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UNIVERSIDAD DEL VALLE – INSTITUTO DE PSICOLOGIA

GRUPO PRÁCTICAS CULTURALES Y DESARROLLO HUMANO

EL SURGIMIENTO NARRATIVO DE LA IDENTIDAD1

Mark R. Gover
Michigan State University

0. PALABRAS CLAVE
Identidad, sí mismo, narrativa, socio-cultural, semiótica.

1. RESUMEN

De acuerdo con el saber psicológico común, la identidad se refiere a una


característica del individuo. Por ejemplo, “poseemos”, “adquirimos”, y
“tenemos un sentido de” identidad; de manera similar, los procesos de la
narrativa que se considera subyacen a la construcción de identidad, también
son típicamente considerados como ligados al individuo, el producto de un
tipo de pensamiento o estructura mental dentro-de-la-cabeza. Este capítulo
argumenta que un acercamiento individualista a la comprensión de la
narrativa y la identidad oscurece la naturaleza co-construida, contextual-
mente articulada de estos constructos. Se ofrece una alternativa socio-
cultural, argumentando que en cuanto narrativa, la identidad personal sólo
puede emerger si nos movemos activamente entre lo privado y lo público, lo
personal y lo cultural, el pasado y el presente.

2. INTRODUCCION

Educadores, terapeutas, científicos sociales, teóricos literarios, y otros


ampliamente interesados en la condición humana, en general están de
acuerdo en que “puede haber una afinidad especial entre narrativa y sí
mismo, tal que se puede decir que la narrativa desempeña un papel
privilegiado en el proceso de construcción del sí mismo” (Miller, Potts, Fung,
Hoogatra, & Mintz, 1990, p.292). Sin embargo, a pesar de este consenso, el
término narrativa también es hallado de maneras que cada vez nos fuerzan a
elegir entre dos marcos competitivos relativos a los orígenes de los
fenómenos narrativos.

El primero de estos marcos considera la narrativa como un modo específico


de pensamiento, un esquema cognitivo. Por ejemplo, se ha sugerido que una
forma narrativa básica, que se materializa en los cuentos folklóricos, da

1
http://www.educ.msu.edu/units/Groups/SocCult/SCRG.html
Member of Michigan State University´s Sociocultural Research Group.
Traducido por María Cristina Tenorio, Universidad del Valle, sept. 2003.
Surgimiento Identidad Narrativa 2

evidencia de la “estructuración universal de la memoria humana” (Mander,


Scribner, Cole, DeForest, 1980, p.21) de acuerdo con los esquemas tipo
narrativo, o las operaciones mentales. De hecho, algunos escritores
concluyen que la mente misma es “un asunto de narraciones” (Sutton-Smith,
1988, p.12).

El segundo marco para el término “narrativa” tiende a localizar sus orígenes


no en una característica innata de la mente, sino en la cultura más amplia de
la cual hacen parte tales mentes. Aquí, la narrativa es definida ampliamente
como una forma textual estilizada, adquirida culturalmente. En el primer
marco, la narrativa apunta hacia una característica innata de la mente,
mientras que en este último, denota una forma cultural externa al individuo.

Esta aparente contienda sobre los verdaderos orígenes de la narrativa ha


proporcionado la motivación del volumen de Donald Polkinghorne Narrative
knowing and the human science (ver también Polkinghorne, 1991). En este
libro, Polkinghorne escribe que “la pregunta interesante… es si el esquema
narrativo es una estructura innata de la conciencia, como la estructura
gramatical propuesta por Chomsky, o una forma lingüística aprendida, un
producto cultural como la poesía haiku” (Polkinghorne, 1988, p.23).

Me gustaría sugerir que tales preguntas arriesgan llevarnos a una sin salida
intelectual. Seducidos en los últimos tiempos por las sirenas del perenne
debate naturaleza-cultura, la búsqueda de los orígenes últimos inevitable-
mente nos mete en un juego de ping-pong filosófico. Por una parte, cuando
contemplamos la estructura de la cognición individual, nos inclinamos hacia
una posición Chomskiana donde el conocimiento (las estructuras narrativas
innatas, por ejemplo) es considerado como esencialmente preformado dentro
de nosotros. En este clima, preguntas adecuadas se presentan a sí mismas
bajo estas formas “¿cuáles son los modelos por medio de los cuales
comprendemos al conocedor individual?” “¿Cómo es que trabaja la mente
individual?”. Eventualmente, encaramos el hecho de que al buscar
respuestas a tales preguntas hemos empezado a considerar la mente como
un mecanismo más o menos descontextualizado, pegado al cráneo. En este
marco, aunque la cultura pueda ser vista como influenciando la mente, la
mente y la cultura, por lo demás, mantienen su separación fundamental.

