Sunteți pe pagina 1din 39

Resumen de las acciones: páginas 869-973 del manual de responsabilidad extracontractual

de Barros

A) Acciones a que da lugar el daño

Tipos de acciones
Acciones que nacen de un ilícito civil:
a)Acción indemnizatoria: la mas característica de las acciones civiles que nacen de un ilícito.
El valor de cambio del dinero permite que sea usado para fines reparatorios y
compensatorios de muy diversos tipos
b)Acción de reparación en naturaleza: se dirige a evitar o interrumpir el daño que amenaza
producirse o que actualmente esté afectando al demandante. Esta acción generalmente esta
subsumida a la indemnizatoria. Los fines de la acción de reparación de naturaleza pueden
ser perseguidas por medio de la acción Indemnizatoria o directamente mediante acciones
dirigidas a obtener ciertos actos u omisiones reparadoras al demandado
c)Acción de restitución de beneficios: No atiende al daño que se sigue del ilícito, sino los
beneficios que injustamente obtiene el demandado.
Finalidades preventivas, interruptivas y reparatorias del daño de las acciones civiles.
Desde un punto de vista temporal las acciones que nacen de un ilícito civil pueden tener
por objeto impedir que el daño llegue a ocurrir, poner término a su realización, o restituir
en naturaleza o compensar en dinero el daño ya ocurrido. En cuanto a su fin, las acciones
preventivas e interruptivas son típicamente acciones en naturaleza. Por el contrario, las
acciones dirigidas a la reparación del daño ya provocado son usualmente indemnizatorias,
con las dos reservas ya insinuadas: que siendo posible la reparación en naturaleza se puede
solicitarla directamente del demandado y que, aun en el caso que lo demandado sea una
indemnización, su cálculo toma en consideración el costo de restituir el bien dañado a su
estado anterior (o al estado más cercano que sea posible obtener).

Acción de reparación en naturaleza

a. Planteamiento

Tipos de reparación en naturaleza. El derecho de la responsabilidad civil es mirado


normalmente desde la perspectiva de la obligación indemnizatoria. En el ámbito contractual
ello resulta evidente, porque el incumplimiento del contrato da lugar a acciones de
ejecución forzada (satisfacción en naturaleza) y de responsabilidad contractual (satisfacción
por equivalencia). La distinción es un resultado natural de los dos niveles que tiene la
obligación emanada de un contrato: por un lado, el deudor está obligado a cumplir la
obligación convenida, para lo cual el acreedor dispone de la acción de cumplimiento en
naturaleza; y, por otro, del incumplimiento imputable se sigue la acción indemnizatoria por
los perjuicios irrogados.
En materia de responsabilidad extracontractual, ambos niveles se confunden, porque el
deber general de cuidado cuya infracción da lugar a la responsabilidad no es homologable a
la relación personal obligatoria que nace del contrato.
Con todo, una vez cumplidas las condiciones de la responsabilidad (culpa, daño y
causalidad), a la víctima se le abre un conjunto de acciones que conducen a resultados
análogos al incumplimiento de un contrato: por un lado, puede reclamar la indemnización
de los perjuicios y, por otro, puede demandar la reparación en naturaleza del daño sufrido.
Las acciones que persiguen obtener en naturaleza el bien cautelado pueden tener por objeto
prevenir la producción del daño (acciones preventivas), poner término a una situación que
está provocando un daño (acciones para poner término al daño actual), o forzar al deudor a
que restituya al actor a la situación anterior al daño que ha provocado (restitución en
naturaleza de la situación anterior al daño).

Requisitos de procedencia de las acciones de reparación en naturaleza. Las acciones


meramente restitutorias están sujetas en el derecho civil a requisitos de procedencia
diferentes a las indemnizatorias. La mera restitución persigue el restablecimiento en un
derecho, mientras la indemnización tiene como requisito un ilícito (salvo las hipótesis
legales de responsabilidad estricta).
El derecho civil sólo reconoce una acción general de restitución en naturaleza por daños ya
producidos si se cumplen los requisitos de la responsabilidad civil, incluida la ilicitud de la
conducta del demandado. Con independencia de la culpa, sólo se reconocen acciones
dirigidas a prevenir o poner término a una acción dañosa. Así procede una acción para
prevenir el daño, sólo si el mismo es antijurídico e inminente; y si la conducta causante del
daño continúa produciéndolo, se puede solicitar al tribunal que ordene la cesación y
remoción de la turbación injusta.
Distinto es el estatuto de la acción de reparación por daños ya producidos, que debe cumplir
con los requisitos generales de la responsabilidad civil. La reparación en naturaleza de los
daños sufridos por la víctima es una acción de responsabilidad y no de mera restitución, de
modo que sólo procede si esos daños se han producido a consecuencia de la culpa del
demandado. Si se aceptara una amplia acción restitutoria, independiente de la culpa del
demandado, sería responsabilidad estricta. Por eso, los requisitos de la responsabilidad son
los mismos si lo demandado es un daño puramente patrimonial o si la indemnización tiene
por objeto cubrir los costos de reparación de una cosa dañada.

Acciones de reparación en naturaleza de carácter puramente restitutorio. Además de


las acciones de responsabilidad, el derecho civil reconoce acciones restitutorias en
protección de ciertos derechos. El caso más típico es el derecho de propiedad, que está
cautelado por las acciones posesorias (que protegen la apariencia de propiedad) y la
reivindicatoria (que cautela propiamente el derecho de propiedad). Además, el caso de los
derechos de la personalidad. En estos casos, la protección del derecho absoluto
(típicamente la propiedad) da lugar a una acción para ser restablecido en su goce.
De especial importancia es la concurrencia de acciones indemnizatorias y de reparación en
naturaleza en materia de libertad de expresión. La indemnización de perjuicios por
información errónea que afecta la honra está sujeta a requisitos de culpabilidad
comparativamente altos en atención a que esa responsabilidad puede significar en la
práctica una restricción de la libertad de información.
Los conflictos de vecindad y las intromisiones en la propiedad ajena dan lugar a acciones
restitutorias (incluyendo la cesación de las turbaciones y la remoción del daño causado),
que en parte se pueden resolver con las reglas del derecho de bienes (acciones posesorias y
reinvindicatorias).

b. Acciones preventivas

Acciones civiles preventivas del daño. El derecho civil otorga desde el derecho romano
acciones para prevenir la producción del daño. Es el caso de las acciones que se dirigen a
impedir el daño temido, esto es, “el daño aún no causado, que tememos se va a producir”.
Sin embargo, con el correr del tiempo, han surgido nuevos riesgos, de modo que su ámbito
de protección es limitado.
En el título XXXV del libro IV, de los delitos y cuasidelitos civiles, “se concede una acción
popular en todos los casos de daño contingente que por imprudencia o negligencia de
alguien amenace a personas indeterminadas; pero si el daño amenazare solamente a
personas determinadas, sólo alguna de éstas podrá intentar la acción” (artículo 2333).
A diferencia de las acciones posesorias, la acción preventiva del artículo 2333 no lleva
aparejado un procedimiento especial por la ley procesal. Usualmente será aplicable el
procedimiento sumario en razón de la regla general que lo establece respecto de las
acciones que requieren de tramitación rápida para que sean eficaces (CPC, artículo 680 I).
Sin embargo, en atención a que este procedimiento tampoco asegura la urgencia requerida,
la práctica procesal tiende a recurrir a la acción de protección o a las medidas cautelares
anticipatorias, como se verá sucintamente en los párrafos siguientes.

Acción constitucional de protección. La acción de protección tiene por objeto obtener


amparo judicial frente a actos u omisiones arbitrarias o ilegales que provoquen la amenaza,
perturbación o privación en el legítimo ejercicio de ciertos derechos y garantías
constitucionales (CPR, artículo 20). Los derechos constitucionales son inequívocamente
bienes protegidos por el derecho privado; sin embargo, su cautela más eficaz está dada por
la acción constitucional de protección, atendida su tramitación expedita.
En especial, ha sido un instrumento eficaz para evitar el recurso de vías de hecho, dejando
en suspenso la alteración del statu quo hasta que haya un pronunciamiento judicial.
La acción de protección cumple las funciones de tutela preventiva y curativa de un derecho
que es objeto de amenaza o perturbación por un tercero. Para que prospere es necesario
invocar una garantía constitucional enumerada en el art 20 de la CPR, lo que obliga
frecuentemente a forzar el sentido de la pretensión para que resulte subsumible bajo
alguno de los derechos cautelados. Lo interesante de la protección es que no requiere la
culpa del recurrido, sino que basta la amenaza o turbación de un derecho constitucional
indubitado y que el daño no se trate de aquellos que la víctima debe soportar.

Medidas precautorias en juicio civil. El medio que abre el derecho procesal civil para
obtener una medida preventiva frente a un daño de los referidos en el artículo 2333 es que
el juez decrete una medida precautoria, en la forma de una cautela anticipatoria del derecho
pretendido. En circunstancias que las referidas en el artículo 290 no coincidirán usualmente
con el propósito perseguido por el actor, el camino es solicitar alguna de las medidas
innominadas que autoriza el artículo 298, otorgando una caución proporcionada que es
determinada por el juez. El juez tiene amplias facultades prudenciales para valorar la
urgencia y determinar la medida de prevención adecuada. Si el peligro de daño es grave y la
prevención es urgente, la medida precautoria puede demandarse incluso en la forma de una
medida prejudicial precautoria en los términos referidos por el artículo 279 del mismo
código.

Conveniencia de que exista un procedimiento general para el reconocimiento


provisorio de un derecho. En materia de responsabilidad civil, contractual y
extracontractual, la víctima de los daños requiere a menudo un auxilio urgente. Se ha visto
que la mayor ventaja de la acción de protección es procesal y no sustantiva. Las medidas
cautelares del CPC son suficientemente flexibles como para lograr una resolución que
impida la producción del daño. Sin embargo, sería conveniente establecer un procedimiento
general de urgencia, siguiendo una tendencia generalizada en el derecho comparado, que
permita cautelar provisoriamente el interés de la víctima, a condición de que los
antecedentes muestren que la pretensión tiene fundamento plausible y que de la demora se
siga la posibilidad cierta que su interés pueda verse seriamente amenazado.

c. Acciones para poner término al daño actual

Acciones disponibles. El que sea víctima de un daño actual y continuado puede solicitar al
juez que lo haga cesar del modo que resulte más eficaz. El procedimiento aplicable será el
sumario, porque siempre que se trate de poner término a una acción dañosa, por su
naturaleza requerirá de tramitación rápida para que sea eficaz (CPC, artículo 680 I). Este
procedimiento resultaría en la práctica usualmente ineficaz en atención a la urgencia que
requerirá la pretensión del demandante. A ese efecto quedan abiertos a la víctima los
caminos de las medidas precautorias y la acción de protección en los mismos términos que
cuando se persiguen fines puramente preventivos. La lógica que subyace tras estas acciones
es restitutoria y no reparatoria, de modo que su procedencia no está sujeta al requisito de la
negligencia.

