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CRÓNICAS Y
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ARENAS MANTILLA
© Universidad Industrial de Santander

Biblioteca Mínima Santandereana No. 15


Crónicas y romances. Vicente Arenas Manti lla

Rector: Alvaro Gomez Torrado (E)


Vicerrector Académico: Orlando Pardo Martínez

Editor:
Dirección Cultural
Luis Álvaro Mejía A.

Impresión :
División Editoria l y de Publicaciones - UIS

Primera Edición: Octubre de 2012

ISBN: 978-958-8777-15-3

Dirección Cultural U/S


Ciudad Universitaria Cra. 27 calle 9.
Tel. 6846730 - 6321349 Fax. 6321364
Página Web: http://cultural.uis.edu.co
divcult@uis.edu.co
Bucaramanga, Colombia

Impreso en Colombia
INDICE

Una librería piedecuestana 7


La última lágrima 13
El cine, sus recuerdos y sus
inconvenientes 21
El circo Santander 27
El cerro de los compadres 33
Vanidad de vanidades 39
Los discursos veintejulieros 43
Clínica para ratones 49
La cascarilla de las Martínez 55
El correo de las brujas 59
Las chicoteras 65
Los sobrenombres 71
El santuario de Palonegro 79
Bus, chisme y cocineras 85
El mechudo de "Juan Rodríguez" 89
Vicente A renas Mantilla

Una librería
piedecuestana

Por allá hacia el año mil novecientos


veintidós, un sujeto de apellido Caballero,
que comen zaba a ejecutar sus primeros
ejercicios de peluquería, y que en sus ratos
de descanso le había dado por leer algunas
obras que fue consiguiendo prestadas con
los clientes que lo visitaban , resolvió de la
noche a la mañana venirse a la capital con
unos poco pesos en el bolsillo, con los cuales

5
compró unas treinta novelas que escogió
según lista que le habían hecho unos amigos
que trabajaban en sastrería y que se sentían
muy conocedores en asuntos de literatura.

Porque en Piedecuesta, hasta hace más o


menos quince años, había una mesnada
de macarinos que careciendo de las más
elementales nociones para · desempeñar
una portería, se las daban de sabihondos y
hasta de críticos de los más notables autores
franceses y españoles; cuyas obras, según
tales carpinterillos, no tenían nada de original
y estaban escritas en un lenguaje tan pobre y
desabrido, que para poderlas leer les tocaba
comer morcillas con ají.

Como hasta entonces los trasportes


mecanizados comenzaban apenas a iniciar
su desenvolvimiento, y un viajecito en carro
a Bucaramanga no dejaba de costar veinte
o veinticinco pesos, el joven Caballero, vino
a pie a la capital, y después de desandar
mucho por todas las ventas de libros en
busca de las obras maestras que le habían
recomendado los sastres, y del precio más

6
Vicente A renas Mantilla

económico, se compró veinte novelas en la


famosa librería del doctor Daniel Martínez,
las que una vez empacadas enmochiló
entre su pollera de fígaro caminante; y ya
cayendo la tarde regreso a Piedecuesta
con su cargamento literario, que según sus
cálculos le iban a granjear a su negocio toda
la predilección.

Al día siguiente abrió tarde su peluquería,


y cuando llegó el primer cliente a que le
arreglara el sistema piloso, el nuevo librero
que no hallaba cómo darle noticia de su nuevo
negocio, le la rgó muy ceremoniosamente al
visitante una obra de Montepín, que si no me
equivoco fu e "El coche número trece" la cual
se llevó prestada para su casa el ya motilado
cliente, sin que hasta la actualidad, según le
lo refería hace algunos días Caballero, haya
vuelto a ver al sujeto, mucho menos a su
obra adorable.

En vista de este desastre que aniquiló en parte


su hermosa colección, pero persistiendo en
el deseo de que todo el mundo se enterara
de que sus actividades iban en progreso, el

7
fígaro pueblerino resolvió tres días después
fijar en la puerta de su motiladero, una aviso
que decía:
Aféitese o no se afeite,
aquí lo espero, don Cloto:
para que lea unas novelas
mientras yo le raspo el coto.

Una tarde se le quedó afuera el cartel al cerrar


la puerta, y unos chivatos trasnochadores
que lo hallaron, borraron el anuncio anterior
y escribieron el siguiente:
Si quiere que lo motilen
a pellizcos como un fara:
métase a esta librería
a que le aruñen la cara.

Herido Caballero en lo más sensible, que sin


duda era su orgullo profesional, pegó al día
siguiente dentro de su establecimiento un
tablero con esta leyenda:
Aquí no hay gente pa libros,
yo lo he visto en forma clara;
lo que hay son mulas y chivos
que ni se lavan la cara.

8
Vicente Arenas Mantilla

El dueño del local, un rico lugareño de esos


de ruana y de botín de locho que fabricaba de
muy buen material Octavio Gueara, temeroso
de que aquel cartel suscitara la soberbia
de los parroquianos, llevándolos en su
ofensiva hasta apedrear el establecimiento,
notificó acto seguido a Caballero para el
desocupe del inmueble, disposición que el
pichón de barbero acató inmediatamente,
trasladándose esa misma tarde a la población
de Florida , y dejando a Piedecuesta sin ese
órgano de cultura que son en realidad las
librerías.

9
Vicent e Arenas M antilla

La última lágrima
De grata recordación ha sido y será siempre
para la historia social de Bucaramanga, la
fundac ión de aquellos centros que como el
Club de Soto, reunió infinidad de veces en
sus aristocráticos sa lones a esa pléyade de
intelectuales que hacia la época centenaria
se dieron cita allí para dar a conocer sus
producciones literarias o para celebrar las
fiestas patrias.

11
Añorados y dulces días aquellos en que
la juventud gallarda de Aurelio Martínez
Mutis, Gilberto Cortissoz, Luis María Rovira,
Fidel Regueros Buitrago, José del Carmen
Mansalva, Andrés Gómez, Severo Olarte,
José Antonio Escandón, Aurelio Mutis, ·
Carlos Torres Durán, Manuel lbáñez, Arturo
Jaramillo Gaviria, Franciso A. Paillié, Marco
Aurelio Serrano, Leonardo Martínez Collazos,
Gregorio Consuegra, Marco A. Aulí, Carlos
D. Parra, Emilio Pradilla, Roberto de J. Díaz,
Enrique Lleras, Francisco Nigrinis y Pedro
Alejando Gómez Naranjo, celebraban allí sus
sabatinas inolvidables, e iniciaban aquel gran
movimiento literario que desde las columnas
de la revista "Lecturas" o del "Verbo Roo",
dio a Santander esa especial nombradía y
exaltación muy merecida.

Desaparecido el Club de Soto, surgió


entonces el Club del Comercio, ese centro
social que durante años distinguió a nuestra
capital por la selección de sus socios, por
la elegancia cultural de sus fiestas, por el
exquisito ambiente social que allí reinaba y
que sorprendió dejando grato recuerdo en
la memoria de ilustres visitantes en cuyo

12
Vicente Arenas Mantilla

diario de viajes los festivales del Club del


Comercio ocuparon largos espacio y los más
significativos elogios.

El tiempo y las alternativas de vida fueron


transformando lentamente todas aquellas
cosas que un día hicieron amable a esta
Bucaramanga ideal; se distanciaron un
poco las reuniones literarias porque parte
de sus integrantes abandonaron el suelo
nativo, y el famoso centro social, confiado a
otras directivas más comercializadas, no se
preocupó ya por la distinción de sus afiliados
sino por sus ingresos económicos.

Fue entonces cuando los pocos amantes


del humorismo que aún existía, y cuyas
inquietudes por el libro y por la música no
habían desaparecido, cuando surgieron "El
Globo" y "La Manigua", "El Tíboli" y "Londres",
"La Rambla" y "La Bandera", "Tobols" y "La
Cítara", "La Siberia" y "El Polo", "La Llave"
y "El Motor", donde algunos intelectuales
se reunían a hacer palique por las tardes
alrededor de unas quinas o de un espumoso
Moscato Passito.

13
Surgió el inolvidable "Café Inglés", que un
buen día fundara Rogelio Silva Araque, y que
tuvo sus mejores épocas en aquella amplísima
casa donde hoy funciona la Editorial Marco A.
Gómez; establecimiento ese que trajo hacia
sí a los viejos contertulios a quienes ya se
habían unido por camaradería e ideales las
nuevas figuras que decoraban el ambiente
artístico e intelectual, como Manuel Serrano
Blanco, Carlos O. Pérez, Luis Prada Reyes, Saúl
Luna Gómez, Luis Reyes Rojas, Luis Alfredo
Núñez, José María Vesga Villamizar, Carlos
V. Rey, José Vicente Parra, José Fulgencio
Gutiérrez, Gabriel Turbay, Alfredo Días Soler,
Bias Hernández, José Roso Contreras, Raúl
Martínez Lanch, Manuel Grajales Reyes,
Antonio María Sepúlveda, David Martínez
Collazos, Jaime Barrera Parra , Luis Ardila
Gómez, Luis Ernesto Ardila y otros veteranos
de la ingeniería, el periodismo, de la música
y de la medicina que conformaron aquel gran
corrillo de memorable recordación.

