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Catyara
Catyara Relatos I
Mini Buda
27 de Agosto, 2017
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Catyara Relatos I
-¿Dónde estoy?
-En la enfermería.
-¿Qué me pasó?
La enfermera devolvió una mueca y revoleó los ojos.
-¿La encontraron?
-No.
-La puta madre- se lamentó, tocándose las costillas.
-¿Vos mataste a una chica y esperas…?
Fernando cerró los ojos y evocó la imagen de Araceli.
-Yo la amo. Todavía la amo con toda mi alma, te lo juro. Estoy loco- la enfermera
asintió y puso los brazos en jarra -, lo sé. Sé que estoy loco. Pero la amo. No la
podía tener y no podía dejar de pensar. No duermo, no como, estoy solo, camino
como un zombie, me duele verme en el espejo.
Ella buscó una jarra con agua y le sirvió un vaso.
-Dormite- sugirió cansada.
-Ojalá pudiera. ¿No me podés dar algo?
-Una cachetada.
Rieron.
-¿Cómo te llamás?
-Alina.
-También con a. Se llamaba Araceli.
Alina tragó.
-Dormite.
-¿Te quedás? Quedate.
-Tengo cosas que hacer, qué querés.
-Por favor. Quiero morirme.
-Vas a la cárcel, no te vas a morir.
-Matame, Alina, por favor.
-No.
-Matame, por favor.
Alina sintió pena. Le acarició el pelo mientras él lloraba y a ella se le escaparon
unas lágrimas también. Pensó que el loco la estaba volviendo loca, que todo lo
que veía en la comisaría la estaba trastornando y ya tenía la mano adentro del
pantalón. Fernando lloraba todavía y Alina sentía que su pecho vibraba con el
llanto y no podía dejar de tocarse. Se recostó en la cama, aplastándolo, quería
que sufriera pero quería sentirlo adentro, las cosquillas le recorrieron el abdomen
en cuanto le abrió la bata y apareció el miembro empequeñecido, firme y
patético. Puso su boca encima y chupó con violencia, trató de atragantarse
chorreándole saliva por la pelvis. Se sacó el pantalón encima del enfermo y se
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Catyara Relatos I
sentó apretando las piernas, entonces se elevaba y volvía caer pero con más
fuerza. Golpeó la cara golpeada y Fernando acabó en un espasmo, ella se sacudió
y acabó también.
Quiso ver lo que habían hecho, la mezcla en la pelvis rendida del enfermo y la
quiso tomar, bebérsela, extraer muerte del elixir de vida. Pasó una mano por el
miembro y lo apretó para que volviera a erectarse. Escupió encima y también se
escupió los dedos, quería sentirlo por atrás.
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Catyara Relatos I
Anna Bananna
-Porque Alexis… Hablo de mi marido. ¿No es extraño y doloroso que los dos se
llamen Alexis...?
-¡Ana!- le interrumpió.
Karenin había perdido la paciencia. Todo aquel sentimiento de ternura y
compasión que se le había despertado por la muerte próxima de su esposa
desapareció por completo. Trató de calmarse, de volver a ser el gélido funcionario
indiferente (al menos por fuera) a las indiscreciones, pero ya le era imposible. La
absurda conducta de Ana, aunque causada por la fiebre, le parecía un acto de lo
peor. Una burla a sus creencias, a sus convicciones y a su trayectoria. No iba a
dejar que se le rieran en la cara, ni su esposa, ni el conde sentado en el gabinete.
-Escúcheme una cosa, y preste la debida atención. Ya estoy hasta las narices de
su arrogancia e impertinencia, y no habré de tolerar éste acto falsamente
preconcebido.
La furia que emanaba no se condecía con su actitud de vida, ni con el arrebato
de clemencia que lo sobrecogió después de haber leído la carta: <Me muero. Te
ruego que vengas. Moriré más tranquila con tu perdón. Ana>, recordó con ira.
-Sandeces…
Ante la violenta expresión del funcionario, el médico y la comadrona callaron,
miraronse de reojo y retrocedieron algunos pasos en dirección a la puerta. Ana
comenzó nuevamente a sollozar, y en ese instante, como una tromba, entró
Wronsky a la habitación.
-Discúlpeme usted, señor- dirigíase a Karenin-, pero no dejaré que hable tales
palabras a la persona que amo; y discúlpeme nuevamente, por haber sido cortés
minutos antes. Ana se encuentra en un estado delicadísimo, y si no—
-¡Si no qué, charlatán! Ya me tienen harto de sus confabulaciones. ¡Si desea un
duelo, lo tendrá!
Ni el mismo Karenin podía creer en las palabras que salían de su boca.
-¡Encantadísimo! ¡No he deseado otra cosa que agujerearle el pecho con un
pistolón! ¡Si no hubiera sido por ella, que me contuvo, lo habría hecho antes!
¡Cobarde!
-¡No se atreva a insultarme en mi propia casa, mequetrefe!
El chirrido de la puerta anunció la retirada del doctor de la escena, mientras la
comadrona se tomaba el pecho con ambas manos, hiperventilando. Ana había
salido de su ensoñación, al momento, y observaba impactada. Nunca había
sospechado de tal valentía de parte de Karenin, ni tanto arrebato de parte de
Wronsky. Los papeles estaban no solo invirtiéndose, sino que volaban en
cualquier dirección.
-¡Aguaden un instante, por favor!- rogó entre lágrimas -. Aquí la única que
debería morir soy yo…
-¡Cállate!
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Catyara Relatos I
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Catyara Relatos I
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Catyara Relatos I
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Catyara Relatos I
Dicen que nació de un ratón. Viste? Trece? Estaba segura de que no. Che, che,
a priori:
Citarse a sí mismo, Una, pensé cobrar algún que otro derechirijillo, pero, con la
calor ésta, ay de por dios. Se toma las sienes con las manos, con la punta de las
yemas de los dedos de las manos, y se reflexiona. Nominalmente sería así,
sacarse la gorra de la gorra, dejarla, un lugar para gorras, y suspira. Yo le pago
el cabo:
-Metalé.
De ahí que dejó, se volvió a su patria en lo oscuro, lo lejano, lalilea, lolila,
lasancamparapapá. Se dejó, la marca en la caesa, unas ganas bárbaras de
tomarse el palo hasta la re concha mismísima la gorra, una concha bigotuda: O.
Tentempié, tente de a pie, ágape, copetín, alguien vertió licor en el ponche pero
no se preocupen que ya llamé a San Martín, viene en el veintitrés.
-Fue a pegar al Bajo?
-Nada que no se pase comiendo.
Se cortó el pelo, tomo una birris, con una, turris, compró media de paloma
cortada a cuchillo y ese exceso de masa.
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Catyara Relatos I
-Pero, la puta, que no se puede decir nada- se quejó. Su hija le sonrió para que
continúe -. Bueno, con el volante y con unos pedales, vos lo manejabas- también
hizo la mímica -. Cheto mal.
-Cheto mal, Lolo.
-¿Y la abuela manejaba?
-¿La abuela? Esa no hacía un carajo. Se la pasaba mirando la tele. Menos mal
que no viene más.
-¿La abuela o la tele, Lolo?
-Las dos.
Lolo vivía solo desde que Mirna, su hija, se fue de la casa. Se esforzaba por que
lo visitaran cada dos o tres días, no quedaban muchos viejos en la ciudad y le
asustaba la idea de que volviera el gobierno.
Su meta era volverse un narrador, una historia andante. Aunque la contaminación
hacía imposible el desarrollo humano en la superficie, para Lolo, la nueva vida
era la respuesta. Recordaba mucho a sus abuelos hablando de Perón, los
colchones y el trabajo.
Las máquinas terminaron de limpiar los suelos y los desperdicios nuevos fueron
directamente a parar al sol. La población global había descendido a cuatrocientos
millones.
Lolo nunca se jubiló, luego de la Reforma ya no hizo falta trabajar para vivir. Las
personas se volvieron ultra dependientes de la tecnología, a causa de la vida
subterránea y la sociedad aceptó esos términos como algo normal.
Leía, escuchaba música, iba al teatro y veía películas con sus nietos. La que más
les gustaba era Wall-e, la habían visto más de diez veces.
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Catyara Relatos I
Lolo había dejado de ser Maximiliano por dos razones: La primera fue el
nacimiento de su segundo nieto, Sean, con el que se bautizaron mutuamente a
los pocos meses.
La segunda fue la muerte de su segundo hijo a causa de la radiación, una semana
después de la llegada de Sean. Si bien el muchacho padecía problemas severos
de salud desde la infancia, su fallecimiento le fue difícil.
La noticia que les llegó de Puerto Príncipe era sobre los nuevos túneles que
pasaban por las dos bases superficiales en Antártida. Su yerno, Walter, se había
ofrecido para ayudar con las bobinas y estaba a punto de partir. La única manera
de comunicarse era por radio.
-¿Giro el botón, Lolo?
-La perilla, carlitos.
Les enseñó a sus nietos a utilizar una radio de larga distancia, así se comunicarían
con Walter y, de paso, lo visitaban todos los días.
-¿Cuánto es que se va el pelado?
-¿Mmh?
-¿Por cuánto se va tu viejo?
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Catyara Relatos I
Octaedro
Do siquiera intentarlo.
-Soñé con vos anoche.
-¿Sí? ¿Qué soñaste?
Yo estaba por entrar a la cabina y vos bajabas de la escalera de arriba y me
preguntabas si quería fumar con el chofer, te dije que sí y fuimos. El chofer habló
de un viaje a Píen Yang y vos dijiste que pensabas ir para allá pero cuando yo no
estuviera. Me diste la mano y te di un beso cortito, para que sepas que podés ir
cuando quieras.
Es una parodia del tiempo. Algo tengo que me quiere en la silla, drenada,
dependiente de unos polvos de burbujas contra el agua. No me quiero bañar,
Martín, no me alcanza con la ducha.
-Volví a soñar con vos, che. Hay algo…
-Te gusto.
Me paré de la cama y fui al balcón, vos estabas ahí, desnuda. Te abracé, parece
que ya había pasado, y te sentí inmediata. Dijiste que me extrañabas todo el
tiempo, te creí, te besé, te llevé a la cama.
-Estoy re pesado, ya sé.
-No, no, está bien. Contame. Me hace bien.
Abriste y me dijiste que pasara rápido, pero entré tranquilo y te sonreí. Vos me
pediste explicaciones, que por qué te dejaba sola y no sé qué más. Te tuve que
explicar todo de nuevo. Que me sentía bien con mi destino, no tengo miedo, dije,
y vos dijiste que era valiente. Valiente, pensé, que palabra vieja. Vos dijiste que
un chico te dejó plantada hacía un ratito. A mí me dio risa, que querés que te
diga.
-Sos especial, bobito. Sos valiente.
-Valiente…
Me lo dijiste vos, soñando. O en el sueño. Me lo dijiste de una y voy a ir al médico
a chequearme porque te creo. Es como si tuviera un bicho adentro. No puedo
ver fútbol, entendeme. Mañana mismo.
-Me calma tener que calmarte. En el sueño y en la vida real. Siempre estás
tristona (con esa carita que me ponés ahora que mirá) se me parte el alma y nos
abrazamos como si no existiera nada en todo el mundo es una cosa completa
inmediata y vos decías que tenías una nueva vida, que eras feliz y que estabas
sola pero feliz. Yo te daba besitos acá.
-No sé qué hacer. Me recibí de bruja. Las mujeres de mi familia somos medio
brujas. Mi mamá sabe cuándo va a llover, ponele.
-Viene de ahí, entonces, pero no, a mí me parece que nos hablamos a través del
tiempo.
-Me pasó, amor, Martín, me pasó.
-¿Qué cosa?
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-¡Es igual!
Venías de una escalerita azul y yo te llevaba los puchos. Hablamos de fumar, el
chofer eso es igual olvídate me estoy volviendo loca o sea que o sea que qué
nada no se te vaya a ocurrir no ni en pedo por favor y si es que pasa no sé me
da mucho miedo Píen Yang la mano y beso y me sentí que te morías, Martín,
sentí que te morías.
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Catyara Relatos I
Ascensión
Apenas tenía espacio para estar sentado con las piernas estiradas. Lo había
anticipado, pero no esperaba que le ocurriera en ese momento o en algún otro.
La vista del mar era exquisita.
Bruno sabía que Camila llamaba a emergencias, que era su primer descenso y no
se animaba a subir. Pero, ¿cómo explicaría a sus piernas que le gustaría dejarlas?
El pájaro estorbó la armonía del risco. Risco torre de marfil.
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Catyara Relatos I
Trascendence
-Había decidido no perecer, perpetuar el espíritu hasta el final de los tiempos.
Me encerré en el cuarto a vela a meditar.
