Sunteți pe pagina 1din 10

Enfoque Sistémico

y
Metodología de la Investigación

Este capítulo representa un esfuerzo por aclarar la naturaleza epistemológica del


Enfoque Sistémico y orientaciones paralelas, como la Psicología de la Gestalt y el
Estructuralismo francés, enfatizar el cambio de paradigma científico en que se apoyan y
señalar las principales implicaciones que lleva consigo para la metodología de la
investigación y sus diseños, de una manera especial en las ciencias del comportamiento.

1. Procedimiento analítico y procedimiento sistémico


Aristóteles había formulado en su tiempo una famosa idea relacionada con sus
nociones holistas y teleológicas: “el todo es más que la suma de sus partes”. La ciencia
occidental no tuvo en cuenta y, menos aún, desarrolló el contenido profundo que esta frase
encierra; así, los problemas que ella contiene, en lugar de ser resueltos, se negaron o
soslayaron. Esa ciencia no estaba preparada para tratar semejantes problemas. Por ello,
optó, más bien, por elegir como idea rectora la segunda máxima del Discurso del Método
de Descartes: “fragmentar todo problema en tantos elementos simples y separados como sea
posible”. Este enfoque constituyó el paradigma conceptual de la ciencia durante tres siglos,
y ha dado buenos resultados en algunos campos de la física y en la tecnología de ellos
derivada, donde los hechos observados pueden dividirse en cadenas causales aisladas, de
dos o tres variables, pero se ha demostrado totalmente incapaz de explicar adecuadamente
una estructura de alto nivel de complejidad como son los hechos humanos donde entra en
acción un alto número de variables con fuerte interacción entre ellas.
La Psicología de la Gestalt, desde fines del siglo XIX, establece de nuevo un puente
con Aristóteles y se constituye, de hecho, en una teoría epistemológica de la estructura. La
estructura no es un simple agregado, donde las partes se añaden unas a otras, sino un todo
donde éstas están ordenadas y concertadas en una determinada forma. La Gestalttheorie
alemana no sólo afirma que el todo es más que la suma de sus partes, sino que, por ello,
también las propiedades del todo son diferentes de las propiedades de la suma de sus partes.
Igual orientación toma, una década más tarde, el Estructuralismo francés, que
revoluciona las bases conceptuales de varias disciplinas.
En las ciencias humanas todo nos lleva, de una u otra forma, y nos fuerza a
enfrentarnos con realidades muy complejas, que constituyen “totalidades”, “sistemas” o
“estructuras” dinámicas en los diferentes campos del conocimiento. Esto implica una
reorientación fundamental del pensamiento científico y constituye el nuevo paradigma de
“sistema”, en contraste con el paradigma analítico, mecanicista, lineal-causal de la ciencia
clásica derivado de la epistemología del positivismo lógico y del empirismo y de la teoría
cognoscitiva de la “cámara fotográfica”, posiciones hoy día epistemológicamente
insostenibles.
El paradigma sistémico nace y se desarrolla a causa de las limitaciones de los
procedimientos analíticos de la ciencia tradicional. “Proceder analítico” quiere decir –para
Bertalanffy– que “una entidad investigada es resuelta en partes unidas, a partir de las cuales
puede, por tanto, ser constituida, entendiéndose estos procederes en sus sentidos tanto
material como conceptual. Es éste el principio básico de la ciencia clásica, que puede
circunscribirse de diferentes modos: resolución en encadenamientos causales aislables,
búsqueda de unidades 'atómicas' en los varios campos de la ciencia, etc.” (1976, p. 17).
Ahora bien, un procedimiento analítico requiere, para ser aplicado, que se den dos
condiciones: la primera, que no existan interacciones entre las partes, o si existen que sean
pequeñas y se puedan despreciar por su poca significación. En efecto, si existen fuertes
interacciones entre las partes, éstas no pueden ser separadas real, lógica y matemáticamente
sin destruir la entidad superior que constituyen. La segunda condición es que las
descripciones del comportamiento de las partes sean lineales, ya que sólo así podrán ser
aditivas, al poderse utilizar una ecuación de la misma forma para describir la conducta total
y la conducta de las partes; es decir, que los procesos parciales pueden ser superpuestos
para obtener el proceso total (ibíd.).
