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David Oubiña
Jean Eustache:
el arte del cartógrafo
Una antropología cinmatográfica
de los años 70 (1)
Jean Eustache: el arte del cartógrafo. Una antropología cinematográfica de los años 70 / David Oubiña
#1 / Septiembre 2012
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Eustache entre 1968 y 1979 (entre las dos ver- to. A su turno, Offre d’emploi, muestra de mane-
siones de La Rosière de Pessac). Antes de eso, ra detallada los procedimientos de selección que
en Les Mauvaises fréquentations (1963) y en Le debe atravesar un hombre que se postula para
Père Noël a les yeux bleus (1966), sus primeros un trabajo; pero antes, esa modalidad de obser-
mediometrajes, todavía es un cineasta que mues- vación minuciosa no estaba acompañada de un
tra sus habilidades de nouvellevaguista como va- juicio mientras que aquí el personaje es evaluado
lores que no le pertenecieran del todo: la libertad de manera exhaustiva por sus empleadores. El
narrativa, el ritmo dinámico, la espontaneidad, realizador muestra este mundo como si le resul-
los actos explosivos, la capacidad para la obser- tara completamente ajeno, como si sintiera algún
vación naturalista, cierta crudeza no exenta de desconcierto, como si fuese una tarea para la que
calidez, la facilidad casi documental para integrar no estuviera dotado.
a los personajes en el paisaje urbano (las calles, La conclusión es que Eustache hará cine con lo
los cafés, el mercado, el baile, la promenade jun- que aprendió (cuando pueda procesar lo que
to al río). Es cierto que no hay allí ninguna im- aprendió) de la nouvelle vague y que, en cambio,
postura sino, tal vez, una excesiva conciencia no será un cineasta idóneo para los 80. Se podría
estilística. Hay momentos notables: cuando los decir: un director emblemático de la década del
dos amigos debaten en la discoteca mientras de- 70. Pero eso no alcanza para explicarlo, porque
jan pasar las oportunidades para sacar a bailar a es un título que muchos otros podrían reclamar
la joven; cuando el personaje de Leaud descubre para sí mismos. Los cineastas emblemáticos son
que las mismas mujeres que antes no le presta- aquellos que definen el estilo de una época a
ban atención ahora –gracias al disfraz de Papá través de sus películas, a tal punto que podríamos
Noel– dejan que las abrace; cuando, al final de la pensar que sólo conocemos ese momento gracias
película, los amigos se alejan por las calles desi- a ellos. Pero con Eustache sucede lo contrario: su
ertas, arengándose a sí mismos y gritando a voz obra depende hasta tal punto de un determinado
en cuello: “¡al burdel, al burdel!”. En esos mo- contexto cultural y político que sólo existe por y
mentos, Eustache ya es Eustache; sin embargo, para él. Eustache no produce los años 70 sino que
en otras partes, la pesada herencia de la nouvelle es su resultado. Y si –como quería Daney– La
vague es un discurso que aún se recita como una Maman et la putain es “el más bello film francés
lección aprendida de memoria. de la década”, no es tanto por lo que el director
Por motivos diferentes, el estilo de observación hace con su época sino por la manera apasiona-
rigurosa que marca a las grandes películas del da con que se entrega a ser habitado por ella. Ese
cineasta tampoco funcionará a pleno en sus dos parasitismo febril y desesperado es su sello es-
últimos cortometrajes, Les Photos d’Alix (1980) tético. Es lo que da sentido a sus films. Por eso
y Offre d’emploi (1980), en donde es posible ad- no puede evolucionar sin traicionarse, no puede
vertir cierto desgaste de las estrategias que poco adaptarse, no puede cambiar. Esa dependencia lo
antes habían funcionado con eficacia y de modo coloca en un sitio precario; pero esa precariedad
natural. En Les Photos d’Alix, las imágenes no es la que, paradójicamente, le confiere toda su
siempre coinciden con la descripción que la fo- fortaleza.