Treinta y ocho años después, como destruidos


por un gran vendaval, vida y rincones amables
han desaparecido de forma casi cruel, y ya
no queda para quienes en horas de grata

14
Vicente A rena s Mantilla

evocación y sin estiramientos ni genuflexiones


anhelan reunirse a platicar sobre el pasado,
otro lugar que aquella modestísima tenducha
que se alza como asomando las narices en
una de las esquinas del Parque Romero,
donde las gentes de todos los pelajes suelen
ir a sollozar y consolar sus tristezas con un
t rago después de haber entregado a la tierra
los despojos de sus seres queridos, y la que
todos conocemos con el nombre de "La
última lágrima".

Allí, bajo aquel ambiente acogedor que


lo reconcilia a uno con la muerte, hemos
pasado gratas veladas discurriendo y
versificando con emoción. Una de ellas se
llevó a cabo en el pasado Día de Difuntos, en
que con Roberto Harker Valdivieso, dinámico
e incomparable Director de Extensión
Cultural de Santander, nos dimos a la tarea
de recorrer todo los cementerios, y ya al
caer la tarde, entre añoranzas tristes que
nos venían de muy lejos, hicimos alto en "La
última lágrima", donde Macario Unto nos
esperaba desde el medio día para leernos un
cuento que había escrito para participar en
un concurso. Ya acomodados en la salita, y

15
con no menos de media docena de cervezas
sobre la mesita que Unto había hecho servir
para homenajearnos, Macario dio lectura
a su cuento que se intitulaba "El Alepruz",
narración que emocionó de tal manera
a Roberto, que no obstante no haberlo
terminado abandonó su silla y salió corriendo
hacia el solar, de donde regresó instantes
después trayendo una especie de corona que .
había fabricado con un chique de leña y unas
hojas de guayabo, y ajustándosela sobre las
sienes a Unto, dijo en forma casi desafiante
mientras miraba a unos parroquianos que
curioseaban la reunión:
Aquí está Macario Unto,
el autor de Alepruz;
pido para él una cruz
y que le sirvan un tinto.
1

Como Macario observara en los espectadores


cierto ánimo como de lapidarlo, tomó su vaso
de cerveza en la mano, y haciéndose hacia un
rincón para poner a salvo la espalda, arengó
así a los que se disputaban el derecho de
asestarle la primera pedrada:
Don Zoilo, don Luis, don Grillo,
vengan todos a esta sala,

16
-- Vicente Arenas Mantilla

pues aquí se arrastra el ala


y se recita a cuchillo.
Cuentistas hay en ovillo
que hacen historias a bala,
y músicos que a una pala
la toman por caramillo.
Mas como yo no me humillo,
ni acepto corona mala,
pídete otra "Clausen", hala,
y un paquete de cigarrillos.

En triunfo de Linto fue ruidos, pues los


parroquianos o curiosos que antes lo
amenazaban penetraron a la salita · y
comenzaron a brindar por el nuevo poeta que
orgulloso desu oportuna salida iba aceptando
de mano en mano el choque de los cristales,
en tanto que adentro en el corredorcito donde
Roberto se había refugiado e increpaba
airadamente a uno de los contertulios por su
habitual melancolía, se oyó que alguien muy
pausadamente comenzó a recitar:
Una tristeza así. .. del que ha sentido
caer de su ramaje muchas flores
al soplo huracanado del olvido;
una tristeza por haber vivido
la vida de otras épocas mejores.

17
Un corazón así. .. como un calvario
donde murió el Amor: el visionario
a quien befó la turba miserable;
un corazón que fuera un relicario
donde vive una imagen imborrable.
Un alma altiva que jamás se humilla
del mal ni de el dolo con sus golpes
lerdos:
un alama antigua y fuerte aunque .
sencilla;
y un cuerpo que no dobla la rodilla
sino para rezarle a los recuerdos.

18
- Vicente Aren as Mantilla

El cine, sus recuerdos_y


sus inconvenientes

Cuando el primer aparato de cine llegó a


Piedecuesta , por al lá en el año de 1908,
las gentes que no tenían noticia de aquel
invento, sintieron una tan grata emoción , que
hubo personas que pensaron en vender por
cua lqu ier cosa sus pejugales para obtener
en compra ese aparato que les daba a sus
propietarios un aire de tanta importancia,

19
como aquella de que hoy hacen gala ciertos
peatones argentinos.

Su repertorio de cintas, que no pasaba


de cinco, y entre las cuales figuraban "La
Despedida Del Marino", "La Zapatilla De
Goma", "Los Huevos De Pascua" y "La Pasión
De Nuestro Señor Jesucristo", se constituyeron
en aquel entonces en el tema permanente
de charla de las matronas y caballeros de
una villa, quienes en su delirio admirativo
llegaron a llamar santa a la Bertini, en tanto
que las solteronas que por haber pasado de
los veinticinco disfrutaban de cierta libertad
para hablar de amores en las visitas, no
hacían otra cosa que suspirar por Max Linder,
que hacia aquellas calendas pasaba por ser
el mejor actor del arte cinematográfico.

La lectura del programa que lo distribuían


al medio día, cuando la banda municipal
efectuaba su paseo de música por la plaza,
tenía una importancia más jubilosa que la
que hoy representa uno de esos cancioneros
que ciertos libreros de la ciudad se han
dedicado a editar para satisfacer la afición
no solo de las domésticas que viven soñando

20
Vicente Arenas Mantilla

con Tito Guizar y con Agustín Lara, sino


también para aquella plétora de cantantes
que tratando de imitar a Jorge Negrete o a
María Félix, oímos todos los domingos por la
noche en la Radio Bucaramanga, haciéndole
propaganda a Copetran, al Jabón Sar y a la
Droguería Ortiz Gómez. Dueños ya de uno de
esos papeluchos en los cuales se indicaba
el nombre de la película, y se daban algunos
ligeros datos sobre el argumento, cuya lectura
se efectuaba dentro de un gran silencio y en
presencia de la cocinera , del blanqueador,
dél bobo de las vacas y de una que otra
vecina deseosa de ser invitada, se procedía
acto seguido al amarre de los taburetes con
una larga cabuya para que no se extraviaran ,
labor esta que se realizaba dentro de un
alboroto de mil demonios, como para que
se dieran cuenta en las vecindades que la
familia iba a estar esa noche de mucho cine,
para festejarle el cumpleaños a Lucrecita
que ya andaba de amores con el hijo tue rto
de don Holarión.

Hoy, en cambio, el cine no reviste esa


importancia antañona, ni asistir a él es
motivo de orgullo, ni de olímpica vanidad; en

21
cambio, más bien, cuando por desaburrirnos
del tedio dominguero nos da por visitar
algún teatro, tropezamos a diario con el
inconveniente bien de quedar de vecinos de ·
una pareja de solteronas que ya han visto la
película y que van relatando por adelantado
los acontecimientos, o bien al pie de una de
esas yuntas de enamorados que sin respeto
por nadie se entregan a manifestaciones, de
las cuales yo quisiera que se dieran cuenta
las Juntas de Censura.

Esto no sucedía el otro día, no ... no ... no ... ,


porque en las funciones no se atrevía uno ni
a toser, ni a rascarse porque eso era seña de
mala crianza; y hasta recuerdo que entre las
parejas de enamorados colocaban siempre
a un hermanito de la muchacha para evitar
esos andariegos e interminables apretones,
que según dicen los médicos son tan malucos
para el corazón.

Ni en los bailes se apagaban las luces como


ahora lo hacen con tanta frecuencia en los
clubes de más renombre, dizque para darle
mayor brillo a la festividad, porque de seguro
no hubiera faltado un familiar honorable

22
1

Vicente Arenas Mantilla


~
J
\
y de pantalones que hubiera hecho sentir
su energía, o por lo menos una suegra
valerosa que en medio de las tinieblas
gritara oportunamente: Manos arriba y todos
a silbar.

23
Vicente Arenas Mantilla

El circo Santander

Gracias al muy excelso espíritu público de


ese gran caballero de mis lares, Pedro Felipe
Mantilla Figueroa, la ciudad de Piedecuesta,
fundada en 1760 y erigida en parroquia bajo
la advocación de San Francisco Javier en
el año de 1774, en que de simple distrito
pasó a ser cabecera de Cantón; mi hermosa
tierra natal obtuvo merced al noble esfuerzo
de este gran ciudadano descendiente de
los fundadores del poblado, la mejora muy

25
1 sustantiva de poseer un buen teatro, el cual
denominó "Circo Santander", cuya amplitud
y fortaleza de construcción le merecieron
muchos y muy efusivos elogios.

Esto sucedió hacia el año 1913, época


todavía muy grandiosa para mi añorada
villa, puesto que aún contaba con una muy
sobresaliente y culta sociedad, y existían para
gloria y buen nombre del terruño, las figuras
distinguidas de aquellos venerables varones
cuya inteligencia y nobleza de verdaderos
hidalgos le dieron a la tierra que los vio nacer,
tan perdurable renombre.