Los sistemas, las estructuras dinámicas, como las totalidades organizadas, no cumplen
estas dos condiciones. y este tipo de entidades es el que encontramos, en línea ascendente
de complejidad, en la célula, en el tejido, en el órgano, en la persona, en la familia, en el
grupo social, en la ciudad, en el país y en el mundo.

2. Limitaciones de las técnicas matemáticas


La ciencia clásica, analítico-aditiva, ha hecho muchos esfuerzos, ciertamente
encomiables, para desarrollar y aplicar refinadas técnicas matemáticas y sofisticados
procesos estadísticos para comprender estas realidades. Así apareció, sobre todo, el grupo
de las técnicas multivariables: análisis factorial, análisis de regresión múltiple, análisis de
varianza, análisis discriminante, la correlación canónica, el “cluster analysis”, las escalas
multidimensionales, el análisis de series temporales, las estimaciones no-lineales, etc. Así
aparecieron también varias técnicas no-paramétricas y muchas de las descripciones hechas
a través de las ecuaciones diferenciales que cubren vastas áreas de las ciencias físicas,
biológicas y económicas y algún campo de las ciencias del comportamiento. Todas estas
técnicas han dado buenos resultados, pero sólo cuando se cumplen las dos condiciones
señaladas, es decir, cuando se trata de entes más estáticos que dinámicos o de realidades
hechas con partes yuxtapuestas y sin fuerte interacción. En la medida en que ascendemos en
la escala biológica, psicológica y social, en la medida en que el número de las partes
constituyentes y la interacción entre ellas aumentan, su utilidad decrece rápidamente, su
inadecuación se pone de manifiesto y su campo de acción se restringe a las áreas de menor
interés y significación; y cuando las aplicamos a otros problemas, los distorsionan y nos
ponen sobre pistas falsas.
Conviene puntualizar que la ciencia clásica, al usar las técnicas estadísticas señaladas,
aun cuando parece que trata con un sistema completo de interacciones, sus resultados los
debe exclusivamente al empleo de relaciones de tipo unidireccional, es decir, lo que usa es
solamente el famoso principio de superposición de efectos. Se toma en cuenta únicamente
la interacción entre las variables independientes, y no la que se da entre éstas y las
“dependientes”. Este principio lo podemos ilustrar con el ejemplo de los efectos que
repercuten en cada gota de agua de la superficie de un lago donde se lanzan varias piedras:
la posición de cada gota depende de todos los círculos, los cuales es sobreponen
montándose unos sobre otros y produciendo efectos aditivos, pero las figuras causadas por
las piedras no interactúan entre sí.
Por esto, las limitaciones de las técnicas estadísticas no son algo pasajero, debido, por
ejemplo, a su actual nivel de desarrollo; es algo esencial, derivado de los principios
subyacentes que aceptan, de sus presupuestos epistemológicos, y los buenos profesionales
de la Estadística lo advierten claramente a los usuarios incautos haciéndoles tomar
conciencia de lo que se asume como punto de partida.
La Filosofía de la Matemática nos advierte que lo que más hay que tener siempre
presente es la aditividad como característica fundamental de nuestra actual Matemática, ya
que todo en la Matemática se puede reducir a relaciones cuantitativas y éstas a la suma, es
decir, es aditivo: la multiplicación es una suma complicada, pero siempre una suma, la
exponenciación otra forma de multiplicación, los logaritmos son una forma de
exponenciación, la resta, la división y las raíces son las operaciones inversas de la suma,
multiplicación y exponenciación, etc. Todo, en fin, son sumas más o menos complicadas:
no hay nada que sea esencialmente diferente de la operación aditiva.
La comprensión, en cambio, de toda entidad que sea un sistema o una estructura
dinámica requiere el uso de un pensamiento o una lógica dialécticos, no le basta la relación
cuantitativo-aditiva y ni siquiera es suficiente la lógica deductiva ya que aparece una nueva
realidad emergente que no existía antes, y las propiedades emergentes no se pueden deducir
de las premisas anteriores. Estas cualidades no están en los elementos sino que aparecen
por las relaciones que se dan entre los elementos: así surgen las propiedades del agua, que
no se dan ni en el oxígeno ni en el hidrógeno por separado; así aparece o emerge el
significado al relacionarse varias palabras en una estructura lingüística; así emerge la vida
por la interacción de varias entidades físico-químicas, etc.
