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PROFESORADO DE EDUCACIÓN SECUNDARIA EN

LENGUA Y LITERATURA

S UJETO DE LA EDUCACIÓN

Bibliografía básica y orientaciones para


estudiar
Eje 1: Adolescencia y Pubertad

1
Año 2015
Prof. Lorena Salinas

Eje 1: Adolescencia y pubertad


La naturalidad de la adolescencia

Son muchos los que se han dedicado a definir las características de la adolescencia. No
obstante, la noción de adolescencia no existe en todas las sociedades. En algunas sólo se
describen cuatro tipos de edades: el bebé, el niño, el adulto y el viejo. No se puede decir que
una edad cronológica pueda servimos de índice de desarrollo. Ciertos autores han puesto de
manifiesto que existen instituciones en las que se agrupan, bajo el término "niños", todas las
personas menores de 18 años, mientras que otras sociedades para "jóvenes” se ocupan desde
los mitos menores de 10 años hasta los jóvenes adultos de 25, inclusive.

Un número elevado de autores no establecen diferenciación entre la pubertad y la


adolescencia, mientras que para otros por un lado existe la pubertad somática (estado
somático sin posibilidad de retroceso a menos de presentarse un bloqueo espectacular) y por
otro, la adolescencia que es un fenómeno mucho más complejo y que únicamente puede
definirse a partir de un patrón psicológico (R. Laplane y colaboradores), es decir que una
depende de la naturaleza mientras que en la otra la naturaleza y nutrición (natura y nurtura)
se complementan.

La edad de la pubertad está mucho mejor definida ya que se caracteriza por un


determinado número de datos visibles: modificaciones morfológicas, sexuales y
endocrinas. De entre las modificaciones visibles, la del vello caracteriza tanto al muchacho
como a la muchacha (púber -significa pelo), pero el término pubertad se emplea
generalmente para indicar la facultad viril de los muchachos. Este término de pubertad
apareció en Francia hacia el siglo XIV en el que casi nunca se hablaba de la muchacha
púber, sino de la muchacha "núbil"; a veces, al muchacho púber se le llama simultáneamente
"puberiente" y "púber" (A.-M. Rocheblave-Spenlé). Se han descrito distintos estadios de la
pubertad en función de la aparición y de las modificaciones sucesivas del vello pubiano. En
el caso de las niñas, la aparición de la primera regla establece la fecha de comienzo de la
pubertad: actualmente tiene lugar, por término medio, entre los 13 y los 14 años, aunque
existen variaciones según las regiones; estas variaciones no parecen depender ni de la raza ni
del clima, sino que más bien parecen estar relacionadas con factores socioeconómicos y
nutritivos así como constitucionales. Parece ser que desde el último siglo a hoy, el inicio de
la primera regla retrocede de 4 a 6 meses cada diez años.

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Para los psicoanalistas, la pubertad aparece después de la fase de latencia (desde los 7
hasta los 12 años). No obstante, es peligroso considerar silenciosa la fase de latencia ya que,
de hecho, como dice P. Blos, durante esta fase, se produce, una transformación de la
personalidad que prepara para la adolescencia; lo que cambiaría sería el creciente control
que el Yo y el Superyo ejercen sobre la vida instintiva. Pero, como ha apuntado D. W.
Winnicott, no se tiene aún certidumbre sobre lo que constituye la fase de latencia. Algunos
consideran (B. Bornstein) que esta fase no es uniforme. De final de la primera fase de
latencia (de los cinco años y medio hasta los ocho), las demandas pulsionales siguen siendo
activas y el Superyo todavía es algo extraño. En la segunda fase de latencia (desde los ocho
hasta los diez años), el Yo estaría expuesto a unos conflictos menos graves, las exigencias
sexuales serían menos fuertes; el Superyo sería sentido menos extraño y la adaptación a la
realidad estaría más y mejor asegurada.

Como dice Ch. David, los fenómenos de la latencia deben: aparecer a su tiempo,
teniendo en cuenta las exigencias del entorno; no ser excesivamente débiles, ausentes o
lacunares, ya que, en un caso así, pueden acompañarse de cuadros mórbidos, generalmente
de mal pronóstico; y por último, no ser demasiado exagerados desde el punto de vista de las
manifestaciones de rechazo y de inhibición.

De hecho, sólo se puede intentar precisar los límites de la adolescencia si se tiene en


cuenta, simultáneamente, los factores biológicos, psicológicos y sociológicos.

Los factores biológicos responden a factores constatables (la regla en las muchachas,
la erección y la eyaculación en los muchachos), así como a modificaciones de los caracteres
sexuales secundarios. Los mecanismos de la modificación puberal se explican por la puesta
en acción de la hipófisis anterior y, desde el punto de vista neurológico, la del hipotálamo
anterior. La hormona somatotropa hipofisaria actúa directamente aumentando la masa
corporal y sobre el crecimiento en longitud del esqueleto. Asimismo intervienen en ello
determinadas hormonas sexuales. Otras hormonas hipofisarias actúan indirectamente sobre
las gónadas, fundamentalmente las gonadoestimulantes, así como la tireoestimulina y la
corticostimulina, teniendo, a su vez la corticosuprarrenal un papel también esencial sobre la
secreción androgénica. Las gónadas entran en acción por medio de las hormonas
gonadotropas de entre las cuales dos de ellas son esenciales: la foliculostimulina (FSH) y la
luteostimulina (LH). Es evidente que estas modificaciones corporales generales y genitales,
sobre todo, desempeñan un papel no sólo por el hecho de su existencia física sino incluso
por la importancia psicológica de su presencia.

Las modificaciones de la estatura significan hacerse mayor y, por otro lado algunas
modificaciones ponderases, como por ejemplo una ligera obesidad, pueden ser,
contrariamente, vividas como una molestia. La aparición del vello pubiano, del vello axilar

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o torácico, la evolución del pene en el muchacho o el desarrollo mamario en la muchacha
pueden ser vividos como un temor o como una afirmación. La aparición de la regla en la
muchacha no informada puede ser un descubrimiento molesto o incluso vergonzoso; algunas
muchachas pueden creerse portadoras de una enfermedad. Pero, como indica H. Deutsch, la
menstruación puede vivirse por la muchacha de forma progresiva en lo que concierne a su
aspecto biológico mientras que las reacciones emotivas pueden manifestarse de forma
regresiva. A veces, la menarquía, que confirma la feminidad, puede ser considerada una
vergüenza, una impureza, o bien puede evocar la posibilidad de procreación, asociándose así
la menstruación con el embarazo y con las relaciones sexuales. Si para la niña la
menstruación es el despertar espectacular de un nuevo período dentro de su evolución
biológica que además puede ir o no también acompañado de un despertar sexual; para al
niño la eyaculación se acompaña de una alegría de la cual no es aún dueño y que le hará
sentirse culpable ante las prohibiciones sociales. Estas manifestaciones de la naturaleza, por
naturales que sean, son sentidas de forma diferente según las culturas, tabúes y capacidad de
fantasear de padres e hijos.

Los factores sociológicos se entrelazan íntimamente con los biológicos durante la


adolescencia. M. Mead considera que la adolescente de las islas Samoa únicamente se
diferencia de la no adolescente por los cambios físicos que la primera ha sufrido. En otros
pueblos, el paso de la infancia a la adolescencia, incluso a la edad adulta, se hace por unos
"ritos de cambio" durante los cuales el sujeto se somete a todo tipo de pruebas que
determinarán su estado de adulto y después de las cuales la comunidad le atribuye una
función perfectamente determinada. Si bien en ciertos casos el ceremonial es quizá
convencional y simbólico (ceremonias de iniciación a veces complejas), en otros, se
acompaña de pruebas físicas tales como la circuncisión en los muchachos y la clitoridectonía
en las muchachas. Algunos antropólogos han insistido en que el estado de adulto no
coincide necesariamente con el período de los cambios físicos de la pubertad. Creen que,
para comprender las "tempestades o tensiones" de la adolescencia, debemos buscar la
explicación más en la sociedad que en la biología. (0. Klineberg).

Según B. Zazzo, la actitud de los adolescentes pertenecientes a una misma sociedad y a


una misma zona geográfica, se diferencia en función de sus status y sus roles. Cuando se
trata de sociedades en las que la adolescencia se define como un período de inserción social,
se puede prever que es parecida para todos por su carácter general de transición y, por otra,
parte, que se diferencia a partir de las modalidades de la vida social y sobre todo según la
duración de esta transición. Se ha llegado a decir (sin que esto implique en sí mismo una
contradicción) que la "aparición de la pubertad" es un acto de la naturaleza y la adolescencia
un acto del hombre" (P. Blos); se podría mejor decir, "del hombre insertado en una sociedad
dada". Por ello se explica que ciertas características, como el ascetismo y la
intelectualización, se observan sobre todo en aquellas capas sociales que se caracterizan por

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una enseñanza escolar estricta (Anna Freud), que sería la particularidad de la juventud
europea, mientras que la "uniformidad" (P. Blos), fenómeno de grupo que protege al
individuo, sería particular de la juventud americana. Sin embargo, nos podemos preguntar si
esta diferenciación sigue existiendo en la juventud actual en la que el adolescente "no está
muy inclinado a dejarse llevar por una predestinación wertheriana" (H. Deutsch).