Medidas que puede decretar el juez. Se ha aceptado por la doctrina que “el juez puede dar
órdenes y decretar, por tanto, todas las medidas que estime conducentes a hacer cesar el
daño”. Esta facultad es una consecuencia natural del derecho que tiene la víctima a ser
restituida en naturaleza a la condición anterior a la que se encontraba antes del
acaecimiento del hecho ilícito del tercero. En definitiva, la acción para poner término al
daño actual es la más elemental de las acciones que persiguen la restitución en naturaleza y
el juez está autorizado para decretar la suspensión del hecho ilícito que provoca la
turbación del derecho o interés perturbado.

d) Restitución en naturaleza a la situación anterior al daño

Formas en que se puede producir la restitución.


La restitución en naturaleza comprende un conjunto de pretensiones cuyo fin no es
simplemente compensar económicamente por el daño sufrido, sino restituirlo a la condición
en que se encontraba antes del hecho del demandado. El más elemental requisito para que
proceda la restitución en naturaleza es que ella resulte posible, sino sólo procede la
indemnización compensatoria. Si la restitución en naturaleza resulta posible, aunque sea
sólo de manera incompleta (como suele ocurrir con las lesiones corporales), el principio es
que la víctima tiene derecho a exigir del responsable ser restituida de la forma más cercana
posible al estado anterior al provocado por el ilícito del demandado, o que éste indemnice al
demandante con la cantidad de dinero suficiente para que pueda hacerse cargo de la
reparación. En otras palabras, la finalidad de la reparación en naturaleza se puede satisfacer
por dos medios diferentes: por un lado, el responsable es condenado a efectuar la
restitución; por otro, el demandado tendrá que indemnizar el costo de restituir.

Objeto de la pretensión.La reparación en naturaleza usualmente tiene un objeto definido


por el tipo de daño: si una cosa ha sido deteriorada, se le debe reparar; si ha sido destruida,
debe ser reemplazada por otra equivalente; si la víctima ha sufrido lesiones corporales,
deben cubrirse los costos médicos y de hospitalización; si se ha deteriorado el medio
ambiente, se le debe restituir.
Pero también puede obtenerse una reparación en naturaleza por medio de conductas que
no están dirigidas a restituir, sino que conducen a un resultado equivalente; es el caso, por
ejemplo, de la reparación de una difamación mediante la carga de publicar la sentencia que
declara incorrecta una información que afecta el nombre ajeno, lo que opera como una
especie de restitución moral del ofendido.
Opción de demandar la restitución en naturaleza o una indemnización
compensatoria. La reparación en naturaleza es una opción para el demandante, pues el
derecho chileno no establece un orden de precedencia de las acciones. La reparación en
naturaleza, sea que el demandado emprenda la restitución por sí mismo o la haga posible
mediante una indemnización suficiente para que la víctima pague los costos de reparación,
es siempre una alternativa o un complemento a la valoración contable de la pérdida
patrimonial neta o del daño moral sufrido.
La restitución en naturaleza corrige totalmente el daño o lo disminuye, de modo que
produce un efecto reflejo en la acción indemnizatoria: en la medida que el daño disminuye,
menor será el monto de la indemnización
Excepcionalmente, la acción en naturaleza está sujeta a exigencias menos estrictas que la
acción indemnizatoria, en la medida que esta última ponga en riesgo bienes jurídicos de
valor igual o superior al daño causado.

Límites a la opción y acumulación de restitución y reparación. a)La restitución en


naturaleza puede constituir una carga excesiva para el demandado. Así ocurre cuando su
costo excede tan sustancialmente el de la reparación puramente patrimonial que en justicia
no resulta exigible al demandado que asuma el costo de la restitución. Mientras algunos
ordenamientos reconocen esta solución en la ley, en otros también ha sido reconocida
jurisprudencialmente de lege ferenda.
A la inversa, en el párrafo anterior se ha mostrado que la aceptación de una reparación en
naturaleza puede ser inexcusable cuando ella significa un fuerte correctivo del daño sufrido
por el demandante o cuando así resulta del sopesamiento de los bienes jurídicos
comprometidos.
El establecimiento de límites al ejercicio del derecho de opción se deslinda mediante el
instituto del abuso de derecho y tiene su fundamento en el principio de proporcionalidad:
allí donde la consecuencia jurídica sea excesiva y se produzca una desnaturalización del fin
de la norma que otorga el derecho, éste cederá a efectos de que la proporcionalidad no sea
afectada, imponiendo un gravamen excesivo al responsable. La regla que limita la opción
por la acción de reparación en naturaleza, si ella no resulta exigible por desproporcionada,
vale para el daño a las cosas, pero puede ser generalizada para el daño patrimonial.
Tratándose del daño a las personas, en principio no rige esta limitación; sin embargo, el
estándar médico y clínico cubierto por la indemnización es el que corresponde al promedio
en la medicina del país, de modo que no quedan cubiertos los gastos extraordinarios de
tratamientos inusualmente costosos (intervención quirúrgica en el extranjero o en una
clínica particularmente cara, por ejemplo).
Por otra parte, la restitución en naturaleza suele acumularse a la indemnización
estrictamente reparatoria. Así ocurre si la cosa dañada es reparada, de modo que, si bien es
posible recuperar su valor de uso, puede tener un valor venal inferior al que tenía antes del
daño; y con el daño corporal, donde la indemnización que cubre los gastos necesarios para
la restitución al estado de salud anterior se suele acumular a la compensación del daño
moral y a la reparación del lucro cesante.

Normas aplicables a la restitución en naturaleza en el derecho chileno. Si el


demandado resulta obligado por la sentencia a hacer una cosa, el actor dispone de la triple
opción que le reconoce el artículo 1553 (en relación con los artículos 530 y sgts del CPC):
puede pedir i) que se apremie al deudor para que haga la restitución, ii) que éste le provea
los fondos para que la restitución pueda ser efectuada por la víctima, o iii) que se
indemnicen los perjuicios (esto es, la pérdida patrimonial neta).
Si el daño se repara mediante una prestación de dar o entregar un cuerpo cierto, se podrá
pedir la ejecución en naturaleza en el juicio ejecutivo respectivo (CPC artículo 438 Nº 1); si
se trata de dar un cosa genérica, la ejecución recae sobre la cantidad de dinero que sea
necesaria para su adquisición (CPC, artículo 438 Nº 2).
Si el demandado queda obligado por la sentencia a no hacer una cosa tendrá efecto la regla
del artículo 1555 (en relación con el artículo 544 del CPC), de modo que si no se cumple lo
ordenado por la sentencia, la obligación deviene en una de hacer (deshacer lo hecho).

Reparación indemnizatoria

a. Nacimiento y mora en el cumplimiento de la obligación

Época en que nace la obligación indemnizatoria. La responsabilidad civil tiene un


antecedente complejo que comprende i) el hecho
ii) imputable y iii) culpable iv) que causa v) daño. En la responsabilidad estricta se elimina el
requisito de la culpa y se da por supuesta la imputabilidad, pero subsisten los demás. La
obligación indemnizatoria nace cuando se cumplen copulativamente las condiciones de
responsabilidad. En consecuencia, por más que sólo en la sentencia definitiva sea
determinado el quantum de la indemnización, esa resolución no es técnicamente
constitutiva, sino declarativa de una obligación preexistente.
En atención a que el daño sólo puede ser contemporáneo o posterior (y nunca anterior) al
hecho que lo causa, aquél es siempre el elemento que determina el momento en que nace la
obligación indemnizatoria. En efecto, si el daño es contemporáneo al hecho que genera la
responsabilidad, concurren simultáneamente todos los elementos que la condicionan; y si
es posterior, sólo desde entonces habrá responsabilidad, porque el solo ilícito no da lugar a
responsabilidad civil.
La época de nacimiento de la obligación es importante especial-mente a efectos del cómputo
de los intereses y de la prescripción de la acción indemnizatoria.

Mora del obligado. La mora plantea una pregunta previa en materia de responsabilidad
extracontractual. Mientras en la responsabilidad contractual no es discutible que los
perjuicios por el retardo se cuentan desde la mora (artículo 1557), la cuestión no está
expresamente resuelta en el ámbito de la responsabilidad extracontractual.
Mientras la víctima del daño no requiera al deudor el pago de la indemnización, el
responsable no puede ser tenido por incumplidor. Incluso puede ocurrir que el responsable
aún no tenga noticia de la producción del daño.
Puede entenderse, en consecuencia, que la mora es un instituto común al derecho de
obligaciones y rige respecto de cualquier tipo de responsabilidad civil. Y en circunstancias
que en sede extracontractual no resultan aplicables las reglas 1ª y 2ª del artículo 1551, el
deudor de la obligación indemnizatoria sólo está en mora desde que ha sido judicialmente
requerido (artículo 1551 Nº 3).
En general, esta tesis no ha sido acogida por la doctrina y jurisprudencia, que ha partido de
la base de que la norma sobre la constitución en mora del artículo 1551 sólo se aplica en
sede contractual.

b. Momento que se considera a efectos de valorar el daño

Relevancia de la pregunta por el momento que se considera para valorar el daño. El


momento en que ocurre el daño tiene relevancia práctica en dos sentidos. Ante todo, a
efectos de la época que se toma en consideración para avaluar los perjuicios y, además, para
definir la época desde la cual se cuentan los reajustes de la suma declarada como
indemnización. Atendidas sus distintas naturalezas, la jurisprudencia acepta que se
establezcan fechas diferentes a efectos de valorar el daño patrimonial y el daño moral.
En los sistemas jurídicos donde no se reconocen reajustes al monto de la indemnización, la
tendencia es a acercar el momento relevante para la valoración a la sentencia definitiva; en
el derecho chileno, donde la práctica jurisprudencial de reconocer los reajustes permite
garantizar una indemnización de valores reales, al efectuar la valoración se debe establecer
el momento que resulta más correcto a esos efectos, atendida la naturaleza de los daños.

Momento que se considera para la valoración del daño patrimonial.


El juez debe tener la flexibilidad de criterio suficiente para determinar ese momento, bajo la
sola exigencia que éste sea consistente con la época que se ha tenido en consideración para la
valoración de los daños. El juez puede llevar a valores monetarios reales al momento de la
sentencia las estimaciones que tienen por antecedentes hechos anteriores al fallo (como
ocurre con los gastos de hospital o con los gastos de reparación de cosas corporales,
incurridos con anterioridad a la sentencia) o las estimaciones periciales efectuadas durante
el juicio (que deben ser actualizadas considerando el momento del respectivo informe o la
fecha que éste toma como referencia, según sea el caso).
En consecuencia, la propia sentencia puede señalar las fechas a partir de las cuales se deben
computar los reajustes o efectuar la actualización de esos valores en el mismo fallo. A falta
de otra declaración, no existe una razonable alternativa a determinar la época relevante
distinta a la fecha de dictación de la sentencia definitiva de primera o segunda instancia,
según sea la que determina el monto de la indemnización, porque sólo entonces convergen
todos los criterios de valoración. Esa es la tendencia generalizada en el derecho comparado
y parece ser también el criterio dominante en la jurisprudencia nacional.