Insatisfechos, sostenemos por tanto nociones de la cultura-en-la-mente, de


la sociedad humana ya no más como una mera influencia sobre la mente
sino, más bien como uno de sus constituyentes reales. Aunque el
conocimiento en esta visión alternativa de nuevo es preformado, se lo ve
como residiendo externamente, por ejemplo, en los géneros culturales de los
cuales se apropian las mentes individuales. Desafortunadamente, al seguir
este camino, eventualmente confrontamos el riesgo antitético que acabamos
de discutir: a medida que las fronteras de la mente se destacan más allá del
individuo para incluir sus constituyentes sociales e históricos, corremos el
riesgo de deslizarnos en un tipo de determinismo social en el cual los factores
endógenos o biológicos corren el riesgo de no jugar ningún papel.
Surgimiento Identidad Narrativa 3

Varela, Thompson, y Rosch consideran tales dilemas en su libro The


embodied mind2 (Varela, Thompson, y Rosch, 1991). Ellos atribuyen la
angustia muy real que puede resultar de la búsqueda humana continua de un
“terreno absoluto” para el conocimiento. Escriben lo siguiente:

“La tendencia es buscar bien sea un terreno exterior en el mundo o un terreno


interior en la mente. Al tratar la mente y el mundo como polos opuestos subjetivo y
objetivo, la angustia cartesiana oscila sin cesar entre los dos en busca de un
fundamento (p. 141)”

De manera similar, la búsqueda de un fundamento absoluto de la narrativa,


bien sea como una estructura encajada en la mente o como una tradición
cultural estilizada, es en últimas una búsqueda enloquecedora. Está basada
en esta polaridad insoluble de lo interior versus lo exterior, la mente
endógena versus la cultura externa. Sin embargo, una vez que nos alejamos
del reduccionismo inevitable, al asignar los orígenes primarios de la narrativa
a cualquier polo (esto es, naturaleza o cultura), quedamos libres para
avanzar, para explorar otras ontologías dentro de las cuales podemos
empezar a conceptualizar un punto de vista alternativo.

En este capítulo, intento definir una teoría socio-cultural de la narrativa en la


cual se vuelvan aparentes las conexiones naturales de la narrativa con la
identidad personal. La teoría socio-cultural es un punto de vista en el cual los
fenómenos mentales, entre otras cosas, son considerados como constituidos
por (es decir, no meramente influenciados por) sus contextos culturales,
históricos, y sociales, contextos que en sí mismos son honda y fundamen-
talmente humanos. Este punto de vista ofrece un medio para analizar la
dimensionalidad básica de la narrativa, esto es los aspectos personales que
son equiparables con la narrativa, así como su incrustamiento social e
histórico, lo cual es el sello distintivo de la narrativa. También pongo en
primer plano las maneras en las cuales las prácticas del lenguaje narrativo,
en particular las funciones pragmáticas de contar historias, constituyen el
punto de arranque de la construcción de identidades personales en sus
contextos sociales, culturales, e históricos. Para los propósitos de esta
discusión, los términos “narrativa” e “historia”, se referirán al relato de una
experiencia personal.