tógrafa hace sobre su propio trabajo: un desfasaje
progresivo se instala entre lo que vemos y lo que II
escuchamos. Ese vínculo inestable entre las cosas
Las dos Rosière de Pessac que enmarcan ese itin-
y el discurso sobre ellas es característico de Eu-
erario constituyen, evidentemente, un caso sin-
stache, pero aquí se trata de una conexión mera-
gular: un cineasta que rueda dos veces el mismo
mente conceptual, como si fuera un film de tesis
film. Pero no se trata de una remake –tal como
o como si el mecanismo hubiera perdido susten-
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de cómo se lo mire, el debate puede resultar sus- ronika si se le permite ensayar exactamente lo
tancial o bizarro. En todo caso, Eustache diría: lo que debe decir). La espléndida interpretación
que la película dice sobre los personajes es lo que de Leaud, aparatosa, vehemente, melodramáti-
los personajes dicen sobre sí mismos. ca, siempre un poco sobreactuada, confiere al
En este aspecto, el documental Le Cochon (1970) conjunto una tonalidad artificial. Lo cual no de-
resulta un film clave porque responde a una es- smiente la fidelidad a esos diálogos verídicos ni
trategia de máximo despojamiento y máxima a esas situaciones tomadas de la vida real; más
concentración. Rodado en un solo día, registra bien les agrega un nuevo sentido. Como si el
de la manera más minuciosa el proceso llevado cine hiciera crecer otra dimensión a la realidad,
a cabo por un grupo de campesinos para sacri- que no la vuelve falsa sino más compleja. Cuen-
ficar y faenar un chancho. La intervención de la ta Alexandre: “Un día de mayo del 68, había mu-
cámara pasa completamente inadvertida para los cha gente en el café y todo el mundo lloraba. El
protagonistas aunque es evidente que no se trata café entero lloraba. Era muy bello. Habían tirado
de una presencia natural. No es que estén famil- una bomba de gas lacrimógeno. Ante mis ojos se
iarizados con ella sino que, más bien, les resul- había abierto una brecha en la realidad”. El prob-
ta indiferente. Eustache logra que no signifique lema es que –como él mismo dice– “hace dos o
nada: es sólo un instrumento que permite ver. tres años que no pasa nada” y siente que todo
Y permite ver, incluso, más allá de la situación lo que ocurre es una conspiración en su contra.
concreta, porque el trabajo de los campesinos so- Pero, tal vez, La Maman et la putain no sea una
bre el cerdo se deja apreciar como una artesanía, película tan distinta a las otras ya que, al fin y al
como un elogio de la labor física, como una expe- cabo, también es el relato de una experiencia: el
riencia pura de transformación de la materia. La modo en que el protagonista aprende a perfeccio-
belleza del film surge de ese contraste entre la vi- nar su gesto, su pose, su actuación. Es lo que le
olencia práctica con que se lleva a cabo la tarea y comenta a una amiga:
el modo reflexivo en que el cineasta nos da a ver
“¿Te acuerdas de aquel tipo que rondaba por
el funcionamiento de un rito. Pero no se trata de
Montparnasse? ¿El sosía de Belmondo? Lo llam-
una cualidad exclusiva de esta película ya que ésa
aban el falso Belmondo. Al principio, el esfuerzo
es, también, la base de una ficción autobiográfi-
que hacía para asemejarse al auténtico era un
ca en apariencia tan diferente como Mes petites
poco ridículo, pero insistiendo a lo largo de los
amoureuses (1974). Lo que se describe, de la
años, llegó a tal perfección en el parecido que se
primera a la segunda parte del film, es el pasaje
hizo más auténtico que el auténtico. Cuando se
entre la infancia y la adolescencia: la ceremonia
desea de verdad, uno puede asumir la personal-
vertiginosa de los primeros escarceos amorosos
idad de otra persona, robarle su alma. Ahora es
que el cineasta reproduce minuciosamente, como
Belmondo la caricatura de su doble. Su carica-
una manera de fijarla y de sustraerla al olvido.
tura, no: su sombra. La película sobre ‘William
Luc Moullet menciona que el plan del realizador
Wilson’ deberían haberla hecho con ellos”.