Por otra parte, la historia nos muestra (W. F. Soskin y cols,) que antiguamente un niño
normal era a menudo cabeza de familia a los 16 años, gallardo soldado del ejército real a los
14 o 15, aprendiz responsable de su profesión a los 13 o 14, mientras que en la actualidad,
en determinadas clases sociales, el período de dependencia está mucho más alargado.
Recientemente se ha subrayado (Anna Freud) que la edad de responsabilidad legal en
Inglaterra ha crecido gradualmente desde los 8 a los 17 años, y en los Estados Unidos desde
los 7 a los 16, luego a los 18 y, en algunos estados, incluso hasta los 21. Esta indulgencia
nos parece justa pero quizá no tiene el carácter que se le quiere dar. Como dicen W. F.
Soskin y cols., tendernos cada vez más a tratar a nuestros adolescentes y a nuestros
muchachos como niños, mientras deploramos que no se comporten como adultos. Por si
fuera poco, hay diferencias entre los sexos. 0. Lewis observa, después de estudiar un
pueblecito mejicano (y de hecho esto puede extenderse en general a las sociedades de origen
greco-latino), que las niñas están obligadas a llevar una vida más sedentaria que
anteriormente y a padecer nuevas contrariedades a nivel personal mientras que los niños, al
contrario, ven como se les concede una mayor libertad y una situación mejor. Por otra parte,
se conoce la importancia concedida al hombre en las familias patriarcales de África, de
Oriente y del Oriente Medio, en las cuales el deber de virginidad antes del matrimonio es
liberal para el hombre y obligado para la mujer. Después de lo que acabamos de decir, es
imposible definir la adolescencia sin tener en cuenta el estado y el rol de los jóvenes en la
sociedad.

Sin embargo, el adolescente no puede explicarse únicamente a partir de la interferencia


entre lo biológico y lo sociológico. Si bien es cierto que debe hacer la historia, no lo es
menos que es fruto de su historia personal.

PROPUESTA DE APRENDIZAJE Nº 1

Recupera lo trabajado hasta el momento y observa el documental sobre adolescencia aquí


indicado.

 Material audiovisual: Adolescencia. Documental BBC. Disponible en


http://www.youtube.com/watch?v=emVWFv-m9dY

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Para resolver a partir de la observación del documental y/o lectura comprensiva del texto:

1- ¿ A qué se denomina PUBERTAD?


2- ¿Cuáles son las transformaciones que ocurren en el cuerpo humano femenino?
3- ¿Cuáles son las transformaciones que ocurren en el cuerpo humano masculino?
4- ¿Qué diferencia hay en el ritmo de cambios entre el cuerpo humano femenino y
masculino?
5- ¿Qué cambios se dan en el cerebro adolescente?
6- Completa el siguiente esquema con los datos que te aportó el video:

OBIOLS, GUILLERMO A. y DI SEGNI DE OBIOLS, SILVIA, “Adolescencia,


Posmodernidad y Escuela Secundaria”. Kapeluz Editora S. A. Primera edición: 1993.

SER ADOLESCENTE EN LA POSMODERNIDAD

(Fragmento de cap.2)

¿Por qué enfocar en especial a la adolescencia en la cultura posmoderna? Este


clima de ideas afecta e influye a todos quienes están sumergidos en él, más allá de su edad,
pero nuestra hipótesis es que se genera un fenómeno particular con los adolescentes en la
medida en que la posmodernidad propone a la adolescencia como modelo social, y a partir
de esto se "adolescentiza" a la sociedad misma.

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Si pensamos la adolescencia desde el momento actual nos encontramos, en
cambio, con que los adolescentes ocupan un gran espacio. Los medios de comunicación los
consideran un público importante, las empresas saben que son un mercado de peso y
generan toda clase de productos para ellos; algunos de los problemas más serios de la
sociedad actual: la violencia, las drogas y el sida los encuentran entre sus víctimas
principales y la escuela secundaria los ve pasar sin tener en claro qué hacer con ellos.

Pero, sobre todo, aparece socialmente un modelo adolescente a través de los


medios masivos en general y de la publicidad en particular. Este modelo supone que hay que
llegar a la adolescencia e instalarse en ella para siempre. Define una estética en la cual es
hermoso lo muy joven y hay que hacerlo perdurar mientras se pueda y como se pueda.
Vende gimnasia, regímenes, moda unisex cómoda, cirugía plástica de todo tipo, implantes de
cabello, lentes de contacto, todo aquello que lleve a disimular lo que muestra el paso del
tiempo. El adulto deja de existir como modelo físico, se trata de ser adolescente mientras se
pueda y después, viejo. Ser viejo a su vez es una especie de vergüenza, una muestra del
fracaso ante el paso inexorable del tiempo, una salida definitiva del Olimpo.

No sólo se toma como modelo al cuerpo del adolescente, también su forma de


vida. La música que ellos escuchan, los videoclips que ven, los lugares donde bailan, los
deportes que hacen, la jerga que hablan. Para una parte de la opinión pública la actitud de los
padres no debe ser ya la de enseñar, de transmitir experiencia sino por el contrario la de
aprender una especie de sabiduría innata que ellos poseerían y, sobre todo, el secreto de la
eterna juventud.

PERFIL DE UN ADOLESCENTE MODERNO


Si bien es cierto que los adolescentes no pueden en ninguna época ser descriptos
como un solo tipo, también es cierto que a través de los autores que estudian la etapa se va
configurando un modelo, por lo menos de aquel tipo considerado representativo. Así, hubo
un tipo de adolescente moderno descripto como un individuo que vivía una crisis, inseguro,
introvertido, una persona en busca de su identidad, idealista, rebelde dentro de lo que el
marco social les permitía. Los adolescentes de por sí constituían un grupo marginal, los
varones no tenían ya lugar junto a las polleras de las madres ni en la vida laboral de los
padres, las mujeres tenían conflictos con las madres y todavía no podían ser dueñas de sus
casas o criar sus propios hijos.

Este tipo adolescente no era muy diferente al joven descripto por Aristóteles en
su Retórica, descripción rescatada como vigente aún en los años ‘70 por Peter Blos. Decía
Aristóteles:
"Los jóvenes tienen fuertes pasiones, y suelen satisfacerlas de manera indiscriminada. De los
deseos corporales, el sexual es el que más los arrebata y en el que evidencian la falta de

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autocontrol. Son mudables y viables en sus deseos, que mientras duran son violentos, pero
pasan rápidamente /.../ en su mal genio con frecuencia exponen lo mejor que poseen, pues su
alto aprecio por el honor hace que no soporten ser menospreciados y que se indignen si
imaginan que se los trata injustamente. Pero si bien aman el honor, aman aún más la
victoria; pues los jóvenes anhelan ser superiores a los demás, y la victoria es una de las
formas de esta superioridad. Su vida no transcurre en el recuerdo sino en la expectativa, ya
que la expectativa apunta al futuro, el recuerdo al pasado y los jóvenes tienen un largo futuro
delante de ellos y un breve pasado detrás./.../ Tienen exaltadas ideas, porque la vida aún no
los ha humillado ni les ha enseñado sus necesarias limitaciones; además su predisposición a
la esperanza les hace sentirse equiparados con las cosas magnas, y esto implica tener ideas
exaltadas. Preferirían siempre participar en acciones nobles que en acciones útiles, ya que su
vida está gobernada más por el sentido moral que por el razonamiento, y mientras que el
razonamiento nos lleva a escoger lo útil, la bondad moral nos lleva a escoger lo noble.
Quieren más que los hombres mayores a sus amigos, allegados y compañeros, porque les
gusta pasar sus días en compañía de otros. Todos sus errores apuntan en la misma dirección:
cometen excesos y actúan con vehemencia. Aman demasiado y odian demasiado, y así con
todo. Creen que lo saben todo, y se sienten muy seguros de ello; éste es, en verdad el motivo
de que todo lo hagan con exceso. Si dañan a otros es porque quieren rebajarlos, no
provocarles un daño real... Adoran la diversión y por consiguiente el gracioso ingenio, que
es la insolencia bien educada."

Apasionados, erotizados, descontrolados, volubles, malhumorados,


pundonorosos, competitivos, expectantes del futuro, exaltados, nobles, buenos amigos y
amantes, excesivos en sus afectos, omnipotentes, sedientos de diversión. Estas parecen haber
sido las características más notorias de un tipo de adolescente que aparece en diferentes
épocas de la historia. Quedan huellas de tal pasaje en diversas obras literarias, en las que se
pueden rescatar desde el enamorado Calixto, al valiente D' Artagnan, el apasionado Werther
y el solitario Holden Caulfield.

Para estos adolescentes era muy difícil tolerar la disciplina que se le imponía en
su formación. El período de formación de los adolescentes de sectores medios estaba
signado por grandes exigencias revelándose como una etapa en la cual había gran número de
suicidios, los cuales podían adjudicarse a dificultades y frustraciones en ese ámbito. Sin
embargo, otros sectores sociales también imponían severas exigencias a sus jóvenes:
"Si el suicidio juvenil no afecta solamente a los alumnos de la escuela media, sino también a
aprendices, etc., esa circunstancia por sí sola no aboga en favor de aquella; acaso se la deba
interpretar diciendo que la escuela media es, para sus educandos, el sustituto de los traumas
que los demás adolescentes encuentran en otras condiciones de vida."1

1
Freud, S. "Contribuciones para un debate sobre el suicidio". En O. C., T. XI, Bs. As., Amorrortu,
1976, p. 231

8
Estas palabras fueron formuladas por Freud en un debate en el marco de la
Sociedad Psicoanalítica de Viena, en 1910, el cual tenía como tema central el suicidio, muy
frecuente entre estudiantes de escuela media y Freud le atribuía a ésta un fuerte efecto
traumático.