Para la ciudadanía piedecuestana la


construcción del "Circo Santander" alcanzó
la más entusiasta aprobación, puesto que
hasta ese entonces cualquier reunión
cultural o conmemoración patriótica había
tenido que celebrarse en el patio de la Casa
Consistorial, y antes de haberse aplicado
este sitio para tales servicios, hasta el más
notable grupo de artistas que nos visitaron,
se habían visto obligados a trabajar con
incontables incomodidades en el patio de don
Cecilia, según lo recordaron toda su vida los

26
Vicente Arenas Mantilla [ 1~
hermanos Emeterio y Emilio Garnica, quienes
en determinadas temporadas trabajaron allí
en sainetes y maromas.

En aquel patio de perfecto estilo colonial


actuaron también con formidable éxito de
taquilla, el gran ilusionista Mr. Arak, las
Azuaga, el primer Circo Japonés que visitó a
Colombia y varios grupos de artistas criollos
que de año en año se disponían a recaudar
fondos ' para alguna obra municipal o de
beneficencia. Muchas caravanas de ricos
gitanos también plantaron all í sus toldas
multicolores, en torno a las cuales vimos
muchas veces bailar azotada cruelmente
por el látigo del domador, la osa Carolina ,
mientras que bajo un árbol de mamey que
aún existe, un viejo, barbudo como chivo,
remendaba pailas, y la gitana mayor rodeada
de ingenuos campesinos hacía suertes con
el naipe y adivinaba la buenaventura .

Consta en el libro de actas del muy prestigioso


Colegio de Paredes, que una tarde del año
1850, y con asistencia de muy destacados
elementos de San Juan de Girón, el cura
Arenas de Florida blanca, el entonces Alcalde

27
de Piedecuesta don Nemesio Mantilla,
junto con su hijo el seminarista don Ignacio,
varios personajes de Bucaramanga, y en su
compañía como fiel amigo don Victoriano'
de Diego Paredes, el muy ilustre ciudadano
alemán don Pedro Piter, se celebró en las
aulas del mencionado establecimiento
un gran acto literario en el cual recitó por
primera vez y a petición muy reiterada de
los asistentes, el joven poeta Daniel Mantilla
Obregozo su preciosa composición bastante
citada por todos sus biógrafos, y tan digna de
figurar en nuestra mejor antología:
Hay un lirio que el tiempo no consume
y una fuente que lo hace florecer:
tú eres el lirio, dame tu perfume!
yo soy la fuente, déjame correr!
Hay un ave que gime noche y día ,
solo un ángel la puede consolar:
tú eres el ángel, dulce amiga mía!
yo soy el ave, déjame llorar!
Hay en el mundo un pobre peregrino
que marcha de una estrella al
resplandor:
tú eres la estrella, alumbra mi camino!
yo soy el peregrino del dolor

28
Vicente Arenas Mantilla

Sesenta y tres años más tarde, un domingo


de Pascua del 1913, el muy famoso
l
"Circo Santander", fue inaugurado con un
grandioso programa de cine mudo, y muy
entusiastamente visitado por periodistas,
políticos y comerciantes de Bucaramanga.
Luis Umaña Rivas (q.e.p.d.), instaló el aparato
de cine marca "Pathé"; Gustavo Cadena y
Luis Ernesto Mutis, empresarios entonces
del Teatro Peralta, alquilaban las películas
a precios comedidos; gracias a ellos y al
generoso esfuerzo de Pedro Efe, pudimos
ver en Piedecuesta cintas tan inolvidables
como "El Diamante Negro", "Los Huevos de
Pascua", "El Banquero del Danubio" , "Al Pie
del Naranjo" y "La Despedida del Marino", y ·
pasar dulces noches contemplando el arte
dramático de Matilde Rueda, Amelía Sagardi,
Conchita Perdomo y aquel gran "Circo
Mexicano" que selló con broc~e de oro esa
temporada de festivales piedecuestanos, tan
dignos de mención y de agradecimiento, sobre
todo para quienes como el propietario del
"Circo Santander", supieron tan ampliamente
contribuir al mayor ornato y engrandecimiento
de nuestro caro terruño, que aunque lejano
vive en nuestra mente alentándonos en todas

29
las luchas y vivificando a cada momento en
nuestro corazones ese dulce recuerdo de
mejores días.

30
Vicente Aren as M antilla

El cerro de los
compadres

La actual fiebre de suicidios de que a diario da


cuenta la prensa para hacer interesantes sus
ediciones, que bien por causa de la censura o
por ausencia total de noticias, se ve obligada
a menudo al despliegue fantástico de la
crónica roja, que es plato apetecible y muy del
agrado de los lectores de provincia , me han
hecho pensar muy en serio que el suicidio en
realidad es una epidemia como el tifo o como

31
la gripa, que aprovecha la debilidad en que
a veces se encuentran los organismos para
hacer de ellos su presa, dejándoles a lo~
periodistas la libertad de inventar las cartas
de despedida, en las cuales siempre figuraba
una muchacha a la que se le achacaba la
causa de la determinación.

Esto, claro está, es una simple opinión


mía; pues hay casos en realidad que es
indispensable liberación, sin que ella sea
motivada por ajenas influencias a la voluntad
de quien la ejecuta a ciencia y paciencia de
que es la única forma de proporcionarse
un descanso, bien para alguna dolencia
material de esas llamadas incurables, o para
hacer a un lado aquellas aflicciones morales
cuyo alivio u olvido solo se encuentra en la
muerte.

Yo nunca he creído que el suicidio sea una


clara manifestación de cobardía; por el
contrario, para mí el que se quita la vida es
una persona de gran valor, máxime cuando
se trata de muchachas quinceañeras, llenas
de esperanza y hasta de ilusiones para
coronar una brillante carrera, o al menos de

32
... -
Vicente Arenas Mantilla

fundar un hogar dichoso, donde los dulces


retoños sean el complemento de sus gratas
ambiciones, y el florecimiento de aquellas
vidas el mejor testimonio de su peregrinación
en la tierra.

Además, como cada cual puede hacer de


su capa un sayo, si le viene en gana, no
me parece justo, ni mucho menos honrado,
ponerse a criticar actos ajenos como el de
quitarse la vida, bien por un desengaño o
cualquier otra pendejada como la de quedar
en la ruina después de haber sido amo y
señor de muchas tierras y hasta cacique de
provincia.

El doctor Alipio Mantilla, uno de los


comerciantes más ricos que tuvo Piedecuesta
en su días de gloria y esplendor, por una
simple equivocación de contabilidad en sus
libros, se sintió arruinado irremediablemente,
y como era hombre de vergüenza y pundonor,
mando cavar una fosa en el cementerio bajo
la sombra cariñosa de tres mirtos, y una vez
lista se metió dentro de ella y de un certero
balazo se partió el corazón.

33
Y quién no recuerda la historia de aquellos
compadres bonachones y parranditas a
cual mejor, que se gastaron sus haberes
en el trago, los dados y las mujeres que les
sonreían, y quienes un día ya hastiados de
todo en absoluto, y con los últimos pesos en el
bolsillo se encaminaron hacia la punta de "La
Mesa ", y después de apurar el postrer trago
de mistela, se confundieron en un abrazo
eternal para lanzarse del peñón abajo, que
los unió en la muerte tan indisolublemente
como había sido en la vida? ...

Cuántos de mis paisanos, de los que aún


miran con terror esa inmensa llamarada que
de noche se levanta sobre el "Cerro de los
Compadres", no habían sentido el mismo
deseo de liberación en sus horas de angustia
y de desolación espiritual, en que solo la
muerte es capaz de remediar o poner fin
a tanto martirio soportado en silencio con
temerosa resignación.

Pero por no pasar como cobardes, que es el


calificativo de los apegados a la vida, para
aquellos que en un rato de desesperación
rompen los diques de su propia sangre, quizá ·

34
Vicente Arenas Mantilla

soñando en un mundo mejor, aún viven su


existencia sin méritos, comiendo y durmiendo
sin ninguna manifestación sensitiva que
dé cuenta de la luz de su espíritu y de los
impulsos de su corazón.

35
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Vicente A renas Mantilla

- ¡

Vanidad de vanidades

Son muchas las personas que lo detienen


a uno en la calle para preguntarle cómo y
dónde va a pasar Nochebuena, si piensa
asistir a la reunión donde copete, o prefiere
la cena donde Tustús, que piensan dar unas
vueltecitas en carro visitando los pesebres y
novelando los bailes populares patrocinados
por la Sociedad de Mejoras Públicas, para que
quienes no tienen la credencial de gentileza
de pertenecer a los diversos clubes sociales,

37
también puedan divertirse a su manera en
esa noche llena de músicas infinitas. ·

Y hasta nos relata con minuciosos detalles,


que como el novio de Trinita es un estudiante
de derecho que tiene sus familias en una de
las poblaciones vecinas a la capital, las tiene
muy convidadas a esperar el nacimiento
en casa del alcalde don Ananías, cuyas
hijas de diferentes edades y condiciones,
han preparado una gran fiesta con muchas
hayachas con tinajo cazado en la finca de
don Polidoro el recaudador. Por otra parte,
la señora del doctor Rudas, jefe político
del barrio, está desde hace dos meses
comprometiéndolas a aceptar su convite al
baile de máscaras en su residencia, y Luisito
el gerente del banco x, dice que tienen que
acompañarlo de todas maneras a la quema
de pólvora en su casa del barrio de Las
Chorreras.