era reconstruir su pasado en todos los detalles:
“según Eustache, ése era el único modo de volcar En Le Père Noël a les yeux bleus, el personaje mi-
las impresiones de la infancia en un film”. (7) raba un afiche de Los 400 golpes a la salida de un
La Maman et la putain, en cambio, es un film as- cine. Era, por supuesto, un guiño a los especta-
fixiante que muestra lo contrario. No hay esper- dores, que reconocían al mismo actor en los dos
anza de transformación en Alexandre: demasiado protagonistas. Pero habría que entender la esce-
conciente de su auditorio, actúa todo el tiempo, na a la luz de la cita de Alexandre: el desconocido
incluso cuando está solo (y lo mismo sucede con director de un cortometraje hace que su actor se
su amigo, que sólo acepta presentarse ante Ve- observe a sí mismo en la película de un cineasta
consagrado. En algún momento, Eu
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stache declaró que había escrito el personaje de obsesión por comunicar exhaustivamente una
Alexandre para Leaud porque advertía en él un experiencia. A menudo se ha señalado la conex-
potencial de locura que Godard y Truffuat no ión de Eustache con los Lumière y el cine prim-
habían explotado al máximo. Se podría entend- itivo, pero no se ha notado que, en realidad, op-
er así: ¿cómo hacer que el adolescente díscolo de era como los viejos creadores de panoramas,
Los 400 golpes y el joven maoísta de La Chinoise pleoramas y dioramas del siglo XIX: no sólo el
se conviertan en imitaciones de un personaje que registro, sino la reelaboración punto a punto de
les debe todo? De una forma sutil Eustache ajus- una escena a través de ese registro. Jean-Noël
ta cuentas con su ascendencia: La Maman et la Picq recuerda que “había en él un fenómeno de
putain señala el fin de la nouvelle vague. O aca- recuperación cinematográfica, la tentativa im-
so es una forma melancólica de reconocer que los posible de rescatar el pasado, de reformular eso
nuevos cines no habían sido un comienzo sino un que, aunque no haya sido vivido, ha sido expre-
final. sado con un sentimiento de déjà-vu, de ya cono-
cido”. (9) Igual que esas vastas festpiele de “Tema
III del traidor y del héroe”, donde los habitantes de
un pueblo reiteran episodios históricos ocurridos
La Maman et la putain incluye a los demás films
allí mismo, así estos films intentan reconstru-
de Eustache tanto como se separa de ellos. En re-
ir las vivencias a escala real. Un singular arte de
alidad, este complejo parentesco entre distancia
cartógrafo. Y esto es así no porque pretenda que
y contención es la base que define toda su obra.
las imágenes transparenten las cosas sino, al con-
En un sentido general, no puede decirse que haya
trario, porque se aboca al trabajo artesanal de un
una diferencia tajante entre los documentales y
copista que imita letra por letra las formas de un
las ficciones. Porque en unos y en otras hace lo
códice incunable hasta que todo se ha vertido en
mismo: observa, registra, muestra. (8) Tanto si es
el nuevo manuscrito. Entonces, y no antes, el film
un chancho faenado (en Le Cochon), la elección
puede proclamarse testimonio fiel y duradero de
de la virgen (en La Rosière de Pessac), un niño
un momento. Eso es lo que sucede con Mes pe-
que hace sus primeras armas en el amor (en Mes
tites amoureuses pero también, y sobre todo,
petites amoureuses), la historia de un ménage à
con La Maman et la putain cuyos diálogos re-
trois (en La Maman et la putain), una anciana
producían taquigráficamente las conversaciones
que cuenta su vida (en Odette Robert), la inter-
de Eustache con sus amantes y amigos. No sería
pretación analítica de una imagen (en Le Jardin
inapropiado reconocer aquí ciertos procedimien-
des délices de Jérôme Bosch) o el secreto erótico
tos heredados del nouveau roman, la única influ-
de un voayeur (en Une sale histoire). Es cierto
encia literaria que el realizador aceptó sobre su
que, en apariencia, los documentales se recues-
obra.
tan sobre la idea del cine-directo mientras que
las ficciones tienden a lo autobiográfico; pero en
Reconstruir, no para instalar un espejo sino para
seguida se advierte que estas categorías son in-
volver a ver. Eustache trabaja la puesta en escena
estables: porque el tono de la abuela del director,
como se reconstruye el escenario de un crimen:
en Odette Robert, es tan confesional como el del
para poder entender lo que de otro modo pasaría
narrador de Mes petites amoureuses, y porque
inadvertido. Allí radica la incomodidad de este
Une sale histoire establece un circuito reversible
reflejo porque, en el final, todo resulta inelucta-
entre la representación y el supuesto verismo de
blemente opaco. El cine, entonces, puede conver-
un relato íntimo. En última instancia, siempre se
tirse en un recuento de lo que se ha perdido. Y,
trata de registrar detalladamente un proceso.
Pero esa idea de registro excede lo documental
(aunque lo incluye) para desbordar sobre una
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en este punto, el personaje crucial no es Alexan- tiempo invitar a una mujer a ir al cine o a cenar.
dre sino Veronika porque, puesta a decir quién El agujero no le permite acceder a ninguna revel-
es, sólo puede enumerar sus quebrantos: ación porque lo único que le muestra es una cavi-
dad sin fondo en la que se abisma. En este sentido,
“Pocas películas logran comunicar un estado de
más que a Rohmer, Eustache se parece al , al
sufrimiento sin glorificarlo, sin proporcionar al-
Garrel de La Naissance de l’amour o al Rivette
gún tipo de catarsis dramática. Pero el dolor de
de La Belle noiseuse. Una vez que se han quitado
Veronika no surge hasta el final. Hasta entonc-
todos los velos, lo que queda al descubierto es el
es, es algo que intuimos vívidamente –gracias a
paisaje de la propia oscuridad interior. Y siempre
la brillante interpretación de Lebrun y porque
tiene la forma de un páramo.