Dentro de esa disciplina y exigencia académica había alguna posibilidad sino de


rebeldía, de originalidad. Un investigador francés, Maurice Debesse, publica su tesis de
doctorado en 1937 sobre la crisis de originalidad juvenil. En esa preguerra da una imagen de
los jóvenes que se preparaban para ser maestros en Francia, sometidos también a grandes
exigencias. La rebeldía de los mismos se manifestaba como una necesidad de diferenciarse,
de ser originales:
"Cuando los alumnos de Alain Chartier -semejantes en esto a millones de otros alumnos-
trataban de peinarse como el maestro, de llevar como él cuellos postizos y ponían dos dedos
sobre sus párpados cerrados, aspiraban a distinguirse del conjunto, para ellos mediocre, del
cual formaban parte. Imitando a quienes admiraban, rendían homenaje a una personalidad
superior y su deseo de originalidad se alimentaba con otra originalidad ya realizada. No
importa lo que imitaban: elegían un detalle de la vestimenta o un gesto por su rareza y
porque les parecía caracterizar a la persona imitada. La elección por sí misma suponía todo
un trabajo previo del espíritu, cómo va progresando la imitación entre los hombres y cómo
con ella la personalidad individual se refuerza, pues tomando un elemento de miles de
personas resulta algo nuevo por combinación. Este es el movimiento que se cumple en el
transcurso de la adolescencia."2

En las observaciones de Debesse, la rebeldía tenía una forma particular de


expresarse a través de la identificación con o de la imitación de figuras admiradas, proceso
constitutivo de la propia personalidad. También este autor dejaba en claro que no todos los
adolescentes se comportaban así:
"...la observación muestra que todos los adolescentes no atraviesan una crisis de
originalidad, que no todos están vivamente preocupados por sí mismos."

Y señalaba que esa necesidad de originalidad de todos modos no impedía la


admiración hacia el mundo adulto:
"El adolescente deja el mundo pueril, sus explicaciones, sus admiraciones, sus verdades, sus
dioses, por el mundo adulto que tiene su cultura, su moral, su jerarquía de valores, en los
cuales desea participar en la medida en que ahí ve una forma de vida superior."

En lo relativo a su desarrollo intelectual, el adolescente fue estudiado y descripto


por Piaget de esta manera:
2
Debesse, M. La crisis de originalidad juvenil. Bs. As., Nova, 1955, p. 90 y 55

9
"Al contrario del niño, lo que resulta sorprendente en el o adolescente es su interés por todos
los problemas inactuales, sin relación con las realidades vividas diariamente o que anticipan,
con una desarmante candidez, situaciones futuras del mundo, que a menudo son quiméricas.
Lo que resulta más sorprendente es su facilidad para elaborar teorías abstractas. Hay algunos
que escriben y crean una filosofía, una política, una estética o lo que se quiera. Otros no
escriben, pero hablan. La mayoría de ellos incluso hablan muy poco de sus propias
producciones y se limitan a rumiarlas de forma íntima y secreta. Pero todos ellos tienen
teorías o sistemas que transforman el mundo de una u otra forma."3

Y agrega este autor:


"Por tanto existe un egocentrismo intelectual en la adolescencia, comparable al
egocentrismo del lactante que asimila el universo a su actividad corporal y al egocentrismo
de la primera infancia que asimila las cosas al pensamiento naciente (juego simbólico, etc.).
Esta última forma de egocentrismo se manifiesta mediante la creencia en el infinito poder de
la reflexión, como si el mundo debiera someterse a los sistemas y no los sistemas a la
realidad. Esta es la edad metafísica por excelencia: el yo es lo suficientemente fuerte como
para reconstruir el universo y lo suficientemente grande para incorporárselo. Posteriormente
al igual que el egocentrismo sensorio-motor es reducido progresivamente por la
organización de los esquemas de acción, y del mismo modo que el egocentrismo del
pensamiento característico de la primera infancia finaliza con el equilibrio de las
operaciones concretas, de idéntica forma el egocentrismo metafísico de la adolescencia
encuentra paulatinamente su corrección en una reconciliación entre el pensamiento formal y
la realidad: el equilibrio se alcanza cuando la reflexión comprende que su función
característica no es contradecir sino preceder e interpretar a la experiencia. Y entonces este
equilibrio es ampliamente superior al del pensamiento concreto puesto que, además del
mundo real engloba las construcciones indefinidas de la deducción racional y de la vida
interior.

En las observaciones de Piaget, el adolescente era también un idealista


romántico, interesado en el pensamiento, en la construcción de utopías. Era alguien
profundamente interesado en las humanidades, en su mundo interno, en lo social. Había
desarrollado la capacidad de reflexionar y la ejercía en la contradicción del universo de ideas
que se le proponía y en la construcción de otro.

El adolescente apasionado, interesado en la literatura y en la música también fue


descripto por Spranger4, autor anterior a la segunda guerra mundial quien sostuvo que la
producción de la época del Sturmund Drang era la que tenía más afinidad con la estructura
psicológica del adolescente, así como la música de Beethoven los identificaba más que la de
3
Piaget, Jean. Seis estudios de psicología. Barcelona, Barral, 1975, p.83 y 55
4
Spranger, E. citado por Muus, R. E. Teorías de la adolescencia. Bs. As., Paidós, 1991, p.77.
14

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Mozart. El Sturmund Drang, la tormenta y la ira, había sido el movimiento cultural que
surge en los años 1760-80 influido por Rousseau, un movimiento que se oponía al
racionalismo de la Ilustración y proclamaba la libertad de los sentimientos.

A lo largo de este apartado hemos intentado mostrar a través de diferentes


autores un modelo de adolescente moderno que siguió siendo descripto como hegemónico
en los años 60 y 70 por diferentes autores, tales como Arminda Aberastury en nuestro país y
Peter Blos en Estados Unidos de América.

Estos adolescentes tenían padres con los cuales entraban en conflicto y el


resultado era una crisis que evidenciaba la “brecha generacional”.

LA FAMOSA BRECHA GENERACIONAL


Para Erik Erikson, el adolescente era fundamentalmente alguien en busca de su
identidad. La pregunta: ¿quién soy? era la más angustiante y también la más importante que
podía hacerse. Y ¿cómo podía ese adolescente encontrarse, saber quién era?

Erikson lo contestaba en estos términos:


"Es decir que el adulto era el frontón necesario para que el joven tenista hiciera sus
prácticas, se probara, probara los golpes, mejorara sus tiros y resultara, no sin desgaste para
el frontón, un adulto hecho y derecho, es decir un buen jugador."5
Así el adolescente que crecía se encontraba con una generación adulta y se entrenaba
peloteando contra ella, mejorando sus tiros, conociendo su propio estilo, sus errores y sus
virtudes en el juego.

Entre esa generación adulta y él había una distancia, una brecha dada por las
diferencias de épocas que a cada uno le había tocado vivir y de la educación recibida.

Decían Stone y Church:


"En el mejor de los casos preparamos a los adolescentes para vivir: en un mundo que es una
proyección futura del mundo presente y, en el peor, los preparamos para que vivan en un
ambiente fantasmal, hace tiempo desvanecido."6

Los principios, las normas, los ideales debían ir cambiando, ajustándose a


diferentes épocas, cosa que los adultos ya no hacían los adolescentes en cambio se
preparaban para lo nuevo que vendrá y para eso adaptaban lo recibido de sus padres y
maestros a sus propias necesidades, entrando en colisión con ellos. Rebelarse, confrontar,
buscar su propia síntesis era la tarea de la adolescencia. A tal punto que algunos autores la

5
Erikson, E. Identidad, juventud y crisis.Bs. As.,Paidós, 1968, p. 45
6
Stone L. J. Church, J. Op Cit. p. 118 y 55

11
consideraron esencial en el proceso de construcción de la personalidad madura,
independiente.

Peter Blos, decía en la década del ‘70: "La creación de un conflicto entre las
generaciones y su posterior resolución es la tarea normativa de la adolescencia. Su
importancia para la continuidad cultural es evidente. Sin este conflicto no habría
reestructuración psíquica adolescente."7

Y en otro párrafo: "El conflicto generacional es esencial para el crecimiento del


self (mi otro yo) y de la civilización." Y aún con reparos Stone y Church aceptaban la
inevitabilidad del conflicto: "Algunos autores han sugerido que los conflictos entre
generaciones no solamente son inevitables sino también esenciales para el proceso de
crecimiento. Sin ser necesariamente partidarios de esta teoría pensamos que una total
ausencia de conflicto puede indicar que el adolescente está en mal camino."

Este proceso de enfrentamiento generacional era inevitablemente doloroso,


obligaba a la pérdida de ilusiones, destruía ídolos, provocaba temores, falta de confianza en
las propias fuerzas, tristeza, rabia, pero también, simultáneamente, sensación de triunfo y de
libertad. El fin de la infancia, la salida del paraíso provocaba angustia, muchos textos
literarios recuerdan idealizadamente la niñez feliz e irresponsable y con dolor la entrada en
la adolescencia con obligaciones, inseguridades. La pubertad era así la señal del comienzo
del cambio. El cuerpo denunciaba lo que el psiquismo tardaría mucho tiempo en adquirir, un
cambio fundamental. La inercia de los afectos requería bastante tiempo para adaptarse ala
nueva situación y ese tiempo no siempre estaba a disposición. Y estallaban las crisis, mezcla
de regresiones y pruebas de independencia.
La adolescencia era entonces un momento de grandes cambios y consecuentes
pérdidas. Arminda Aberastury teorizó sobre el particular; sus ideas las consideraremos en el
apartado siguiente.

LOS DUELOS EN LA ADOLESCENCIA


Para Arminda Aberastury, la adolescencia debía realizar como tareas propias,
tres procesos de duelo, entendiéndose por tal el conjunto de procesos psicológicos que se
producen normalmente ante la pérdida de un objeto amado y que llevan a renunciar al
objeto8. Los procesos que se suceden en el duelo se han dividido en tres etapas:

1. La negación, mecanismo por el cual el sujeto rechaza la idea de pérdida, muestra


incredulidad, siente ira. Es lo que nos lleva a decir: "No puede ser que haya muerto, lo vi

7
Blos, P. Op. Cit., p. 11 y 55.
8
Laplanche, J. Pontalis, J. B. Diccionario de psicoanálisis. Barcelona, Labor, 1971.

12
ayer por la calle", cuando inesperadamente recibimos la noticia de la muerte de un amigo,
aunque sepamos que hay muchas maneras de morir en pocas horas.
2. La resignación, en la cual se admite la pérdida y sobreviene como afecto la pena.
3. El desapego, en la que se renuncia al objeto y se produce la adaptación a la vida sin él.
Esta última etapa permite el apego a nuevos objetos.