<La clave yacía en escribir piezas que me transportaran de un tiempo al siguiente
o al anterior, habría de crear la composición perfecta. La pasé yendo de la
biblioteca a los ensayos y de ahí a las lecciones de chelo, pues no quería plagiar
al querido Frédéric y su piano.
<Conecté sin quererlo una extraña secuencia de notas que al momento parecía
carente de armonía y acentuación, y luego pareció darse vida por si sola. Oí una
cadencia micro tónica combinada en una estructura métrica compleja (cinco
cuartos, tres tercios, tres cuartos, seis octavos, trece dieciseisavos, cuatro
cuartos, dos cuartos, y finalmente, uno por dos) mezclados en orden alternante.
Cada figura correspondía un tono específico y un específico tempo. Transcribí la
pieza para un cuarteto de cuerdas; treinta y cuatro músicos.
<Originalmente, la pieza contenía treinta y tres pasajes donde se acentuaba una
nota en particular en un instrumento en particular y, luego de finalizarla,
alcanzaba los setenta y nueve pasajes. También poseía las variables de tempo.
<Nunca antes se vio tal espectáculo, las almas habíanse ido de los cuerpos de
los oyentes. Alcanzamos la trascendencia, pero fue también inesperada. No
imaginamos que congelaríamos la audiencia a ni vivos ni muertos, pues no se les
cae la piel ni los cabellos, solo se están quietos, como saben los señores.
-Y, dígame, ¿ha sido usted contactado por entidades extrañas? Quiero decir,
malignas, o ¿del más allá?
-Por supuesto que no. Mis intenciones fueron buenas y lo son todavía, aún con
una cuerda de corbata. Ruego, perdonen mis indiscreciones, caballeros, no
podríamos haberlo previsto.
-Claro que no. ¿Cómo se declara el acusado?
-Culpable.
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Catyara Relatos I
Liviana
Las mitosis son muy dolorosas, a veces pierdo miembros en la división. No es tan
solo partirse sino más bien desgajarse, me levanto aturdida, con hambre. Miro a
mi doble distanciado, no nos reconocemos, sigo viva mientras los muñones
crecen. Puedo recorrer su cuerpo pero no somos lo mismo, son de otra clase, es
otro adentro. Yo soy sus reversiones. Cuando me encuentran ocupada y
recuperada no me sonríen, no creen en mí ni les gusta que les ande cerca. Piden
que no las alimente, que las deje morir de pie con medio cuerpo derretido contra
el piso. A las primeras les tuve lástima, la última dio unos pasos y tomó un poco
de agua.
-Estoy cansada.
-Me siento bien así.
-Por favor.
Sí, hablamos un poco, tengo corazón. Son las cosas que no abundan pero tiro a
la basura. Las leo en la palma de la mano, en la borra que crece mientras menos
saben de mí. La pierna que me falta y que estará bien puesta mañana con algo
de suerte y ejercicio. Callo la angustia de que me falta algo que sé que tendré
cuando apunte el índice al ojal de la taza y el dedo se doble y el pulgar lo
encuentre, entonces sabré que la doble estará extinta y podré limpiar la borra
con un trapo.
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Catyara Relatos I
Cosas de Gordos
Al final era solo un lamento de un gordo que no podía cruzar la faixa. Iba con
una gorda del brazo. ¿Saben?, por alguna razón que me elude prefieren siempre
esa situación, o la mayoría de las veces. Gordos con gordos, flacos con flacos. Y
si sos medio heavy te conviene conformarte, y si sos flaco cagaste si te comés
una gorda. En fin, eran dos gordos. El ejemplar masculino tenía barba y un perro
que paseaba al momento del encuentro.
Elsa Bor de Lencuentro. Así se llamaba la gorda de lacio cabello. La bauticé
apenas la vi. En realidad vi primero las migas en la barba de Panzila. Así lo bauticé
ayer. Andaba por la vereda propulsado por un espíritu imparable, indómito,
irrefrenable. Yo me les planto a los gordos, no los dejo pasar, y si se enojan,
mejor. No hay precio que no pagaría por ver las caras rojas por el odio irracional
a la flacura, parte por envidia y parte también.
Así que desde entonces, todos los días a la misma hora, Panzila sale a pasear el
perro por la avenida y yo estoy siempre esperando el bondi, medio adentro de la
vereda, por si tengo suerte y hay alguien pidiendo monedas y lo estorba un poco
y me tienen que encarar, porque me conoce y sabe que me le planto.
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Catyara Relatos I
Para Adriana
Para Adriana:
Hoy me levanté fatídico, peor que nunca, con un millón de
lapiceras en mi dirección. Te extraño, Adriana, me hacés falta.
Este mundo es demasiado cruel para personas como vos y yo, nosotros no lo
soportaríamos. Sé qué hace tiempo dijimos te amo y hace mucho menos hasta
luego. Recuerdo. Te recuerdo pero me recuerdo más a mí con vos, creo que
nunca viví algo así. Sabés que las pastillas duermen un poco.
Parecía no haber opción en esos días, ¿te acordás, Adriana, cómo éramos?
Éramos tan jóvenes y tan viejos que nos seguían las miradas en el subte hasta
que nos perdíamos detrás de las escaleras del misterio; éramos poesía, Adriana,
tórtolas libres al fin de las cadenas del mundo.
Y sabés que estoy un poco cansado, me pesa levantarme de mañana y me pesa
dormir. Sé que a vos te pasa lo mismo porque yo sé todo de vos. Sé cuándo te
tomás el primer amargo frente a la televisión, sé que te gusta que te diga lo linda
que te ves cuando nos encontramos, comer verduritas.
Se me está estirando mucho la carta, ya debés estar aburrida. Te convendría salir
de la estación hasta el quioskito de la vuelta a comprar un chupetín azul de esos
que te pintan la lengua.
No quisiera hacerlo, pero debo pedirte un favor, Adriana. La chiquita.
Sé que es demasiado, pero es una nena y si te la llegás a encontrar por el bosque
paseando me gustaría que le compres un helado o le cuentes alguno de los libros
que leíste cuando tenías quince, esos de romance, que le va a hacer bien para
cuando crezca. Hace tiempo que ella no tiene mamá y me gustaría que alguien
que respeto le sirva de ejemplo, si te sobra un consejo daseló.
Me voy a colgar, Adriana, me cansé de las mentiras que le digo a la gente y de
las que te digo a vos cuando preguntás cómo ando. Bah, cuando leas esto voy
estar frío. Pero no te preocupes, ya no voy a estar sentado al lado deprimiéndote.
Lamento no volver a esperarte y quiero que sepas que yo también te voy a
extrañar, que te extraño ahora mismo mientras trato de escribir con buena letra
y poesía. Tendría que haberte preguntado, Adriana, pero hoy me levanté fatídico
y ya no hay vuelta atrás, vas a tener que imaginarte que el papel tiene perfume.
Ojalá hubiéramos compartido una casa pero habrías visto realmente lo que soy
y no lo recomiendo, porque no me gusta bañarme como a vos y siempre se me
pegan los fideos, pero quizás en otra época o en otro lado hubiera funcionado.
Quizás en la otra vida.
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Catyara Relatos I
Car fight
It all started in two thousand and eight. I was the designated driver.
We always took a tour to the countryside to get a decent drive after drinking.
Vomit scent and caps everywhere, and saw two cars literally fighting in a dusty
crossroad. Face to face, drifting, crashing, speeding up.
I didn’t thought it twice, went directly to them. A blue Nova and a brand new
Mustang.
Bang! And the Mustang shouted out.
A fair fight, at the end the horse prevailed. She left the arena as a gladiator,
slowly. The Nova stood bleeding oil throw the spouts.
We jumped off my scared Peugeot and asked to the driver if he were alright.
“It’s alright. Next time I’ll fuck him”, and I couldn’t help it and made a comment
on the Nova.
“She fought outstandingly”.
We became friends. I changed my old buddy for a much more robust Charger
and the first official match were settled. My Dodge versus his Chevy.
Oh, I was mad but at the time, I didn’t knew that we needed improvements. The
thing was that the Charger told me what to do, and I won.
On the next weekend, we opened up the Tournament.
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Catyara Relatos I
El Malabarista
Recogió sus zapatos y los miró con recelo, dañarían sus pies.
No tenía apuro. La sangre del cuello casi mancha la camisa. .
Entró alguien y dijo algo, pero él ya se iba del mundo. Salió primero la sombra,
saludándolo cordialmente. Caminó el pasillo de las cabezas contra las mesas, por
suerte su silla era giratoria. También le gustaban las cosas que no encajaban
pero que tenían que estar, como los clips y papelitos recordatorios.
Hizo dibujos para sus amigos y las sombras, porque era educado. Y también para
que que lo recordaran.
Paró a oler las flores. Todas. Amarillas, rojas, violetas y blancas, y de esos colores
que no conocía por nombre porque ser una sombra hace que uno no conozca las
cosas bonitas.
Se apuró. Sabía que a Luz le iba a gustar. Iba a plantarla en el balcón.
El cielo el primer azul azul que vio en su tan azul era que azul sus manos cables
de la luz.
Caminó con frío, había dejado la bufanda en casa. Su halo se había vuelto visible
y era intermitente. Las sombras volteaban a verlo y querían saber de él. Pero si
había algo que el Malabarista sabía eran los malabares.
Sabía que el agua estaba fría y no tuvo miedo, una pelea de uno contra
uno mismo.
Gotas de y también sal, que
en era momento lo
mismo.
-¿Luz?
-Ac
áe
s
t
o
y
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Catyara Relatos I
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Catyara Relatos I
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Catyara Relatos I
Indemocracia
Django saca las revistas del sacón y las hojea nerviosamente. Conoce cada
imagen y palabra, pero el sentido de arraigo mutó a esas páginas y las relaciona
directamente con su casa.
La guerra ocurre dentro del país, es más, Django solo se encuentra a medio
kilómetro de su ciudad natal. Ya fusiló a la mitad de sus amigos y a dos o tres de
sus enemigos. Y le preocupa la corrupción, pero también le atraen las armas.
-Quieto.
-Quieto.
Suelta las revistas y toma el fusil pero siente que le apoyan un caño en la sien.
-Qué mala suerte- dice.
-Qué mala suerte- dice.
Otro caño (en el dorsal izquierdo) le indica que se pare. Lo hace.
Ve a las mujeres sosteniendo las tumberas y le produce ternura. Patea hacia
adelante y tumba a la pelirroja. Estira el brazo y enlaza el arma desarmando a la
otra mujer, que también es pelirroja.
-¡Mayday!- grita, sus compañeros están almorzando al lado de un arroyo.
-¡Mayday!- grita, sus compañeros están almorzando al lado de un arroyo.
Reduce a la mujer con el cinturón y le apunta a la que todavía está en el piso.
Los otros soldados llegan a la carrera, ninguno trae sombrero.
-¿Qué pasó?
-¿Qué pasó?
-¿Está bien, soldado?- pregunta el oficial.
-¿Está bien, soldado?- pregunta el oficial.
Asiente. Les cuenta la versión que después escribirá en el informe.
-Estaba de guardia y se me acercaron como fantasmas. No las escuché.
-Estaba de guardia y se me acercaron como fantasmas. No las escuché.
-Sí- devuelve el oficial -. Estos terroristas son como sombras. Tuvo suerte.
-La tuve. ¿Las fusilamos?
-Sí- devuelve el oficial -. Estos terroristas son como sombras. Tuvo suerte.
-La tuve. ¿Las fusilamos?
-Sí. Tápele la cabeza.
-No quiero- dice una pelirroja.
-Yo tampoco- apoya la otra.
-Sí. Tápele la cabeza.
-No quiero- dice una pelirroja.
-Yo tampoco- apoya la otra.
-Es lo mismo, oficial- Django nunca lo creyó necesario y no ve por qué hacerlo
ahora.
-Es lo mismo, oficial- Django nunca lo creyó necesario y no ve por qué hacerlo
ahora.
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Catyara Relatos I
Entropía
Abrió el paraguas antes de cruzar la puerta, ya que ninguna acción le daría orden
a la entropía.
Dominó las gotas que su resguardo eludía con el recuerdo de los meses de verano
pegado al cuerpo de la más bajita. Por aquel tiempo no le pasaba ni la altura del
hombro y se le hacía costoso abrazarla si no fuera por el tumulto que le ocupaba
la panza cuando deslizaba el brazo por la cintura, la dicha de andar agachado y
enredado. Él hablaba de a montones repatriando signos y oraciones con el
hombro desfallecido por el esfuerzo y el calor montañés perfectamente
balanceado.
Volvió entonces a la lluvia que le entraba por las medias hasta el pantalón y le
enroscaba las piernas. Y entonces la Gringa, una que paseaba espigada por la
puesta de sol y le había ocupado el corazón pero no las tripas, dejándole
confundido por su falta de presencia en todo momento, que si hubiese podido
perseguirla le habría dedicado sus canciones, que con tiempo la olvidaría.