3. INDIVIDUALISMO NARRATIVO

Un acercamiento individualista a la narrativa, lo que yo llamaré


individualismo narrativo, está implícito en la sin salida intelectual que antes
mencioné. Como toda teoría, el individualismo narrativo está basado en
ciertos supuestos fundamentales relativos a la naturaleza del sí mismo, del
lenguaje y del significado. En primer lugar, presupone un dualismo básico del

2 De Cuerpo presente, Gedisa.


Surgimiento Identidad Narrativa 4

sí mismo y el mundo. De acuerdo con este punto de vista, dentro de nuestro


“profundo interior” reside un Sí mismo delimitado, independiente-del-mundo
(Gergen, 1991), una entidad para la cual la narrativa le sirve como medio de
expresión. En este marco, ser el autor de una narrativa personal es emplear
la narrativa como un vehículo para el transporte de pensamientos,
sentimientos, y percepciones personales. Este mito se manifiesta lingüística-
mente a través del simple y engañador artículo “el”, por medio del cual
transformamos al sí mismo, deja de ser una experiencia fluida y se convierte
en una entidad fija, delimitada (cuando por ejemplo nos referimos diciendo el
sí mismo). Tal uso alimenta un individualismo narrativo en el cual, como lo
mencionamos, la función primaria de la narrativa es la de ser el vehículo
expresivo de un sí mismo endógeno y encerrado.

Segundo, el individualismo narrativo supone una perspectiva de


correspondencia del lenguaje. Esto es, el individualismo narrativo presupone
una correspondencia uno a uno, una identidad entre las palabras que uso y
aquello que se supone que mis palabras representan, bien sea que tal
significación se refiera a ideas internas o a objetos externos. Desde este
punto de vista, de nuevo el lenguaje es un medio transparente, un
contenedor para el transporte sin riesgo de las ideas.

Desde una perspectiva de correspondencia, un autor o narrador crea textos


esencialmente llenando palabras con sus propias imágenes e ideas. Aunque
un autor pueda apropiarse de palabras, signos y símbolos para propósitos de
comunicación, la “señal” (esto es el significado del autor) y lo que “conduce”
(esto es las palabras, signos, y símbolos por medio de los cuales se comunica
el sentido) permanecen esencialmente separados. Desde esta perspectiva, la
narrativa se convierte en lo que conduce, por medio de lo cual un sí mismo
privado se vuelve público.

Tercero, de acuerdo con los dos supuestos previos, el significado desde el


punto de vista del individualismo narrativo se cree que reside en últimas en
la mente del autor individual. Es un fenómeno esencialmente privado,
comunicado a otros a través de formas narrativas las cuales en sí mismas
permaneces externas a, y separadas de los significados e intenciones del
autor. Las narrativas “cuentan” lo que nosotros queremos decir, al tiempo
que no afectan ni constituyen esos significados de ninguna manera
fundamental.

Como toda teoría debe hacerlo, el individualismo narrativo privilegia un


cierto punto de vista con relación a la naturaleza de “lo real”, de lo cual se
siguen ciertos supuestos. Lo dado de manera fundamental en esta ontología
es que existe un mundo cognoscible de cosas y eventos, representable a
través del medio del lenguaje, del cual nosotros, como sí mismos,
permanecemos fundamentalmente separados. La naturaleza del sí mismo
varía, por supuesto, dependiendo de si se toma una perspectiva empirista o
racionalista. Sin embargo, la implicaciones son las mismas: los fenómenos de
importancia primordial son ligados primordialmente al individuo. En otras
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palabras, el individuo sigue siendo el lugar valorado para la realización última


de la narrativa personal, así como para nuestra comprensión de cómo se
relaciona la narrativa con los asuntos de la identidad.

4. UNA CONCEPCION SOCIO-CULTURAL

Una perspectiva socio-cultural ofrece una concepción muy diferente del


individualismo a la que acabamos de discutir. El principio organizador de una
concepción socio-cultural es, según mi modo de ver, el supuesto de que las
causas de los fenómenos humanos no pueden ser reducidas a factores fijos
cognitivos o culturales. De acuerdo con esto, yo sugeriré que tanto la
narrativa como la identidad emergen de la confluencia de cinco dimensiones
integradas: (a) tiempo, (b) artefactos (lenguaje/ signos/ símbolos), (c)
afecto, (d) actividad, y (e) auto-reflexividad. Las revisaré una por una.
También discutiré cómo, a través de estas dimensiones, la narrativa y la
identidad no son entidades separables, sino que por el contrario sirven para
mutuamente constituirse entre sí. Esto rechaza la posibilidad de una forma
narrativa pura, una estructura que de algún modo se independiza de las
identidades que la habitan. Igualmente rechaza la noción de una identidad
que existiría en aislamiento de las narrativas mediante las cuales se vuelve
inteligible.

