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Relatos I

Catyara
Catyara Relatos I

Mini Buda

27 de Agosto, 2017

No puedo vivir sin ella. Voy a ir a buscarla a la plaza con el cloroformo y


la voy a matar. La voy a ahorcar y después voy a cortarla en pedacitos y la voy
a enterrar.
Después me pego un tiro en la cabeza.

Fernando salió con el frasco en el bolsillo de la campera pero no lo necesitaba,


tenía una franela empapada entre los dedos. Se prendieron las luces mientras se
acomodaba en la plaza a la espera de Araceli. Ella iba allí a leer a la tarde.
Caminó detrás hasta que llegaron al puente donde no había luces y le puso el
trapo en la boca. La cargó en la espalda, fue hasta su casa y la recostó. Le sacó
la ropa y no pudo evitar tocarse. Cuando terminó, entre sollozos, le apretó el
cuello con las dos manos hasta que paró el corazón. La vistió un poco, no sabía
por qué pero el tacto frágil del cuello lo había hecho cambiar de opinión. Ya no
la cortaría, iba a sepultarla.
Tomó varias botellas de vino hasta las cinco de la mañana, la cargó nuevamente
y fue a la plaza.
Por la borrachera no cavó muy profundo pero le bastó para esconderla. La
encontrarían, de eso estaba seguro, pero él ya estaría muerto. Podía respirar.
Tiró la pala en un contenedor y llegó a su casa casi sobrio. Abrió varias botellas
más, las tomó, cargó el arma, lloró, no se decidió a matarse y se quedó dormido.
Lo despertó el golpazo en la puerta. Trató de incorporarse pero estaba
entumecido, la policía lo encontró en el baño con el arma cargada.

-¿Dónde está Araceli?


-En la plaza. La enterré.
Agustín dio aviso y salieron las patrullas a buscar el cuerpo.
-¿Y qué? ¿Te ibas a matar?
-Sí.
-Bien hijo de puta, eh. Bien hijo de puta- repitió.
Fernando no quiso contestarle.
-¿Sabés cuantos años te comés por esto, eh, hijo de puta?- le sonó el teléfono -
. ¿Qué? ¿Cómo? Ya te llamo. Sí, lo tengo acá. Chau. ¿Dónde está Araceli?- repitió,
pero esta vez con los dientes apretados.
Fernando abrió los ojos de la sorpresa.
-¡En la plaza! ¡La enterré! ¡Está ahí!
-Dónde está, hijo de re mil puta, decime dónde está- descargó un golpe en la
cara.

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Catyara Relatos I

Agustín llamó a los oficiales que esperaban afuera de la celda y golpearon a


Fernando hasta desmayarlo. Después salieron a barrer la zona.

-¿Dónde estoy?
-En la enfermería.
-¿Qué me pasó?
La enfermera devolvió una mueca y revoleó los ojos.
-¿La encontraron?
-No.
-La puta madre- se lamentó, tocándose las costillas.
-¿Vos mataste a una chica y esperas…?
Fernando cerró los ojos y evocó la imagen de Araceli.
-Yo la amo. Todavía la amo con toda mi alma, te lo juro. Estoy loco- la enfermera
asintió y puso los brazos en jarra -, lo sé. Sé que estoy loco. Pero la amo. No la
podía tener y no podía dejar de pensar. No duermo, no como, estoy solo, camino
como un zombie, me duele verme en el espejo.
Ella buscó una jarra con agua y le sirvió un vaso.
-Dormite- sugirió cansada.
-Ojalá pudiera. ¿No me podés dar algo?
-Una cachetada.
Rieron.
-¿Cómo te llamás?
-Alina.
-También con a. Se llamaba Araceli.
Alina tragó.
-Dormite.
-¿Te quedás? Quedate.
-Tengo cosas que hacer, qué querés.
-Por favor. Quiero morirme.
-Vas a la cárcel, no te vas a morir.
-Matame, Alina, por favor.
-No.
-Matame, por favor.
Alina sintió pena. Le acarició el pelo mientras él lloraba y a ella se le escaparon
unas lágrimas también. Pensó que el loco la estaba volviendo loca, que todo lo
que veía en la comisaría la estaba trastornando y ya tenía la mano adentro del
pantalón. Fernando lloraba todavía y Alina sentía que su pecho vibraba con el
llanto y no podía dejar de tocarse. Se recostó en la cama, aplastándolo, quería
que sufriera pero quería sentirlo adentro, las cosquillas le recorrieron el abdomen
en cuanto le abrió la bata y apareció el miembro empequeñecido, firme y
patético. Puso su boca encima y chupó con violencia, trató de atragantarse
chorreándole saliva por la pelvis. Se sacó el pantalón encima del enfermo y se

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Catyara Relatos I

sentó apretando las piernas, entonces se elevaba y volvía caer pero con más
fuerza. Golpeó la cara golpeada y Fernando acabó en un espasmo, ella se sacudió
y acabó también.
Quiso ver lo que habían hecho, la mezcla en la pelvis rendida del enfermo y la
quiso tomar, bebérsela, extraer muerte del elixir de vida. Pasó una mano por el
miembro y lo apretó para que volviera a erectarse. Escupió encima y también se
escupió los dedos, quería sentirlo por atrás.

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Catyara Relatos I

Anna Bananna

-Porque Alexis… Hablo de mi marido. ¿No es extraño y doloroso que los dos se
llamen Alexis...?
-¡Ana!- le interrumpió.
Karenin había perdido la paciencia. Todo aquel sentimiento de ternura y
compasión que se le había despertado por la muerte próxima de su esposa
desapareció por completo. Trató de calmarse, de volver a ser el gélido funcionario
indiferente (al menos por fuera) a las indiscreciones, pero ya le era imposible. La
absurda conducta de Ana, aunque causada por la fiebre, le parecía un acto de lo
peor. Una burla a sus creencias, a sus convicciones y a su trayectoria. No iba a
dejar que se le rieran en la cara, ni su esposa, ni el conde sentado en el gabinete.
-Escúcheme una cosa, y preste la debida atención. Ya estoy hasta las narices de
su arrogancia e impertinencia, y no habré de tolerar éste acto falsamente
preconcebido.
La furia que emanaba no se condecía con su actitud de vida, ni con el arrebato
de clemencia que lo sobrecogió después de haber leído la carta: <Me muero. Te
ruego que vengas. Moriré más tranquila con tu perdón. Ana>, recordó con ira.
-Sandeces…
Ante la violenta expresión del funcionario, el médico y la comadrona callaron,
miraronse de reojo y retrocedieron algunos pasos en dirección a la puerta. Ana
comenzó nuevamente a sollozar, y en ese instante, como una tromba, entró
Wronsky a la habitación.
-Discúlpeme usted, señor- dirigíase a Karenin-, pero no dejaré que hable tales
palabras a la persona que amo; y discúlpeme nuevamente, por haber sido cortés
minutos antes. Ana se encuentra en un estado delicadísimo, y si no—
-¡Si no qué, charlatán! Ya me tienen harto de sus confabulaciones. ¡Si desea un
duelo, lo tendrá!
Ni el mismo Karenin podía creer en las palabras que salían de su boca.
-¡Encantadísimo! ¡No he deseado otra cosa que agujerearle el pecho con un
pistolón! ¡Si no hubiera sido por ella, que me contuvo, lo habría hecho antes!
¡Cobarde!
-¡No se atreva a insultarme en mi propia casa, mequetrefe!
El chirrido de la puerta anunció la retirada del doctor de la escena, mientras la
comadrona se tomaba el pecho con ambas manos, hiperventilando. Ana había
salido de su ensoñación, al momento, y observaba impactada. Nunca había
sospechado de tal valentía de parte de Karenin, ni tanto arrebato de parte de
Wronsky. Los papeles estaban no solo invirtiéndose, sino que volaban en
cualquier dirección.
-¡Aguaden un instante, por favor!- rogó entre lágrimas -. Aquí la única que
debería morir soy yo…
-¡Cállate!

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Catyara Relatos I

-¡No le hablé de esa forma!


-¡Que se calle!
-¡Por favor, mis amores, basta!
-¡No le digas “mi amor”!
-¡Que me diga como quiera!
Se quedaron los dos hombres mirándose con furia, hesitando de ir a los puños
por desconocerse en tales ocasiones, y la presencia de Ana, que se encontraba
moribunda.
-Diga lugar y hora, y yo decidiré las armas- inquirió el conde.
-¡Usted no decidirá un demonio! Tengo dos pistolones en mi despacho, cargados
y en funcionamiento- llamó a un lacayo para que trajese las armas.
-Bien, pues, tendrá lo que se merece- devolvió Wronsky enfurecido, apurando
también al lacayo a que subiera las escaleras.
-¿Los pistolones, señor… Ahora?- preguntó apenas cruzó el umbral de la puerta.
-¡Pues sí!
-Pero… ¿No le parece un poco precipitado?- el lacayo lucía sorprendido por la
orden de su amo.
-¡Cállese y traiga los malditos pistolones!- devolvió Karenin entre tembleques,
señalando hacia el vacío.
-Pero…
-¡Que traiga los malditos pistolones!- intervino el conde, amagando un puntapié
al pobre sirviente.
-Querido, por favor… Estoy muriendo, déjame hacerlo en paz- suplicó Ana
nuevamente, ya sin poder abrir los ojos, exhausta.
Wronsky se apiadó de ella y fue directamente a tomarle la mano, pero Karenin
se interpuso. En vistas de eso, y considerando el duelo, Wronsky decidió no
golpearlo, si no, dar un rodeo a la cama y tomarle la mano a su amante de todas
formas. Antes de llegar, el funcionario saltó por encima de la cama, pisándole las
piernas a la enferma y se le atravesó nuevamente.
-¡Que no pasará!- sentenció.
Wronsky pensó que había perdido el juicio ya, y volvió a rodear la cama para
llegar al otro lado, mientras Karenin volvía a pasar por encima de Ana para
impedirle el paso.
-¡Nada!- le gritó, agitado.
El lacayo golpeó la puerta y esperó a que le dieran la orden para entrar. Los dos
le gritaron al unísono que pasase, y el sirviente se encontró a su amo con los
brazos extendidos, tapando los intentos del conde, que había querido aprovechar
la interrupción para llegar a la enferma y coger su mano.
-¿Los señores quieren las armas ahora o…?
-Déjelas en la mesa- respondió su amo entre amagues.

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Catyara Relatos I

El lacayo obedeció y se retiró, murmurando que en esa casa ya no quedaba un


alma cuerda. La comadrona decidió salir también, azorada, encomendándose a
los cielos.
-O se mueve, o lo muevo yo- amenazó Wronsky.
Karenin no se quitó y el otro le asestó un puñetazo en la cara, dejándole
despatarrado en el suelo, con un brazo aún estirado.
-¡Pero… ¿Qué has hecho?!- intercedió Ana, que había decidido sacar fuerzas
después del parto y quería levantarse, aunque con mucha dificultad.
A esto, dejó perplejo una vez más a Wronsky, que la miraba atónito y le suplicaba
que se recostase.
-¡Dios mío, Karenin!- gimoteó la mujer -. ¡No puedo más con esta vergüenza!
¡Vete de aquí! ¡No quiero volver a verte!
El conde continuó inmóvil y perplejo, y Ana avanzó hacia él, todavía insultándole.
Trató de contenerla, pero otro acceso de locura había tomado parte de su febril
estado y no podía hacer otra cosa que retroceder. Karenin despertó del knock
out y corrió a socorrer a su mujer, a la que creía atacada por el conde.
Trastabillando, llegó hasta ellos, pero Ana no le reconoció y descargó otro
puñetazo certero en su rostro, que lo mandó al suelo por segunda vez.
-¡Estás loca, con un demonio!- protestó Wronsky, todavía en retroceso -.
¡Despierta de una vez! ¡Mira lo que has hecho!
Ana paró en seco.
-¿Dónde está mi Sergio?- repuso, requiriendo a su hijo.
-No lo sé, pero estará mejor en cualquier parte que a tu lado. ¡Estás loca, maldigo
el día en que me fijé en ti! ¡Le arruinas la vida a todo aquel que te cruzas, obligas
a las personas a ser quienes no son! ¡Al demonio con el duelo! Yo me largo de
aquí.
Wronsky volteó hacia la puerta, cuando escuchó el martillo del pistolón. Antes de
reaccionar, Ana ya se había disparado.
Karenin se despabiló al instante y vio el cuerpo de Ana a su lado, recostado en
un manto de sangre. Asió la manga del camisón y trató de arrastrarse hacia el
cuerpo de su mujer, llorando a más no poder.
Wronsky ya no podía soportar todo aquello. Cogió el segundo pistolón de la mesa,
y se disparó en la cabeza. Antes de desvanecerse, trató de asir también el cuerpo
de Ana, mientras pensaba en lo mucho que le dolía el costado de la cabeza, por
donde había rozado la bala, dejándole un surco.
Karenin lanzó un alarido estridente, ya con todo el personal de la casa presente
en la habitación. Se incorporó como pudo, con las mejillas empapadas de
lágrimas y el traje de sangre, víctima de las miradas de todos, en especial de la
de Wronsky.
-Seré un hombre de Dios ahora, Ana, te lo prometo- sollozó -. Aunque ya nada
tenga sentido, lo único que puedo hacer es pedir perdón.

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Catyara Relatos I

Romeo y el aro de fuego / El caso Nolbelto

Separación de dos potencias nominales, vaya, nacido el sistema cardinal. De que


– q – quizás – biplaza, esperanto a l’iimmppaassee habido métro lectogoide, corte
trasversal y asunto, cárcel, procedimiento, implementación.
La tristeza de lo que no se puede explicar: ¿Qué tiene en la cabeza y por qué las
cucarachas? No lo sabré: hasta verlo, terminado, el comentario del diarero del
lunes siempre acorde a las declamaciones del diario, distantes (Afáste! Afáste!
vá pá yá) directo al hecho trecho etceterá.
Negación de los derechos de autor, oiga, que eso no se puede. No le niegue el
hijo al padre por pobre parezca, a! de sumario toria Ra Amóntadela, una plé y
qattro. Salvará tu alma, dijo, y pagarás.
Vamo a la sombra, el gorra y se refugió, a pesar del, aplatamiento de la zona
acorralada de los gordos, los feos, esos cochinos que zampean limedales, oasis
de corriptus magnus, una fiestonga de aquellas, má que como la que ti- dije que
no, al chiste fácil, a la larga se termina el primavero y pica el polvo del piso, todo
un tono más gris, todo a decir verdad como todo, como si fuera un universo
adentro de un universo. Y gris, por el clima de la patrucera, a! de sibariste
siberiano (husky husky, don’t you eat that yellow snow) I can’t see, dou dou dou
dou dou.
No todo el día son y veinte pero que te agarre fumando. Encendido a sangre a
diez menos de ayer, menos que antes de ayer que fue un día más o menos, pero
menos, la chombita Lacoste, entreteremiento, kind of a sucker punch but
ninonenia, osteoporósica, encima, lacreada, despropósita. Vamos a ver algo al
cine y parece una película. Me siento. Empieza.
Después de las doce sufre un cambio nominal, estratosférico, y, de paso, muda
el zolcillonca, mira la reloj, se confunde, vuelve al plan original, o sea, se enoja
solo y pide una faca pretada. Entonces, la coje, como si fuera, y, atraviesa,
empala, clava cava tala tapa tapita, tapón, qué se yo, hace cosas. Interludia. Se
para para. Sacude la pija contra el lavamanos. Sale una paja. Vuelve a la silla. Se
va la segunda. Lo echan del cine.
Como:
-Guarde eso señor comisario.
Pero no se pone a medirlo, porque, le llevaría toda la tarde, del mediodía al ocaso,
más o menos, pide ayuda, no diga eso, comisario, está abierta la frecuencia,
ninu-ninu, oe oe oe oe, contra la reja dale que te rompo las piernas. Che,
ejemplo: el Vasco pide tran-qui-li-dad. Como me gusta.
Ahora:
-Vo le rombay a Lamborshini. Trece? Ah, pero va a ver.
-Ding dong.
-Guarda que sale lo perro.

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Catyara Relatos I

Dicen que nació de un ratón. Viste? Trece? Estaba segura de que no. Che, che,
a priori:
Citarse a sí mismo, Una, pensé cobrar algún que otro derechirijillo, pero, con la
calor ésta, ay de por dios. Se toma las sienes con las manos, con la punta de las
yemas de los dedos de las manos, y se reflexiona. Nominalmente sería así,
sacarse la gorra de la gorra, dejarla, un lugar para gorras, y suspira. Yo le pago
el cabo:
-Metalé.
De ahí que dejó, se volvió a su patria en lo oscuro, lo lejano, lalilea, lolila,
lasancamparapapá. Se dejó, la marca en la caesa, unas ganas bárbaras de
tomarse el palo hasta la re concha mismísima la gorra, una concha bigotuda: O.
Tentempié, tente de a pie, ágape, copetín, alguien vertió licor en el ponche pero
no se preocupen que ya llamé a San Martín, viene en el veintitrés.
-Fue a pegar al Bajo?
-Nada que no se pase comiendo.
Se cortó el pelo, tomo una birris, con una, turris, compró media de paloma
cortada a cuchillo y ese exceso de masa.

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Catyara Relatos I

The Cook Book Inheritance

-¡Lolo! Vimos un carrito de churros de los que dijiste.


El viejo aplaudió.
-¡No me digás! Me lo perdí por gil.
Los nenes rieron.
-Papá, dejá de decir malas palabras, haceme el favor. Después me cagan a pedos
a mí.
-Eh, vos, ¿qué te metés? Esto es entre los pibes y yo. Andá a lavar los platos.
-A lavar los platos, te voy a dar… viejo choto.
El abuelo se sentó en el piso, de espaldas al patio. Su hija se acomodó en un
sillón colgante de madera, con los nenes cerca.
-Así que churros, ¿eh? Que lujo. ¿Tocó el silbato, che?
-¡Sí!
-¡No, no era un silbato! ¡Era una de esas que, que tienen palitos!
-Ah, sí, uno con palitos de todos colores- dijo el más chico, e imitó.
-Ah, un sicu… Medio trucho el churrero ese, antes usaban silbato. El sicu era de
los heladeros. Andaban en bici, además- silbó la melodía típica de los heladeros
-. Así hacían.
El menor también trató de reproducirla.
-¡Así no, tonto!- se burló el hermano.
-Bueno, che. No se peleen- los retó la madre y se volvió hacia Lolo -. Cada vez
que te los traigo vuelven hechos unos salvajes.
Los chicos le pidieron al abuelo que les contara de cuando era joven.
-Bueno, no era una villa, en realidad. Yo tenía un montón de amigos en la villa,
por eso iba. Pero no vivía ahí.
-¿Y cuál era la diferencia de la villa y la que no era villa?
-Estos pibes… Ustedes saben lo que les dicen en la escuela esa, nomás. No era
villa y no villa, carlitos. La villa era lo raro, lo demás se llamaba ciudad igual que
ahora.
-¿Y cómo era?
-Más o menos así- se encogió de hombros y mostró las palmas de las manos -.
Pero los autos andaban por el piso y se podía andar por afuera.
El mayor de los nietos asintió confirmando la historia.
-¿¡Los autos por el piso, Lolo!?
-Sí, había que manejarlos. Vos tenías, eh, un volante—
-¿Cómo el de la bici?
-No, redondo. Y el de la bici se llama manubrio, carlitos.
-Ay, papá, no le digas carlitos. Es horrible.

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Catyara Relatos I

-Pero, la puta, que no se puede decir nada- se quejó. Su hija le sonrió para que
continúe -. Bueno, con el volante y con unos pedales, vos lo manejabas- también
hizo la mímica -. Cheto mal.
-Cheto mal, Lolo.
-¿Y la abuela manejaba?
-¿La abuela? Esa no hacía un carajo. Se la pasaba mirando la tele. Menos mal
que no viene más.
-¿La abuela o la tele, Lolo?
-Las dos.

Lolo vivía solo desde que Mirna, su hija, se fue de la casa. Se esforzaba por que
lo visitaran cada dos o tres días, no quedaban muchos viejos en la ciudad y le
asustaba la idea de que volviera el gobierno.
Su meta era volverse un narrador, una historia andante. Aunque la contaminación
hacía imposible el desarrollo humano en la superficie, para Lolo, la nueva vida
era la respuesta. Recordaba mucho a sus abuelos hablando de Perón, los
colchones y el trabajo.

Las máquinas terminaron de limpiar los suelos y los desperdicios nuevos fueron
directamente a parar al sol. La población global había descendido a cuatrocientos
millones.
Lolo nunca se jubiló, luego de la Reforma ya no hizo falta trabajar para vivir. Las
personas se volvieron ultra dependientes de la tecnología, a causa de la vida
subterránea y la sociedad aceptó esos términos como algo normal.
Leía, escuchaba música, iba al teatro y veía películas con sus nietos. La que más
les gustaba era Wall-e, la habían visto más de diez veces.

-¿Ya les enseñaste a jugar al Go, Maxi?- quiso saber su yerno.


-Más o menos, no la cazan todavía. Éste sí, anda más despierto- Le acarició la
cabeza a su nieto mayor -. El Moco quiere pelear con las fichitas.
-Y, son nenes, todavía.
Asintieron.
-Hacele unos muñequitos para que jueguen a las peleítas- sugirió Lolo.
-Eso le queda a la madre que es artista. Yo trabajo con cables.
-Pero, si no cuesta nada. Imprimilo en la Tres D.
-Ah, bueno, eso sí. Pensé que decías a mano…
Miraron un rato por la ventana que daba al Domo y a los cuerpos de agua. Entró
Mirna con una torta de chocolate cantando el feliz cumpleaños.
-Apagá la luz, que no se ven las velas.
-¡Pero, che! ¿Ni en tu cumpleaños te vas a dejar de molestar?
El yerno apagó las luces y recomenzaron el festejo.
-Está muy rica la torta, Ma.

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Catyara Relatos I

-Gracias, mi amorcito divino. ¿Vieron? Así se porta un caballero.


El viejo chistó.
-Si, a vos te digo. A ver si aprendés- devolvió Mirna.
Lolo se acercó al nieto más chico y le susurró al oído. El nene se paró y fue a
buscar un sombrero colgado en el perchero.
-Ma, ¿tenés cinco pesos para la birra?

Lolo había dejado de ser Maximiliano por dos razones: La primera fue el
nacimiento de su segundo nieto, Sean, con el que se bautizaron mutuamente a
los pocos meses.
La segunda fue la muerte de su segundo hijo a causa de la radiación, una semana
después de la llegada de Sean. Si bien el muchacho padecía problemas severos
de salud desde la infancia, su fallecimiento le fue difícil.

-Con el pie, Moco, como tu hermano.


Sean se agachó, alzó la pelota y se la pasó con la mano.
-Así, mirá- le mostró de nuevo.
Lolo miraba de reojo al churrero que andaba con el sicu. Cuando se activó la luz
azul fue a increparlo para que se consiguiera un silbato.
Volvieron de noche, Mirna había conseguido unos gramos de carne y quería
cocinar pastas con tuco, pero no tenían hambre después de los churros.
-¿Vemos Wall-e, Lolo?
-¿Otra vez?
-Dale- corearon.
-Bueno, pero la ponen ustedes. Va, va, no me hagan calentar.
Tardaron alrededor de medio minuto en dejar todo listo.
-¿Quieren PopCorn?- preguntó Mirna.
-¿Pop-Corn? ¿Pop-Corn?- devolvió Lolo imitando el acento inglés -. ¡Pochoclo,
boluda!
-¡Sí, pochochlo, boluda!

La noticia que les llegó de Puerto Príncipe era sobre los nuevos túneles que
pasaban por las dos bases superficiales en Antártida. Su yerno, Walter, se había
ofrecido para ayudar con las bobinas y estaba a punto de partir. La única manera
de comunicarse era por radio.
-¿Giro el botón, Lolo?
-La perilla, carlitos.
Les enseñó a sus nietos a utilizar una radio de larga distancia, así se comunicarían
con Walter y, de paso, lo visitaban todos los días.
-¿Cuánto es que se va el pelado?
-¿Mmh?
-¿Por cuánto se va tu viejo?

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Catyara Relatos I

-No sé. Hasta que termine.


Se puso pensativo.
-Uh, seguro que son como tres años.
-¡No, Lolo, tres años no!- dijo Sean.
-Bueno, le decimos que vuelva rápido.
Los dos chicos le asintieron.
-¿Nos vas a dejar venir todos los días?- preguntó el más grande.
-Sí, carlitos, cómo no te voy a dejar… Pero no lo traigas al Moco, me rompe toda
la casa cuando viene.