Dejó mensajes para ambas categóricamente ignorados y por eso salió a pasear
la pena se le había trabado en la lengua pero no en la sonrisa. Cerró el paraguas
entre un contenedor y una cascada de la boca de una gárgola aguileña, quieto,
víctima de las agujas que le golpeaban el tentô con delicadeza, casi una caricia
comparada con la risa que le escapaba entre los dientes.
Había olvidado como llorar. Tenía estropeado el sistema. No pasa nada, pensó,
para eso la lluvia que me saca la mufa del paraguas que abrí como un boludo
dentro de casa. Tiritó las gotas y corrió llevándolas consigo, con las medias
empapadas que pedían que diluvie como nunca en Mendoza y Carolina.
Dejó la cara impresa en el cemento con la mugre que bajaba de los techos en
avalanchas y pensó en Alfonsina y en las que lo desconocían, y bebió aguas
empastadas. Quedó muerto, aferrado al paraguas maltrecho y a los recuerdos de
verano. Que puta suerte, pensó, justo antes del síncope.
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Conditions of my Parole
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Senegália
Las diferencias obvias del color de piel y sus costumbres forasteras me pesaron
largamente antes de trocar palabra. Protegida por la institución inquebrantable
de la pobreza, sus muchos paladines me alejaron en la sospecha de quererla para
mí (escama altamente cierta), o bien de exponerla al frío de la vía a cambio de
monedas. Tuve que defenderme a los puños una vez, algo que no recomiendo
contra proscritos senegaleses acostumbrados a incontables kilómetros por agua.
-Senegália- soltó por fin su espesura.
Creí que así era como llamaban a su tierra, así que resolví preguntarle de nuevo.
Me puse una mano en el pecho, dije mi nombre y me miró con sátira
benevolencia.
-Senegália- repetimos al unísono, ella divertida y yo resignado.
Comprendía el español apenas pero eso solo le sumaba encanto. Su piel morena
encajaba perfectamente bajo las prendas ajustadas, ni siquiera había
considerado tal belleza en una sola mujer. Aproveché el argentinismo arrabalero
para apodarle “Negra” frente a otros.
Ningún polizón llegó alguna vez a Sudamérica con el ánimo de no pertenecer, y
la Negra aceptó el único trabajo en Constitución que le hacía un ápice de justicia:
Iba de puesto en puesto, recolectaba y ofrecía cualquier cosa que sus adalides
pudieran necesitar. Trocaba monedas por billetes, ordenaba comida y articulaba
con prostitutas. Eso hizo que los muchos forasteros le tomaran afecto.
Tuve que explicar excesivas veces sobre mis buenas intenciones de conquistarla
abiertamente. Que sea atractivo ayudó a que ella me notara, pero no fue
suficiente para convencer a los demás, pues eran senegaleses pero vivían en la
calle. Debo admitir que la batida me otorgó el grado de luchador.
Al tiempo la traje a mi casa. En cuanto puso un pie dentro sonrió, según dijo
después. Contó que su infancia estaba marcada por el sol y la falta de cariño, y
confió en que no la dejaría sola, si me lo pedía amablemente.
Como cualquier otro, juré por mi vida que habría de protegerla. Al día siguiente
llegué a los puestos con el muestrario.
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Catyara Relatos I
Bellas y Bestias I
No, papá, por favor. No quiero ir al castillo. Come gente. Papá, por favor, no me
lleves.
El vestido es lindo, rosa y violeta. Capaz que nos hacemos amigos. Me parece
que sí. La semana que viene, no voy a tener tiempo de ver a la abu. ¿Y Vero y
Pauli? Ay.
No quiero ir, mamá. Porque estoy triste. ¿Me viene a buscar igual? Pu, mamá,
me quiero quedar acá con ustedes. Él no tiene amigos ni juguetes. No me los va
a comprar. Vos comprame los juguetes.
Sí, y me voy al castillo. Ahí voy a vivir, como una princesa. Yo creo que voy a ser
muy feliz. Nadie me dijo que me tengo que casar con él. Claro. Mis papás se
quedan acá en la casa, no creo que los vuelva a ver nunca más. O capaz cuando
sea grande y sepa manejar, los veo. Con un auto, seguro que tiene más de dos.
Y sí, todavía no lo conozco, no lo saludé. Como un perro gigante de dos metros.
Más alto que mi papá y que tu papá, porque tu papá es más bajito que mi papá.
Le saca como dos cabezas. Es re grande. Como un perro o un elefante.
¿Y para qué si él tiene de todo? Si no va a tener tiempo, ¿cómo me va a comprar
los juguetes? No, viste, vos estás mintiendo. Yo sé que me va a comer, mamá,
no me lleves ahí, por favor. Porque sí. Lloro porque sí.
¿Ésta es la casa, papá?
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Catyara Relatos I
Bellas y Bestias II
-Pero, ¡Oh, cielo bendito, si has de llover!- rabió Ramón mientras se le mojaba la
pelada -. Dame un momento para escapar al embrollo.
“Ojalá el vecino me haya sacado la pava del fuego”, fue lo que pensó por décima
vez, mientras bajaba el balde con el fratacho adentro. Siempre de guantes y con
herramientas en las manos. Desde pibe.
Le había visto la cara a dios a los once y se sabía campeón de la cuadra a las
piñas, un respeto que no se compra. Y con todo le gustaban los trabas. Le
gustaban las tetas gigantes de mentira y esas calzas ajustadas a los cuádriceps
marcados de correr de la yuta. Le gustaba la merca que le tiraba uno de la O’Neil
en el pecho antes de lamerlo.
Boliviano repatriado por su padre y algún tío villero, había nacido y moriría en la
treinta y uno. Ya se había hecho la idea de que no iba a salir de ahí. En algún
tiempo anduvo por la Boca pero lo trataron de pescado.
-Oíd, padre, el llanto de los cielos enmarcado por los truenos; lamento desmedido
por la impune inferencia del humano en la Tierra. Ha de llover, hasta perdonar
el último de los pecados. Dime si alguna vez ha sido de tu agrado el dulce
pétricor.
-Como señalas, convino con vehemencia los olores de la tierra y los del aire; casi
con poesía aprendí de niño los muchos maridajes que se encuentran por destino
o decreto divino.
A la puta que lo parió, le faltaban los pases de Conti.
-Una idea apareció señalándome un norte ya recorrido pero nuevamente digno
de recorrer. ¿Concuerda, padre, con una visita a los parajes de la estación
maldita, ahora que cierne la noche y dícese viernes?
Tomaron el ciento trentitrés que pasa por Nazca, una hora y media con el ojete
empapado de la lluvia y el chivo, porque estos hijos de puta no se bañan. Ramón
ni siquiera se sacó los botines, menos mal.
Recién cobraban la quincena, iban a hacer un desastre. No alcanzaron a poner
una pata que ya los saludaba el viejo de los guaymallén cuatro por diez.
Ramón cruzó un par de calles y la vio apoyada en la pared. El traba le sonrió de
lejos y le hizo una seña para que pase.
Lo esperaba con una tanga de leopardo en la cama, con media chota reposando
en la pierna izquierda.
-Dale, Ramoncito, que hoy vine de Bestia.
“Quién se cree don Money, con su barriga light en manga de camisa, haciéndose
el humilde obrero Rockefeller. Como si ya fuera emperador del reino del perejil”
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Catyara Relatos I
Leyenda
El Dios del Habla decidió tomar lo que consideraba suyo por derecho: la hija del
emperador. Después de haber fallado en conquistarla y, desde luego, en las
negociaciones con su padre, creyó aún más que eran el uno para el otro.
Quizo robar los Ojos Jades al Anciano de la Montaña, con los que podría ver el
Tiempo a voluntad. En cuanto estuvo cerca del viejo lo arrinconó dentro del
recinto.
De esto supo el Dios del Fuego, que acudió al instante en amparo. Éste no fue
herido pero si audazmente engañado; el Viejo de la Montaña había sido envenado
minutos antes, la Palabra luchaba solo para ganar tiempo.
El Anciano se quitó los ojos para entregárselos a su protector, pero solo consiguió
darle uno. Luego de su muerte y mientras los dioses aún luchaban, los ojos se
convirtieron en gemas verdes y cada una contuvo el regalo de la visión: Una
sobre el futuro y la otra sobre el pasado. El Dios del Habla robó la que contaba
la historia y escapó tras derrumbar un bosque sobre el templo, pues era un gran
guerrero.
Con la ayuda de la piedra aprendió sobre las vidas de los dioses y supo cómo
vencer a su rival. El Dios del Fuego no conocía la manera de detener a las
Palabras, pero tampoco le podían herir, entonces se dedicó a mirar.
Años pasaron sin que el Dios del Fuego viera peligro en la gema. Era el guerrero
protector de las islas, de los ancianos y pescadores. Solía pasearse por playas y
bosques, brindaba luz y consuelo a quienes se perdían en altamar o entre los
árboles, y espantaba demonios de los caminos. Pero nada de eso le pasó luego
de la piedra. Ya no coincidía con ladrones, los botes llegaban a destino, incluso
le fue entregado un saco de té como ofrenda.
Perplejo por su buena suerte, observó el futuro de las Palabras, pero solo pudo
ver cosas buenas.
Su rival supo que el Fuego estaba hecho de luz blanca (quizás la más pura de las
luces) y no podría existir sin proteger a sus vasallos.
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Catyara Relatos I
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Catyara Relatos I
Conferencia
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Catyara Relatos I
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Catyara Relatos I
Lucas Ramón y Yo
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Catyara Relatos I
Horizonte Peligroso
Quiero hacerla mía. No sé por qué pienso tanto en el sexo, pero no puedo hacer
otra cosa. ¿Quién asalta a un gordo equis todas las mañanas a la misma hora y
en plena escalera? Una nenita de quince años. Una púber de dieciocho. Una
suave y depilada casi adulta rubiecita de un metro cincuenta.
No sé cuántos años tiene ni sé cómo se llama pero me obsesiona. Y ella está
obsesionada conmigo. Pero soy un gordo gigantesco y viejo y peludo y ella es
una florcita.
-Buen día.
-¿Qué hacés en bata en el pasillo a esta hora?- respondo.
Cierra la puerta y ni siquiera me paralizo, las escaleras me cuestan muchísimo y
cada vez tardo más en bajar. Buen día es lo que siempre dice, y yo sonrío y sigo.
El trabajo es lo mismo de siempre. Soy editor, así que leo, escribo un poco y
negocio con los escritores, que no me consideran un igual sino un vampiro
burocrático.
A la vuelta no tengo noticias de ella. Nunca las tengo, pero por las dudas cierro
la puerta con llave. Saco las hojas del maletín, me pidieron una traducción. El
Sexo y/o el Señor Morrison de Carol Emshwiller. Prácticamente me lo trago.
-Okey- digo en voz alta, por si la florcita está escondida en el cuarto.
Busco por todos lados y no la encuentro, pero hay cosas corridas y dedos
fantasmas en la biblioteca. Me falta whisky.
Así que quiere saber qué soy. Fácil, se lo voy a mostrar.
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Catyara Relatos I
Un café
-“Es mucho mejor— no–- Es mejor estar presente cuando vuelven los bandidos,
que sentarse con la luna a discutir sobre la muerte”… Muy buena frase, ¿sabés?
Veo que tus frases son fuertes, como si tu fuerte fueran las frases.
-Yo noto algo similar. Creo, y es meramente mi opinión, que hay una cadencia
que responde a los simbolismos, quizás, correctos. No… sabría explicarlo de otra
manera.
-Claro, y además, hay mucho de música, acá ¿no? Como si vos entendieras los
valores, por ahí, de un modo acelerado. Somos de otra época… No le ves rédito
a quedarte con lo periférico, un poco ¿no?, de la idea… Entonces existe, es, se
plasma solo lo esencial. Lo necesario- explicó Julio.
-Lo que no va, no va. Importantísimo- agregó Jorge.
-Estuve estudiando un poco sobre eso y creo que para mejorar, como que
necesito simplificar el proceso, y de paso, el producto. Que lo que soy vaya de la
mano con lo que hago.
-Claro. Vos sabés que yo, junto con otros de mi época, fuimos prácticamente
alumnos del Maestro aquí presente, y tu generación también, eh, son alumnos
del Maestro. De esa forma, hay una empatía general, digamos, entre nuestras
épocas.
-Todos alumnos míos y yo alumno de Homero…
-No, no, clarísimo; solo quise expresar la… vasta influencia suya para con todos
los escritores “post-Borges” ¿no? El resto de los mortales- bromeó.