La diferencia fundamental de orden epistemológico entre el positivismo y los enfoques
postpositivistas se deriva de su gnoseología. En estos últimos se supera el esquema que
considera la percepción como simple reflejo de las “cosas reales” y el conocimiento como
mera aproximación a la “verdad” o a la “realidad”. En el conocimiento se da una
interacción, una dialéctica (o un diálogo) entre el conocedor y el objeto conocido. En este
diálogo tienen voz múltiples locutores, como los factores genéticos o biológicos, los
psicológicos y los culturales: todos influyen en la conceptualización o categorización que se
haga del objeto. Por ello, no se puede enfatizar la objetividad y, menos aún, la verdad de
algo sin señalar el enfoque, óptica o punto de vista desde el cual se percibe. Esto se tiene en
cuenta hoy día aun en la física al superar la vieja diatriba entre la teoría ondulatoria y la
corpuscular por medio del principio de complementariedad de Niels Bohr. Todo ello nos
conduce a la adopción básica de una gnoseología perspectivista.
Las ciencias biológicas, por ejemplo, aunque tienen un nivel de complejidad inferior a
las ciencias del comportamiento y a las ciencias sociales, deben investigar una serie de
procesos que son irreductibles a la simple relación aditiva o lineal-causal, tales como
organización, automantenimiento, diferenciación creciente, desarrollo, evolución,
directividad, teleología, equifinalidad, morfogénesis, orden jerárquico, reproducción,
entropía negativa y otros. Las ciencias del comportamiento y las sociales deben añadir a
todo esto el estudio de los procesos conscientes, los de intencionalidad, elección y
autodeterminación, los procesos creadores, los de autorrealización y toda la amplísima
gama de las actitudes y sentimientos humanos.
Cada uno de estos procesos es ya en sí de un orden tal de complejidad que todo modelo
matemático o formalización resulta ser una sobresimplificación de lo que representa, ya que
empobrece grandemente el contenido y significación de las entidades. Con mucha mayor
razón lo será cuando estos procesos se entrelazan, interactúan y forman un todo coherente y
lógico, como es una persona, una familia o un grupo social.
Lo más típico y peculiar de estos procesos es la interacción en su sentido auténtico, es
decir, que la actividad de una parte es a la vez “causa-y-efecto” de la posición, estructura y
función de cada uno de los otros constituyentes. Köhler decía que en la estructura cada
parte conoce dinámicamente a cada una de las otras. Igualmente, desafían nuestra manera
clásica de comprensión la morfogénesis (que busca una forma perfecta pero todavía
inexistente) , la equifinalidad (que puede alcanzar la meta por vías totalmente diferentes) la
entropía negativa (que va contra el segundo principio de la termodinámica, es decir, tiende
a un orden creciente en lugar de decreciente) y, en los seres humanos, sobre todo, los
procesos conscientes y creadores que no tienen límites para su actuación.
La naturaleza de estos procesos no es captada por las técnicas matemáticas actuales.
Consciente de la abstracción que hace la Matemática de muchos aspectos de la realidad,
decía Einstein que “en la medida en que las leyes de la Matemática se refieren a la realidad
no son ciertas, y en la medida en que son ciertas no se refieren a la realidad” (Davies, 1973,
p. 1), y hay que advertir que el pensamiento de Einstein se refería, más bien, a las entidades
físicas, más simples, y no a las ciencias humanas o sociales.
Igualmente, en la evaluación y análisis crítico de los métodos de investigación se ha
enfatizado con cierta frecuencia el carácter inesencial y aconceptual de las relaciones
cuantitativas; en efecto, el número nunca nos da ni la esencia ni la naturaleza de las cosas,
sólo su dimensión cuantitativa.