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Catyara Relatos I

Octaedro
Do siquiera intentarlo.
-Soñé con vos anoche.
-¿Sí? ¿Qué soñaste?
Yo estaba por entrar a la cabina y vos bajabas de la escalera de arriba y me
preguntabas si quería fumar con el chofer, te dije que sí y fuimos. El chofer habló
de un viaje a Píen Yang y vos dijiste que pensabas ir para allá pero cuando yo no
estuviera. Me diste la mano y te di un beso cortito, para que sepas que podés ir
cuando quieras.
Es una parodia del tiempo. Algo tengo que me quiere en la silla, drenada,
dependiente de unos polvos de burbujas contra el agua. No me quiero bañar,
Martín, no me alcanza con la ducha.
-Volví a soñar con vos, che. Hay algo…
-Te gusto.
Me paré de la cama y fui al balcón, vos estabas ahí, desnuda. Te abracé, parece
que ya había pasado, y te sentí inmediata. Dijiste que me extrañabas todo el
tiempo, te creí, te besé, te llevé a la cama.
-Estoy re pesado, ya sé.
-No, no, está bien. Contame. Me hace bien.
Abriste y me dijiste que pasara rápido, pero entré tranquilo y te sonreí. Vos me
pediste explicaciones, que por qué te dejaba sola y no sé qué más. Te tuve que
explicar todo de nuevo. Que me sentía bien con mi destino, no tengo miedo, dije,
y vos dijiste que era valiente. Valiente, pensé, que palabra vieja. Vos dijiste que
un chico te dejó plantada hacía un ratito. A mí me dio risa, que querés que te
diga.
-Sos especial, bobito. Sos valiente.
-Valiente…
Me lo dijiste vos, soñando. O en el sueño. Me lo dijiste de una y voy a ir al médico
a chequearme porque te creo. Es como si tuviera un bicho adentro. No puedo
ver fútbol, entendeme. Mañana mismo.
-Me calma tener que calmarte. En el sueño y en la vida real. Siempre estás
tristona (con esa carita que me ponés ahora que mirá) se me parte el alma y nos
abrazamos como si no existiera nada en todo el mundo es una cosa completa
inmediata y vos decías que tenías una nueva vida, que eras feliz y que estabas
sola pero feliz. Yo te daba besitos acá.
-No sé qué hacer. Me recibí de bruja. Las mujeres de mi familia somos medio
brujas. Mi mamá sabe cuándo va a llover, ponele.
-Viene de ahí, entonces, pero no, a mí me parece que nos hablamos a través del
tiempo.
-Me pasó, amor, Martín, me pasó.
-¿Qué cosa?

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Catyara Relatos I

-¡Es igual!
Venías de una escalerita azul y yo te llevaba los puchos. Hablamos de fumar, el
chofer eso es igual olvídate me estoy volviendo loca o sea que o sea que qué
nada no se te vaya a ocurrir no ni en pedo por favor y si es que pasa no sé me
da mucho miedo Píen Yang la mano y beso y me sentí que te morías, Martín,
sentí que te morías.

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Catyara Relatos I

Ascensión

Apenas tenía espacio para estar sentado con las piernas estiradas. Lo había
anticipado, pero no esperaba que le ocurriera en ese momento o en algún otro.
La vista del mar era exquisita.
Bruno sabía que Camila llamaba a emergencias, que era su primer descenso y no
se animaba a subir. Pero, ¿cómo explicaría a sus piernas que le gustaría dejarlas?
El pájaro estorbó la armonía del risco. Risco torre de marfil.

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Catyara Relatos I

Trascendence
-Había decidido no perecer, perpetuar el espíritu hasta el final de los tiempos.
Me encerré en el cuarto a vela a meditar.
<La clave yacía en escribir piezas que me transportaran de un tiempo al siguiente
o al anterior, habría de crear la composición perfecta. La pasé yendo de la
biblioteca a los ensayos y de ahí a las lecciones de chelo, pues no quería plagiar
al querido Frédéric y su piano.
<Conecté sin quererlo una extraña secuencia de notas que al momento parecía
carente de armonía y acentuación, y luego pareció darse vida por si sola. Oí una
cadencia micro tónica combinada en una estructura métrica compleja (cinco
cuartos, tres tercios, tres cuartos, seis octavos, trece dieciseisavos, cuatro
cuartos, dos cuartos, y finalmente, uno por dos) mezclados en orden alternante.
Cada figura correspondía un tono específico y un específico tempo. Transcribí la
pieza para un cuarteto de cuerdas; treinta y cuatro músicos.
<Originalmente, la pieza contenía treinta y tres pasajes donde se acentuaba una
nota en particular en un instrumento en particular y, luego de finalizarla,
alcanzaba los setenta y nueve pasajes. También poseía las variables de tempo.
<Nunca antes se vio tal espectáculo, las almas habíanse ido de los cuerpos de
los oyentes. Alcanzamos la trascendencia, pero fue también inesperada. No
imaginamos que congelaríamos la audiencia a ni vivos ni muertos, pues no se les
cae la piel ni los cabellos, solo se están quietos, como saben los señores.
-Y, dígame, ¿ha sido usted contactado por entidades extrañas? Quiero decir,
malignas, o ¿del más allá?
-Por supuesto que no. Mis intenciones fueron buenas y lo son todavía, aún con
una cuerda de corbata. Ruego, perdonen mis indiscreciones, caballeros, no
podríamos haberlo previsto.
-Claro que no. ¿Cómo se declara el acusado?
-Culpable.

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Catyara Relatos I

Liviana

Las mitosis son muy dolorosas, a veces pierdo miembros en la división. No es tan
solo partirse sino más bien desgajarse, me levanto aturdida, con hambre. Miro a
mi doble distanciado, no nos reconocemos, sigo viva mientras los muñones
crecen. Puedo recorrer su cuerpo pero no somos lo mismo, son de otra clase, es
otro adentro. Yo soy sus reversiones. Cuando me encuentran ocupada y
recuperada no me sonríen, no creen en mí ni les gusta que les ande cerca. Piden
que no las alimente, que las deje morir de pie con medio cuerpo derretido contra
el piso. A las primeras les tuve lástima, la última dio unos pasos y tomó un poco
de agua.
-Estoy cansada.
-Me siento bien así.
-Por favor.
Sí, hablamos un poco, tengo corazón. Son las cosas que no abundan pero tiro a
la basura. Las leo en la palma de la mano, en la borra que crece mientras menos
saben de mí. La pierna que me falta y que estará bien puesta mañana con algo
de suerte y ejercicio. Callo la angustia de que me falta algo que sé que tendré
cuando apunte el índice al ojal de la taza y el dedo se doble y el pulgar lo
encuentre, entonces sabré que la doble estará extinta y podré limpiar la borra
con un trapo.

18
Catyara Relatos I

Cosas de Gordos

¿Cómo me vas a ocupar la senda, hermano? La faixa, como dicen los


brazucas. Vos sos flaco, campeón, no me dejás circular por la parada del bondi.
Lo que me revienta es que tendrías que caminar, viejo, vos que podés.

Al final era solo un lamento de un gordo que no podía cruzar la faixa. Iba con
una gorda del brazo. ¿Saben?, por alguna razón que me elude prefieren siempre
esa situación, o la mayoría de las veces. Gordos con gordos, flacos con flacos. Y
si sos medio heavy te conviene conformarte, y si sos flaco cagaste si te comés
una gorda. En fin, eran dos gordos. El ejemplar masculino tenía barba y un perro
que paseaba al momento del encuentro.
Elsa Bor de Lencuentro. Así se llamaba la gorda de lacio cabello. La bauticé
apenas la vi. En realidad vi primero las migas en la barba de Panzila. Así lo bauticé
ayer. Andaba por la vereda propulsado por un espíritu imparable, indómito,
irrefrenable. Yo me les planto a los gordos, no los dejo pasar, y si se enojan,
mejor. No hay precio que no pagaría por ver las caras rojas por el odio irracional
a la flacura, parte por envidia y parte también.
Así que desde entonces, todos los días a la misma hora, Panzila sale a pasear el
perro por la avenida y yo estoy siempre esperando el bondi, medio adentro de la
vereda, por si tengo suerte y hay alguien pidiendo monedas y lo estorba un poco
y me tienen que encarar, porque me conoce y sabe que me le planto.

19
Catyara Relatos I

Para Adriana

Para Adriana:
Hoy me levanté fatídico, peor que nunca, con un millón de
lapiceras en mi dirección. Te extraño, Adriana, me hacés falta.
Este mundo es demasiado cruel para personas como vos y yo, nosotros no lo
soportaríamos. Sé qué hace tiempo dijimos te amo y hace mucho menos hasta
luego. Recuerdo. Te recuerdo pero me recuerdo más a mí con vos, creo que
nunca viví algo así. Sabés que las pastillas duermen un poco.
Parecía no haber opción en esos días, ¿te acordás, Adriana, cómo éramos?
Éramos tan jóvenes y tan viejos que nos seguían las miradas en el subte hasta
que nos perdíamos detrás de las escaleras del misterio; éramos poesía, Adriana,
tórtolas libres al fin de las cadenas del mundo.
Y sabés que estoy un poco cansado, me pesa levantarme de mañana y me pesa
dormir. Sé que a vos te pasa lo mismo porque yo sé todo de vos. Sé cuándo te
tomás el primer amargo frente a la televisión, sé que te gusta que te diga lo linda
que te ves cuando nos encontramos, comer verduritas.
Se me está estirando mucho la carta, ya debés estar aburrida. Te convendría salir
de la estación hasta el quioskito de la vuelta a comprar un chupetín azul de esos
que te pintan la lengua.
No quisiera hacerlo, pero debo pedirte un favor, Adriana. La chiquita.
Sé que es demasiado, pero es una nena y si te la llegás a encontrar por el bosque
paseando me gustaría que le compres un helado o le cuentes alguno de los libros
que leíste cuando tenías quince, esos de romance, que le va a hacer bien para
cuando crezca. Hace tiempo que ella no tiene mamá y me gustaría que alguien
que respeto le sirva de ejemplo, si te sobra un consejo daseló.
Me voy a colgar, Adriana, me cansé de las mentiras que le digo a la gente y de
las que te digo a vos cuando preguntás cómo ando. Bah, cuando leas esto voy
estar frío. Pero no te preocupes, ya no voy a estar sentado al lado deprimiéndote.
Lamento no volver a esperarte y quiero que sepas que yo también te voy a
extrañar, que te extraño ahora mismo mientras trato de escribir con buena letra
y poesía. Tendría que haberte preguntado, Adriana, pero hoy me levanté fatídico
y ya no hay vuelta atrás, vas a tener que imaginarte que el papel tiene perfume.
Ojalá hubiéramos compartido una casa pero habrías visto realmente lo que soy
y no lo recomiendo, porque no me gusta bañarme como a vos y siempre se me
pegan los fideos, pero quizás en otra época o en otro lado hubiera funcionado.
Quizás en la otra vida.

20
Catyara Relatos I

Car fight

It all started in two thousand and eight. I was the designated driver.
We always took a tour to the countryside to get a decent drive after drinking.
Vomit scent and caps everywhere, and saw two cars literally fighting in a dusty
crossroad. Face to face, drifting, crashing, speeding up.
I didn’t thought it twice, went directly to them. A blue Nova and a brand new
Mustang.
Bang! And the Mustang shouted out.
A fair fight, at the end the horse prevailed. She left the arena as a gladiator,
slowly. The Nova stood bleeding oil throw the spouts.
We jumped off my scared Peugeot and asked to the driver if he were alright.
“It’s alright. Next time I’ll fuck him”, and I couldn’t help it and made a comment
on the Nova.
“She fought outstandingly”.
We became friends. I changed my old buddy for a much more robust Charger
and the first official match were settled. My Dodge versus his Chevy.
Oh, I was mad but at the time, I didn’t knew that we needed improvements. The
thing was that the Charger told me what to do, and I won.
On the next weekend, we opened up the Tournament.

21
Catyara Relatos I

El Malabarista

Recogió sus zapatos y los miró con recelo, dañarían sus pies.
No tenía apuro. La sangre del cuello casi mancha la camisa. .

Entró alguien y dijo algo, pero él ya se iba del mundo. Salió primero la sombra,
saludándolo cordialmente. Caminó el pasillo de las cabezas contra las mesas, por
suerte su silla era giratoria. También le gustaban las cosas que no encajaban
pero que tenían que estar, como los clips y papelitos recordatorios.
Hizo dibujos para sus amigos y las sombras, porque era educado. Y también para
que que lo recordaran.

Paró a oler las flores. Todas. Amarillas, rojas, violetas y blancas, y de esos colores
que no conocía por nombre porque ser una sombra hace que uno no conozca las
cosas bonitas.
Se apuró. Sabía que a Luz le iba a gustar. Iba a plantarla en el balcón.

Era la primera vez y no sabía muy bien como era el asunto.


“Debe ser el deseo”, pensó el Malabarista.
“Sí. El deseo debe ser”.
En ese día podía elegir y no se lo tomó a la ligera. Una guitarra vieja viejísima en
un placard viejo viejísimo.
“Me animo. No me animo”.

El cielo el primer azul azul que vio en su tan azul era que azul sus manos cables
de la luz.
Caminó con frío, había dejado la bufanda en casa. Su halo se había vuelto visible
y era intermitente. Las sombras volteaban a verlo y querían saber de él. Pero si
había algo que el Malabarista sabía eran los malabares.
Sabía que el agua estaba fría y no tuvo miedo, una pelea de uno contra
uno mismo.
Gotas de y también sal, que
en era momento lo
mismo.
-¿Luz?
-Ac
áe
s
t
o
y

22
Catyara Relatos I

El Cementerio de las Naves

Cuando sintió que la proa explotaba, recordó el cuento del astronauta


accidentado pero no al autor. Sus últimos segundos flotados los pasó con la
mandíbula encastrada y las ideas en la niebla que le ocultaba el nombre.
Despertó. El cuento del astronauta se le hizo hueso porque tampoco se podía
mover. Se imaginó partido y enterrado hasta el cuello, y le habló mentalmente a
cualquier cosa que tuviera alrededor, pero ninguna esquirla lo satisfizo.
-Soy un dios de mierda- dijo sorprendido.
No perdió más tiempo. Se conversó todo lo que pudo y aprendió a contestarse
como si fuera otras personas. Inventaba acentos e ideas y con eso creaba
personajes (que obviamente respondían a sus estados de ánimos) que lo
desafiaban intelectualmente y a su vez, lo adulaban.
-No es tan malo como parece- dijo.
-No sabés lo que parece si no lo podés ver- dijo.
-Bueno, bueno, que nos levantamos graciosos hoy- dijo -. Vos no estás ciego.
-No, pero vos sí, y convengamos, a vos te toca lo de ver.
-Es un tipo excelente y eso es lo más importante- dijo -. Sí, sí, todos sabemos
que no hay mejor piloto en todo el H1N1 y que tiene un revés destacado, pero
lo más importante es su cualidad como persona. De puta madre.
-¿Y vos cuándo lo conociste?
-Después del accidente- dijo.
-Ah, mirá vos- dijo.
-Ya estaba ciego. Pero eso no le impidió volver a aprender naviación…
-Y pudo resolver el problema del foco.
-Y lo del foco, claro. Además de los lentes para poder ver sin ojos.
-¿Cómo funcionan?
-Nunca me lo explicó. Se lo pedí, eh- dijo -. El tema es que se le ocurrió cuando
estaba entre los escombros en el planeta Mrifiesa.
-La policía dice que solo habían cadáveres en el planeta- dijo.
-Y dicen la verdad. El tipo se estrella, queda inválido, y con la última de sus
energías, consigue desatarse del cinturón de seguridad. Ahí cae sobre la hélice
de la bobina y el impulso lo saca por una ventana. Cae en la arena. Se queda
ahí, quieto, no se puede mover, pero vienen los bichitos que vivían en el planeta
y se hacen amigos. Le usan la caca para plantar, los materiales de la usina, los
pedazos de metal, todo… Y con eso se los gana y creen que es un Dios.
-Ajá- dijo.
-Le sirve para sobrevivir, pero no como el del cuento que se muere ahí. Lo vienen
a buscar a los pocos días.
-¿Y los bichitos?
-Se quedan, hacen una megaciudad y evolucionan lo suficiente como para
contactarse con la Krabel con un celular.

23
Catyara Relatos I

-¿No podían inventar algo un poquito más inteligente que un teléfono?


-Convengamos que son bastante pelotudos. Hasta que no llega el astronauta no
saben ni plantar.
Sintió un relincho y eso lo trajo de vuelta. Su audición funcionó mecánicamente
y escuchó el ruido del mar.
-¡Caballito! ¡Caballito! ¡Vení, no me dejes solo!- dijo.
-¿Cómo sabés si son caballos?- dijo.
-Es un caballo y punto. No me rompás las bolas.
Muchos más relinchos lo rodearon. Le chuparon la cara.
-¡Tirá, caballito, tirá!
Obviamente ninguno le hizo caso, pero sí cavaron a su alrededor y surgió agua
del suelo que pudo beber.
-Está saladita- dijo.
-No te quejés- dijo.
-Me cago en la vida, era lo mínimo que me podía pasar.
-Lo mínimo era que no explotara la proa. Encallado- se nombró.
-Encallado me vas a ver cuando me pare. Ya vas a ver.
Los cascos cavaron un poco más y se alejaron, a pesar que los llamó y les puso
nombres.
Despertó por el frío en las orejas. Sentía que se le partían, que una tela gris
helada lo cubría. Tomó más agua de la que debía y se lo reprochó, aunque ya
había perdido el tabú de hacerse encima.
-Vas a explotar- dijo.
-Ya sé, ya sé, pero no me puedo mover. Y lo único que hay es agua…
-Y caballitos.
-¡Por Dios! ¿¡Estás bien!?- escuchó.
-Puta, ya estoy delirando.
Los pasos llegaron un poco después.
-¿¡Qué pasó!? ¿¡Estás bien!?- hubo un silencio - ¿Fer… Fernando?
-¿Sí…?
-¡No lo puedo creer! ¿Qué pasó?
-Explotó la proa- dijo.
-No te preocupes, llamé a la policía. ¿Tú estás bien?
-Sí, solo enterrado y calculo que todavía vivo. ¿Quién sos, cómo me conocés?
-Tess, ¿no te acuerdas?
-No.
-Ah- se lo atribuyó al accidente -. Bueno, tuvimos algo hace mucho, en Argentina.
Yo estaba viajando por Sudamérica.
-¿Tess? ¿Cuál Tess?
Otro silencio.
-¿Cuántas putas Tess conociste?
-¡No! No quise decir eso, es que el accidente— no me acuerdo, ¿sabés?

24
Catyara Relatos I

-Y, ¿cómo terminaste aquí?


-Explotó la proa de la nave. Iba camino a Frorer. ¿Dónde estamos?
-En Carolina del Norte. ¿Frorer? ¿Y eso?
-En la Lexa. ¿Carolina del Norte?
-Los Estados Unidos. ¿Estás loco? ¿Qué sucedió? No hay ninguna nave.
-Se debe haber desintegrado. En Krabel las hacen de algas.
Tess obvió el comentario.
-¿Debería sacarte de ahí…? ¿Espero a la policía?
-Lo más probable es que el traje me mantenga vivo.
-No entiendo.
-¿Tenés comida?
-¡Sí! Un sándwich. Toma. Tomá. A veces me olvido del acento.
-Tenés un Siardo perfecto. ¿Cómo sos?
-¿Qué?
-¿Cómo…? eh, sos, físicamente.
-Es de queso y tomate.
-¿Es comestible?
-Sí, imbécil, y no te voy a decir cómo soy.
-Es para acordarme mejor.
-Cómete el sándwich- dijo apoyándoselo en la boca -. Cometeló.

25
Catyara Relatos I

Indemocracia

Django saca las revistas del sacón y las hojea nerviosamente. Conoce cada
imagen y palabra, pero el sentido de arraigo mutó a esas páginas y las relaciona
directamente con su casa.
La guerra ocurre dentro del país, es más, Django solo se encuentra a medio
kilómetro de su ciudad natal. Ya fusiló a la mitad de sus amigos y a dos o tres de
sus enemigos. Y le preocupa la corrupción, pero también le atraen las armas.
-Quieto.
-Quieto.
Suelta las revistas y toma el fusil pero siente que le apoyan un caño en la sien.
-Qué mala suerte- dice.
-Qué mala suerte- dice.
Otro caño (en el dorsal izquierdo) le indica que se pare. Lo hace.
Ve a las mujeres sosteniendo las tumberas y le produce ternura. Patea hacia
adelante y tumba a la pelirroja. Estira el brazo y enlaza el arma desarmando a la
otra mujer, que también es pelirroja.
-¡Mayday!- grita, sus compañeros están almorzando al lado de un arroyo.
-¡Mayday!- grita, sus compañeros están almorzando al lado de un arroyo.
Reduce a la mujer con el cinturón y le apunta a la que todavía está en el piso.
Los otros soldados llegan a la carrera, ninguno trae sombrero.
-¿Qué pasó?
-¿Qué pasó?
-¿Está bien, soldado?- pregunta el oficial.
-¿Está bien, soldado?- pregunta el oficial.
Asiente. Les cuenta la versión que después escribirá en el informe.
-Estaba de guardia y se me acercaron como fantasmas. No las escuché.
-Estaba de guardia y se me acercaron como fantasmas. No las escuché.
-Sí- devuelve el oficial -. Estos terroristas son como sombras. Tuvo suerte.
-La tuve. ¿Las fusilamos?
-Sí- devuelve el oficial -. Estos terroristas son como sombras. Tuvo suerte.
-La tuve. ¿Las fusilamos?
-Sí. Tápele la cabeza.
-No quiero- dice una pelirroja.
-Yo tampoco- apoya la otra.
-Sí. Tápele la cabeza.
-No quiero- dice una pelirroja.
-Yo tampoco- apoya la otra.
-Es lo mismo, oficial- Django nunca lo creyó necesario y no ve por qué hacerlo
ahora.
-Es lo mismo, oficial- Django nunca lo creyó necesario y no ve por qué hacerlo
ahora.

26
Catyara Relatos I

El oficial no se ofende y lo permite. Paran a las mujeres sobre un charco y les


disparan. Tres soldados a una, dos soldados a la otra. Ambas caen, pero la que
recibe dos disparos se mueve.
-Ésta todavía se mueve.
-Ésta todavía se mueve.
-Dispare de nuevo.
-Dispare de nuevo.
Django lo hace repetidamente. El problema es que no deja de moverse, y ya
vacía el cargador.
-Qué va. Vamos a comer. Vemos que hacemos más tarde- ordena el oficial.
-Qué va. Vamos a comer. Vemos que hacemos más tarde. Usted quédese de
guardia- ordena el oficial.
Django se sienta en un tronco con la mujer en la falda.
-No le dé nada de comer, cabo, no sea boludo.
-Sí, señor.
-No le dé nada de comer, cabo, no sea boludo.
-Sí, señor. ¿No será inmortal?
-¿Inmortal? ¿Usted es boludo?
-No, señor, pero no se muere.
-¿Inmortal? ¿Usted es boludo?
-Eso es verdad, señor, acá todos lo vemos- interviene otro cabo.
-No, señor, pero no se muere.
-Son muy boludos ustedes. Son las balas de mierda que nos da el rey.
-Industria Argentina- agrega Django.
-Eso es verdad, señor, acá todos lo vemos- interviene otro cabo.
-Son muy boludos ustedes. Son las balas de mierda que nos da el rey. Yo le pedí
(personalmente) fusiles calibre mil ochocientos noventa y uno con veintisiete,
pero vieron la cuestión del presupuesto.
-Industria Argentina- agrega Django.
-Usted es el menos boludo- le dice el oficial.
Cargan a la mujer en el jeep y deben pegarle dos o tres tiros más, porque no
para de recuperarse y citar poemas bolcheviques sobre la guerra.

27
Catyara Relatos I

Entropía

Abrió el paraguas antes de cruzar la puerta, ya que ninguna acción le daría orden
a la entropía.
Dominó las gotas que su resguardo eludía con el recuerdo de los meses de verano
pegado al cuerpo de la más bajita. Por aquel tiempo no le pasaba ni la altura del
hombro y se le hacía costoso abrazarla si no fuera por el tumulto que le ocupaba
la panza cuando deslizaba el brazo por la cintura, la dicha de andar agachado y
enredado. Él hablaba de a montones repatriando signos y oraciones con el
hombro desfallecido por el esfuerzo y el calor montañés perfectamente
balanceado.
Volvió entonces a la lluvia que le entraba por las medias hasta el pantalón y le
enroscaba las piernas. Y entonces la Gringa, una que paseaba espigada por la
puesta de sol y le había ocupado el corazón pero no las tripas, dejándole
confundido por su falta de presencia en todo momento, que si hubiese podido
perseguirla le habría dedicado sus canciones, que con tiempo la olvidaría.
Dejó mensajes para ambas categóricamente ignorados y por eso salió a pasear
la pena se le había trabado en la lengua pero no en la sonrisa. Cerró el paraguas
entre un contenedor y una cascada de la boca de una gárgola aguileña, quieto,
víctima de las agujas que le golpeaban el tentô con delicadeza, casi una caricia
comparada con la risa que le escapaba entre los dientes.
Había olvidado como llorar. Tenía estropeado el sistema. No pasa nada, pensó,
para eso la lluvia que me saca la mufa del paraguas que abrí como un boludo
dentro de casa. Tiritó las gotas y corrió llevándolas consigo, con las medias
empapadas que pedían que diluvie como nunca en Mendoza y Carolina.
Dejó la cara impresa en el cemento con la mugre que bajaba de los techos en
avalanchas y pensó en Alfonsina y en las que lo desconocían, y bebió aguas
empastadas. Quedó muerto, aferrado al paraguas maltrecho y a los recuerdos de
verano. Que puta suerte, pensó, justo antes del síncope.