Aunque yo creo que es seguro suponer que el homo sapiens comparte estas
cinco dimensiones, voy a plantear que no hay cómo predecir cómo se
realizarán éstas en algún tiempo y lugar. Hay una infinita complejidad en el
mundo que vuelve imposible tal predicción. Aunque vitalmente importante,
un estudio completo de los efectos que cualifican la cultura y la historia en
estas dimensiones supera el alcance de este capítulo. Enseguida discutiré la
primera dimensión de una construcción socio-cultural, la dimensión del
tiempo.

Tiempo

Contar historias personales siempre ocurre en el presente (aunque por


supuesto su contenido pueda referirse bien sea al pasado, al presente, o al
futuro). Sin embargo, contar es muchísimo más que simplemente informar
de eventos. Ya que la implicación total de los eventos nunca se manifiesta
completamente cuando ocurren, su significado personal está perpetuamente
sujeto al cambio, en cuanto la identidad y la situaciones de aquellos quienes
los experimentan, cambian y se desarrollan.

La implicación central de la dimensión del tiempo para la narrativa está en


que los eventos de una vida pueden volverse significativos solamente en
relación con otros eventos. Encadenar juntos los eventos (pasado, presente,
y futuro) con el propósito de producir significado y construir identidad es en
últimas un propósito de la narrativa. Así, los humanos no requerimos que
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haya congruencia entre el tiempo físico (esto es, el tiempo como


verdaderamente es) y el tiempo como lo vivimos en la experiencia. Para
nosotros, el paso fenomenológico del tiempo requiere solamente aquellos
eventos por los cuales el tiempo está personalmente marcado, por los cuales
los episodios importantes en la propia vida están enmarcados. Estos límites
nunca son fijados. A cambio de esto, la definición de los eventos, roles, y
relaciones relevantes se logra siempre sólo de acuerdo con las construcciones
vigentes de la identidad. Y estas siempre son cambiantes.

Afecto

Una perspectiva socio-cultural considera la emoción como irreductible a sus


componentes fisiológicos y/o psicológicos, al contrario de lo que podría
sugerir una perspectiva esencialista (ver Ekman 1982, Izard 1977; Tomkins
1982). Aunque algún componente fisiológico pre-social obviamente está
presente en la experiencia, las emociones se vuelven interesantes desde un
punto de vista socio-cultural por la manera como adquieren significado y
fuerza como “actos pragmáticos y efectuaciones comunicativas” en
contextos discursivos particulares (Abu-Lughod & Lutz 1990 p.11). Puesto
que puede mostrarse que existen emociones cultural e históricamente
diversas, así como interpretaciones diversas a través de las culturas, de lo
que podemos considerar la misma emoción (Armon-Jones, 1985; D’ Andrade
& Strauss 1992; Harre 1986; Lutz & White 1986; Lutz & Abu-Lughod, 1990),
el espectro de la emoción humana es considerado una pregunta abierta y no
cerrada.

La incorporación del afecto en los asuntos de la identidad merece que


asumamos una actitud emocional hacia nuestra existencia. Pero tales
actitudes difícilmente son automáticas. A través del discurso afectivo,
continuamente somos instruidos sobre nuestras emociones, guiados por
otros (un padre, un par, o un profesor por ejemplo) a través de quienes se
nos enseña cómo “debemos sentir en ciertas situaciones”. La implicación es
que continuamente aprendemos cómo sentir, cómo formar, sostener, y
romper relaciones. Los aspectos cruciales de este aprendizaje son que la
emoción es social (ocurre en interacción con otros y de acuerdo con las
normas culturales), constructiva, y mediada por aquellas herramientas (esto
es, signos, símbolos, palabras, gestos, etc.) disponibles en un tiempo y lugar
particulares.

Artefactos (Lenguaje/ signos/ símbolos)

Para los socio-culturalistas, el lenguaje no es un canal pasivo para la


comunicación de significados personales auto-contenidos, un medio
autónomo de los propósitos para los cuales lo usamos (Vygostky, 62). Por el
contrario, las palabras son consideradas como una clase de herramientas
psicológicas que “son una parte de una acción humana mediada” (Wertsch
91 p. 29). Los artefactos culturales, materiales o inmateriales, no
simplemente expresan verdades culturales subyacentes. Por el contrario,
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ellos retro-alimentan la cultura de maneras que fundamentalmente la


cambian.

