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UNIDAD 1.

EL MÉTODO FREUDIANO I: LA LIBERTAD ASOCIATIVA


GUÍA DE LECTURA: ¿Qué es la clínica? Actitudes básicas del oyente ante el sujeto que pide ayuda: objetivar,
dar la palabra, comprender, escuchar. El Método freudiano. Simbólico, Imaginario y Real. El significante en lo
simbólico. El inconsciente como huella y como camino del trabajo analítico. Función de la interpretación.
Significado y sentido. La operación de la verdad en el análisis. Estructura alusiva de la interpretación. La
distinción entre terapéutica y clínica.

Atender pacientes teniendo en cuenta “pasos a seguir” no es hacer clínica. Clínica se refiere al saber
que se produce a posteriori de esa experiencia, proceso de interrogación y no de aplicación de conocimiento.
La clínica es el conjunto de construcciones que estructura la experiencia analítica y hacen que la misma tenga
lugar en la práctica discursiva. Clínica (reflexión del acto) como construcción simbólica de una experiencia
(acto analítico) que es de lenguaje, surge a partir de un padecimiento.

FREUD, S. (1900) “INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS”


CAP. IV. EL TRABAJO DEL SUEÑO. PÁG 285 A 289

Todos los intentos por resolver los problemas del sueño se iniciaban en su contenido manifiesto, tal
como lo presenta el recuerdo, y a partir de él se empeñaban en obtener la interpretación del sueño.
Somos los únicos que abordamos otra explicación: nuestro estudio incluye un nuevo material psíquico,
el contenido latente o pensamientos del sueño, despejados por nuestro procedimiento. Desde ellos
desarrollamos la solución del sueño. La Originalidad del método: la interpretación se efectúa desde el
contenido latente y no desde el manifiesto.

CONTENIDO MANIFIESTO Ó CONTENIDO LATENTE Ó


CONTENIDO DEL SUEÑO PENSAMIENTOS DEL SUEÑO
Se nos presentan como dos figuraciones del mismo contenido en dos lenguajes diferentes.
El contenido tal como lo presenta el recuerdo Es un nuevo material psíquico despejado por el
procedimiento analítico, desde el cual se desarrolla la
solución del sueño.
El contenido del sueño se nos aparece como una Los pensamientos del sueño nos resultan
transferencia de los pensamientos del sueño a otro comprensibles sin más tan pronto como llegamos a
modo de expresión, cuyos signos y leyes de conocerlos.
articulación debemos aprender a discernir por vía de La apreciación correcta solo se obtiene cuando en vez
comparación entre el o riginal y su traducción. de pronunciar tales veredictos contra el todo y sus
El contenido del sueño nos es dado, por así decir, en partes, me empeño en reemplazar cada figura en
una pictografía, cada uno de cuyos signos ha de virtud de una referencia cualquiera. Las palabras que
transferirse al lenguaje de los pensamientos del así se combinan no carecen de sentido ya.
sueño.

Trabajo de condensación: desproporción entre contenido y pensamientos del sueño:


El sueño es escueto, pobre, si se lo compara con la extensión y la riqueza de los pensamiento oníricos.
Es regla que se subestime la medida de la comprensión producida, pues se juzga que los pensamientos oníricos
traídos a la luz constituyen el material completo, cuando, en realidad, todavía pueden descubrirse otros,
ocultos tras el sueño, si se prosigue el trabajo de interpretación.
Nunca se está seguro de haber interpretado un sueño exhaustivamente; aun cuando parece que la
resolución es satisfactoria y sin lagunas, sigue abierta la posibilidad de que a través de ese mismo sueño se
haya insinuado otro sentido: la cuota de condensación es interminable.
Es evidente que algunas conexiones de pensamientos se engendran sólo durante el análisis; tales
conexiones nuevas se establecen únicamente entre pensamientos que ya estaban ligados de otro modo en los
pensamientos oníricos; las nuevas conexiones son contactos laterales o cortocircuitos, posibilitados por la
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existencia de vías de conexión diferentes y que corren con mayor profundidad. Cuando se reelabora una
cadena de esos pensamientos que parecen situarse fuera de la trama de la formación del sueño, se tropieza de
pronto con un pensamiento que tiene un subrogado en el contenido del sueño, es indispensable para la
interpretación de este e inalcanzable por otra vía que aquella cadena de pensamientos.
Con respecto al estado de la psique durante la formación de sueño, se trata de un pensar inconciente
cuyo proceso es probablemente diverso del que percibimos dentro de la llamada reflexión intencionada,
acompañada de conciencia.
La formación del sueño se basa en una condensación. ¿Cómo se produce esa condensación? La
condensación adviene por vía de la omisión, pues el sueño no sería una traducción fiel ni una proyección punto
por punto de aquellos pensamientos oníricos, sino un reflejo en extremos incompleto y lagunoso.