En total, la intrusa o intrusas que nos


averiguan, y que a la vez pretenden
engañarnos con sus múltiples invitaciones,
no hallan para dónde coger, pues todos los
anfitriones enumerados son muy distinguidos

38
Vicente Arena s Mantilla

y están que se mueren por cada una de ellas,


que al fin y al cabo no son mucho lo que les
atraen, y solo los atienden según sus propias
palabras, porque dizque son afiliados al gran
club de caballeros consoladores.

A mí no me vengan con esas pendejadas, les


decía siempre doña Pacha Linares, a unas
muchachas de apellido Pelitre que vivieron
mucho tiempo hacia la salida de Girón, y
que cada vez que venían al centro llegaban
contando que el doctor lbáñez les había
propuesto matrimonio, que Saúl Cortizzos se
las había cargado para el Club García Rovira y
las había hecho almorzar, que Pachito Paillié
se les había puesto al corte recitándoles unos
versos, y que el doctor Hermógenes Wilson y
doña Laura de Bretón, habían quedado muy
rese ntidos porque no habían ido a visitarlos.
Estos y otros personajes, son los que
reemplazan ahora a las cucañas y a los
carrancios del otro día, con los cuales nos
distraemos en los días plácidos del aguinaldo,
cuando todas las gentes de provincia se
lanzaban en caravanas bulliciosas sobre la
capital, donde los humoristas hacen de ellos 1
su buena merienda, y la chiquillería que los 1

39 j
7

persigue nos hace evocar sin duda nuestras


viejas andanzas tras el bobo de la pisca y el
de los merengues.

40
Vicente Arenas Mantilla

Los discursos
veintejulieros

Cada vez que me encuentro con cierto paisano


muy alicaído, a quien en mis años de infancia
oí ponderar como al hombre más letrado
de nuestra villa , pienso mucho en aquellos
tiempo memorables en que solo bastaba
echar un discurso mediocre en cualquier
clausura escolar, para que de ahí en adelante
se le tuviera como el más alto pedestal de
cultura y de sabiduría comarcana.

41
Inolvidables épocas aquellas, en que el
arte de la recitación femenina sólo era el
aplicado con carácter exclusivo para ciertas
familias influyentes de la localidad, pues
ninguna muchacha humilde, por más que
tuviera grande dotes para la declamación, y
hasta mejor figura quizá que muchas de las
preferidas, no podía entonar ninguna oración
de elogio a nuestras heroínas, mucho menos
recitar en las tardes del mes de mayo unos
versitos a la virgen María.

Igual cosa sucedía con los jóvenes que no


tenían un apellido distinguido, ni tampoco
disfrutaban de la simpatía ceremoniosa de
los altos jerarcas, que entendían como una
ofensa sus pergaminos y hasta a su credo
político, permitirle a un muchacho estudiante
atraerse la admiración del público, a la cual
ellos se creían con derecho único y de por
vida.

Una especie de tiranía dolosa, llegó a


apoderarse de tal modo de la voluntad de los
instituto res que plegados a los caprichos de los
caciques implantaron en los establecimientos
la preferencia más declarada hacia las clases

42
Vicente Arenas Mantilla

poderosas, que ya no le fue extraño a nadie


contemplar cómo hasta la filiación política
de los padres de los muchachos se tornó en
causa poderosa para hacer recaer sobre el
pobre estudiante toda la animadversión y el
celo injusto de la indisciplina, que rigurosa
para los pobres constituía el mejor homenaje
para la vanidad de los poderosos que sonreían
ante la crueldad insólita que los pedagogos
esgrimían contra los humildes.

La férula, instrumento de castigo, solo tenía


aplicación para sancionar las faltas leves
de los estudiantes carentes de poderío
o representación social ; en tanto que la
patanería, la desaplicación y la indisciplina
de los preferidos, era recompensada con
menciones honoríficas y exaltaciones
ampulosas.

Un joven de apellido Cordero, que estudiaba


en el Colegio de San Luis Gonzaga , solo logró
pronunciar un discurso de clausura de tareas
merced a sus relaciones amorosas con una
hermana de vicerrector; y las muy piadosas
hermanas Andino, que acaudillaban una 1
gran porción de la muchacha femenina
1

43 1
democrática, se vieron en grandes conflictos
con las matronas dirigentes, por haber
hecho recitar la noche de su ofrenda a una
muchacha campesina.

Una rara manía o rutina enfermiza, dominaba


en aquellas épocas que añorables por mil
motivos sentimentales, llevamos clavados
en el corazón muchos de los que tuvimos la
fortuna de asistir en cuerpo y alma a aquellas
inolvidables jornadas de la siembra del árbol,
en las cuales recitaba siempre Justa Jasbón,
y no dejábamos de oír los himnos patrióticos
altisonantes de las escuelas de la señorita
Mercedes y de Julia Arenas; mucho menos
el discurso veinejuliero del Inspector, cuyo
texto era el siguiente: "Venerable señor cura
párroco, seño Prefecto de la Providencia,
Reverendas Hermanas de la Presentación,
señora, señoritas, señores: La bandera
nacional consta de tres franjas de diferentes
dimensiones, y su colorido es el siguiente:
Amarillo, Azul y Rojo." (Aquí hacía una breve
pausa para arreglarse la corbata de pajarita
y luego proseguía): "el amarillo, respetable
público, significa el oro maravilloso que se
esconde bajo la tierra, y por el cual vinieron a

44
"·------~==============:::J
Vicente Arenas Mantilla

perseguirnos los españoles; el azul, nuestros


cielos y nuestros mares, y rojo, señor cura
párroco, la sangre de los cadáveres, de los
difuntos, de esos finados que en Pichincha
o en Ayacucho cayeron con la barriga rajada
por la cuchilla de los chapetones" .

Y un bobo de Guatiguará que asistió en una de


esas ocasiones a la festividad, luciendo sus
zapatos de locho y su amplia faja charolada
fabricada por Lucio Silva le preguntó:
-¿y la caña qué significa señor despertor ... ?

45
Vicente Arenas Mantilla

Clínica para ratones

Si yo me hubiera dado cuenta a tiempo de


la extraordinaria vocación que desde niño
me ha acompañado para la medicina, les
aseguro que no me hubieran conocido en
la ingrata labor de las letras sino tras de
un estante taquiado de frascos con yerbas,
polvos y manteca de todos los animales de
la creación.

47
Pues de sute, nunca dejé en mi casa sacrificar
un ratón, y al que llegaban a magullar en
algún trasteo, yo me lo llevaba a mi clínica
que tenía instalada en una de las gavetas del
escritorio de mi padre, con camas hechas
de caja de fósforo y los tendidos fabricados
con muestrario de tela que una tía me había
regalado para estimular mi vocación.

Hubo épocas que llegué atener hospitalizados


a más de cien ratones caídos en la trampa
de número cuatro, a los cuales me tocó
muchas veces amputar brazos y remendar
costillas, con un instrumental casi invisible
cuya invención no se me había ocurrido
hasta ahora hacer patentar, pero que era tan
eficiente y tan veloz en su filo, que la más
roma de todas las cuchillas cortaba un pelo
por el aire.

Sobre un pedazo de ladrillo que hacía


de mesa cirugía ejecuté intervenciones
verdaderamente milagrosas: las más de
ellas de cirugía estéticas y sobre pacientes
cucarachas y sapos desfigurados por
la chancleta o la lapidación, y cuyas
articulaciones completamente destruidas,

48
- Vicente Arenas Mantilla

me dieron tarea de largas horas atendiendo


yo solo a la anestesia y remendando arteras
al por mayor.

Pero en mi clínica nunca se habló de


atención, ni se le pasó cuenta a ninguno de
los pacientes, porque esto me parecía una
inmoralidad, habiendo yo nacido para médico,
y teniendo un padre que como un mecenas
admirable sostenía bondadosamente mi
institución; no sin dejar de echarme de
cuando en cuando fuertes reprimendas
porque el joven ratón o el hermano sapo le
tenían vuelto el escritorio un estercolero, y
yo por andar en esas vagabunderías había
dejado de asistir a la escuela, y todo mechudo
como un morfinómano me había convertido
en el bobo loco de la familia.

Pero no había tal locura, ni vagabundería


como decía mi viejo; lo que pasó fue que
mi estadía en el campo me convirtió en un
devoto de la botánica; de ahí que yo pudiera
resolver cualquier caso urgente con la sola
aplicación de unas yerbas machacadas, o con
activos sobatorios de aceite de higuerilla con
chicote, con los cuales curaba radicalmente

49
'I
la tos de perro, la canga rejera y los agallones
pasados que ahora llaman paperas para
poderle cobrar a uno las visitas a veinte
pesos y ponerlo a aguantar el hambre por
largos días, como si estuviera complicado en
el asesinato del jefe del control.