Al constituir una identidad, los individuos asumen aspectos de su mundo


(artefactos tales como el lenguaje, pero también incluyen comportamientos,
formas de vestir, gestos, roles culturales, y otras convenciones) las cuales,
de manera importante, les preexisten, pero también proveen el material para
la construcción en curso de identidad personal (ver Shaw 94). El aspecto vital
más importante de este proceso es que siempre ocurre en relación con otros
(Gergen 1994; Harré & Gillett 1994).

Las narrativas personales ¿son artefactos culturales? Yo pienso que sí. Pero
añadiría que representan artefactos de un orden superior. El carácter único
de la narrativa como un artefacto surge de su tendencia a organizar
artefactos de un orden inferior (por ejemplo eventos, objetos, o producciones
individuales) en algún tipo de marco significativo.

Auto-reflexividad

Luria 1981 escribe que “los animales sólo tienen un mundo, el mundo de los
objetos y la situaciones. Los humanos tienen un mundo doble” (p. 35). Este
segundo mundo es el mundo de la cultura. A través de la cultura, los homo
sapiens son capaces de habérselas no solamente con aquellas cosas que
están bajo su percepción inmediata, sino que también podemos imaginar y
comunicar con los demás sobre tiempos diferentes al presente. A través del
lenguaje y de varios otros items de la “caja de herramientas cultural” (Wells
1996), somos capaces de contar historias personales que hablan desde la
posición de un ‘yo’ en el aquí y ahora acerca de un ‘yo’ que no es idéntico
sino que, de hecho, ocupa otro tiempo y espacio. Esta idea es central al
punto de vista dialógico del sí mismo en el que el sí mismo ya no es
considerado una construcción monolítica sino más bien una “multiplicidad
dinámica de posiciones del ‘yo’ relativamente autónomas” (Hermans,
Kempen & van Loun, 1992, p.28).

Uso el término “sí mismo” para referirme al núcleo de esta capacidad


personal auto-reflexiva, este centro auto-conciente. Esta es la dimensión a
través de la cual nos vivimos a nosotros mismos como si nos moviéramos
fenomenológicamente a través del tiempo. Al mismo tiempo, uso el término
“identidad” para señalar a la persona culturalmente constituida de orden
superior –una persona que existe tanto para sí mismo como el otro. El hecho
de que el sí mismo sea un componente fundamental de la identidad, y no
algo separable que tiene o adquiere una identidad, está implícito en el hecho
de que una identidad social sostenida es imposible sin un sentido privado,
igualmente sostenido de continuidad personal (Gover & Gavelek, 1996 p.2).

Actividad
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Una perspectiva socio-cultural busca contextualizar la narrativa


argumentando la inseparabilidad de las narrativas del sistema de prácticas
sociales que las constituyen. Tales prácticas pueden incluir relaciones
interpersonales, reglas culturales y tradiciones, prácticas económicas, y otros
más. Lo que esto implica es que los significados de la experiencia humana
nunca son fijos. Por el contrario, el significado es discursivo, inherente a las
prácticas narrativas en sí mismas. En la narrativa como un acto pragmático
incorporado, hallamos que nuestras historias personales emergen de la
fluida relación entre el sí mismo y el mundo y, por tanto, pueden de hecho
significar cosas diferentes en tiempos diferentes. Casey (1986, p.219) de
hecho, anota que pueden surgir problemas cuando las propias historias se
vuelven demasiado rígidas. En el caso de tal rigidez, uno corre el riesgo de
colaborar en un cierto empantanamiento. Una perspectiva inflexible del
mundo que se resiste a la adaptación y al cambio. Para el socio-culturalista,
tal rigidez no es simplemente una característica del individuo, sino que
implicará alguno o todos los aspectos del contexto amplio de contar historias.

En resumen, considerar la narrativa personal como parte de un sistema más


amplio de actividades, arroja luz sobre el hecho simple de que, para que la
identidades sean viables, debemos contar historias que “encajen” en el
sistema mayor del cual somos parte. Además, el poder y la autoridad que
gobiernan nuestra posibilidad de ser autores de un cierto tipo de historia no
está confinado al lugar del narrador sino que está disperso entre varios
lugares.

