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Dolina - El arte de la discución en flores

EL ARTE DE LA DISCUCION EN FLORES (Alejandro Dolina)

Los espíritus obtusos del barrio de Flores comprendieron bastante bien estas
ideas. Llegaron a descubrir que la razón permite sostener opiniones opuestas con
idéntica destreza. Y con juvenil asombro pasaban las horas jugando a discutir.
Pero lo que empezó como un juego se convirtió con el tiempo en una verdadera
obsesión. Sucedió que algunos hombres adquirieron una habilidad superior para
argumentar. Las técnicas se fueron perfeccionando y finalmente un pequeño grupo
de personas alcanzó una solvencia polémica que estaba muy por encima de los
modestos retruques de la gente sencilla.
De allí nace el Circulo de Discutidores Profesionales, una entidad que marcó
rumbos en la zona y que funcionaba en un salón de la calle Bogotá.
El propósito fundamental del Circulo fue poner un poco de orden y concierto
en las discusiones montaraces. Se editaron folletos con consejos y
recomendaciones, se impartieron clases y se realizaron excursiones a barrios
hostiles, como Colegiales para discutir como visitantes y vivir nuevas
experiencias.
Sin embargo, la institución logró fama y renombre gracias a las
espectaculares Mesas Redondas de los Sábados que se realizaban en su sede y que
atraían no sólo a grandes polemistas, sino también a sus hinchadas.
El procedimiento corriente era elegir un tema de discusión y luego sortear
las posiciones a sostener por cada uno de los participantes.
A veces, en medio del debate, se obligaba a los discutidores a cambiar de
bando. Esto producía un efecto muy atrayente. Y así, el que había defendido los
derechos de la mujer en el mundo moderno, pasaba a refutarse a sí mismo y
clamaba por el confinamiento femenino en la cocina y sus aledaños. Se podía
tener razón las dos veces, o ninguna.
Al principio, los temas de las Mesas Redondas eran más o menos previsibles:
¿Es el suicida un cobarde? ¿Pueden ser amigos el hombre y la mujer? ¿Importa más
la forma o el contenido? ¿Librecambismo o proteccionismo?
Más adelante el público se aburrió de estas cuestiones vulgares y exigió el
examen de asuntos más arduos: ¿,Medialunas de grasa o de manteca? ¿Es mejor el
colectivo o el tren? ¿Frío o calor? ¿Rubias o morochas?
En los años dorados del barrio del Angel Gris, el salón de la calle Bogotá
conoció verdaderos colosos.
Aquel olímpico doctor Arnaldo Garcete, que citaba autores y tratadistas en
catorce idiomas, la mayoría de ellos absolutamente desconocidos para él. Garcete
llegó a formular sus argumentaciones en versos rimados, hábito que fue
abandonando pues advirtió que su apellido era una enorme ventaja para sus
adversarios.
El abogado Hugo Varsky basaba su técnica en la gesticulación. Mientras
exponían los otros, movía el dedo y la cabeza en señal negativa y con eso
desalentaba a cualquiera. Llegado su turno, marcaba el compás de sus
disertaciones con golpes de puño sobre la mesa, de modo que sus palabras
parecían escritas en rojo. E1 ritmo de sus puñetazos iba en ascenso hasta
culminar en una especie de candombe que impedía oír lo que estaba diciendo, pero
que dejaba una sensación de triunfo inapelable.
Famoso fue también el boticario Antonio Carrozzi, que apoyaba sus razones en
el testimonio ajeno. Casi siempre se remitía a testigos ausentes o simplemente
muertos: "Ahí está el finado Menéndez que no me deja mentir”. Y nadie se atrevía
a contradecirlo.

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Más temible aún era Andrés Guzmán, hombre de pocos argumentos pero de fuerte
pegada. Generalmente cerraba las discusiones con frases tales como: "Yo le voy a
dar dimensión ontológica, pelandrún". Y se acababan las discrepancias.
Hubo muchos otros... Rodolfo C. Pagani, el mago de los silencios; el gritón
Frustaci, que aturdía con sus reflexiones; el viejo Vitale, que iba a menos por
cortesía o el timorato Ernesto Cipolla, que daba la razón a todos y repetía lo
que había dicho el último en hablar.
Como ocurre casi siempre, la preocupación por la victoria a cualquier precio
deslucía las competencias. Los más tramposos pusieron su ingenio al servicio de
las zancadillas y las maniobras malintencionadas.
El propio Manuel Mandeb, que solía asistir al Circulo como espectador,
propuso un reglamento en el que se prohibían ciertos recursos infames. El
polígrafo de Flores los clasificó y les dio nombre. Veamos algunos.

RECURSO DE LA DEFINICION SOLICITADA

Consiste en pedir al expositor que defina cada una de las palabras que dice.
Por ejemplo alguien declara:
- A los niños hay que tratarlos con bondad.
El tramposo dirá entonces:
- Depende de lo que entienda usted por bondad.
Se puede continuar indefinidamente, solicitando ante cada respuesta nuevas
definiciones.

RECURSO DEL EJEMPLO CITADO

Se trata de pretender que un caso particular constituye una regla general.