Estas limitaciones se deben a la inadecuación de las técnicas matemáticas, y la falta de
unas matemáticas adecuadas proviene de los problemas que crea la vieja epistemología
positivista que no maneja sino la causalidad unidireccional y no entiende los seres
complejos si no es descomponiéndolos en unidades aisladas. Todo clama, en los últimos
tiempos, por unas “matemáticas gestálticas”, en las que lo fundamental no sea la noción de
cantidad, sino, más bien, la de relación, o sea, la de forma y orden, la de estructura y
función.

3. Un nuevo paradigma científico


Cuando un paradigma científico se va agotando en su capacidad de explicar la realidad,
en su poder de generar conocimientos útiles en el área para la cual se creó, lo más sabio y
lógico es pensar en concebir otro cambiando el “modo de pensar”, partiendo de nuevos
conceptos básicos, de nuevos axiomas, de nuevos presupuestos.
Esto es lo que han venido haciendo la Psicología de la Gestalt, el Estructuralismo
francés y el Enfoque de Sistemas. Estas tres orientaciones tienen básicamente la misma idea
central: las realidades no están compuestas de agregados de elementos, forman totalidades
organizadas con fuerte interacción, y su estudio y comprensión requiere la captación de esa
dinámica interna que las caracteriza.
El Enfoque Sistémico es un nuevo paradigma científico, una teoría formal y, como tal,
implica una nueva forma de pensar, una nueva manera de mirar al mundo y una
metodología innovadora.
La necesidad de un enfoque adecuado para tratar con sistemas se ha sentido en todos
los campos de la ciencia. Así fueron naciendo una serie de enfoques modernos afines como,
por ejemplo, la cibernética, la informática, la teoría de conjuntos, la teoría de redes, la
teoría de la decisión, la teoría de juegos, los modelos estocásticos y otros; y, en la
aplicación práctica, el análisis de sistemas, la ingeniería de sistemas, el estudio de los
ecosistemas, la investigación de operaciones, etc. Aunque estas teorías y aplicaciones
difieren en algunos supuestos iniciales, técnicas matemáticas y metas, coinciden, no
obstante, en ocuparse, de una u otra forma y de acuerdo a su área de interés, de “sistemas”,
“tonalidades” y “organización”; es decir, están de acuerdo en ser “ciencias de sistemas” que
estudian aspectos no atendidos hasta ahora y problemas de interacción de muchas variables,
de organización, de regulación, de elección de metas, etc. Todas buscan la “configuración
estructural sistémica” de las realidades que estudian.
Estas ciencias de los sistemas se han ido desarrollando precisamente por la esterilidad
que manifestaba la ciencia tradicional en variados campos del saber. Esta ciencia estaba
dominada (y para muchos lo está aún) por un empirismo unilateral: sólo se consideraba
“científico” en biología como en psicología, el acopio de datos y experimentos; la teoría era
equiparada a “especulación” o “filosofía”, sin tomar conciencia de que la simple
acumulación de datos no crea ciencia. El mismo Einstein dijo muchas veces que “la ciencia
consistía en crear teorías”.

4. Los sistemas abiertos de los organismos vivos


Un área muy importante de estudio para la comprensión del Enfoque Sistémico y las
implicaciones que trae consigo es la de los sistemas abiertos.
La física ordinaria sólo se ocupa de los sistemas cerrados, de los sistemas que se
consideran aislados del medio ambiente. Estos sistemas están regidos por el segundo
principio de la termodinámica y su tendencia es hacia la máxima entropía, hacia el máximo
desorden o degradación, que es el estado de distribución más probable, el cual terminará
con la igualación de las diferencias en la llamada muerte térmica del universo como
perspectiva final.
Los organismos vivientes, en cambio, son ante todo sistemas abiertos: se mantienen en
una continua incorporación y eliminación de materia exterior, constituyendo y demoliendo
componentes sin alcanzar nunca, mientras dure su vida, un estado de equilibrio químico y
térmico final. Las formulaciones habituales de la física no son aplicables en principio al
organismo como sistema abierto. Al contrario, lo que se da en los organismos es una
“importación de entropía negativa”, según la expresión de Schrödinger, lo cual contradice
las leyes físicas usuales.
