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26 de septiembre, 2018

Una vez más: ¿Para qué el Psicoanálisis?

Por Elías Figueroa C.

Si el presente ensayo ha de ser más que una mera reescritura de contenidos, es porque ha
sido guiado a través de una inquietud personal. En este sentido, habría que plantear que la
pregunta que titula el presente escrito es capciosa. Esto quiere decir que llama al lector a
implicarse en ella, y complicarse también, en la medida en que se diferencia de esas otras
preguntas que pueden responderse sin compromiso personal alguno.

Así mismo, ¿por qué razón me pedirían utilizar una inquietud personal en este ensayo si
no fuera por un reconocimiento de que la experiencia analítica (y su transmisión en la enseñanza)
no es sin compromiso propio, es decir, sin efectos en lo singular? Plantearé entonces, como
hipótesis, que la pregunta “¿para qué el psicoanálisis?” no puede hacerse frente si no es desde
respuestas singulares, en tanto que es un cuestionamiento acerca de los efectos en el sujeto.

Siguiendo a Ricardo Aveggio (comunicación personal, 20 de junio, 2018), podemos decir


que hay una particularidad en la orientación lacaniana que tiene que ver con situar el lugar de la
maniobra en el marco de ciertas posiciones subjetivas. El analista, en consecuencia, es antes una
posición que un título, así como lo es el analizante. Es, entonces, a través de la posición del
analista en que son generados ciertos efectos en el sujeto analizante, operando la primera como
un vacío que permite hacer resonar estos últimos. En otras palabras, no basta el analista para
hablar de los efectos analíticos, sino en tanto que hay en él una persona que ha sido también
analizante y que ha oscilado entre ambas posiciones. Lo que aquí nos interesa, por tanto, es cómo
el analista “se recluta en el común de los hombres” (Lacan, 1955, p. 326), y cómo su propio
síntoma, sus fantasmas y sus ideales le siguen acechando.

Pensarse el psicoanálisis de este modo, implica recordar que su construcción teórica no es


sin una práctica clínica, una en la que el analista ha sido también analizante. ¿Cómo ejercer un
mínimo de neutralidad, si no es porque hemos cuestionado en nosotros mismos nuestros ideales,
nuestros sentidos? ¿Cómo encarnaríamos el deseo del analista si no es porque hemos sido tocados
por el psicoanálisis (dentro o fuera del diván)?
Pues bien, un primer punto que permite ilustrar esto es lo que Ana María Solís
(comunicación personal, 22 de agosto, 2018) ha llamado “la lógica del caso”, ya que tiene que
ver con algo que se construye a partir de la pregunta “¿a qué vino el paciente?”, y que es distinto
a la demanda explícita de ayuda. O sea, nos encontramos con que las razones por las que el
paciente llegó generalmente no son las mismas por las que se quedará (si es que decide hacerlo),
pero el punto aquí es que por su lado hay efectos esperados. Por ejemplo, un paciente que atendí
en mi práctica profesional llegó pidiéndome “tips” para “tener más iniciativa”. Cuando le
pregunté un poco más sobre las razones de esto, me dijo que él sentía que de niño a él nunca le
dijeron como tenían que ser las cosas, por lo que nunca desarrolló una voluntad fuerte. Esta vez,
él había llegado a consultar porque su pareja y sus colegas le decían que era “muy pasivo”, y él
consintió esto. Por mi parte, le propuse que volviera una próxima vez, para ver si podíamos
pensar juntos los “tips” que pudieran servirle mejor, a lo que él respondió que sí. Pero no volvió.

Si bien aún es oscuro para mí, este ejemplo ilustra cómo en la lógica del caso se juega otra
cosa que lo que se demanda. Particularmente aquí, se trataba de maniobrar con la posición del
sujeto frente a lo que el Otro dice, más allá de esta queja sobre sí mismo. ¿Pero cómo introducir
esa otra dimensión? Si el problema con la demanda de ayuda es que hemos de transformarla en
otra cosa, se trata entonces de cómo enganchar al paciente para que no se vaya cuando no le
demos lo que pide, cuando le demos gato por liebre. Diremos con Lacan (1958) que es un asunto
de estrategia: con la transferencia. Sólo en la medida en que el analista se vuelve parte del
circuito pulsional del paciente es que la experiencia analítica puede tomar la dimensión del
acontecimiento, y es a través de la transferencia, junto al operador sujeto-supuesto-saber, en que
el analizante podrá aceptar lo que se le ofrece.

