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Elhomo zappiens en la escucla Podkrfa afirmarse, pues, que el uso de protesis sensoriales no permite el desarrollo de nuevas aptitudes para el goce, salvo en ‘el caso en que Iz funcién simbélica ha sido relativamente esta- blecida. En el caso contrario, sélo puede generar nuevos sufri- mientos.* El riesgo que se advierte con mayor elaridad es que pronto terminemos asistiendo al desarrollo de una multiplicacién de las competencias en algunos jévenes y el aumento de la confusion en otros como consecuencia de la filtraci6n y pérdida de la car~ ga simbdlica minima. En una época entregada al desarrollo ma- sivo de las prétesis sensoriales y comunicacionales estamos en peligro de dirigimnos a un mundo dividido entre los que, por un lado, superen las pruebas simbélicas de base y, por el otro, los que sean incapaces de superarlas. En suma, las nuevas stecnolo- gias de la comunicacién» pueden elevar el dominio de las cate gorfas simbdlicas de espacio y tiempo a una nueva potencia asi como también pneden inhibirlas. En consecuencia, vivimos en un mundo que produce ciertos sujetos muy ubieuos que, gracias a las prétesis sensoriales, estin ‘casi completamente liberados de las restricciones temporoespa- ciales ancestrales, pero que paga el precio de crear muches otros ‘que ya no saben habitar ningin espacio. ‘LA ESCUELA Principalmente son estos «aniiios de la tele», de referencias simbélicas mal Bjadas, los que legan hoy a las escuelas a la més tierna edad. Se comprende pues por qué numerosos profesores se ven limitados a comprobar amargamente que eS0s nifios que tienen ante si «ya no son alumnos.” Situaci6n que Adrien Ba HO romc Gos sobrenliens precast 26. Sobre los juegos de video sus efectos en los adolescentes, vase [a obea dde Divina Frau-Meiggs y Sophie Jehel, Les Eons de in violene, Pars, Econd- sca, 1997. 127. Vase, por ejemplo, entre los aumerosee testimonion y anilisis que se pablican sobre esi cuestin, el breve trabajo de Adrien Barrot, LEneiguenent amis b mort, Baris, Librio, 2000, Dany-Robert Dusfeur ‘con la siguiente frase: «Ya no escuchan». Y si «no escuchan>, podriamos agregar, probablemente ya tampoco hablen. No en el sentido de que se hayan vuelto mudos, muy por el contrario, si- no en el sentido de que actualmente tienen enormes dificultades para integrarse en el hilo del discurso que distribuye, alternati- va imperativamente, el Inger de cada uno: el que habla y el que escucha, EL bilo tet diseursoy la autoridad de le palabra Ahora bien, esta cuestin de la distribucién de los hablantes en el hilo del discurso es mucho menos anodina de lo que pare ce. Significa, en efecto, que la palabra posee en s{ misma una au toridad. Consiste esencialmente en distribuir a cada uno de los seres que hablan en el hilo del discurso. Maurice Blanchot des- cribié perfectamente este proceso en uno de su libros principa- les El paso (no) més ell: .* Lo cual significa que la autori- dad (cuya pérdida se lamenta tanto en nuestros dias), se diga lo que se diga, munca es la autoridad de alguien en particular. Cuando pretende serlo, inmediatamente se manifiesta como lo que es: «.” Para decirlo en. términos heideggerianos, escribir nos acerca al ser. La palabra y la escri- tura estan vinculadas entre si: hablar nos incita a escribir y escri- 28. Blanchot, M., Le Pas su-dli, Panis Gallimard, 1973, pig. 67. 20. Ibid, pig. 8. EZhomo zappiens en la escuela bir nos lleva al borde del centro enigmitico del lenguaje. Sustraerse a la autoridad de Ia palabra lleva, pues, a sustracr- se al mismo tiempo a la escritura que conduce al ser parlante ha- cia los méltiples aspectos del enigma de su condicién. Se inau- gurs, pues, un triste destino para esos nuevos alummnos imal ins- talados en la funcidn simbélica, pues se encuentran, de algcin modo, privados de enigma. Al no hablar ya segtin laantoridad de la palabra, ya tampoco pueden escribir ni leer. En semejantes condiciones, zedmo podrfan entrar en el hilo del discurso que, en la escuela, permite que uno (el profesor) ex- ponga proposiciones fundadas en la raz6n (es decir, un saber miltiple acumulado por las gencraciones anteriores y constance- mente reaetualizado) y el otro (el alurnno) las diseuta tanto como necesite hacerlo? Ciertamente, uno puede decidir que, puesto que ya no pueden hacerlo, tampoco es necesario pedirles que lo hagan. Asf es como una cantidad de pedagogos, con las mejores intenciones del mundo, ban llegado a suprimir progresivamente todas los ejercicios que los nucvos alumnos ya no saben realizar. Stse lo piensa un momento, es una respuesta muy curiosa: seria comparable a la del médico que rompe el termémetro para curar Ja enfermedad No obstante, es evidente que numerosos profésores se guar dan sus quejas y se afanan, con frecuencia més alld de sus Fuer- as,” para tratar de rcinstalar a esos jévenes en Ja posicicn de alumno, con el propésito de poder cumplir su finei6n de profe- sores. Pero ahi esté la novedad: asf como los alumnos.no pueden ser alumnos, los profesares tienen cada vez. mis dificultades pa- 1a ejercer su oficio. Desde hace treinta afios, de reforma en re- forma, siempre llamadas «democriticas», los responsables poli- ticos y sus consejeros, los expertos en pedagogia, no han dejado de decirles a los docentes que abandonaran su antigua preten- sin de ensefar. Fl ex ministro Allegre al menos tuvo la ventaja de decir claramente lo que otros dicen apelanda a una serie de circunloquios. En una entrevista concedida al diario Le Monde, amonestaba a los profesores, pidiéndoles que renunciaran a su 30, Me refiero aqui a los numerosos casos de «depresién docente» que el ‘ex miniscro Allegre simulaba tomar por meres abusos de Hicencias médias. 153

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