Volviendo a Aberastury, el adolescente tenía que superar tres duelos para


convertirse en adulto:
1. El duelo por el cuerpo infantil. El adolescente sufre cambios rápidos e importantes en su
cuerpo que a veces llega a sentir como ajenos, externos, y que lo ubican en un rol de
observador más que de actor de los mismos.
2. El duelo por el rol infantil y la identidad infantiles. Perder su rol infantil le obliga a
renunciar a la dependencia ya aceptar responsabilidades. La pérdida de la identidad infantil
debe reemplazarse por una identidad adulta y en ese transcurso surgirá la angustia que
supone la falta de una identidad clara.
3. El duelo por los padres de la infancia. Renunciar a su protección, a sus figuras
idealizadas e ilusorias, aceptar sus debilidades y su envejecimiento.

Aberastury añade un cuarto duelo, al que parece otorgarle menor entidad, el de


la pérdida de la bisexualidad de la infancia en la medida en que se madura y se desarrolla la
propia identidad sexual.

Propone también que la inclusión del adolescente en el mundo adulto requiere de


una ideología que le permita adaptarse o actuar para poder cambiar su mundo circundante.
El adolescente descripto por Aberastury se va adaptando a los cambios de su
cuerpo a partir de la aparición de los caracteres sexuales secundarios, las poluciones en los
varones, la menarca en las mujeres. Presenta durante este proceso un cuerpo en el cual
aparecen simultáneamente aspectos de niño y de adulto. El collage aparece también en su
personalidad. No quiere ser como determinados adultos mientras que elige a otros como
ideales. En ese camino se presenta como varios personajes ya sea ante los propios padres o
ante personas del mundo externo. Tendrá múltiples identificaciones contemporáneas y
contradictorias. La desidealización de las figuras de los padres lo deja desamparado.
Necesita remediar ese desamparo y el descontrol de sus cambios inexorables con un
aumento de la intelectualización. Buscar soluciones teóricas a sus problemas es un modo de
controlar la angustia.

Pero Aberastury se pregunta sobre este punto:


"¿Es así sólo por una necesidad del adolescente o también es una resultante de un mundo
que le prohíbe la acción y lo obliga a refugiarse en la fantasía y la intelectualización?"

13
Dentro de ese proceso de pensar el futuro, el adolescente se plantea el problema
ético, busca nuevos ideales y lucha por conseguirlos. Esta crisis total encuentra solución
transitoria refugiándose en la fantasía, en el mundo interno, incrementando la omnipotencia
narcisista que le lleva a pensar que no necesita del mundo externo.

Todas estas conceptualizaciones las refería Aberastury a los adolescentes de


fines de la década del ‘60 de los que decía:
"En este momento vivimos en el mundo entero el problema de una juventud disconforme a
la que se enfrenta con la violencia, y el resultado es sólo la destrucción y el entorpecimiento
del proceso.
“La violencia de los estudiantes no es sino la respuesta a la violencia institucionalizada de
las fuerzas del orden familiar y social”.
“Los estudiantes se rebelan contra todo nuestro modo de vida rechazando las ventajas tanto
como sus males, en busca de una sociedad que ponga la agresión al servicio de los ideales de
vida y eduque las nuevas generaciones con vistas a la vida y no a la muerte”.
"La sociedad en que vivimos con su cuadro de violencia y destrucción no ofrece suficientes
garantías de sobrevida y crea una nueva dificultad para el desprendimiento. El adolescente,
cuyo signo es la búsqueda de ideales y de figuras ideales para identificarse, se encuentra con
la violencia y el poder: también los usa."9

El adolescente de esa época luchaba, y llegaba a hacerlo violentamente, en el


frente interno de su hogar para lograr tres libertades: la libertad en salidas y horarios, la
libertad de defender una ideología y la libertad de vivir un amor y un trabajo; en el frente
externo, en la sociedad, prefería renunciar a comodidades detrás de aquellos ideales que
consideraba acertados.

Este tema nos lleva a la cuestión tan vapuleada de las ideologías por lo menos de
ese conjunto de ideas acerca del mundo que algunos autores han considerado tarea
constitutiva de la adolescencia. (…)

¿HAY DUELOS EN LA POSMODERNIDAD?


La posmodernidad ofrece una vida soft, emociones light, todo debe desplazarse
suavemente, sin dolor, sin drama, sobrevolando la realidad. Es lícito entonces preguntarse si,
dentro de ese marco, hay lugar para los duelos en la medida en que éstos son dolorosos,
implican una crisis seria, tristeza, esfuerzo psíquico para superarlos.

Consideremos cada uno de los duelos postulados en su momento por Arminda


Aberastury como procesos inherentes al pasaje por la adolescencia:

9
Aberastury, A. Knobel, M. La adolescencia normal. Bs. As., Paidós, 1985, p. 23 y 55

14
a. El duelo por el cuerpo perdido
El adolescente de la modernidad se encontraba perdiendo el idealizado y
mimado cuerpo de la infancia, teniendo en perspectiva un período glorioso de juventud y
lejos aún de lograr un cuerpo con características claramente adultas. El bebé, el niño eran
modelos estéticos, se los pintaba, esculpía, grababa, para no perder ese momento de máximo
esplendor, esa cercanía con la belleza angelical. El adulto joven constituía el ideal estético
por excelencia y el adulto maduro por su parte alcanzaba un cuerpo con características
claramente definidas: las mujeres debían tener un cuerpo redondeado, un poco pesado,
matronal, que daba cuenta de su capacidad de procrear y su dedicación a la casa y crianza de
sus hijos. Iría luciendo con los años canas, arrugas y kilos, no como vergüenza sino por el
contrario como muestra de honorabilidad y fuente de respeto. Por su parte los hombres
también adquirían kilos, abdomen o ambos, lentes, arrugas, calvicie, bigotes o barbas canas
que les darían un aspecto digno de la admiración de las generaciones más jóvenes.

En ese contexto el adolescente lucía un aspecto desgraciado. Nada se encontraba


en él de admirable, estéticamente rescatable. Es cierto que aún hoy nadie postula como
admirable la cara cubierta de acné ni los largos brazos o piernas alterando las proporciones,
pero también es cierto que la mirada que cae hoy en día sobre el adolescente es muy
diferente. Su cuerpo ha pasado a idealizarse ya que constituye el momento en el cual se
logra cierta perfección que habrá que mantener todo el tiempo posible. Modelos de 12, 14 ó
15 años muestran el ideal de la piel fresca, sin marcas, el cabello abundante y brillante, un
cuerpo fuerte pero magro, tostado al sol, ágil, en gran estado atlético, en la plenitud sexual,
un modelo actual que no responde al ideal infantil ni adulto típico de la modernidad.

Si, clásicamente, la juventud fue un "divino tesoro" porque duraba poco, ahora
se intenta conservar ese tesoro el mayor tiempo posible. Mucha ciencia y mucha tecnología
apuntan sus cañones sobre este objetivo. Cirugía plástica, regímenes adelgazantes y
conservadores de la salud, técnicas gimnásticas, transplantes de cabello, lentes de contacto,
masajes e incluso técnicas que desde lo psíquico prometen mantenerse joven en cuerpo y
alma.

Cuando la técnica no puede más, el cuerpo cae abruptamente de la adolescencia,


supuestamente eterna, en la vejez sin solución de continuidad. Cae en la vergüenza, en la
decadencia, en el fracaso de un ideal de eternidad. Podemos entonces preguntarnos: ¿qué ha
pasado con el duelo por el cuerpo de la infancia que hacía el adolescente moderno,
adolescente que sólo era un pasaje desde la niñez aun ideal adulto? El adolescente
posmoderno deja el cuerpo de la niñez pero para ingresar de por sí en un estado socialmente
declarado ideal. Pasa a ser poseedor del cuerpo que hay que tener, que sus padres (¿y
abuelos?) desean mantener, es dueño de un tesoro.

15
Si tomamos como metáfora el cuerpo arquitectónico de la ciudad, y el reciclaje
posmoderno en vez de la piqueta, la mezcla de lo viejo con lo nuevo, a nivel de la persona
adolescente resulta que el cuerpo infantil no es totalmente reemplazado por un cuerpo
adulto, hay una mezcla y modificación parcial de ciertas características. Por la tanto no
habrá una idea neta de duelo, de sufrir intensamente la pérdida del cuerpo de la infancia.
¿Puede haber un duelo por el cuerpo perdido o "no hay drama"?

b. El duelo por los padres de la infancia


Los padres de la infancia son quizás los únicos "adultos" en estado puro que se
encuentran a lo largo de la vida. Se los ve como tales, sin fisuras. Ir creciendo significa, en
cambio, descubrir que detrás de cada adulto subsisten algunos aspectos inmaduros,
impotencia, errores. La imagen de los padres de la infancia es producto de la idealización
que el niño impotente ante la realidad que lo rodea y débil ante ellos desarrolla como
mecanismo de defensa. A menudo esa idealización es promovida por los mismos padres
quienes obtienen satisfacción de ser admirados incondicionalmente por ese público cautivo a
quien también pueden someter autoritariamente.

Ir creciendo, convertirse en adulto significa desidealizar, confrontar las imágenes


infantiles con lo real, rearmar internamente las figuras paternas, tolerar sentirse huérfano
durante un período y ser hijo de un simple ser humano de allí en más.