5. UN DIAGRAMA

Por inadecuado y súper simplificado como pueden serlo los esquemas, me


gustaría ofrecer un diagrama que intenta integrar visualmente las diversas
dimensiones que he discutido hasta aquí (ver figura Nº 1).

Primero, reconocemos un contexto o entorno. Este contexto comprende


componentes físicos, sociales y culturales en toda la complejidad de sus
capas. El punto significativo aquí es que los entornos no son un
acompañamiento meramente estático a la propia vida. Por el contrario, los
entornos mismos siempre están cambiando (aunque el marco temporal para
el desarrollo contextual típicamente es bastante diferente de aquel para el
individuo, quien está tanto precedido como sucedido por un entorno físico y
cultural). Cole escribe que “los seres humanos viven en un entorno
transformado por los artefactos de las generaciones anteriores, los cuales se
extienden hasta el comienzo de la especie” (Cole, 1989, p.7). Un principio
básico de la teoría socio-cultural es, por tanto, que construimos nuestra
identidades tanto mediante préstamos como por transformación de un
mundo heredado de las generaciones anteriores.
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Figura 1

CONTEXTO GESTO
S

AFECTO

SIMBOLO AUTO- PENSAMIENTO PALABRAS


REFLEXIVIDAD

PERCEPCION

FRONTERA
SEMIOTICA
IDENTIDAD

SIGNOS
CONTEXT
O
TIEMPO EL PRESENTE

Al moverse hacia el centro del diagrama, una característica de cada persona


individual es la dimensión de la auto-reflexividad, una auto conciencia de ser
el origen de nuestros pensamientos, sentimientos y percepciones. Como ya
lo mencioné, es aquí donde fenomenológicamente vivenciamos un sentido de
ser en continuidad el mismo, una conciencia de nosotros mismos en
movimiento a través del tiempo. Además, a través del pensamiento auto-
reflexivo mediado semióticamente, los homo sapiens estamos predispuestos
para examinarnos a nosotros mismos. Tenemos la capacidad de reflexionar
concientemente sobre nosotros mismos en un intento de comprender,
evaluar, o cambiar quién y qué percibimos ser nosotros en un momento dado
en el tiempo.

En seguida, en una perspectiva socio-cultural, el límite entre el individuo y el


contexto no es físico (como si dijéramos marcado por la piel, por ejemplo).
Más bien, una frontera semiótica, o interfaz, constituida por la puesta en
acto de gestos, símbolos, signos, etc. abarca el espacio entre la identidad
personal y el contexto cultural y social propios. Tanto diferencias como
similitudes son establecidas en este umbral entre lo individual y lo social.

Por ejemplo, como parte de un proyecto de investigación no relacionado con


éste, recientemente pedí a niños y niñas de 6 años compartir conmigo una
historia sobre sí mismos. La única condición era que dichas historias fueran
personales y de un cierto tipo, basadas en un afecto o estado de ánimo
personal que yo iba a especificar (“triste” “feliz”, “miedoso”, por ejemplo).
Así, a Tammy le pedí que me contara una historia emocionante sobre sí
misma. Ella me respondió contándome un relato emocionado de cuando fue
dama de honor en el matrimonio de su tía.
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Lo que es pertinente aquí es que debido a la naturaleza de las fronteras


semióticas construidas cultural e históricamente, cuando le pedí a Tammy
que me contara una “historia emocionante”, ella no tuvo dificultad en
producir una narrativa repleta con todos los elementos tradicionales de lo
que nosotros podríamos considerar una aventura. De manera similar, cuando
le pedí a Rosa, otra estudiante que me contara una historia miedosa sobre sí
misma, me contó una historia estructurada muy dentro del género de lo que
llamamos un thriller dramático.

En virtud de la frontera semiótica entre nosotros, una frontera que conecta al


tiempo que diferencia, no surgió ninguna confusión explicita entre estas
niñas y yo con relación al significado de términos afectivos tales como
“emocionante”, “triste”, o “miedoso”. Por la misma razón, la presunción de
comprensión compartida fue automática con relación a la frase que yo les
dirigí “una historia sobre ti misma”, para no mencionar lo que yo quería decir
por historia “triste” o “miedosa”. Finalmente, incluso en un nivel más amplio,
la historia de Tammy se hizo inteligible por el hecho de que tanto ella como
yo dimos por sentado automáticamente que el otro comprendía lo que quiere
decir ser una dama de honor en una ceremonia de bodas estilo occidental.

