Sunteți pe pagina 1din 7

“FELICES LOS PERSEGUIDOS POR CAUSA

DE LA JUSTICIA, PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS


CIELOS”

Mateo 5, 10

Esta última Bienaventuranza nos muestra lo que le puede pasar a quien


vive las 7 Bienaventuranzas anteriores, sea en sentido negativo –la
persecución- sea en sentido positivo –el don del Reino.

El ser perseguido es la experiencia de la vulnerabilidad y debilidad


ante el mundo que caracteriza al discípulo de Jesús.

La Justicia como motivo de persecución.

¿Quiénes son los perseguidos?

La expresión “perseguidos por causa de la justicia” quiere decir


perseguidos “por causa de Jesús”… del compromiso con Jesús, por vivir sus
enseñanzas, en fin, por ser discípulo (ver 5,11 y 10,22). Esto se puede
comprobar todos los días: la gente comprometida tiene siempre problemas.

En el Evangelio de Mateo los comprometidos se pueden distinguir:

- Son todos los creyentes que se esfuerzan por ser fieles a Jesús.
Todos los que se proponen “encarnar” en su vida la Palabra de Dios
pueden ser sometidos a situaciones de escándalo, de enfriamiento y
pérdida de la fe, hasta llegar a separarse de Jesús (ver en 13,24 los
perseguidos por causa de la Palabra; ver también 24,10 y 12); porque
el trigo crece junto con la cizaña (ver 13,30).
- Son los misioneros, en efecto, esta última Bienaventuranza tiene en
seguida una ampliación (5, 11-12; que no es otra bienaventuranza),
en la cual los discípulos son llamados “profetas”. Es el rechazo del
mensaje y el ataque personal a los misioneros.

Pero, ¿por qué precisamente por vivir y anunciar la voluntad de Dios se tienen
problemas?

1
En primer lugar, porque se es distinto de los demás; no se comparten sus
criterios de vida. Los discípulos de Jesús se diferencian de los paganos porque
aman a sus enemigos (¿hay algo más peligroso?, Mateo 5,47), porque no oran
como ellos (6,7), porque no viven su mismo stress ante la vida (6,32). Y a
ellos tienen que encontrarlos en la evangelización (ver 4,15; 12,21; 24,14;
28,19). De parte de los gentiles también se desata la persecución (10,18).

En segundo lugar, porque muchas veces implica contestación abierta de


aquello que está institucionalizado. Este permite el conflicto, sobre todo, con
los judíos. Punto delicado de discusión es la validez de la antigua Ley. No es
fácil para un judío llegar a aceptar que Jesús es el enviado de Dios que lleva a
su “cumplimiento” la Ley, ya que esto implica una cierta relativización de las
normas escritas y el darle la prioridad a la enseñanza de Jesús. La
interpretación de Jesús desautoriza aquella de los rabinos (5,20; 23,1-38). ¿Y,
entonces? Jesús es perseguido por causa de la justicia (23, 29-32). Los jefes
del pueblo de Israel, que pertenece al grupo de los primeros destinatarios de la
misión (10,6; 15,24), son también los primeros en rechazarle y en perseguir al
Maestro y a sus misioneros (10,17; 23,34).

Jesús nos enseña a afrontar la persecución.

De lo anterior vimos que la persecución es la manera como el discípulo


participa del destino del Maestro: “Ya le basta al discípulo ser como su
Maestro, y al siervo como su amo” (10,25). Lo propio de la Bienaventuranza
es que el perseguido no sólo se parece al Maestro en el hecho de vivir este tipo
de situaciones desagradables sino, sobre todo, en la manera de afrontarlas.

La persecución comienza siempre por la agresión verbal: “injuria2 y


“toda clase de mentira” (5,11), o sea, las falsas acusaciones y el poner en
ridículo. Así también con Jesús (ver 9,34), y esto se ve todavía más claramente
a la hora de la pasión.