Retomando nuestro recorrido, hemos visto cómo la pregunta “¿para qué el psicoanálisis?”
nos conduce al dilema de los efectos esperados versus los efectos ofertados, además de ver cómo
la transferencia sirve como condición para que se acepte algo de estos últimos. Pero ¿qué es lo
que se ofrece? Puede decirse que la oferta es en relación al síntoma, en tanto que punto de
intersección entre sujeto y malestar. Aquí la transacción parece volverse más clara, a la demanda
se le devuelve una interpretación que es el síntoma, no obstante, si las cosas en psicoanálisis
nunca se vuelven muy claras es porque el síntoma es también la puerta hacia otras cosas. En este
sentido, formalizar algo del síntoma es más un comienzo que una culminación en la experiencia
analítica, aunque en sí mismo esto conlleve efectos.

¿Qué se puede decir llegado a este punto acerca de los efectos analíticos? Que hay un
cierto tránsito, que desde los efectos esperados del inicio se abre una dimensión diferente, y que
ésta remite más bien a lo inesperado. Por vía de la palabra, se provoca algo que está en un plano
que denuncia cierto fracaso de lo simbólico. Esta es una experiencia que hemos de haber vivido
para poder darle un lugar en la dirección de la cura, pero no para que el paciente se identifique a
eso que hemos vivido, sino precisamente porque reconocer la existencia de un agujero en lo
simbólico es lo que permite la emergencia de lo singular en el sujeto que consulta. Es por esto
que el sujeto-supuesto-saber no está hecho de saber sino de ignorancia (Miller, 1998), porque en
última instancia la interpretación no tiene ninguna relación a priori con el efecto, es decir, que lo
más singular se juega justamente en la relación enigmática entre significante y goce. Se ha de
renunciar a detentar el saber, para que aparezca algo de un saber que no se sabe. Para eso es para
lo que hemos de estar preparados como analistas, aun cuando prepararse en este contexto no sea
más que una paradoja.

Para finalizar, habría que mencionar el acto analítico como punto particular en la
enseñanza de Lacan, en el que la intervención del analista involucra mucho más de sinsentido,
además de la puesta en juego de los objetos de la pulsión, dando lugar a una lógica que radicaliza
la incalculabilidad de los efectos. Si, como se dijo más arriba, parte de la posición del analista es
tomar distancia de los propios ideales, es porque hay un primer momento en que es necesario que
el analizante vislumbre algo del doble filo de sus identificaciones (que le otorgan reconocimiento
al tiempo que pueden mortificarlo) para ganar algo en términos de subjetivación. Pero más allá de
esos efectos, se pasa de lo simbólico como modalidad sintomática íntima a lo singular en el goce.
Que el acto analítico implique el objeto tiene que ver con que la experiencia analítica incluye más
que la palabra, ya que, bajo transferencia, eventualmente cualquier cosa puede ser interpretación
(Ana María Solís, comunicación personal, 22 de agosto, 2018) y, por lo tanto, todo efecto
analítico no tiene más que ser leído como après-coup.

Vamos a decir entonces, que es esta y no otra, la forma de todo para qué del psicoanálisis:
una respuesta que damos para verificar a posteriori que éste ha tenido efectos en nosotros.
Referencias

Lacan, J. (1958). La dirección de la cura y los principios de su poder. En Escritos 2, 559-615.


México: Siglo XXI.

Lacan, J. (1955). Variantes de la cura tipo. En Escritos 1, 311-346. México: Siglo XXI.

Miller, J.-A. (1998). Introducción al método psicoanalítico. Buenos Aires: Paidós.

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