28
Catyara Relatos I

Conditions of my Parole

Imagino que le cuento qué es retórica. Lengua al servicio de la lengua. Todo


conoce de susurrar. El arte del susurro es el aire. No sabe cantar de otra forma.
Cree que eso es lo que debe ser.
Creo que me ama.
Imagino que viaja conmigo al trabajo. Le escribo. Le canto. Me obsesiona.
Impera. Runa.
Imagino que la extraño. Trazo su cuerpo de a milímetros. No paro hasta que
susurra que siga. Sigo.
Emily viene cuando tiembla. Le gusta Jeff Buckley y Los Prisioneros. Repito.
Vuelvo. Insisto.
Emily espera que me vulgarice. Penetro. Profundizo. Doblo su tamaño. Pone balas
en el tambor.
Pongo balas en el tambor. Apunto. A ella. No paro hasta que susurra que espere.
El caño gira. Mi mano gira el caño. Acata.
Imagino que sigue al lado mío. Sostiene que no puede vivir sin mí. Me cree.
Asegura. La creo.
Emily es Emily. Yo soy Emily. Emily es el arma que me apunta.
Dómina, Emily toma mis manos con sus manos y acierta. Graniza cuando Emily
oprime.

29
Catyara Relatos I

Senegália

Las diferencias obvias del color de piel y sus costumbres forasteras me pesaron
largamente antes de trocar palabra. Protegida por la institución inquebrantable
de la pobreza, sus muchos paladines me alejaron en la sospecha de quererla para
mí (escama altamente cierta), o bien de exponerla al frío de la vía a cambio de
monedas. Tuve que defenderme a los puños una vez, algo que no recomiendo
contra proscritos senegaleses acostumbrados a incontables kilómetros por agua.
-Senegália- soltó por fin su espesura.
Creí que así era como llamaban a su tierra, así que resolví preguntarle de nuevo.
Me puse una mano en el pecho, dije mi nombre y me miró con sátira
benevolencia.
-Senegália- repetimos al unísono, ella divertida y yo resignado.
Comprendía el español apenas pero eso solo le sumaba encanto. Su piel morena
encajaba perfectamente bajo las prendas ajustadas, ni siquiera había
considerado tal belleza en una sola mujer. Aproveché el argentinismo arrabalero
para apodarle “Negra” frente a otros.
Ningún polizón llegó alguna vez a Sudamérica con el ánimo de no pertenecer, y
la Negra aceptó el único trabajo en Constitución que le hacía un ápice de justicia:
Iba de puesto en puesto, recolectaba y ofrecía cualquier cosa que sus adalides
pudieran necesitar. Trocaba monedas por billetes, ordenaba comida y articulaba
con prostitutas. Eso hizo que los muchos forasteros le tomaran afecto.
Tuve que explicar excesivas veces sobre mis buenas intenciones de conquistarla
abiertamente. Que sea atractivo ayudó a que ella me notara, pero no fue
suficiente para convencer a los demás, pues eran senegaleses pero vivían en la
calle. Debo admitir que la batida me otorgó el grado de luchador.
Al tiempo la traje a mi casa. En cuanto puso un pie dentro sonrió, según dijo
después. Contó que su infancia estaba marcada por el sol y la falta de cariño, y
confió en que no la dejaría sola, si me lo pedía amablemente.
Como cualquier otro, juré por mi vida que habría de protegerla. Al día siguiente
llegué a los puestos con el muestrario.

30
Catyara Relatos I

Bellas y Bestias I

No, papá, por favor. No quiero ir al castillo. Come gente. Papá, por favor, no me
lleves.
El vestido es lindo, rosa y violeta. Capaz que nos hacemos amigos. Me parece
que sí. La semana que viene, no voy a tener tiempo de ver a la abu. ¿Y Vero y
Pauli? Ay.
No quiero ir, mamá. Porque estoy triste. ¿Me viene a buscar igual? Pu, mamá,
me quiero quedar acá con ustedes. Él no tiene amigos ni juguetes. No me los va
a comprar. Vos comprame los juguetes.
Sí, y me voy al castillo. Ahí voy a vivir, como una princesa. Yo creo que voy a ser
muy feliz. Nadie me dijo que me tengo que casar con él. Claro. Mis papás se
quedan acá en la casa, no creo que los vuelva a ver nunca más. O capaz cuando
sea grande y sepa manejar, los veo. Con un auto, seguro que tiene más de dos.
Y sí, todavía no lo conozco, no lo saludé. Como un perro gigante de dos metros.
Más alto que mi papá y que tu papá, porque tu papá es más bajito que mi papá.
Le saca como dos cabezas. Es re grande. Como un perro o un elefante.
¿Y para qué si él tiene de todo? Si no va a tener tiempo, ¿cómo me va a comprar
los juguetes? No, viste, vos estás mintiendo. Yo sé que me va a comer, mamá,
no me lleves ahí, por favor. Porque sí. Lloro porque sí.
¿Ésta es la casa, papá?

31
Catyara Relatos I

Bellas y Bestias II

-Pero, ¡Oh, cielo bendito, si has de llover!- rabió Ramón mientras se le mojaba la
pelada -. Dame un momento para escapar al embrollo.
“Ojalá el vecino me haya sacado la pava del fuego”, fue lo que pensó por décima
vez, mientras bajaba el balde con el fratacho adentro. Siempre de guantes y con
herramientas en las manos. Desde pibe.
Le había visto la cara a dios a los once y se sabía campeón de la cuadra a las
piñas, un respeto que no se compra. Y con todo le gustaban los trabas. Le
gustaban las tetas gigantes de mentira y esas calzas ajustadas a los cuádriceps
marcados de correr de la yuta. Le gustaba la merca que le tiraba uno de la O’Neil
en el pecho antes de lamerlo.
Boliviano repatriado por su padre y algún tío villero, había nacido y moriría en la
treinta y uno. Ya se había hecho la idea de que no iba a salir de ahí. En algún
tiempo anduvo por la Boca pero lo trataron de pescado.
-Oíd, padre, el llanto de los cielos enmarcado por los truenos; lamento desmedido
por la impune inferencia del humano en la Tierra. Ha de llover, hasta perdonar
el último de los pecados. Dime si alguna vez ha sido de tu agrado el dulce
pétricor.
-Como señalas, convino con vehemencia los olores de la tierra y los del aire; casi
con poesía aprendí de niño los muchos maridajes que se encuentran por destino
o decreto divino.
A la puta que lo parió, le faltaban los pases de Conti.
-Una idea apareció señalándome un norte ya recorrido pero nuevamente digno
de recorrer. ¿Concuerda, padre, con una visita a los parajes de la estación
maldita, ahora que cierne la noche y dícese viernes?
Tomaron el ciento trentitrés que pasa por Nazca, una hora y media con el ojete
empapado de la lluvia y el chivo, porque estos hijos de puta no se bañan. Ramón
ni siquiera se sacó los botines, menos mal.
Recién cobraban la quincena, iban a hacer un desastre. No alcanzaron a poner
una pata que ya los saludaba el viejo de los guaymallén cuatro por diez.
Ramón cruzó un par de calles y la vio apoyada en la pared. El traba le sonrió de
lejos y le hizo una seña para que pase.
Lo esperaba con una tanga de leopardo en la cama, con media chota reposando
en la pierna izquierda.
-Dale, Ramoncito, que hoy vine de Bestia.

“Quién se cree don Money, con su barriga light en manga de camisa, haciéndose
el humilde obrero Rockefeller. Como si ya fuera emperador del reino del perejil”

Hacer de tripas corazón, fragmento, Lemebel, 2009.

32
Catyara Relatos I

Leyenda

El Dios del Habla decidió tomar lo que consideraba suyo por derecho: la hija del
emperador. Después de haber fallado en conquistarla y, desde luego, en las
negociaciones con su padre, creyó aún más que eran el uno para el otro.
Quizo robar los Ojos Jades al Anciano de la Montaña, con los que podría ver el
Tiempo a voluntad. En cuanto estuvo cerca del viejo lo arrinconó dentro del
recinto.
De esto supo el Dios del Fuego, que acudió al instante en amparo. Éste no fue
herido pero si audazmente engañado; el Viejo de la Montaña había sido envenado
minutos antes, la Palabra luchaba solo para ganar tiempo.

El Anciano se quitó los ojos para entregárselos a su protector, pero solo consiguió
darle uno. Luego de su muerte y mientras los dioses aún luchaban, los ojos se
convirtieron en gemas verdes y cada una contuvo el regalo de la visión: Una
sobre el futuro y la otra sobre el pasado. El Dios del Habla robó la que contaba
la historia y escapó tras derrumbar un bosque sobre el templo, pues era un gran
guerrero.
Con la ayuda de la piedra aprendió sobre las vidas de los dioses y supo cómo
vencer a su rival. El Dios del Fuego no conocía la manera de detener a las
Palabras, pero tampoco le podían herir, entonces se dedicó a mirar.

El Habla escrutó el principio del mundo y reconoció a su espíritu y al de los otros


dioses y vio que eran luces. Pensó que si lograba atrapar a su rival en la Caverna
de los Ríos podría vencerlo.
Fue allí a refugiarse, a sabiendas que el Fuego iría en su búsqueda y quedaría
sellado entre las aguas, pero éste arrojó un alud hasta la entrada de la caverna
y lo atrapó. Las Palabras, exhaustas, meditaron su próximo paso. Necesitaban
del otro Ojo de Jade para tornarse invencibles, y así conocer su porvenir y el de
la princesa.

Años pasaron sin que el Dios del Fuego viera peligro en la gema. Era el guerrero
protector de las islas, de los ancianos y pescadores. Solía pasearse por playas y
bosques, brindaba luz y consuelo a quienes se perdían en altamar o entre los
árboles, y espantaba demonios de los caminos. Pero nada de eso le pasó luego
de la piedra. Ya no coincidía con ladrones, los botes llegaban a destino, incluso
le fue entregado un saco de té como ofrenda.
Perplejo por su buena suerte, observó el futuro de las Palabras, pero solo pudo
ver cosas buenas.

Su rival supo que el Fuego estaba hecho de luz blanca (quizás la más pura de las
luces) y no podría existir sin proteger a sus vasallos.

33
Catyara Relatos I

Entonces dedujo que para vencerlo no precisaría de la gema ni mucho menos de


la espada, debería hacer su trabajo para que quedara sin propósito y dejara de
existir.
Hoy, el Dios del Habla se pasea por las islas y brinda consuelo a quienes se
pierden en la inmensidad de su tierra y mar, habiendo olvidado a la hija del
Emperador, mientras el Fuego observa calmamente el Ojo de Jade en una cueva,
a la espera de la batalla que nunca le golpeará las puertas.

34
Catyara Relatos I

Conferencia

Donde tengo el microondas era su lugar. Un relámpago golpea a mi izquierda y


el transformador revienta a la derecha. Hago maravillas con las cosas de otro.
Continúa el descenso del porcentaje del corazones. Que sí, que no, que caiga un
chaparrón y apague el fuego. A los perros les dan miedo los truenos. Posronga.
Tu problema, adonde fallás, es no ponerte al servicio del otro. ¿Así que hoy no
paleaste? Una palabra, una cosita, es como vos decís, lo importante es la familia.
Cambio nono muerto por horno mágico. Ram ram, el terror de todos los estilos.
Cuando vos dijiste que mire me di cuenta de la avenida de ladrillos. No trajimos
la pala al pedo. Raimóndiga. Acá no, pero a ustedes seguro que les sirve. Todo
sea porque sea otro país. Pascual Pérez vivió con Perón en el exilio. Quiero cruzar
con la barrera. Luna en Aries, hacemos terapia. Las mariposas no van a los rayos,
vienen a mí. Más vale que les vamos a contar. Fracaso cada vez que arranco.
Tiene los ojos como los pibes, la voz vieja, tartamudea. Un Pepe que no aparece.
Un Pepe que saca gente de la calle. Acá no llueve, no llueve. Como ronca. Para
éste es todo una jodita, pasé la peor vergüenza de mi vida. Llevate semillas de
siempreverde. ¡La pierna! Somos los bomberos de este juego y nada más. ¿Y
Bosnia, estéreo? Listo, es problema de otro.

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Catyara Relatos I

Dos casos concretos de yutas enamoradas a primera vista

-Hablelé, maestro, que se baja en Caseros y es acá cerquita.


Se miraron. Me miraron.
-Si quiere, yo se la presento- me paré y amenacé al pibe en frente mío -. Si me
agitás la mochila te parto. ¿Cómo te llamás?- le pregunté a la rubia.
-Martina- titubeó leve.
Creo que quería mostrarse correcta, pero nunca había sido admirada por un
policía y a los dos segundos acosada por mi persona.
-Martina. ¿Usted, oficial?
Ahí la duda fue más grande. El yuta me acusaba de delincuente y al mismo tiempo
me rogaba que lo obligue a responder con la mirada.
-Caseros a… quince cuadras. Digalé su nombre.
La policía es una basura que sirve de parche social pero está hecha de personas.
En el fondo (bien adentro) tanto Juan como quizás muchos otros le extienden
ocasionalmente una mano al amor de la suerte.

Suerte es todo lo que hace falta.


-¿De dónde venís?
-Parque Patricios.
-Acá nomás.
Aflojé el paso para seguir escuchando. Se sonrieron.
-¿Vos vas a la plaza, no?
El pibe le asintió y dijo algo que no escuché.
-Sí, hay de todo ahí.
-Y bueno, ¡qué le vamos a hacer! Viste como son los guachos.
-Vos no te tenés que meter ahí. Si los otros lo hacen vos no tenés que hacer lo
mismo- dijo la gorra.
Prendí un pucho y me alcanzaron, aunque iban a dos por hora. Le sonreí a la
gorruda y el pibe me guiñó.

36
Catyara Relatos I

Lucas Ramón y Yo

Pensaba en el tamaño de las cosas, apoyé la mano en el caño de la cucheta y


me aseguré que cuando fuera grande iba a dormir en la de arriba. Tenía dos
años.
En mi segundo recuerdo todavía tengo dos y estábamos afuera con un sol que
partía la vereda, mi amigo Lucas Ramón y yo. Pasaban nuestras mamás
(mamaes) orgullosas, ya éramos amigos. En la escuela también jugábamos a la
pelota todos los días.
Lucas formaba primero o segundo porque era petiso, yo andaba del medio para
atrás. Imagino que tiene que haber sido un poco denigrante.
En gimnasia las cosas se emparejaban porque Lucas era un nueve envidiable.
Metía goles con la rodilla, daba pases al pie. Yo era menos habilidoso pero estaba
entre los campeones. Elegíamos equipos diferentes porque en la calle éramos
inseparables.
Yo no elegía a los jugadores pero sí con quien jugar. A mí me consultaban si nos
convenía el gordo para el arco o el nuevo de seis y juzgaba con criterio científico.
También me tocaban las cuentas, conmigo en el equipo se inclinaba la balanza.
A veces era malo con los demás. Ahora tengo barba hasta en la frente pienso
que eran las reglas. A mí no me aplicaban porque era de los altos. No tuve la
culpa que me hicieran jurar un trapo, eso de que ser gordo es malo.
Con Lucas hace veinte años que no nos vemos. Me gustaría jugarle un partidito.
Él al arco por petiso y yo de seis por pelotudo.

37
Catyara Relatos I

Horizonte Peligroso

Quiero hacerla mía. No sé por qué pienso tanto en el sexo, pero no puedo hacer
otra cosa. ¿Quién asalta a un gordo equis todas las mañanas a la misma hora y
en plena escalera? Una nenita de quince años. Una púber de dieciocho. Una
suave y depilada casi adulta rubiecita de un metro cincuenta.
No sé cuántos años tiene ni sé cómo se llama pero me obsesiona. Y ella está
obsesionada conmigo. Pero soy un gordo gigantesco y viejo y peludo y ella es
una florcita.
-Buen día.
-¿Qué hacés en bata en el pasillo a esta hora?- respondo.
Cierra la puerta y ni siquiera me paralizo, las escaleras me cuestan muchísimo y
cada vez tardo más en bajar. Buen día es lo que siempre dice, y yo sonrío y sigo.

El trabajo es lo mismo de siempre. Soy editor, así que leo, escribo un poco y
negocio con los escritores, que no me consideran un igual sino un vampiro
burocrático.
A la vuelta no tengo noticias de ella. Nunca las tengo, pero por las dudas cierro
la puerta con llave. Saco las hojas del maletín, me pidieron una traducción. El
Sexo y/o el Señor Morrison de Carol Emshwiller. Prácticamente me lo trago.
-Okey- digo en voz alta, por si la florcita está escondida en el cuarto.
Busco por todos lados y no la encuentro, pero hay cosas corridas y dedos
fantasmas en la biblioteca. Me falta whisky.
Así que quiere saber qué soy. Fácil, se lo voy a mostrar.

Hago todo normalmente en el departamento.


La veo en la escalera pero ésta vez me freno. Está ansiosa por decirme buenos
días. Espero unos segundos, cierra la puerta y avanzo de a poco, con todo el
silencio que mis ciento cuarenta quilos me dejan. Abre la puerta apenas para
espiar y entonces la empujo seductoramente.
-Buenos días- digo.
No me contesta, no se mueve de donde la dejé. Cierro la puerta.
-¿Por qué me esperás en la escalera?
-Buen día.
-Buenos días, sí. ¿Por qué me esperás cada bendito día en la escalera?
Se desata la bata y me mira el pecho. Se me revuelven las tripas, siento que me
tiembla la papada. Me mete la mano en el pantalón y no alcanzo a saltar para
atrás, aunque trato, como si tuviera los zapatos pegados. Abre grande los ojos.
-Sabía que eras un Guis.
La miro casi confundido.
-¿Vos también?

38
Catyara Relatos I

Un café

-“Es mucho mejor— no–- Es mejor estar presente cuando vuelven los bandidos,
que sentarse con la luna a discutir sobre la muerte”… Muy buena frase, ¿sabés?
Veo que tus frases son fuertes, como si tu fuerte fueran las frases.
-Yo noto algo similar. Creo, y es meramente mi opinión, que hay una cadencia
que responde a los simbolismos, quizás, correctos. No… sabría explicarlo de otra
manera.
-Claro, y además, hay mucho de música, acá ¿no? Como si vos entendieras los
valores, por ahí, de un modo acelerado. Somos de otra época… No le ves rédito
a quedarte con lo periférico, un poco ¿no?, de la idea… Entonces existe, es, se
plasma solo lo esencial. Lo necesario- explicó Julio.
-Lo que no va, no va. Importantísimo- agregó Jorge.
-Estuve estudiando un poco sobre eso y creo que para mejorar, como que
necesito simplificar el proceso, y de paso, el producto. Que lo que soy vaya de la
mano con lo que hago.
-Claro. Vos sabés que yo, junto con otros de mi época, fuimos prácticamente
alumnos del Maestro aquí presente, y tu generación también, eh, son alumnos
del Maestro. De esa forma, hay una empatía general, digamos, entre nuestras
épocas.
-Todos alumnos míos y yo alumno de Homero…
-No, no, clarísimo; solo quise expresar la… vasta influencia suya para con todos
los escritores “post-Borges” ¿no? El resto de los mortales- bromeó.
-Por favor, no lo consideraría así ni por un segundo- dijo Jorge con una sonrisa -
, pero sé cuándo tomar un cumplido. Gracias. Pero me refería, quizás, a las
formas. No sé realmente cuánto habrá leído el muchacho, pero distingo una
madurez excepcional en los textos. Una vez le dije a Bioy que se despegara un
poco, que necesitaba despegarse de las influencias. Y eso, no digo que fuera
simple obra mía, sino una decisión interna suya… Bueno, que necesitaba escribir
lo que realmente tenía en la cabeza, sin tapujos y, de hecho, le ha ido fenomenal.
-Madurez… Nunca mejor explicado- Julio soltó una risotada -. ¿Viste, para qué
sirve sentarse a conversar con los maestros? Uno aprende un montonazo de
cosas… Eh, me dijeron que te gusta mucho el jazz, ¿puede ser?
Fernando asintió.
-Podemos poner un disco de mi queridísimo Coltrane.
-Si al maestro no le molesta…
-Pero, por favor. La música está hecha de las más altas cifras del alma. Para un
hombre como yo, sin… tiempo, quizás, es una picardía no haberlo intentado
antes… haber sido músico.
-El muchacho aquí es guitarrista- dijo Julio mientras colocaba el disco.
-Sí, sí, lo sé; por eso lo digo. Me hubiera gustado ser un artista más completo.

39
Catyara Relatos I

<Tuve, un poco, el sueño de ser pintor, pero mi vista no me lo permitió. De joven


adoraba pasearme por museos; asistía a toda clase de eventos sociales (a los
que era invitado, al menos)- señaló el maestro con alegría -, y en todos ellos, el
arte que más me fascinaba era la pintura… Bueno, la escultura también; bah,
que digo, ¡todas las plásticas! Me fascinaban. Ya de grande tuve la suerte de
recordar aquellos cuadros que me habían impresionado- pausa -. Un pobre
consuelo, lo sé. La ironía de la vida.
-La ironía de la vida- acordó Fernando sin evitar una sonrisa -. ¿Sabe? Además
de las plásticas, a mí me gusta mucho la fotografía y el cine, y hace poco vi una
película que se llamaba Collateral Beauty, ejem, y trataba justamente sobre eso,
sobre cómo surgen cosas hermosas incluso de las tragedias. Yo creo que para
que usted pueda recordar un cuadro ahora, que está sin tiempo, digamos, tiene
que haber amado la obra de una manera…
-Concuerdo al ciento por ciento- aportó Julio -. Para mí es un amor incondicional,
es una manera tan distinta de ver al arte en sí, que quizás sea eso lo que
condicione su propio arte, ¿no? Quizás, gracias a ello, usted se haya distinguido
de tal manera.
-Amor.
-Bueno- accedió Jorge -, esa es una forma muy poética de verlo. Quizás tengan
razón. No en lo de distinguido, no, sino en esa fascinación insana que me aqueja.
La verdad, me siento adulado; ya podemos cambiar de tema.
Rieron de buena gana.
-¿Por qué no te gusta Artaud?
-No tengo la menor idea. Quizás porque me recuerda un poco a mí, a veces. Al
menos cuando no me entiendo.
Julio soltó otra risotada.
-Iba a decir exactamente lo mismo. Qué loco.
-Pasa que esa confusión hoy la veo como falta de madurez.
-Y, en aquellas épocas era distinto, era algo mucho más visceral.
Jorge asintió.
-Y a pesar de ello no menos incómodo. Pocas veces tuve el agrado de disfrutar
palabras que dijeran cosas distintas de las que dicen. Incluso, hubo un personaje
que me sacaba de las casillas, un tal Bustos Domecq.

-¿Escuchaste a Esperanza Spalding, Julio?


-No. No que recuerde.
-Ah, cierto. Es una chica, debe andar por los cuarenta. Una mano asegurada.
-Poné lo que quieras. Sé libre –sonrió -. Después le pedimos a Jorge que nos
haga escuchar algo también.
-Ah, no. Su gusto es mucho más amplio que el mío. Yo no podría recomendar
más que algún tango.
-A mí me viene bien- dijo Fernando mientras reproducía.

40
Catyara Relatos I

-Por supuesto.
-Bueno, en ese caso, no hay problema. Eso sí, a la antigua como Julio. Nada de
aparatos nuevos. Les tengo un poco de miedo- dijo simpáticamente.
-Sí, yo estoy seguro que en algún momento se va a parar una tostadora y me va
a correr de la casa.
-Casa Tomada de nuevo.
Rieron.
-Sí, pero esta vez sabría de dónde vienen los ruidos… Ahí, decís que entra mucha
información, ¿cierto?- Fernando asintió levemente -; y, ¿más o menos cuánto? O
sea, ¿cómo se mide… eso?
-Y, en bytes.
-Ah. Algo había escuchado.
-Es una unidad métrica de información digital. Música, papel, lo que sea, se lo
convierte a ese formato y se guarda más o menos como si todo fuera lo mismo.
O sea, acá hay música, libros, fotos… que se yo. Un poco de todo.
-Y todo eso, ahí dentro.
-Sí.
-Qué bárbaro- dejó escapar el Maestro.
-No es tan así, pero como para que se den una idea.
-Che, suena muy bien… Tiene grandes músicos, la muchacha.
-Hoy por hoy son de lo mejor.
-Y, ¿quién es el contrabajista?
-Ella, Esperanza. Es una mostra.
-¡Ah, pensé que era la que cantaba!
-Sí, sí, también.
-Uf…
Jorge observó la escena un poco distraído.

-Me hubiera gustado muchísimo dar clases ahí. La… la idea, ¿no? Formar
escritores profesionales, es lo que tendría que haber pasado desde siempre. En
mis épocas uno se la pasaba adivinando… Incluso la mejor decisión que se podía
tomar para expandirse como artista era viajar. Irse.
-Material siempre hubo- aclaró Jorge -. Pero concuerdo enteramente. Está
enfocada, la carrera, en la producción. No es lo mismo que Letras; es más difícil,
inclusive, porque tienes que aprender no solo los métodos de la lengua sino
también su lado artístico. Son, al menos, dos puntos de vista que pudieran ser,
también, antagónicos.
Fernando simplemente asintió.
-A mí también me hubiese dado gusto enseñar allí. Además, es una institución
pública ¿no?, libre de la presión de los de fuera- continuó.
-No se preocupe, Maestro. Enseña ahí por defecto. No hay una sola clase en la
que no ande un texto suyo dando vueltas.