Pero este proceso también ha sufrido diferencias. Los padres de los adolescentes
actuales crecieron en los años, incorporaron un modo de relacionarse con sus hijos diferente
del que planteaban los modelos clásicos, desarrollaron para sí un estilo muy distinto del de
sus padres. ¿En qué residen esas diferencias? En lo referente a sí mismos estos padres
buscan como objetivo ser jóvenes el mayor tiempo posible, desdibujan al hacerlo el modelo
de adulto que consideraba la modernidad. Si ellos fueron educados como pequeños adultos,
vistiendo en talles pequeños ropas incómodas para remedar a los adultos, ahora se visten
como sus hijos adolescentes. Si recibieron pautas rígidas de conducta, comunes por entonces
a toda una generación, al educar a sus hijos renuncian a ellas, pero no generan otras nuevas
muy claras, o por la menos cada pareja de padres improvisa, en la medida en que la
necesidad la impone, alguna pauta, a veces tardíamente. Si fueron considerados por sus
padres incapaces de pensar y tomar decisiones, ellos han pasado a creer que la verdadera
sabiduría está en sus hijos sin necesidad de agregados, y que su tarea es dejar que la
creatividad y el saber surjan sin interferencias. Si sus padres fueron distantes, ellos borran la
distancia y se declaran compinches de sus hijos, intercambiando confidencias.

A medida que fue creciendo, el niño de estos padres no incorporó una imagen de
adulto claramente diferenciada, separada de sí por la brecha generacional y cuando llega a la
adolescencia se encuentra con alguien que tiene sus mismas dudas, no mantiene valores

16
claros, comparte sus mismos conflictos. Ese adolescente no tiene que elaborar la pérdida de
la figura de los padres de la infancia como lo hacía el de otras épocas. Al llegar a la
adolescencia está más cerca que nunca de sus padres, incluso puede idealizarlos en este
período más que antes. Aquí difícilmente haya duelo y paradójicamente se fomenta más la
dependencia que la independencia en un mundo que busca mayores libertades.

c. El duelo por el rol y la identidad infantiles


¿Qué significa ser niño? Ser dependiente, refugiarse en la fantasía en vez que
afrontar la realidad, buscar logros que satisfagan deseos primitivos y que se obtienen
rápidamente, jugar en vez que hacer esfuerzo. Si describimos al niño en edad de
incorporarse a un jardín de infantes, nos encontramos con alguien que se cree capaz de
logros que en su mayoría no le son posibles y ante los cuales sufre heridas muy fuertes en su
autoestima, una personita incapaz de esperar para lograr lo que quiere y un ser humano a
quien no le importan demasiado los otros miembros de su especie en la medida en que no es
capaz de compartir nada con los.
Llegados a este punto parece imprescindible diferenciar dos conceptos
psicoanalíticos que suelen confundirse: el de yo ideal y el de ideal del yo.10

Ante una imagen de sí mismo real poco satisfactoria, muy impotente, el niño
pequeño desarrolla una imagen ideal, un yo ideal en el cual refugiarse. Esta estructura se
organiza sobre la imagen omnipotente de los padres y ante una realidad frustrante que
promueve esa imagen todopoderosa de sí mismo confeccionada a imagen y semejanza de
sus mayores, la cual le permite descansar, juntar fuerzas y probar de nuevo ante un error. En
los desarrollos normales ese yo ideal se va acotando a medida que la realidad le muestra sus
límites. "La observación del adulto normal muestra amortiguado el delirio de grandeza que
una vez tuvo, y borrados los caracteres psíquicos desde los cuales hemos discernido su
narcisismo infantil."11

Si pensamos cuáles son los valores que lo identifican, el yo ideal es:


omnipotente (el delirio de grandeza mencionado por Freud), no puede esperar para satisfacer
sus deseos y no es capaz de considerar a otro. Hace sentir al niño que es el centro del
mundo, es la expresión de un narcisismo que no admite a otros. Un mundo que se tira al
suelo haciendo un berrinche porque quiere ahora y sólo ahora un caramelo, que si puede se
lo roba a su amiguito y que está seguro de poder treparse a la mesa sin ningún peligro es el
ejemplo de esta etapa. Cuando se cae de la mesa, cuando la madre lo levanta en brazos a
pesar de las patadas y los gritos para pasar por delante del kiosco, cuando le sacan el botín
robado para devolverlo a su legítimo dueño, se siente mal por el golpe o por lo que perdió,
pero ante todo se siente mal por su yo ideal maltratado. Un niño que tiene un hermanito
10
Di Segni de Obiols, S. "Narcisismo y vida cotidiana", presentado a las Cuartas Jornadas
Anuales de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupos. Ct Bs. As., 19- 88
11
Freud, S. Introducción del narcisismo. En O. C., T. XIV, Bs. As., Amorrortu, 1976, p.90 y ss

17
también sufre un duro golpe a su narcisismo, a su necesidad de obtenerlo todo para sí y lo
más rápido posible.

Los padres primero y los maestros después tienen la difícil tarea de provocar la
introyección de otra estructura, el ideal del yo. Este aspecto del superyo es un modelo ideal
producido por los mayores para él, es el modelo de niño que los demás esperan que sea. Si el
yo ideal es lo que él desea ser, el ideal del yo es lo que debe ser y a quien le cuesta muy a
menudo parecerse. Ese ideal del yo también manifiesta sus propios valores: esfuerzo,
reconocimiento y consideración hacia el otro, así como postergación de los logros.
Tradicionalmente este trípode ha sido la base de la educación preescolar.

¿Qué ocurre con el adolescente? En esa época de la vida se termina de


consolidar el ideal del yo, para ello confluyen los padres, los docentes y la sociedad en su
conjunto. Pero ¿qué ocurrirá si la sociedad no mantiene los valores del ideal del yo, si en
cambio pone al nivel de modelo los valores del yo ideal?

Pensemos en lo que los medios difunden constantemente: aprendizaje, dietas,


gimnasia sin el menor esfuerzo; tarjetas de crédito, facilidades, compra telefónica para no
postergar ningún deseo, artículos únicos, lugares exclusivos, competencia laboral que
significa eliminar al otro. Estos son los valores del o ideal que en otras épocas podían que en
la fantasía pero no ser consagrados socialmente.

La sociedad moderna consagraba los valores de un ideal del yo: la idea de


progreso en base al esfuerzo, el amor como consideración hacia el otro, capacidad de espera
para lograr lo deseado. Sin duda los valores del yo ideal también existían pero eran
inadmisibles para ser propagados socialmente.

En la sociedad posmoderna los medios divulgan justamente los valores del yo


ideal, es decir que allí donde estaba el ideal del yo está el yo ideal y hay que atenerse a las
consecuencias.

Si se acepta este planteo, de él se deduce que los valores primitivos de la infancia no


sólo no se abandonan sino que se sostienen socialmente, por lo tanto no parece muy claro
que haya que abandonar ningún rol de esa etapa al llegar a la adolescencia Se podrá seguir
actuando y deseando como cuando se era niño, aquí tampoco habrá un duelo claramente
establecido.

Por otra parte, se sostenía que la identidad infantil perdida daba paso a la definitiva en
un largo proceso de rebeldía, enfrentamiento y recomposición durante la adolescencia. El
concepto de pastiche posmoderno parece modificar esta idea. La identidad se establecería no

18
por un mecanismo revolucionario que volteara las viejas estructuras sino por el plagio que
conforme el pastiche sin mayor violencia, sin cambios radicales. La nueva identidad se
estructura ría sin que apareciera la idea neta de un duelo, en tanto no habría una pérdida
conflictiva que lo provocara.

PROPUESTA DE APRENDIZAJE Nº 2

 Para resolver a partir de la lectura comprensiva del material seleccionado del


capítulo 2 de OBIOLS, G. en “Adolescencia, posmodernidad y escuela secundaria”

1-¿Existe la adolescencia?

2- ¿Qué es un DUELO? Nombra las etapas.

3- Identifica características del ADOLESCENTE MODERNO. Reconoce el papel de la “brecha


generacional”.

4 – Identifica características del ADOLESCENTE POSMODERNO. Reconoce perfiles del adulto


posmoderno.

5- Con lo trabajado en los puntos 4 y 5 construye un cuadro comparativo.

6- Busca avisos publicitarios donde encuentres lo descripto por Obiols en el capítulo trabajado.

MI VIDA ES MI VIDA

Marcelo Urresti

Lic. en Sociología y Filosofía, UBA. Es docente en la Carrera de Sociología e investigador del Instituto Gino
Germani, en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Ha publicado dos libros como compilador junto a Mario
Margulis(La segregación negada. Cultura y discriminación social, Biblos, Buenos Aires, 1999 elegido por la Fundación el
Libro como Mejor Libro de Sociología del año 1999- Y La cultura en la Argentina de fin de siglo, Eudeba, Buenos Aires,
1998), y varios artículos específicos sobre la temática juvenil y adolescente en libros y en revistas especializadas nacionales
y extranjeras. Recibió en distintas oportunidades el Premio a la Productividad Académica y como miembro del proyecto
Cultura y discriminación social el Premio Expocyt en el año 1995.

Los adolescentes construyen espacios "propios", en los que en procura de mayor


independencia respecto de la mirada de sus mayores re-articulan los procesos de identificación a
través de los que construyen las diversas facetas de su identidad. Entre los múltiples factores que

19
actúan en este proceso es especialmente importante su pertenencia a grupos de pares, que son
redes que acompañan la adolescencia, apuntalando relaciones, apoyando procesos de
identificación. En estos procesos, tanto los consumos culturales como los usos del espacio serán
también fundamentales.

La adolescencia es un período de la vida que se caracteriza por cambios abruptos.