En las ciencias humanas la teoría de sistemas hace surgir un nuevo modelo o imagen
del hombre, cuyo estudio se centra en el sistema activo de la personalidad. Son muchas las
corrientes psicológicas que confluyen, bajo un denominador común, hacia esta visión
holista, dinámica y humanista del hombre: la psicología del desarrollo de Piaget, de Werner
y de Schachtel, varias escuelas neofreudianas, la psicología del yo (que enfatiza la
autonomía personal), el nuevo enfoque de la percepción (que subraya la importancia de las
actitudes, factores afectivos y motivacionales), la psicología de la cognición (que da
preponderancia al “aprendizaje significativo”, al aprendizaje por descubrimiento y a la
creatividad), las teorías de la personalidad de Allport, de Rogers y de Maslow, la psicología
fenomenológica y existencial, los modelos en asesoramiento y psicoterapia (el modelo
centrado en la persona, el gestáltico, el psicodramático, el análisis transaccional, etc.), los
nuevos enfoques de la psicología educativa, etc.
Todas estas orientaciones han adoptado una concepción molar del organismo
psicofísico como sistema y han superado su concepción como mero agregado de unidades
moleculares, tales como impulsos, reflejos, sensaciones, centros cerebrales, pulsiones
inconscientes, respuestas condicionadas, factores, rasgos, etc. La personalidad es un todo
suficientemente integrado y coherente y para poderla comprender es necesario considerarla
como un sistema neuropsíquico o, si se quiere, como un sistema de sistemas.
Finalmente, la teoría de sistemas se presenta también como muy apta para comprender
la estructura e interrelaciones que constituyen la esencia de los grupos humanos, sea la
familia, los diferentes tipos de asociaciones, las comunidades naturales, las sociedades y
culturas o la humanidad en su conjunto. Por esta razón, prácticamente todas las ciencias
sociales (la sociología, la economía, la ciencia política, la psicología social, al antropología
cultural), como la lingüística, la misma historia y las humanidades en general, han
adoptado, de una u otra forma, en muchas de sus investigaciones, conceptos, métodos,
teorías y estrategias inspiradas sustancialmente en el enfoque de sistemas.
En efecto, siguiendo los conceptos de Spengler, podemos considerar a los grupos o
asociaciones humanos como verdaderos organismos que exhiben un cierto ciclo vital que
comprende nacimiento, crecimiento, madurez, senectud y muerte. En estos casos no se trata
sólo de una analogía, término que encierra una cierta impropiedad bajo el punto de vista
del rigor científico; se trata, más bien, de una homología y, por consiguiente, revela una
mayor similitud estructural y una mayor universalidad del paradigma sistémico.

5. Alternativa metodológica
Si la ciencia del siglo XIX y de la primera parte del XX se caracterizó por la
concentración primaria de la atención en la elaboración de formas y procesos elementalistas
de la naturaleza, la tendencia general del conocimiento científico de hoy se está
caracterizando por sus esfuerzos en hallar nuevas formulaciones específicas, fecundas
concepciones y metodologías más efectivas para estudiar y comprender los sistemas que
implican procesos de autorregulación, organismos con autoorientación, personalidades que
se autodirigen y asociaciones con autogestión.
Las principales conclusiones de carácter general a que van llegando estas
investigaciones coinciden en señalar que los acontecimientos parecen envolver algo más
que las decisiones y acciones individuales, y que son el producto de los sistemas
socioculturales, como ideologías, grupos de presión, tendencias sociales, prejuicios,
crecimientos y decadencia de las civilizaciones, etc.
La ciencia tradicional adoptó un enfoque cuya lógica subyacente se centra en el
método empírico-experimental y cuyo tipo ideal es el experimento, con énfasis en la
aleatoriedad, aislamiento de variables y comparación entre grupos o eventos. El enfoque
alterno es la investigación estructural o sistémica, cuyo diseño trata de descubrir las
estructuras o sistemas dinámicos que dan razón de los eventos observados. Con énfasis en
diferentes aspectos, se incluye aquí la hermenéutica, la fenomenología, el estructuralismo,
los estudios de campo y los estudios de casos.