Momento que se considera para la valoración del daño moral. Si en materia de daño
patrimonial resulta a menudo difícil determinar el valor del dinero a la época en que el daño
se produjo, ello resulta imposible en el caso del daño moral.
Al determinar la fecha desde la cual se debe reajustar la indemnización, la jurisprudencia se
ha ido progresivamente ordenando en torno a la idea de que la época relevante para la
determinación del daño moral es la fecha de la sentencia de primera o segunda instancia,
según sea la que efectúa la apreciación, porque sólo entonces el juez tiene una correcta
percepción del valor en dinero que está reconociendo como indemnización y puede recurrir
a los criterios de valoración que la práctica jurisprudencial haya establecido.

c. Reajustabilidad de la obligación indemnizatoria

Aceptación generalizada del criterio valorativo para la determinación de las


obligaciones. La historia económica chilena, marcada por la inflación durante largos
períodos de tiempo, muestra que la reajustabilidad de las obligaciones indemnizatorias se
convirtió en un principio de extensa aplicación. La reajustabilidad en sede extracontractual
debe inferirse de los principios aplicables. Aun después de haberse terminado el ciclo
inflacionario que dio lugar al cambio jurisprudencial, hoy se acepta sin reservas que las
obligaciones que surgen de la responsabilidad civil deben pagarse con reajustes. Se
entiende que es la única manera de cumplir con el principio de que la indemnización sea
completa.

Criterio para determinar la fecha de inicio del reajuste. La época desde la cual debe
otorgarse el reajuste comienza en el momento en que se calcula la indemnización. El reajuste
se justifica precisamente porque entre la moneda que sirve de base al cálculo de la
indemnización y la moneda del pago hay una diferencia de valor, de modo que la única
manera de asegurar que la víctima reciba la indemnización completa es incorporando como
reajuste esa diferencia de valor.

d. Intereses

Justificación del reconocimiento de intereses. Es práctica aceptada de los tribunales


aplicar intereses a la obligación indemnizatoria. Los intereses tienen por justificación el
lucro cesante o el daño emergente implícitos en el atraso en el cumplimiento de una
obligación.
El tiempo transcurrido entre la fecha en que ocurrió el daño y la fecha en que se pagó la
indemnización tiene un efecto patrimonial en la víctima del accidente (o en quienes la
socorren). Ese valor económico del tiempo es expresado por los intereses que gravan la
obligación indemnizatoria.

Intereses corrientes. En circunstancias en que los intereses no son una sanción, sino
simplemente expresan el costo de no haber recibido oportunamente el pago, corresponde
que se declaren intereses corrientes, que expresan precisamente el costo de mercado por el
uso del dinero durante el período de tiempo que transcurre hasta el pago de la
indemnización. El interés corriente, que por mandato de la ley es también el interés legal, es
publicado durante la primera semana de cada mes por la Superintendencia de Bancos e
Instituciones Financieras. En atención a que los intereses corrientes son diferentes para
operaciones reajustables y no reajustables, corresponde atender a si la suma reconocida
como indemnización considera reajustes (como es lo usual). En tal caso, corresponde
aplicar los intereses corrientes para operaciones reajustables, porque de lo contrario la
indemnización excedería el daño efectivo.

Fecha desde la cual se conceden intereses por el daño patrimonial.A falta de norma
legal expresa, desde un punto de vista sistemático y de justicia parece preferible que los
intereses se deban desde que el demandado queda notificado de la demanda
indemnizatoria.
Que los intereses corran desde la notificación de la demanda es la solución más justa desde
el punto vista de las posiciones relativas de las partes, encuentra fundamento legal en las
normas sobre efectos de las obligaciones del Código Civil y es consistente con el principio de
la reparación integral del daño patrimonial.

Fecha desde la cual se conceden intereses por el daño moral. La tendencia


jurisprudencial y doctrinaria a este respecto sea la de mirar desde la sentencia de instancia
hacia adelante en materia de intereses. Por lo general, los intereses son reconocidos desde
la fecha en que se dicta el fallo de primera o segunda instancia que fija el monto definitivo
de la indemnización (coincidiendo así el período de reajustes con el de intereses) o desde
que el fallo queda ejecutoriado. La primera opción parece preferible, porque entonces el
tribunal hace la apreciación de lo debido y el responsable está en situación de pagar lo
debido.

Fecha hasta la cual se reconocen reajustes e intereses. Los reajustes e intereses


resguardan la integridad de la indemnización, de modo que corren hasta la fecha de pago
efectivo.

Procedimiento de cálculo de intereses. Los intereses se pueden calcular de manera lineal


o compuesta. De acuerdo con la técnica del interés lineal no se pagan intereses sobre los
intereses acumulados; lo inverso ocurre en el cálculo del interés compuesto. En general,
parece aceptarse que la obligación indemnizatoria se calcula sobre la base de un método de
interés lineal, bajo el supuesto de que esta es la regla general a falta de disposición expresa. .
La suma de los intereses así calculada se suma al valor reajustado del capital
indemnizatorio reconocido por la sentencia a efectos de determinar el monto líquido de la
obligación.

¿Es necesario pedir expresamente el reajuste y los intereses? La jurisprudencia


normalmente exige que el reajuste y los intereses sean pedidos expresamente por el actor,
porque de lo contrario podría estimarse que se falla en ultra petita. Sin embargo, hay
buenas razones para que en el futuro se entienda lo contrario, porque el reajuste no es más
que la garantía del valor reconocido como indemnización en la sentencia y los intereses son
frutos civiles que naturalmente acceden a la obligación indemnizatoria.

e. Agravación y disminución del daño después de la demanda

Nuevos daños ocurridos con posterioridad a la demanda. La sentencia no se puede


pronunciar respecto de daños que no hayan sido objeto de las peticiones de la demanda. En
consecuencia, cualesquiera daños que ocurran antes que se dicte sentencia y que no hayan
sido invocados en la demanda quedan excluidos de la relación jurídica procesal. De ello se
sigue que la víctima tendrá que demandar en un nuevo juicio esos daños, sin que pueda
serle opuesta la excepción de cosa juzgada, precisamente porque la cosa pedida es diferente
de la expresada en la demanda (CPC, artículo 177 Nº 2). Con mayor razón, lo anterior vale
para los daños posteriores a la sentencia, en la medida que sean objetivamente imputables al
hecho ilícito.

Aumento en el valor de los daños. Los daños pueden haber aumentado de valor en el
tiempo intermedio entre la fecha de la demanda y la fecha de la sentencia o con
posterioridad a la sentencia. Conviene analizar por separado estas dos hipótesis. Si los
daños incluidos en la demanda aumentan de valor durante la tramitación del pleito, se
puede entender que forman parte de la relación procesal y que el juez debe valorarlos según
la magnitud que adquieren al momento de la sentencia definitiva, según el principio que la
indemnización debe ser completa. La regla subyacente expresa que para la valoración
resulta relevante toda evidencia que produzcan las partes para apreciar los daños que el
actor refiere en su demanda. Por el contrario, parece existir acuerdo en que si el cambio de
valor se produce con posterioridad a la sentencia definitiva de segunda instancia, el monto
de la indemnización no puede ser revisado en virtud del principio de cosa juzgada.

Disminución del valor de los daños con posterioridad a la demanda. El cambio de valor
de los daños puede ocurrir porque no se producen daños que se esperaba se produjeran (el
discapacitado encuentra una oportunidad de trabajo más rentable que la anterior) o porque
son de menor intensidad que la esperada (los daños corporales tienen una evolución más
favorable que lo previsto). A su vez, estos cambios se pueden producir durante el juicio o
con posterioridad a la sentencia definitiva.
En principio, todo cambio favorable a la víctima que ocurra durante la tramitación del juicio
debe ser considerado en la sentencia. No existe diferencia, en este caso, entre la disminución
del valor del daño y la no realización del daño que era esperado al momento de plantearse
la demanda (según el principio de que el juez no está del mismo modo determinado por las
excepciones y alegaciones del demandado que por las peticiones del demandante). Si el
daño invocado por el demandante no se produjo o se produjo en una intensidad inferior, el
juez no podrá darlo por acreditado, lo que es razón suficiente para que se frustre total o
parcialmente la pretensión indemnizatoria.
Todo parece indicar que los hechos ocurridos después de dictada la sentencia de término no
son relevantes si se traducen en un mero cambio en los valores del daño. Por el contrario, si
la víctima sufre nuevos daños con posterioridad a la demanda o si con posterioridad a la
sentencia de término llega a ser cierto que no se producirá un daño para el cual se reconoció
indemnización, el objeto pedido y la causa de pedir, respectivamente, son diferentes a los
del juicio anterior; en consecuencia, en tales casos no puede esgrimirse la cosa juzgada para
enervar la nueva acción indemnizatoria de la víctima o la acción restitutoria de quien ha
sido condenado. La mejor alternativa frente a la eventualidad de cambio de la situación, que
a menudo afecta a los daños futuros, es que el propio fallo asuma la incertidumbre y
reconozca la indemnización condicionada a que lleguen efectivamente a ocurrir.

f. Correctivos al monto de la indemnización

Principios relativos al monto de la indemnización. En el capítulo sobre el daño se han


mostrado los principios que rigen la determinación del quantum indemnizatorio. En esta
sección serán analizados ciertos correctivos a esos principios de la reparación integral del
daño patrimonial y a la reparación equitativa del daño moral. Los correctivos han sido
ordenados en tres grupos: límites legales, correctivos de proporcionalidad y baremos
jurisprudenciales.

Límites legales a la indemnización. El CC no establece reglas especiales para la valoración


del daño. Sólo contiene una referencia a los tipos de daño patrimonial (daño emergente y
lucro cesante) y señala que la indemnización comprende a ambos por igual. De ese modo, la
ley civil asume que el daño patrimonial debe ser totalmente reparado, salvo que la
indemnización quede expresamente limitada al daño emergente (artículo 1556 II). Más allá
del CC, el principio de reparación integral del daño patrimonial suele estar limitado en
ciertos estatutos legales especiales de responsabilidad, particularmente en regímenes de
responsabilidad estricta. En la responsabilidad estricta, la reparación integral es coherente
con el criterio de que quien realiza la actividad sujeta a ese régimen de responsabilidad
asume la totalidad de los riesgos. En tal caso, la reparación integral es el efecto natural de la
atribución de riesgos efectuada por la ley. La circunstancia que la indemnización esté a
veces limitada por el legislador, es parte del particular arreglo de consideraciones de
justicia y de otros fines públicos que suele subyacer tras ese tipo de responsabilidad: por un
lado, se quiere prevenir accidentes, protegiendo a las víctimas del peligro; pero también se
desea que la respectiva actividad sea viable, para lo cual se le fijan riesgos determinados,
que son asegurables.

