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Lenguaje e imposibilidad en “El inmortal” de Jorge Luis Borges

Edwin Espíndola

“Palabras, palabras, palabras”, contesta Hamlet cuando le preguntan qué ve en el libro que
tiene ante sí. Esta respuesta ya plantea, para la literatura, una realidad “otra” distinta de la
realidad del mundo, una realidad del lenguaje, una cristalización de la otredad.
Víctor Antonio Bravo

El epígrafe de este breve artículo remite a la obra shakespereana para denunciar la humilde
condición de la palabra humana, la cual es infinitamente precaria frente a las experiencias
vividas en la realidad fenoménica y cotidiana; idea corroborada desde el epígrafe del cuento
“El inmortal” con el que se abre el libro El Aleph de Jorge Luis Borges, publicado en
19491.

Así planteado, no habría posibilidad alguna de que las palabras puedan sustituir o, por lo
menos, intuir la esencia de la vida que transcurre entre las dimensiones del tiempo y del
espacio, tal como el narrador de “El inmortal” lo deja entrever:

A mi entender, la conclusión es inadmisible. Cuando se acerca el fin, escribió Cartaphilus, ya no


quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. Palabras, palabras desplazadas y mutiladas,
palabras de otros, fue la pobre limosna que le dejaron las horas y los siglos (Borges, 1974, 544).

1
El epígrafe en mención recupera el texto en inglés de Francis Bacon del ensayo “De las vicisitudes de las
cosas”, el cual traduce las siguientes ideas:

Nada hay de nuevo sobre la tierra, ha dicho Salomón: idea que tiene puntos de semejanza con el
dogma imaginario de Platón, que dice, Todo lo que se sabe son reminiscencias; y con esta otra
sentencia del mismo Salomón: Todo lo nuevo no es más que algo que se tenía olvidado (Bacon,
1974, p. 235).

1
Este narrador que escribe la Posdata de 1950 -lo cual deja entrever la escritura de una carta
a un desconocido lector- en la historia del anticuario Joseph Cartaphilus, quien desde su
nombre se asume como un “amante de las cartas, de las palabras escritas”, hace alusión a la
condición menesterosa del lenguaje frente a la vida misma, pues ya ni siquiera las palabras
son capaces de recuperar los recuerdos y, por lo tanto, la memoria humana.

El cuento de Borges, que está dedicado a Cecilia Ingenieros, restituye desde la Posdata la
figura de una carta dirigida a un amor no correspondido, haciendo alusión a un mundo
probablemente compartido con la amada: la pasión por la egiptología y las culturas
antiguas2. Así, el cuento comienza con la referencia a la muerte de Cartaphuilus en octubre
de 1929, la cual es conocida por la princesa de Lucinge en la embarcación Zeus meses
después de que le obsequiara en Londres “los seis volúmenes en cuarto menor (1715-1720)
de la Iliada de Pope”.

Desde esta introducción a la historia propiamente dicha, la tesis del cuento se sustenta en
“las vicisitudes de las cosas” ocurridas al centurión romano Marco Flaminio Rufo en el
siglo III d. de J.C. que, transcurrido el tiempo, termina siendo un “inmortal” que llega al
siglo XX en la figura de Carthaphilus, muerto finalmente en 1929. Por su puesto, detrás de
esta historia, se encuentra el narrador quien es alguien que conoce lo sucedido a este
centurión romano a través de la carta encontrada por la princesa Lucinge en el último tomo
de la Iliada de Pope, y quien, en definitiva, condensa, repasa, organiza las voces reflexivas
sobre la imposibilidad del lenguaje para capturar los diferentes niveles vivenciales del
inmortal con-figurado como Rufo, Troglodita / Argos / Homero, Carthapilus y que se
exponen en fragmentos como los siguientes:

2
Borges pretende a Cecilia Ingenieros entre 1941 y 1943: “Yo estaba perdidamente enamorado de ella y las
cosas marchaban bastante bien. Juntos planeamos un viaje a Europa. Nos casaríamos allí; esa era la idea. Pero
un día nos encontramos en una confitería del Centro y Cecilia me dijo: “Dentro de dos semanas me voy a
Europa”. “Nos vamos, querrás decir”, la corregí yo. “No, me voy sola. He decidido no casarme con vos”. Y
allí se acabó el noviazgo. Cecilia, que era bailarina, se fue a EE.UU. a estudiar con Martha Graham y luego se
casó y dejó el baile para dedicarse a la egiptología” (Paoletti, 2006, p. 4).

2
-Entonces, con mansa admiración, como si descubriera una cosa perdida y olvidada hace mucho
tiempo, Argos balbuceó estas palabras: Argos, perro de Ulises. Y después, también sin mirarme:
Este perro tirado en el estiércol.
Fácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real. Le pregunté qué sabía de
la Odisea. La práctica del griego le era penosa: tuve que repetir la pregunta.
Muy poco, dijo. Menos que el rapsoda más pobre. Ya habrán pasado mil cien años desde que la
inventé (Borges, 1974, pp. 539-540).