41
Catyara Relatos I

-Deben ser aburridísimas, entonces- bromeó -. Imagino que se ve un poco de


todo.
-Cierto, pero no le miento. Es a quien más se lee.
-Y, sí. Si uno quiere aprender a jugar a la pelota debería mirar a Maradona, ¿no?
-¡Al fin! ¡Un poco de sentido común!
-Gracias, muchachos… La verdad es que hemos pasado la tarde entre halagos y
he sido la víctima principal de ellos. No podré salir por la puerta, a este ritmo.
-Halagamos recién a Esperanza, también- bromeó Julio.
-Y al café, que está buenísimo.
-Y al café, claro- reflexionó -. Lo que sí, todavía nos debe un tango, Maestro.
-Deje a Esperanza hacer lo suyo, que lo hace fenomenal- respondió de buena
gana -. Aunque no sería mala idea que Fernando tocara alguna música de su
autoría, ¿no? Escuché que es bueno.
-Sería una falta absoluta de respeto. Demasiado con que perdimos tiempo en los
cuentos hediondos esos…- rieron -. No, la verdad, es que me da muchísima
vergüenza y realmente considero que no estoy a la altura de la situación.
-Mirá, si me escucharas tocar la trompeta…

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Catyara Relatos I

Otro café

-¿De verdad que tomastei café con Borge’ y Cortázar?


-Pero, más vale, Petra, o ¿no le creés a la televisión?
-Ay, chiquillo… Si no fueras tan bonito te cagaría a trompadas, boludo- soltó en
burla.
Dos latinoamericanos en un apartamento diminuto y con una sola ventana, poco
más que costumbre si no fuera en Barcelona. Fernando amagó a poner un disco
de Eric Johnson pero hesitó por cortesía. Pedro incitó a que lo hiciera.
-Tu eres el músico aquí, ¿no? Sorpréndeme.
-Che, y ¿cómo te digo…? o sea, ¿qué nombre usás cuando no estás de escritora?
-¿Escritora? primero que nada, poeta. Así, sin género. No me va eso del
pintalabios si no es pa’ la calle- Fernando soltó una risita -. Pedro está bien.
Aunque Petra me gusta.
-Y, ¿me vas a dejar de cagar a pedos en algún momento?
-Te vai a tener que comportar.
Compartieron una mirada endémica, como queriendo cargar en el otro las
cicatrices.
-La pregunta del millón: ¿Te enamoraste de verdad alguna vez?
-Estoy enamorado ahora- guiñó el ojo.
Fernando había sido víctima de sus insinuaciones ya. Compartieron un vino
mendocino y escucharon la música.
Allí, en esa Barcelona casi sudamericana, el recuerdo y la incomprensión de las
vidas de los demás los empujó a cerrarse en un cuarto de cuatro por tres, para
apagar la noche con olor a café molido.
-Porque la tarde olía a azahares frescos- citó el muchacho.
-Mmm… ¿Por qué?- dijo Pedro -. Ya, pue’. Ponte en cuero.

-¿Un cafesito más?- ofreció Fernando calzándose el jean, todavía descalzo.


-Lo que tú quieras. ¿Tení mate aquí?
-Tengo- volteó a buscar la tetera -. Qué bueno que tomes mate.
Pedro se levantó del colchón y tomó la guitarra.
-Toca algo para mí.

-Puta, que eres metalero. ¿Siempre cantai en inglés?- preguntó Pedro más con
los ojos que con la boca.
-No, pero me queda cómodo. No sé bien por qué. Pero no hablemos más de mí-
hizo un gesto y se llevó la mano al mentón, cansado.
-Ésta noche no. No quiero hablar del sida ni de mi carrera ni nada de eso.
Hagamos arte.
-Pff. Y lo de recién, ¿no fue arte?
-No- estiró la vocal -. Ojalá hubiera sido arte.

43
Catyara Relatos I

Fernando trajo consigo el mate y el termo y los puso a los pies de la cama.
-¿Dibujás?
-Puedo intentarlo.
Hurgó entre el montón de ropa que había en la silla y sacó un cuaderno, y algunos
lápices y colores.
-Oye, eso de la quimio, ¿te pasó a ti o es pura crítica social?
-Crítica. Se me ocurrió por lo del remedio que es peor que la enfermedad ¿no?
Al final se me fue de las manos, como todo lo que hago.
-Como si las cosas cobraran vida.
-Como si no fuéramos tan putos y sudacas.

44
Catyara Relatos I

The Interview

-We…depredated everything…we destroyed…rything.


The screen went dark.
-Do you know him?
-No.
The doctor looked right into his eyes. A second before was taking notes.
-Do you have the capacity to tell who is who?
-You mean, if we can recognize ourselves?
-Yes.
-Of course.
The doctor got back to the notes.
-Why do you think he send us the tape?
-He was desperate. They almost destroy the planet.
-He’s not one of you, then? Who are they?- paused -. Who sent the video?
-He was something between you and us.

-Is this your first time among us?


-Presently, yes- as getting no reply, he continued -. We perceive space in a
different way.
-How?
-I couldn’t explain but with experience.
The doctor went visible exited.
-Is it possible, then? Would you show us how to do it?
-I won’t, it’ll kill you and absorb the rest of the room in the process.
-But, what if we isolated the… process. Is there—
-No. It’s no matter of technology, is evolution- explained -. My eyes are residues
of history but I don’t really see, it’s more like a smell sense. I perceive light in
many levels but not in an image form. That’s how my consciousness work, not in
the brain but throw it.
The doctor abandoned typing.
-So, you’re saying that if me or other human being…
-Yes.
-…try something like that, like… space travelling, we would die because we, hum,
see things?
-And disappear, probably. I don’t know, it hasn’t been done.
-Then how you know it wouldn’t work?- the doctor went exited once again.
They stared at each other.
-Alright then.
The whole room imploded.

-Where is Dr. Miles? Where did you take him?

45
Catyara Relatos I

-Nowhere. He disappeared.
The new doctor shook his head.
-You can’t give that kind of answer. He is important to many people; the man
has a family and friends and a lifetime work that brought you here and even kept
you alive.
-Don’t threat me. I am not afraid of you nor guns. And you’re wrong, I am not
alive.

-You said before that you are not alive. What’s that supposed to mean?
-Nothing else than that. My tissue depends on carbon… reflection, I guess. I do
have a heart but it’s not as important as yours in comparison.
-Are we weaker?
-A lot. I won’t die. There’s no end to my existence.
The doctor kept taking notes.
-How many of you actually are out there?
-According to your way of seeing things just a few, but I couldn’t tell.
-Approximately- insisted -. How many?
-Three, four… Again, I couldn’t tell.

-Are you evolved humans?


-No. We occupied the planet after you and other trillion species went extinct.
-Aha. I see- he took off his glasses and put them back on -. When this happened?
I mean, could you provide a precise date of extinction?
-Well, it is a long process…- the doctor agreed -. It already started. The last one
of you will die in October the twenty fifth, two thousand and fifty two.
-Shit. It’s just a couple years from now.
The creature agreed.
-Your existence will be unbearable beyond reason seven years before that,
almost. The survivors to the earthquake will live in the mountains, practically
starving and with no connection between them.
-But, why? Couldn’t you or other like intervene?
-No. It already happened.
-And there’s nothing we can do, as a specie, I mean? Nothing at all?
-It’s too late.

-Hello. I’m commander Spe and I’m in charge of the situation with Dr. Miles. I
am a member of the government. Do you understand that?- the creature made
a gest with his mouth- What’s that? Is that a yes? Nevermind. I’m important to
a lot of people—
-Stop clarifying, I do not care.
The commander hesitated.
-Well, we know. Or we think we know. This is no ordinary situation.

46
Catyara Relatos I

-It’s still not my issue.


Spe saw his own image reflected once more in the mirror at his left.
-What happened with Dr. Miles? That’s all I want to know.
-He disappeared from existence. He is not in other dimension nor time-space
continuity. I cannot get him back.
-Did you tried?
-As soon as I took him.
The commander awaited for resolution.
-And?
-He disappeared.
-But, let’s imagine it was some other situation. Could you bring someone from
the past or the future?
-I come from the future.
-Yes, you told us.
-Well, there you go.

47
Catyara Relatos I

Angie

A pesar de todo lo que aprendí, lo que más me impactó fue que el cementerio
estaba dividido en pabellones, como en la cárcel.
¿Será una constante?
Conocí al Ángel de la Muerte esa misma mañana, en la sala velatoria. Como a
todos los asistentes, me llamó poderosamente la atención. Tez blanca, pelo
moreno, barba de una semana, lentes, un metro ochenta, nariz prominente.
Destacaba desde el final de la muchedumbre, la mayoría eran viejos. Remera
negra, pantalón negro, zapatillas negras. Por alguna razón se acercó a mí, luego
de que lo mirara varias veces de reojo.
Pude oír sus pasos incluso en medio de las conversaciones. Se paró ligeramente
detrás de mío y me sentí ansioso. Esperábamos a los allegados con el ataúd.
Yo también vestía de negro. Dijo que su nombre era Angie pero que le decían
“Kuku”.
-Es un insulto. Éste ritual ya no posee significación. Lo que queda es burocracia-
no encontré manera de responderle -. La familia sufre en público. Una puesta en
escena- continuó -. ¿Quién lleva el cofre? ¿Cuántos amigos asisten?
-Sí, es lamentable- dije volteándome hacia el frente.
El acompañamiento hasta el coche constó de unos pocos metros. Sin música. Los
empleados de la funeraria vestían trajes negros, camisas y guantes blancos.
-¿Tiene cómo llegar al cementerio?
-El dos dos uno, gris- señalé y asintió.
Tardamos menos de cinco minutos. Yo iba al final de la cola, no lo vi subir a
ningún auto en particular.
Cuando llegué ya estaba ahí. Pabellón D. Bajaron el cofre y caminamos hasta el
nicho.
-¿Cuándo hay que renovar el contrato de alquiler? ¿Quién se encarga de las
flores?- preguntó sin más, continuando la conversación, mientras los familiares
se despedían por última vez. Sentí su aliento, su presencia, pero no pude voltear
a verlo -. Lo único que yace son huesos, lo demás se evapora, va a parar a ningún
lado.
-Y usted, ¿cómo sabe?
-Soy el ángel de la muerte, ¿no se dio cuenta?
Las personas que teníamos alrededor se alejaron de a poco. Sonreí.
-Puedo probarlo. Haga la pregunta- me sorprendí -. No hace falta- se respondió
-. La culpa la tiene usted. Pudo haber ido.
Retrocedí unos pasos. Balbuceé pero me interrumpió.
-Cree que está aquí de casualidad. Su vecina también tenía que morir hace dos
años. Me costó encontrarla.
-¿Encontrarla?

48
Catyara Relatos I

-Sí, encontrarla. Cuando ocurre un... Estoy en todos lados al mismo tiempo, como
se imaginará, es usted una pieza difícil.
Pensé en el accidente y también en la huida en la sierra.
-¿Lo del puma?
-El puma. No tengo poder sobre los animales, pero puedo manejar sus entornos.
Los puse en buena huella, andaba usted en un alazán bravísimo.
Sentí que me vibraba el cuerpo.
-Hoy se muere- aseguró -. No se puede escapar de nuevo, este lugar inmundo,
esta escena. Mire lo que ha hecho.

49
Catyara Relatos I

Bestiario

Es la revolución total del arte, ¡del mundo, qué no! Yo digo: esto los estampa en
Europa, se van a cagar los gringuitos. Cinco tenía. Marino tenía cinco años.
¿Cómo te gustaría llamarte? Salomé. Ese es nombre de nena, cabezón. ¿Y? A mí
me gusta. ¿Las nenas? Sí. ¿Vos no serás putín, no? No. ¿Y por qué Salomé, si es
de nena? Marino tenía hormigas entre vidrios, era un formicultor (criador de
hormigas dentro de un formicario hecho con dos vidrios y un marco espacioso de
madera) como cualquier otro ser humano pequeño solo que pintó las patas de
las ciento veinticuatro hormigas y le pintaron las hojas del diario de campo. ¿Te
gusta pintar a vos? Me gusta que pinten ellas. Hizo muchos cuadros patafísicos
desde entonces. Soy un ávido lector de Cortázar. Les gusta decir ávido a ustedes,
los cortaciarianos. En El Arca, Marino tomó un ejemplar de cada insecto sudaca
y les pintó las patas en azules varios. A los catorce empecé a tocar el chelo y a
los dieciséis el piano. ¿Cuándo vas a traer una chirusa, cabezón? Una princesa te
voy a traer, a las chirusas las dejo en la vereda. En su tercer etapa, la patafísica,
comprendió que podía inducir comportamientos en los bichos. Si toco una
invertida doblan a la derecha y nada más. Pero solo las moscas. Solo las moscas.
Por eso es que diseñamos la tela flexible y el arco de puntos. El cazador de
hormigas volvió repentinamente a las hormigas luego de haberse cansado hasta
el hartazgo de las otras entidades útiles para pintar. Las pongo acá y las dejo
salir, que hagan lo que quieran. Arte que se construye solo. Ajá. Algo purísimo,
digo. No sé qué mierda es el arte, yo juego con hormigas. Uno de sus primeros
experimentos fue con ciempiéses (la opción obvia para pintar): Alimentó un grupo
con hojas teñidas y le pintaron el cuadro con exudados dérmicos. ¿Qué les vas a
dar? Ah, sorpresa milanesa. Dale, ¡decime!, así les tiro un chori a los giles del
diario que están insoportables. Nada. Que cagón que sos, cabezón hijo de puta.
Abrí que hace calor y de paso tirate. A tu vieja me voy a tirar. Marino transformó
el arte al explicitar el coso de que pasa todo como en la vida. ¿Cabe? Abrí que
hay que ir moviendo la porquería esa que mandaste a hacer. No sé, vieja, no
contesta. Dejá, dejá, la tiro abajo. ¿¡Cómo mierda iba a saber!? ¡Si no me dijo
nada! Colorado, Marino se hizo comer en la jaula y los gusanos pintaron los
diarios con caquita.

50
Catyara Relatos I

La bohemia

No cambié mucho con el paso de los años; sigo, como chico, escapando a ser
nombrado verdugo de los insectos que rondan las paredes. Estoy absolutamente
convencido que toda vida es preciosa; digo más, inestimable. En mi morada
caminan bichos por doquier, que nunca molesté por mi buen corazón y temple,
sin importar las veces que opinaba que tal o cual podría lastimarme o las veces
que lo repetían los de afuera.
En mi morada hay insectos y ahí se quedan. Como mucho los espanto con la
mano, golpeo cerca de sus patas o chispeo el encendedor, pero solo si andan
cerca de comida o en algún otro caso extremo. Por lo demás, convivimos, y,
aunque no podría asegurarlo, pareciera que notaran mi paciencia. Los veo a
veces indecisos, preguntándose si es buena idea escalar desde la pata de la mesa
a la tabla. Se quedan quietos moviendo solo las antenas, titubeando, quizás
honrando de nuestro tácito acuerdo.
Todas las veces, lo juro con la mano en el pecho, dan la vuelta hacia otro lugar.
Excepto por antes de ayer a la mañana, que me vi envuelto en una rabieta sin
sentido contra la mala suerte, y con el impulso del enojo, pateé sin querer el
zócalo que bordea una de las tantas salientes de mi morada asimétrica. Después
de haber chillado, lavé la herida y calcé ojotas para dejar que el aire haga lo
suyo. Ya de noche y con la herida descubierta, estaba frente a un té rojo con
miel y vi como uno de los insectos hesitaba frente a mi dedo machucado. Éste
bicho en particular, posiblemente nuevo en mi morada, en vez de dar la vuelta,
avanzó hacia mi pie. Sacudí todo mi cuerpo en un espasmo medio voluntario y
medio inconsciente que lo hizo retroceder unos cuantos pasos, que en medición
métrica deben haber sido seis o siete centímetros. Y ahí se plantó a mirarme, no
directamente sino al dedo, que le llamaba de alguna forma la atención. Y avanzó
unos pasitos.
Mientras, debatía entre sacar el pie del sitio o hacer alguna clase de ruido que lo
espante, y entre mis ideas y la fuerza que debía aplicarle a mi cuerpo para
contener otro espasmo, el bicho se acercó más y esperó. Estábamos quietos los
dos, yo quizás temblando y él moviendo las antenas, y un silencio extraño llenó
la morada como si estuviera apunado. Una conexión: solo él y yo.
Si bien el golpe no había sido la gran cosa, tenía media uña partida y muy poca
sensibilidad, cosa que comprobé al lavar el dedo. Pero, a causa del extraño
momentum, sentí una caricia de antena, algo indescriptible. Era bastante más
suave el bicho que yo, pensé que quizás él creyera que estaba ante un ser áspero,
o le diera asco o curiosidad. Supuse que si el tacto era agradable no correría
peligro: uno sabe, al tocar una rosa, que las espinas pinchan y los pétalos no
porque son sedosos. Entonces, el bicho sería como pétalos, solo que más feo y
de color marrón. Posó una pata en la uña, aún más suave que la antena, y trepó

51
Catyara Relatos I

con cuidado, como si supiera. Yo podía sentir cada uno de los movimientos por
el extraño momentum y dejé que hiciera lo que quisiera. Finalmente, se acostó.
Me acordé ahí, en cuanto el bicho se quedó quieto, que mi morada había sido
habitada antes por otros insectos y personas. Como la Finada, como la llamaba
Pedro con algo de pudor campero. No sé su nombre y no me atreví a preguntarlo.
Me contaban historias sobre ella, la recordaban flaquita y con sida, y bohemia.
Por esas casualidades de la vida, vine yo a parar a este pedazo de cemento
irregular y de pronto no pude dejar de pensar en ella. La sentía en el calor que
entraba por el tragaluz de la puerta, sabiendo que había bañado sus dedos como
yo bañaba los míos en el haz de luz, o la veía mirando por la única ventana, que
aunque hay balcón la vista realmente no se le compara, o la escuchaba hablar
con sus plantas mientras afinaba el violín. La Finada, probablemente tan amiga
de los bichos que se habían acostumbrado a subirse a la mesa pero después de
haber pedido permiso. La Finada, la llamaba Pedro.
Gabi la conoció mejor que nadie, eso lo pude ver en cuanto me habló de ella por
primera vez. Le brillaron los ojos y sacó un par de acordes tristísimos en el
acordeón. Me contó que era puro amor, amor puro, que no molestaba ni a los
bichos, que le encantaba la música y pintaba lindo. Gabi escribió una poesía
cuando ella falleció y me la recitó el mismo día que me di el dedo con el zócalo,
antes de ayer.
Miré al bicho, que estaba quieto.
Pensé. ¿Será?
Por las dudas, chasqueé los dedos. Nada. Amagué a parame y nada. Se me trabó
la garganta. Agarré el encendedor. Si con esto no se despierta, pensé.
Se me cayeron lágrimas y no traté ni siquiera de estirar la cara, que la tenía tan
arrugada que parecía que iba a darse vuelta.

52
Catyara Relatos I

Las Exploradoras

Ellas eran exploradoras con radar en la espalda. Yo era muy viejo para eso, así
que lo hacía a la antigua, con el olfato. Me miraban como si fuera una especie de
maestro, aunque les aseguré que no existía tal cosa, que todas las ratas podrían
hacerlo.
Salimos del túnel y era de noche, lo que a mí no me gustaba porque ya conocía
lo que sucedía cuando las cosas se salían de control. Bajé por el lodo confiado en
que pisarían mis huellas e imitarían mis movimientos.
Resbalaron y fueron a parar a un claro. Había cientos de ratas ahí, tan grises
como nosotros pero listas para el caos, y se les abalanzaron. No fue la primera
vez que vi como una rata se comía a otra, pero no lo pude soportar y tuve que
huir. A mí no me tocarían, no solo era viejo sino también fuerte, y eso las
amedrentaba.
Las colas gruesas reunidas prendidas a las colas finas del mismo rosado, simples
ratas. Escalé nuevamente y tuve una panorámica de la carnicería, vi masticar
ojos y pedazos de dientes y cuanto quedara de las exploradoras. No pude evitar
preguntarme por qué. Qué había pasado para que nos volviéramos en nuestra
contra.

53
Catyara Relatos I

Silencios Fantasmas

Era yo un brujo en el siglo quince, y claramente no lo soy. Me refuto pensando


en el pasado, porque todo lo acontecido en mi historia tiene poco de creíble.
Pero igual no quisiera detenerme en los detalles, por más invención que
parezcan, porque sería grosero para el lector que estáse esperando una historia
de fantasmas y aquí le va: Vi a uno, parado y todo. No habló ni se movió ni me
asusté. Dije: Es un fantasma. La primera cosa que hice después fue tratar de
establecer un contacto pero no sucedió, porque como vino, se fue.
Qué macana, la oportunidad de mi vida, dije. Ahí que traigo a colación lo del siglo
quince, que me enteré que lo había sido en una vida pasada en una sesión de
Registros Akáshicos o algo parecido, no sé muy bien cómo se escribe. La vidente
o terapeuta me sentó en una silla, hizo bendiciones y habló con los espíritus. Esto
se parece a los umbandas, pensé, pero la vidente habló a través de uno de mis
Ángeles que me quería decir algo, dijo: Nada de umbanda. Apa, pensé, y hasta
creo que lo dije, o se me escapó.
A los días llego a mi casa. Yo venía de hacer lo de siempre y entré como de
costumbre y abrí la heladera y la cerré. Volteé con el plato en la mano y en el
reflejo del espejo estaba la gata de una amiga que se llama Juana, la gata, y la
tenía de casualidad. Me hizo acordar al fantasma que lo había visto en el comedor
después de la cena, y me propuse ir en busca de uno de esos aparatos que sirven
para invocar fantasmas, pero no me hizo falta porque apareció solo. Dijo: Nada
de umbanda, tomatelá. Apa, se me escapó. No me asusté pero me dio mucha
curiosidad sobre como hacían estos bichos para leerme la mente y le dije, sin
más rodeos: ¿Vos sos un fantasma? Y me hizo que sí con la cabeza, bajó el
mentón hacia el pecho y lo volvió a subir. Bueno, pensé, si me entiende y además
me lee la mente debe saber qué es lo que estoy pensando, dijo: Claro, me vino
a increparme uno de tus Ángeles, ya sé que se me escapó el me, decile que no
me venga más. Bueno, dije, y le ofrecí la hamburguesa pero ya sea había
desvanecido. Mejor, pensé, más para mí.
Fui a ver a la vidente a los días. Había olvidado una almohada en la sala y le
había tenido que avisar que iría mediante una llamada telefónica, porque esa es
mi almohada de la suerte y la llevo a todas partes. Recordé que acordamos que
mi exesposa pasara por la almohada, que había tenido que llamar a Julia para
pedirle que pasara por la vidente y que ella contestó que iría el martes, y yo
agregué: No, dejá. Voy el lunes. Insistimos unos minutos sobre quién iba a lo de
la vidente y había ganado yo, que, como se imagina, era lunes y estaba buscando
la almohada. La vidente me dijo que entrase, que tenía algo para decirme, y
después de ofrecer un café que no tomamos, sacó unos bizcochitos para
acompañar. Que bárbaro, se me acabó el café, dijo. Le pregunté si no tenía otra
cosa, una leche chocolatada quizás o una caña dulce para escuchar su relato que
ya lo imaginaba amargo. Julia le había dicho que me dijera que le llevara la gata

54
Catyara Relatos I

si me molestaba, que le sobraba espacio, pero yo estaba un poco apegado a


Juana porque se me aparecía de repente y después se iba; en fin, éramos amigos.
Qué iba a ser de mí cuando mi amiga se llevara la gata, pues no lo sabía al
momento pero lo supe cuando pasó. La extrañé bastante y hasta diría que todavía
me pasa, sí, en realidad me pasa siempre que estoy solo o cuando no aparece el
fantasma, que viene cada vez más seguido. Hablamos poco porque no es un tipo
que diga mucho más que lo que ya dijo, pero le gusta verme cenar y que yo le
cuente sobre mi vida con Julia, que se había ido a vivir sola a otra casa más al
centro, y yo me quedé donde estoy, en Avellaneda.
¿Qué cómo empecé a escribir? Un día pensé que sería una buena idea y que
quizás me ayudaría a organizarme un poco. Eran tiempos donde me encontraba
muy solo y no tenía con quién hablar, reirme o jugar cartas, y vaya que todavía
estoy así, pero ahora veo las cosas de una forma positiva: Dije el otro día: le voy
a invitar un café a la vidente. Cuando la llamé me preguntó si todavía veía al
fantasma y cuando le respondí afirmativamente, me preguntó si podía invocarlo,
y cuando le respondí que sí me pidió que lo haga. Pero ella no se enteró porque
el fantasma no habla ni agarra ninguna cosa entonces no le pude pasar el
teléfono ni ponerlo en altavoz y se tuvo que quedar con las ganas conocerlo. Lo
bueno es que lo vi emocionado, como si el Ángel y la vidente fueran una especie
de audiencia para que él pudiera ser como era, un fantasma. Entonces pensé en
proponerle que actuemos una obra de teatro pero ya se había desvanecido. A los
dos meses me entero por la radio que un fantasma se presentaba en el Borges y
pensé: A que es el fantasma que me leyó el pensamiento y está haciendo una
obra, y era él nomás. Vino una tarde a lo de Julia cuando yo había pasado a
buscar la almohada, que con esto de la vidente se me había olvidado, y me dejó
tres entradas. Dijo: Vos, Ángel, Juana. Listo, le dije, ahí vamos a estar. Julia se
le enojó e hizo un berrinche pero el fantasma no dio el brazo a torcer, como no
habla mucho y se desvanece tampoco se le puede insistir, pero ese día andaba
de buenas por el estreno y nos vio cenar y le contamos sobre cuando nos
separamos, que parece que la obra iba de eso. Digo parece porque no pudimos
ir, ni el Ángel ni yo, de la gata no hablo porque paso mucho sin verla y no quisiera
suponer que la conozco demasiado; sí, fuimos amigos, pero uno deja de tener
contacto y en ese sentido Juana es un poco como el fantasma, puede agarrar
algunas cosas, platos, pero no puede decir mucho más que lo que ya dijo. A
veces, cuando iba a lo de mi amiga al centro a ver a Julia, me cruzaba con la
gata que había robado las entradas del estreno para llevar a la vidente a ver la
obra y vaya a saber a quién más. Yo ya no confío en ella y eso que le enseñé a
decir por favor y gracias, que ahora que vive en el centro le puede ser útil. A Julia
le molestan los modales, más los del fantasma que todavía quiere conocer a la
vidente, porque el Ángel se pasó de vivo con ella y lo dejamos fuera del grupo,
al final creo que ninguno fue a ver la obra.