Jesús invita a sus discípulos perseguidos a asumir ciertas actitudes:

- A orar por sus perseguidores (5,44).


- A ser prudentes y sencillos (10,16).
- A cuidarse (10,16).
- A no dejarse amedrentar (10, 19.26).
- A perseverar hasta el fin (24, 13).

2
- A recordar que están en las manos de Dios Padre que no abandona a
sus hijos (ver 10, 28-31).

Llama la atención que Jesús invita a no exponerse innecesariamente. A este


propósito, llega a dar un consejo tan práctico como el de la fuga: “cuando os
persigan en una ciudad huid a otra, y si también en ésta os persiguen,
marchaos a otra”. (10,23).

Y con su mismo ejemplo Jesús agrega también otras enseñanzas sobre


cómo afrontar la persecución: la mansedumbre (26, 49-52), la respuesta franca
y abierta (26, 64) y aún el silencio (27, 13-14).

Por todo lo anterior, un “perseguido por causa de la justicia” merece


este honroso título cuando:

- No se deja acobardar por el cansancio ni baja la guardia fácilmente


(ver 24,13).
- No cae en la pasividad (ver 24, 14).
- Está dispuesto a ir hasta el fin, hasta el martirio (ver 20, 22; 26,35).

El don de Dios Padre.

Los perseguidos por causa de la justicia son bienaventurados porque “de


ellos es el Reino de los cielos”, es decir, porque Dios está de su parte. De
hecho, quien se mantiene en el testimonio aún en la persecución, ya tiene a
Dios de su parte a la hora del juicio (ver 10,32).

Pero es una promesa de felicidad, por lo tanto de victoria y de


resurrección (ver también 1 pedro 3,14). Es el compartir con Jesús la cena de
familia en la vida que no muere, la de la resurrección (ver 26, 29).

La certeza que da esta bienaventuranza es la que le permite comprender


la extraña reacción de los apóstoles, en la aurora de la Iglesia, después de
haber sido azotados:

“Ellos marcharon de la presencia del sanedrín contentos por haber


sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre …. Y no cesaban de
enseñar y de anunciar la Buena Nueva de Cristo Jesús.. (Hechos 5, 41-42).

3
La última Bienaventuranza –la de la persecución-, describió los
sinsabores a que puede verse expuesto un discípulo de Jesús debido a que él es
diferente de los demás, vive y defiende otros valores y es, en definitiva, una
persona que no encaja fácilmente en los modelos fabricados por la sociedad.

La presión externa a que se ve sometida una persona que asume


seriamente las Bienaventuranzas comienza casi siempre con la crítica, la
difamación y la acusación: “Cuando os injurien…” y digan con mentira
toda clase de males contra vosotros (Mateo 5, 11). Pero en eso se nota que uno
es un verdadero profeta. Los profetas nunca fueron del agrado de la gente que
no tenía interés en un nuevo estilo de vida (5,12).

Esto no es de ninguna manera una experiencia agradable. ¿No es bonito


que todo el mundo lo acepte y valore a uno? Por una parte es interesante saber
que tenemos algo nuevo que decir y que ofrecer a todos, somos gente de
“alternativa”. Pero por otra parte, cuesta aceptar que por esto mismo tengamos
que vivir en conflicto con nosotros mismos para sostener nuestras opciones y
todavía más con los otros cuando las critican.
Ante esto generalmente se pueden tomar 3 actitudes:

- Echar pie atrás y adaptarse al ambiente hostil de manera que este nos
acepte; así se esquiva el conflicto.
- Aceptar un gueto, manteniendo relaciones exclusivas con aquellas
personas que comparten nuestra manera de pensar y vivir, e
ignorando a los otros.
- Encerrarse en una burbuja de cristal.

El primer caso indica abiertamente una pérdida de la identidad cristiana.


El segundo es una negación de la tarea misionera. El tercero parece un
chiste, pero ya ha sucedido y es tan negativo como el primer caso.

A quien vive este conflicto Jesús le propone tres imágenes simbólicas que
expresan la tarea que él debe asumir en medio de esta situación.