FREUD, S.; (1916) 6º CONFERENCIA


“PREMISAS Y TÉCNICA DE LA INTERPRETACIÓN”

Necesitamos un nuevo camino/método si queremos avanzar en la exploración del sueño. Supongamos


que el sueño no es un fenómeno somático, sino psíquico.
Bajo el supuesto de que el sueño es un fenómeno psíquico, es, por tanto, una operación y una
manifestación del soñante, pero de tal índole que no nos dice nada y no la comprendemos.
Ahora bien, ¿por qué no podríamos inquirir al soñante por el significado de su sueño? El psicoanálisis
sigue la técnica de hacerse decir por los mismos a quienes estudia la solución de sus enigmas. Por tanto, el
propio soñante debe decirnos lo que su sueño significa.
Aquello que luego de la pregunta se enuncie, deberá considerarse como esclarecimiento.
Pero es notorio que las cosas no son tan simples. En el caso de las operaciones fallidas eso funciona en
cierto número de casos (cuando le preguntamos “qué quiso decir”; contrariamente, en el sueño, el soñante
dice siempre que nada sabe). Tampoco puede el soñante rechazar nuestra interpretación, porque no tenemos
ninguna. Puesto que el soñante nada sabe y nosotros nada sabemos, no existe perspectiva alguna de llegar a
averiguarlo.
No obstante, yo les digo que es muy posible, y muy probable, que el soñante a pesar de todo sepa lo
que su sueño significa, sólo que no sabe que lo sabe y por eso cree que no lo sabe. (Sobredeterminación
psíquica)

PREMISAS

1. EL SUEÑO ES UN FENÓMENO PSÍQUICO


2. EN EL HOMBRE HAY COSAS ANÍMICAS QUE ÉL SABE SIN SABER QUE LAS SABE

Debo advertir que mis dos supuestos no son de igual valor. La primera es la que queremos demostrar
con el resultado de nuestro trabajo; la segunda fue demostrada ya en otro ámbito: el de los fenómenos
hipnóticos: si un hombre era puesto en estado de sonambulismo y después de hacerle vivenciar
alucinatoriamente toda clase de cosas se le despertaba, parecía, al principio, no saber nada de lo ocurrido;
pero al insistir, al asegurarle que lo sabía, que tenía que recordarlo, el hombre empezaba a recobrarlo, y el
recuerdo se hacía cada vez más nítido.
Puesto que al final sabía y entretanto no había averiguado nada de otro lado, esta justificado inferir
que también antes tenía el saber de esos recuerdo, solo que le eran INACCESIBLES, él no sabía que los sabia,
creía que no los sabia. El mismo caso hemos conjeturado en el soñante.
Existe un nítido parentesco entre el estado hipnótico y el estado del dormir, que es la condición de
soñar: la hipnosis ordena un dormir artificial, y las sugestiones que le hacemos son comparables a los sueños
del dormir natural. Las situaciones psíquicas son análogas. En el dormir natural, retiramos nuestro interés de
todo el mundo exterior; en el estado hipnótico también, pero con excepción de una persona, la que nos ha
hipnotizado, con la cual permanecemos en rapport.

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Entonces, es muy probable que el soñante tenga un saber sobre su sueño; se trata únicamente de
posibilitarle que descubra su saber y nos lo comunique. No le pedimos que nos diga enseguida el sentido de
su sueño, pero el origen de éste, el círculo de pensamientos y de intereses del que proviene, podrá descubrirlo.
Nuestra TÉCNICA para el sueño es muy simple: le preguntaremos por el modo en que ha llegado al
sueño y lo que él inmediatamente enuncia deberá considerarse como esclarecimiento. Pasamos por alto la
diferencia entre que “crea saber algo” o “no lo crea”.
Nuestra TÉCNICA: les propongo que descompongamos el sueño en sus elementos y abordemos la
indagación para cada uno de ellos por separado: así quedará establecida la analogía con las operaciones
fallidas.
Podrán decir ustedes que aquel a quien se pregunta por los elementos oníricos singulares pueden
responder que no se les ocurre nada. Hay casos en los que daremos por buena esta respuesta; ¿qué casos? Se
trata de los casos en que nosotros mismos, los intérpretes, podemos tener determinadas ocurrencias.
Pero en general contradiremos al soñante, le aseguraremos que tiene que tener una ocurrencia y la
obtendremos. El ofrecerá una ocurrencia, cualquier ocurrencia, no nos importa cuál; ciertas informaciones,
que podemos llamar históricas, las comunicará con particular facilidad.
Y de esta manera notaremos que los anudamientos de los sueños a impresiones de los últimos días
son mucho más frecuentes de lo que habíamos creído inicialmente. Por fin, a partir del sueño el soñante se
acordará de acontecimientos lejanos, y eventualmente incluso de un pasado remoto.
Ustedes comenten un grave error cuando opinan que es arbitrario suponer que la ocurrencia inmediata
del soñante por fuerza ofrece lo buscado o lleva a ello, pues podría ser caprichosa y descolgada. Existe en
ustedes una creencia en la libertad y la arbitrariedad psíquicas, creencia acientífica y que debe ceder ante el
reclamo de un determinismo que gobierne también la vida anímica.
Si al preguntado se le ocurre esto y no otra cosa, les ruego que lo respeten como a un hecho. Puede
demostrarse que la ocurrencia que el preguntado produce no es arbitraria ni indeterminada, no está
desconectada de lo que nosotros buscamos. (Sobredeterminación psíquica)
Cuando exhorto a alguien a decir lo que se le ocurre sobre un elemento determinado del sueño, le
estoy pidiendo que se abandone a la asociación libre reteniendo una representación de partida. Esto exige
una actitud particular de atención, totalmente diversa de la requerida en el caso de la reflexión, y que excluye a
ésta.
Existe un grado mayor de libertad de asociación cuando abandono esta representación de partida y
establezco que la ocurrencia libre debe consistir, por ejemplo, en un nombre propio o en un número. Esta
ocurrencia tendría que ser aún más arbitraria que la utilizada en nuestra técnica.
No obstante, puede demostrarse que en todos los casos está estrictamente determinada por
importantes actitudes anteriores; ellas no son conocidas en el momento en que producen sus efectos.
Se procede del siguiente modo: se evocan asociaciones urdidas con el nombre que emergió; ellas ya no
son del todo libres, sino que, como en el caso de las ocurrencias sobre los elementos oníricos, quedan desde
ese momento ligadas. Y esto se prosigue hasta que se agota la impulsión que lleva a producirlas.
De igual modo, ciertas melodías que se nos ocurren de improviso resultan condicionadas por un
itinerario de pensamientos al que pertenecen y que tiene una razón para ocuparnos sin que nosotros sepamos
nada de esa actividad. Es fácilmente demostrable que el vínculo con la melodía se anuda a su texto o a su
origen.
Sí las ocurrencias que emergen de manera enteramente libre, están condicionadas de ese modo y se
insertan dentro de un contexto determinado, con derecho inferiremos que ocurrencias con una ligazón única, a
saber, la ligazón con una representación de partida, no pueden estar menos condicionadas. La indagación
muestra que además de la ligazón que les procuramos mediante la representación de partida, puede
reconocerse una segunda dependencia: respecto de círculos de pensamiento y de interés de alto contenido
afectivo; vale decir, de complejos, cuya participación no es conocida en el momento, y es, por lo tanto,
inconciente.