Hecho o culpa de la víctima. El hecho o culpa de la víctima que interviene causalmente en


la producción del daño puede dar lugar a disminución y, en el extremo, a exclusión de
responsabilidad.

Correctivos de proporcionalidad del derecho comparado.


La responsabilidad civil es ciega respecto de la posición social y económica de la víctima. El
principio de la reparación integral del daño obliga a dejar a la víctima en la situación
patrimonial en que se encontraba antes de sufrir el daño.
Algunos códigos han introducido una cláusula de reducción en equidad de la indemnización.
Su función es atender a la carga desproporcionada que la obligación indemnizatoria impone
al responsable.
Por otro lado, también se ha sostenido que la limitación prudencial de la obligación
indemnizatoria puede resultar de una exigencia constitucional, asumiendo que las garantías
constitucionales establecen un umbral mínimo de protección por parte del derecho privado.
Se argumenta que no es admisible que la ley civil incurra en una limitación excesiva del
derecho al desarrollo de la personalidad al hacer primar el principio de reparación integral,
aunque ello conduzca a que quede comprometida la capacidad del demandado a desarrollar
un proyecto de vida mínimamente exitoso. Esta posición presenta las dificultades generales
de la aplicación directa de la Constitución a materias civiles, y así ha sido planteado
enérgicamente por la doctrina que se opone a ese efecto horizontal inmediato. Por lo demás,
si se trata de introducir en el derecho civil valoraciones constitucionales, el resultado se
puede obtener de mejor manera que por la aplicación directa de la Constitución, mediante
la interpretación reflexiva de las cláusulas generales del derecho de obligaciones (como el
principio de buena fe); este camino tiene la ventaja de ser más susceptible de un control de
coherencia interna en el ámbito del derecho privado, evitando la irrupción inorgánica de
principios constitucionales, que no han sido desarrollados con atención en las relaciones
privadas.
Los caminos más transitables parecen ser el seguro obligatorio y las reglas generales del
derecho de obligaciones, que establecen un límite de compasión al rigor de los deberes en el
derecho privado.
Sin embargo, no solo las deudas provenientes de la responsabilidad civil pueden
comprometer la vida futura de una persona, sino también las obligaciones contractuales o
de otras fuentes. Por eso, el problema se plan-tea más bien en el terreno de la ejecución de
las obligaciones patrimoniales en general.
Sin perjuicio de las normas sobre prescripción, el riesgo de que una obligación
indemnizatoria pueda comprometer toda la vida de trabajo futuro de un joven, que ha
provocado un accidente grave por su negligencia leve, puede neutralizarse aplicando
correctamente las normas sobre insolvencia del deudor civil. Esas normas producen la
extinción de las obligaciones del deudor insolvente en un plazo razonable (aunque nada
justifica que este plazo sea inferior para el deudor sujeto a la ley de quiebras que para el
deudor civil común). En el lapso intermedio, el deudor goza del beneficio de competencia,
que permite pagar lo que el deudor ‘buenamente pueda’ (artículos 1625, en relación con
1626 Nº 6). Sin necesidad de establecer reglas de excepción en sede de responsabilidad
civil, estos correctivos, que introducen un óleo compasivo en el derecho de obligaciones,
debieran permitir que se eviten los efectos patrimoniales más exorbitantes para el
responsable de daños cuantiosos.

Baremos indemnizatorios desarrollados por la práctica judicial.


En el derecho comparado se ha desarrollado la práctica legal o jurisprudencial de establecer
baremos a la indemnización del daño moral. Los baremos tienen por finalidad razones de
seguridad jurídica y de justicia formal.
En materia de daño patrimonial existe una interesante experiencia de establecimiento de
baremos mínimos, cuando no resulta posible probar el lucro cesante: se trata de asumir que
la víctima del accidente recibirá al menos el ingreso mínimo o una suma equivalente.

g. Compensación de beneficios obtenidos por la víctima en razón del accidente

Generalidades.
En general, conviene distinguir los beneficios conexos al daño sufrido por la víctima
(pensiones, seguros) de los otros efectos patrimoniales positivos que se pueden seguir del
accidente. Los casos más típicos de estos últimos, en casos de daños a cosas corporales, son
el valor remanente de la cosa destruida, en circunstancias que la indemnización cubre su
valor de sustitución y el mayor valor que puede tener la cosa luego de reparada. También en
caso de daño corporal puede ocurrir que la víctima evite gastos relevantes durante el
período de curación, en que su mantención es financiada por el demandado. En estas
situaciones, esos valores resultan determinantes al momento de apreciar el daño efectivo,
de modo que deben ser diferenciados de otros tipos de beneficios colaterales. En esta
sección se intentará revisar las diversas hipótesis de beneficios colaterales, intentando
buscar criterios diferenciados atendiendo a su naturaleza.

Criterios de atribución de beneficios conexos al daño.


Tradicionalmente los beneficios conexos fueron tratados como disminución del daño, de
modo que deberían ser deducidos de la indemnización en virtud del principio de la
diferencia, por el cual el daño expresa la diferencia de valor patrimonial entre el estado de
cosas anterior y posterior al hecho ilícito del demandado. A ello se agrega el argumento del
enriquecimiento sin causa, en cuya razón no resultaría legítimo que la víctima obtuviera
una reparación por el daño no efectivamente sufrido. Todo ello llevó a plantear la pregunta
por el significado de los beneficios conexos como una cuestión de cúmulo de
indemnizaciones, que contravendría el principio de que un daño no puede ser doblemente
reparado; de ello se sigue que el responsable del accidente sólo se haría cargo de la parte
del daño que no haya sido cubierta por terceros. Sin embargo, esa solución presenta
diversas dificultades. Ante todo, no resulta justo que el responsable pueda desprenderse de
su responsabilidad en razón de la beneficencia de personas cercanas a la víctima u
obligaciones contractuales de terceros, porque ello significaría cargar con el costo
del accidente a la propia víctima o a esos terceros (como ocurre cuando la víctima es
socorrida por la familia o el riesgo del accidente está cubierto por un seguro de daños
contratado por ella misma). En segundo lugar, no se cumple un estándar de prevención
óptima si el autor del daño no se hace efectivamente cargo de los efectos de su negligencia.
Finalmente, hay beneficios que reciben las víctimas cuya causa sólo ocasionalmente es el
accidente, de modo que nada justifica que sean descontados de la obligación indemnizatoria
del demandado que causó el daño (como ocurriría si la víctima en el ocio de su
hospitalización realiza una especulación bursátil afortunada).
En definitiva, pueden tenerse por frustrados los esfuerzos de la doctrina y jurisprudencia
comparadas para establecer criterios relativamente unívocos para discriminar entre los
beneficios que deben ser deducidos de la indemnización y aquellos que, por el contrario, no
afectan su monto. A falta de criterios generales inequívocos, los argumentos anteriores
deben ser objeto de una valoración que atienda a las características de cada tipo de beneficio
correlativo, para determinar si procede practicar la deducción. La respuesta correcta jamás
será que se descuentan todos los beneficios, como tampoco la inversa, que ninguno sea
considerado a efectos de calcular la indemnización.

1. Beneficios que resultan de hechos propios de la víctima del daño

Los ingresos del trabajo normalmente disminuyen el lucro cesante. En virtud de la


carga que pesa sobre la víctima de contribuir diligentemente a que el daño se mantenga
acotado, también después que el accidente ha ocurrido, los ingresos del trabajo que ella está
en condiciones de percibir se contabilizan a efectos de apreciar el lucro cesante neto que ha
sufrido. El artículo 2330 establece una carga de diligencia mediana, de modo que si la
víctima se ha impuesto exigencias extraordinarias para enfrentar los costos del accidente,
ese exceso no debiera aprovechar al responsable.

Ventajas que provienen de contratos distintos a la prestación de servicios. La


pregunta que resulta necesario formular en estos casos es si existe una relación causal, una
‘conexión interna indisoluble’, entre el daño y el beneficio. Si alguien, por el hecho culpable
de un tercero, se ve impedido de realizar una actividad, a efectos de valorar el daño, debe
considerarse cualquiera otra actividad que pudo realizar luego de haberse frustrado la
primera. Por el contrario, comos se ha visto, no existe relación alguna entre el daño y el
beneficio que resulta de usar el ocio que acompaña al período de restablecimiento, por
ejemplo si se participa exitosamente en un juego de azar. Tampoco existe una ventaja
compensable si el demandante de daños reflejos, que se siguen de la muerte de la víctima
directa, ha llegado a ser también heredero de ella; más allá que la excusa sea impresentable
(y eso explica que no sea planteada, a pesar de hacer sentido desde un punto de vista
puramente patrimonial), el derecho de herencia se adquiere como consecuencia de la
muerte de la víctima directa, con independencia de la causa de su fallecimiento.
En definitiva, una cierta relación de causa adecuada entre el daño y el beneficio (esto es,
que el beneficio sea una consecuencia ordinaria y no meramente ocasional del daño), es un
requisito que resulta relevante en distintas jurisdicciones al momento de considerar si el
beneficio debe ser descontado de la indemnización.

2. Beneficios residuales y ahorros de gastos

Valor remanente de la cosa sustituida por otra y mayor valor de la cosa recibida. Al
tratar del daño a las cosas se han analizado dos situaciones referidas a beneficios conexos
que puede obtener el demandante de un daño a las cosas. Ante todo, el responsable de los
daños tiene derecho a que le sea entregada la cosa que se ha tenido por destruida o que le
sea deducido el valor remanente; a este respecto, hay acuerdo en la doctrina y
jurisprudencia nacional que se han ocupado de la materia.
Más difícil resulta la pregunta por la deducción del mayor valor que tiene la cosa nueva que
reemplaza a la antigua. Por mucho que intuitivamente se tienda a aceptar la deducción de
ese mayor valor, de modo que sea de cargo de quien recibe la reparación, en el derecho
comparado la pregunta es contestada sobre la base de ciertas calificaciones especiales, o
simple-mente la deducción no es aceptada.

Gastos que se evitan a consecuencia del accidente. En el cálculo del lucro cesante
resulta evidente que los gastos que habrían sido necesarios para producir los ingresos
esperados deben ser deducidos, a efectos de calcular la ganancia neta esperada. Pero, más
allá de esa consideración evidente, surge la pregunta por el efecto de los gastos en que la
víctima dejó de incurrir a consecuencia del daño sufrido. Dos grupos de gastos son
especialmente relevantes: los gastos y los impuestos ahorrados.
Respecto de unos y otros, lo determinante es que el ahorro se produzca precisamente a
consecuencia del daño. Así, mientras la cosa deteriorada está en reparaciones, habrá
ahorros de mantención, de seguros e incluso de depreciación. Todos ellos disminuyen el
valor de los perjuicios, bajo la condición de que sean significativos (en la medida que puede
entenderse que los beneficios están sujetos a una regla de relevancia análoga al daño).