-Por favor, no lo consideraría así ni por un segundo- dijo Jorge con una sonrisa -
, pero sé cuándo tomar un cumplido. Gracias. Pero me refería, quizás, a las
formas. No sé realmente cuánto habrá leído el muchacho, pero distingo una
madurez excepcional en los textos. Una vez le dije a Bioy que se despegara un
poco, que necesitaba despegarse de las influencias. Y eso, no digo que fuera
simple obra mía, sino una decisión interna suya… Bueno, que necesitaba escribir
lo que realmente tenía en la cabeza, sin tapujos y, de hecho, le ha ido fenomenal.
-Madurez… Nunca mejor explicado- Julio soltó una risotada -. ¿Viste, para qué
sirve sentarse a conversar con los maestros? Uno aprende un montonazo de
cosas… Eh, me dijeron que te gusta mucho el jazz, ¿puede ser?
Fernando asintió.
-Podemos poner un disco de mi queridísimo Coltrane.
-Si al maestro no le molesta…
-Pero, por favor. La música está hecha de las más altas cifras del alma. Para un
hombre como yo, sin… tiempo, quizás, es una picardía no haberlo intentado
antes… haber sido músico.
-El muchacho aquí es guitarrista- dijo Julio mientras colocaba el disco.
-Sí, sí, lo sé; por eso lo digo. Me hubiera gustado ser un artista más completo.
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-Por supuesto.
-Bueno, en ese caso, no hay problema. Eso sí, a la antigua como Julio. Nada de
aparatos nuevos. Les tengo un poco de miedo- dijo simpáticamente.
-Sí, yo estoy seguro que en algún momento se va a parar una tostadora y me va
a correr de la casa.
-Casa Tomada de nuevo.
Rieron.
-Sí, pero esta vez sabría de dónde vienen los ruidos… Ahí, decís que entra mucha
información, ¿cierto?- Fernando asintió levemente -; y, ¿más o menos cuánto? O
sea, ¿cómo se mide… eso?
-Y, en bytes.
-Ah. Algo había escuchado.
-Es una unidad métrica de información digital. Música, papel, lo que sea, se lo
convierte a ese formato y se guarda más o menos como si todo fuera lo mismo.
O sea, acá hay música, libros, fotos… que se yo. Un poco de todo.
-Y todo eso, ahí dentro.
-Sí.
-Qué bárbaro- dejó escapar el Maestro.
-No es tan así, pero como para que se den una idea.
-Che, suena muy bien… Tiene grandes músicos, la muchacha.
-Hoy por hoy son de lo mejor.
-Y, ¿quién es el contrabajista?
-Ella, Esperanza. Es una mostra.
-¡Ah, pensé que era la que cantaba!
-Sí, sí, también.
-Uf…
Jorge observó la escena un poco distraído.
-Me hubiera gustado muchísimo dar clases ahí. La… la idea, ¿no? Formar
escritores profesionales, es lo que tendría que haber pasado desde siempre. En
mis épocas uno se la pasaba adivinando… Incluso la mejor decisión que se podía
tomar para expandirse como artista era viajar. Irse.
-Material siempre hubo- aclaró Jorge -. Pero concuerdo enteramente. Está
enfocada, la carrera, en la producción. No es lo mismo que Letras; es más difícil,
inclusive, porque tienes que aprender no solo los métodos de la lengua sino
también su lado artístico. Son, al menos, dos puntos de vista que pudieran ser,
también, antagónicos.
Fernando simplemente asintió.
-A mí también me hubiese dado gusto enseñar allí. Además, es una institución
pública ¿no?, libre de la presión de los de fuera- continuó.
-No se preocupe, Maestro. Enseña ahí por defecto. No hay una sola clase en la
que no ande un texto suyo dando vueltas.
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Catyara Relatos I
Otro café
-Puta, que eres metalero. ¿Siempre cantai en inglés?- preguntó Pedro más con
los ojos que con la boca.
-No, pero me queda cómodo. No sé bien por qué. Pero no hablemos más de mí-
hizo un gesto y se llevó la mano al mentón, cansado.
-Ésta noche no. No quiero hablar del sida ni de mi carrera ni nada de eso.
Hagamos arte.
-Pff. Y lo de recién, ¿no fue arte?
-No- estiró la vocal -. Ojalá hubiera sido arte.
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Catyara Relatos I
Fernando trajo consigo el mate y el termo y los puso a los pies de la cama.
-¿Dibujás?
-Puedo intentarlo.
Hurgó entre el montón de ropa que había en la silla y sacó un cuaderno, y algunos
lápices y colores.
-Oye, eso de la quimio, ¿te pasó a ti o es pura crítica social?
-Crítica. Se me ocurrió por lo del remedio que es peor que la enfermedad ¿no?
Al final se me fue de las manos, como todo lo que hago.
-Como si las cosas cobraran vida.
-Como si no fuéramos tan putos y sudacas.
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Catyara Relatos I
The Interview
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Catyara Relatos I
-Nowhere. He disappeared.
The new doctor shook his head.
-You can’t give that kind of answer. He is important to many people; the man
has a family and friends and a lifetime work that brought you here and even kept
you alive.
-Don’t threat me. I am not afraid of you nor guns. And you’re wrong, I am not
alive.
-You said before that you are not alive. What’s that supposed to mean?
-Nothing else than that. My tissue depends on carbon… reflection, I guess. I do
have a heart but it’s not as important as yours in comparison.
-Are we weaker?
-A lot. I won’t die. There’s no end to my existence.
The doctor kept taking notes.
-How many of you actually are out there?
-According to your way of seeing things just a few, but I couldn’t tell.
-Approximately- insisted -. How many?
-Three, four… Again, I couldn’t tell.
-Hello. I’m commander Spe and I’m in charge of the situation with Dr. Miles. I
am a member of the government. Do you understand that?- the creature made
a gest with his mouth- What’s that? Is that a yes? Nevermind. I’m important to
a lot of people—
-Stop clarifying, I do not care.
The commander hesitated.
-Well, we know. Or we think we know. This is no ordinary situation.
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Catyara Relatos I
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Catyara Relatos I
Angie
A pesar de todo lo que aprendí, lo que más me impactó fue que el cementerio
estaba dividido en pabellones, como en la cárcel.
¿Será una constante?
Conocí al Ángel de la Muerte esa misma mañana, en la sala velatoria. Como a
todos los asistentes, me llamó poderosamente la atención. Tez blanca, pelo
moreno, barba de una semana, lentes, un metro ochenta, nariz prominente.
Destacaba desde el final de la muchedumbre, la mayoría eran viejos. Remera
negra, pantalón negro, zapatillas negras. Por alguna razón se acercó a mí, luego
de que lo mirara varias veces de reojo.
Pude oír sus pasos incluso en medio de las conversaciones. Se paró ligeramente
detrás de mío y me sentí ansioso. Esperábamos a los allegados con el ataúd.
Yo también vestía de negro. Dijo que su nombre era Angie pero que le decían
“Kuku”.
-Es un insulto. Éste ritual ya no posee significación. Lo que queda es burocracia-
no encontré manera de responderle -. La familia sufre en público. Una puesta en
escena- continuó -. ¿Quién lleva el cofre? ¿Cuántos amigos asisten?
-Sí, es lamentable- dije volteándome hacia el frente.
El acompañamiento hasta el coche constó de unos pocos metros. Sin música. Los
empleados de la funeraria vestían trajes negros, camisas y guantes blancos.
-¿Tiene cómo llegar al cementerio?
-El dos dos uno, gris- señalé y asintió.
Tardamos menos de cinco minutos. Yo iba al final de la cola, no lo vi subir a
ningún auto en particular.
Cuando llegué ya estaba ahí. Pabellón D. Bajaron el cofre y caminamos hasta el
nicho.
-¿Cuándo hay que renovar el contrato de alquiler? ¿Quién se encarga de las
flores?- preguntó sin más, continuando la conversación, mientras los familiares
se despedían por última vez. Sentí su aliento, su presencia, pero no pude voltear
a verlo -. Lo único que yace son huesos, lo demás se evapora, va a parar a ningún
lado.
-Y usted, ¿cómo sabe?
-Soy el ángel de la muerte, ¿no se dio cuenta?
Las personas que teníamos alrededor se alejaron de a poco. Sonreí.
-Puedo probarlo. Haga la pregunta- me sorprendí -. No hace falta- se respondió
-. La culpa la tiene usted. Pudo haber ido.
Retrocedí unos pasos. Balbuceé pero me interrumpió.
-Cree que está aquí de casualidad. Su vecina también tenía que morir hace dos
años. Me costó encontrarla.
-¿Encontrarla?
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Catyara Relatos I
-Sí, encontrarla. Cuando ocurre un... Estoy en todos lados al mismo tiempo, como
se imaginará, es usted una pieza difícil.
Pensé en el accidente y también en la huida en la sierra.
-¿Lo del puma?
-El puma. No tengo poder sobre los animales, pero puedo manejar sus entornos.
Los puse en buena huella, andaba usted en un alazán bravísimo.
Sentí que me vibraba el cuerpo.
-Hoy se muere- aseguró -. No se puede escapar de nuevo, este lugar inmundo,
esta escena. Mire lo que ha hecho.
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Catyara Relatos I
Bestiario
Es la revolución total del arte, ¡del mundo, qué no! Yo digo: esto los estampa en
Europa, se van a cagar los gringuitos. Cinco tenía. Marino tenía cinco años.
¿Cómo te gustaría llamarte? Salomé. Ese es nombre de nena, cabezón. ¿Y? A mí
me gusta. ¿Las nenas? Sí. ¿Vos no serás putín, no? No. ¿Y por qué Salomé, si es
de nena? Marino tenía hormigas entre vidrios, era un formicultor (criador de
hormigas dentro de un formicario hecho con dos vidrios y un marco espacioso de
madera) como cualquier otro ser humano pequeño solo que pintó las patas de
las ciento veinticuatro hormigas y le pintaron las hojas del diario de campo. ¿Te
gusta pintar a vos? Me gusta que pinten ellas. Hizo muchos cuadros patafísicos
desde entonces. Soy un ávido lector de Cortázar. Les gusta decir ávido a ustedes,
los cortaciarianos. En El Arca, Marino tomó un ejemplar de cada insecto sudaca
y les pintó las patas en azules varios. A los catorce empecé a tocar el chelo y a
los dieciséis el piano. ¿Cuándo vas a traer una chirusa, cabezón? Una princesa te
voy a traer, a las chirusas las dejo en la vereda. En su tercer etapa, la patafísica,
comprendió que podía inducir comportamientos en los bichos. Si toco una
invertida doblan a la derecha y nada más. Pero solo las moscas. Solo las moscas.
Por eso es que diseñamos la tela flexible y el arco de puntos. El cazador de
hormigas volvió repentinamente a las hormigas luego de haberse cansado hasta
el hartazgo de las otras entidades útiles para pintar. Las pongo acá y las dejo
salir, que hagan lo que quieran. Arte que se construye solo. Ajá. Algo purísimo,
digo. No sé qué mierda es el arte, yo juego con hormigas. Uno de sus primeros
experimentos fue con ciempiéses (la opción obvia para pintar): Alimentó un grupo
con hojas teñidas y le pintaron el cuadro con exudados dérmicos. ¿Qué les vas a
dar? Ah, sorpresa milanesa. Dale, ¡decime!, así les tiro un chori a los giles del
diario que están insoportables. Nada. Que cagón que sos, cabezón hijo de puta.
Abrí que hace calor y de paso tirate. A tu vieja me voy a tirar. Marino transformó
el arte al explicitar el coso de que pasa todo como en la vida. ¿Cabe? Abrí que
hay que ir moviendo la porquería esa que mandaste a hacer. No sé, vieja, no
contesta. Dejá, dejá, la tiro abajo. ¿¡Cómo mierda iba a saber!? ¡Si no me dijo
nada! Colorado, Marino se hizo comer en la jaula y los gusanos pintaron los
diarios con caquita.
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Catyara Relatos I
La bohemia
No cambié mucho con el paso de los años; sigo, como chico, escapando a ser
nombrado verdugo de los insectos que rondan las paredes. Estoy absolutamente
convencido que toda vida es preciosa; digo más, inestimable. En mi morada
caminan bichos por doquier, que nunca molesté por mi buen corazón y temple,
sin importar las veces que opinaba que tal o cual podría lastimarme o las veces
que lo repetían los de afuera.
En mi morada hay insectos y ahí se quedan. Como mucho los espanto con la
mano, golpeo cerca de sus patas o chispeo el encendedor, pero solo si andan
cerca de comida o en algún otro caso extremo. Por lo demás, convivimos, y,
aunque no podría asegurarlo, pareciera que notaran mi paciencia. Los veo a
veces indecisos, preguntándose si es buena idea escalar desde la pata de la mesa
a la tabla. Se quedan quietos moviendo solo las antenas, titubeando, quizás
honrando de nuestro tácito acuerdo.
