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2.2. El problema del control sobre los procesos de creación y aplicación de las leyes.
Esta cuestión que engloba dos problemas distintos: por un lado el problema de las fuentes del
Derecho estatal (tema 7), donde se impone una visión pluralista del fenómeno jurídico; y por el
otro la cuestión del conflicto de sistemas normativos, sobre la que se ha adoptado de forma
mayoritaria una visión monista.
Hoy se admite de forma mayoritaria la existencia en el seno de nuestras complejas sociedades
de una pluralidad de agentes creadores de Derecho junto a los poderes del Estado. Ahora bien,
teniendo en cuenta que el rasgo esencial que diferencia el Derecho de otros órdenes normativos
es su capacidad para imponerse de forma coactiva, resulta indiscutible que toda esa
normatividad social sólo alcanzará la categoría de Derecho si es reconocida y amparada por la
organización estatal, es decir, apoyada por el aparato coactivo del Estado.
Si en relación con el tema de las fuentes del Derecho la doctrina es pacífica a la hora de
reconocer el pluralismo jurídico, no se puede decir lo mismo del problema de la colisión de
derechos, en donde prevalece de forma hegemónica la visión del monopolio estatal de la
producción jurídica. No son razones jurídicas las que sostienen esta visión. Negar desde la
posición del Derecho dominante la existencia de otros ordenamientos jurídicos no es más que
un intento a la vez de ocultar y decidir en favor de una de las partes la colisión de modelos
culturales, cuestión que desborda el ámbito jurídico para señalar en último término hacia un
conflicto de poderes.
Aunque cuenta ya con casi dos siglos de vida, el término Estado de Derecho adolece de gran
imprecisión. La noción hace referencia a una determinada forma de entender las relaciones entre
el Derecho y el Estado, pero como en tantas otras cosas, es preciso distinguir entre lo que es “la
idea” de Estado de Derecho y lo que ha sido y viene siendo su concreta materialización en la
realidad política.
Es ya en pleno siglo XX cuando a los esquemas del viejo Estado liberal se le añaden dos
principios que dan lugar a lo que se ha venido en llamar el Estado social y democrático de
Derecho (artículo 1.1 de la Constitución española). Es el caso, en primer lugar del ideal
democrático, traducido en el establecimiento del sufragio universal -ausente en el Estado liberal.
En segundo lugar, se ha producido el reconocimiento constitucional (atenuado) de los
llamados derechos de segunda generación -los derechos sociales, económicos y culturales- que
no se limitan a dibujar una esfera de autonomía libre de las injerencias del poder, sino que exigen
del Estado una serie de prestaciones positivas en aras a mitigar las desigualdades existentes
entre los ciudadanos que dificultan el despliegue de la autonomía de todos.