En ningún punto la comprensión de dos personas es idéntica, por supuesto.


Yo podría muy fácilmente hablar sobre las diferencias entre estas niñas y yo
respecto a cómo la cultura, la edad y la trayectoria personal nos llevan a
tener diverso conocimiento. Sin embargo, las palabras y los gestos parecen
crear un sentido de que al menos existe algún grado de coincidencia o
“varianza compartida”. Es aquí, en el nivel de las palabras y los gestos,
donde la comunicación se vuelve significativa.

Volviendo al diagrama, sin embargo, el pensamiento, el afecto y la


percepción están ubicados dentro de la frontera semiótica a fin de que
signifiquen su naturaleza personal. Pero “personal” o “privado” no quiere
decir innato o endógeno. Los aspectos socialmente construidos del
pensamiento, la emoción, e incluso la percepción son ampliamente
reconocidos (Armon-Jones, 1985; Averill, 1985; Bateson, 1979; Edwards,
1991; Gergen, 1994; Harre, 1986; Harre & Gillett, 1994; Lutz & White,
1986; Searle, 1995; Shotter, 1995).

Finalmente, la identidad aparece como una forma oblonga (línea sólida) que
recubre las dimensiones tanto personal como contextual. Desde una
perspectiva temporal, la identidad se extiende al pasado a través de las
historias por medio de las cuales damos sentido a nuestra experiencia, tanto
personalmente como en cuanto cultura. También se extiende al futuro más o
menos de la misma manera, guiada por las expectativas personales y
culturales (al eje vertical en la figura 1 no se le ha asignado un significado
particular).

La forma y ubicación de la identidad es en gran manera una función del


grado en el cual uno ha sido capaz de apropiarse de las herramientas
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culturales disponibles para la construcción de identidad. Un contexto


discursivamente empobrecido, por ejemplo puede impedir el desarrollo de
identidades que se construyen sobre artefactos culturales más amplios,
artefactos a través de los cuales la propia identidad se vuelve más variada y
compleja. Un ejemplo excelente de esto nos lo ofrece el libro Women’s ways
of knowing 1986 de Belenky, Clinchy, Goldberger y Tarule. Estos escritores
entrevistaron un pequeño grupo de mujeres a quienes describen como
caracterizadas por “una extrema negación del sí mismo” (p. 24). Elementos
comunes al medio social del que surgieron estas mujeres eran la privación
social, económica y educativa. Estas eran personas “silenciadas” por un
ambiente que no valoró sus palabras. Como resultado, ninguna de estas
mujeres daba valor al poder de sus propias palabras y pensamientos.

Con muy poco empuje u oportunidad para participar en las prácticas de


lenguaje por medio de las cuales simbólicamente mediamos nuestra
participación en el mundo, y por las cuales reflexionamos, abstraemos, y nos
volvemos a nosotros mismos un objeto de pensamiento, estas mujeres
parecían vivir y reaccionar casi totalmente en un presente centrado en sí
mismas (ver figura 2 donde la identidad oblonga recubre básicamente los
sentimientos, pensamientos y percepciones personales en el presente).
Siendo su imaginación bastante inculta, ellas no estaban preparadas para
generar imágenes prospectivas de sí mismas. Una de las mujeres
simplemente decía “yo no he pensado en el futuro” (p.32).

Figura 2

CONTEXTO GESTO
S

AFECTO PENSAMIENTO

SIMBOLO AUTO- PALABRAS


REFLEXIVIDAD

FRONTERA
PERCEPCION SEMIÓTICA

SIGNOS

IDENTIDAD

TIEMPO
EL PRESENTE

6. CONCLUSIÓN
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En conclusión, mi tema es ampliamente compartido por profesores,


terapeutas, y otros cuyo trabajo los vuelve activos participantes en la
elaboración de historias personales: las prácticas del lenguaje narrativo son
un constituyente del desarrollo de la identidad. En la medida en que
compartimos nuestras historias personales con otros, fantaseamos futuros
escenarios, y nos identificamos con las historias de otros o las compartimos
con ellos, constituimos y reconstituimos nuestras identidades dentro de sus
contextos físicos, culturales, e históricos. Las raíces de la narrativa y de la
identidad se funden inextricablemente incrustadas y nutridas en el terreno de
la acción humana.