3. Prestaciones de terceros por daños personales.

Importancia práctica del cúmulo de prestaciones. A medida que se desarrolla el sistema


de seguros públicos y privados, voluntarios y forzosos, es más frecuente que la
indemnización por daños (especialmente corporales) concurra con otras prestaciones de
terceros. Las razones por las cuales la víctima puede recibir pago de un tercero son muy
diferentes.
Según estudios comparados, un porcentaje muy menor de los accidentes personales da
lugar a una indemnización de perjuicios. En términos relativos, quien sufre daños a
consecuencia de un hecho que genera responsabilidad civil para un tercero está en una
mejor posición relativa que quienes sufren daños análogos y no los pueden atribuir a un
responsable (por ejemplo, a consecuencia de una caída en que no interviene culpa de
tercero). Eso mismo hace que los sistemas de seguro público y privado estén preparados
para atender a grupos mucho más extensos de víctimas que las protegidas por acciones de
responsabilidad civil. Por otro lado, en circunstancias que los sistemas de responsabilidad
civil proveen a menudo reparaciones más completas que los otros sistemas de reparación,
es una constante que quienes disponen de una acción indemnizatoria obtienen, por lo
general, una reparación del daño comprensiva de todos los perjuicios efectivamente
sufridos (a diferencia de lo que usualmente ocurre con los sistemas de seguridad social).
Así y todo, hay razones para que ambos sistemas resulten de interés para la víctima.
Mientras la responsabilidad civil tiene la ventaja de la extensión de la cobertura de daños,
los sistemas de seguros garantizan la oportunidad y certeza de que la suma reconocida será
efectivamente pagada.

Preguntas jurídicamente relevantes que plantea la compensación de beneficios


otorgados por terceros. Revisando doctrina y jurisprudencia, se constata que gran parte
de las dificultades conexas a la compensación de los beneficios otorgados por terceros tiene
origen en la confusión de dos cuestiones diferentes.
Una primera cuestión se refiere a la relación con el autor del daño. La pregunta relevante,
en este caso, es si acaso el beneficio que obtiene la víctima disminuye la obligación
indemnizatoria del demandado. La tendencia general del derecho comparado ha sido a que
los beneficios no se deduzcan de la indemnización que debe pagar el responsable.
Una segunda cuestión asume que la primera pregunta ha sido contestada de un modo
negativo, esto es, que el responsable debe cubrir el total de los daños aunque la víctima
tenga otros beneficios. Bajo ese entendido, la segunda cuestión se refiere al beneficiario de
la indemnización de perjuicios y sugiere la siguiente pregunta: ¿es la víctima quien ha
recibido una suma de un tercero o es el tercero quien ha pagado los costos del accidente? El
problema es determinar, cuándo la indemnización cede en beneficio del tercero que ha
hecho la prestación en beneficio de la víctima. La tendencia en el derecho comparado ha
sido calificar, en primer lugar, si la prestación del tercero tiene naturaleza indemnizatoria o
si es una renta de otra naturaleza. Un segundo criterio, que se combina con el anterior, es si
el pago del tercero tiene por causa un contrato que ha sido financiado por la víctima, que
pueda ser entendido como un fondo de ahorro atribuido a un determinado fin, o si, por el
contrario, proviene de la seguridad social o de prestaciones de terceros (el empleador, por
ejemplo). Los terceros pueden tener tres caminos legales diferentes para recuperar lo
pagado a la víctima: bien pueden tener un derecho legal o contractual a subrogarse en la
pretensión indemnizatoria de la víctima, hasta el monto de lo que hayan pagado; pueden
también tener el derecho a exigir que la víctima les ceda las acciones contra el responsable;
o bien, finalmente, pueden tener una acción personal de reembolso contra la víctima que ha
recibido indemnización.

Esquema de las posibles alternativas. En definitiva, cuando un tercero ha efectuado a la


víctima una prestación que tiene por antecedentes los mismos hechos que dan lugar a la
responsabilidad, hay tres alternativas posibles: i) el civilmente responsable paga menos que
el valor de los daños que ha provocado, porque los pagos del tercero a la víctima son
descontados a efectos de calcular la obligación indemnizatoria; ii) el responsable del daño
indemniza la totalidad de los daños y la víctima conserva la suma recibida del tercero y,
además, la indemnización; o iii) el responsable del daño paga la totalidad de la
indemnización, pero contra esa prestación el tercero tiene acción por una suma equivalente
a lo que ya haya pagado.
Sin perjuicio que las hipótesis son múltiples y de las diferencias técnicas entre las distintas
soluciones, puede adelantarse que por razones de justicia y adecuada prevención las
soluciones comparadas tienden a preferir la alter-nativa iii), a menos que la prestación del
tercero no tenga por fin indemnizar al titular o provenga de un fondo de ahorro de la propia
víctima, casos en los cuales se opta por la alternativa ii). Sin embargo, todo ello es tentativo,
porque en la materia es difícil generalizar.
b) Los criterios que aquí se analizan suponen que no haya un estatuto legal especial (como,
por ejemplo, el artículo 69 de la Ley de accidentes del trabajo) y, en el caso de los contratos
privados de seguro, que no haya regla contractual que regule el destino de la indemnización
por responsabilidad civil.

Seguros de vida o accidentes en la forma de un capital o de rentas vitalicias.


Los seguros de vida, sea en la forma de un capital o de una renta vitalicia, son esencialmente
mecanismos convencionales de capitalización y ahorro previsional. Su finalidad no es
indemnizatoria, sino enfrentar una contingencia de incapacidad o sobrevivencia más allá de
una cierta edad, o de muerte mediante una capitalización asegurada. En consecuencia, los
seguros de vida y de accidentes no están comprendidos en la definición de seguro del
Código de Comercio (artículo 512), que atiende precisamente a la finalidad indemnizatoria
de la póliza. Por lo demás, del texto de esa definición se infiere que su objeto es
exclusivamente el seguro de cosas.
Atendidas las finalidades de los seguros de vida y accidentes, que garantizan una renta o un
capital sobre la base de aportes previos del asegurado, existe acuerdo en el derecho chileno
y comparado en que la suma pagada por el asegurador no tiene la misma naturaleza que la
indemnización de perjuicios, de modo que la víctima tiene derecho a percibir una y otra.

Seguros de enfermedades y daños corporales.


En el seguro de daños personales el asegurador no se obliga a pagar un capital o una renta
en el evento de ocurrir las condiciones previstas, sino a hacerse cargo de los daños sufridos
por el asegurado. Los principales seguros de daños personales cubren riesgos de daños
corporales sufridos en accidentes y riesgos de enfermedad. Es el caso del seguro que cubre
los gastos que se siguen de un accidente y del seguro de salud contratado con alguna
institución de salud previsional (Isapre), que dan derecho al asegurado a ser indemnizado
por los gastos en que incurra en razón del accidente o de la enfermedad.
Los contratos que tienen por objeto cubrir los costos de un accidente o de una enfermedad
tienen naturalmente una finalidad indemnizatoria, porque su objeto es cubrir un siniestro
personal y puede entenderse que les resulta aplicable la regla de subrogación del artículo
553 del Código de Comercio (y si se entendiera que ese no fuere el caso, debe asumirse que
dan derecho a obtener el reembolso de lo recibido del asegurador, si la víctima recibe una
indemnización de quien sea civilmente responsable).

Prestaciones por seguros obligatorios de accidentes del trabajo y del tránsito.


El más eficiente sistema de seguro social por accidentes está establecido en materia laboral.
La Ley de accidentes del trabajo establece una cobertura por las lesiones que se produzcan
al trabajador a causa o con ocasión de la relación de trabajo, con efecto de lesiones,
enfermedades o muerte (artículo 5º). El seguro no se financia con aportes del trabajador,
sino del empleador, además de otras fuentes secundarias (incluidos los ingresos que se
obtengan del responsable civil del accidente cubierto por el seguro).
Si los daños son superiores a los cubiertos por el seguro, la ley concede a la víctima del
accidente una acción personal en contra de quien resulte civilmente responsable, cuyo
objeto es obtener indemnización por la diferencia de valor entre lo percibido del
asegurador y el daño efectivamente sufrido (Ley de accidentes del trabajo, artículo 69 b).
En circunstancias que el sistema se sostiene en un fondo de indemnizaciones y que su
financiamiento no proviene del trabajador, es coherente con los principios mencionados
que el organismo administrador del fondo, también tenga acción en contra del responsable
del accidente, por las prestaciones que haya otorgado o deba otorgar a la víctima (artículo
69 letra a). A pesar del imperfecto lenguaje de la ley, que habla de una acción para repetir
en contra del responsable del accidente, en verdad la acción surge del pago que efectúa el
asegurador al asegurado, de modo que da lugar a subrogación personal en los derechos de
la víctima como acreedor de la obligación indemnizatoria (Código de comercio, artículo
553). En consecuencia, la acción del asegurador se dirige directamente en contra del
responsable y la víctima carece de acción para repetir contra el asegurador lo que haya
obtenido del responsable. A su vez, la acción de la víctima contra el responsable, por los
daños no cubiertos por el seguro, tiene preferencia respecto de la que ejerce el asegurador
como subrogado en los derechos de aquélla (artículo 1612 II).
Las prestaciones del seguro obligatorio de accidentes de vehículos motorizados, establecido
por la ley Nº 18.490, son típicamente indemnizatorias; en consecuencia, las sumas pagadas
por el asegurador se imputan a los pagos que deba realizar el conductor o el propietario
asegurado por concepto de responsabilidad civil (artículo 15 III). Asimismo, es compatible
con la acción de responsabilidad civil extracontractual, de acuerdo con las reglas generales
analizadas en esta sección. En circunstancias que la cobertura obligatoria es por montos
limitados, no se plantea en el derecho chileno la pregunta de otros sistemas más
comprensivos, donde las prestaciones del seguro no pueden acumularse a la indemnización
de perjuicios con fundamento extracontractual.
Siguiendo las reglas generales del seguro de responsabilidad civil, el asegurador no tiene
acción contra el asegurado, salvo que haya actuado dolosamente, pero sí la posee en contra
de los demás responsables del accidente (artículo 16). Aunque la ley dice que otorga una
acción para recuperar lo pagado, puede entenderse que se trata de una subrogación en las
acciones que corresponden al asegurado (Código de Comercio, artículo 553 I).

Prestaciones de los sistemas de seguridad social.