- Ser “sal de la tierra” (5,13).


- Ser “luz del mundo” (5,14).
- Ser como una “ciudad encima de un monte” (5,14).

4
Sal de la tierra.

Comprenderemos mejor lo que significa este símbolo si nos recordamos


rápidamente qué funciones y qué virtudes tiene la sal (sal de cocina, por
supuesto).

- La sal, tanto hoy como en el mundo bíblico, tiene como función: (1)
darle sabor a lo desabrido, y (2) evitar la putrefacción (allí donde no
hay nevera la sal conserva los alimentos).
- Virtudes de la Sal son las siguientes: (1) que se disuelve en el
alimento, se integra con él, pero a pesar de esto no pierde su efecto,
ocurriendo que ya no se ve pero se siente; (2) que se distribuye por
todas partes, una simple cucharadita se riega hasta salarlo todo. Sea
que se disuelva o se distribuya la sal permanece siempre sal,
mantiene su identidad, su valor en cuanto tal y su eficacia.

Pues esta es la tarea del discípulo –hombre o mujer de todas las


Bienaventuranzas- ante las presiones del ambiente que trata de
absorberlo: se integra con ellos sin perder su identidad, sin claudicar de
sus valores, sin perder el liderazgo. Un discípulo en cualquier lugar en
que esté, debe conservar la manera de ser que ha aprendido de su Padre
Dios (5,48) y al mismo tiempo hacer de su presencia, palabras y
actitudes, gestos de valor y significado para los demás.

Luz del mundo.

Pero el símbolo de la sal es incompleto y puede dar la impresión de que


uno estaría escondiéndose o camuflándose en medio de la masa. Por eso
es importante el otro símbolo: la luz.
En tiempos de Jesús las casas de la gente sencilla (la mayoría de la
gente) tenían un solo cuarto, allí dormían, cocinaban, tenían todo. La
lámpara era de aquellas de aceite y se tenía, por lo general, una sola de
manera que debía colocarse bien para que alumbrase todo el cuarto. El
candelero en el cual se apoyaba la lámpara debía estar –naturalmente-
en una posición elevada. Hoy no es muy distinto el asunto.
El símbolo es iluminador: de la misma manera el discípulo de Jesús no
puede substraerse a la interacción con la sociedad, no puede ni debe
esconderse, debe estar en posición visible para anunciar su experiencia
y atraer a otros con su testimonio; de ninguna manera debe esconderse

5
ni camuflarse en la masa sino más bien salir, expresar su vivencia, para
hacer más luminoso el mundo.
Además la función de la luz es permitir que se pueda apreciar todo lo
que nos rodea al interior de la casa. Saca las figuras de la oscuridad,
hace aparecer cada cosa como ella es, permite distinguir y apreciar todo
en su verdadero valor. Esta es también la tarea del seguidor de Jesús en
medio de los que le rodean.
Pero hay algo más importante: el discípulo de Jesús debe resplandecer
por sus buenas obras. No son solamente sus palabras sino ante todo sus
actos, sus comportamientos, sus reacciones, sus actitudes, en fin, todo lo
que haga o deje de hacer.

Una ciudad encima de un monte.

Puesto que todo el mundo ve la ciudad, una ciudad puesta sobre un


monte se convierte en un “punto de referencia”. ¿No nos ha sucedido
que cuando viajamos de noche y vemos a lo lejos un conjunto de luces –
sobre todo en el punto más elevado- que decimos: “allí es, ya vamos a
llegar”.
De la misma manera es la misión de los discípulos de Jesús: ser punto
de referencia para los demás. No se debe llamar la atención de manera
vanidosa, sino más bien de:

- Anunciar nuevos valores encarnados en la vida.


- Provocar la reflexión ante los que nos observan (¿qué le pasa a esta
gente? ¿Por qué vive así?
- Atraer a otros a la conversión.

6
7

S-ar putea să vă placă și