Todas las veces, lo juro con la mano en el pecho, dan la vuelta hacia otro lugar.
Excepto por antes de ayer a la mañana, que me vi envuelto en una rabieta sin
sentido contra la mala suerte, y con el impulso del enojo, pateé sin querer el
zócalo que bordea una de las tantas salientes de mi morada asimétrica. Después
de haber chillado, lavé la herida y calcé ojotas para dejar que el aire haga lo
suyo. Ya de noche y con la herida descubierta, estaba frente a un té rojo con
miel y vi como uno de los insectos hesitaba frente a mi dedo machucado. Éste
bicho en particular, posiblemente nuevo en mi morada, en vez de dar la vuelta,
avanzó hacia mi pie. Sacudí todo mi cuerpo en un espasmo medio voluntario y
medio inconsciente que lo hizo retroceder unos cuantos pasos, que en medición
métrica deben haber sido seis o siete centímetros. Y ahí se plantó a mirarme, no
directamente sino al dedo, que le llamaba de alguna forma la atención. Y avanzó
unos pasitos.
Mientras, debatía entre sacar el pie del sitio o hacer alguna clase de ruido que lo
espante, y entre mis ideas y la fuerza que debía aplicarle a mi cuerpo para
contener otro espasmo, el bicho se acercó más y esperó. Estábamos quietos los
dos, yo quizás temblando y él moviendo las antenas, y un silencio extraño llenó
la morada como si estuviera apunado. Una conexión: solo él y yo.
Si bien el golpe no había sido la gran cosa, tenía media uña partida y muy poca
sensibilidad, cosa que comprobé al lavar el dedo. Pero, a causa del extraño
momentum, sentí una caricia de antena, algo indescriptible. Era bastante más
suave el bicho que yo, pensé que quizás él creyera que estaba ante un ser áspero,
o le diera asco o curiosidad. Supuse que si el tacto era agradable no correría
peligro: uno sabe, al tocar una rosa, que las espinas pinchan y los pétalos no
porque son sedosos. Entonces, el bicho sería como pétalos, solo que más feo y
de color marrón. Posó una pata en la uña, aún más suave que la antena, y trepó
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Catyara Relatos I
con cuidado, como si supiera. Yo podía sentir cada uno de los movimientos por
el extraño momentum y dejé que hiciera lo que quisiera. Finalmente, se acostó.
Me acordé ahí, en cuanto el bicho se quedó quieto, que mi morada había sido
habitada antes por otros insectos y personas. Como la Finada, como la llamaba
Pedro con algo de pudor campero. No sé su nombre y no me atreví a preguntarlo.
Me contaban historias sobre ella, la recordaban flaquita y con sida, y bohemia.
Por esas casualidades de la vida, vine yo a parar a este pedazo de cemento
irregular y de pronto no pude dejar de pensar en ella. La sentía en el calor que
entraba por el tragaluz de la puerta, sabiendo que había bañado sus dedos como
yo bañaba los míos en el haz de luz, o la veía mirando por la única ventana, que
aunque hay balcón la vista realmente no se le compara, o la escuchaba hablar
con sus plantas mientras afinaba el violín. La Finada, probablemente tan amiga
de los bichos que se habían acostumbrado a subirse a la mesa pero después de
haber pedido permiso. La Finada, la llamaba Pedro.
Gabi la conoció mejor que nadie, eso lo pude ver en cuanto me habló de ella por
primera vez. Le brillaron los ojos y sacó un par de acordes tristísimos en el
acordeón. Me contó que era puro amor, amor puro, que no molestaba ni a los
bichos, que le encantaba la música y pintaba lindo. Gabi escribió una poesía
cuando ella falleció y me la recitó el mismo día que me di el dedo con el zócalo,
antes de ayer.
Miré al bicho, que estaba quieto.
Pensé. ¿Será?
Por las dudas, chasqueé los dedos. Nada. Amagué a parame y nada. Se me trabó
la garganta. Agarré el encendedor. Si con esto no se despierta, pensé.
Se me cayeron lágrimas y no traté ni siquiera de estirar la cara, que la tenía tan
arrugada que parecía que iba a darse vuelta.
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Catyara Relatos I
Las Exploradoras
Ellas eran exploradoras con radar en la espalda. Yo era muy viejo para eso, así
que lo hacía a la antigua, con el olfato. Me miraban como si fuera una especie de
maestro, aunque les aseguré que no existía tal cosa, que todas las ratas podrían
hacerlo.
Salimos del túnel y era de noche, lo que a mí no me gustaba porque ya conocía
lo que sucedía cuando las cosas se salían de control. Bajé por el lodo confiado en
que pisarían mis huellas e imitarían mis movimientos.
Resbalaron y fueron a parar a un claro. Había cientos de ratas ahí, tan grises
como nosotros pero listas para el caos, y se les abalanzaron. No fue la primera
vez que vi como una rata se comía a otra, pero no lo pude soportar y tuve que
huir. A mí no me tocarían, no solo era viejo sino también fuerte, y eso las
amedrentaba.
Las colas gruesas reunidas prendidas a las colas finas del mismo rosado, simples
ratas. Escalé nuevamente y tuve una panorámica de la carnicería, vi masticar
ojos y pedazos de dientes y cuanto quedara de las exploradoras. No pude evitar
preguntarme por qué. Qué había pasado para que nos volviéramos en nuestra
contra.
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Catyara Relatos I
Silencios Fantasmas
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Catyara Relatos I
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Catyara Relatos I
Épica
Hacía rato pensaba en escribir sobre las cosas que me han pasado. Ni
siquiera yo me lo puedo creer, pero si fuera un sueño hubiera despertado.
Todo comenzó en Gales. Fui por una pinta a un pub en el centro de Cardiff.
Hablé con nadie excepto el bartender, salí para el hotel y no recuerdo más nada.
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Catyara Relatos I
Desperté en un bosque con una jaqueca tremenda. Poseía todas las cosas
que había llevado al pub así que descarté la idea de un robo. Era de mañana y
hacía frío. Como no conocía el lugar pensé en preguntarle a la primera persona
que viera sobre dónde estaba y como volver a Cardiff. Después de caminar por
horas salí del bosque y encontré un pequeño río que seguí. Tenía sentido,
generalmente la gente se aposta en las márgenes. Luego de otro buen rato, oí
lo que en ese momento creí que era una fanfarria, que luego supe era un cuerno.
Me acerqué hacia donde me pareció que venía, anunciándome, para no darle un
susto a quien tocaba. Resultaron dos figuras a lo lejos, a una media legua. Uno
de ellos se movió y a los segundos una flecha me cayó a una yarda del pie, a mi
costado.
Entendí la advertencia y me volví, pero luego de unos pasos recapacité.
No había visto a nadie más y solo quería preguntar. Fui hacia ellos de todas
formas. Antes de llegar a la flecha clavada en el piso paré, les hice señas y me
senté, para que no creyeran que venía en busca de problemas. No tenía agua ni
comida y ya me sentía mareado; supuse que en algún momento habrían de
acercarse. Como no me moví dispararon otra flecha. Pensé que había tenido
suerte porque me cayó a un par de dedos del pie. Con tanto cansancio, resolví
quedarme hasta que me dieran o me ayudaran. Cuando se hizo de tarde se
aproximaron.
Más altos que yo, pelo rubio, orejas en punta, ropa holgada color tierra,
armados hasta los dientes pero sin pistolas. Parecían elfos. Me pellizqué el brazo
pero no desperté, como dije antes. Me presenté y me escrutaron. Les conté que
me había perdido y demás, y acabé resumiendo casi toda mi vida. Cuando me
cansé de hablar solo y protesté por la sed y el hambre, me dijeron sus nombres.
Rïd y Fel. Hablaron en un inglés malo y trabado. Confirmaron que eran elfos.
Los acompañé hasta un pequeño bosque donde vivían y tenían
plantaciones de frutas y hongos. Los elfos no comen carne ni usan refugios.
Nos hicimos amigos. En los días posteriores me enseñaron a usar el arco
y las espadas, prácticamente era todo lo que hacían excepto por explorar y cuidar
de las plantas. Me contaron que cada quien vivía como le venía en gracia. Algunos
eran artesanos, otros recolectores, otros médicos y así. Ellos eran guerreros y
defendían el estandarte élfico, respondían al rey que se llamaba Mirth. Le conocí
algún tiempo después.
Con Rïd y Fel exploramos todo el bosque. Lo conocían como la palma de
su mano. Les pregunté por qué continuaban explorando si era ese el caso. Les
pareció gracioso. Fel contestó que para qué seguía cazando si ya había comido,
respondí que uno necesita comer todos los días porque si no se muere y me
guiñó el ojo. No quise preguntar más.
Aunque parezca extraño, les importaba poco de dónde venía o quizás
nunca se sintieron con el derecho a saber. Escuchaban mis historias pero no
curioseaban. Supuse, como con la exploración, que así eran las cosas, que
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Catyara Relatos I
debería dejarlo ser. Incluso cuando Mirth llamó a los lanceros del Gä (el bosque
donde vivíamos) a luchar contra los enanos del mar. Rïd quería ir a toda costa y
me convenció que lo siguiera. Fueron casi dos semanas de viaje, aprendí a usar
la lanza también, bajo la tutela de mis amigos. Conocí a otros elfos que iban hacia
el mismo lugar en respuesta a su rey. Todos parecidos entre sí y austeros
conmigo, nunca habían visto a un hombre.
En viaje supe que Fel era una especie de leyenda de la guerra del reino,
muchos se acercaban únicamente a saludarlo. Tuve que deducirlo, los elfos
cuentan de su vida en muy pocas ocasiones, de juerga o al borde de la muerte,
de manera que entendí también que me trataban parcamente no por ser de otra
raza sino que por no compartir su historia.
Mirth mandó a llamar a Fel para que liderara sus arcos y éste me llevó a
verlo, ya que el rey poseía poderes sobrenaturales y podía ver el pasado y futuro
de las criaturas. Por alguna razón no le funcionó el truco, pero le causé una buena
impresión y me dejó luchar, pero no quiso que estuviera con los arcos ni con las
lanzas, que era donde estaban mis amigos, para que probara mi valor real en
batalla. Así que, por descarte, formé filas con los espadachines. Éstos eran
relativamente pocos y no tenían una gran valía en el campo, ya que los demás
batallones también dominaban aquel arte a la perfección. Básicamente, uno se
convertía en espadachín porque no era hábil con las demás armas.
Allí conocí a varios elfos despreocupados y poco belicosos, la mayoría
estaba allí por obligación. Como las tierras del reino eran vastas, debimos esperar
al menos una semana más para el primer encontronazo, ya que no
completábamos filas. Tuve tiempo de dominar la espada y también aprendí a
forjarlas, o los rudimentos de la forja, al menos. También eran espadachines los
herreros, cocineros y criados, aprendí bastante de ellos también. En sus vidas
cotidianas eran en su mayoría artistas, artesanos y vagabundos.
El día de la batalla avanzamos hacia la provincia de los enanos del mar.
Cuando quise saber por qué del nombre me respondieron que eran estúpidos,
que no tenía una razón de ser, los enanos le temían al mar. En su mitología
existían brujos que gobernaban las aguas y, justamente, los brujos de sal eran
desfavorables a su raza.
La batalla duró poco y nada. Los arqueros hicieron todo el trabajo. El
poblado de los enanos quedaba en un pequeño valle al pie de la cordillera por
donde pasaba un río. Como los elfos veían a una gran distancia y disparaban aún
más lejos, ni siquiera tuvimos que escalar para dar alcance a los centinelas, que
eran solo un puñado. Luego de eso, el valle fue pan comido. No nos esperaban
y hubo algunas bajas casuales, pero los elfos solo mataban en la caza y en la
guerra, así que dejaron vivos a mujeres y niños y forjaron una alianza con el
pueblo. Según Mirth, estaban explotando minerales, algo que consideraba
horroroso porque empujaba a la avaricia y destruía la tierra.
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Catyara Relatos I
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Catyara Relatos I
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Catyara Relatos I
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Catyara Relatos I
Justo continuó viajando luego de su paso por el mundo de los elfos y trajo miles
de historias consigo que nos contó en innumerables ocasiones, siempre alrededor
del fuego, como si tratara de hacer tradición. Quedará a criterio del lector creer
en sus palabras y en las nuestras, pero quisiéramos de corazón que lo hiciera.
No hay nada de malo en las leyendas mientras sirvan para hacer volar la
imaginación. Por lo pronto, mi padre, mi tío y yo, continuaremos nuestras visitas
a Cardiff y prometemos que, si por la más grande casualidad llegásemos a cruzar
de mundo, también traeremos historias en un libro de épica.