Eustache nos permite pasar mucho tiempo jun-
La vida y el arte, la ficción y el documental, la
to al personaje– pero nunca llegamos a enfren-
tradición y la vanguardia: la estrategia de Eu-
tarlo cara a cara. Su sufrimiento es un vacío, una
stache fue no separar sino bascular entre extremos
derrota: no la ennoblece sino que la deja hueca.
contradictorios. Pero si se tratara sólo de eso, no
Aun cuando revierte la situación con respecto
tendría mayor sentido rever estas películas: lo que
a Alexandre y revela su dolor y su pasado en un
podía resultar novedoso hace cuarenta años ter-
monólogo de borracha, no hay ninguna evidencia
minó por cristalizarse como un lugar común. (12)
de que haya avanzado o que, a partir de ahora,
Se podría decir: no es tanto que nosotros necesi-
algo vaya a cambiar para ella. Es sólo una efusión
tamos verlas como que ellas reclaman nuestra
etilíca, una escena que ella habrá olvidado la
mirada. Pero no sería sincero. Si estas películas
mañana siguiente (más significativa como hu-
conservan toda su intensidad es por su avidez,
millación para Alexandre que como catarsis para
su insatisfacción, su desesperada incompletud.
ella)”. (10)
Por su voluntad de mostrarnos todo de todas las
A menudo, Eustache ha sido comparado con maneras posibles. Como dice Alexandre: “Lo ví
Rohmer por la verborrágica inclinación de sus per- en una película. El cine sirve para eso: para en-
sonajes. Pero el de Rohmer es un cine de superfi- señarte a vivir”.
cies y circunloquios mientras que la obra de Eu-
stache está hecha de agujeros. Une sale histoire no
es sólo una película en donde se habla mucho sino, Notas
sobre todo, una película en la que se habla porque (1) Este ensayo fue publicado en Marcelo Panozzo (coord.),
no se puede hacer otra cosa: “Es un film imposible Jean Eustache: Un fulgor arcaico, Festival Internacional de
de hacer; lo declaro imposible. Cómo no pue- Cine de Buenos Aires, 2009.
do mostrarlo, hago que se cuente”. (11) En efecto, (2) Alain Philippon, Jean Eustache, París, Cahiers du ciné-
ma, 1986. Sobre el perfil etnológico del realizador, véase
Jean-Noël Picq relata una sucia historia aparen-
Serge Daney, “Le fil (mort de Jean Eustache)”, en Cine-jour-
temente verídica: luego de fisgonear sistemática- nal I (1981-1982), París, Cahiers du cinéma, 1998.
mente en el baño de mujeres de un bar, concluye (3) A propósito de las dos versiones de La Rosière de
que no es el rostro sino el sexo el que debería con- Pessac y los dos momentos de Une sale histoire (1977),
siderarse espejo del alma. El orificio que comu- Rosenbaum sostiene la hipótesis de que Eustache “estaba
claramente obsesionado con las remakes”. Pero no sólo se
nica el baño de hombres y el de mujeres nutre su
trata de procedimientos distintos en cada caso sino que,
obsesión por el pubis femenino. A ambos –orifi- además, la duplicación y la repetición no implican necesar-
cio y pubis– el escritor se refiere indistintamente iamente una remake (tal vez se podría hablar de “paneles”,
como agujero [trou]. Un agujero visto a través de según la expresión de Avril Dunoyer, que se refiere a Une
sale histoire como si fuera un díptico). Más productiva es la
otro agujero. Lo notable es que esta observación conexión que Rosenbaum establece entre Une sale histoire
directa y brutal del objeto de deseo lo obsesiona y Le Jardin des délices de Jérôme Bosch (1980) porque
hasta tal punto que termina por perder interés en presta atención a formas de reescritura menos evidentes y
menos previsibles. Véase Jonathan Rosenbaum, “Jean
todo juego de seducción: le resulta una pérdida de
Jean Eustache: el arte del cartógrafo. Una antropología cinematográfica de los años 70 / David Oubiña 6/7
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