En la “Octava mañana” de las entrevistas que Borges concedió a Antonio Carrizo para el
programa de radio “La vida y el canto” entre julio y agosto de 1979 se presenta una visión
retrospectiva sobre la escritura del cuento “El inmortal” en donde se presuponen dos
elementos constitutivos de la obra borgeana, a saber: primero, que la escritura es un proceso
creativo inacabado dadas las limitaciones de la palabra y, segundo, que es susceptible de
ajustes a través del tiempo dadas las infinitas posibilidades de la imaginación3. Este hecho,
de por sí, condiciona ya el ejercicio de la memoria para dar cuenta de la realidad y de la
vida, conteniendo permanentemente la sospecha de que lo evidenciado en el lenguaje
literario constituye “otra realidad” que puede terminar contaminada de falsedad, ya sea por
el exceso o abuso de las palabras o por la testaruda obsesión de re-crear a través de mundos
ficcionales la vida, tal como lo expone el narrador de “El inmortal”:

He revisado, al cabo de un año, estas páginas. Me constan que se ajustan a la verdad, pero en los
primeros capítulos, y aun en ciertos párrafos de los otros, creo percibir algo falso. Ello es obra, tal

3
Borges. Bueno, El inmortal está overwritten, he dicho. Está sobre-escrito. Si lo escribiera ahora, lo haría
desde luego, más sencillo. Creo que sería más claro el hecho de que el protagonista es Homero, que ha
olvidado, al cabo de los siglos, el griego, y además ha olvidado la Iliada: ha leído la versión de Pope. Creo
que yo hubiera destacado eso más. Pero eso se me ocurrió al fin, cuando yo estaba escribiendo el cuento; hallé
la solución al final. Y no reescribí lo anterior. Hubiera sido mejor que fuera más sencillo lo anterior. Que
fuera menos vívido. Y entonces resaltaría más la sorpresa de un Homero contemporáneo que ha olvidado, no
sólo haber escrito La Iliada y La Odisea, sino que ha olvidado el griego. Que admira una traducción, desde
luego muy fiel, como la de Pope… Creo que hubiera sido mejor, el cuento Quizá podría reescribirme La
Odisea de un Homero que ha olvidado ser Homero (Borges, 1982, p. 232).

3
vez, del abuso de rasgos circunstanciales, procedimiento que aprendí en los poetas y que todo lo
contamina la falsedad, ya que esos rasgos pueden abundar en los hechos, pero no en su memoria…
Creo, sin embargo, haber descubierto una razón más íntima. La escribiré; no importan que me
juzguen fantástico (Borges, 1974, 542-543).

Estas últimas líneas del anterior fragmento del cuento permiten comprender la apuesta de
Borges por llevar hasta las últimas consecuencias el ejercicio de reinventar la memoria a
través de la escritura, así sea a partir del mismo vaciamiento de las palabras en el marco de
la ruptura temporal, por ejemplo, como cuando en contadas ocasiones deja entre-ver al
Borges humano en medio de la neblina del Borges escritor en una especie de ámbito
fantástico:

Es una ambición del hombre, yo creo: la idea de vivir fuera del tiempo. Pero no sé si es posible,
aunque dos veces en mi vida yo me he sentido fuera del tiempo. Pero puede haber sido una ilusión
mía: dos veces en mí larga vida me he sentido fuera del tiempo, es decir, eterno. Claro que no sé
cuánto tiempo duró esa experiencia, porque estaba fuera del tiempo. No puedo comunicarla tampoco,
fue algo muy hermoso (Borges, 1985, p. 33).

Finalmente, es importante aclarar que para Borges la literatura en sí misma es fantástica:


“toda literatura es fantástica, dice J. L. Borges” (Barella, 1994, p. 4). En este sentido, las
dimensiones de tiempo y espacio en el mundo ficcional transgreden las lógicas cotidianas
pero, al mismo tiempo, las condensan y las reubican en órdenes imposibles, tal como nos
imaginamos el laberinto de la ciudad de los inmortales a la manera de la pintura
“Relatividad” de Cornelius Escher (1953):

4
Maurits Cornelis Escher, Relativity, 1953. Litografía, 28 x 29.1 cm, Cornelius Van S. Roosevelt Collection.

El narrador de “El inmortal”, a medida que hila su narración, crea una analogía de su propia
vida en relación a la de aquellos que le precedieron y los imagina en un mundo en el que
todos (incluso él) interactúan fuera del tiempo, sin tener en cuenta una cronología finita
sino más bien transfinita […] De allí que algunos críticos consideren el cuento como un
laberinto intertextual (Sagastume, 2011, pp. 284, 273).

5
Referencias Bibliográficas

BACON, F. (1974). Ensayos sobre moral y política. México, D.F., Universidad Nacional
Autónoma de México.

BARELLA, J. (1994). “Editorial: Estudios de literatura fantástica en la tradición hispana. Necesidad


de otra sensibilidad y lectura de nuestra literatura. La emergencia de mundos imaginarios y la
ruptura de la facticidad cotidiana. La imaginación, el espíritu afirmativo de la creación estética y
moral”. En: Anthropos. Literatura Fantástica. Una nueva visión y sensibilidad del texto como
creación. Nos. 154 /155. Barcelona, Anthropos, pp. 2-10.

BARNATÁN, M-R. (1995). Borges. Biografía total. Bogotá, Planeta.

BORGES, J. L. (1974). “El inmortal”. En: Obras completas. Buenos Aires, Emecé, pp. 533-544.

BORGES, J. L (1985). Borges en dialogo. Conversaciones de Jorge Luis Borges con Osvaldo
Ferrari. Buenos Aires, Grijalbo.

BORGES, J-L. (1982), Borges el memorioso. Conversaciones de Jorge Luis Borges con Antonio
Carrizo. México, D.F., Fondo de Cultura Económica.

BRAVO, V. (1988). La irrupción y el límite. México, D.F., Universidad Autónoma de México.

PAOLETI, M. (2006). “Las novias de Borges”. En: Revista de Occidente, No. 301. Recuperado el
28 de Abril de 2017. En línea: http://apostillasnotas.blogspot.com.co/2006/06/las-novias-de-
borges.html

SAGASTUME, J. (2011). “¨El inmortal¨ de Jorge Luis Borges: El Yo, aleph absolutos y
vocabularios finales”. En: Revista de Filosofía, Vol. 67. Santiago, Universidad de Chile, pp. 269-
289.

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