Los sistemas de seguridad social pueden tener por objeto la cobertura de gastos de
enfermedad o muerte o la provisión de ingresos por desocupación, incapacidad o jubilación.
En el primer sentido, su función es claramente indemnizatoria, pues la prestación se mide
en razón del daño. Tratándose de rentas, la cuestión suele ser más complicada, porque se
entrecruzan fines indemnizatorios y previsionales.
A falta de norma legal especial, los eventuales conflictos de interés entre las víctimas, los
civilmente responsables y los organismos que pagan subsidios debieran ser resueltos de
acuerdo con los criterios enunciados. Por regla general, el responsable civil no puede
traspasar a la víctima, su empleador o la comunidad (según sea quien haya financiado el
pago) el costo de reparar el daño provocado, de modo que el beneficio otorgado por el
instituto de seguridad social no debe deducirse de la indemnización devengada a título de
responsabilidad civil.
Resuelta esa cuestión, queda abierta la segunda pregunta, relativa a si el instituto de
seguridad social tiene derecho a recuperar lo pagado o si, por el contrario, la indemnización
y el beneficio se acumulan en favor de la víctima. Todo indica, como se ha adelantado, que lo
decisivo es determinar si el pago del tercero tiene carácter indemnizatorio, caso en el cual
no es correcto que proceda la acumulación, mientras lo contrario debiera ser el caso si se
trata de una renta que proviene de un ahorro previsional de la propia víctima. En una
situación intermedia se encuentran las pensiones asistenciales que no han sido financiadas
por la víctima; la legislación y jurisprudencia comparadas tienden a cambiar el criterio
tradicional de que las prestaciones sociales son acumulables a la indemnización por
responsabilidad civil, otorgándose acción de reembolso a favor del asegurador, de modo de
evitar una doble indemnización a costa del sistema de seguridad social.

4. Seguro de daños a las cosas y de daños puramente patrimoniales


Seguro de daños a las cosas y de daños puramente patrimoniales. En el caso del seguro
de daños a las cosas, el beneficio proviene de un tercero (el asegurador), que se hace cargo
de cubrir la pérdida sufrida por el asegurado, cualquiera sea su causa. Es un típico seguro
con finalidad indemnizatoria, según la definición del Código de Comercio (artículo 512). En
consecuencia, no puede resultar un lucro para el asegurado (artículo 517), de lo que se
sigue que no se pueden acumular las indemnizaciones provenientes del seguro y de la
responsabilidad civil. Para resguardar los derechos del asegurador a recuperar lo que haya
pagado al asegurado, se le reconoce el derecho legal de subrogarse al asegurado en los
derechos y acciones que éste tenga contra terceros en razón del siniestro (artículo 553).
Los mismos principios rigen respecto de otros seguros que cautelan intereses puramente
patrimoniales, como el seguro de lucro cesante.

Seguro de responsabilidad civil. Por lo general, el asegurador de la responsabilidad civil


no tiene acción en contra de terceros, porque su función es precisamente cubrir el riesgo de
que el asegurado contraiga una obligación indemnizatoria.
La acción puede serle de interés en casos de responsabilidad por el hecho ajeno, en cuyo
caso puede tener la acción contra quien provocó el daño por su propia negligencia; o si el
asegurado ha coparticipado con otras personas en provocar el daño, en cuyos casos se
plantean cuestiones de contribución a la deuda. En estas situaciones se aplica la norma del
art 553 I del C. de Comercio, que da derecho al asegurador, por el hecho del pago del
siniestro, a subrogarse al asegurado en los derechos y acciones que a éste correspondían en
contra de terceros, o puede pedir la cesión de acciones que el asegurado tendría contra
terceros si hubiese pagado la deuda .
También puede tener acción en contra del propio asegurado que incurrió dolosamente en el
accidente, según las reglas generales del seguro de responsabilidad civil, en cuya virtud el
dolo no puede ser asegurado.

h. Naturaleza del crédito indemnizatorio

El crédito indemnizatorio no tiene preferencia. En atención a que las preferencias son


de derecho estricto y que ninguna norma legal las establece a su respecto, el crédito
indemnizatorio es de la quinta clase (valista) según dispone el artículo 2489.

Naturaleza jurídica de la indemnización en los distintos regímenes de bienes del


matrimonio. La indemnización se paga en dinero y, por tratarse de un bien mueble
adquirido durante el matrimonio, ingresa al haber social (artículo 1725). En ciertos casos
ingresará al haber absoluto y en otros al relativo, con cargo a recompensa a favor del
cónyuge que sufrió el daño, todo en aplicación de las reglas generales.
Tratándose de bienes sociales dañados por la acción de terceros, la indemnización ingresa
inequívocamente al haber absoluto de la sociedad conyugal. Por el contrario, si el bien
dañado es propio de alguno de los cónyuges, la indemnización entrará al haber relativo, con
cargo a recompensa en favor de a quien pertenecía, porque se trata de dinero adquirido por
el cónyuge propietario durante el matrimonio (artículo 1725 Nº 4). En el caso de los daños
corporales, todo indica que la misma regla debe entenderse aplicable al daño moral. Más
discutible es el caso del daño patrimonial que se sigue de lesiones corporales, pues en la
medida que la capacidad de trabajo de los cónyuges está a disposición de la sociedad
conyugal, de conformidad con la regla del artículo 1725 Nº 1, también debe entenderse que
lo está la indemnización que la compensa.
En el régimen de separación de bienes cada cónyuge se apropia de las indemnizaciones que
tengan su causa en bienes que les pertenezcan o en derechos de la personalidad que les
hayan sido afectados.
En el régimen de participación en los gananciales el daño patrimonial se traduce en una
pérdida patrimonial que es compensada por la indemnización, de modo que el resultado
final no afecta el crédito de gananciales.
Mayores dificultades plantea el daño moral, en su caso no hay disminución patrimonial
correlativa al ingreso proveniente de la indemnización, de modo que puede entenderse que
ella deviene en un aumento patrimonial neto en aplicación de la regla de cálculo del artículo
1792-6.

Calificación tributaria de la indemnización. Impuesto al valor agregado.


En materia de impuesto a la renta, el tratamiento tributario aplicable a una indemnización
de perjuicios depende de la clase del daño que se indemniza:
• Daño emergente: La reparación del daño emergente constituye un ingreso que no es
constitutivo de renta, en la medida que la indemnización expresa el daño patrimonial
efectivamente sufrido, de modo que no se encuentra gravado con el impuesto a la renta (DL
824/1974, sobre impuesto a la renta, artículo 17 Nº 1). Por el contrario, el exceso está
gravado conforme a las reglas generales.
• Lucro cesante: La reparación del lucro cesante importa la incorporación al patrimonio de
una ganancia esperada, de modo que constituye un hecho gravado con impuesto a la renta,
según las reglas generales (DL 824/1974, sobre impuesto a la renta, artículo 20 Nº 5)
• Daño moral: La reparación del daño moral no constituye renta, siempre que haya sido
establecida por sentencia ejecutoriada, sea de un tribunal ordinario o arbitral (DL
824/1974, sobre impuesto a la renta, artículo 17 Nº 1).
Atendido el principio de la reparación integral del daño, el impuesto al valor agregado (IVA)
soportado a consecuencia de la adquisición de un nuevo bien que reemplaza al dañado o
por la reparación de un bien dañado, tiene el carácter de un daño patrimonial indemnizable,
a condición de que se pruebe que ese impuesto no puede ser recuperado por la víctima
como crédito fiscal, esto es, cuando ese impuesto debe ser efectivamente soportado por el
contribuyente como un costo o un gasto.

i. Calificación de la resolución que se pronuncia sobre el daño

Calificación tradicional de las decisiones relativas al daño como cues-tiones de hecho.


La doctrina y jurisprudencia tradicionalmente han entendido que la existencia y valoración
de los perjuicios es una mera cuestión de hecho cuyo establecimiento es facultad privativa
de los jueces del fondo, de modo que escapa al control jurídico por medio del recurso de
casación en el fondo. Durante un período, la Corte Suprema asumió con frecuencia, por la
vía del recurso de queja, la función de revisar la regulación del monto de la indemnización
efectuada por los jueces del fondo. La restricción al recurso de queja en la legislación
vigente y la reticencia a distinguir las cuestiones jurídicas de las meramente de hecho en
materia de determinación y valoración del daño, han llevado, por regla general, a que la
materia quede excluida en gran medida de control jurídico.

Importancia de la jurisprudencia de casación para el desarrollo de criterios jurídicos


en materia de daño. La indeterminación de la ley supone siempre en materia de derecho
privado una delegación a la jurisprudencia para dar forma progresiva a reglas más precisas
que garanticen consistencia y justicia en sentido formal (igualdad ante la ley). Por otro lado,
conviene recordar que la jurisprudencia ha impulsado importantes pasos en materia de
daño desde la dictación del CC (indemnización del daño moral en materia extracontractual y
luego contractual; reconocimiento del daño reflejo o por repercusión; reajustabilidad de la
indemnización; reconocimiento de intereses sobre la deuda indemnizatoria), de modo que
las preguntas propiamente jurídicas han sido decisivas en la evolución jurisprudencial del
derecho de daños.

Principales cuestiones jurídicas que supone la determinación y valoración del daño.


Revisando la extensa jurisprudencia chilena parece conveniente un desarrollo
jurisprudencial en algunos puntos de especial interés respecto del recurso de casación:
i) La más básica exigencia de derecho es que el daño sea determinado y valorado en
concreto. La generalizada práctica de asignar sumas globales no es compatible con los
derechos a una reparación integral del daño patrimonial y a una equitativa compensación
del daño moral. Por otro lado, la ausencia de control jurídico respecto de la carga que recae
en los jueces del fondo de justificar las partidas del daño produce un incentivo incorrecto,
porque para conseguir que el fallo no sea anulado es más seguro asignar arbitrariamente
una suma global (donde no habría posibilidad de error jurídico), en vez de analizar
pormenorizadamente los distintos conceptos de daño (donde sí la habría).
Por lo demás, la ley procesal se hace cargo de esta exigencia al prescribir que la sentencia
que condena a una indemnización debe hacerse cargo de la especie y monto de los
perjuicios y, en todo caso, de establecer las bases que deban servir para su liquidación (CPC,
artículo 173); más allá de la discusión acerca de si se puede postergar la avaluación para un
procedimiento incidental posterior al juicio, debe entenderse que esa regla establece una
distinción que pertenece a los requerimientos de lógica interna de toda sentencia que
condena a una indemnización: debe contener criterios (bases) de determinación y
valoración de los perjuicios, una descripción precisa de los tipos de daños por los que se
reconoce indemnización (especie) y una estimación de su monto (valoración). De lo
contrario, como se verá, el fallo no cumplirá con el requisito esencial de fundamentación
impuesto por el at 170 Nº 4 del CPC pudiendo ser objeto de casación en la forma (artículo
768 Nº 5).
ii) relacionado a lo anterior está el control de corrección jurídica de los motivos de valoración
del daño. La jurisprudencia está conteste en que la valoración en concreto del daño supone
una consideración de la prueba allegada al juicio, la que es valorada por el juez de
conformidad con las reglas de apreciación del CPC, que, en lo esencial, escapan al control de
casación. Por lo general se entiende que la valoración del daño supone una apreciación de
los hechos a cuyo respecto los jueces del fondo son esencialmente soberanos.
Sin embargo, resulta evidente que esa valoración de los hechos está enmarcada por
directivas de derecho. Ante todo, debe ser coherente con el concepto jurídico de daño, y la
estimación del perjuicio que se sigue de la destrucción de una cosa supone la pregunta
jurídica acerca de si el criterio correcto es su valor venal o su costo de reposición).
Las partes pueden impugnar una sentencia por vía de casación en el fondo, en la medida que
se alegue que los jueces de instancia no han aplicado correctamente el principio de
reparación del daño. A su vez, el recur-so de casación en la forma puede ser un instrumento
para controlar que las sentencias cumplan más rigurosamente las exigencias del art 170 Nº
4 del CPC. En efecto, la exposición de las consideraciones de hecho y de derecho que sirven
de fundamento a la sentencia exige, por un lado, que el fallo se haga cargo de las
argumentaciones y conclusiones de las partes en cuanto a la naturaleza y entidad del daño
y, por otro, que se señalen los hechos y criterios tenidos en cuenta en la determinación y
valoración de los distintos tipos de perjuicios.