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Ahora admitimos que las ocurrencias libres están determinadas y no son arbitrarias como habíamos
creído. Lo aceptamos también respecto de las ocurrencias sobre los elementos del sueño.

Podrían objetar que la ocurrencia sobre el elemento onírico estará determinada por el trasfondo
psíquico de ese mismo elemento, el cual no nos es conocido; no nos parece demostrado. Estaríamos
dispuestos a esperar que la ocurrencia sobre el elemento onírico resultara determinada por uno delos
complejos del soñante, pero, ¿de qué nos vale eso?, no nos lleva a la comprensión del sueño, sino, como el
experimento de la asociación, al conocimiento de dichos complejos, ¿y qué tienen que ver estos con el sueño?
Es cierto, pero descuidan ustedes un factor: en el sueño, la palabra-estímulo es sustituida por algo que
a su vez proviene de la vida anímica del soñante, de fuentes para él desconocidas, y por tanto, muy fácilmente
podría ser “retoño de un complejo”. Por eso no es fantástica la expectativa de que también las ocurrencias
que siguen anudándose a los elementos del sueño este a su vez determinadas por el mismo complejo que el
elemento y, además, hayan de llevar al descubrimiento de este.
Lo mismo ocurre respecto del olvido de nombres propios, solo que en él se reúne en una sola persona
lo que en la interpretación de los sueños se distribuye en dos.
Cuando he olvidado temporariamente un nombre propio, tengo en mi interior la certeza de que sé ese
nombre; una certeza que en el caso del soñante sólo pudimos alcanzar por el desvío del experimento de la
representación de partida.
El nombre olvidado, y no obstante sabido, me es inaccesible. La reflexión, aun la más empeñosa, de
nada me vale. Pero, en todos los casos, en lugar del nombre olvidado, puedo hacer que se me ocurran
espontáneamente uno o varios nombres sustitutivos; solo después de que se me han ocurrido
espontáneamente uno de estos, se hace evidente la concordancia de tal situación con el análisis de sueños.

El elemento onírico tampoco es el justo: no es más que un sustituto de otro, el genuino, que yo no
conozco y debo descubrir mediante el análisis del sueño.
También en el olvido de nombres propios hay un camino que lleva al elemento genuino que es
inconciente, al nombre olvidado. Si dirijo mi atención a estos nombres sustitutivos y hago que acudan
ulteriores ocurrencias sobre ellos, tras desvíos más breves o más largos llego al nombre olvidado y descubro
que los nombres sustitutivos espontáneos, así como los evocados por mí, mantenían un vínculo con el
olvidado, estaban determinados por él. Los nombres sustitutivos han partido, en efecto, del olvidado.

Lo que es posible en el caso del olvido de nombres propios tiene que poder lograrse también en la
interpretación de los sueños, a saber: VOLVER ACCESIBLE LO GENUINO RETENIDO, MEDIANTE ASOCIACIONES
ANUDADAS A PARTIR DE UN SUSTITUTO. Podemos suponer que las asociaciones sobre el elemento onírico
estarán determinadas por este último cuanto por lo genuino inconciente que le corresponde.

La clínica aspira a comprender los fenómenos, construir un saber a partir de la experiencia. Todo
síntoma por más que no se lo comprenda, tiene un sentido. Funciona como un S1 aislado donde suponemos
que se trata de un significante que es una operación y significación del paciente. El sujeto sabe, aunque crea
no saberlo, es un saber inconciente, sobredeterminado.

LACAN, J.; (1936) ESCRITOS 1


MÁS ALLÁ DEL “PRINCIPIO DE REALIDAD”

La Psicología se constituye como ciencia cuando la relatividad de su objeto es planteada por Freud, si
bien restringida a los hechos del deseo.