Con las viejas del campo aprendí yo a curar


la epilepsia con el café de la pepa de girasol;
supe que la yerbamora reventaba cualquier
hinchón en cosa de minutos; que una rama
de paico colocada debajo de la almohada
curaba en los niños ese carraqueo en los
dientes que les producen las lombrices; que
los papayos se secan cuando los toca algún
tísico; y que el mejor remedio para acabar
con los lunares es la baba de la madre de
caracol.

Cuando alguien se quejaba de sordera, yo


no lo dejaba acabar de lamentarse de su
sordera cuando ya le tenía metido un ajo
entre el oído; a muchos de mis amigos los
curé del dolor de muela haciéndoles mascar
hojas de coca y a mi maestra le desterré la
jaqueca que le daba todos días, haciéndola

50
Vicente Arenas Mantilla

oler un casco de res cuando pelaban patas


L
para la gelatina.

Un día llegué a casa con un gran alboroto


porque había logrado conseguir una mata de
angalia, y con ella y el guaco con aguardiente
iba a preparar la mejor curarina contra la
mordedura de culebra y los piquetes de los
animales ponzoñosos. Además, según Petra,
la insigne compañera de las señoras en los
trances maternales, bien nos había dicho
una noche en que la reportiamos sobre
asunto amorosos con mi compadra Daniel
Remolina, que las semillas de esta planta
llevadas entre una bolsita de color verde, le
atraían a uno la predilección de las mujeres y
hasta lo inmunizaban contra todo peligro de
mal de ojo y de brujería.

Las gentes agradecidas por mis curaciones


realizadas a base de botánica me llenaban
todos los días la casa de enfermos para su
curación; pero mi padre que quería hacer
de mí un literato a toda fuerza, me mató
un día todos los ratones en convalecencia
rompió todos los frascos de unturas y con
un martillo destruyó en forma terminante

51
mi instrumental a la vez que un colega que
andaba medio envidioso de mi vocación y de
mi gloria, plantó a la puerta de mi clínica un
aviso que decía:
El médico se marchó
al campo a ver sus ovejas
y un saludo les dejó
para las viejas pendejas.

52
Vicente Arenas Mantilla

La cascarilla de las
Martínez

Cuando hasta mí llegan de tarde en tarde


ciertas hojas volantes o escuch_o por radio
esa larga lista de productos de belleza
que constituyen uno de los más movidos
renglones de nuestro comercio que los
explota a su manera valiéndose de la más
exagerada propaganda, pienso mucho en
aquellos inocentes tiempos del "papelillo"
y de la hoja de breve, cuyos efectos para

53
lt
colorear las mejillas eran económicos y
sorprendentes.

Las Martínez de Piedecuesta, creo que


fueron las inventoras de unas pastillas que
fabricaban con el polvo de las cáscaras
de huevo y coloreaban en forma variada
con medianas cantidades de anilina, a la
cual todos conocimos con el nombre de
"cascarilla", producto para el maquillaje,
que en sus comienzos tuvo la forma de una
pastilla de chocolate, y cuyo consumo iniciado
con buenos resultados de ciertas obreras
enamoradas, fue llegando lentamente hasta
el tocador de las damas elegantes, que en
vista de sus efectos dejaron a un lado el uso
martirizante de la baba de cucaracho y de la
cebolla de lirio, dos cáusticos bárbaros que
coloreaban la piel con tintes arrebolados, y
que desarrollando la epidermis les daba a las
mujeres un aspecto inequívoco de prófugas
del lazareto.

La forma experta como las Martínez


fabricaban su producto de tocador, variando
según los gustos, su finura y colorido, fue
atrayéndoles tantísima solicitud por parte

54
Vicente Arenas Mantilla

del público femenino, que muchas veces se


vieron obligadas a suspender la hechura de
sus maravillosas colaciones de azúcar, para
dedicarse toda la familia a moler cáscara
de huevo y a cerner cuidadosamente aquel
polvito, que aromatizado con esencia de
canela y empastillado en cierta forma como
las arepitas de las Medina, ocupó puesto
destacado en las vidrieras de las Sandino, de
la negra Wenceslada y del viejo Trino Mora.

En "Gato Negro", "La Cabaña", "La Droguería


del Comercio" y otros establecimientos
similares de Bucaramanga, se vendía como
pan la "cascarilla" de las Martínez, con el
mismo orgullo y distinción con que ahora se
ofrecen los productos de Helena Rubinstein;
con la única diferencia que la "cascarilla" se
vendía empelotica, y solo para despacharla
para climas fríos se envolvía en cascarones
de plátano como la conserva de guayaba.

En los tocadores elegantes de las Cortizzos,


las Hosman, las Mutis, las Bretón , las Gómez
Cornejo y otras tantas familias que fueron
orgullo de la auténtica sociedad bumanguesa,
la "cascarilla" de las Martínez resguardada

55
JI
entre finos estuches importados de Europa,
representó el más novedoso artículo de
maquillaje, pues las cremas finas aún no
habían llegado a nuestro terruño que vivía
entonces una vida mejor, sin tanto artificio
que ha convertido a las mujer en un positivo
paquete chileno.

Los lunares artificiales que las matronas


lucían en los viejos bailes del Club de Soto o
el Club del Comercio, eran tatuados desde la
víspera con la conocida "piedra infernal"; el
rizado del cabello era ejecutado por el casero
sistema del chuzo caliente o de la baba de
guásimo, y al costoso labial de nuestro días,
lo reemplazaba como ya lo dije antes el
doméstico papelillo.

56
Vicente Arenas Mantilla

'1

El correo de las brujas

Las noticias alarmantes o sin importancia,


que antiguamente llegaban por conducto
de un posta que cruzaba los caminos sin
detenerse ni comer ni dormir en ninguna
parte, y a quien no demoraban en su marcha
ni las tempestades de las quebradas crecidas,
fueron luego prontamente comunicadas
por medio del telégrafo, pues los correos
terrestres duraban hasta meses en llegar a
las poblaciones con su cargamento de cartas

57
deshechas por las lluvias, y las encomiendas
·saqueadas por los ratones.

Y era muy natural, porque el trasporte se


hacía en mulas que el gobierno solo relevaba
cada treinta años, y los conductores por su
parte solo se preocupaban de suministrarles
inhumanamente su ración de palo, pero
nadita de panela, ni de salvado, ni de millo
que eran tan baratos hacia aquellas épocas,
y que se conseguían con más facilidad en las
posadas qe el guarapo dulce y que la carne
asoleada.

En compañía del correísta viajaban los curas,


los estudiantes y las Hermanas de la Caridad,
y gracias a este acompañamiento llegaron ·
a Bucaramanga las primeras sirvientas
sangileñas y socorranas, que enseñaron
a las señoras a preparar la torta de maíz
como le gustaba al Conde de Cuchicute,
y el arequipe de garbanzo como lo hacían
las Villareal o las niñas Amorocho, y hasta
la chicha y las empanadas que le di~ron
tanta fama al hotel de doña Policarpa. Si un
santero necesitaba mandar una cabra para
un compadre de Puerto Wilches, no tenía

58
Vicente Arenas Mantilla

más molestia que salirse a la plaza en el


día señalado para el paso del correísta; y
después de los saludos protocolarios y del
pago de cinco reales, la cabrita era amarrada
sobre el montón de encomiendas que aparte
de la correspondencia el mensajero había
recogido por el camino, desde cuyo suplicio
de hambre y de sed, el pobre animalito soñó
muchas veces en los aviones que un día
habrían de acortar las distancias.

Si a cualquiera se le antojaba un cajón de


bocadillo veleño, no tenía más trabajo que
encargárselo al correísta que también traía
para la venta jalea de Mogotes, quesos de
Duitama y caramelos de Zipaquirá, amén de
otra serie de artículos como las alpargatas
de fique de Soatá y el añil socorrano, a más
de los dátiles y los panderitos de Los Santos,
y el dulce de leche de "Tres Esquinas",
mercancías estas que daba a guardar en
el "Siglo XX" o en "La Espiga de Oro" antes
de ir a la oficina a entregar los pliegos y la
correspondencia.

El correo tenía la comida y la posada gratuita


en todas la ventas del camino desde Puerto

59
Wilches hasta Bogotá; porque al que no le
entregaba un encargo que le hubiera hecho,
le llevaba por lo menos una razón, y hasta le
rodeaba de toda clase de noticias acerca de
los negocios o de la política que él manejaba
a su acomodo. Para atender al correísta, se
mataba gallina en las posadas, sobre todo
cuando había alguna encomienda que remitir
o se esperaba la traída de algún cajón con
remedios, o el costal con el pan que enviaban
de la casa del pueblo.

Por el correísta se sabía la en los campos


donde no se tenía noticia del reloj; y si
había algún enfermo de cuidado, era el
conductor del correo a quien se consultaba
la dolencia, y a quien se le obedecían todas
las instrucciones.