Además, las narrativas por medio de las cuales comprendemos nuestras


vidas y les damos sentido no están en-la-cabeza sino que se sitúan desde-el-
mundo. Como la identidad, en lugar de ser reductibles a una esencia, las
narrativas emergen solamente a medida que nos movemos activamente
entre lo privado y lo público, lo personal y lo cultural, el pasado y el
presente. Las identidades no son portátiles sino que se vuelven inteligibles
solamente dentro de aquellos contextos que les proveen los recursos para su
construcción.

Lo que una visión socio-cultural de narrativa e identidad obtiene desde una


perspectiva teórica es el permiso para dejar de lado la pregunta sobre qué
fue primero, la gallina o el huevo. Nos permite darnos cuenta de que
contamos historias que siempre son y serán parte de otras historias y que a
su vez contienen otras historias. Así, sus orígenes no son asignables a un
lugar y tiempo dados.

Por ejemplo, un relato de cómo llegué yo a escribir este capítulo adquiere


significado solamente dentro de la historia completa de mi vida tal como la
he vivido hasta este momento. A su vez, mi historia de vida tiene significado
dentro de la narrativa mayor de cómo la cultura estadounidense ha llegado,
en parte, a valorar y apoyar el tipo de logros académicos que para mí valen
la pena. Finalmente, esta narrativa cultural en últimas encaja en el gran
relato evolucionario de la humanidad y en su capacidad para el lenguaje y la
sociedad. Como las muñecas rusas, siempre hay una historia dentro de otra
historia (ver Cole y Engestrom, 1993, p. 18-22).

Con seguridad, esto tiene tremendas ramificaciones en la manera como


conducimos la investigación sobre narrativa e identidad. Lo que es vital
desde un marco socio-cultural es que tal investigación sigue moviéndose
hacia afuera desde la comprensión basada en una persona individual hacia
un marco socio-cultural más amplio en el cual dimensiones tales como la
historia, el lenguaje, y la cultura tienen igual poder explicativo. Penuel y
Wertsch (1985) escriben que lo que constituye el interés en la investigación
en identidad se vuelve entonces “cómo los individuos seleccionan, eligen y se
comprometen con diferentes personas y sistemas de ideas en el curso de sus
actividades” (1995, p. 91).
Surgimiento Identidad Narrativa 13

Ya que el programa socio-culturalista está tratando de resolver tipos


diferentes de problemas de aquellos postulados por un programa empirista,
es importante recordar que uno asimila la investigación socio-cultural
solamente bajo un conjunto de supuestos fundamentalmente diferente con
respecto a qué es lo real y cómo llegamos a conocerlo.

Por ejemplo, los asuntos de interpretación, poder, y contexto a menudo son


más valorados, o al menos se les da un valor equivalente, que a asuntos de
validez y confiabilidad. Además, el análisis se enfoca en la génesis de las
unidades integradas más que en el análisis formal de los elementos
(Vygostky, 1986).

Finalmente, al escribir este capítulo, tengo la impresión de que fueron más


las preguntas que se generaron que las que se resolvieron. Además, al
menos una cosa parece más clara: la frase “narrativa personal” puede en
últimas presentarse como un oxímoron. El valor de una perspectiva socio-
cultural para enseñar, ayudar, y aprender surge del hecho de que nuestras
historias personales no simplemente son oídas, sino que son utilizadas por
otros de manera que las vuelven para siempre una vía de doble sentido. Esto
es, que a pesar de la habilidad narrativa para expresar el punto de vista
único sobre el mundo del actor, lo que para una persona es una historia,
para otra es una metáfora. A través de las historias, ejercemos nuestra
predilección por insertarnos por substitución en la posición de otros, de
maneras que vuelven sus historias simultáneamente públicas y privadas.
Esta es una propensión humana que no puede detenerse, y que tiene el
potencial tanto para enriquecer como para constreñir nuestras identidades
personales.

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