Entre los primeros teóricos que se ocuparon del tema ya quedaba claro que para las sociedades
occidentales se trataba de un período de crisis y reestructuración de la personalidad [1] o, como
dijo Rousseau en el Emilio, una etapa de "segundo nacimiento". En efecto, en nuestras sociedades
con la llegada de la adolescencia la gran mayoría de los niños pierde seguridades y vive duelos: el
cuerpo cambia, se abandona la infancia, se transforma que se ocupaba en la familia y en la escuela,
caen referentes de autoridad antes naturalizados, se abre el tiempo de la obligada autonomía, se
desoculta la genitalidad.

En ese período, para el adolescente la familia entra en un paréntesis en el que se reparten


de nuevo las cartas. Cada adolescente se abre progresivamente a una vida social en la que el lugar
de su propia familia se desplaza: en ese movimiento, aquella anterior cuasi monopólica instancia va
perdiendo peso específico y se ve obligada a "conversar" instancias de la socialización. En dicho
proceso van surgiendo cosmovisiones y valoraciones no necesariamente acordes con los mandatos
de la tradición heredada. Con la adolescencia se abren espacios de conflicto intergeneracional en
el interior de las familias, siempre renovados con la sucesiva entrada de cada miembro en la
pubertad. Es decir que el período conflictivo no sólo es interior al sujeto que vive la transformación
en primera persona, también transforma su entorno inmediato.

Familias y escuelas, ámbitos primordiales de la niñez mayoritaria, comienzan entonces a


compartir su espacio con otras dimensiones de la vida social en las que los adolescentes expanden
las redes de relaciones dentro de las que normalmente actúan.

Mientras transcurre la crisis -más o menos violenta según los casos familiares, las clases
sociales y las tradiciones geográficas y culturales en las que se inscriban-, los adolescentes
construyen espacios propios". En ellos, procurando una mayor independencia respecto de la
mirada de sus mayores, rearticulan los mecanismos de identificación a través de los que construyen
las diversas facetas de su identidad.

20
En este sentido, entre los múltiples factores que actúan en esta fase hay dos
especialmente importantes por el efecto que producen: el primero de ellos, el más importante, es
el grupo de pares (2); el otro es el sistema de escenarios y ámbitos institucionales que hacen de
marco al encuentro y la cotidianeidad de dichos grupos. Estos factores intervienen de manera
decisiva en la rearticulación de los referentes básicos de la experiencia y del mundo de la vida, y se
suman a la familia y la escuela, completando el proceso de socialización en el que se modulan las
identidades que se continuarán con posterioridad en las etapas juvenil y adulta.

Este transcurso, a su vez, se da en una encrucijada compleja de caminos institucionales,


canales discursivos superpuestos, flujos libidinales inducidos -y muchas veces deseados- y prácticas
habituales en las que se hace posible la vida cotidiana de los adolescentes de las sociedades
actuales. Los adolescentes, sean de la clase o de la familia que sean, no son independientes del
denso entramado de instituciones y discursos que los apelan e intentan seducirlos: además de la ya
mencionada escuela -que no está presente en la totalidad de los casos, los medios masivos de
comunicación, la multimplantada publicidad comercial, el mercado de bienes de consumo masivo
con sus largos e incansables tentáculos o las industrias culturales que se ofrecen en sus variados
productos, son los canales de una alusión insistente y constante. Estas agencias, a través de la
persecución de sus intereses en principio, comunicar, acaparar la atención y vender sedimentan
discursos, diseminan imágenes y estéticas, difundiendo prescripciones explicitase implícitas que
contribuyen a configurar imaginarios y representaciones sociales. De este modo, se define un nuevo
material que luego se elabora íntimamente en el relato de la autoidentificación.

Es decir que esa inicial apertura a la vida adulta, ya trabajada por estas mediaciones
múltiples que venimos mencionando, entra en un estadio de apelación superior: la brecha crítica
que abre la adolescencia es susceptible a estos discursos que mediante temas y referencias
ejemplares presentes en esas formas de la comunicación y el consumo apelan a los adolescentes en
tanto que consumidores. En esas figuras diversamente apropiadas los adolescentes restañan
imaginariamente pérdidas y duelos, recibiendo los materiales para una identificación interpretante
y activa con la que, en distintos grados, rehacen un lugar de certidumbre relativa en medio de la
dislocación momentánea por la que transitan. Esta condición de incertidumbre estaría
extendiéndose en su duración y siendo adoptada por distintos grupos de edad antes decididamente
lejanos a ella. En efecto, la transitoria desorientación identitaria que suponía el enfoque clásico
sobre la adolescencia, estaría generalizándose por distintos grupos de edad, producto derivado de
la falsa impasse que la cultura finisecular estaría consagrando: la generalizada pérdida de las
certezas que abruma a las sociedades del presente. Así, la adolescencia se alargaría incluyendo a los
jóvenes y progresivamente también a los adultos, cuyos modelos de acción, si se los compara con
los del pasado reciente, se parecerían, más a los de los adolescentes que a los de los adultos de
tiempos pasados. Esta condición histórica problematizaría aún más la situación de los adolescentes
actuales, tensionados entre su propia crisis y el novedoso lugar vacante que dejan los adultos.

21
Como decíamos arriba, la adolescencia implica una suerte de "segundo nacimiento"
con los dolores y las sorpresas que ello depara: esto se refiere especialmente a un tipo de
experiencia casi adánica, original y de apertura, cercana a la vivencia de la aventura, característica
vital definitivamente perdida en la vida de los adultos. Esto en parte ilustra que la modelización de
la adolescencia no resulta más que una ilusión compartida: por más desorientado que se encuentre
un adulto en relación con su futuro, por más rejuvenecido que se encuentre en sus opciones vitales,
y por más rutinas y cuidados físicos que haya generado una imagen conservada, un adulto no es un
adolescente. En definitiva, transitar la adolescencia es atravesar una crisis personal y vivir
adánicamente una experiencia histórica de lo social, hechos que definen una pertenencia
generacional concreta y un material imaginario específico con el que elaborar las identificaciones
que desembocarán en la personalidad futura.

Asimismo, y siguiendo la línea anterior, existe una representación dominante sobre los
adolescentes -lo que no implica bajo ningún concepto que incluya a todos los adolescentes de todas
las clases-, que se convierte en una suerte de "modelo" que aglutina principios estéticos activos que
tienen una fuerza gravitatoria de gran importancia. Ese modelo estético basado en la imagen
adolescente -de las clases medias y altas- responde a necesidades diversas y hace de este particular
momento de la vida algo que, en términos sociales, es mucho más amplio que una crisis y una
reestructuración identitaria. El "modelo adolescente" se expande y goza de un amplio
reconocimiento social, hecho que se demuestra en parte por la negativa: la vejez es vista como
desventajosa, el origen de enfermedades y decadencias, un disvalor que anuncia el ocaso de la vida.
Como contracara, la adolescencia es el grado cero de la vida adulta, está y no está en ella, recién
estrenada, con todo el tiempo por delante y aparece como un modelo con el que identificarse.

Una sociedad en la que se han desarticulado referentes de trascendencia antes


válidos, una cultura en secularización constante que avanza sobre la religión pero también sobre la
política y las más arraigadas costumbres, no es casual que necesite de este mito de regeneración y
de vida eterna en el más acá, puesto que cada vez son menores las causas en favor de las que
inmolarse, situación que arroja sujetos sin referentes, desorientados, aferrados a las débiles
evidencias de un más acá, crecientemente empobrecido. La adolescencia y el mito de la eterna
juventud, acompañado de otros mitos como el de la belleza que no se deteriora, la salud que se
mantiene intacta o la energía que se renueva sin cesar, son los elementos de un espejo en el que
con fuerza creciente la sociedad intenta reflejarse.

En un contexto semejante, tampoco es casual que el mercado, especialmente en las


estrategias de publicidad que empujan a adquirir bienes de consumo masivo, aproveche esta
imagen convirtiéndola en el vehículo de los mensajes que procuran identificar productos con un

22
objeto de amor. La imagen adolescente, que responde al estereotipo de clase que los medios
recogen y refuerzan, circula porque vende: es un paraíso artificial de vitalidad y felicidad, un mito
que difunde libido, que atrae a la identificación y que impulsa al consumo.

De este modo, el proceso de construcción de identidad al que aludíamos más arriba se


da en condiciones que alteran su forma tradicional: con la adolescencia convertida en modelo
mediático, imitada crecientemente por las identificaciones de grupos de otras edades, tensionada
por condiciones sociales que la alargan inéditamente, tiende a delimitarse siguiendo una lógica
novedosa y compleja.

Los grupos de pares

Como dijimos anteriormente, son los grupos de pares lo que constituye la novedad en
la vida de las personas que atraviesan la adolescencia. Estos grupos, a su vez, definen espacios y
tiempos en los que van construyendo un mundo compartido, que será fundamental para el
resguardo de las identificaciones adolescentes, distantes de la familia y de la escuela, los dos
ámbitos característicos del desarrollo previo. Los grupos de pares están conformados por lo general
con una presencia marcada de miembros de la misma edad y género. Esto no imposibilita grupos
mixtos o grupos en los que sea aceptado algún miembro que es notablemente mayor o menor,
pero habla de su baja probabilidad. Estos grupos son la primera ampliación de la red de relaciones
en la que entran los adolescentes, son los grupos de amigos y amigas más cercanos, que se reúnen
a pasar el tiempo, a escuchar música, a compartir largas charlas, a hacer deportes, a planear
salidas, a recorrer espacios. Esos grupos de adolescentes son ámbitos de contención afectiva y
representan espacios de autonomía en los que se experimentan las primeras búsquedas de
independencia. En ellos se realizan actividades comunes y se definen los perfiles dentro de las
funciones actitudinales que los diversos grupos despliegan. Se trata de campos de atracción
libidinal, que brindan una pertenencia efectiva y que vehiculizan las referencias primeras de los
procesos que deconstruyen las identidades infantiles heredadas. En esos grupos por lo general se
manifiestan las primeras conversaciones que tienen por tema el sexo, el descubrimiento de los
otros en el nivel social, el lugar propio y el ajeno en ese espacio, o para decirlo con las palabras de
Goffman, en ellos se descubre por lo general la música que se adoptará como propia, una forma de
vestirse y también una forma de hablar. Es decir que se trata de verdaderos laboratorios de
actividad simbólica en los que se practica concientemente la diferenciación social.