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CRÍTICA DEL ASOCIACIONISMO
La Psicología que se pretendía científica a fines del siglo XIX y que, tanto por su aparato de objetividad
como por su profesión de materialismo, lo imponía incluso a adversarios, le faltaba ser positiva, lo que excluye
por su base tanto la objetividad como el materialismo.
Puede mantenerse que esta Psicología se funda sobre una concepción llamada ASOCIACIONISTA del
psiquismo, no tanto porque la formule en doctrina, sino por cuanto recibe (y como datos del sentido común)
una serie de postulados que determinan los problemas en su posición misma. Los marcos en que clasifica los
fenómenos en sensaciones, percepciones, imágenes, creencias, operaciones lógicas, juicios, etc., son tomados
en préstamo tal cual a la Psicología Escolástica, que a su vez los había recibido de la Filosofía.
Es preciso reconocer que estos marcos, lejos de haber sido forjados para una concepción objetiva de la
realidad psíquica, no son sino los productos de una especie de erosión conceptual en la que se reinscriben las
vicisitudes de un esfuerzo especifico que empuja al hombre a buscar para su propio conocimiento una garantía
de verdad: garantía que, como se ve, es trascendente por su posición y lo sigue siendo en su forma.
El Asociacionismo revela sus implicaciones metafísicas: la teoría asociacionista está dominada por la
función de lo verdadero. Esta teoría está fundada en dos conceptos: uno mecanicista, cual es el del engrama;
otro falazmente tenido por dato de la experiencia, esto es, el de la vinculación asociativa del fenómeno
mental.
El concepto de la vinculación asociativa está fundado en la experiencia de las reacciones del viviente,
pero se extiende a los fenómenos mentales, sin que se critiquen en modo alguno las peticiones de principios,
tomadas de los datos psíquicos, en particular la que supone dada la forma mental de la similitud.

A los fenómenos psíquicos no se les reconoce realidad propia alguna: aquellos que no pertenecen a la
realidad verdadera sólo tienen una realidad ilusoria. La realidad verdadera está constituida por el sistema de
las referencias válido para la ciencia ya establecida, o sea, de los mecanismos tangibles para las ciencias físicas,
a lo cual se añaden motivaciones utilitarias para las ciencias naturales.
El papel de la Psicología no es otro que el de reducir a este sistema los fenómenos psíquicos y verificarlo
gracias a la determinación, por él, de sus fenómenos mismos que constituyen su conocimiento. En la medida
en que es función de esta verdad, no es una ciencia esta Psicología. Pero la verdad en su valor específico
permanece extraña al orden de la ciencia. De ningún modo puede identificarla como su fin propio.

VERDAD DE LA PSICOLOGÍA Y PSICOLOGÍA DE LA VERDAD


No juzgamos a la paradoja de negar que la ciencia tenga que conocer la verdad, pero tampoco
olvidamos que la verdad es un valor que responde a la incertidumbre, con la que la experiencia vivida del
hombre se halla fenomenológicamente signada y que ésta búsqueda anima las orientaciones y los hallazgos.
Detengamos un instante en los criterios vividos de la verdad y preguntémonos cuales son, entre estos,
los más concretos que subsisten en los relativismos a que han llegado las ciencias contemporáneas. ¿Se puede
decir que el científico se pregunta, por ejemplo, si el arcoíris es verdadero? – Únicamente le importa que este
fenómeno sea comunicable en algún leguaje (condición del orden mental), registrable de alguna forma
(condición del orden experimental), y que logre insertarse en la cadena de las identificaciones simbólicas en
la que su ciencia unifica lo diverso de su objeto propio (condición del orden racional).
Al interesarse sólo por el acto de saber, por su propia actividad de científico, ésa es la mutilación que
comete el psicólogo asociacionista, una mutilación que, debido a su índole especulativa, no deja de tener para
el viviente y el humano crueles consecuencias.

REVOLUCIÓN DEL MÉTODO FREUDIANO


El primer signo de esa actitud de sumisión a lo real que aparece en Freud consistió en reconocer que,
en vista de que la mayoría de los fenómenos psíquicos en el hombre se relacionan, aparentemente, con una
función de relación social, no hay motivo para excluir la vía que debido a ello abre el acceso más común, o sea,
el testimonio que acerca de fenómenos tales da el sujeto.

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La actitud común a toda una cultura ha guiado la abstracción de los doctos: tanto para el enfermo
como para el médico, la Psicología es el campo de lo “imaginario”, en el sentido de ilusorio; lo que tiene, pues,
una significación real, el síntoma por consiguiente, sólo puede ser psicológico “en apariencia”.

Freud comprende que esa elección misma le hace perder todo su valor al testimonio del enfermo. Si se
desea reconocer una realidad propia a las reacciones psíquicas, no hay que comenzar por elegir entre estas:
hay que comenzar por no elegir. A fin de medir su eficacia, hay que respetar su sucesión. Y no se trata de
restituir la cadena gracias al relato; pero el momento mismo del testimonio puede constituir un fragmento
significativo, con tal que se exija la totalidad de su texto y se libere a éste de las cadenas del relato.
De ese modo se constituye la EXPERIENCIA ANALÍTICA.
Su primera condición se formula en una LEY DE NO OMISIÓN, que promueve al nivel del interés,
reservado a lo notable, ( a decirlo todo) lo cotidiano y lo ordinario, ley que es, no obstante, incompleta sin una
segunda, esto es, la LEY DE NO SISTEMATIZACIÓN, que concede, al plantear la incoherencia como condición
de la experiencia, una presunción de significación a todo un desecho de la vida mental, es decir, no solo a las
representaciones cuyo sinsentido es lo único que ve la Psicología de escuela: libreto del sueño,
presentimientos, fantasías de la ensoñación, delirios confusos o lúcidos, sino también a esos fenómenos que
por el hecho de ser completamente negativos carecen de “estado civil”: lapsus del lenguaje y fallas de la
acción.
Ambas REGLAS de la experiencia, aparecen formuladas por Freud en una sola: LEY DE LA ASOCIACIÓN
LIBRE.

