicago, The University of Chicago Press.
Excelente estudio, muy bien informado; sitúa la obra de
Bourdieu en su contexto histórico e intelectual y disecciona
meticulosamente sus principales obras. Es uno de los trabajos
que mejor analiza la noción de "campo".

—WACQUANT, L. J. D. (1992): "Introduction" a BOURDffiU, P.,


WACQUANT, L. J. D.: Réponses. Pour une Anthropologie
Reflexive, Pans, Seuil, 1992, pp. 13-42. Excelente síntesis de
las aportaciones teóricas de Bourdieu, realizada por un
colaborador suyo norteamericano y óptimo conocedor de la
obra del sociólogo.

d) Bibliografía en Castellano:

—ÁLVAREZ SOUSA, A. (1996): "El Constructivismo Es-


tructuralista: la teoría de las clases sociales de Pierre Bour-
dieu", Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 75,
pp. 145-172.

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—CASTÓN BOYER, P. (1996): "La sociología de Pierre Bour-


dieu", Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 76,
pp. 75-97.

—DE CANCIO, M. (1988): La Enseñanza Reproductora y/o


Transformadora, Santiago de Compostela, Coordenadas,
1988.

—DÍAZ-SALAZAR, R. (1988): El Capital Simbólico, Madrid,


Hoac.

—GARCÍA INDA, A. (1996): "El Estado como campo social. La


noción de Estado en Pierre Bourdieu", Ius Fugit, 3 (4), pp.
391-417.

—GARCÍA INDA, A. (1997): La Violencia de las Formas Ju-


rídicas. La Sociología del Poder y el Derecho de Pierre Bour-
dieu, Barcelona, Cedecs Editorial.

—GARCÍA INDA, A. (2000): "Introducción. La razón del


derecho: entre habitus y campo" en BOURDIEU, P: Poder,
Derecho y Clases Sociales, Bilbao, Ed. Desclée de Brouwer,
pp. 9-60.

—GUTIÉRREZ, A. B. (1994): Pierre Bourdieu: las prácticas


sociales, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina.

—GUTIÉRREZ, A. B. (1999): "La tarea y el compromiso del


investigador social. Notas sobre Pierre Bourdieu" en BOUR-
DIEU, P.: Inelectuales: Política y Poder, Buenos Aires, Eu-
deba, pp. 7-19.

—MUÑOZ DARDÉ, V. (1984): "Bourdieu y su consideración so-

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cial del lenguaje", Revista Española de Investigaciones


Sociológicas, 37, pp. 41-55.

—RODRÍGUEZ IBÁÑEZ, J. E. (1992): "Un antiguo chico de pro-


vincias llamado Pierre Bourdieu", Revista de Occidente, 137,
pp. 183-187.

—SÁNCHEZ DE HORCAJO, J. (1979): La Cultura. Repro-


ducción o Cambio. El Análisis sociológico de Pierre Bour-
dieu, Madrid, CIS.

—SERNA ALONSO, J. (1999): "¿Perjudica Bourdieu a los his-


toriadores?", Historiar, 3, pp. 120-149.

—VÁZQUEZ GARCÍA, F. (1999): "Historicidad de la razón y


teoría social: entre Foucault y Bourdieu", Revista Mexicana
de Sociología, 61 (2), pp. 189-212.

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índice

INTRODUCCIÓN.
Un Pensamiento de los Límites 11

CAPÍTULO I. La Conversión de
la Mirada 18

CAPÍTULO II. Campesinos y Estudiantes. Génesis


de la Noción de Habitus 37

CAPÍTULO III. Más Allá del Estructuralismo y


la Fenomenología 63

CAPÍTULO IV. Espacio Social, Capital


y Clases Sociales 90

CAPÍTULO V. Campos de Fuerza,


Campos de Batalla 116

CAPÍTULO VI. Violencia Simbólica y Relaciones


de Poder 147

CAPÍTULO VIL La Hora de la Reflexión 177

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CAPÍTULO VIII. Una Realpolitik


de la Razón 205

NOTA BIBLIOGRÁHCA 233

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