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Catyara Relatos I
Standards
El frío la trajo al Caribe y ahora viste tonos claros. Dos dedos en la concha.
-¿Qué hora es?
-Las tres.
Reímos a carcajadas. Yo hago régimen de dos, pero todos ellos duermen nueve
horas. El régimen se decretó en el año Sagitario y fue todo lo que se les permitió.
En unos meses cumplimos el cuadragésimo Acuario. Chupo dedos de los pies.
-¿Qué vas a hacer en el salto?
-Lo que venga.
-Ah, bien.
-Yo que vos escalaría un edificio. Subís por las lianas y cuando llegás arriba saltás-
dijo Ae.
-Puede ser. Me acuerdo la del volcán en Italia, el Etna.
-Es buena- soltó Ai con la mano en el tarro de papas fritas.
-Lo importante es el vértigo. Si no lo sentís es que estás pasado de tres.
Escupe. No tuve un régimen decente en toda la semana hasta que salté. Jû no
quiso acompañarme. Nos separamos.
-¿Qué te pasa, por qué no tomás?
-Me quiero morir.
-No, no seas boludo. Ya saltaste, qué le vas a hacer.
-¿No vino Ai con las cremas?
-Tenemos que hablar.
-No hay nada que hablar.
-¿Por qué no volviste a casa?
-No sé.
-Dos meses pasé. Sola.
Hunde las palmas.
-Te extraño.
-¿Y la crema? ¿No llegó?
-Decime algo.
-No sé.
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Catyara Relatos I
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Catyara Relatos I
HB’s
-¿Lo de siempre?
-Gracias.
-Disculpame, este billete ya me había llegado. ¿Lo marcaste vos?
-No.
-Ah, mirá vos. A mí me dieron uno el lunes.
-No, no. Además, ¿quién marca un billete ahora? Nadie.
Dejé pasar unos segundos, como si estuviera llegando la idea.
-¿No te acordás como lo conseguiste?
Hay un pibe que trabaja en el videoclub de acá dos cuadras. No sé, cada vez que
voy me mira y a mí me parece que es puto o pelotudo porque si no no me lo
explico.
Fuimos con los pibes para que el puto se dé cuenta. Ahí me cayó la ficha, tenía
que llevar a una amiga, pero le preguntó si era mi novia.
Me cago en la vida voy a tener que salir a levantar una que quiera venir a mi
casa a ver películas así vamos al video a alquilar una película para que me deje
el puto que trabaja en el único puto videoclub del barrio.
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Catyara Relatos I
Ya van dos meses. Dos meses y ¿este pelotudo de dónde salió? ¿Sos Borges,
pendejo? Tomatelás.
No voy a recortar las oraciones, está todo armado así. La gente tiene que
entender lo que lee. Vos no sabés ni lo que decís. Ponés palabras que te suenan
bonito con un par de adjetivos y te creés un poeta.
Aprendí a cocer a los tres. Era hiperactivo, mi mamá no tenía otro modo de
calmarme. Además estaba la mala, no sé si te acordás. Me portaba mal en el
colegio, les tocaba el culo a las chicas. Después me costó mezclarme, era el
rarito, la quinta pata. La gente está paralizada. Los mismos miedos. Quizás fue
mala idea usar un pedazo de papel. Quizás esté ridículo, en pedazos inconexos,
adicciones.
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Catyara Relatos I
Una escalera larga y encima, una larga fila; volteé las veces a ver al ganado.
Finalmente, un stewart contemporáneo me condujo hasta un palco desde donde
francamente no se podía ver mucho. Las princesas danzaban entre ellas (asumo),
mientras un cotejo de sirenas alzaba voces entre rasgueos y yo me acomodaba
en una silla que simulaba ser vieja. Los cantos eran dulces, a mi pesar, ya que
encontraba crujidos y pasos hechos tambores que irrumpían, y las princesas
coreaban algo que no escuchaba porque estaba fija la silueta frente mío, en otra
silla supuestamente vieja, acariciada por las luces que aún sobrevivían el
preludio.
La vi entonces pasarse el índice por la oreja. Con el pulgar buscaba el lóbulo y
ejercía alguna clase de presión. Con la sonata de fondo y las luces amarillentas,
me pregunté qué hacía una criatura como esa entre nosotros. Arrullada por la
música y a gusto entre sus dedos, su brazo mezclado con un cuello revestido de
faroles, absorta; yo absorto también pero por ella y la música que decaía. El
príncipe entró a la sala repentinamente y su perfil apareció, la pieza (olvidada
por nosotros) mágicamente consumada, daba inicio al primer acto, con las
princesas corriendo al encuentro de su señor.
Recostada en la balaustrada hallábase entonces, sosteniendo su cabeza
sutilmente inclinada hacia la izquierda, con las caricias de las luces combinadas
con las propias y pensé en mis labios contra su cuello; por qué no situar un verso
que trocara abstracción por cosquilleos. La silla (que me odiaba), advirtió mis
intenciones de interrumpir la obra, y la silueta dio su perfil para luego dar la cara.
Sentí familiaridad. Con el envión remanente y los crujidos alcahuetes no logré
contener a tiempo el desenfreno que había desatado y acerté, afortunadamente,
mis labios en los suyos, que al momento ya sabía era quien había compuesto la
música que antes cantaban las sirenas. Ella abrió los ojos de la sorpresa y yo
trasteé por culpa de un escalón que estaba ahí para desatinar mi pie y empujarme
hacia el vacío, donde terminaba el baile aparentemente renacentista. Habría sido
un desastre sin la asistencia de la compositora que se hizo de mi camisa, volaron
botones y sillas y toda alma volteó a verme flotando sobre el cielo. Giré mi cuerpo
de espaldas al público, quedando frente a la silueta, con su mano aún sobre mi
pecho.
Surgieron aplausos. Nos miramos abrazados por vítores y sirenas, que habían
decidido por sí solas continuar la danza para que no se estropee la ópera. Aflojó
finalmente la presión entre el abismo y ella, y no tuvo mejor idea que ocupar mi
silla, ofreciendo con un gesto la suya.
La obra concluyó sin detenciones más que las pactadas por los actores y el
director, y yo disfruté en primera fila con la camisa abierta y fuera del pantalón.
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Catyara Relatos I
Esterilla
Fernando ahogó el grito y se tapó con las sábanas. Hacía varios años que las
brujas lo mantenían agudo por las noches.
-De ser verdad, es mi deber.
A veces reían, otras tironeaban de las colchas, especialmente en invierno. Pero
esa noche vio la emersión de la mano.
-Duérmete niño, duérmete sol.
-No lucharé por la violencia.
Necesitaba oír cada palabra bajo la cama.
-.
Su único escudo eran cobijas.
-El Coco está en camino.
Cuando supo a quién enfrentaría amistó que no sería suficiente en el futuro,
tendría que pelear. La marmita no saldría al encuentro, era responsabilidad suya
y de nadie más.
-Temo hierro.
-Imagino.
-Lo amo.
No tenía armas ni coraje, era su última soñolencia.
-El hombre del río sabe, pero no dice nada.
-Caen hojas.
-Dios asusta a las palomas.
Cerró los ojos.
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Catyara Relatos I
Mascota
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Catyara Relatos I
-Como vos quieras. Si querés, vamos y traemos otro. Un machito, para que no
se sienta sola.
-¿Voy a poder jugar con los dos, no?
-Más vale. Y capaz que tienen crías.
-¿Y van a tener más potitos?
-Si todo sale bien, sí.
-¿Y por qué tienen que ser dos?
-Pasa que son distintos, no me acuerdo bien, pero tienen que ser dos.
-¿Tres no?
-No, solamente vienen macho y hembra.
-¿Los potitos también?
-Sí, o es lo uno o lo otro. No hay más opción.
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Catyara Relatos I
While Waiting
I smiled at her, I always do. We understood each other, great deal and all.
-It’s freezing outside.
-I’ve noticed… How was work?
-Insane as usual. Alright, now we’re talking- I said after hitting the radio and
turning the heat on -. It’s fucking freezing.
She laughed as a hyena.
-Kid… Anyway, shitty day. Humans telling me what I supposed to do and how to
look. Can you believe it? I’ll have to cut down my hair. Yep, these fuckers wanna
cut my hair.
-Well, you need the job…
-Why w…? Miserable I am once more; trapped inside the monster I hate from
the guts, pushing their doors. I couldn’t care less about how many companies
are going bankrupt. Yes, the government is dirty, they’re all fucking dirty.
Uncomfortable with laws, I relied on the amount of things I could learn. She was
kind that way too, just not in justice.
-You may like what I found, handsome- whispered.
Driving was an unbearable task. She knew it though tried to cheer me up.
-We’re almost there.
Sure we were. The smell of mixed ocean and garbage creates a thoughtful
memory.
-I always get kind of down while driving.
-I’ll sing something for you, if you want to.
-I’ll hit the drums.
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Catyara Relatos I
-Have you consider that we could be living in one of many deferent levels of
universal perception? I mean, what if it were something as big as light but we
couldn´t see it cause we have no “eyes” to? Wouldn´t be a creature from such
scenario a lot different than us?
-Of fucking course I didn’t consider it.
That kind of stuff made my day.
-So what do you do when I am not around?
-Disappear.
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Catyara Relatos I
-Piece of cake.
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Catyara Relatos I
Dandelion
-¿Qué hay?
No me gusta que me hable con el rifle, ya lo sabe. Parece una piedra.
-¿Té?
-¿Algo nuevo?
La primera vez que me habló mientras disparaba le contesté, nunca más.
-Parece una piedra- se me escapó.
Se ríe.
-Ayer estaba. Antes de ayer, no.
-¿A ver?
-No.
-Qué hijo de puta sos. Ya está el té.
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Catyara Relatos I
estás!?-
Cintura. Mano pecho. Le duele. Barro. Cé César debe rifle ventana. Pecas.
-¡Perdón!
No cierra. Boca. Camuflaje. Ojos marrones. Aguijón cuello. Avispa. Jadea disparo.
Agua en el cuello. César ventana. Mancha no Cé calor avispa va a morir César
tiro mancha César tiro cuello se César tiro César César César Cé Cé
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Catyara Relatos I
Impaciente
Dimos tiempo para notar cuán diferentes habíamos crecido por separado y cuanto
se parecían las ideas que nos habían quedado incómodas. Contemplé sus ojos,
puesto que no los hallaba desde hacía mucho, los sueños me traían su caricia
pero nada más. La añoranza se hizo de mí y le invité un café que aceptó con una
sonrisa devastadora. Con el diálogo ya atascado nos hicimos preguntas absurdas
y observaciones convenientes para la convergencia. Tanto que no dudé en
besarla en camino, frente a la puerta del café.
No sentí rechazo alguno y apenas concebí una frase justa para explicarme, me
detuvo. Posó su mano en el aire y aclaró que su estancia por Buenos Aires era
fugaz, que no cabría el conocerme de nuevo. Suspiré y volteé hacia la puerta, y
cuando abrí me costó mantener la vista al frente por las luces azules, rojas y
verdes, que me encandilaban.
Quise invitarla a que entrara de todas formas, pero me encontré solo. Busqué
hacia todos lados. Sentí ganas de fumar, tanto más desconcertado por la huida
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Catyara Relatos I
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Catyara Relatos I
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Catyara Relatos I
Cielo Rojo
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Catyara Relatos I
Heily
Debe ser una tina gigante. Veo la clara conexión que tenés con el agua. Pensando
todo el día en vos. Hablo y te reís, te espero y llegás, llegás porque te espero.
Admitilo. Dijiste j’e tem cuando me hacía el dormido y después de nuevo cuando
dormías. Qué linda lapicera, tengo una igual en casa. Me escondiste el pantalón
y ja ja, graciosísimo. Para la pinta muy bien. Dijiste leéme y ahí los barcos que
metés en la tina.
Me ama y me odia, grita. Espera todo de mí porque estoy muerto y nunca fui
veloz, más ben oquto de maldad. Me ama y me odia. Llora, no le puedo enseñar
nada.
De chico ponía el pito en cualquier lado. Me controlaban porque una vez lo probé
en una toma con los cables pelados. No sé por qué, no era meter el pito, era
ponerlo nomás, probar.
No salgo vestido en ninguna foto. Se me pasó cuando me mandaron a la escuela.
Tengo puesta una bermuda. Hace frío, es un galpón gigante. El grillete está
congelado, me quema la muñeca. Visto dioses y ganas de pelear. La cadena es
mía y la puedo romper porque soy invencible, pero qué pasa si pierdo esto.
Grillete cadena frío galpón.
-Pero es mío- responden.