Los grupos de pares funcionan como entidades intermedias entre el espacio social
general en el que se definen las clases sociales que incluyen a las familias y el espacio íntimo de los
sujetos que estas grandes estructuras configuran [5]. Se trata de ámbitos de autonomía relativa
definida por la influencia de las grandes estructuras sociales, aunque metabolizada en la manera

23
singular en la que cada grupo específico la articula, en virtud de las diferencias producidas por los
escenarios inmediatos en los que transcurre la vida de esos grupos. Para mostrarlo con un ejemplo:
no es lo mismo que dos grupos pertenezcan a la misma clase social, supongamos la clase media
urbana de Buenos Aires, que sean hijos de padres profesionales empleados en empresas similares y
qué desarrollen actividades relativamente cercanas, como concurrir a los mismos colegios
-pongamos por caso, públicos- y a los mismos clubes -sociales y deportivos de tamaño medio-; si
esos grupos de pares desarrollan actividades que los distinguen, por ejemplo, en su relación con el
valor que le dan a la educación o al deporte -en toda escuela y club hay rendimientos
diferenciales-, o con la apreciación y práctica de actividades valoradas como ir a fiestas en casas o
en las matinés de las discotecas, ir a recitales de músicos de rock o de intérpretes de música latina,
gustar de un tipo específico de música o de otro, leer libros o mirar televisión, juntarse en
videodromos, compartir la pasión por los juegos de computadoras, mirar los mismos dibujos
animados y comprar comics japoneses, todo esto en sus distintas posibilidades, las cadenas de sí y
de no en relación con las mismas los pueden alejar radicalmente a pesar de que a primera vista
esos jóvenes puedan ser incluidos genéricamente en los mismos grupos por compartir los mismos
espacios definidos por las grandes estructuras sociales, lo cual constituye una errónea
simplificación.

El primer hipotético grupo podrá tender a consumos intelectualizados y elitistas,


concurrir a talleres literarios, detestar el deporte, sentirse diferente al resto de sus compañeros de
escuela que miran a Tinelli y, con el tiempo, orientarse en el futuro hacia algún tipo de carrera
universitaria humanística. El segundo, en cambio, podrá preferir el deporte y no darle tanta
importancia a la escuela, prefiriendo una música de consumo menos exigente y encaminada hacia
las disquerías, seguramente valorará más la radio y la televisión cuando esté reunido en las casas
de sus padres, y en concordancia con la vida al aire libre valore un deporte federado al que le
dedique mucho tiempo durante su adolescencia. Es decir que más allá de las similitudes -y muchos
podrán decir que no se trata de otra cosa que de fragmentos de la clase media, lo cual es cierto
pero no agrega nada al asunto- se puede apreciar en la acción de los grupos de pares la enorme
diferenciación interna en gustos y preferencias que se terminan expresando en afinidades electivas
capaces de unir grupos, separar otros, definir circuitos de consumos culturales, apuntalar
identificaciones grupales y conducir un proceso de socialización de diferente velocidad, enmarcado
en territorialidades distantes, situaciones que contribuyen a la conformación de comunidades de
destino enormemente disímiles entre sí.

Este ejemplo a su vez podría replicarse en otros sectores sociales o con mujeres en
lugar de varones, dando los mismos resultados de diferenciación frente a los que estamos tratando
de sensibilizar la mirada. En sectores populares, valorar la esquina y el encuentro en ella, o hacerlo
en cambio con el acercamiento a la sociedad de fomento del barrio o a la parroquia o el pastor, no
es lo mismo que preferir la "vagancia" -que es una apelación genérica al grupo de "vaguitos" o de

24
"guachitos" con los que "se para"-, en la que se asume como forma de reproducción el delito
menor y el tráfico de baja escala, y todos estos factores no dan el mismo resultado si se combinan o
no con la escuela, ni tampoco es igual si se valora o no lo que se puede aprender en la escuela, ni
es igual si se prefiere o no participar en la murguita del barrio o apostar a entrar en las inferiores de
algún club. No son iguales las redes, no se combinan los factores de la misma manera y el proceso
de socialización no se orienta hacia los mismos objetivos. En suma, los grupos de pares son
fundamentales para comprender estas enormes diferencias en el desarrollo de los adolescentes en
relación con sus familias -y sus clases- de origen, pues en ellos se rearticulan los elementos
heredados dentro de las opciones que facilita u obstaculiza el orden social, más o menos
complicadas según los recursos disponibles.

Entendidos entonces de este modo, los grupos de pares funcionan como programas
culturales [6] en los que se articula en una escala menor a la de la clase y la familia, una medida
específica de la experiencia social e histórica de los adolescentes. Un programa cultural es un cierto
orden imperante dentro de los planes de interacción posibles, una suerte de organización
interiorizada de manera similar en cada uno de los miembros de un grupo, según la cual se dan cita
los más diferentes tipos de prácticas siguiendo patrones simbólicos afines, desde las formas del
comer y del beber, pasando por los modos de concebir la higiene, definir la vestimenta, seguir el
orden de los pasos en que debe producirse el cortejo, hasta las preferencias frente a expresiones
musicales o artísticas en general o los modos de codificar el terreno de una ciudad o un paisaje en
un territorio común y reconocido como propio. Todas estas preferencias se articulan en la forma de
sistemas y obedecen a afinidades electivas estables y compartidas por el grupo al que se
pertenece, en el nivel de las elecciones concretas, de los criterios de selección y combinación o de
los códigos de valoración y apreciación. En este sentido, puede hablarse de modos particulares de
ejecución de prácticas comunicativas, sean éstas verbales o no verbales, aunque siempre
codificadas, es decir, enmarcadas bajo una impronta que les otorga identidad de valía y
reconocimiento común.

En un programa cultural compartido también pueden reconocerse la similitud de las


prácticas: las formas de portar la vestimenta, las maneras de pararse, establecer distancia o
proximidad, caminar o bailar, los rituales de la conquista amorosa, la provocación y la pelea, las
formas de hablar, los temas predilectos, los acentos y las jergas, entre otros tantos. Aquí es donde
inciden los grupos de pares, en las afinidades personales que definen, convertidas luego en redes
de contención afectiva. Como todo en la adolescencia, tienen un término coincidente con el lento
ingreso de sus protagonistas en los canales de la vida social por los que se reconoce normalmente
a los adultos. Esto significa que más allá de la persistencia de algunos lazos afectivos duraderos, la
red definida por los grupos de pares se va aflojando poco a poco, perdiendo consistencia,
activándose en encuentros más espaciados, menos actividades en menos tiempo, con lo que se

25
reduce en su tamaño y todo esto en coincidencia con las nuevas aperturas de relaciones que va
exigiendo la vida adulta, en los ámbitos del estudio, el trabajo, el hogar o la participación social.

Los grupos de pares son redes que acompañan la adolescencia, apuntalando


relaciones, apoyando procesos de identificación. En estos procesos, tanto los consumos culturales
como los usos del espacio serán fundamentales. Es compartida la idea de que los adolescentes son
los más grandes consumidores de las familias, los más activos en lo que hace a demandar y liderar
procesos de adquisición de bienes, y esto independientemente de las clases. Es obvio que con
poderes de compra diferente, también lo serán las probabilidades de que ese modo se afiance y se
perpetúe. Este acostumbra ser uno de los nudos que problematizan las relaciones entre padres e
hijos, la demanda de los adolescentes por lo general suele ser superior a las posibilidades de
satisfacción de sus padres, que suelen en muchos casos aprovechar esta circunstancia para
disciplinarlos, premiándolos o castigándolos según los resultados que obtengan o las conductas que
desplieguen en ámbitos en los que los padres están interesados que progresen. Entre los sectores
populares esto suele ser más restringido, lo cual tensa las relaciones hacia otras problemáticas,
vinculadas con la temprana necesidad de obtención de recursos para las generaciones menores
que procuran distintas estrategias de satisfacción, desde el trabajo temprano, la changuita en algún
servicio de escasa remuneración, el "careteo" y el "mangueo" a peatones y paseantes, y en última
instancia, al delito menor.

Bienes de uso y bienes culturales

Entre los consumos privilegiados están la ropa y las salidas y la adquisición de algunos
bienes a los que llamaremos por comodidad culturales, por provenir directamente de una rama de
la industria a la que se define inespecíficamente como "entretenimiento": música, juegos, vídeos,
revistas. Como todos los bienes destinados al consumo, tienen una dimensión material y una
dimensión simbólica. Ambas dimensiones suponen valores de uso orientados hacia distintas
"economías": bienes de consumo masivo como la ropa o la comida tienen una clara dimensión
material, cubren aspectos vinculados con la satisfacción de necesidades como el abrigo o el
alimento, en este sentido su valor está en el grado de satisfacción que puedan brindar. Al mismo
tiempo, esos bienes tienen un valor simbólico: satisfacen las necesidades de la fantasía [7]. No es
lo mismo un pantalón de una marca que un pantalón de otra, que responda a un diseño o a otro,
que sea de un color o de otro y así sucesivamente, hasta convertirse en un complejo conjunto de
atributos que exceden por completo el mero vestirse. Vestirse o comer son actividades que
comunican y connotan una posición en un espectro de posibilidades y el hecho de optar por unas
formas desechar otras, comunica intenciones y clasifica usuarios. Los adolescentes son sensibles a
este juego de miradas y se autoevalúan muy críticamente a través de lo que eligen, portan y
gustan. Se valoran a través de sus valoraciones. Por eso son consumidores exigentes, por eso
presionan a sus padres, por eso son susceptibles en extremo a las diversas modas que conviven en
un determinado momento, porque la ansiedad de identificación los convierte en consumidores
obesos de símbolos.