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Catyara Relatos I

Épica

La noticia no fue bienvenida pero la esperábamos. Mi tío (tío-abuelo) no podía


ser la excepción a pesar de su jovialidad, incluso cuando el cáncer ya no le dejaba
siquiera dormir.
Asistí a los eventos con mi padre y mi tío, organizamos las cosas que serían
heredadas de las descartadas.
El viejo vivió siempre en la misma casita. Decía que en las cosas pequeñas se
encontraban los misterios del mundo. Se llamaba Justo, había viajado por el
mundo en sus años fuertes y contaba historias que escuchábamos los tres, en
los días en que visitábamos la cabaña. Íbamos a llevarle provisiones, mayormente
vino y tabaco. Alrededor del fuego, en el que solía descansar un buen trozo de
carne, nos sentábamos sobre lo que podíamos encontrar.
-¿Recuerdas las historias en el fogón y las búsquedas de troncos…?
Solo pude asentirle. Mi padre también había forjado un vínculo inquebrantable
con el viejo. La casita parecía solo una cabaña, ni siquiera quedaba el olor de la
huerta. Cuando su estado pasó a ser realmente grave, mi tío llevó a su padre
consigo para que tuviera la asistencia apropiada.
A penas entramos sentí el encierro y el frío. Tomamos café sin decir una palabra
y nos pusimos a trabajar. Por alguna razón que desconozco, quizás por no
haberlo hecho antes, decidí ir primero hacia la habitación. En realidad, la casita
poseía solo dos cuartos: un taller y almacén y el dormitorio de Justo.
La cama también era pequeña. Un armario con ropa, un espejo y una silla con
cuentas pagas. Metí las prendas y lo que había suelto en una sola caja, incluso
sábanas, y la llevé a la sala. Cuando volví, levanté el colchón y nos cambió la vida
para siempre.
El viejo a veces tomaba demasiado e incluía historias de viajes hacia un mundo
de elfos y enanos como en las novelas épicas. No le creímos, pasó a ser broma
familiar. Pero debajo del colchón hallé una lanza de madera partida en cuatro,
una cota de malla oxidada, un carcaj, una petaca de metal de proporciones
ridículas y un libro escrito a mano por el viejo, atado con un hilo grueso.
A penas vi todo aquello llamé a los demás. El texto explicaba los objetos y
relataba cronológicamente el viaje de Justo por la tierra de los elfos.
A pesar del escepticismo obvio (que aún me acompaña) decidimos creer en el
libro y lo transcribimos. Cabe aclarar que el mismo no posee título y tampoco
omitimos detalle alguno, a pesar de haber realizado algunas correcciones.
De su puño y letra:

Hacía rato pensaba en escribir sobre las cosas que me han pasado. Ni
siquiera yo me lo puedo creer, pero si fuera un sueño hubiera despertado.
Todo comenzó en Gales. Fui por una pinta a un pub en el centro de Cardiff.
Hablé con nadie excepto el bartender, salí para el hotel y no recuerdo más nada.

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Catyara Relatos I

Desperté en un bosque con una jaqueca tremenda. Poseía todas las cosas
que había llevado al pub así que descarté la idea de un robo. Era de mañana y
hacía frío. Como no conocía el lugar pensé en preguntarle a la primera persona
que viera sobre dónde estaba y como volver a Cardiff. Después de caminar por
horas salí del bosque y encontré un pequeño río que seguí. Tenía sentido,
generalmente la gente se aposta en las márgenes. Luego de otro buen rato, oí
lo que en ese momento creí que era una fanfarria, que luego supe era un cuerno.
Me acerqué hacia donde me pareció que venía, anunciándome, para no darle un
susto a quien tocaba. Resultaron dos figuras a lo lejos, a una media legua. Uno
de ellos se movió y a los segundos una flecha me cayó a una yarda del pie, a mi
costado.
Entendí la advertencia y me volví, pero luego de unos pasos recapacité.
No había visto a nadie más y solo quería preguntar. Fui hacia ellos de todas
formas. Antes de llegar a la flecha clavada en el piso paré, les hice señas y me
senté, para que no creyeran que venía en busca de problemas. No tenía agua ni
comida y ya me sentía mareado; supuse que en algún momento habrían de
acercarse. Como no me moví dispararon otra flecha. Pensé que había tenido
suerte porque me cayó a un par de dedos del pie. Con tanto cansancio, resolví
quedarme hasta que me dieran o me ayudaran. Cuando se hizo de tarde se
aproximaron.
Más altos que yo, pelo rubio, orejas en punta, ropa holgada color tierra,
armados hasta los dientes pero sin pistolas. Parecían elfos. Me pellizqué el brazo
pero no desperté, como dije antes. Me presenté y me escrutaron. Les conté que
me había perdido y demás, y acabé resumiendo casi toda mi vida. Cuando me
cansé de hablar solo y protesté por la sed y el hambre, me dijeron sus nombres.
Rïd y Fel. Hablaron en un inglés malo y trabado. Confirmaron que eran elfos.
Los acompañé hasta un pequeño bosque donde vivían y tenían
plantaciones de frutas y hongos. Los elfos no comen carne ni usan refugios.
Nos hicimos amigos. En los días posteriores me enseñaron a usar el arco
y las espadas, prácticamente era todo lo que hacían excepto por explorar y cuidar
de las plantas. Me contaron que cada quien vivía como le venía en gracia. Algunos
eran artesanos, otros recolectores, otros médicos y así. Ellos eran guerreros y
defendían el estandarte élfico, respondían al rey que se llamaba Mirth. Le conocí
algún tiempo después.
Con Rïd y Fel exploramos todo el bosque. Lo conocían como la palma de
su mano. Les pregunté por qué continuaban explorando si era ese el caso. Les
pareció gracioso. Fel contestó que para qué seguía cazando si ya había comido,
respondí que uno necesita comer todos los días porque si no se muere y me
guiñó el ojo. No quise preguntar más.
Aunque parezca extraño, les importaba poco de dónde venía o quizás
nunca se sintieron con el derecho a saber. Escuchaban mis historias pero no
curioseaban. Supuse, como con la exploración, que así eran las cosas, que

57
Catyara Relatos I

debería dejarlo ser. Incluso cuando Mirth llamó a los lanceros del Gä (el bosque
donde vivíamos) a luchar contra los enanos del mar. Rïd quería ir a toda costa y
me convenció que lo siguiera. Fueron casi dos semanas de viaje, aprendí a usar
la lanza también, bajo la tutela de mis amigos. Conocí a otros elfos que iban hacia
el mismo lugar en respuesta a su rey. Todos parecidos entre sí y austeros
conmigo, nunca habían visto a un hombre.
En viaje supe que Fel era una especie de leyenda de la guerra del reino,
muchos se acercaban únicamente a saludarlo. Tuve que deducirlo, los elfos
cuentan de su vida en muy pocas ocasiones, de juerga o al borde de la muerte,
de manera que entendí también que me trataban parcamente no por ser de otra
raza sino que por no compartir su historia.
Mirth mandó a llamar a Fel para que liderara sus arcos y éste me llevó a
verlo, ya que el rey poseía poderes sobrenaturales y podía ver el pasado y futuro
de las criaturas. Por alguna razón no le funcionó el truco, pero le causé una buena
impresión y me dejó luchar, pero no quiso que estuviera con los arcos ni con las
lanzas, que era donde estaban mis amigos, para que probara mi valor real en
batalla. Así que, por descarte, formé filas con los espadachines. Éstos eran
relativamente pocos y no tenían una gran valía en el campo, ya que los demás
batallones también dominaban aquel arte a la perfección. Básicamente, uno se
convertía en espadachín porque no era hábil con las demás armas.
Allí conocí a varios elfos despreocupados y poco belicosos, la mayoría
estaba allí por obligación. Como las tierras del reino eran vastas, debimos esperar
al menos una semana más para el primer encontronazo, ya que no
completábamos filas. Tuve tiempo de dominar la espada y también aprendí a
forjarlas, o los rudimentos de la forja, al menos. También eran espadachines los
herreros, cocineros y criados, aprendí bastante de ellos también. En sus vidas
cotidianas eran en su mayoría artistas, artesanos y vagabundos.
El día de la batalla avanzamos hacia la provincia de los enanos del mar.
Cuando quise saber por qué del nombre me respondieron que eran estúpidos,
que no tenía una razón de ser, los enanos le temían al mar. En su mitología
existían brujos que gobernaban las aguas y, justamente, los brujos de sal eran
desfavorables a su raza.
La batalla duró poco y nada. Los arqueros hicieron todo el trabajo. El
poblado de los enanos quedaba en un pequeño valle al pie de la cordillera por
donde pasaba un río. Como los elfos veían a una gran distancia y disparaban aún
más lejos, ni siquiera tuvimos que escalar para dar alcance a los centinelas, que
eran solo un puñado. Luego de eso, el valle fue pan comido. No nos esperaban
y hubo algunas bajas casuales, pero los elfos solo mataban en la caza y en la
guerra, así que dejaron vivos a mujeres y niños y forjaron una alianza con el
pueblo. Según Mirth, estaban explotando minerales, algo que consideraba
horroroso porque empujaba a la avaricia y destruía la tierra.

58
Catyara Relatos I

Como era mi primera batalla, otros primerizos y yo fuimos llevados a un


prado a luchar contra los enanos que no querían amistad con los elfos. Se armó
un cerco de palos y nos arrojaron dentro con nuestras armas. Para mi suerte y
desgracia, éramos solo tres elfos y yo contra veintiséis enanos, número que hizo
que Fel protestara incluso yendo en contra de la costumbre. Cuando dieron la
orden de inicio y soltaron a los enanos, que estaban hechos una furia, yo había
decidido no matar a ninguno, pero antes de confirmar mí voto ya había caído uno
de los elfos. Allí supe que la cosa iba en serio y que no podía dudar. Hice de
tripas corazón y di muerte a cuantos pude. Fel los contó, fueron veintitrés.
La noticia viajó rápido y me ascendieron a líder. Volví al bosque con una
espada nueva y varios amigos más. Hicimos un campamento para guardar las
cosechas, porque pasamos a ser ocho. Aproveché para dormir bajo un toldo ya
que la luna brillaba muy fuerte y me costaba conciliar el sueño. Durante varios
días tuve pesadillas por la justa.
Me gustaba bastante plantar y cosechar. Dos de nuestros nuevos
acompañantes eran músicos y me enseñaron a cantar algunas de sus canciones.

Pasaron unos meses antes de que a Fel lo convocaran para acompañar al


rey como escudero. Rïd opinaba que esos rituales eran estúpidos y se quedó
junto a los demás. Yo aproveché a acompañarle, estaba harto de recorrer el Gä
y no poder ir mucho más lejos.
La ceremonia se celebraba en una de las muchas ciudades enanas que
eran amistosas y Mirth llevaba escuderos de renombre para opacar cualquier
intento de enfrentamiento. Primero llegamos a la ciudad élfica, que era
básicamente un campamento. Mirth me concedió una cota de malla y un escudo
con los símbolos de su clan y me sumó a la escudería. Casi no tuve tiempo de
vagar, pero alcancé a ver un mercado de intercambios y unas forjas dentro de
unos árboles gigantes. No era un bosque tal como el Gä, sino más bien una
pradera con plantas por doquier.
Cuando partimos, algunas muchachas se acercaron a ver el desfile y a
darnos regalos, mayormente flores y frutas. Como yo llamaba mucho la atención,
varias elfas vinieron a mi encuentro y me llenaron de obsequios, incluso tuve que
repartir algunos. Mi presencia causaba revuelo, corría la voz de que andaba un
forastero prestando servicio a la corona y ya no me veían como adversario, o al
menos no como al principio.
Llegamos al poblado enano en un día completo de marcha. Paramos
muchísimas veces a comer, beber y dormir, los elfos viajan siempre con
parsimonia y no les interesa andar a los apuros. No pude comprobarlo pero creo
que viven miles de años.
El pueblo enano se parecía mucho a los puestos feudales ingleses de la
Edad Oscura, coirón donde no había lodo, lodo donde no había coirón. Un fuerte
con un pequeño castillo de madera con columnas de piedra, recubierto por un

59
Catyara Relatos I

perímetro de palos atravesados. Le comenté a Fel lo del Medioevo y me preguntó


si yo venía del futuro. Me sorprendió que lo hiciera pero le dije que no lo sabía.
Señaló que quizá fuera buena idea marcar una columna con Herun (una tinta
para pintar que se adhiere a los poros de la piedra, imposible de limpiar) y fuera
a buscarle cuando volviese a mi tiempo.
Nos recibió un Jefe enano que era extremadamente gordo y nos condujo
a su castillo. Mirth observaba la decoración extasiado, comentando cuán hábiles
eran en aquel lugar para esos trabajos. El Jefe tomó los cumplidos con entereza
y dispuso un banquete formidable. Luego de trabar conversación con varios
enanos, mientras bebíamos cerveza y otros destilados, uno de ellos me regaló un
set de flechas de un metal ligero. Fel bromeó diciendo que se las quería sacar de
encima por no poderlas vender. Las agradecí de todas formas y le di a cambio
mi reloj de pulsera. El enano se presentó entonces como Fartie y me invitó a
pasar a beber con él cuando quisiera. No le vi muy entusiasmado con el reloj, ni
siquiera luego de las explicaciones sobre su utilidad, pero ya habíamos cumplido
el rito. Así que, terminado el banquete y las danzas, nos acostamos en unos
establos acomodados para los escuderos, ya de noche, y dormí pensando en las
flechas y mi nuevo amigo.
Al otro día se repitieron los eventos y retornamos de tarde. Acampamos a
medio camino y fuimos atacados por una manada de lobos gigantes. Fel mató a
cinco y yo a otros tres, pero varios lograron escapar llevándose consigo algunas
provisiones y también algunos escuderos. Mirth estaba rabioso y quería dar caza
a los lobos en plena noche, pero los demás le convencieron que no era buena
idea. Apostó centinelas y mandó a dormir. A penas salió el sol fuimos hasta las
montañas a buscar a la jauría siguiendo el rastro de sangre y basura. Nos tomó
unas cuatro horas de trote, llegué tan cansado que tuve que trepar un árbol y
sentarme de guardia a vigilar. Los elfos nos eran más rápidos o ágiles que yo
pero podían correr por horas. El rey también se apostó de guardia, no podía
luchar a causa de las costumbres. Los demás entraron a la cueva a la que llevaba
el rastro y dieron muerte a los lobos recuperando parte del botín.
Quemamos los restos de los escuderos y retornamos finalmente a la
ciudad élfica. Fel estaba impaciente por volver al Gä a relajarse, así que apenas
llegamos cargamos provisiones y partimos. En honor a nuestro servicio, Mirth nos
regaló los uniformes y comida y un arco y carcaj nuevo para mí. Le quise regalar
mi petaca de acero en agradecimiento pero no la aceptó porque era de metal,
cosa que aborrecía, a pesar de vestir a sus guerreros con aquel material. En ese
instante noté que no llevaba ningún accesorio encima que no fuese de cuero.

Fel me instruyó en táctica de guerra e infiltración. Dijo que yo era unos de


los mejores guerreros que había visto. A los elfos les importaba transmitir sus
conocimientos, lo consideraban un arte en sí. Pensé en eso y comencé a escribir

60
Catyara Relatos I

mi viaje inmediatamente, al fin y al cabo, ya conocía el bosque de memoria y no


tenía nada para hacer.
Cuando Mirth nos llamó para la excursión yo estaba resignado a morir en
aquella tierra que no era mi país, siquiera mi mundo. La empresa se trató
básicamente de invasión en uno de los aposentos de rey Thor de los orcos.
Cuando el mensajero lanzó el nombre supuse inmediatamente que la conexión
entre mi mundo y ese debía de tener algo que ver con él, pues no cabía la
posibilidad de una coincidencia más grande que esa. Le pregunté cuáles eran los
poderes de tal criatura y ni Fel ni el mensajero entendieron mi pregunta a la
primera. Lo expliqué con más calma, alegando que lanzar rayos era una especie
de poder en mi tierra. Fel se burló durante todo el viaje, mientras el mensajero
pasó directamente a ignorarme.
Un poco más calmado por la falta de habilidades del rey orco, arribamos
a la ciudad élfica con parsimonia. Fuimos recibidos por una elfa que nos
reconoció, regaló flores y esparció la noticia de nuestra llegada. Se hizo revuelo
nuevamente. Nunca supe bien como corrían los rumores de aquella manera, si
las gentes no hablaban de las hazañas de guerra. En fin, Mirth dio uno de sus
sermones de la responsabilidad del soldado con la vida y de lo que significaba
una criatura como yo entre sus líneas, ya que no nos acompañaría. Imagino que
el falso Dios del Trueno le habría dicho lo mismo a sus guerreros. Tomamos lo
que nos hacía falta para el viaje y, a modo de favor, un viejo elfo tiró un
encantamiento sobre mi cantimplora.
El viaje duró casi dos semanas, pero a caballo. De todas formas paramos
muchísimas veces a comer y beber. Para cuando vislumbramos la costa, el
decimosegundo día de viaje, el general nos apostó sobre unos pinos a pasar la
noche. Los orcos también veían mucho más que yo pero se sentían mejor en la
penumbra, convenía atacarlos en pleno día. Yo no servía de centinela así que
pude dormir toda la noche.
Thor comandaba su gente desde las cuevas en las playas del Mar de
Vrieg’os, a un par de leguas de donde estábamos. Sus tropas se contaban de a
miles y éramos superados diez a uno, y por eso mismo era tan importante llevar
a cabo el plan. Con la primera luz del día, nos arrastramos hasta la costa y
aniquilamos a todos los centinelas al mismo tiempo. Para ello utilizamos como
señalización unos fuegos de pólvora de excavación proveídos por enanos.
Cavamos pozos sobre las cuevas, dejamos caer aceites y los prendimos fuego.
Cuando sonaron los cuernos y los orcos salieron de sus madrigueras ya los
teníamos a tiro de arco.
Retornamos victoriosos y nos recibieron con banquetes, pero yo ya no
quería ser parte de todo eso. Fel admitió que solo iba a la guerra por
responsabilidad, que se sentía cansado y apoyó mi decisión de desertar. Mirth
también se mostró comprensivo, aludiendo a que quizás los hombres no
fuéramos hechos para pelear, así como él mismo, y convocó a los ancianos para

61
Catyara Relatos I

un ritual antiquísimo en el que intentarían hacerme regresar a mi tierra. Antes de


comenzar intercambié mi arco y flechas de metal con Fel, que me regaló su
primera lanza, partida en cuatro lugares, y encomendé mi espada para Fartie, ya
que no había cumplido con la visita pactada. Guardé los pedazos en el carcaj y
fui hasta el árbol adonde se me había convocado. Las elfas que me conocían
trataron de obsequiarme cosas, pero Mirth alegó que solo podría llevar aquello
que realmente fuera mío, lo demás se quedaría en el mundo donde pertenecía.
Los viejos hirvieron un caldo en un pequeño cuenco y cantaron durante
horas. Cuando la poción estuvo lista, la bebí y me quedé dormido. Desperté en
Cardiff, desnudo, solo con mi cantimplora gigante y las armas que había ganado
con los elfos.

Justo continuó viajando luego de su paso por el mundo de los elfos y trajo miles
de historias consigo que nos contó en innumerables ocasiones, siempre alrededor
del fuego, como si tratara de hacer tradición. Quedará a criterio del lector creer
en sus palabras y en las nuestras, pero quisiéramos de corazón que lo hiciera.
No hay nada de malo en las leyendas mientras sirvan para hacer volar la
imaginación. Por lo pronto, mi padre, mi tío y yo, continuaremos nuestras visitas
a Cardiff y prometemos que, si por la más grande casualidad llegásemos a cruzar
de mundo, también traeremos historias en un libro de épica.

62
Catyara Relatos I

Standards

El frío la trajo al Caribe y ahora viste tonos claros. Dos dedos en la concha.
-¿Qué hora es?
-Las tres.
Reímos a carcajadas. Yo hago régimen de dos, pero todos ellos duermen nueve
horas. El régimen se decretó en el año Sagitario y fue todo lo que se les permitió.
En unos meses cumplimos el cuadragésimo Acuario. Chupo dedos de los pies.
-¿Qué vas a hacer en el salto?
-Lo que venga.
-Ah, bien.
-Yo que vos escalaría un edificio. Subís por las lianas y cuando llegás arriba saltás-
dijo Ae.
-Puede ser. Me acuerdo la del volcán en Italia, el Etna.
-Es buena- soltó Ai con la mano en el tarro de papas fritas.
-Lo importante es el vértigo. Si no lo sentís es que estás pasado de tres.
Escupe. No tuve un régimen decente en toda la semana hasta que salté. Jû no
quiso acompañarme. Nos separamos.
-¿Qué te pasa, por qué no tomás?
-Me quiero morir.
-No, no seas boludo. Ya saltaste, qué le vas a hacer.
-¿No vino Ai con las cremas?
-Tenemos que hablar.
-No hay nada que hablar.
-¿Por qué no volviste a casa?
-No sé.
-Dos meses pasé. Sola.
Hunde las palmas.
-Te extraño.
-¿Y la crema? ¿No llegó?
-Decime algo.
-No sé.

63
Catyara Relatos I

Dos Semanas con Laiseca

Siempre fue igual. A la noche, terminaba la cena, tomaba un baño y me iba a


dormir. Normal, asumo.
Pero ese ocaso fue distinto. Habrá sido el vino, o la llamada de mi hermano, o
quizás solo el viento, pero dormirme fue muchísimo más trabajoso que de
costumbre. Miraba el reloj una y otra vez, y pensaba en levantarme para ojear el
celular y fumar un cigarrillo, mis encías pedían por ello.
Cuando dieron las tres de la mañana, me decidí. Encendí la luz del pasillo y crucé
el living para llegar al balcón. El tiempo era ideal, ni muy cálido ni muy frío; una
noche perfecta de otoño. La ciudad se apagaba bastante a aquellas horas y podía
apreciar mejor el horizonte. Me quedé expectante, llevándome el cigarrillo a la
boca, mientras me dejaba acarrear un poco por el vértigo del décimo segundo
piso. Me gusta salir a fumar y mirar hacia abajo, el tirón en las entrañas es
delicioso.
De repente, la brasa me quema, y con el ademán de dejar caer la colilla, miré de
refilón hacia el living, desde donde me escrutaba una figura negra, alta como una
niña, siniestra, inmóvil.
Mi corazón latió fuerte y enfoqué de nuevo la vista hacia adentro. No había nada.
Me pareció raro, que a los treinta y monedas me de esa clase de sustos a mí
mismo. Sonreí por la situación, echando una última mirada hacia abajo y entré.
Qué raro lo de la figura, pensé.
Caminé con calma hacia el pasillo bañado por completo por luz, que a mis ojos
acostumbrados a la oscuridad, parecía tan luminoso como el mismo sol.
¿Seguro, como el sol?
Sí. Como el sol.
Sentí el escalofrío que se tiene siempre desde niño, cuando creía que los
monstruos acechaban detrás de mi espalda. Volteé una vez más, pero tampoco
vi nada.
¿Seguro, como el sol?
Prendí la lámpara del cuarto, que existía impoluto, como si nada hubiera pasado.
Nunca lo había hecho, pero dudé un poco en apagar la luz.
Dejate de tonterías, me dije. Todas tus noches fueron iguales, el monstruo nunca
está ahí. Nunca.
Como si nada hubiera pasado.
El día siguiente fue bastante normal, casi monótono, pero a la noche las cosas
volvieron a cambiar. No me podía sacar la sensación de que me estaban mirando.
Amaba vivir con las luces apagadas, pero las cosas ya me daban un poquito de
miedo. Dejé la tenue luz del pasillo mientras terminaba de navegar en internet y
me iba a dormir.
La falta de sueño me había costado cansancio, y estaba realmente agotado.
Ahhhh!
64
Catyara Relatos I

A la mierda, qué fue eso.