La noche de miedo, sangre redentora el teatro nos permite imaginar y ella reflejo
mar grises busca melodías van vienen humo vapor aliento, así andamos vestidos
y casi como ellos, sin alma entonces sin luces entonces muertos quizás lloremos
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Catyara Relatos I
por toda la hora, ojalá, nos hace tanta falta, saciarnos, el pino en la boca en el
aire robamos Spinetta Spinetta baila Lezama preferimos mutar con la lluvia.
Vino Luna y canta muy pero muy lindo.
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Catyara Relatos I
La Risa Libertaria
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Catyara Relatos I
El sudor me caía encima como lluvia. Canté mientras Emilia me miraba, y ella
cantó también pero en su propio estilo. Carla gemía como nunca antes,
desparramaba brillo y empujaba los cuerpos con su repelencia. Me vi perdido y
me acordé de los deberes, y recurrí a dejar de lado todo aquello que no encajaba
con mis propias intenciones.
Fui a saludar a la vieja Bávara, que estaba tendida, insípida, en unos encajes
violáceos, preguntándome sobre quien había decidido mi lugar allí dentro. Dios
no hizo a los Stolbizer, eso lo sabemos, pero entonces, ¿quién nos hizo?
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Catyara Relatos I
La vieja dice que venimos de una rosa sin espinas, de la primera rosa. Dice que
somos leyenda e inmiscuidad, el pétalo estacionado en el barro somnoliento, y
dijo también que yo no soy uno de ellos, que de eso se trataba: los Stolbizer
nunca existieron.
La idea giraba en torno a los pasos que daba para volver a la vida mientras el
taco explotaba en el inmenso pasillo, y la casa juiciosa devoraba los trazos
rehechos en gestos. Tomé un bastón de goma y lata y lo incendié porque la casa
me seguía recordando que estaba vivo o muerto, que era o que no era y no
quería callar.
Pensé poemas con el sol quemándome los brazos, acortaba mis cabellos sueltos
y revoltosos, eran días de crianza. Dejé a Bávara suelta por los pasillos hecha
una furia. Me tiró un kilo de sal arremetida en harapos malolientes, maldijo mi
existencia por defecto y decretó mi muerte instantánea, vieja estúpida.
Ya no lo soportaba. No soportaba a los Stolbizer, ni a la que ofrecía caricias, ni
la que me seguía por las paredes, pero no podía destrozar las columnas ni los
afanes metafísicos. Edgar fue mi nombre en regencia de la muerte pero, de
seguir, la casa se encargaría de renombrarme.
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Catyara Relatos I
es mi hija y le debo lo que soy. El problema está en elegir. ¿Elijo cuidar o elijo
existir? ¿Estaré eligiendo en realidad?
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Catyara Relatos I
Sálvese Quien
4 de Diciembre
Me llegó una carta hace pocos días (sé que suena extraño en la era del celular,
pero que me llegó, me llegó) dirigida hacia mi persona. Ahí uno se pregunta, ¿por
qué aclararlo? Si, me llegó una carta; me llegó a mí y punto. Lo raro no es el
destinatario sino el remitente. Una tal Sandra que asegura que me conoce y no
solo eso, dice que me ama y que espera que nos volvamos a ver.
Muy lindo, sí. Conozco muchas Sandras y con ninguna tengo esa clase de
relación. Pero el tema no termina allí. En la carta me recuerda el encuentro en
Roma en enero pasado y asegura que me guardará el café italiano (que
supuestamente compramos juntos) para cuando vaya a visitarla este mismo
verano, o sea, el mes que viene, a Medellín.
Bien. No estuve en Roma en enero ni nunca y tampoco planeo ir a Colombia en
el futuro, pero me suena un poco eso del café. Me gusta el mate y el té y varias
otras bebidas, pero, indefectiblemente mi preferida es el café. Entonces pensé
que esta Sandra, colombiana, podría enviarme un poco ya que conoce mi nombre
y tiene mi dirección y está enamorada de mí.
16 de Diciembre
Tengo dos kilos de café sobre la mesa. Quién te ha visto y quién te ve. Le
respondí la carta a Sandra aclarando el mal entendido y sugiriendo (con alguna
cuota de flirteo) que si aún poseía el café que no me molestaría recibirlo en
absoluto.
Ahora a las malas noticias. No solo llegó el envío si no que, además, me
respondió. No cree que yo sea justamente otra persona a la que conoció y que
de casualidad, nos llamemos igual y tengamos una fijación con el café, además
de la dirección. Dijo que yo era un bromista de aquellos y que estaba ansiosa por
volver a tenerme entre sus piernas. Intrigante, sí, hay que admitirlo. Pero he aquí
el interrogante mayor: mandó saludos para mi vecina Mirta y expresamente
aludió a nuestra relación de cuasi sobrino y tía, junto a las manías de Mirta por
llevar una sandalia de cada color, y no solo eso, sino que también sabe que es
fanática de Huracán de Parque Patricios, y dada mi simpatía por Boca Juniors,
adivinó que probablemente estemos riñendo por los partidos de la Copa
Argentina.
Lo vengo tomando con calma pero no puede ser que no recuerde un viaje hasta
Roma. La opción lógica que me queda es que me estén espiando por alguna
razón que desconozco y esta Sandra sea probablemente un personaje ficticio.
Pero qué hago con el café. Tengo un kilo de café italiano (misteriosamente, no
fue abierto y todavía posee el sello de impuestos que data de enero) y un kilo de
89
Catyara Relatos I
café paisa con especias made in Medellín. Y no solo eso, ¿qué tendré de
importante para que alguien se tome tantas molestias?
26 de Diciembre
31 de Diciembre
Jo, jo, jo. Pasó la aborrecida navidad y heme aquí, esperando la carta de Sandrita.
Le detallé los pormenores del café, hice alarde de somelier y le envié un vino con
la carta. Me costó la mitad de lo que pago en la pocilga de hotel en la que vivo,
pero era un Cabernet riojano y me sentía en deuda.
Aparte de ello, me resigné a explicarle las connotaciones de nuestra relación
epistolar. No nos conocemos y punto. Le advertí que no conozco absolutamente
nada de su persona y le pedí que hiciera una descripción certera de mi persona
para probar su punto. Fui honesto, eso sí, por si el problema es mío y soy yo
quien no recuerda, le pedí disculpas por adelantado.
Mirta es un misterio irresoluto. Le pregunté sobre Sandrita y me contó lo que yo
le había contado, pero también me confesó que había desconfiado de mi relato
porque no viajé al exterior en enero. Es más, tampoco viajé al interior. Así que,
estimado y querido yo, me encuentro a ciegas.
Esta relación me puede costar carísimo de no tener un final feliz.
90
Catyara Relatos I
9 de Enero
Sandra dice que si yo no quiero ir a verla no tiene sentido que ella venga tampoco
y me calificó de histérico. Dijo que no quiere saber más nada de un tipo que le
(cito) “hizo sudar hasta los pensamientos”, pero que se volvió un cobarde luego
un par de meses separados, incluso con la propuesta de continuar la relación
mediante cartas; algo que ambos consideramos poético dada la situación. Aparte
de ello, me buscó por Facebook y me envió una solicitud de amistad a la que no
tuve remedio de aceptar. En realidad, cada vez me intriga un poco más, ésta
Sandrita. Es un mujerón de aquellos. Labios carnosos, pechos turgentes.
15 de Enero
22 de Enero
28 de Enero
Necesito irme de aquí. Sandra era una embaucadora: quiso que nos casáramos.
Tiene una fijación con el tema y sospecho que me ve (al menos, parcialmente)
como un niño. Habla de educar y quiere que yo le acompañe. Mencionó algo
sobre astrología. Me alegro de dormir en cuartos separados.
Ha sido madre.
31 de Enero
91
Catyara Relatos I
¡Héctor!
Se levanta con el Toro en la mano y a dormirse va, escabio. Eh! Eh!, hay un coso
que terminar, señala, haciendo un agarre con la mano que no tiene el vino, y la
sacude, y pide una faca filosa que él mismo afiló hace un par de noches atrás, y
con eso apunta a la vaca, que era el coso que había señalado antes.
Fíjese, gaucho, el tipo, dice, hincarse es sinónimo de juventud, y al sobrino le
parece raro que el Demócrito sepa qué ojete significa sinónimo, pero se contiene,
porque los perros vomitan más allá. Espantáme los perros, pide la D, pide que
los dentren al corral de los chanchos, porque ahí, con las vacas, y con esa vaca
a punto de ser chinchulines, no les conviene rondar. Me voy al breso, señala al
voleo, y pasa la faca para el sobrino, que ahora se tiene que hacer cargo de
cargarse a la vaca y cargarla en el camión para colgarla de los Aquiles y
destriparla de un sacharazo.
Ah, el sobrino mira a la sobrina. Que cagada, dice en voz alta, menos gaucho
que el Déspota y tanto menos cagón, traeme la carretilla, le pide. Está desinflada,
devuelve. Ahí está el inflador, increpa. Se rompió hace una banda, frontonea. El
compresor del abuelo, demanda. En lo del abuelo, ulcera. Pero echale aserrín y
vamo’ vamo’, que hay una vaca que echar al fuego, y la sobrina suya, que no le
contesta porque ya tiene un coso que hacer, entra a la casa a recuperar el aserrín
de la bolsa de plástico que era de la comida de los perros.
Me hace un rato la porquería? Le pregunta la sobrina al paso. El sobrino abre los
ojos y le lanza una sarta de razones por las cuales cojerse así sería perjudicial
para la salud, ley 15-16, Natalia Natalia. Pero la otra, dicharachera, le hace un
panfleto oral arguyendo que: Número Uno: Eso que dice es solo tabú,
pongámonlan un ratito, qué va a pasar. Y la vaca? Y la brasa? Hacemos más a la
vuelta.
Al sobrino le parece buena idea por eso del campo, ya se cansó de la burra, pero
se cachetea con la mano que no sostiene la faca y recuerda que tuvo mujer, hijo,
hermano y cuñada, que le dieron la sobrina que ahora vive en el hueco abajo del
pino raro que fosforecea en marzo. Aunque No! No! y No!, hágame un sánguche
de bife, con el pan casero. Y allá va la sobrina, que no lo quiere hacer calentar.
Entonces se pone con la obra, hay que chantarle un tajo en la garganta a la vaca
con el pulso bien puesto. Que cuestión más argenta, huevonea para darse ánimo
y se acerca un balde de veinte litros. Acá va la sangre pa’ las morcillas, dice, ya
compré la bolsa de cebolla y la harina.
Sacatea, y la sobrina, pillina, sale sin el trapo en el torso y hace un brrrrrrr.
Sálgase de acá!, ya perdido su imperturbabilidad remanente a su vejez, quizás
no una vejez verdadera, ya que apenas tiene treinta años, pero no le divierte
siquiera un poco la predisposición de la chica. Él no hace eso. Él no es de esos.
La chica está claramente perturbada por la falta de sus padres, debería internarla
en un hospicio o al menos tratarla con terapia. Sacude la cabeza y admira el tajo.
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Catyara Relatos I
93
Catyara Relatos I
Harriet, Fernando y Yo
Venía por la acera y de pronto veo a estos tipos ahí delante. Con la crisis se
hicieron más normales los asaltos pero eso no quería decir que no me asustara.
Además yo tenía once y los tipos apuntaban a la cabeza de Fernando. Luego uno
de ellos me vio, ahogué un grito y el tipo disparó.
Fernando no cayó al suelo, no señor. Comenzó a reírse y se paró lentamente
mientras los tipos le vaciaban los cargadores. Pateó primero a uno y luego al otro
y ambos se estamparon contra la pared del otro lado de la calle.
Corrí, aunque también pude pensar, y la idea que se me había trabado en la
mente era más o menos ésta: Este tipo tiene superfuerza, lo más probable es
que también tenga supervelocidad.
Estaba en lo cierto, me alcanzó antes de dar el cuarto o quinto paso.
-Tranquilo. No va a pasarte nada.
No le contesté y por reflejo me agarré el pantalón empapado.
-Sí, que mala suerte. ¿Conoces a Superman?
-¿Tú eres Superman?
-No, te lo decía para que tengas una idea. Soy un superhéroe, pero de aquí, de
la Terra.
-¿Cómo Superman?
-Más o menos. Él es más fuerte pero yo existo de verdad.
Por alguna razón quiso ser mi amigo. A veces aparecía en vuelo y otras venía con
regalos. Mis amigos le interesaban, pero no más que ellos por él, excepto por
Harriet.
Tenían casi la misma edad cuando los presenté. En realidad, Fernando era
inmortal y ni siquiera recordaba su cumpleaños, pero lucía como de veinte al
igual que ella, y yo ya tenía dieciséis.
Nos hicimos inseparables. Rentamos un apartamento y formamos una banda de
jazz-blues. Fuimos una sensación en internet por nuestro amigo superhéroe.