Ante la tarea investigativa frecuentemente se opta por imitar o copiar modelos
extranjeros o extranjerizantes. La imitación frecuentemente es funesta: al imitar se elude el
esfuerzo creador de lucha con el problema que puede hacernos comprender el verdadero
sentido y los límites o defectos de la solución que imitamos. Por otro lado, si en algún
campo técnico resulta a veces más rentable la compra directa de algunas patentes que el
mantenimiento de un aparato científico propio, en el área de las ciencias humanas esto
resulta imposible: la idiosincrasia nacional o regional, las estructuras y contextos propios e
infinidad de variables individuales en acción hacen que la realidad a estudiar sea única.
El investigador nunca puede despojarse de los valores que alimentan, guían y dan
sentido a su ejercicio profesional. Los valores intervienen inevitablemente en la selección
de los problemas a estudiar, en su ordenamiento, en los recursos que se emplean en su
solución y en la ética profesional. Todo esto nos lleva a tener muy presente la tesis de
Protágoras: “el hombre es la medida de todas las cosas” (pánton kremáton métron
ánthropos einai”). Pero si el hombre es la medida, entonces será muy arriesgado medir al
hombre. No tendremos un “metro” preestablecido para hacerlo. Para “medir” (conocer) a
otra persona habrá que liberar la mente, mirar y escuchar muy atentamente, dejarse
absorber y sumergirse en su vida y ser muy receptivo y paciente, es decir, hacer una buena
“reducción” en el sentido fenomenológico.
El objeto de estudio de las ciencias humanas no son los “actos físicos” realizados por
el hombre, sino las “acciones humanas”, las cuales tienen un significado y un propósito y
desempeñan una función.
El positivismo sostiene que sólo los actos externos, biofísicos, son científicamente
admisibles, y que fijarse en las “acciones humanas” que requieren interpretación, es ir más
allá de los datos. Pero el acto en sí no es algo humano: lo que lo hace humano es la
intención que lo anima, el significado que tiene para el actor, el propósito que alberga, la
meta que persigue; en una palabra, la función que desempeña en la estructura de su
personalidad. La comprensión de la significación y función de las acciones humanas es el
objeto específico de estudio de las ciencias de la conducta. Sin embargo, el significado y la
función no son fenómenos que se puedan someter a una observación empírica, y no siempre
se pueden recoger a través de un cuestionario, ya que, a veces, ni si quiera son conscientes
para el sujeto.
El acceso a estas realidades no observables se logra a través de una comprensión
interpretativa. Esta comprensión descubrirá el sistema o estructura subyacente que da
sentido a los actos externos. Un acto físico o conducta externa puede tener muchos
sentidos, y actos diferentes pueden tener el mismo significado: de aquí, la improcedencia
de las definiciones operacionales, base de toda investigación con orientación positivista.
Por esto, en pleno rigor, un acto físico en sí no es ningún “dato”, es decir, algo dado; el
verdadero dato lo constituye el acto físico con el significado que tiene en la estructura
personal del sujeto. La orientación fenomenológica y hermenéutica piensa que el
significado es el verdadero dato, que la magnitud de un dato está dada por su nivel de
significación y que este dato se da en un contexto individual y en una estructura personal y
social, que hay que conocer para interpretarlo. Ningún procedimiento metodológico, por
consiguiente, deberá descontextualizar los actos físicos, separándolos de la estructura
personal o social; de lo contrario, serán hechos muertos y no podrán ser interpretados
correctamente.
La vida humana se presenta en “totalidades dinámicas y estructuradas” orientadas
hacia una meta. Las acciones humanas no son entidades aisladas ni aislables. Tienen
múltiples relaciones con otros elementos con los cuales forman sistemas dinámicos que
persiguen un fin. Lo esencial de una estructura, así entendida, es que es un sistema con
gran interacción entre las partes constituyentes, que puede crecer, diferenciarse
progresivamente, autorregularse y reproducirse, y que conserva su red de relaciones, aun
cuando se alteren, se sustituyan y, en algunos casos, incluso, se eliminen partes. Una
estructura psíquica, que es un complejo organizado de elementos aparentemente diferentes,
como impulsos, sentimientos, recuerdos, percepciones, pensamientos, conductas, etc. y que
se sobreponen, se entretejen e interactúan, cumple una función dentro de la estructura total
de la personalidad y, si de alguna manera es mutilada, coartada o inhibida, reaccionará
protegiéndose y buscando autopreservarse.