Abrí los ojos y me incorporé. Si había alguien ahí iba a darse cuenta que estaba
despierto, bien despierto y atento.
Nada. Otra vez soy yo. Otra vez lo mismo, pensé.
Los minutos pasaron, mientras jugaba a no pensar en la silueta. Al fin me di por
vencido y fui a fumar al balcón, al menos esa noche era más temprano que la
anterior.
El sentimiento era diferente afuera. Me liberaba la sensación de vértigo, el arrojo
y la imaginación fortuita de sopesar el desastre que dejaría un cuerpo que cayera
desde esta altura. Tendrían que limpiar media avenida, seguro.
Sí. Como el sol.
Pum. Otra vez ahí la figura.
No me atreví a moverme, estaba completamente aterrado. Y encima la luz del
pasillo apagada y ahora qué hago si la figura sigue ahí, fija, inmóvil, y yo acá
clavado al piso sin poder moverme y ese zumbido que se hace insoportable.
Nada. No es nada, es solo mi imaginación, me dije.
Volteé con parsimonia y encendí otro cigarrillo.
Nada.
¡Nunca en mi vida había disfrutado un cigarrillo así! Delicioso.
Me hastié de mirar hacia abajo y volví al living, donde tenía la computadora
prendida. No había rastro de la figura, ya no me iba a dejar engañar, por supuesto
que no. Era solo mi imaginación y lo sabía.
Apagué el aparato y enfilé hacia el pasillo, camino único para llegar a mi cama.
Nada. No es nada.
Como si fuera poco, la heladera se encendió y me hizo pegar un susto que ni te
digo. Pero bueno, la heladera se prende y se apaga, es bastante normal.
Sí. Como el sol.
Iba a encender la luz nuevamente, pero me dije, no. Como puede ser que ande
por ahí, con los delirios de un chico asustado de lo que ni siquiera existe.
No prendo una mierda, pensé, y no prendí.
Las sábanas estaban recién traídas de la tintorería, con un aroma exquisito y una
textura de terciopelo. Aquella noche hacía un poco de frío, así que me tapé con
las mantas de invierno, unas bien gruesas que pesan en el pecho y hacen sentir
en la lejana niñez en la casa de los abuelos. Solo faltaba el olor al kerosene de la
estufa y listo. Sonreí como un bobo, en el silencio y la soledad, esos recuerdos
son tesoros para mí. Los olores raros a casa vieja, tener que acostarse temprano
sin ver la tele, el placard viejo empotrado en la pared de color verde desde donde
me miraban las brujas porque ahí yo no las podía ver.
Sentí que la colcha se corría un poco y me sobresalté.
Tum-tum.
¿Habré sido yo?
Tum-tum
65
Catyara Relatos I

Sí. Seguro fui yo.


Tum-tum
Ahhhh!
¿Seguro, como el sol?
Tum-tum tum-tum
Daba miedo la casa de los viejos. Daba más miedo que nada en el mundo.
Tum-tum
Las ramas chocando contra la ventana Tum-tum y las brujas haciendo ruidos en
ese armario desvencijado y verde Tum-tum verde agua de pileta podrida sapo
Tum-tum ese verde.
Asqueroso.
Abrí los ojos y era de día. Tenía la espalda a la miseria. Se ve que dormí mal
anoche, pensé.
Fui al trabajo, volví, cené y me duché, todo con la espalda destruida.
Sí. Como el sol.
Esa noche no me iba a agarrar el susto de nuevo. Dejé hasta la última luz del
departamento prendida. A la mierda la boleta de luz y mis hábitos de oscuridad.
Me sentía tan cansado que ni siquiera terminé la media docena de empanadas
que pedí. Sentía la presión inusitada, algo visceral, que me empujaba siempre
hacia el mismo lugar, el balcón.
Me arrastré como zombi a la cornisa, pasando en medio de los reflejos
engañosos, de las sombras oscuras y las figuras inmóviles a las que no veía, pero
que estaban ahí, siguiéndome en cada paso, en cada respiración. Me cruzó un
río de hielo por la espina y encendí un cigarrillo nervioso con mi mano menos
hábil, el cigarrillo más nervioso que había fumado en mi vida. Ojeaba
repetidamente hacia adentro mientras mis dedos se acercaban más y más hacia
mis labios. Me sentía pequeño allí en cuclillas en medio de la ciudad con las
sombras en la nuca acechándome, queriendo verme caer, temiendo por mí.
Ahhhh!
Ahí mismo entendí.
Las sombras se sienten atraídas por la luz. Debe ser eso que las hace retroceder
en cuanto enciendo un cigarrillo. Sí, eso debe ser, pensé.
¿Seguro, como el sol?
Segurísimo. Esto me daba una ventaja impagable. ¿Cómo iba a dejar pasar esta
oportunidad de desafiarme a mí mismo, a mi propio yo, al único que me conoce
tanto como me conozco?
Tum-tum
Y la puta que lo parió.
La silueta estaba más cerca te digo que estaba más cerca Tum-tum si yo me
acuerdo de anoche y la otra noche también ¿Anoche? Tum-tum dejame en paz
¡Dejame en paz! ¡Que te hice para que estés acá! Tum-tum
Tum-tum
66
Catyara Relatos I

¿Qué podía a hacer?


Me tiré.

67
Catyara Relatos I

HB’s

Se llamaba Carla, vivía a la vuelta. Linda, pasaba seguido por la panadería.

-¿Lo de siempre?
-Gracias.
-Disculpame, este billete ya me había llegado. ¿Lo marcaste vos?
-No.
-Ah, mirá vos. A mí me dieron uno el lunes.
-No, no. Además, ¿quién marca un billete ahora? Nadie.
Dejé pasar unos segundos, como si estuviera llegando la idea.
-¿No te acordás como lo conseguiste?

Yo la quería mucho a Valentina. No nos separábamos nunca.


En otoño se queda soltera. El tipo era muy controlador. Le dijimos que la corte
porque que no le hacía bien, pero no nos escuchó.
Tomamos café en su cama, deprimidas. Dijo que la había estado siguiendo y que
le parecía demasiado. Dije que hiciera la denuncia.

Con cincuenta debería alcanzar. Van y vuelven.


-¿Crema? ¿Dulce de leche?
-Variaditas, che.
-¿Sabés que es la segunda vez que me llega este billete? Mirá, acá tiene un
dibujito.
-Que loco…- dijo con poco interés.
-¿No te acordás de dónde lo sacaste?

Hay un pibe que trabaja en el videoclub de acá dos cuadras. No sé, cada vez que
voy me mira y a mí me parece que es puto o pelotudo porque si no no me lo
explico.
Fuimos con los pibes para que el puto se dé cuenta. Ahí me cayó la ficha, tenía
que llevar a una amiga, pero le preguntó si era mi novia.
Me cago en la vida voy a tener que salir a levantar una que quiera venir a mi
casa a ver películas así vamos al video a alquilar una película para que me deje
el puto que trabaja en el único puto videoclub del barrio.

-Está recién sacado.


Cobré.
-Sabe, varias veces me llegó este mismo billete, con esta marquita.
Lo inspeccionó.
-Hay cada loco hoy en día, nene.

68
Catyara Relatos I

La gente se muere, lo que no sabemos es de la taza a la mañana y que no se


acaba el shampoo. Vivimos pendientes de qué vamos a hacer de viejos. Eso es
algo que decía mi abuelo y es algo que les digo a mis nietos a ver si ellos.
Las arrugas y los achaques son gajes del oficio, vienen con el miedo. Lo indecible
para un copito de algodón. Estoy tan sola que le charlo a las plantas, dicen que
les hace bien. A veces también canto. Caminar duele y me da un poco de miedo
que me pase algo en el medio de la calle y me vea algún vecino antes de que
llegue la ambulancia. Me acuerdo de Roberto. La última vez que no estuvimos
juntos.
Ni bueno ni malo les digo.
Puse un solo plato tratando de no reírme pero ya estoy vieja. Extraño sus mañas,
el sentido de rectitud y lo que le gustaba el fútbol. Me acuerdo de cuando casi se
va a jugar a Córdoba, ya éramos novios. La cara del primer parto.
La gente tenía miedo de salir. Yo más, por las nenas. Los tours cada vez que
íbamos al médico a alguna otra ciudad del país. Las termas. Me acuerdo de la
carpa gigante esa que tenías, Roberto, como para veinticinco personas.

-No te hacía fumador.


Me preguntó por los billetes, le conté algo y le gustó.

Ya van dos meses. Dos meses y ¿este pelotudo de dónde salió? ¿Sos Borges,
pendejo? Tomatelás.
No voy a recortar las oraciones, está todo armado así. La gente tiene que
entender lo que lee. Vos no sabés ni lo que decís. Ponés palabras que te suenan
bonito con un par de adjetivos y te creés un poeta.

-Te cayó mal.


-Casi lo cago a trompadas.
Traté de convencerla de que no se enoje.

Carla, sí. Ayer la besé.


-¿Qué vas a hacer el día que te vuelvan los billetitos?
-Ir a la playa. ¿Te gusta Gessell?
-Si me contás la tuya.

Aprendí a cocer a los tres. Era hiperactivo, mi mamá no tenía otro modo de
calmarme. Además estaba la mala, no sé si te acordás. Me portaba mal en el
colegio, les tocaba el culo a las chicas. Después me costó mezclarme, era el
rarito, la quinta pata. La gente está paralizada. Los mismos miedos. Quizás fue
mala idea usar un pedazo de papel. Quizás esté ridículo, en pedazos inconexos,
adicciones.

69
Catyara Relatos I

Nichi Nichi Kore Konichi

Una escalera larga y encima, una larga fila; volteé las veces a ver al ganado.
Finalmente, un stewart contemporáneo me condujo hasta un palco desde donde
francamente no se podía ver mucho. Las princesas danzaban entre ellas (asumo),
mientras un cotejo de sirenas alzaba voces entre rasgueos y yo me acomodaba
en una silla que simulaba ser vieja. Los cantos eran dulces, a mi pesar, ya que
encontraba crujidos y pasos hechos tambores que irrumpían, y las princesas
coreaban algo que no escuchaba porque estaba fija la silueta frente mío, en otra
silla supuestamente vieja, acariciada por las luces que aún sobrevivían el
preludio.
La vi entonces pasarse el índice por la oreja. Con el pulgar buscaba el lóbulo y
ejercía alguna clase de presión. Con la sonata de fondo y las luces amarillentas,
me pregunté qué hacía una criatura como esa entre nosotros. Arrullada por la
música y a gusto entre sus dedos, su brazo mezclado con un cuello revestido de
faroles, absorta; yo absorto también pero por ella y la música que decaía. El
príncipe entró a la sala repentinamente y su perfil apareció, la pieza (olvidada
por nosotros) mágicamente consumada, daba inicio al primer acto, con las
princesas corriendo al encuentro de su señor.
Recostada en la balaustrada hallábase entonces, sosteniendo su cabeza
sutilmente inclinada hacia la izquierda, con las caricias de las luces combinadas
con las propias y pensé en mis labios contra su cuello; por qué no situar un verso
que trocara abstracción por cosquilleos. La silla (que me odiaba), advirtió mis
intenciones de interrumpir la obra, y la silueta dio su perfil para luego dar la cara.
Sentí familiaridad. Con el envión remanente y los crujidos alcahuetes no logré
contener a tiempo el desenfreno que había desatado y acerté, afortunadamente,
mis labios en los suyos, que al momento ya sabía era quien había compuesto la
música que antes cantaban las sirenas. Ella abrió los ojos de la sorpresa y yo
trasteé por culpa de un escalón que estaba ahí para desatinar mi pie y empujarme
hacia el vacío, donde terminaba el baile aparentemente renacentista. Habría sido
un desastre sin la asistencia de la compositora que se hizo de mi camisa, volaron
botones y sillas y toda alma volteó a verme flotando sobre el cielo. Giré mi cuerpo
de espaldas al público, quedando frente a la silueta, con su mano aún sobre mi
pecho.
Surgieron aplausos. Nos miramos abrazados por vítores y sirenas, que habían
decidido por sí solas continuar la danza para que no se estropee la ópera. Aflojó
finalmente la presión entre el abismo y ella, y no tuvo mejor idea que ocupar mi
silla, ofreciendo con un gesto la suya.
La obra concluyó sin detenciones más que las pactadas por los actores y el
director, y yo disfruté en primera fila con la camisa abierta y fuera del pantalón.

70
Catyara Relatos I

Esterilla

Fernando ahogó el grito y se tapó con las sábanas. Hacía varios años que las
brujas lo mantenían agudo por las noches.
-De ser verdad, es mi deber.
A veces reían, otras tironeaban de las colchas, especialmente en invierno. Pero
esa noche vio la emersión de la mano.
-Duérmete niño, duérmete sol.
-No lucharé por la violencia.
Necesitaba oír cada palabra bajo la cama.
-.
Su único escudo eran cobijas.
-El Coco está en camino.
Cuando supo a quién enfrentaría amistó que no sería suficiente en el futuro,
tendría que pelear. La marmita no saldría al encuentro, era responsabilidad suya
y de nadie más.
-Temo hierro.
-Imagino.
-Lo amo.
No tenía armas ni coraje, era su última soñolencia.
-El hombre del río sabe, pero no dice nada.
-Caen hojas.
-Dios asusta a las palomas.
Cerró los ojos.

71
Catyara Relatos I

Mascota

-Mirá lo que te compré- dijo alzando al humanito.


-¡Un potito, que lindo!
El padre le acarició la cabeza a su hijo.
-¿Es machito?
-No, no tiene pito, mirá- le mostró el vientre -. Es hembra.
-¿A ver?
-No, no lo toquetees, que no le gusta.
-¡Gracias, padre!
-De nada, amorcito.
-Va a dormir conmigo desde ahora.
-Bueno- le dio otra caricia -. Dejalo en el piso, dale.
El hijo fue a jugar al patio mientras el padre se sentaba en los comandos.

-Mirá, padre, ya tiene más pelitos.


El padre le asintió y volvió al desayuno.
-¿Va a vivir mucho?
-Más o menos, duran cuatro o cinco años. Los mímanos duran más.
-Eso tiene uno. ¿Cuánto duran?
-Diez, doce años. Más o menos.
-Pero no corren- movió las patitas del humano.
-Por eso te lo compré.
El hijo alzó su mascota simulando que volaba. Acompañó el movimiento con un
sonido gutural.

-¿Por qué el humano de Sim duerme afuera, padre?


-Porque ellos son distintos…
-Es mejor si duermen adentro, ¿no?
El padre no sabía cómo explicarle que había tipos que no tenían empatía, así que
lo resolvió con simpleza.
-Cuando tu abuelo era chico, era normal meterlos en un pozo y llenarlo de tierra.
-¿A los humanos?
-Sí.
-¿Para qué?
-No sé, por diversión. Eran otros tiempos, la gente era más mala, o no sabían
que toda vida es importante. Tu abuelo lo hacía, nos lo contaba a veces.
-¿Era malo el abuelo?
-No, no, antes las cosas se hacían así.

-¿Querés que compremos otro?


-Si vos querés…

72
Catyara Relatos I

-Como vos quieras. Si querés, vamos y traemos otro. Un machito, para que no
se sienta sola.
-¿Voy a poder jugar con los dos, no?
-Más vale. Y capaz que tienen crías.
-¿Y van a tener más potitos?
-Si todo sale bien, sí.
-¿Y por qué tienen que ser dos?
-Pasa que son distintos, no me acuerdo bien, pero tienen que ser dos.
-¿Tres no?
-No, solamente vienen macho y hembra.
-¿Los potitos también?
-Sí, o es lo uno o lo otro. No hay más opción.

73
Catyara Relatos I

While Waiting

I smiled at her, I always do. We understood each other, great deal and all.
-It’s freezing outside.
-I’ve noticed… How was work?
-Insane as usual. Alright, now we’re talking- I said after hitting the radio and
turning the heat on -. It’s fucking freezing.
She laughed as a hyena.
-Kid… Anyway, shitty day. Humans telling me what I supposed to do and how to
look. Can you believe it? I’ll have to cut down my hair. Yep, these fuckers wanna
cut my hair.
-Well, you need the job…
-Why w…? Miserable I am once more; trapped inside the monster I hate from
the guts, pushing their doors. I couldn’t care less about how many companies
are going bankrupt. Yes, the government is dirty, they’re all fucking dirty.
Uncomfortable with laws, I relied on the amount of things I could learn. She was
kind that way too, just not in justice.
-You may like what I found, handsome- whispered.

Driving was an unbearable task. She knew it though tried to cheer me up.
-We’re almost there.
Sure we were. The smell of mixed ocean and garbage creates a thoughtful
memory.
-I always get kind of down while driving.
-I’ll sing something for you, if you want to.
-I’ll hit the drums.

Dooms day is here and I’m so fucking wasted.


-Just don’t let it grow. It’s disgusting.
-Sure. Hey, so what happened?
-Their thoughts?
-Yeap.
-About you?
-Yeap.
-And your poems?
-…
-And your small dick?

-Sure you don’t want a little?


-I’m okay.
-More for me then.
She tried to punch me but couldn’t, I’m way too fast for her.

74
Catyara Relatos I

-Have you consider that we could be living in one of many deferent levels of
universal perception? I mean, what if it were something as big as light but we
couldn´t see it cause we have no “eyes” to? Wouldn´t be a creature from such
scenario a lot different than us?
-Of fucking course I didn’t consider it.
That kind of stuff made my day.
-So what do you do when I am not around?
-Disappear.

-I missed you today.


-I know.
-C’mon! Tell me you missed me too!
-I missed you too.
Sad face.
-Not like that.
-Like what?
-Like a robot, repeating after me as a freaking parrot.
-A robo-parrot, you mean.

-Have you ever been abducted?


-What?
-You know, aliens.
-Nope. That’s not a thing that usually happens. People get under too much
pressure, can’t handle the whole thing and blame aliens for it. It’s just panic.
-Sure, but how could you really know? There’s plenty of them swearing been
abducted and their stories match.
-Not a fan.
-Shut up! You’re always talking about new perspectives and new possibilities and
dimensions and other incomprehensive shit.
-Comes with the package, sweet hearth.
-Blondes…

-Sure you want to do it?


-It’s time.
-Alright then, let’s do it. See those three pedals there? The first one at your left
is the clutch, used to set the gear lever. If you pay attention you’ll see de sketch
on it.
-Got it.
-Push the pedal and set first. Good. Now take it off- she looked so freaking hot -
. Now turn the keys and start the engine. The braking pedal is the one in the
middle and the last one is gas, you’ll have to learn how to be precise with it. Now,
push the clutch, set first and drop it slowly as pressing gas.

75
Catyara Relatos I

-Piece of cake.

-How good am I in bed? From one to ten.


-Like a six.
-Fuck you.

-I still don’t get it.


-It’s harsh at first but it’ll come easy on time.
-Since when you know all those fancy words?
-What, like time?
-Ha-ha, funny guy. I mean in the past few days. You got quiet and the use fancy
words begun, along with a strange semantic form.
-Well, my mom says I’m special.
-Oh, I’m sure she does.

-Somebody mixed my medicine…


-I’d fuck her.
-Merry me.

76
Catyara Relatos I

Dandelion

-¿Qué hay?
No me gusta que me hable con el rifle, ya lo sabe. Parece una piedra.
-¿Té?

-¿Algo nuevo?
La primera vez que me habló mientras disparaba le contesté, nunca más.
-Parece una piedra- se me escapó.
Se ríe.
-Ayer estaba. Antes de ayer, no.
-¿A ver?
-No.
-Qué hijo de puta sos. Ya está el té.

-Está la piedra, ¿no?


Como le contesté ahora cree que me gusta charlar cuando practico.
-Che.
-Sí. En otro lugar.
-¿Qué? ¿A ver? Dejame ver.
¿Qué pasa?
-No seas ratón.
-No.
Le di. Absorbió el impacto.
-¡Avisá si vas a disparar, hijo de puta!
Se está moviendo.
-Se mueve.
-Me importa un carajo. Se mueve… ¿A ver?
Una mancha negra.
-Ahí.
-Dale.
Setenta metros serán.
-¿Adónde vas?
El cuchillo. La mancha negra. Los borcegos. Arreglar la puerta. El pitido. Me silba.
La mancha negra. Ochenta. Ayer en otro lugar. La mancha negra. Antes de ayer
en otro lugar. El charco. La mancha negra. La yema que se enfría. El olor a
pólvora. Una mata. La mira. La mancha negra. El cuchillo. El pulgar sobre la funda
de cuero. La mancha negra. El pitido. Una mata. La mancha negra. ¡Es una
persona!
-¿¡Qué
Mira. Camuflaje. Rodilla mojada barro. Ojos marrones. Hilo sangre dientes. Jadea
cintura. Se va a morir.

77
Catyara Relatos I

estás!?-
Cintura. Mano pecho. Le duele. Barro. Cé César debe rifle ventana. Pecas.
-¡Perdón!
No cierra. Boca. Camuflaje. Ojos marrones. Aguijón cuello. Avispa. Jadea disparo.
Agua en el cuello. César ventana. Mancha no Cé calor avispa va a morir César
tiro mancha César tiro cuello se César tiro César César César Cé Cé

78
Catyara Relatos I

Impaciente

No podría oponerme a las palabras del Maestro, y en este humilde despliego


pretendo (con una enorme distancia siendo salvada) defender una de sus tesis
más refutadas, al menos por sí mismo. No hay ficción que no precise declararse
verdadera para la complicidad del lector. Yo tengo otros motivos, mucho más
válidos, para afirmar que mi historia es completamente cierta; y para más, el
toque comienza en quince minutos.
Iba yo, figúrese, en una caminata regular, quizás buscando alguna historia nunca
antes cautivada. Pensaba lo menos posible en cigarrillos, pero eso no le impedía
(más bien lo contrario) a mi vista pasearse intranquila de vereda en vereda. Me
empujaba a no prestarle atención a la escena que tenía enfrente, más que a los
detalles fútiles e inesperados, como el conjunto de luces azules, rojas y verdes;
una pulsera de alpaca bañada en níquel; una maqueta. Cosas que debieran
entretenerme.
En estas pretensiones iba cuando me topó una muchacha de cabello negro y
llena de accesorios rojos.
-¡Fer!- llamó.
Estuve sorprendido antes de reaccionar y no pudimos evitar un abrazo. Su altura
me fue siempre un problema, pero me la ingenié. Comentamos los azares que
nos trajeron a Buenos Aires, con un dejo amargo de reminiscencia del último
encuentro: El casamiento de unos amigos mutuos en el que prácticamente no
nos dimos la cara. Ella estaba excepcionalmente linda (qué digo, si no es otra su
condición) y asistió de la mano de algún muchacho con quien compartiera su
tiempo al momento. Yo, por mi parte, largamente alejado de mis allegados,
simplemente estaba allí para emburujarme de los fraternos de la universidad.
Recuerdo haberla saludado y evitar por todos los medios verla a solas.

Dimos tiempo para notar cuán diferentes habíamos crecido por separado y cuanto
se parecían las ideas que nos habían quedado incómodas. Contemplé sus ojos,
puesto que no los hallaba desde hacía mucho, los sueños me traían su caricia
pero nada más. La añoranza se hizo de mí y le invité un café que aceptó con una
sonrisa devastadora. Con el diálogo ya atascado nos hicimos preguntas absurdas
y observaciones convenientes para la convergencia. Tanto que no dudé en
besarla en camino, frente a la puerta del café.
No sentí rechazo alguno y apenas concebí una frase justa para explicarme, me
detuvo. Posó su mano en el aire y aclaró que su estancia por Buenos Aires era
fugaz, que no cabría el conocerme de nuevo. Suspiré y volteé hacia la puerta, y
cuando abrí me costó mantener la vista al frente por las luces azules, rojas y
verdes, que me encandilaban.
Quise invitarla a que entrara de todas formas, pero me encontré solo. Busqué
hacia todos lados. Sentí ganas de fumar, tanto más desconcertado por la huida

79
Catyara Relatos I

que por sus palabras, y fuí en búsqueda de un cigarrillo suelto. Al girar en la


esquina me la topé nuevamente.
-Qué mala suerte- solté sin querer.
-¿¡Fer!?- repitió con vehemencia al reconocerme y vino a mi encuentro.
Nos separamos del abrazo inmóvil y me recordó su nombre en broma para que
reaccione.
-¿Qué pasó?- se me ocurrió.
Me miró desconcertada.
-Tanto tiempo, ¿no? ¿No?
-Nos acabamos de ver. Llegamos a la puerta del café y desapareciste.
-No puede ser. Acabo de comprar ahí- señaló a quince metros detrás suyo -.
Podemos ir a preguntar- devolvió.
Alegué que éramos adultos y que no hacían falta las bromas. Me llamó insensato
y se fue apurada.
Demoré un segundo pero la seguí por dónde había venido. Dobló y la perdí de
vista, al igual que en la puerta del café.
-Estoy completamente loco- afirmé sin preocuparme.
-Los locos hablan solos- sostuvo a mis espaldas -. No puedo creer que nos
encontremos en una ciudad tan grande.
Comprendí que las casualidades eran una simple ilusión y que mi vida ya no
tendría otro sentido que el del presente, desde ese momento en adelante. Yo
había anhelado el encuentro largamente y se me presentaba en medio de la calle
y en forma no solo consecutiva, si no repetitiva. Estaríamos atados a toparnos
cada vez que la perdiera de vista.
Seis minutos para la queda. Se me acercó por tercera vez en la tarde, no quise
perderme un solo detalle del contacto con su cuerpo. Tuve que explicarle el
motivo de mi conducta y le pregunté sin rodeos si se animaba a darme una nueva
oportunidad. Su boca dijo no creerme pero en el tono de voz me pidió que la
rescate.
-Noté que ambos cerramos los ojos durante el abrazo, y que en el primer
encuentro hubo un silencio en el que nos perdimos y no te evaporaste. Eso es
bueno. Parece que, en sintonía, no importa que no nos percibamos. Creo que el
problema sería que quieras irte- expliqué, sin más vueltas al asunto.
-¿No nos separaríamos más, desde ahora en adelante?
-Si llegara a ocurrir, nos encontraríamos. No recordarías lo que vivimos, pero yo
podría explicártelo, instarte cada una de las veces a que vivamos atados para
siempre.
-Pero, seríamos rehenes…
-Una cárcel fina comparada a verte cada diez segundos y pretender que no te he
reconocido.
Meditó.