Reserva de la determinación del monto de la obligación para el momento de la


ejecución de la sentencia que declara el derecho a la indemnización.
La tendencia jurisprudencial parece indicar una progresiva aceptación de esta doctrina, que
autoriza la postergación de la determinación de la naturaleza y monto de los perjuicios
extracontractuales para un juicio diferente o para un incidente de ejecución del fallo.

B) Extinción de la acción de responsabilidad

Enunciación. En general, la acción de responsabilidad se extingue por los modos de


extinguir las obligaciones, con excepción de aquellos que por su naturaleza resultan sólo
aplicables a los contratos. Salvo el caso de la prescripción, técnicamente la extinción afecta
el derecho que se expresa en la pretensión. Especiales preguntas plantean la renuncia, la
transacción y especialmente la prescripción.
a. Actos voluntarios de disposición

Renuncia del derecho a ser indemnizado, asunción de riesgos y aceptación de un


daño. La renuncia a ejercer la acción indemnizatoria está autorizada por el art 12 del CC y
se justifica por el carácter privado de los intereses comprometidos en el ejercicio de la
acción que resulta de un delito o cuasidelito civil. La independencia del ilícito civil del penal
justifica que aun dentro del proceso penal pueda renunciarse siempre a la acción civil (CPC,
artículo 56). La renuncia produce efectos relativos.
La renuncia es un acto de disposición que extingue la pretensión indemnizatoria, de modo
que debe ser efectuada después del hecho que genera la responsabilidad. Distintos son los
actos de disposición que la víctima del accidente hace antes de que el daño ocurra. Ante
todo, la víctima puede asumir un riesgo particularmente intenso.
Diferente a la asunción de un riesgo, es la convención en cuya virtud la víctima del daño ha
autorizado al agente del daño para que realice una acción que lo produce. En tal caso, la
autorización tomó la forma normativa de una convención exoneratoria de responsabilidad,
que está sujeta a las condiciones de validez que serán analizadas al tratar de esas
convenciones.

Transacción de la pretensión indemnizatoria. En la medida que la acción que nace de un


delito o cuasidelito civil es disponible, puede ser también objeto de transacción (artículo
2449). Al igual que en el caso de la renuncia, sus efectos son relativos, no perjudicando ni
aprovechando a las demás personas que también son titulares de la acción (artículo 2461).
La transacción válidamente celebrada constituye un equivalente a una sentencia judicial
firme y en cuanto tal produce efecto de cosa juzgada, sin perjuicio de la posibilidad de
impugnar el contrato mediante el ejercicio de una acción de nulidad de acuerdo a las reglas
generales del derecho contractual.

b. Prescripción de la acción

Plazo de prescripción. En virtud de una norma especial del Título XXXV del Libro IV, las
acciones por delitos o cuasidelitos civiles se extinguen por prescripción transcurrido el
término de cuatro años, contados desde la perpetración del acto (artículo 2332). Esta
norma se aplica a cualesquiera tipos de responsabilidad extracontractual, a menos que una
norma especial establezca algo diferente.

Cómputo del plazo. El plazo de prescripción de la acción de responsabilidad es de cuatro


años contados desde la manifestación del daño; siguiendo principios generales en materia
de prescripción, resulta razonable asumir como límite el plazo máximo de prescripción
extraordinaria, esto es, diez años contados desde la comisión del hecho.

Daños diferidos, daños futuros, daño continuado, agravación del daño y daños
nuevos. Son daños diferidos aquellos que se manifiestan con posterioridad a la comisión
del hecho culpable o doloso. El plazo de prescripción se debe contar en este tipo de casos
desde que el daño se hace conocido o se manifiesta a la víctima, con un límite de diez años
desde que concluye la ejecución del hecho que lo genera.
La comisión de un hecho ilícito se puede prolongar indeterminadamente en el tiempo. En
este caso el delito se renueva de manera permanente. La comisión de un delito que subsiste
en el tiempo genera un daño continuado. Sólo una vez que el delito se haya dejado de reno-
var y sus efectos dañinos se hayan consumado, es posible sostener que el acto ya se ha
perpetrado. En consecuencia, si la consumación del hecho es coetánea a la producción del
daño, desde ese momento debe comenzar a computarse el plazo de prescripción. Si el hecho
es instantáneo, pero el daño continuado, la prescripción sólo comienza a correr cuando cesa
el daño.
La misma regla resulta aplicable cuando se trata de un hecho ilícito complejo, compuesto
por un conjunto de actos autónomos, pero normativamente vinculados entre sí y que
causan daño. En este evento, el último de dichos actos es el que resulta relevante a efectos
del cómputo de la prescripción. Con todo, esta hipótesis no se debe confundir con el daño
que por su naturaleza persiste de manera indefinida, como típicamente puede ocurrir con el
daño moral o con el lucro cesante que se sigue del daño corporal. En este caso, el momento
determinante es cuando ocurre el daño. Así, se ha fallado que muy distinta a una secuencia
de hechos dañosos es la secuela que se sigue del daño moral, susceptible de prolongarse “tal
vez, por toda la vida”.
La circunstancia de que un daño devenga en más intenso o se agrave puede tener efectos en
la responsabilidad; pero en nada afecta al plazo de prescripción que ya ha comenzado a
correr. Con todo, esta regla sólo rige si se trata del mismo daño, porque en caso de tratarse
de un daño nuevo, aunque haya sido ocasionado por un mismo hecho, resulta coherente con
lo antes expresado que comience a correr un plazo de prescripción también nuevo.

Interrupción de la prescripción. De acuerdo con las reglas generales, la prescripción de la


acción de responsabilidad se interrumpe natural o civilmente. Se interrumpe naturalmente
por el hecho de reconocer el deudor expresa o tácitamente la obligación, y civilmente por la
presentación de la demanda judicial (artículo 2518).

Suspensión de la prescripción. La suspensión parece ser una institución general de


protección, justificada en la incapacidad de ciertas personas, más que un favor excepcional
conferido por la ley. Así, los casos en que la prescripción corre en contra de toda clase de
personas constituyen más bien las excepciones. En la medida que las excepciones debieran
ser interpretadas restrictivamente, resulta preferible la opinión que sostiene que la acción
de responsabilidad se suspende a favor de las personas enumeradas en los números 1º y 2º
del artículo 2509. Más aún, desde un punto de vista teleológico, si se considera que las
razones para que rija la suspensión respecto de acciones ordinarias y ejecutivas son
también pertinentes, al menos con el mismo peso, respecto de la acción de responsabilidad
civil extracontractual.

Prescripción de la acción subrogatoria y de reembolso. La acción subrogatoria que


puede pertenecer en razón de un ilícito civil (a favor del asegurador o del corresponsable
solidario, por ejemplo), es técnicamente una acción de responsabilidad y está sujeta a las
mismas condiciones de ejercicio que la acción perteneciente al titular activo principal. En
consecuencia, si se dirige contra el responsable civil, la extinción se rige por las mismas
reglas aplicables a la acción de la víctima.
Sólo plantea dudas la acción del responsable solidario que ha pagado la obligación
indemnizatoria y desea accionar en contra de los demás responsables para que contribuyan
al pago de la obligación, como puede ocurrir con el propietario o tenedor de un vehículo
motorizado que ha pagado los daños provocados por el conductor y ejerce acción en contra
de este último. La acción subrogatoria que le concede el artículo 1522 nace al momento del
pago de la deuda indemnizatoria o de haberla extinguido por alguno de los medios
equivalentes al pago, de modo que resulta inobjetable que sólo entonces comience a correr
a su respecto el plazo de prescripción.
Una acción de reembolso puede corresponder a un tercero que ha pagado todos o parte de
los costos del accidente a la víctima (por ejemplo, a un prestador de servicios de salud) y
que luego reclama a la víctima la restitución de lo recibido a título indemnizatorio por parte
del civilmente responsable. En este caso, el objeto de la acción es precisamente la
restitución de lo pagado, con cargo a lo percibido a título indemnizatorio del responsable
civil. La acción restitutoria se rige por las reglas generales (artículo 2515), de modo que
prescribe en cinco años, contados desde la exigibilidad, que está dada por el pago que el
responsable civil hace a la víctima deudora de la restitución.

C) Relación Jurídica Procesal en el Juicio de Responsabilidad

Partes del juicio de responsabilidad

a. El demandado

Criterios de atribución de responsabilidad. Por lo general, las pretensiones a que da


lugar la responsabilidad civil sólo se pueden hacer valer contra el autor del daño o sus
herederos. Excepcionalmente, la ley establece la responsabilidad por el hecho ajeno, en cuya
virtud una persona puede ser demandada por los ilícitos civiles incurridos por otra.
Finalmente, la ley establece una acción restitutoria en contra de quien se ha aprovechado
del dolo ajeno (artículos 1458 II y 2316 II).

Autor del daño. Con las solas excepciones que establece el artículo 2319, todas las
personas son capaces de delito o cuasidelito civil, de modo que la acción de responsabilidad
se dirige, ante todo, contra quien por su hecho negligente (en la responsabilidad por culpa)
o por su posición generadora de un riesgo (en la responsabilidad estricta) ha causado el
daño que da lugar a la pretensión reparatoria (art2316 I).
Se tiene por autor del daño a quien materialmente lo ha producido, pero la responsabilidad
también se extiende a quienes han actuado como cómplices o encubridores del hecho, en la
medida que su conducta ilícita resulta determinante en la materialización de los perjuicios.
A estos efectos, las reglas generales sobre causalidad son suficientes para determinar la
extensión pasiva de la acción de responsabilidad; ésta se dirige por igual contra cualquiera
persona cuya conducta ilícita haya sido condición necesaria del daño.
En los casos de responsabilidad estricta, el antecedente determinante de la responsabilidad
es usualmente la calidad (por ejemplo, la de tenedor de la cosa riesgosa) o el desarrollo de
la actividad. Corresponde a la ley definir quién será tenido en cada caso por responsable, en
la medida que no es la conducta, sino el riesgo el elemento que resulta determinante.