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En el terreno de los bienes que hemos llamado culturales opera una lógica similar.
Esos bienes son "distintivos por naturaleza" pues su "materialidad" consiste en la satisfacción de
una necesidad "espiritual" en la que el sujeto se encuentra doblemente interpelado: un gusto
musical, una preferencia cultural no se pueden justificar por la mera materialidad del bien, lo que
hace que su transparencia sea mayor y el grado de identificación más inmediato. Es lo que pasa con
la música, con los cantantes, con los programas de TV preferidos, con las revistas y las películas que
se leen y se ven, con los programas de radio que se escuchan. En este sentido, la preferencia se
justifica "por sí misma", y vehiculiza siempre una oposición más o menos radical hacia los
consumos y las preferencias de los otros. En estos objetos del amor se da el disfrute sin barreras ni
desviaciones, de una manera inmediata y directa.

Como decíamos más arriba, los adolescentes suelen encontrarse en apertura hacia la
experiencia social extendida y este tipo de bienes ofrecen anclajes para sus ansias de
identificación: así adoptan modismos y estilemas similares a los de aquellos que valoran,
configurando con ello los espejos en los que se reconocen. Los consumos culturales entonces
definen una superficie de identificación muy caliente en la que los grupos de pares adoptan
verdaderos ídola-tribus con los que, siguiendo mecanismos casi totémicos, construyen su
identidad. El rock en sus distintas variantes y formatos, la cumbia y el cuarteto, la música pop, la
electrónica, la bailable o la melódica latina, serán los reservorios de discursos y estilemas de
distintos soportes lingüísticos -verbales, kinésicos, indumentarios, ideológicos- sobre los cuales
seleccionarán y combinarán elementos generando verdaderos patchworks de identidad.

Usos del espacio

El otro gran factor que define el accionar de los grupos de adolescentes es el de los
usos del espacio. Los adolescentes tal vez sean los más inquietos viajantes y exploradores de los
lugares en los que viven. Si se los compara con las generaciones adultas, los adolescentes suelen
ser los que más se desvían de las rutas establecidas, los que menos se atan a rutinas y los que más
tiempo se dan para salir a explorar la ciudad, buscar en sus recovecos, mirar negocios y entrar en
galerías, locales y recintos situados en barrios alejados. La gran mayoría de las personas por lo
general sale a descubrir su ciudad, los bordes de la misma, los pasajes alejados y los paseos
escondidos cuando transita su adolescencia. Luego de ello establece sus circuitos y sus
pertenencias para ir reduciendo el territorio a medida que la adultez se va acercando y se
establecen casi de modo definitivo e invariable las rutinas cotidianas. Por lo general, la vida de los
adultos está circunscripta a rutas poco conmovibles. Los adolescentes descubren las ciudades a
medida que se van descubriendo a sí mismos: se buscan y se desencuentran en la ciudad, escapan
de los ámbitos habituales de sus familias y, en esas intentonas, son fielmente seguidos por sus
pares y amigos. Las calles comerciales del centro de la ciudad -en otras épocas-, con sus cines y
ofertas de diversión, las plazas y los paseos que sólo se conquistan a fuerza de transporte público

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o de bicicleta, los shopping-centers -que reemplazan a aquellas antiguas calles del centro- en los
que se va a caminar, mirar vidrieras y comer alguna porción de fast food en los patios de comida,
todo eso conforma para los adolescentes de las clases medias una cartografía de la deriva y del
deseo en la que se sienten -aunque la voluntad de los padres se oponga- casi irresistiblemente
atraídos. Están también los locales de fast food propiamente dichos, que fuera de los shoppings
también ejercen su embrujo. Sin lugar a dudas, el lugar por excelencia al que los adolescentes se
dirigen podría definirse genéricamente como "la calle": se trata de un espacio exterior a la escuela
y al hogar, en competencia con el club en las clases medias y altas, pero sin alternativa en los
sectores populares, que aparece revestido como espacio de liberación y de goce. Define un
territorio sin medidas ni reglas que obliguen a aprender, a producir o a obedecer, apareciendo
como un sitio liberado en el que eventualmente se da la aventura [8]. "La calle" incluye espacios
de distensión y de consumo, no siempre abiertos y disponibles efectivamente para todos, aunque
sí formando una mitología duradera y eficaz en la que los adolescentes se sienten convocados.

Más allá de los temores que se ciernen sobre las clases medias sobre la violencia de
las calles, o la presencia un poco más concreta de las fuerzas de seguridad para los sectores
populares, por la negativa, el espacio callejero sigue siendo un ámbito de disputa entre
generaciones, que coloca en su favor a los menores y en su contra a los mayores. En este sentido
la prohibición y el recelo es mucho mayor sobre las mujeres que sobre los varones, así como
también mayor entre los sectores medios y altos que entre los sectores populares.

En la calle están también los videodromos, los populares "fichines", las esquinas en las
que suelen reunirse sentados en el piso los "chaboncitos" y los "fieritas" a compartir una cerveza,
los kiosquitos con metegoles, los pequeños barcitos que ofrecen bebidas a bajo precio, las
canchitas improvisadas en baldíos o en playones municipales, las estaciones de trenes y sus
alrededores, lugares sobre los que actúa una estricta territorialización en la que se dan cita y se
reconocen entre sí distintos grupos de pares.

En suma, los grupos de pares, en su rol de consumidores y exploradores espaciales colectivos,


son el ámbito renovado en el que se definen las formas actuales de construcción de la transición
adolescente, más jaqueados que nunca por la escasez económica y las formas crecientes de una
persecución represiva ejercida por el Estado, más incitados que nunca al consumo, a la aventura y
al éxtasis por un mercado y unos medios de comunicación audiovisual que no descansan, en una
relación con generaciones adultas por lo general desbordadas ante un espectáculo que se les
presenta ajeno y confuso, habitado por los fantasmas de la violencia, de la indiferencia y del
reclamo ilimitado de unos adolescentes que, en distintas clases sociales y con distintas
entonaciones, portan y son portados por el conflicto generacional que, más allá de su voluntad
explícita, definen las sociedades contemporáneas.

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PROPUESTA DE APRENDIZAJE Nº 3

Para comprender y construir:

1- ¿Qué es la adolescencia, según el autor?


2- Rastreen y extraigan del texto las definiciones de grupo de pares
que plantea M. Urresti.
3- A partir de lo comprendido construyan un texto sobre Consumo e
Identidad.
4- Para mirar en tu entorno: ¿qué espacios son los habitados por
adolescentes? ¿cómo son?
5- Reflexiona y enumera cinco aportes que te ofrece el texto para la
enseñanza en la escuela secundaria.

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TRABAJO PRACTICO Nº1 EVALUATIVO INDIVIDUAL

Própositos:

-Aproximarse a las características de un sujeto adolescente, mediante una herramienta de


investigación, para comprender modos en que se constituye la subjetividad en esta etapa.

-Experimentar un diálogo profundo con un sujeto adolescente, a fin de practicar habilidades de


empatía y reflexionar sobre ellas mismas.

Temas:

-La adolescencia en diferentes contextos. La adolescencia como etapa y como crisis.

-Problemáticas en torno a: la identidad y los duelos de la infancia, cuestionamientos en


el contexto actual. El adolescente como modelo social, la cultura de la imagen, el
hedonismo, la cultura estetizante, el adolescente como ideal.

-El grupo de pares. Consumo e Identidad. Uso de los espacios.

Actividades:

1- Buscar y elegir un sujeto que esté atravesando la etapa adolescente (informante clave).

2-Construir un cuestionario de 12 a 15 preguntas para realizar al informante clave.

3- Realizar la entrevista registrando los datos logrados así como recolectando otros
complementarios (documentos tales como: fotos, carpeta de apuntes, escritos del informante,
canciones preferidas, etc.).

4- Redactar un informe de la experiencia teniendo en cuenta el marco teórico abordado y el


formato que se presenta a continuación:

 Portada:

Introducción: ¿en qué consistió el trabajo? ¿qué características tiene el informante elegido? ¿por
qué se eligió?

 Desarrollo: Redactarán aquellos datos recaudados en la entrevista y todos los documentos que
reunieron (fotos, canciones, carpeta de apuntes, etc.), confrontándolos con la teoría, es decir
con los conceptos claves de los autores hasta ahora trabajados.

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 Conclusión: Se describe si se cumplieron los própositos del trabajo práctico así como se destaca la
información novedosa encontrada. Recuerden relacionar con su formación docente para enseñar en
las escuelas secundariass.

 Cada hoja con encabezado: nombre del espacio curricular, año y nombre del alumno.
 Cada hoja con pie de página: nº de página .
 Papel A4, Letra Arial 11, color automático, párrafo: general justificada, con sangría, interlineado
1,5. Si se realiza en formato digital (texto con hipervínculos) traer en dispositivo para poder guardar o
exponer.

PROPUESTA DE APRENDIZAJE Nº 4

Escuchar y analizar la conferencia de Débora Kantor, disponible en


https://youtu.be/wYTy5GrJUmI
1- Extraer los conceptos claves que expone.

2- Identificar: definiciones de adolescencia, especificaciones en relación al cuerpo, el tiempo, el


espacio, el consumo, los pares, perspectivas de los adultos hacia los adolescentes y jóvenes,
relaciones intergeneracionales, autoridad.

3- Redactar una valoración personal del contenido de la exposición de Lic.Débora Kantor.

KANTOR, DEBORA “Variaciones para educar a adolescentes y jóvenes”. Del Estante


Editorial.Bs.As .2008

Rasgos de las nuevas adolescencias y juventudes

(fragmento de capítulo 1, páginas 22 a 25)

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