80
Catyara Relatos I

Cosía alguna prenda y yo la miraba apretar ligeramente las sienes. Me cantaba a


través de la puerta cuando tomaba un baño. Si le daba la espalda descansaba su
mano en mi hombro.
Recorrimos exactamente los mismos metros. Durmió con mi brazo de almohada.
Un minuto.
Olvidó su cartera antes de salir a cenar y la perdí. Entré y salí de mi cuarto
cuantas veces fue necesario para comprender que no podría encontrármela así,
en un pasillo.
Ya expuse mis breves momentos junto a ella, ahora bajaré a buscarla entre los
balazos.

81
Catyara Relatos I

Cielo Rojo

Yo no estaba en la quinta de casualidad. Domingo argentino es asado.


El seis de julio llegó la expansión. Se acabó el laburo. El cielo estaba empezando
con el naranja. Todavía era vivible.
La pileta fue un consuelo, ahí surgió la primera idea.
“Tiramos a uno a las doce, lo parte un rayo y al otro día comemos”.
En noviembre fue otra cosa. Se acabó la comida y el agua era difícil de encontrar.
El cielo, naranja.

El primero se llamaba Esteban. La vieja ni siquiera se enteró. Le di pastillas con


el jugo. Estaba flaco.
La demencia sirvió de humo por un tiempo, pero los rayos fueron la mejor excusa.

La cuarta me dolió. Tenía un hijo de dos años, vino el domingo. Se durmieron


después de la rischta. El lunes hubo carne pero no fue suficiente. Mi novia quiso
hacer al hijo. Ni siquiera había que esperar los rayos, solo dejarlo que se ahogue.
Me opuse. Lo tiraron. Salté. Mi novia me disparó pero apenas me rozó la mano.
Llegué al campo al trote, acababa de comer y todavía tenía energías.
Golpeé, nadie quiso abrirnos. Nos dispararon dos o tres veces más.
Dormí casi todo el jueves y se lo llevaron los perros. El sol salió rojo sangre.

82
Catyara Relatos I

Heily

Debe ser una tina gigante. Veo la clara conexión que tenés con el agua. Pensando
todo el día en vos. Hablo y te reís, te espero y llegás, llegás porque te espero.
Admitilo. Dijiste j’e tem cuando me hacía el dormido y después de nuevo cuando
dormías. Qué linda lapicera, tengo una igual en casa. Me escondiste el pantalón
y ja ja, graciosísimo. Para la pinta muy bien. Dijiste leéme y ahí los barcos que
metés en la tina.

Me ama y me odia, grita. Espera todo de mí porque estoy muerto y nunca fui
veloz, más ben oquto de maldad. Me ama y me odia. Llora, no le puedo enseñar
nada.

De chico ponía el pito en cualquier lado. Me controlaban porque una vez lo probé
en una toma con los cables pelados. No sé por qué, no era meter el pito, era
ponerlo nomás, probar.
No salgo vestido en ninguna foto. Se me pasó cuando me mandaron a la escuela.

Dos ojos menos, Margarita. También te extraño y no recuerdo la última charla,


quisiera sentarme a no- o en- pero ahí estás, Emilia, ahí estás. No te lo puedo
decir, ya no cuenta, pienso qué hijo de puta, no sin mentirme también.
Ya no te preocupás más (ese problema) que recordamos (tristes), no quiero
volver a no hacer, quedarme sin un algo que me los traiga cuando no estén. No
quiero que pasen.

Flacos y narigones, miro la hora. Vine de visita y espero no quedarme, ya se puso


una en tetas. Pero no son las tetas ni es la vergonha, es por imbécil. No sé por
dónde irme, desconfío. Ahí tenés, reflejo de pelotudo. Que la birra quel faso que
el biombo camarín, el biombo flaca y tetas, pero las tetas sin calentarse mucho
si las miro de reojo a ver si corren a encorpiñarse
¡sean libres!

Tengo puesta una bermuda. Hace frío, es un galpón gigante. El grillete está
congelado, me quema la muñeca. Visto dioses y ganas de pelear. La cadena es
mía y la puedo romper porque soy invencible, pero qué pasa si pierdo esto.
Grillete cadena frío galpón.
-Pero es mío- responden.

La noche de miedo, sangre redentora el teatro nos permite imaginar y ella reflejo
mar grises busca melodías van vienen humo vapor aliento, así andamos vestidos
y casi como ellos, sin alma entonces sin luces entonces muertos quizás lloremos

83
Catyara Relatos I

por toda la hora, ojalá, nos hace tanta falta, saciarnos, el pino en la boca en el
aire robamos Spinetta Spinetta baila Lezama preferimos mutar con la lluvia.
Vino Luna y canta muy pero muy lindo.

84
Catyara Relatos I

La Risa Libertaria

Hasta que llegó el día. Julio lo predijo, ocurrió.


Ayer yo me paseaba por Barracas, o sea, sábado a las siete de la tarde. Iba por
Montes de Oca y se me dio por doblar en Martín García. Siempre hago el mismo
camino porque en esa esquina hay una bomba de nafta y me ahorro unos seis
metros y medio de caminata, si encaro por detrás de las bombas (o sea, por el
frente del servicompras, que, dicho sea de paso, es carísimo). Llegué entonces a
la vereda de Martín García. Cargaba unas bolsas con verduras pero ya no
recuerdo específicamente de cuáles.
Iba para el Banco. Venía por la vereda con las bolsas y todo y vi algo espectacular
y horripilante todo junto. Me pasó una bicicleta sin conductor por al lado. Casi
tiró las bolsas. Me espanté, honestamente, y voltee a confirmar que no fuese el
único imbécil que acababa de ser casi atropellado por una bicicleta sin conductor.
Por suerte estaba la Braga tirada en la vereda que me gritó “¡Viste la bicicleta!”
y yo me asusté de nuevo y le dije que sí pero solamente con la cabeza, muy
enérgicamente.
Antes de salir del estupor sentí otro refilón de bicicleta sin conductor y ahí até los
cabos. Me volví inmediatamente a mi casa.
VIETATO INTRODURRE BICICLETTE me vino a la cabeza inmediatamente. Se
terminó la tregua. Le avisé a la Braga que volviera abajo del puente, que iba a
estar más segura.

85
Catyara Relatos I

La Casa de los Stolbizer

La costumbre era rara, lo admito, pero nuestra. Mi nombre es Edgar, me gusta


la música, el vino de guarda y perderme un poco en la rutina. Y sobre todo me
debo a mis hijas, Marina y Cordelia, que llenaron mis días como si fuesen los
últimos.

Bávara, la más vieja de la casa, había determinado su suerte. La reunión era


imponente, las caras se contaban como teclas de marfil.
A mí me gustaban los rincones, desde ahí nacían los desfiles y las fraudulentas
frases célibes. Una burla, casi. El maquillaje tapaba arrugas y corazones y los
más fríos recordaban la necedad de descansar. Algunos reían incluso, algo
extraño pero sincero, y esos eran los únicos a los que guardaba algún ápice de
respeto por, sin contar a las acompañantes, por supuesto.
Esa vez tenía a una adorable señorita, Emilia. Exóticamente morena, de piel
brillante, ojos profundos y una voz letal. Me mostró música de su tierra y de su
propia imaginación, y me pareció deliciosa.
Paseamos las veces por el camino al costado de los cerezos, por suerte era
septiembre y estaban en flor. El perfume redondeaba el retrato de la exuberante
mazmorra espiritual que excitaba los excesos. Emilia sabía dónde quedaba el
límite y sabía de estrellas, porque su madre le había enseñado.

Cambiaba de tonos, sin embargo, el revoltijo tenía lugar. En la casa convergían


las más profundas tradiciones y las más estrepitosas versiones de la sociedad,
introducidas netamente por la juventud a fuerza de más fuerza y ambición.
Taciturno fui siempre, incluso oscuro. Los ires y venires de los seres me
recordaban a los maniquíes de las tiendas y a los oradores baratos de iglesias
evangélicas. Cama encima de cama y se sentaban ahí, rígidos, a observar la caída
de las pieles de a una hasta que se escindieran los Stolbizer.
Los bocadillos y las burbujas circulaban por habitaciones blancas pero también
en las incestuosas y en las que eran de mar. Emilia era curiosa y a veces hablaba
con mi mujer, Carla, sobre el clima y esas cosas. A veces bebían té, otras lejía y
otras borbón.

El sudor me caía encima como lluvia. Canté mientras Emilia me miraba, y ella
cantó también pero en su propio estilo. Carla gemía como nunca antes,
desparramaba brillo y empujaba los cuerpos con su repelencia. Me vi perdido y
me acordé de los deberes, y recurrí a dejar de lado todo aquello que no encajaba
con mis propias intenciones.
Fui a saludar a la vieja Bávara, que estaba tendida, insípida, en unos encajes
violáceos, preguntándome sobre quien había decidido mi lugar allí dentro. Dios
no hizo a los Stolbizer, eso lo sabemos, pero entonces, ¿quién nos hizo?

86
Catyara Relatos I

La vieja dice que venimos de una rosa sin espinas, de la primera rosa. Dice que
somos leyenda e inmiscuidad, el pétalo estacionado en el barro somnoliento, y
dijo también que yo no soy uno de ellos, que de eso se trataba: los Stolbizer
nunca existieron.
La idea giraba en torno a los pasos que daba para volver a la vida mientras el
taco explotaba en el inmenso pasillo, y la casa juiciosa devoraba los trazos
rehechos en gestos. Tomé un bastón de goma y lata y lo incendié porque la casa
me seguía recordando que estaba vivo o muerto, que era o que no era y no
quería callar.
Pensé poemas con el sol quemándome los brazos, acortaba mis cabellos sueltos
y revoltosos, eran días de crianza. Dejé a Bávara suelta por los pasillos hecha
una furia. Me tiró un kilo de sal arremetida en harapos malolientes, maldijo mi
existencia por defecto y decretó mi muerte instantánea, vieja estúpida.
Ya no lo soportaba. No soportaba a los Stolbizer, ni a la que ofrecía caricias, ni
la que me seguía por las paredes, pero no podía destrozar las columnas ni los
afanes metafísicos. Edgar fue mi nombre en regencia de la muerte pero, de
seguir, la casa se encargaría de renombrarme.

Carla gemía interminablemente, ya conmigo ausente en el cuarto. Dije que iba a


fumar un poco pero estaba harto de pensar.
La casa estaba cerca del mar desde que la vieja estúpida había decidido matarse.
Por alguna razón frígida emplazase en la costa azul, salada y ventosa y llena de
lluvia condensada. Las prendas tardaban vidas en secar.
Cordelia me mostró una película que llevaba su nombre, creyéndose citada en el
vanguardismo y en la virtud de ser una dama, pero le corregí el rumbo aclarando
los juicios de transparencia que trazan los filmes y la realidad. Tuve que explicarle
que dos personas con el mismo nombre no se corresponden, de otra manera
tendría el corazón latiendo y cenaría palomas hervidas en su propio caldo. Le dije
que mirase también a Bávara y pensara en su nombre, o que asiesese a la casa
a ver que le decía.
Por suerte quedaba Emilia. Emilia tomó a Cordelia como a la seda y se recostaron
libres sobre telas cubiertas de vidrio, desnudas y bellas, una blanca y la otra
negra, una mía y una ajena.

Ya de noche se rasparon inquietudes y roncos troncos de cristal; yernos de la


sombra fueronse plagando de estopa incendiaria, y recurrí a la danza y fragua de
mujeres que se cantan las destrezas de la carne afinadas con el mar. Un Picasso
no cabría en el afán Stolbizer, nosotros somos estoicidad.
Sé de ciertas sumisiones y he contado los tabacos de a millones, el amargo
tántrico tanino escondido en las serranas nubes y tintes laicos, como aquellos
paquetes métricos que simbolizan polución, ah, en un principio lo llamábamos
vivir. Por eso mismo mi nombre es Edgar y mi esposa es Marina, o no, creo que

87
Catyara Relatos I

es mi hija y le debo lo que soy. El problema está en elegir. ¿Elijo cuidar o elijo
existir? ¿Estaré eligiendo en realidad?

Bávara desenfundó por última vez su amenazante cuchilla blanca blandiéndose


al compás de los furtivos intentos de la casa por aplacarla, y llenó un cuenco de
metal de su propia sangre y heces, ofreciéndolo a los fantasmas que habitaban
las paredes y los puerros. Un intento desgraciado de inmortalizar un eco de
mentiras burlesco y agobiante, una brasa visceral y viscosa, una baraja de prosas,
putas y burdeles. Se revolcó en cochinería, la última de la casa, y desapareció en
el suelo.
Tomé cartas en el asunto. Decidí que la casa ya no sería hogar para aquellas
almas ataviadas en el limbo inmoral de la histeria a la que apuntan los fusiles y
metrallas, y fui por los salones llenándolos con vino y borbón y un frasco de
amanitas verdes prontas a ser veneno de humanidad.

88
Catyara Relatos I

Sálvese Quien

4 de Diciembre

Me llegó una carta hace pocos días (sé que suena extraño en la era del celular,
pero que me llegó, me llegó) dirigida hacia mi persona. Ahí uno se pregunta, ¿por
qué aclararlo? Si, me llegó una carta; me llegó a mí y punto. Lo raro no es el
destinatario sino el remitente. Una tal Sandra que asegura que me conoce y no
solo eso, dice que me ama y que espera que nos volvamos a ver.
Muy lindo, sí. Conozco muchas Sandras y con ninguna tengo esa clase de
relación. Pero el tema no termina allí. En la carta me recuerda el encuentro en
Roma en enero pasado y asegura que me guardará el café italiano (que
supuestamente compramos juntos) para cuando vaya a visitarla este mismo
verano, o sea, el mes que viene, a Medellín.
Bien. No estuve en Roma en enero ni nunca y tampoco planeo ir a Colombia en
el futuro, pero me suena un poco eso del café. Me gusta el mate y el té y varias
otras bebidas, pero, indefectiblemente mi preferida es el café. Entonces pensé
que esta Sandra, colombiana, podría enviarme un poco ya que conoce mi nombre
y tiene mi dirección y está enamorada de mí.

16 de Diciembre

Tengo dos kilos de café sobre la mesa. Quién te ha visto y quién te ve. Le
respondí la carta a Sandra aclarando el mal entendido y sugiriendo (con alguna
cuota de flirteo) que si aún poseía el café que no me molestaría recibirlo en
absoluto.
Ahora a las malas noticias. No solo llegó el envío si no que, además, me
respondió. No cree que yo sea justamente otra persona a la que conoció y que
de casualidad, nos llamemos igual y tengamos una fijación con el café, además
de la dirección. Dijo que yo era un bromista de aquellos y que estaba ansiosa por
volver a tenerme entre sus piernas. Intrigante, sí, hay que admitirlo. Pero he aquí
el interrogante mayor: mandó saludos para mi vecina Mirta y expresamente
aludió a nuestra relación de cuasi sobrino y tía, junto a las manías de Mirta por
llevar una sandalia de cada color, y no solo eso, sino que también sabe que es
fanática de Huracán de Parque Patricios, y dada mi simpatía por Boca Juniors,
adivinó que probablemente estemos riñendo por los partidos de la Copa
Argentina.
Lo vengo tomando con calma pero no puede ser que no recuerde un viaje hasta
Roma. La opción lógica que me queda es que me estén espiando por alguna
razón que desconozco y esta Sandra sea probablemente un personaje ficticio.
Pero qué hago con el café. Tengo un kilo de café italiano (misteriosamente, no
fue abierto y todavía posee el sello de impuestos que data de enero) y un kilo de

89
Catyara Relatos I

café paisa con especias made in Medellín. Y no solo eso, ¿qué tendré de
importante para que alguien se tome tantas molestias?

26 de Diciembre

Feliz Navidad, querido. El veintitrés me llegó la carta de Sandra, pero no tuve


tiempo de escribirle por culpa de Mirta que me tuvo a las corridas por las fiestas.
Tuve que ordenar mi casa y la suya; decorar mi casa y la suya; cocinar para los
dos y hacerme un tiempito para las monedas. Días de locos. Ah sí, bañé al gato,
también.
Bien. Me reinvento todos los días con esto de las cartas. Voy a intimar a Sandra
que viaje a Buenos Aires, en caso de que sea verdad que todo lo que dice que
pasó, pasó. Le agradecí por el café (que a decir verdad, es exquisito) y le devolví
los saludos de parte de Mirta. Porque Mirta sí se acuerda de Sandrita, me dijo:
“Ah! ¡Dejelé mis saludos también!”, y medio que me entró la confusión. La única
manera en que Mirta esté al tanto de todo es que sea parte de los espías, porque
yo no le conté nada de Sandrita, al menos no que recuerde. Me inventé una
historia por todo esto de la Navidad y le consulté a Mirta por algún pasaje que
fuese conveniente para enviar a Medellín y me devolvió algo interesantísimo, dijo:
“Mijo, ella sabe que a usté le gusta la poesía, así que mándele un poemita suyo.
Va a ver que se la gana”.
Muy malas noticias. Aquí es donde aclaro que Sandra no tiene cómo saberlo,
pero Mirta tampoco. Nunca le conté que soy poeta. Sospecho que anduvo por
mis cosas.

31 de Diciembre

Jo, jo, jo. Pasó la aborrecida navidad y heme aquí, esperando la carta de Sandrita.
Le detallé los pormenores del café, hice alarde de somelier y le envié un vino con
la carta. Me costó la mitad de lo que pago en la pocilga de hotel en la que vivo,
pero era un Cabernet riojano y me sentía en deuda.
Aparte de ello, me resigné a explicarle las connotaciones de nuestra relación
epistolar. No nos conocemos y punto. Le advertí que no conozco absolutamente
nada de su persona y le pedí que hiciera una descripción certera de mi persona
para probar su punto. Fui honesto, eso sí, por si el problema es mío y soy yo
quien no recuerda, le pedí disculpas por adelantado.
Mirta es un misterio irresoluto. Le pregunté sobre Sandrita y me contó lo que yo
le había contado, pero también me confesó que había desconfiado de mi relato
porque no viajé al exterior en enero. Es más, tampoco viajé al interior. Así que,
estimado y querido yo, me encuentro a ciegas.
Esta relación me puede costar carísimo de no tener un final feliz.

90
Catyara Relatos I

9 de Enero

Sandra dice que si yo no quiero ir a verla no tiene sentido que ella venga tampoco
y me calificó de histérico. Dijo que no quiere saber más nada de un tipo que le
(cito) “hizo sudar hasta los pensamientos”, pero que se volvió un cobarde luego
un par de meses separados, incluso con la propuesta de continuar la relación
mediante cartas; algo que ambos consideramos poético dada la situación. Aparte
de ello, me buscó por Facebook y me envió una solicitud de amistad a la que no
tuve remedio de aceptar. En realidad, cada vez me intriga un poco más, ésta
Sandrita. Es un mujerón de aquellos. Labios carnosos, pechos turgentes.

15 de Enero

Me compré el pasaje en barco. Quiero llegar a verla de un modo épico. Es un


crucero que viaja por la costa del Mediterráneo y termina en Italia, donde nos
veremos finalmente las caras. Ella hará el viaje desde en avión, llegará un día
antes. La verdad, me siento emocionado.

22 de Enero

Ojalá haya rentado un cuarto matrimonial, no me gustaría pasarla solo en el


hotel. Sandra no vino a esperarme a la costa; ahora mismo me encuentro en un
hotel a la espera del vuelo a la Capital. Ojalá la vea. Me espero cualquier cosa.
Supuestamente tuvo un atraso por tormentas en Bogotá.

28 de Enero

Necesito irme de aquí. Sandra era una embaucadora: quiso que nos casáramos.
Tiene una fijación con el tema y sospecho que me ve (al menos, parcialmente)
como un niño. Habla de educar y quiere que yo le acompañe. Mencionó algo
sobre astrología. Me alegro de dormir en cuartos separados.
Ha sido madre.

31 de Enero

Al fin solos, ella y yo. Nos necesitábamos.


Encontré al amor de mi vida, somos polos opuestos pero complementarios. Ahora
veo la suerte que tuve que Sandra se lo creyera.

91
Catyara Relatos I

¡Héctor!

Se levanta con el Toro en la mano y a dormirse va, escabio. Eh! Eh!, hay un coso
que terminar, señala, haciendo un agarre con la mano que no tiene el vino, y la
sacude, y pide una faca filosa que él mismo afiló hace un par de noches atrás, y
con eso apunta a la vaca, que era el coso que había señalado antes.
Fíjese, gaucho, el tipo, dice, hincarse es sinónimo de juventud, y al sobrino le
parece raro que el Demócrito sepa qué ojete significa sinónimo, pero se contiene,
porque los perros vomitan más allá. Espantáme los perros, pide la D, pide que
los dentren al corral de los chanchos, porque ahí, con las vacas, y con esa vaca
a punto de ser chinchulines, no les conviene rondar. Me voy al breso, señala al
voleo, y pasa la faca para el sobrino, que ahora se tiene que hacer cargo de
cargarse a la vaca y cargarla en el camión para colgarla de los Aquiles y
destriparla de un sacharazo.
Ah, el sobrino mira a la sobrina. Que cagada, dice en voz alta, menos gaucho
que el Déspota y tanto menos cagón, traeme la carretilla, le pide. Está desinflada,
devuelve. Ahí está el inflador, increpa. Se rompió hace una banda, frontonea. El
compresor del abuelo, demanda. En lo del abuelo, ulcera. Pero echale aserrín y
vamo’ vamo’, que hay una vaca que echar al fuego, y la sobrina suya, que no le
contesta porque ya tiene un coso que hacer, entra a la casa a recuperar el aserrín
de la bolsa de plástico que era de la comida de los perros.
Me hace un rato la porquería? Le pregunta la sobrina al paso. El sobrino abre los
ojos y le lanza una sarta de razones por las cuales cojerse así sería perjudicial
para la salud, ley 15-16, Natalia Natalia. Pero la otra, dicharachera, le hace un
panfleto oral arguyendo que: Número Uno: Eso que dice es solo tabú,
pongámonlan un ratito, qué va a pasar. Y la vaca? Y la brasa? Hacemos más a la
vuelta.
Al sobrino le parece buena idea por eso del campo, ya se cansó de la burra, pero
se cachetea con la mano que no sostiene la faca y recuerda que tuvo mujer, hijo,
hermano y cuñada, que le dieron la sobrina que ahora vive en el hueco abajo del
pino raro que fosforecea en marzo. Aunque No! No! y No!, hágame un sánguche
de bife, con el pan casero. Y allá va la sobrina, que no lo quiere hacer calentar.
Entonces se pone con la obra, hay que chantarle un tajo en la garganta a la vaca
con el pulso bien puesto. Que cuestión más argenta, huevonea para darse ánimo
y se acerca un balde de veinte litros. Acá va la sangre pa’ las morcillas, dice, ya
compré la bolsa de cebolla y la harina.
Sacatea, y la sobrina, pillina, sale sin el trapo en el torso y hace un brrrrrrr.
Sálgase de acá!, ya perdido su imperturbabilidad remanente a su vejez, quizás
no una vejez verdadera, ya que apenas tiene treinta años, pero no le divierte
siquiera un poco la predisposición de la chica. Él no hace eso. Él no es de esos.
La chica está claramente perturbada por la falta de sus padres, debería internarla
en un hospicio o al menos tratarla con terapia. Sacude la cabeza y admira el tajo.

92
Catyara Relatos I

Ella se impresiona un poco y retrocede, aunque haya visto carneos


anteriormente. Eso es por lo bichos, piensa, le tiene pena a los bichos.
-Alguna vez le va a tocar a usted. Vaya a vestirse. Póngase algo.
-Pero…
-¡Póngase algo, carajo, no me discuta!
Voltea la ternera hacia el costado para colgarla, ya tenía el aparejo listo a las
cinco de la mañana. La práctica es clave para poder hacerlo solo, piensa, desde
que nací que.
-La que lo parió…- dice con un suspiro.
Por astucia propia irá a pelar la ternera al mediodía y le pedirá a la muchacha
que le ayude, no conoce otra manera de acercársele para enseñarle y que
entienda cómo son las cosas y como tienen que ser.