ESPERIENCIA ANALÍTICA LEY DE NO OMISIÓN


(Decirlo todo) LEY DE LA
LEY DE NO SISTEMATIZACIÓN ASOCIACIÓN LIBRE
(Decirlo como se presente)

DESCRIPCIÓN FENOMENOLÓGICA DE LA EXPERIENCIA PSICOANALÍTICA


Esta experiencia constituye el elemento de la técnica terapéutica. Lo dado de esta experiencia es de
entrada lenguaje, un lenguaje: es decir, un signo.
El psicoanalista, para no desligar la experiencia del leguaje de la situación implicada por ella, cual es la del
interlocutor, se atiene al hecho de que el lenguaje, antes de significar algo, significa para alguien. Por el mero
hecho de estar presente y escuchar, ese hombre que habla se dirige a él, y, puesto que le impone a su discurso
el no querer decir nada, queda en pie lo que ese hombre quiere decirle. En efecto, lo que dice puede “no tener
sentido alguno”; lo que le dice encubre uno.
El oyente lo experimenta en el movimiento de responder; al suspender éste, comprende el sentido del
discurso. Entonces reconoce allí una intención entre aquellas que representan cierta tensión de la relación
social: intención reivindicativa, intención punitiva, intención propiciatoria, intención demostrativa, intención
puramente agresiva.
Así comprendida la intención, obsérvese cómo la trasmite el lenguaje. De acuerdo con dos modos: (a) es
expresada por el sujeto, pero incomprendida por éste, en lo que el discurso informa acerca de lo vivido, y ello
tan lejos como el sujeto asuma el anonimato moral de la expresión: es la forma del simbolismo; (b) es
concebida por el sujeto, pero negada por este, en lo que de lo vivido afirma el discurso, y ello tan lejos como el
sujeto sistematice su concepción: es la forma de la denegación.
Así, pues, la intención revela ser, en la experiencia, inconciente como expresada y conciente como
reprimida, no obstante que el lenguaje, de abordárselo por su función de expresión social, revela a la vez su
unidad subjetiva, declarando en contra del pensamiento, mentiroso como él.

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Observemos que esas relaciones, ofrecidas por la experiencia para la profundización fenomenológica, son
ricas en directivas para toda teoría de la “conciencia”, especialmente mórbida, y que su reconocimiento
incompleto vuelve caducas a casi todas estas teorías.

Descomposición de la experiencia: el oyente entra, pues, en ella en situación de interlocutor.


El sujeto le solicita conservar este papel, primero implícitamente, y explícitamente luego. Silencioso,
sustrayendo hasta las reacciones de su rostro; el psicoanalista se rehúsa pacientemente.
Ahora bien, en su reacción misma al rechazo del oyente, el sujeto va a revelar la imagen que lo sustituye.
Con su imploración, con sus imprecaciones, con sus insinuaciones, provocaciones, con sus fluctuaciones de la
intención que le dirige y que el analista registra, inmóvil, pero no impasible, comunica este el dibujo de esta
imagen.
Sin embargo, a medida que sus intenciones se tornan más expresas en el discurso, mézclense a ellas
testimonios con los que el sujeto las apoya, les da vigor, les hace retomar aliento: allí formula aquello de lo que
sufre y que quiere dejar atrás, confía el secreto de sus fracasos y el éxito de sus designios, juzga su carácter y
sus relaciones con el prójimo. De ese modo informa acerca del conjunto de su conducta al analista, quien,
testigo a su vez de un momento de ésta, encuentra allí una base para su crítica.
Ahora bien, lo que tras una crítica semejante esa conducta le muestra al analista es que en ella actúa
permanentemente la imagen misma que éste ve surgir en lo actual. Pero el analista no está al final de su
descubrimiento, ya que, a medida que la petición cobra forma de gato, el testimonio se amplía con sus
llamados al testigo; son los relatos puros que parecen “fuera de tema”, y que el sujeto saca ahora a flote de su
discurso los acontecimientos sin intención y los fragmentos de los recuerdos los que constituyen su historia, y,
entre los más desunidos, los que afloran de su infancia.
Pero de pronto entre ellos el analista encuentra la misma imagen que, con su juego, ha suscitado del
sujeto, y cuya huella ha reconocido impresa en su persona, esa imagen a la que sabía, desde luego, de esencia
humana, puesto que provoca la pasión y ejerce la opresión, pero que sustraía sus rasgos de la mirada del
psicoanalista, como también éste lo hace respecto del sujeto. Ahora descubre esos rasgos en un retrato de
familia. (El analista lee los significantes primordiales que se repiten en el discurso)
Pero el sujeto ignora esa imagen que él mismo presenta con su conducta y que se reproduce
incesantemente; la ignora en los dos sentidos de la palabra, a saber: que lo que repite en su conducta, lo tenga
o no por suyo, no sabe que su imagen lo explica, y que desconoce la importancia de la imagen cuando evoca el
recuerdo representado por ella.
Pese, con todo, a que el analista concluye por reconocer esta imagen, el sujeto a su vez termina por
imponerle su papel a través del debate que prosigue. De esa posición extrae el analista el poder del que va a
disponer para su acción sobre el sujeto.
En adelante, efectivamente, el analista actúa de tal modo que el sujeto toma conciencia de la unidad de
la imagen (saber) que se refracta en él en efectos extraños, según la represente, la encarne o la conozca.
¿De qué manera procede el analista en su intervención? Opera en los dos registros de la elucidación
intelectual por la interpretación, y de la maniobra afectiva por la transferencia; pero fijar sus tiempos es
asunto de la técnica, que los define en función de las reacciones del sujeto, y regular su velocidad es asunto del
tacto, merced al cual el analista advierte el ritmo de estas reacciones.
A medida que el sujeto prosigue la experiencia y el proceso vivido en que se reconstituye la imagen, la
conducta deja de imitar la sugestión, los recuerdos recuperan su densidad real y el analista ve el fin de su
poder, inútil de allí en adelante debido al fin de los síntomas y a la consumación de la personalidad.