Don Ardemio García, hacendado de pelo en


pecho y hombre retraído y misterioso, a quien
conocí ya en las postrimerías de su vida
entregado a ciertas costumbres y prácticas
hechiceras, fue quizá el único mortal que no
se sirvió nunca del correo oficial, ni recibía
ninguna carta ni encomienda que llegara
por dicho conducto; porque él pensaba que

60
Vicente Arenas Mantilla

las cartas se contaban unas con otras su


contenido, como las mujeres sus andanzas,
y que para estar libre de enredos y de
entorpecimientos en los negocios, lo mejor
era servirse de las brujas que no comían
ni bebían, ni se quedaban en ninguna
parte, donde cualquier cocinera pudiera
esculcar los bojotes, o los ratones robarse la
correspondencia.

Contaban los vecinos, que a prima noche


veían llegar a casa de don Ardemio, cuatro
chulos más grandes que el gallinazo ordinario,
y a quienes se les oía reír y conversar sobre el
tejado en un lenguaje incomprensible. Otros
afirmaban haberlos visto llegar con bojotes
colgados en el cuello, que disimuladamente
botaban al patio de don Ardemio, y que luego
los miraban levantar el vuelo con cartas en
el pico, que no podían ser otra cosa que los
mensajes de don Ardemio, aquel hombre
huraño y retraído, cuyo cadáver desapareció
misteriosamente, y sobre cuya vivienda las
gentes ven aún rondar al caer la noche,
cuatro lánguidos gallinazos.
- Vicente Arenas M antilla

Las chicoteras

No deje pudrir sus dientes,


porque es un gran disparate;
sea con ellos consecuente
usando CREMA COLGATE.

Creí hasta hace pocos días, que con la


aparición de tantos y tan buenos dentífricos
que ha inventado la farmacopea americana ,
y cuyo uso para la higiene dental es
verdaderamente admirable, que el vicio tan

63
arraigado en nuestras mujeres de limpiarse
los dientes con chicote había desaparecido.
l
Pero no hay tal; pues una de estas noches
pasadas, me dio por visitar a unas viejas
amigas de mis lares, de esas que uno ha
conocido y estimado lo suficiente, pero de las
cuales suele olvidarse por tiempos, como nos
sucede muy a menudo con ciertas prendas y
hasta con ciertos libros.

Nada tan bueno y tan distraído como esta


clase de amigas, que después de una larga
ausencia, al volver a encontrarlas en nuestro
camino suelen ser las mismas de siempre;
tan francas y comunicativas que al llegar a su
casa como en épocas ya un poco distantes,
nos llevan de la mano hasta el extremo del
corredor, en cuyo rincón aún se encuentra el
canapé antiguo, donde toda una generación
de encopetadas matronas charlaron y
discurrieron amenamente sobre temas
domésticos con esa elocuencia antigua
tan famosa y tan digna de recordarse. Y ya
allí, junto a la codiciada mata de aroma,
amparados contra el sereno por el follaje de
la enredadera, en medio de Rebequita y de

64
Vicente A renas Mantilla

Mimí, que armadas de su chicote lo pasaba


de derecha a izquierda sobre su maltrecha
dentadura, volvemos a recordar muchas
cosas, tales como el matrimonio de Pabita ,
donde estuvimos tan felices hace veinticinco
años; luego la charla se entristece un poco
cuando evocamos la muerte de su padre don
Agapito, relato demasiado sentimental, al
cual logra poner término dona Heliodora para
criticar la fantochería de las "cucas", unas
tales que se vinieron de provincia donde
nadie las determinaba, y que aquí andan
diciendo que eran de las de primera; sí, claro,
pero de las primeras de atrás.
'
La charla tomó entonces rumbos históricos,
por que doña Heliodora que conoce a ñor
Raimundo y a todo el mundo, comienza a
1
esclarecer incógnitas y a discurrir sobre 1

linajes con ese conocimiento y memoria


adm irables. Haciendo una ligera pausa,
que empleó para acabar de tejer su largo
y canoso moño que cual un pendiente de
plata brillaba caído en dos trenzas sobre
los hombros, volvió a decirnos: -yo no me
explico por qué ha cambiado tanto la vida,
y las costumbres, y los dictados sociales, y

65
j
las ceremonias religiosas, y las modas, y la
vida entre los casados; pero lo que más me
aterra y me desconsuela, es esa moderna
mescolanza que ahora vemos en las fiestas
sociales donde se revuelven los curtidores
con los alfareros, los cigarreros con los
mozos de cordel, y como en un trc;ipiche toda
esa gentuza se dedica a brincar, y no a bailar
los mambos de Pérez Prado.

Yo no había oído, para decirles verdad, tanta


crítica y tanta ironía como la que escuché de
labios de doña Heliodora; qué torrente, qué
río , qué mar de murmuraciones, me decía
yo para mis adentros, mientras sin poder
modular una sola frase en favor de tantos
amigos y amigas escarnecidos porque la
vieja no escupía, sentía reventarse la hiel de
soberbia porque yo no acostumbro hablar de
nadie.

-Por las santas cenizas de mi esposo; por la


espada gloriosa de mi abuelo; por la castidad
e inocencia de estos tierno pimpollo, yo os
juro -gritó doña Heliodora poniéndose en pie
frente a una imagen de San Malaquías- que
no dejaré mientras viva, asistir esas chinas

66
Vicente Arenas Mantilla

(que ya pasan de los cincuenta) a ningún


sarao, ni bautizo, ni piñata, ni ... iba a decir
seguramente matrimonio, para anticip 9 r a
sus hijas la prohibición de asistir al de las
Otero que iba a estar muy rumboso, cuando
Rebequita rodó del canapé al suelo, y toda
pálida y desencajada sudaba frío y botaba
espuma por la boca, de la cual salían en
diferentes direcciones amarillas corrientes
de ambir.

-Me muero ... llamen al padre Suárez, y díganle


a Jorge y a Luz María que les perdono su
traición , pero que eri cambio recen mucho por
mí, y que no se olviden de llevarme flores el
día de mi cump leaños que consientan mucho
a Dorita y al gatico Fifí que fue el único que
supo comprenderme en vida y regalarme
todos sus afectos.

-Qué diab los, esas son matach inadas de cada


vez que se emborracha con ese puerto chicote
-gritó desde la puerta de la sala el doctor
Hongo que había sido llamado urgentemente
por la cocinera-. Dénle a masticar un grano
de panela y úntele MENTOLADO ESCOBAR en
la frente, y déjense de porquerías; compren

67
en cualquier botica, ojalá sea la de don Pedro
León Ramos, un tubo de la maravillosa CREMA
DENTAL COLGATE, la mejor entre las mejores,
y la que mayores servicios ha prestado para
la higiene bucal de la humanidad.

68
Vicente Arenas Mantilla

Los sobrenombres

Debiera existir una sanción especial, muy


severa por cierto, para ciertas gentes
deslenguadas que sin chispa de respeto a
la gracia de los demás, le acomodan encima
para mortificarlo de por vida, eso que unos
llaman apodo y otros sobrenombre.

El cura Wenceslao Serrano (q .e.p.d.), quien


fue por muchos años Capellán sin sueldo
del Hospital de Piedecuesta, y con el cual

69
mantuve hasta el final de sus días la más
sincera y recordatoria amistad, decía que el
apodo era una especie de bautismo laico
inventado por los ateos para deslustrar el
mérito que ofrece la gracia sacramental,
que aparte de purificar al que la recibe de la
mancha original, le brinda ese distintivo que
sirve en la vida para que lo mencionen a uno
como designado para el terrible cargo de juez
de conciencia o jurado de votación.

La Hermana Ana Rita, nos decía siempre en


la clase de urbanidad (cátedra hoy abolida
en todos los establecimientos educativos),
que el sobrenombre era una tremenda falta
de educación, y además un atentado contra
las leyes de la Iglesia que es la encargada de
registrarle a uno su patente de identidad, para
que cuando esté grandecito pueda figurar en
letras de molde en esos Cocktael-party de
las notas sociales, sin que lo confundan con
otro que no haga parte de esos distinguidos
círculos amistosos.

En Zapatoca, dicen que no hay familia que


no tenga por lo menos tres sobrenombres; y
hasta han llegado a extremos peligrosísimos

70
Vicente A renas Mantilla

contra la cristiandad, pues según me contaba


hace unos días una señora que carga un libro
en que constan todos los apodos desde que
se fundó la villa , a cada párroco o religioso le
han aplicado su bautismo laico como decía el
Cura Serrano, y dizque en estos tiempos, aún
no se ha bajado uno de la avioneta, cuando
ya lleva por lo menos veinte sobrenombres a
las costillas.

Aquí en Bucaramanga también tiene la


gente ese maldito vicio de estar confirmando
a los demás, validos de que no existe
una legislación que le ponga coto a esa
vagabundería, ni se hayan creado tribunales
ante los cuales pueda el ofendido elevar
. su queja; pues si hubiera existido, es muy
natural que doña Bautista Prada, hubiera
empapelado a unos periodistas cuando le
dijeron:
Gómez Vargas, según trato,
pintó a la cotuda Prada;
pero no pagó el retrato
porque quedó descotada.