93
Catyara Relatos I

Harriet, Fernando y Yo

Venía por la acera y de pronto veo a estos tipos ahí delante. Con la crisis se
hicieron más normales los asaltos pero eso no quería decir que no me asustara.
Además yo tenía once y los tipos apuntaban a la cabeza de Fernando. Luego uno
de ellos me vio, ahogué un grito y el tipo disparó.
Fernando no cayó al suelo, no señor. Comenzó a reírse y se paró lentamente
mientras los tipos le vaciaban los cargadores. Pateó primero a uno y luego al otro
y ambos se estamparon contra la pared del otro lado de la calle.
Corrí, aunque también pude pensar, y la idea que se me había trabado en la
mente era más o menos ésta: Este tipo tiene superfuerza, lo más probable es
que también tenga supervelocidad.
Estaba en lo cierto, me alcanzó antes de dar el cuarto o quinto paso.
-Tranquilo. No va a pasarte nada.
No le contesté y por reflejo me agarré el pantalón empapado.
-Sí, que mala suerte. ¿Conoces a Superman?
-¿Tú eres Superman?
-No, te lo decía para que tengas una idea. Soy un superhéroe, pero de aquí, de
la Terra.
-¿Cómo Superman?
-Más o menos. Él es más fuerte pero yo existo de verdad.
Por alguna razón quiso ser mi amigo. A veces aparecía en vuelo y otras venía con
regalos. Mis amigos le interesaban, pero no más que ellos por él, excepto por
Harriet.
Tenían casi la misma edad cuando los presenté. En realidad, Fernando era
inmortal y ni siquiera recordaba su cumpleaños, pero lucía como de veinte al
igual que ella, y yo ya tenía dieciséis.
Nos hicimos inseparables. Rentamos un apartamento y formamos una banda de
jazz-blues. Fuimos una sensación en internet por nuestro amigo superhéroe.
Yo trabajaba como delivery y Fernando recibía cheques del gobierno por la lucha
contra el crimen. Convivimos varios años, Fernando y Harriet fueron novios, luego
rompieron, luego Harriet y yo fuimos novios, luego rompimos y se acabó la banda
y la convivencia.
El problema fue que ella quiso continuar la vida que llevábamos, pero olvidó que
teníamos un amigo superhéroe y se metió en problemas. Fernando fue tras ella
varias veces pero solo consiguió enfadarla. Dijo que no quería verlo más y aún
menos a mí, que ni siquiera había tratado de verla. ¿Qué podría hacer yo que
Fernando no pudiera? El tipo vuela y es inmortal.
La cuestión es que Harriet desapareció. Su padre nos dijo que le había pedido
dinero y que no tenía noticias desde hacía dos semanas. Revolvimos toda la
ciudad y no la encontramos. Fernando usó sus contactos en el gobierno para
armar una causa e intervenir líneas telefónicas pero tampoco funcionó.

94
Catyara Relatos I

A decir verdad, me la encontré hace cuatro días y de casualidad, gracias a


Instagram. Un amigo me mostró unas fotos de uno de sus amigos de vacaciones
en Edimburgo y Harriet aparecía en el fondo, sentada en un banco de una plaza.
Yo pensaba que se había refugiado en una selva o algo así, pero estaba mucho
más cerca de lo que creía.
Dudé de contarle a Fernando, Harriet no quería que la encuentren. Al final le dije,
borracho, y prometió llevarme para que hablara con ella. Le hice jurarme que no
se la llevaría por la fuerza, a lo que extrañamente accedió levantando los
hombros.
-Has lo que quieras. Te llevo solo para que no tires dinero en el pasaje.
-¿No te molesta mantenerte al margen?
-No. Ya tuve suficiente de sus caprichos.
Fui a acostarme, Fernando se quedó viendo unas películas. Cuando me levanté
no estaba. Supuse que había ido a buscarla y algo dentro mío suspiró de alivio.
Pero lo llamé y no me atendió. Y así pasaron los tres días siguientes.
Vendí mi colección de vinilos y compré el pasaje de ida para Edimburgo, supuse
que la vuelta la haríamos volando. Llegué hace algunas horas, alquilé un cuarto
y fui a buscarlos.
Empecé por el café. Nada. La policía sabía algo del caso pero no habían visto a
ninguno de los dos. Le conté la situación al comisario y él me llevó hasta sus
superiores, que desplegaron un mapa y comenzaron una expedición. Que se
perdiera una chica era posible, pero, ¿un superhéroe?
Descartamos la posibilidad de que se hubieran fugado en una especie de romance
o algo así ya que de otra forma no tendría sentido buscar. Cuando se hicieron las
nueve de la noche volví al hotel, comí algo y subí al cuarto, pero no me puedo
dormir.

Estoy tomando todo el maldito whisky de mini bar, está lleno de whisky.

Bueno, ya estoy casi ciego. Creo que tendría que dormir.

No. Voy a tomar un baño. Soy el Robin de Superman y voy a encontrarlo. Y a


Harriet también. La convenceré que vuelva. Sí, primero ella y después Fernando.
Listo. Ya veo mejor. Billetera, el teléfono, las llaves del cuarto. Necesito cuchillos,
voy a pedirlos a la cocina.
Una botella de whisky.
El cuartel. ¿Qué espere? Bueno. Harriet. Nada nuevo. ¿Alguna idea? Sí, que
gracioso. La plaza, quizás la vea.
No está. El café de enfrente está abierto. No, gracias, estoy bien. Mierda, voy a
tener que tocar todos los timbres.
¿Está o no está? Que baje, maldita sea. Pues me quedo aquí hasta que baje.
¡Harriet!

95
Catyara Relatos I

Sí, sí, gracias por abrir, hijo de puta, estoy tiritando. No le voy a convidar a nadie.
¿Qué se hizo en el pelo?
-¿Qué haces aquí?
-Vine a buscarte.
-¿Así?
Qué más da.
-No voy a ninguna parte.
-Ohhh, si vendrás. Vendí—
-No.
-Todos mis… vinilos. Vienes conmigo.
-Ya te dije que no, niño. Esto no es un juego.
-¿Qué mierda…? ¿Quieres que traiga a Fernando, eso quieres? ¡Pues lo llamo!
Dame un segundo.
-No vas a encontrarlo. Está aquí.
-¿Mmm? Dile que aparezca. Hace días que no contesta.
-No entiendes nada. No, déjalo, que se entere.
-¿Qué?
-Fernando no es un superhéroe, es un supervillano. Defiende los ideales del
gobierno represor y tiene que ser neutralizado.
Espera un segundo.
-La última vez que lo vi me reveló su punto débil. Tiene una kriptonita- no, no
tiene. No es Superman -. Y la usé para sedarlo. No lo mata, pero no se puede
mover.
-Pero, ¿qué tratas…?
-Estos meses me enseñaron muchas cosas. Este mundo no va a cambiar gracias
a un tipo como él, sino gracias a nosotros. Nosotros vamos a suplantar al
gobierno y el primer paso es neutralizar al mayor peligro que existe.
-¿Y eso, qué ganas tú con eso? ¿Qué ganas?
-Autonomía. Deberíamos tomar nuestras propias decisiones.
-Pura mierda. ¿Vas a tenerlo atado aquí como a un puerco? ¿Quién crees qu—
-Cálmate o te abro la cabeza.
-Déjalo, está borracho. Lo conozco, no se atrevería a hacer algo al respecto- ¿Ah,
no? -. Ahora sabes que pasó. ¿Estás conmigo o en mi contra?
-Quiero verlo.
-No.
-Quiero verlo.
Ya se acabó la maldita botella. Dame eso, ¿qué es?
-Abre la maldita puerta.
Oh, amigo, mira como estas.
-¿Me escuchas? Van a pagar por esto.
-No me hagas reír.
-Si vuelve a abrir la boca le vuelo los sesos.

96
Catyara Relatos I

-Jala, maldito, aquí estoy.

¡Bang!

Ya no me siento mareado, no necesito sacarme la campera. Míralos, amigo,


míralos como nos miran como si fuéramos de otro planeta, no puedo dejar de
reírme, ahora entiendo, amigo, ahora entiendo por qué lo haces, ¿adónde van?
¿Creen que correr va a salvarlos?

97
Catyara Relatos I

Fotografías

La torta tenía la fecha de nacimiento, catorce velas y la palabra “felicidad” en


rosa. Adriana también estaba ausente ahí, en los decorados. El abanico negro
(fino, español) no combinaba con las prótesis de neopreno, ni los gladiolos con
los claveles, ni la sidra con el jamón.
“Trabajo es trabajo” convenció la voz de la tía Humberta, mientras le acomodaba
el escote a la nena para que se le vieran los atributos. Otros abanicaban, otros
callaban, uno preparaba la foto.
-Click! Esperen… Ahora sí, muchas gracias.
Spirito era un fotógrafo comprometido con sus obligaciones. Si le hubieran pedido
fotografiar a una muerta lo habría hecho. Rechazaba la sidra, los sanguchitos y
las insinuaciones del enano.

-Hace calor y es casi mediodía. ¿Le sacamos alguna prenda, señor?


-Como prefiera, señora. De ser así tendré que modificar un poco el encuadre.
La mayoría de los invitados colaboró en levantar el cuerpito de Adriana,
desprenderle el saco, quitarle el viso, la vincha, acomodar la silla en otro lugar y
volver a depositarla. Posaron para la foto.
Almorzaron, bebieron, los niños fueron a dormir. Spirito instaló la cámara en el
living de la casa. Adriana llegó sobre la silla de mimbre.
-Aquí hace más calor que afuera- dijo el rubio estirando los brazos.
-Insoportable. Mejor que quede en interiores, ¿no, tía?- sugirió Humberta.
-Después de la foto.

El cuarto de Adriana estaba recién pintado de blanco glaciar. Nunca pensaron


que saldría del hospital y no les dio el tiempo a decorarlo.
-En la cama, como si leyera- señaló Spirito mientras mediaba la luz con las
cortinas.
Solo habían subido seis personas hasta el cuarto: Los padres, Humberta, el rubio,
el fotógrafo y la cumpleañera.
-¿Me recuesto?- preguntó la mamá.
-Sí. Usted también, por favor- le pidió a la tía.
-¿Y a Adrianita? ¿Le dejamos las prótesis?
Spirito negó.
Se sacaron los vestidos y entramaron brazos y piernas sobre la cama.
-Click! Esperen… Ahora sí, gracias.
-Mejor así- se refrescó Humberta mirando por la ventana-. ¿Al sótano, había
dicho?

Los cinco pares de pies descalzos marcaron huellas en el polvo. La silla de mimbre
había quedado en el pasillo, el rubio no accedió a bajarla.

98
Catyara Relatos I

Dejaron a la nena recostada en el piso. Hicieron cuanto esfuerzo les fue posible
para no revolver el polvo, pero de todas formas Adriana estornudó.
-Bueno, la última- pidió Spirito.
Los hombres se sentaron encima del cuerpecito de la cumpleañera. La mamá y
la tía mezclaron la soda cáustica en un balde naranjado.
-Click! Esperen… Ahora sí.

99
Catyara Relatos I

Las Vueltas

Qué querés que te diga, el pibe… no podía más. Dejó la escuela a los quince por
lo del viejo y ahora que volvió a aparecer ni te digo. Burreaba diez horas por día,
lo echaron de la peña y lo dejó la jermu, todo en la misma semana, dale. La cosa
es que se quería matar y se quería matar. Pegó onda con los vecinos y con la
guita del último mes se la pasó de gira, ahí los pibes lo llevaron para el Bajo a
pegar faso y cuando se acostumbró sacó un 38 special con manís.
Vivía en Conti así que le quedaba el ciento cuarentaitrés o el ciento treintitrés,
depende de qué lado salís. Como andaba la gorra a full, a la vuelta se tomó el
veintitrés y después el ciento cuarentaitrés. A la mañana no hay bardo por los
nenes de la escuela y andaba con mochila, entonces la gorra pensó que era de
ahí. Careteó hasta base, imagínate, para los pibes. Llegó, puso el agua, se hizo
el gil y cuando lo dejaron solo se puso el fierro en la boca. Ahí todos nos
quedamos así.
Hizo bondi cuando gatilló, todo, se comió el patadón pero eran salva. El chabón
así, corte, entra la turris “eh, eh, era una joda, una joda” y las cámaras, todo,
micrófono, el que tiene el palo y la Caniggia, ahí le cuentan todo y tiró todo el
aire.
-¿Lo esperabas?
-¡No, qué iba a esperar! Yo estaba qué mala suerte y corte fui al Bajo, amiga,
pegué el fierro, todo.
-Sí, sí, te filmamos.
-No, mi vieja me va a matar- se rieron -. Igual piola que era joda.
-Sí, ¿no? Contanos tu experiencia.
-Y, nada, eso. Estaba re bajón, por el laburo, mi viejo, ¡la gila esa!
-¿Qué gila?
-Mi novia, amiga- hizo ch -, me dejó. Me dejó tirado.
-¿Querés que la llamemos?
Se queda duro. No, congelado.
-¿Qué onda? Es…
Y entra la jermu.
-¡No! ¡Qué hija de puta!
-¡Era nuestra cómplice!
-¡Qué hija de puta!- le pega a la cama - ¡Qué hija…! No te la puedo creer.
-¡Perdón, amor!
-No, qué perdón, salí. ¡Ah!- le agarra la cintura y se la sienta -. No sé qué haría
sin vos.
-¡Cuánto amor! Los dejamos solos, eh, ojito. Y me llevo esto por las dudas.
Rescató el fierro y quedó ahí. Después el chabón corte cheto mal y como salió
en la tele los vecinos piola le hacían el aguante, viste, se quedó sin laburo pero
eso porque quiso, la jefa lo llamó, todo, pero el chabón quería cambiar.

100
Catyara Relatos I

-Te bajo las horas.


-No, Hebe.
-No seas gato.
Hace ch de nuevo.
-Pasa que me puse ahí, viste, a pensar y esto del chiste… Qué querés.
-Sí, bueno, por eso te llamo, gato. Tomate un par días, ¿cuántos querés?
-No, ya fue, no quiero laburar más.
-Anda a cagar, hijo de puta, encima que te llamo.
-Recatate vieja puta, qué onda, ponete en pilla, logi.
-Vos ponete en pillo, gato, si te cruzo te cago a puntazos, vas a cagar en bolsa.
Y cortan.
-Esta gila…
-¿Qué onda?
-Nada, me cae con este berretín. Nada que ver.
-Nada que ver.
Se queda en el molde un toque.
-Si me la cruzo la tengo que matar, ¿me entendés? Qué logi… Si me la cruzo
¿qué tengo que hacer?
-Y, sí.
-La tengo que matar. Vieja puta.

101
Catyara Relatos I

Prisiones

-Lindas sandalias.
Fernando crepita y tuerce un poco el cuello. Un segundo antes le había sonreído.
Al matón le falla la vista y entra en un estado febril. Su respiración se entrecorta,
sus músculos se tensan, su espalda se achica.
Parece un estropajo, piensa el artista, y desvía su mirada a otro matón, que
rápidamente sufre los síntomas. Un tercer matón retrocede e insulta en cuanto
Fernando lo aborda con los ojos.
-¿Qué haces? ¡Basta, no!
Y corre.
-¿Y eso?- le pregunta la compañera de celda.
Quita el corcho y se sirve. Medita la respuesta, aunque la fingiría improvisada.
-El futuro llegó hace rato- cita -… Resulta que la película tiene razón, es posible
inmovilizar a un enemigo con la mirada. Pero no hay que usar el miedo, sino al
mismo enemigo. Es largo de explicar.
-Tenemos años, amigo.
-Lo dudo, amiga. Me querrán matar y necesito dejar en claro que no es… una
posibilidad. Estoy aquí por mis ideas, verás, no soy un simple escritor. Hago
muchas cosas, arte. Al principio fueron una forma de descargar la energía sexual-
estira las manos para que su compañera lo entienda como un término científico
-, y después no pude dejar de hacerlo, pero también me aburrió. Entonces tuve
la idea, la gran y sabia idea de entrenarme. Eso me transformó en una bestia.
<Tengo un amigo que se murió y volvió con información. No habla de Dios, no.
Cualquier cosa menos Dios. Pero lo escuché y aprendí lo que pude aprender,
entonces tuve memorias de otros universos, otras vidas. Me acordé. Cuando supe
de qué se trataba, recolecté más información. Y aprendí. Y pude ver. Y cuando
vi, supe que no puedo morirme.
La compañera recibe el vaso de vino y lo deja en el suelo.
-¿No quieres?
-Me gusta tomar de a poco.
-Está bien. Bueno, para no alargarme mucho, resulta que me asaltaron después
del Golpe. Un tipo me corta el camino en plena noche y me dispara. El primer
tiro me tumba, y sin entender muy bien cómo, me paro y me vuelve a tumbar un
segundo disparo. Me paro de nuevo y el tipo descarga todo lo que tiene, pero ya
puedo soportarlo de pie. Y corre, de todas formas no pude seguirlo.
<La segunda vez caminaba por el centro y sentí un golpazo en la ceja. Eran las
tres de la tarde, la calle estaba rebalsada de gente. Otro golpazo y supe que eran
tiros. Miré hacia donde venían. El asesino (supongo) guardó el arma en el estuche
y huyó del edificio, pero yo vi un túnel oscuro con una línea de plata que me
llevaba justo a él. Cuando lo alcancé disparó algunas veces más, pero no llegó
muy lejos, hice justicia en el acto. Después no me volvieron a molestar. Y después

102
Catyara Relatos I

fue lo de mi amigo, que además de profeta era traficante y nos pescaron con la
droga.
La compañera le asiente y termina el vino de un trago.
-Está bueno.
-Es casero, lo hace mi abuelo. ¿Cómo te llamas?
-Abril.
-Fernando. La policía había cercado todo el lugar y tenían un tanque. Yo no—
-¡Un tanque!
-Sí. Me estaban buscando, claramente. El asunto es que yo respeto la ley, a
medias… Creo que la respeto. No necesito ser un héroe, solo soy inmortal.
Entonces, me apuntan, le apuntan a mi amigo, y supe que lo matarían si no
cooperaba. Y aquí estoy.
-Yo también caí por drogas.
-Despreciable. Como trabajar para la policía.
La voz de Dios resuena en ese instante y tanto Fernando como Abril se paran.
-Hijos- dice -, tardé mucho en seguir el rastro de la luz y tardaré aún más para
estar entre vosotros. Pero no se preocupen, llegaré.
-¿Qué está pasando?
-¿Qué…?
Salen al pasillo para constatar que no sean los únicos en escuchar el mensaje
divino. Fernando debe ahuyentar a algún que otro preso e incluso se bate a
puños, la confusión es grande en los pabellones. Los convictos gritan y luchan
entre sí. La policía no responde al motín.
-Se fueron. Y dejaron las rejas cerradas.
-Cierto, volvamos al cuarto.
La única ventaja que ve el artista en compartir su celda es que su compañero es
mujer.
-Linda, Dios está en camino. Se acaba el mundo.
-Bueno, bueno- contesta abriendo las piernas -. Ven aquí.

Epílogo

Fernando sale de Abril y la golpea con el dorso de la mano.


-¿¡Y eso!?
-Dios está en camino y el hombre ya evolucionó- dice, y descarga de nuevo -.
Voy a medirme con el único rival que me merece.
Voltea para buscar la botella pero ya no se encuentra en la cárcel. Está desnudo
en el medio de la calle.
-¿Qué…?
Ve el edificio desde donde vinieron los disparos la segunda vez. La ciudad está
atestada de gente que no le presta la menor atención. Camina, corre, grita,

103
Catyara Relatos I

ahorca, descuartiza; en cuanto caen los cuerpos al suelo se desvanecen. Duda si


murieron o no, los demás no lo ven.
-O no quieren verlo… ¡Dios!- llama.
Está decidido a esperar lo que haga falta, en algún momento tendrá que
aparecer.

104
Catyara Relatos I

Down South

Tic, sonó. La cama, pensé.


Tic de nuevo, pero seguido del latido de mi corazón. Me asusté. Era casi
imperceptible, pero a esa hora no se movían ni las hojas y cualquier sonido se
camuflaba de estruendo. Tic Tum Tum. ¿Sería la sábana, alguno de sus pliegues,
un papelito, la madera? La única información que tenía era que el tic venía
siempre seguido del… similar a tresillos, en ese orden y con la misma frecuencia.
Le pregunté a Sebastián si lo escuchaba, si era acaso el único loco en el pabellón,
y le pregunté dos veces, porque estaba dormido y a la primera no reaccionó.
Aseguró por su vida que no podía oírlo.
Traté sin efecto de hacer oídos sordos al tic, que cada vez sonaba más fuerte y
los latidos también. Sabía que si continuaba de esa forma no podría estar entero
a la mañana donde tocaba correr antes de bañarse y luego de eso nuevamente
correr. Pero era la última de mis preocupaciones. Tic Tum Tum necesitaba fumar,
me podrían ver los guardias y eso significaba paliza. Venía en buena letra y no la
quería embarrar. Tic Tum Tum era la sábana, lo sabía; sabía que mi corazón latía
con una precisión métrica, y mi oído, enfocado, reconocía el patrón justo al
momento del latido— yo esperaba el tic antes del tum tum y eso que Tic conocía
también de psicología; estaba al tanto de los procesos neuróticos Tum de las
personas. Sabía bien que era mi cerebro procesando algún trauma de la infancia
no tan bella que me aquejaba cada no-Tum-che antes de poder frenar el
incansable flujo de información que pasaba por mis ojos— millones de imágenes
sucedidas sin ninguna explicación, viajaba por el flujo continuo de conciencia en
la que están atados los humanos y todo lo que nos rodea desde el principio—no
es un lugar simplemente ocurre en el tiempo donde existe toda huella Tic todo
registro del universo


Tum

Estrellas
Polvo
Rojo
Tiempo
Vibración
Cristales
Crisol
Ademán
Uñas
Pasión
Pasos

105
Catyara Relatos I

Expansión
Contrapunto
Tensión

Tum mm

Creación
Nacimiento
Belleza
Césped
Primavera
Canción
Para el sol
Guirnalda
Reflejo
Palma
Lupa
Laser
Paloma
Negación
Asfalto
Miedo
Justicia
Humor
Lobos
Arvejas
Otoño
Seiza
Barroco
Suspensión
Destreza
Mendigo
Carbón
Sal y pimienta
Flotación
Pensamiento

Tic tt

Sangre
Imposición
Vaciamiento

106
Catyara Relatos I

Reacción
Entendimiento
Abrazo
Calor
Creta
Contradicción
Hermano
Brisa
Pasarela
Volar
Triángulos
Galope
Nieve
La montaña
La desestructuración
Los versos
Las piedras
Acuario
La franja
La yerba
El palco
La luna
Un ojo
Dorado
Balance
Fragmento
Tum


Tic


...

107
Catyara Relatos I

Willenium

Autopista desierta, a las dos, helicopterazo.


-Ahí viene el ispector.
-Todo.
Aproximado, habla, rememora las leyes, entonces, responden.
-Hay fiesta aquí?
-Sí, señor ispector.
Un paso más, váse.
-Hay fiesta aquí?
-Sí, señor ispector.
Un paso más, váse, nuevamente, repite. Ispector en coche steam punk,
helicopterazo. Música Estatal.
-Hay fiesta aquí?- repite.

-Hay que apuntar, que no pase ninguno. ¿Quedó claro? Ninguno.


Primero el loco de la escopeta en contramano. Segundo, Helicopterazo.
-Vos acá, pum pum. Vos acá, también. Vos acá, lo mismo. Y vos, acá. Lo mismo.
Yo voy a estar acá, que no pase ninguno, ¿está claro? Ninguno.
-¿Lo de la gorra es seguro?
-Van a revanchear. Estamos en la calle.
Edicto Yonatan, tercero pero no menos importante.

-Helicopterazo, bondi no, auto no, moto no, bigote no.


-Tenso.
-Y la papirula. Si más ay! Probar y pasa.
-Tante.
-Estím, Estím.

-Si quiero tengo a un mozo en la palma que tiene diez copas en los dedos y una
acá en la palma. Desde acá bajo a cualquiera, mirá.
-Viene uno.
-Cuando doble.
-Ahí está.
-¿Viste? Qué te dije.
-No van a venir más.

De trata, minuciosa, espera, pregunta y continúa.


Entonces, carpetea.
-Cree?
-Sí, señor ispector.
-Piensa?

108
Catyara Relatos I

-Nunca, señor ispector.


-Qé más tiene?
-Saco, señor ispector?
Autoriza, carpeta mira. Constata uno documento, dos, llavero, tres, llaves, cuatro,
bolsa, cinco, droga blanda, seis, atado de cigarrillos, siete, veintidós cigarrillos
rubios, ocho, punzón de metal, nueve, restos de yerba mate, diez, cordones de
zapatillas, once, tapa de gaseosa, doce, perfume.
-Diga, piensa?
-No, señor ispector.
-Váse, de, frío lo suyo.
-Pas, señor ispector.
-Pas, le voy a dar.

-If he tells me all he knows about the way this river flows.

-Acá mirá la viene. Prostituta, cobra cobra. No, no. Barato barato.
-¿Prá?
-Claro. Linda, llegue! Más de una más.
-Oh, oh, linda.
-Y yerta?
-Ispectorio Estatal.

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