Lo dado de la experiencia es de entrada lenguaje, un signo.


El psicoanalista se atiene al hecho de que el lenguaje, antes de significar algo, significa para alguien. Por
el solo hecho de estar presente y escuchar, ese hombre q habla se dirige a él, y puesto q le impone a su
discurso el no querer decir nada, queda en pie lo q ese hombre quiere decirle. Lo q dice puede “no tener
sentido alguno”; a lo q le dice encubre uno. El oyente lo experimenta en el movimiento de responder; al

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suspender este, comprende el sentido del discurso. Entonces reconoce allí una intención entre aquellas q
representan cierta tensión de la relación social.
El oyente entra como interlocutor.
El analista opera en los dos registros de la elucidación intelectual, por la interpretación, y de la maniobra
afectiva, por la transferencia; pero fijar sus tiempos es asunto de la técnica, q los define en función de las
reacciones del sujeto, y regular su velocidad es asunto del tacto, merced al cual el analista advierte el ritmo de
estas reacciones. A medida que el sujeto prosigue la experiencia y el proceso vivido en que se reconstituye la
imagen, la conducta deja de imitar la sugestión, los recuerdos recuperan su densidad real, y el analista ve el fin
de su poder, inútil de allí en adelante debido al fin de los síntomas y a la consumación de la personalidad.
El lugar del oyente resulta crucial en tanto busca suspender la cadena significante para que advenga otra
que le es propia al sujeto. Se trata de dejar vacante el lugar del sentido.

DISCUSIÓN DEL VALOR OBJETIVO DE LA EXPERIENCIA


Tal es la descripción fenomenológica que se puede dar de lo que ocurre en la serie de experiencias que
forman un psicoanálisis. Trabajo de ilusionista, se nos podría decir, si no tuviera por fruto, justamente, la
resolución de una ilusión (imagen).
En cambio, su acción terapéutica se debe definir esencialmente como un doble movimiento mediante el
cual la imagen, primero difusa y quebrada, es regresivamente asimilada a lo real, para ser progresivamente
desasimilada de lo real, es decir, restaurada en su realidad propia. Una acción que da testimonio de la
eficiencia de esa realidad.
Una constante interacción entre el observador y el objeto. En el movimiento mismo le comunica el sujeto,
con su intención, que el observador está informado de ésta, y hasta hemos insistido sobre la índole primordial
de esta vía. Inversamente, por la asimilación entre él mismo y la imagen (asimilación a la que favorece),
subvierte desde el origen la función de la imagen en el sujeto; con todo, sólo identifica a ésta en el progreso
mismo de esa subversión; este proceso tiene un carácter constitutivo.

EL OBJETO DE LA PSICOLOGÍA SE DEFINE EN TÉRMINOS ESENCIALMENTE RELATIVISTAS


En esa realidad específica de las relaciones interhumanas una psicología puede definir su objeto propio y
su método de investigación. Los conceptos implicados por este objeto y este método no son subjetivos, sino
relativistas.
Freud mostró esa función al descubrir en la experiencia el proceso de la identificación. Muy diferente del
proceso de la imitación, distinguido por su forma de aproximación parcial y titubeante, la identificación se
opone a ésta no sólo como la asimilación global de una estructura, sino también como la asimilación virtual del
desarrollo que esa estructura implica en el estado aún indiferenciado.
Así se sabe que el niño percibe ciertas situaciones afectivas con una perspicacia mucho más inmediata que
la del adulto, porque este, pese a su mayor diferenciación psíquica, se halla inhibido en el conocimiento
humano y en la conducta de sus relaciones por las categorías convencionales que los censuran.
Con todo, la ausencia de estas categorías, al permitir captar mejor los signos, sirve al niño menos que la
estructura primaria de su psiquismo, que lo imbuye desde un primer momento del sentido esencial de la
situación. Además contiene, con la impresión significativa, el germen, que el niño habrá de desarrollar en toda
su riqueza, de la interacción social que en ella se expresa. (Ventajas)
Por eso, el carácter de un hombre puede desarrollar una identificación parental que ha dejado de
ejercerse desde la edad límite de su recuerdo. Lo que se trasmite por esta vía son esos rasgos que dan en el
individuo la forma particular de sus relaciones humanas, esto es, su personalidad.
Entonces, pero lo que la conducta del hombre refleja no son solo esos rasgos, que a menudo son los más
ocultos; es la situación actual en que se hallaba el progenitor, objeto de la identificación, cuando esta se
produjo, situación dentro del grupo conyugal.
Del anterior proceso resulta que el comportamiento individual del hombre lleva la impronta de cierto
número de relaciones psíquicas típicas en las que se expresa una determinada estructura social. Cuando
menos, la constelación que dentro de esta estructura domina de modo más especial los primeros años de la
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infancia. Estas relaciones psíquicas fundamentales se han revelado a la experiencia, y la doctrina las ha definido
con el término de complejos.
Por la vía del complejo se instauran en el psiquismo las imágenes que informan a las unidades más
vastas del comportamiento, imágenes con las que el sujeto se identifica una y otra vez para representar,
actor único, el drama de sus conflictos.
Una vez valorada la conquista fenomenológica del freudismo, pasamos ahora a la crítica de su
metapsicología, la cual comienza en la introducción de la noción de libido.
En la Psicología freudiana, hay que distinguir dos empleos del concepto libido, permanentemente
confundidos, en la doctrina:

1. Como concepto energético, que regula la equivalencia de los fenómenos;


2. Como hipótesis sustancialista, que los refiere a la materia. Sustancialista, y no materialista,
porque el hecho de recurrir a la idea de la materia no es más que una forma ingenua y superada
de un materialismo autentico.