Yen Piedecuesta, que también hubo algunitos


con esa manía, les hubiera tocado ir, si

71
siguen con ese pereque, a que los absolviera
el Santo Padre, porque conforme lo advirtió
en un sermón el viejo Capellán del Hospicio,
l
el apodo está condenado por la Iglesia con
las mismas sanciones que trae consigo la
excomunión; pero como esa advertencia
no se ha promulgado lo suficiente para que
llegue al conocimiento de los feligreses, los
autores sucesivo de sobrenombres quedan
sometidos en adelante a los rigores de la ley
eclesiástica .

Pero como en mi tierra hubo un tiempo en que


todo lo volvían risa y patanería, empezando
por las mismas mujeres, al otro día de la
reprimenda del párroco, amaneció pegado
en la puerta de la tienda de las Tres Viejas un
papelucho que decía:
Ayer se murió la "gocha"
de dolor en las orejas;
y por celos con la "mocha"
dizque se mató la "teja ".
Si el "sol" es de armas tomar,
matará a las "candelillas",
por cuentos de las "anguillas"
y el "cucarrón" Aguilar.
Las "perdices" al pasar,

72
Vicente Arenas Mantilla

tosen al "gato" Mantilla


por torear a la "escudilla"
que es novia de "carramán".
Y dice el "alcaraván",
que sabe de cosas raras:
que hoy todos los "perros" van
muy de brazo con los "faras".

Por allá en el año de 1918, en un viaje de


paseo a la población de Los Santos, en el
hotel de las Mantilla, un sujeto muy parecido
al Agapito de Bogotá, que decía llamarse
Jorge Ardila, se puso a anunciarnos desde
el primer día de nuestra llegada, que nos
iba a presentar a la "paloma", una dama
elegante que por aquellos tiempos andaba
inquietando a las señoras del pueblo, y que
según su agente propagandista era algo así
como una Cleopatra criolla .

Fueron tantas las insistencias, que la tarde


víspera de nuestro regreso a Piedecuesta,
resolvimos acompañarlo a su visita vespertina
donde la "paloma", que vivía allá hacia
la salida para Sube en una covacha cuya
salita tenía las pareces cubiertas con puros
gobelinos de cab ra; y cuál no sería nuestra

73
sorpresa , cuando después de largo rato de
espera salió por allá de entre unos matorrales
del solar un hilacho de mujer a medio vestir,
cuyos cabellos en desorden, caídos sobre la
cara , le daban un aspecto de bruja pobre, y
tenía mucha semejanza a ese espanto que
llaman la "mechUda ", que por estas noches
anteriores según me lo acaba de contar
Fernando Prada, ha estado asustando a los
trasnochadores de la vieja Villa de Cacho.

Tan grande fue nuestro susto ante la aparición


del aquel fantasma, que cuando Ardila se
preparaba para la presentación, ya nosotros
habíamos llegado al hotel, donde la señorita
Matilde nos manotadas de agua bendita
dizque para desinfectarnos del contacto con
aquella mujer infernal; en tanto que el viejo
sacristán leía en un libro como el "Ancora
de la Salvación ", una especie de magnífica
para alejar de nuestro sentidos la fuerza de
seducción que hubiera podido infundirnos
era hembra peligrosa, que había acabado
en pocos días con la tranquilidad de muchos
hogares, y hasta convertido en carnero a un
sujeto de El Espinal.

74
- - - - - - - - - - - ----¡;--7 •
1
Vice nte A renas Ma ntilla

Pasados estos oficios, los cuales se ejecutaron


en presencia de toda la servidumbre y la
maestra de escuela que lloraba como si
estuviera escuchando uno de esos antiguos
sermones de descendimiento, nosotros
resolvimos antes de caer nuevamente en
tentación, regresar esa misma tarde a
Piedecuesta; pero antes de partir, uno de mis
compañeros que tenía sus hipos de poeta,
escribió en una de las puntas de alabastrino
mantel , esta copla que la señorita Matilde
guardó por muchos años, como si se tratara
de un mármol recordatorio:
Mucho arte para la broma
tiene Jorge, el de Los Santos,
porque llama la "paloma"
al más tenebroso espanto.

75
e 1
Vicente Arenas Mantilla

El santuario de
Palo negro

Don Jeremías Enciso, un auténtico veterano de


la guerra de los Mil Días, que conserva como
reliquia venerantísima un pedazo de bandera
ensangrentada que flameó victoriosa en el
campo de combate, me refería una noche
de estas en el Parque Santander, que el sitio
denominado "El Boquerón de los Muertos", se
ha venido observando desde hace ya varios
años, pero muy especialmente en las noches

77
del mes de mayo, una rojiza llamarada dentro
de la cual muchos comarcanos, inclusive el
mismo don Jeremías, han logrado identificar
la figura de cuatro soldados que con la punta
de sus bayonetas tratan de levantar una
gran piedra sobre la que aún se contemplan
ciertas machas que, según personas que nos
merecen todo el crédito, son de sangre de los
caídos en aquel campo de Marte.

La vieja leyenda, de que en un punto ignorado


del cerro de "Palonegro" fue enterrada uria
gran arca repleta de piedras preciosas y
gran cantidad de oro en polvo y amonedado,
que fue despropiada durante un saqueo
efectuado por uno de los batallones a una
rica familia extranjera que vivía entonces en
Bucaramanga, ha dado fuerza infinita a la
creencia de que en dicho sitio está sepultado
aquel valiosísimo tesoro, llevado por uno de
los primeros destacamentos que ocuparon
el cerro, y enterrado en forma secreta por
cuatro de los primeros soldados sacrificados
en aquella cruenta lucha. Metodio Alvarado,
uno de los enterradores del arca, fue el
último en caer; y ya herido de un balazo en el
estómago, llegó arrastrándose a la población
/ I
78
Vicente Aren as Mantilla

de Lebrija, donde postrado de rodillas a


los pies del buen pastor de almas, pidió la
l
absolución para sus pecados, a la vez que
comunicó con voz ya un poco trémula por la
proximidad de la agonía, que en el "Boquerón
de los Muertos", a la sombra de un árbol de
manchador, había quedado enterrado un gran
tesoro que bien podía emplearse para auxiliar
a los huérfanos, viudas y mutilados que
resultaran de aquella inhumana refriega.

Dos años después de pasada la guerra, fue


contratado don Jeremías en su condición de
albañil para arreglar unas goteras en la casa
cural; y como era hombre que había recibido
alguna instrucción , no tardó en ganarse por
medio de su charla amabilísima , todo el afecto
y la confianza de aquel curita de corazón de
oro que se llamó el Padre Zafra. Así, pues, el
albañil se convirtió en un huésped de honor
para el hidalgo sacerdote, que compartía con
él los tabacos y hasta los más importantes
secretos del vecindario.

Un buen día, al hablar sobre el combate


de "Palonegro" , el párroco dijo que hasta
él había llegado aquella misma tarde de

79
la pelea un soldado herido para que lo
confesara, y que una vez absuelto había
expirado en el mismo zaguán de la mansión
l
parroquial, después de haberle confiado un
secreto interesante que lo tenía intrigado y
hasta deseoso de recorrer lentamente todo
el campo de combate, pero que para eso
necesitaba los servicios de un baquiano
como don Jeremías, que conociera los sitios
precisos donde se había desarrollado la gran
batalla, y además que fuera una persona de
su entera confianza para compartir con él
una guaca muy importante.

Pero sucedió que una semana más tarde, don


Jeremías cayó preso por orden del gobierno,
y como tal fue remitido a la cárcel de San Gil,
de donde se fugó junto con otros compañeros
yendo a parar a Casanare, donde el paisaje
maravilloso y la vida regalona lo amarraron de
tal modo, que más nunca volvió a acordarse
de su novia de Lebrija, mucho menos de
la historia del cura Zafra y de su convite a
"Palonegro".

Más al regresar hace ya algunos años al


viejo alero de sus mayores, donde aún le

80
Vicente A renas Mantilla

aguardaba soltera la buena amada de sus


días de albañil, surgió en su memoria la
tentación de recorrer el cerro tal cual se lo
había propuesto aquel santo pastor cuando
él tapaba las goteras de la casa cural y
compartía en su condición de huésped de
honor los aromáticos tabacos de andullo y
saboreaba el espumoso chocolate que había
prolongado de la vida hasta los noventa años
de aquel magnánimo e inolvidable rector
espiritual.

Y así fue como un día cualquiera, muy de


mañana, acompañado de su ya reumática
costilla, tomó la vía del cerro en asocio de
dos o tres labriegos que fueron narrando por
el camino la historia medrosa del espanto
del "Boquerón de los Muertos" donde según
lo ha podido constatar personalmente don
Jeremías, se ve durante todas las noches del
mes de mayo una inmensa hoguera dentro
de la cual se divisan las figuras de cuatro
soldados que con las puntas de sus bayonetas
trataban de levantar una gran losa que aún
reposa como en lejanos días bajo la sombra
protectora de un árbol de manchador.