La implicación que esto trae para la heurística es que si desmembramos,
desarticulamos o desintegramos las estructuras naturales, no podremos entenderlas.
La descripción conclusiva de una investigación no debe reducirse a ilustrar uno o
varios elementos o fragmentos de la personalidad, como hacen la mayoría de los estudios
sobre la personalidad, los cuales la desintegran para relacionar cada fragmento con los
fragmentos correspondientes de otras personalidades. Estos estudios comparativos no serán
inútiles, pero tampoco servirán de mucho: nunca nos darán la comprensión de una persona.
Nuestra descripción debe centrarse en el análisis de verdaderas partes de la personalidad y
no en remotas abstracciones. Para ello, el análisis debe efectuarse a elevados niveles
significativos. Concretamente, esto sólo se logra si se mantiene, como mínimo, al nivel de
subsistemas con un grado de complejidad igual o mayor al de los valores, intereses,
disposiciones personales, actitudes, motivaciones autónomas, decisiones importantes, etc.
Bajar más, como al nivel de actos reflejos, reacciones neurofisiológicas, etc., sería proceder
a una desintegración de la personalidad, donde ya no trataríamos con acciones humanas y,
por consiguiente, perderíamos la posibilidad de encontrarle sentido a los hallazgos.
Un peligro análogo existe en el caso de los estudios sobre grupos sociales,
comunidades naturales u organizaciones.
Por esto, en las ciencias humanas, el método, así como sus técnicas y procedimientos,
deben estar dirigidos al descubrimiento de las estructuras o subestructuras psicológicas o
sociales de una persona o grupo de personas.
Un verdadero Enfoque Sistémico requiere que se tengan presentes, además, otros dos
elementos que integran las estructuras humanas: primero, que la investigación en las
ciencias humanas se haga sobre el contexto real, ecológico, en que se dan los fenómenos.
Los experimentos resultan inadecuados, ya que siempre crean, en forma inevitable, “otra
realidad”; segundo, que no se olvide que los fenómenos humanos requieren, para su
completa expresión, un cierto tiempo; por eso, su naturaleza exige un estudio 1ongitudinal,
diacrónico; no son suficientes los estudios seccionales, transversales, sincrónicos.
Heisenberg dice que “el método ya no puede separarse de su objeto”, y Husserl había
subrayado repetidas veces que “cada forma de ser tiene esencialmente sus modos de darse
y, por ende, sus modos en cuanto al método de conocerla” (1962/1902, p. 180).
Estas ideas se expresaron para combatir la tesis, más difundida que consciente, que
sostiene que la verdad es producto del método, lo cual constituye el “mito de la
metodología” de que nos habla Kaplan (1979) , o el “fetichismo metodológico” de Koch
(1981). En efecto, toda investigación está buscando algo desconocido, y no se puede
señalar un camino seguro y cierto para ir hacia un punto que todavía se desconoce. Éste es
el viejo prejuicio cartesiano de la prioridad del método.
Un proyecto de investigación debe comenzar por preguntarse si su objetivo es la
búsqueda del promedio y variación de una o más variables en muchos sujetos y la relación
entre esas variables, o si, en cambio, intenta descubrir la estructura organizativa, sistema
dinámico o red de relaciones de un determinado fenómeno más complejo. Si se busca lo
primero, como, por ejemplo, la estatura media en una población, sus preferencias políticas
o la opinión o juicio más común y generalizado sobre un tópico, se hará a través de una
muestra representativa de sujetos, de acuerdo a las técnicas de muestreo. Si, por el
contrario, lo que se desea es descubrir la estructura compleja o sistema de relaciones que
conforman una realidad psíquica humana, como, por ejemplo, el concepto de sí mismo, la
creatividad, el rechazo escolar, el nivel de rendimiento, la compatibilidad conyugal, la
armonía familiar, la eficiencia en una empresa, la buena marcha de una organización, de un
gobierno o de un país entero, habrá que partir no de elementos aislados, ya que perderían su
verdadero sentido, sino de la realidad natural en que se da la estructura completa, es decir,
de casos ejemplares o paradigmáticos: casos más representativos y típicos, estudiados a
fondo en su compleja realidad estructural. En las ciencias de la conducta, y en ciencias
humanas en general, ésta es la situación más común, ya que lo que da sentido y significado
a cada elemento o constituyente es la estructura en que se encuentra y la función que
desempeña en ellos.