Como concepto energético, la libido solo es la notación simbólica de la equivalencia entre los
dinamismos que las imágenes invisten en el comportamiento. Es la condición misma de la identificación
simbólica y la entidad esencial del orden racional, sin las cuales ninguna ciencia podría constituirse. Gracias a
esta notación, la eficiencia de las imágenes, todavía sin relación posible con una unidad de medida, pero
provista ya de un signo positivo o negativo, se puede expresar por el equilibrio que aquellas logran y, de alguna
manera, por un método de doble pesada.
Con empleo tal, la noción de libido ya no es metapsicológica: es el instrumento de un progreso de la
Psicología hacia un saber positivo.
Se han introducido los elementos de una determinación positiva entre las realidades psíquicas, a las que
una definición relativista ha permitido objetivas. Esta determinación es dinámica, o relativa a los hechos del
deseo.
Por un lado, se ha logrado establecer una escala de la constitución en el hombre de los objetos de su
interés; por otra parte, se ha definido una distribución de lo que podríamos llamar los puestos imaginarios que
constituyen la personalidad, puestos que se distribuyen y en lo que se componen, según sus tipos, las imágenes
como informadoras del desarrollo: con el ello, el yo y la instancia arcaica y secundaria del superyó.
Dos interrogantes se plantean; ¿cómo se constituye, a través de las imágenes (objetos de interés), esa
realidad en la que concuerda universalmente el conocimiento del hombre?, y ¿cómo, a través de las
identificaciones típicas del sujeto, se constituye el yo (je), en el que aquel se reconoce?
Freud responde a ambas preguntas pasando nuevamente al terreno metapsicológico. Propone un
“principio de realidad”.

LACAN, J. (1975); DEFINICIÓN DE CLÍNICA PSICOANALÍTICA.


FICHA DE LA CÁTEDRA

DEFINICIÓN DE CLÍNICA PSICOANALÍTICA:


“La clínica psicoanalítica, es lo real en tanto que (él) es lo imposible de soportar. El inconciente es a la
vez la huella y el camino por el saber que constituye: haciéndose un deber repudiar todo lo que implica la
idea de conocimiento.”

LACAN, J. (1977); APERTURA DE LA SECCIÓN CLÍNICA.

¿Qué es la clínica psicoanalítica? – Tiene una base, es lo que se dice en un psicoanálisis.


En principio uno se propone decir “no importa qué”, pero no que “no importa dónde” – el direvent
analítico (un juego nomológico entre diván y palabras al viento). Ese viento tiene su valor, cuando se criba hay
cosas que se vuelan. Se puede también evanescerse; envanecerse de la así llamada libertad de asociación.