Yo trabajaba como delivery y Fernando recibía cheques del gobierno por la lucha
contra el crimen. Convivimos varios años, Fernando y Harriet fueron novios, luego
rompieron, luego Harriet y yo fuimos novios, luego rompimos y se acabó la banda
y la convivencia.
El problema fue que ella quiso continuar la vida que llevábamos, pero olvidó que
teníamos un amigo superhéroe y se metió en problemas. Fernando fue tras ella
varias veces pero solo consiguió enfadarla. Dijo que no quería verlo más y aún
menos a mí, que ni siquiera había tratado de verla. ¿Qué podría hacer yo que
Fernando no pudiera? El tipo vuela y es inmortal.
La cuestión es que Harriet desapareció. Su padre nos dijo que le había pedido
dinero y que no tenía noticias desde hacía dos semanas. Revolvimos toda la
ciudad y no la encontramos. Fernando usó sus contactos en el gobierno para
armar una causa e intervenir líneas telefónicas pero tampoco funcionó.
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Catyara Relatos I
Estoy tomando todo el maldito whisky de mini bar, está lleno de whisky.
95
Catyara Relatos I
Sí, sí, gracias por abrir, hijo de puta, estoy tiritando. No le voy a convidar a nadie.
¿Qué se hizo en el pelo?
-¿Qué haces aquí?
-Vine a buscarte.
-¿Así?
Qué más da.
-No voy a ninguna parte.
-Ohhh, si vendrás. Vendí—
-No.
-Todos mis… vinilos. Vienes conmigo.
-Ya te dije que no, niño. Esto no es un juego.
-¿Qué mierda…? ¿Quieres que traiga a Fernando, eso quieres? ¡Pues lo llamo!
Dame un segundo.
-No vas a encontrarlo. Está aquí.
-¿Mmm? Dile que aparezca. Hace días que no contesta.
-No entiendes nada. No, déjalo, que se entere.
-¿Qué?
-Fernando no es un superhéroe, es un supervillano. Defiende los ideales del
gobierno represor y tiene que ser neutralizado.
Espera un segundo.
-La última vez que lo vi me reveló su punto débil. Tiene una kriptonita- no, no
tiene. No es Superman -. Y la usé para sedarlo. No lo mata, pero no se puede
mover.
-Pero, ¿qué tratas…?
-Estos meses me enseñaron muchas cosas. Este mundo no va a cambiar gracias
a un tipo como él, sino gracias a nosotros. Nosotros vamos a suplantar al
gobierno y el primer paso es neutralizar al mayor peligro que existe.
-¿Y eso, qué ganas tú con eso? ¿Qué ganas?
-Autonomía. Deberíamos tomar nuestras propias decisiones.
-Pura mierda. ¿Vas a tenerlo atado aquí como a un puerco? ¿Quién crees qu—
-Cálmate o te abro la cabeza.
-Déjalo, está borracho. Lo conozco, no se atrevería a hacer algo al respecto- ¿Ah,
no? -. Ahora sabes que pasó. ¿Estás conmigo o en mi contra?
-Quiero verlo.
-No.
-Quiero verlo.
Ya se acabó la maldita botella. Dame eso, ¿qué es?
-Abre la maldita puerta.
Oh, amigo, mira como estas.
-¿Me escuchas? Van a pagar por esto.
-No me hagas reír.
-Si vuelve a abrir la boca le vuelo los sesos.
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Catyara Relatos I
¡Bang!
97
Catyara Relatos I
Fotografías
Los cinco pares de pies descalzos marcaron huellas en el polvo. La silla de mimbre
había quedado en el pasillo, el rubio no accedió a bajarla.
98
Catyara Relatos I
Dejaron a la nena recostada en el piso. Hicieron cuanto esfuerzo les fue posible
para no revolver el polvo, pero de todas formas Adriana estornudó.
-Bueno, la última- pidió Spirito.
Los hombres se sentaron encima del cuerpecito de la cumpleañera. La mamá y
la tía mezclaron la soda cáustica en un balde naranjado.
-Click! Esperen… Ahora sí.
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Catyara Relatos I
Las Vueltas
Qué querés que te diga, el pibe… no podía más. Dejó la escuela a los quince por
lo del viejo y ahora que volvió a aparecer ni te digo. Burreaba diez horas por día,
lo echaron de la peña y lo dejó la jermu, todo en la misma semana, dale. La cosa
es que se quería matar y se quería matar. Pegó onda con los vecinos y con la
guita del último mes se la pasó de gira, ahí los pibes lo llevaron para el Bajo a
pegar faso y cuando se acostumbró sacó un 38 special con manís.
Vivía en Conti así que le quedaba el ciento cuarentaitrés o el ciento treintitrés,
depende de qué lado salís. Como andaba la gorra a full, a la vuelta se tomó el
veintitrés y después el ciento cuarentaitrés. A la mañana no hay bardo por los
nenes de la escuela y andaba con mochila, entonces la gorra pensó que era de
ahí. Careteó hasta base, imagínate, para los pibes. Llegó, puso el agua, se hizo
el gil y cuando lo dejaron solo se puso el fierro en la boca. Ahí todos nos
quedamos así.
Hizo bondi cuando gatilló, todo, se comió el patadón pero eran salva. El chabón
así, corte, entra la turris “eh, eh, era una joda, una joda” y las cámaras, todo,
micrófono, el que tiene el palo y la Caniggia, ahí le cuentan todo y tiró todo el
aire.
-¿Lo esperabas?
-¡No, qué iba a esperar! Yo estaba qué mala suerte y corte fui al Bajo, amiga,
pegué el fierro, todo.
-Sí, sí, te filmamos.
-No, mi vieja me va a matar- se rieron -. Igual piola que era joda.
-Sí, ¿no? Contanos tu experiencia.
-Y, nada, eso. Estaba re bajón, por el laburo, mi viejo, ¡la gila esa!
-¿Qué gila?
-Mi novia, amiga- hizo ch -, me dejó. Me dejó tirado.
-¿Querés que la llamemos?
Se queda duro. No, congelado.
-¿Qué onda? Es…
Y entra la jermu.
-¡No! ¡Qué hija de puta!
-¡Era nuestra cómplice!
-¡Qué hija de puta!- le pega a la cama - ¡Qué hija…! No te la puedo creer.
-¡Perdón, amor!
-No, qué perdón, salí. ¡Ah!- le agarra la cintura y se la sienta -. No sé qué haría
sin vos.
-¡Cuánto amor! Los dejamos solos, eh, ojito. Y me llevo esto por las dudas.
Rescató el fierro y quedó ahí. Después el chabón corte cheto mal y como salió
en la tele los vecinos piola le hacían el aguante, viste, se quedó sin laburo pero
eso porque quiso, la jefa lo llamó, todo, pero el chabón quería cambiar.
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Catyara Relatos I
101
Catyara Relatos I
Prisiones
-Lindas sandalias.
Fernando crepita y tuerce un poco el cuello. Un segundo antes le había sonreído.
Al matón le falla la vista y entra en un estado febril. Su respiración se entrecorta,
sus músculos se tensan, su espalda se achica.
Parece un estropajo, piensa el artista, y desvía su mirada a otro matón, que
rápidamente sufre los síntomas. Un tercer matón retrocede e insulta en cuanto
Fernando lo aborda con los ojos.
-¿Qué haces? ¡Basta, no!
Y corre.
-¿Y eso?- le pregunta la compañera de celda.
Quita el corcho y se sirve. Medita la respuesta, aunque la fingiría improvisada.
-El futuro llegó hace rato- cita -… Resulta que la película tiene razón, es posible
inmovilizar a un enemigo con la mirada. Pero no hay que usar el miedo, sino al
mismo enemigo. Es largo de explicar.
-Tenemos años, amigo.
-Lo dudo, amiga. Me querrán matar y necesito dejar en claro que no es… una
posibilidad. Estoy aquí por mis ideas, verás, no soy un simple escritor. Hago
muchas cosas, arte. Al principio fueron una forma de descargar la energía sexual-
estira las manos para que su compañera lo entienda como un término científico
-, y después no pude dejar de hacerlo, pero también me aburrió. Entonces tuve
la idea, la gran y sabia idea de entrenarme. Eso me transformó en una bestia.
<Tengo un amigo que se murió y volvió con información. No habla de Dios, no.
Cualquier cosa menos Dios. Pero lo escuché y aprendí lo que pude aprender,
entonces tuve memorias de otros universos, otras vidas. Me acordé. Cuando supe
de qué se trataba, recolecté más información. Y aprendí. Y pude ver. Y cuando
vi, supe que no puedo morirme.
La compañera recibe el vaso de vino y lo deja en el suelo.
-¿No quieres?
-Me gusta tomar de a poco.
-Está bien. Bueno, para no alargarme mucho, resulta que me asaltaron después
del Golpe. Un tipo me corta el camino en plena noche y me dispara. El primer
tiro me tumba, y sin entender muy bien cómo, me paro y me vuelve a tumbar un
segundo disparo. Me paro de nuevo y el tipo descarga todo lo que tiene, pero ya
puedo soportarlo de pie. Y corre, de todas formas no pude seguirlo.
<La segunda vez caminaba por el centro y sentí un golpazo en la ceja. Eran las
tres de la tarde, la calle estaba rebalsada de gente. Otro golpazo y supe que eran
tiros. Miré hacia donde venían. El asesino (supongo) guardó el arma en el estuche
y huyó del edificio, pero yo vi un túnel oscuro con una línea de plata que me
llevaba justo a él. Cuando lo alcancé disparó algunas veces más, pero no llegó
muy lejos, hice justicia en el acto. Después no me volvieron a molestar. Y después
102
Catyara Relatos I
fue lo de mi amigo, que además de profeta era traficante y nos pescaron con la
droga.
La compañera le asiente y termina el vino de un trago.
-Está bueno.
-Es casero, lo hace mi abuelo. ¿Cómo te llamas?
-Abril.
-Fernando. La policía había cercado todo el lugar y tenían un tanque. Yo no—
-¡Un tanque!
-Sí. Me estaban buscando, claramente. El asunto es que yo respeto la ley, a
medias… Creo que la respeto. No necesito ser un héroe, solo soy inmortal.
Entonces, me apuntan, le apuntan a mi amigo, y supe que lo matarían si no
cooperaba. Y aquí estoy.
-Yo también caí por drogas.
-Despreciable. Como trabajar para la policía.
La voz de Dios resuena en ese instante y tanto Fernando como Abril se paran.
-Hijos- dice -, tardé mucho en seguir el rastro de la luz y tardaré aún más para
estar entre vosotros. Pero no se preocupen, llegaré.
-¿Qué está pasando?
-¿Qué…?
Salen al pasillo para constatar que no sean los únicos en escuchar el mensaje
divino. Fernando debe ahuyentar a algún que otro preso e incluso se bate a
puños, la confusión es grande en los pabellones. Los convictos gritan y luchan
entre sí. La policía no responde al motín.
-Se fueron. Y dejaron las rejas cerradas.
-Cierto, volvamos al cuarto.
La única ventaja que ve el artista en compartir su celda es que su compañero es
mujer.
-Linda, Dios está en camino. Se acaba el mundo.
-Bueno, bueno- contesta abriendo las piernas -. Ven aquí.
Epílogo
103
Catyara Relatos I
104
Catyara Relatos I
Down South
105
Catyara Relatos I
Expansión
Contrapunto
Tensión
…
Tum mm
…
Creación
Nacimiento
Belleza
Césped
Primavera
Canción
Para el sol
Guirnalda
Reflejo
Palma
Lupa
Laser
Paloma
Negación
Asfalto
Miedo
Justicia
Humor
Lobos
Arvejas
Otoño
Seiza
Barroco
Suspensión
Destreza
Mendigo
Carbón
Sal y pimienta
Flotación
Pensamiento
…
Tic tt
…
Sangre
Imposición
Vaciamiento
106
Catyara Relatos I
Reacción
Entendimiento
Abrazo
Calor
Creta
Contradicción
Hermano
Brisa
Pasarela
Volar
Triángulos
Galope
Nieve
La montaña
La desestructuración
Los versos
Las piedras
Acuario
La franja
La yerba
El palco
La luna
Un ojo
Dorado
Balance
Fragmento
Tum
…
…
Tic
…
…
...
107
Catyara Relatos I
Willenium
-Si quiero tengo a un mozo en la palma que tiene diez copas en los dedos y una
acá en la palma. Desde acá bajo a cualquiera, mirá.
-Viene uno.
-Cuando doble.
-Ahí está.
-¿Viste? Qué te dije.
-No van a venir más.
108
Catyara Relatos I
-If he tells me all he knows about the way this river flows.
-Acá mirá la viene. Prostituta, cobra cobra. No, no. Barato barato.
-¿Prá?
-Claro. Linda, llegue! Más de una más.
-Oh, oh, linda.
-Y yerta?
-Ispectorio Estatal.
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