Un error frecuente y grave consiste en pretender llegar al conocimiento de estructuras
estudiando elementos en muestras aleatorizadas y sometiendo los “datos” a un tratamiento
estadístico, donde los elementos de un individuo quedan mezclados con los de todos los
demás en una especie de trituradora ciega. Lo único que puede salir de ahí es una especie
de “fotografía compuesta”, algo que es fruto de esas matemáticas que –como ya señalamos,
según Einstein– en la medida en que son verdaderas no se refieren a la realidad.
Una idea de la complejidad de los problemas que esto origina se puede vislumbrar
trazando un diagrama de flujo y utilizando flechas para representar la dirección de una
interacción, grosor de las flechas para señalar la magnitud del mismo y un color diferente
para expresar la naturaleza o tipo de la relación, como, por ejemplo, de agresión, oposición,
rivalidad, odio, celo, emulación, envidia, colaboración, benevolencia, amistad, empatía, etc.
La calidad específica de cada una de estas relaciones y lo que ella implica es ignorado
por las técnicas estadísticas más refinadas, pues todas ellas, en el fondo, se reducen al
concepto de correlación, que es como el corazón que las anima; y este concepto, directa o
indirectamente, se apoya y termina en el principio de causalidad, tan limitante en la
comprensión real de los seres humanos.
En esta línea de pensamiento, los métodos tradicionales deberán ser complementados,
o sustituidos con aquellos que se caracterizan por su sensibilidad hacia los aspectos
cualitativos y sistémicos, como son el método hermenéutico, el fenomenológico, el
etnográfico, el endógeno, el comprensivo, el naturalista, los estudios de campo, de casos y
otros.
La descripción de cada uno de estos métodos y el señalamiento de las áreas específicas
para las cuales han sido concebidos sobrepasa el objetivo de estas páginas y podrán verse
en la bibliografía que las acompaña.
El informe final de una investigación conducida de acuerdo a estas ideas no puede
reducirse a una descripción esencialmente cuantitativa. De manera especial en las ciencias
humanas, la descripción verbal, cualitativa, permite una versatilidad y riqueza conceptual
con precisión de detalles y matices, que es mucho más apta y adecuada para representar un
fenómeno o realidad humanos, de lo que son unos números o una descripción numérica,
que abstraen partes de la realidad y dejan todo el contexto que es el que le da significado a
esos mismos números. El concepto de estructura, sobre todo, exige, por definición y por
propia naturaleza, una atención y tratamiento que va mucho más allá del número y de la
cantidad: ahí las cosas no son determinantes por su tamaño, sino por lo que significan para
el resto de los elementos constituyentes de la estructura y por la función que desempeñan.
La magnitud de un dato está dada por su nivel de significacíón.
Una descripción verbal y estructural, detallada y matizada, con precisión terminológica
y riqueza conceptual y lingüística, puede dar, al tratarse de relaciones y problemas
humanos, una clara evidencia de su naturaleza y compleja realidad.
La posibilidad de esta evidencia es avalada hoy día por los estudios de la neurociencia que
han hecho ver que disponemos de todo un hemisferio cerebral (el derecho) para las
comprensiones estructurales, sincréticas, configuracionales, estereognósicas y gestálticas, y que
su forma de proceder es precisamente holista, compleja, no lineal, tácita, simultánea y acausal.
Por desgracia, en la cultura occidental, y sobre todo en los últimos tres siglos, hemos cultivado
casi exclusivamente la mitad izquierda de nuestra cabeza (media cabeza), el hemisferio que
trabaja en forma analítica, lineal y causal; pero ya es hora de cultivar también la otra mitad y de
integrar las dos.
Nota: Las obras citadas se encuentran en la Bibliografía de la Obra Completa.

S-ar putea să vă placă și