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UNIDAD 1. EL MÉTODO FREUDIANO I: LA LIBERTAD ASOCIATIVA
¿Qué quiere decir libertad de asociación? - Cuando uno especula al contrario sobre esto, que la asociación
no es en absoluto libre.
¿Qué quiere decir el inconciente? ¿Sino que las asociaciones son necesarias? – Lo dicho no se asocia a la
aventura. Es con lo cual nosotros contamos, lo que después de todo es concebible, pero no es ciertamente por
estar disociado que el libre. Nada más necesario que el estado de disociación cuando uno se lo imagina
comandar lo que se llama la relación con el exterior.
Se desea que este exterior sea un mundo. Pues la presuposición del mundo no está del todo fundada; el
mundo está más cosmografiado de lo que se piensa.
El cosmos es lo que es bello. ¿Es lo que está hecho bello por quién? – En principio por eso que llamamos
La Razón.
Pero La razón no tiene nada que ver en el “hacer bello”, que es un asunto ligado a la idea de cuerpo
glorioso, la cual se imagina lo simbólico abatido sobre lo imaginario.
Pero es un corto-circuito.
Hay que cliniquear. Es decir, acostarse. La clínica siempre está ligada a la cama- se va a ver a alguien
acostado. Y no se ha encontrado nada mejor que hacer acostar a los que se ofrecen al Psicoanálisis, con la
esperanza de sacar un beneficio, el cual hay que decirlo, no está marcado desde antes.
Es cierto que el hombre no piensa de la misma manera acostado que parado, no sería esto por el hecho
de que es en posición acostada que hace muchas cosas, el amor en particular, y el amor lo lleva a toda clase
de declaraciones. En la posición acostada el hombre tiene la ilusión de decir algo que merezca decirse, es
decir, que importe en lo real.
La clínica psicoanalítica consiste en el discernimiento de cosas que importan y que serán masivas desde
que se haya tomado conciencia.
La inconciencia en que se está en relación a las cosas que importan, no tiene absolutamente nada que ver
con el inconciente (en el sentido de malentendido). No es suficiente de ningún modo que uno tenga sospecha
de su inconciente para que él regule. Esto tampoco quiere decir que el inconciente nos guie bien.
¿Un malentendido tiene necesidad de ser explicado? - Ciertamente, no. Simplemente el Psicoanálisis
supone que nosotros estamos advertidos del hecho de que un malentendido es siempre de orden significante.
Un significante es siempre de un orden más complicado que un simple signo. No es porque un significante
se escribe en signo que es menos verdadero – una flecha, por ejemplo, designando la orientación, es un signo,
pero no es un significante. Escribiéndose un significante se reduce en el alcance de lo que él significa. Lo que
él significa tiene efecto.
El significante no significa absolutamente nada. Es así que Saussure explicó la cosa – el habló de
arbitrario, y en efecto, no hay ninguna clase de nexo entre un significante y un significado. Hay solamente una
especie de depósito, de cristalización que se hace y que se puede calificar de arbitraria tanto como de
necesaria. Lo que es necesario es que la palabra tenga un uso y que este uso esté cristalizado por este braceo
que es el nacimiento de una nueva lengua.
Es un hecho que hay eso que, tomando un término de Freud, llamo condensación.
Lo que es curioso es que la condensación deje el lugar al desplazamiento. Lo que es contiguo no elimina
el deslizamiento, es decir, la continuidad.
La palabra tiene un uso y ese uso se va cristalizando pero siempre conserva la condensación que permite
el desplazamiento.
La lengua, cualquiera que sea, es de chicle.
Lo inaudito es que ella conserve sus trucos. Se han vuelto indefinibles por el hecho de lo que se llama
lenguaje, y es por lo que me he permitido decir que el inconciente esta estructurado como un lenguaje.
El inconciente pues no es de Freud, es de Lacan. Ello no impide que el campo sea freudiano.
El sueño difiere (de diferenciar) de manera no manifiesta ciertamente, y del todo enigmática, lo que hay
que denominar una demanda y un deseo.
El sueño demanda cosas.
Para cada uno, no se sabe por qué vía, algo camina de estos primeros propósitos oídos, que hace que
cada uno tenga su inconciente.
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UNIDAD 1. EL MÉTODO FREUDIANO I: LA LIBERTAD ASOCIATIVA
Freud tenía razón, pero no puede decirse que el inconciente haya sido verdaderamente aislado por él,
aislado como yo lo hago por la función que llamé de lo simbólico, y que está puntuando en la noción de
significante.
Hay que definir - ¿el inconciente es, si o no, lo que llamé, en la ocasión, el bla-bla?
Es difícil de negar que Freud a lo largo de la “Interpretación de los sueños” no hable más que de palabras,
de palabras que se traducen. No hay más que lenguaje en esta elucubración del inconciente. Freud llega a
preguntarse si el sueño tiene una manera de expresar la negación; él dice en principio que no, tratándose de
relaciones lógicas, y dice después que el sueño encuentra, sin embargo, un truco para designar la negación. ¿El
no en el sueño existe?, pregunta que Freud deja en suspenso.
El Psicoanálisis, como todas las otras actividades humanas, participa incontestablemente del abuso: se
hace como si se supiera algo.
No es, no obstante, tan seguro que la hipótesis del inconciente tenga más peso que la existencia del
lenguaje.
LA CLÍNICA ES “LO REAL EN TANTO QUE ES LO IMPOSIBLE DE SOPORTAR”.
Lo más asombroso es que Freud no creyó nunca que cualquiera le diga la verdad. La verdad, no es que
no tenga relación con lo que llamé “lo real”, pero es una relación débil. La manera más clara en que se
manifiesta la verdad es la mentira – no hay un analizante que no mienta continuamente, hasta en su buena
voluntad de caer justo en los cuadros que Freud ha dibujado. Es bien, por lo cual la clínica psicoanalítica
consiste en re-interrogar todo lo que Freud dijo. Es así que yo lo entiendo, y que en mi bla-bla lo pongo en
práctica.

¿La clínica de las neurosis y la clínica de la psicosis necesitan las mismas categorías, los mismos signos?
¿Una clínica de la psicosis puede, según usted, partir de una proposición como “el significante representa al
sujeto para otro significante”?
La paranoia, quiero decir la psicosis, es para Freud absolutamente fundamental. La psicosis es eso
delante de lo cual un analista no debe regular en ningún caso. En la paranoia el significante representa el
sujeto para otro significante.

¿Qué es necesario pensar del fin de un análisis en un paranoico, si este fin es la identificación al
síntoma?
ES BIEN CIERTO QUE EL PARANOICO NO SOLAMENTE SE IDENTIFICA AL SÍNTOMA, SINO QUE EL
ANALISTA SE IDENTIFICA IGUALMENTE.
El psicoanálisis es una práctica delirante, pero es lo mejor que tenemos actualmente para hacer tomar
paciencia en esta situación incómoda de ser hombre. Es en todo caso lo mejor que Freud encontró. Y él ha
mantenido que el psicoanalista no debe jamás dudar en delirar.

¿Las psicoterapias no valen la pena?


Es cierto, no vale la pena terapiar lo psíquico. Freud también pensaba eso. Pensaba que no era
necesario apurarse para curar. No se trata de sugerir, ni de convencer.
Y además él pensaba que para el psicótico, pura y simplemente, eso no era posible.
La clínica psicoanalítica debe consistir no solamente en interrogar al análisis, sino en interrogar a los
analistas, a fin de que den cuenta de lo que su práctica tiene de azarosa, que justifica a Freud el haber
existido. La clínica psicoanalítica debe ayudarnos a RELATIVIZAR la experiencia freudiana. Es una elucubración
de Freud. Yo he colaborado en eso, no es una razón para que ahí me mantenga. Es necesario darse cuenta que
el psicoanálisis no es una ciencia, no es una ciencia exacta.

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UNIDAD 1. EL MÉTODO FREUDIANO I: LA LIBERTAD ASOCIATIVA

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