- Todos los niños son unos papanatas. Ahí lo tiene usted a mi sobrino.
Lo peor de esta jugada es que permite al adversario defenderse con un ejemplo
contrario:
- Sin embargo, el hermano de mi novia es una lumbrera.
Generalmente el debate queda reducido a un mutuo tiroteo de ejemplos y hay
pocas cosas tan aburridas.

RECURSO DEL CAMBIO DE TEMA

Hay mil maneras de conseguirlo. Desde elogiar la corbata del contrincante


hasta cuestionar la pronunciación de una palabra cualquiera. Así, la discusión
versará sobre corbatas, pronunciaciones o lo que el tramposo quiera.

RECURSO DE LA DESAUTORIZACION MORAL

Consiste en hacer creer que los defectos personales de alguien se transmiten


a sus argumentos. Por ejemplo:
- ¿Qué me viene con gnoseología, usted que es un borracho perdido?
Los razonamientos pueden ser expuestos por un canalla o un santo, sin ser por
ello ni más ni menos veraces. Sin embargo ésta es una de las trampas más
difundidas en este juego.

RECURSO EXTREMO BUSCANDO UN ACUERDO

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Lo usan los tramposos cuando se ven perdidos. Se trata de mimetizar la
opinión propia con la del adversario.
- Al final estamos diciendo lo mismo, pero con distintas palabras.
Al oír esta última frase, puede pensarse que a veces ocurre algo mucho más
peligroso: decir cosas diferentes con las mismas palabras.
El recurso extremo puede usarse también en su variante "Finíshela":
- Mire, ni yo lo voy a convencer a usted ni usted me va a convencer a mí.

RECURSO DE LA METAFORA COMO ARGUMENTO

Consiste en atribuir rigor científico a las comparaciones poéticas. Alguien


dice:
- El país es como una casa y hay que construirlo desde los cimientos.
Si uno toma demasiado en serio esta afirmación, podrá seguir hablando de
techos, paredes, puertas y ventanas, para terminar diciendo que nuestra
salvación está en manos de los albañiles.

Mandeb denuncia en su trabajo más de setenta maniobras y trampas. Los


directivos del Círculo nunca le hicieron mucho caso y hasta el día de hoy los
recursos antedichos se siguen usando con total impunidad.

Las Mesas Redondas de los Sábados siempre tuvieron una gravísima dificultad.
Resultaba muy difícil establecer quién era el ganador. Se utilizaron muchos
sistemas diferentes: jueces, jurados, puntajes, aplausos. Ninguno funcionó, pues
invariablemente los resultados eran discutidos por los perdedores.
Los más sabios sugirieron entonces que no era necesario buscar un ganador.
Para ellos el fin de la discusión era llegar a una conclusión positiva, a acuñar
un juicio definitivo sobre el tema central de la polémica. Este disparate tuvo
bastante aceptación, aunque las dificultades para redactar la conclusión eran
las mismas que para consagrar a un ganador.
Alguien que confundía la voluntad con la realidad propuso someter las
cuestiones a Votación. El aplauso de los demócratas saludó la propuesta y así
una noche de verano se resolvió por 11 votos contra 4 que la capital de Suiza es
Oslo. El aserto fue admitido también por los que perdieron, quienes juraron
sostener hasta la muerte aquella conclusión por más que se quejarán suizos y
noruegos.
Estas coincidencias no le gustaban al público, que las sentía como aflojadas.
Las muchedumbres exigían un poco de encono y al no encontrarlo se fueron
alejando de la calle Bogotá.
Para peor entró en escena la Comisión de Comedidos y Componedores, unos
individuos que recorrían la barriada para meterse a separar en las broncas.
Hartos de que los molieran a palos, trataron de evitar, ya que no las peleas
callejeras, al menos las discusiones del Círculo. Para lograrlo apelaron al
viejo cuento de la tesis, la antítesis y la síntesis.
La acción de estos pisaverdes precipitó la decadencia de las Mesas Redondas.
El Círculo de Discutidores alcanzó a sobrevivir algún tiempo gracias a la venta
de opiniones y argumentos. Como podrá suponerse, el surtido era enorme y la
demanda también. Los mejores clientes fueron los actores, cantantes, bailarinas,
recitadores y peluqueros de ésos que van a la televisión a hablar de aquello que
ignoran.
Agotado su stock, el Círculo se cerró para siempre.

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Contra lo que puede suponerse, los Hombres Sensibles de Flores tuvieron
cierta simpatía por los Discutidores. Las polémicas enseñaban que existen
razones perfectas para afirmar cualquier cosa, cierta o falsa. Y los muchachos
del Angel Gris pensaron que ésta era una gran lección. No para ellos, desde
luego, sino para las gentes incautas. Los Hombres Sensibles supieron siempre que
las verdades hay que buscarlas con el corazón. Por estas verdades del
sentimiento vale la pena morir. Las otras son apenas fichas de un juego
interesante.
Por ahí andan los hombres sin corazón diciendo que ninguna causa merece que
uno muera por ella. Tienen razón en su mundo pequeño de teoremas. ¿Quién se hará
degollar para defender el principio de Arquímedes?
Dejemos a los nuevos Discutidores que se diviertan con sus argumentos. No
está mal para una tarde de lluvia. Pero recordemos siempre que fuera del salón
está la vida con sus pasiones, sus héroes, sus canallas, sus mártires, sus
puñales y sus muertes. Y el Destino no entiende razones. Buenas noches.

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