81
f]
Al llegar a esta parte de su relato, don
Jeremías se levantó del escaño, y como si
pretendiera levantar el vuelo para volver a
sus venturosos días de albañil, se pasó la
mano por la frente sudorosa, y lanzando ún
gran suspiro, comenzó a alejarse mientras
iba diciendo:
El tal Metodio Alvarado
fue un sinvergüenza muy perro,
que enamoró al padre Zafran
para que le hiciera entierro.

82
Vicen te Arenas Mantilla

Bus, chisme y
cocineras
Los oligarcas, como se les llama
generalmente a ciertos sujetos porque
poseen algunos bienes de fortuna, y a
más de estar matriculados por gracia de
esos mismos haberes en todos los clubes
sociales, son también propietarios de un
flamante automóvil marca "FORO", de esos
que venden con tan amplias condiciones los
hermanos Alfredo y Ambrosio Peña , no gozan
como nos sucede a los pobres que para

83
nuestros paseítos tenemos que apelar al bus,
de esa agradable entretención que en dichos
vehículos de trasporte se disfruta, cuando el
cupo no va recargado, y de compañeras de
asiento nos toca una pareja de colegialas
de esas que no les para nada en la lengua,
y que mucho murmuran y hacen mofa de las
pobres "veteranas", ese grupo de catas que
ya han pasado de los diez y nueve muchas
veces, y que por lo gordiflonas y melocotudas,
dan muestra inequívoca de que las ha dejado
el tren.

En ninguna otra parte como en el bus, se


saben tantas noticias y tan fresquesitas;
sobre todo si el paseíto lo realiza uno por
la mañana cuando las sirvientas bajan al
mercado o a llevar recados de ofrecimientos
de niños, o al rizado o a la dentistería; y
comienzan a echar para afuera toda esa
serie de acontecimientos que han oído relatar
a sus patronas de sobremesa, o a la visita
que se demoró hasta las diez, mientras ellas
echaban sus besitos por la puerta del garaje
con el cabo Avivato o el chofer del carro de
las Pitigrilli.

84
Vicente Arenas Mantilla

Por las cocineras sabe uno en el bus lo que no


llegan a saber nunca muchos reporteros de
prensa, ni los redactores de noticiero, mucho
menos las viejas camanduleras de la ciudad.
Por la lengua de las fámulas se entera uno
aunque no quiera , de las angustias de los
demás, de las quiebras de los comerciantes,
de las cavilaciones y desengaños de tantos
corazones sin rumbo que por causa de un
desdén se han marchitado intensamente;
de los compromisos fracasados por cuentos
de las mismas mujeres, de la marcha de la
política, de las escapadas de las esposas .
que dicen que van para misa y que se largan
para otros lugares, de la mala alimentación
y hasta de las. enfermedades secretas de
ciertas gentes.

Por los lados de arriba hay una cocinera a


quien los choferes del Parque Romero llaman
"La Voz de Sotomayor", pero hay que oírla
para darse uno cuenta de que ha sido muy
bien bautizada, pues desde que pone el pie
en el estribo comienza a decir: -ya estará la
mechuda de la patrona esperándome para
que la peine, porque ¡ah mujeres mugres
las que se levantan ciertos hombres!: son

85
unas vacas desaseadas que solo tienen
tiempo para pintarse la jeta como culebras
y vivir de chupahuesos en todas las fiestas
zangoloteándose como cucambas.

Bendita pobreza, digo yo, que lo obliga a uno


a viajar en bus soportando esas frenadas
estúpidas y esos canastos de las domésticas;
pero que en cambio nos brinda una distracción
superior que la que puede ofrecernos una
vespertina bailable o un paseo al Gallinera!,
con novia epiléptica y cocinera borracha.

86
Vicente Atenas Mantilla

El mechudo de
"Juan Rodríguez"
Yo no sé en realidad qué es lo que pasa con
el asunto de los espantos, pues aunque
yo los he visto muchas veces y hasta he
estado en peligro de ser arrastrado por ellos,
nunca he podido establecer plenamente su
procedencia, puesto que una vez pasado
el susto que la aparición proporciona, y
recobradas en parte las facultades, nunca he
hallado ninguna huella o pista segura para
iniciar una severa investigación que pudiera

87
sacarme de tantas dudas, y darme margen
para demostrarles a los incrédulos que sí hay
espantos en verdad, y que el hecho de que
uno se los haya encontrado no los autoriza
en ninguna forma para que lo traten de
alucinado y hasta le achaquen síntomas de
locura.

Sobre este tema bastante discutido, se han


escrito muchos volúmenes, y hasta se han
allegado demostraciones inequívocas de
su positiva existencia, se ha demarcado su
centro de operaciones y se han tomado una
que otra fotografía, que semejantes a ciertas
radioscopias no dan ni la más remota noticia
de la enfermedad diagnosticada, mucho
menos dejan ver ningún rastro de la figura
escalofriante que a los fantasmas se les
atribuye, y que cada cual pinta a su manera.
Mi antiguo confesor, un cura de esos santos y
francotes como pocos, me decía siempre que
nos enredábamos en esta polémica, que los
espantos se producían por ciertos trastornos
en los órganos de la vista o debilitamientos
mentales que hacen visibles sobre todo de
noche, las más espantosas figuras, llegándose
hasta a oír a veces las voces suplicatorias de

88
Vicen te Arenas M a n tilla

las almas en pena que imploran el pago de


sufragios para abandonar ciertos planos de
castigos y de soledad.

Pero sucedió que una noche me entretuve


con unas amigas de esas que uno tiene
en sus tiempos de juventud y las que lo
hacen olvidarse de todo, hasta del hábito
de trabajar; y apenas faltarían unas pocas
cuadras para llegar a mi vivienda, cuando
sentí unos berridos insoportables que un
poco parecía que brotaban de la tierra , y otras
veces como si chorrearan del tejado, por lo
cual acudí al otro día muy de mañana donde
mi viejo confesor a rebatirle sus puntos de
vista acerca de los espantos, ya que yo me
sentía muy cuerdo, y lo que había oído la
noche anterior según mi recto entender eran
puras cosas de la otra vida.

El viejo párroco, que me profesaba un sincero


cariño, y a quien yo entretenía mucho con mis
cuentos de brujas y de aparecidos, me oyó
aparentando un positivo interés; pero una
vez terminada mi fantástica narración, soltó
a reír estrepitosamente, y luego me dijo:
-los muertos, mono mentiroso, no vuelven

89
r-
ª la tierra por más que en ella hayan
cometido las más monstruosas atrocidades,
o haya enterrado en ella todo el dinero que
no supieron emplear para socorrer a su
prójimos; lo que pasa es que como la historia
de los espantos es tan vieja, y de ella hemos
apelado hasta los curas para ablandarles
el corazón a los deudos de los difuntos y
hasta hacerles ver como es de trabajosa la
justicia en la otra vida, claro está que todo el
mundo tiene metida en la cabeza esa idea,
y hasta hay muchos vivarachos que se valen
de esas tretas para sacarles los cuartillos a
los más majaderos. Pero lo que sí es cierto,
y esto te lo aseguro porque lo contemplé una
madrugada al regresar de una confesión
en "Pozo Negro", es la aparición que por el
mes de mayo se efectúa todos los años en el
portón de "Juan Rodríguez", donde más de
cinco generaciones de piedecuestanos han
sido asaltados por aquel tétrico fantasma,
cuya cabellera abundante extendida sobre
lás piedras del camino, ha aprisionado y
hecho perder el sentido a muchos miles de
caminantes.

90
Vicente A renas Mantilla

Y mientras esto decía, sentimos en la calle


una gran algarabía, y hasta nuestros oídos
llegaron los sollozos desconsolados de unas
obreras que acompañaban una camilla,
sobre la cual se veía un cuerpo inerte, cuya
respiración lenta era la única muestra de
vida.

Mire -me dijo mi viejo confesor, mientras


tratando de consolar a las cigarreras, afligidas,
le tomaba el pulso a Marquelo Rueda, que
era el accidentado- estas son las gracias del
mechudo de "Juan Rodríguez", que como
se lo estaba contando, se me encaramó a
la anca del caballo una madrugada, y si no
ha sido por doña Felisa, la "mona", que salió
al corredor de "La Sucursal" y le dijo unas
groserías, me hubiera matado el miserable.

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Colección
Biblioteca Mínima Santandereana

N º 1. Cuento. Tomás Vargas Osario


N º 2. Poesía. Tomás Vargas Osario
N º 3. Poesía. Ismael Enrique Arciniegas
N º 4. Prosas. Jaime Barrera Parra
N º 5. Cuentos. El isa Mújica
N º 6. Cuentos. Enrique Otero D ' Costa
N º 7. Versos y prosas. Luis Enrique Antolinez
N º 8. Poesía. Alfonso Acevedo Díaz
N º 9. Crónicas. Juan Cristobal Martínez
N º 10. Relatos. Ernesto Ca margo Martínez
N º 11.Cuentos. Gustavo Wilchez Castro
N º 12. Crónicas. Gonzalo Buenahora Delgado
N º 13. Poesía. Pablo Zogoibi
N º 14. Poesía. Aurelio Martinez Mutis

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