Herederos del autor del daño. La acción también puede ser ejercida en contra de los
herederos del autor del daño, en virtud del principio de continuidad patrimonial activa y
pasiva del causante en sus sucesores universales (artículo 951 II). Por lo demás, la
legitimidad pasiva de los herederos está expresamente reconocida en el título sobre delitos
y cuasidelitos civiles (artículo 2316 I).
Si el causante ha fallecido en el accidente ocurrido por su culpa y que ha provocado daño a
terceros, debe entenderse que la sucesión asume igualmente la obligación reparatoria,
porque el ilícito fue cometido en vida del causante; por eso, carece de relevancia el orden
temporal en que efectivamente se suceden la muerte del causante que provocó el accidente
y los daños sufridos, personalmente o por repercusión, por el tercero que los demanda. c)
Los herederos están obligados a la deuda a prorrata de sus participaciones hereditarias y la
insolvencia de cualquiera de ellos no grava a los demás, según las reglas generales (artículos
1354 y 1355).

Responsabilidad por el hecho ajeno. La acción se puede también dirigir en contra de


quienes responden por el hecho ajeno, sea por la culpa probada (a falta de presunción
legal), o por la presunta por la ley. El caso más fuerte de responsabilidad por el hecho ajeno
es la responsabilidad vicaria, esto es, la responsabilidad estricta por la culpa ajena; el
ejemplo más importante de responsabilidad vicaria en el derecho chileno es la
responsabilidad del propietario o tenedor de un vehículo motorizado por los accidentes
provocados por la imprudencia de los conductores. A diferencia de lo que tiende a ocurrir
en el derecho comparado, la responsabilidad del principal por el hecho del dependiente en
el derecho chileno es por culpa presunta y no vicaria.

727. Responsabilidad de varias personas: solidaridad legal y obligaciones in solidum.


El C.C. sólo establece una regla de solidaridad para la hipótesis de que un mismo delito o
cuasidelito haya sido cometido por dos o más personas, esto es, que haya habido pluralidad
de autores, pero unidad de hecho. Por consiguiente, si no se puede dar por configurada la
participación de dos o más personas en un mismo hecho, no hay solidaridad legal entre los
diversos responsables de un daño. Sin embargo, desde el punto de vista de la obligación
reparatoria para con la víctima, cada uno de quienes han intervenido causalmente en la
generación del daño es responsable por el total de los perjuicios, en la medida que las
respectivas culpas sean condición necesaria del daño y éste pueda ser tenido por directo. En
ese caso, se presenta la situación que la doctrina francesa denomina obligaciones in solidum,
que no son solidarias por mandato legal expreso, pero que presentan efectos análogos a la
solidaridad, por aplicación de principios generales de la responsabilidad.
Tampoco es solidaria la obligación del tercero civilmente responsable de un daño, porque
no se trata del mismo hecho: la persona que ha cometido el delito o cuasidelito responde
por su propia culpa, de acuerdo con las reglas generales; el tercero civilmente responsable
lo hace por la suya o por la responsabilidad estricta que la ley pueda imponerle como
guardián de una cosa o de una persona. Sin embargo, también en este caso ambos son
responsables por el total de la obligación, de modo que se les puede tener por obligados in
solidum.
La Ley del tránsito ha agregado, como se ha visto, la responsabilidad solidaria del
propietario o tenedor de un vehículo motorizado con el conductor negligente que ha
provocado el accidente (artículo 174). Es una especie de responsabilidad vicaria que
protege especialmente a las víctimas de conductores insolventes.

Asegurador de responsabilidad. El riesgo que asume el asegurador de responsabilidad


civil tiene por objeto las sumas de dinero representativas de las indemnizaciones o
reparaciones en naturaleza a que puede verse obligado a pagar o financiar el asegurado.
Atendida la relación personal entre asegurador y asegurado, y de acuerdo con el principio
del valor relativo de los contratos, en principio, la víctima carece de acción directa en contra
del asegurador de la responsabilidad del autor del daño o del tercero civilmente
responsable asegurado; sin embargo, esa acción directa suele ser reconocida en contra del
asegurador, especialmente en el caso de seguros obligatorios.
Por el contrario, de acuerdo con las reglas generales, la ley reconoce al asegurador el
derecho a subrogarse en las acciones que puedan corresponderle al asegurado en contra de
un tercero por el monto pagado (Código Comercio, art. 553).

Beneficiarios del dolo ajeno. También están pasivamente legitimados en el juicio a que dé
lugar un ilícito civil quienes se han aprovechado de un dolo ajeno, aunque personalmente
no hayan incurrido en ilícito alguno, de conformidad con las reglas generales .

b. El demandante

El daño sufrido como requisito de la acción indemnizatoria. El antecedente más


elemental de la responsabilidad civil se encuentra en el daño. En consecuencia, la
legitimidad activa de la acción de responsabilidad civil pertenece a quien alega haber
sufrido un daño, sea inmediatamente como víctima directa, sea mediatamente como víctima
de un daño que se sufre a consecuencia del infligido a la víctima directa (daño reflejo o por
repercusión).

1. Acción de la víctima inmediata

Acción de la víctima inmediata. La víctima inmediata puede ser indistintamente una


persona natural o jurídica. Toda persona natural puede sufrir daño que dé lugar a
responsabilidad civil. La capacidad, que es condición para ser sujeto pasivo de la acción, no
se extiende a la protección civil como víctima. Por cierto, que si la víctima es incapaz, la
acción debe ser ejercida por quien tenga su representación legal.
La persona jurídica posee inequívocamente titularidad activa para demandar los daños
patrimoniales que se siguen del hecho ajeno que da lugar a responsabilidad. Más delicada es
la pregunta por la titularidad respecto de daños morales, a cuyo respecto surgen preguntas
relativas al sentido y a los fines que tiene en tales casos la reparación.

Pluralidad de víctimas. El daño puede afectar a diversas personas. En circunstancias que


cada una de ellas lo sufre personalmente, en principio debe entenderse que las pretensiones
indemnizatorias se acumulan.
En el caso del daño a las cosas, es posible que el hecho genere responsabilidad, a la vez,
respecto del propietario, del arrendatario, del titular de un derecho real de usufructo e,
incluso, del acreedor prendario. En circunstancias que se trata de daños diversos entre sí,
todos ellos tienen derecho a ejercer la acción indemnizatoria por sus respectivos perjuicios.
Este es el principio establecido por el artículo 2315, cuya enumeración no puede ser tenida
por exhaustiva.
En el caso del daño corporal, el principio de la acumulación no plantea dudas cuando del
accidente resulta una pluralidad de víctimas inmediatas. Las dificultades surgen respecto de
la acumulación de pretensiones indemnizatorias por daño moral de la víctima inmediata y
de quienes demandan por daño reflejo, sea que la víctima directa sobreviva, sea que fallezca
a consecuencia del accidente.
Las acciones de las diversas víctimas son independientes entre sí y bajo ningún respecto
puede entenderse que entre ellas haya solidaridad activa. Sin embargo, las acciones que
nacen para cada una de ellas pueden ser las mismas y, generalmente, emanan directa e
inmediatamente de un mismo hecho, de modo que pueden ser interpuestas en el mismo
juicio (C.C., art 18). En consecuencia, los demandantes pueden actuar conjunta o
separadamente CPC, artículo 19).
Por tratarse de acciones separadas, el juez debe pronunciarse respecto de cada pretensión
indemnizatoria individualmente; de manera excepcional, la avaluación de los perjuicios
morales reflejos que se siguen de la muerte puede considerar al conjunto familiar, sin
perjuicio de que se pueda reconocer respecto de cada actor una suma por separado.
Asimismo, por tratarse de acciones individuales, la prescripción extintiva no se interrumpe
respecto de las demás víctimas si alguna de ellas ejerce su propia acción, ni lo fallado en un
juicio seguido entre el demandado y alguna de las víctimas produce cosa juzgada en el juicio
iniciado por otra.

Acción de las personas subrogadas a la víctima. En ciertos casos, la ley concede al


tercero, que ha pagado a la víctima una indemnización debida en razón de un contrato o de
la ley, la facultad para subrogarse en los derechos que la víctima tenga en contra del autor
del daño. La subrogación pone al tercero en la posición jurídica que tenía la víctima, de
modo que la acción no cambia de naturaleza; en ello reside la diferencia fundamental con la
acción de reembolso que puede tener ese tercero, consistente en una acción personal
restitutoria en contra de la víctima que ha obtenido reparación del civilmente responsable.
Tratándose de seguros de vida o de accidentes que tienen una finalidad previsional o de
prevención de un riesgo personal, la suma pagada por el asegurador no tiene una función
indemnizatoria, de modo que éste carece, por lo general, del derecho de subrogación. Lo
contrario se puede concluir respecto de los seguros de accidentes o de salud, que
efectivamente tienen una finalidad indemnizatoria de los daños personales; si éstos no son
imputables a un tercero, por cierto que el asegurador debe asumir finalmente los costos,
pero si un tercero es responsable, la víctima no puede obtener una doble indemnización y
típicamente sólo cabe la acción subrogatoria reconocida por el artículo 553 del Código de
Comercio.
Sobre el asegurador de la responsabilidad civil del personalmente responsable, la compañía
de seguros que paga la indemnización a la víctima del hecho, por un daño que es atribuible
al menos en parte al asegurado, asume la obligación de indemnizar a la víctima por cuenta
de ese asegurado, a consecuencia de lo cual se subroga legalmente en los derechos que
pudieren corresponder a este último, respecto de otros responsables, según las reglas
generales (C. de Comercio, art 553).
La finalidad de los seguros de daños a las cosas o de daños patrimoniales es
inequívocamente indemnizatoria, de modo que es indubitado el efecto subrogatorio que
produce el pago efectuado por el asegurador
.
Herederos y cesionarios de la víctima. En atención a las numerosas preguntas que
plantea la transferencia y transmisión de las pretensiones indemnizatorias por daño moral,
la materia será analizada por separado.

Acciones colectivas y daños difusos. La exigencia que el daño sea personal plantea
particulares dificultades en el caso de daños difusos o fraccionados, que se reparten entre
muchos sujetos. El daño difuso presenta a menudo problemas respecto al umbral de
relevancia que debe tener el perjuicio para que haya lugar a una pretensión reparatoria, lo
que puede excluir la acción individual de cada uno de los múltiples sujetos afectados. Aun
bajo el supuesto de que los daños sean individualmente significativos, la dificultad práctica
radica en los incentivos insuficientes para hacerlos valer separadamente por cada una de las
personas afectadas, porque su baja intensidad no justifica los costos personales y
económicos de emprender una acción.
En la medida que para ejercer la acción de protección se requiere alegar un derecho de
cualquier intensidad, que incluso puede ser invocado por asociaciones que reúnen a
personas que tienen intereses fraccionados o difusos, ha devenido en un procedimiento
cautelar que presenta caracteres típicos de las acciones populares (con la sola condición de
que se pueda reclamar la amenaza, turbación o privación de un derecho).

Daño contingente. Si se trata de daños contingentes, que amenazan a algunas personas o a


un grupo indeterminado de ellas, la ley reconoce una acción preventiva, que pertenece a los
determinadamente amenazados, en el primer caso, o al público en general, en el segundo.

2. Acción de la víctima de daño reflejo o por repercusión.

El daño reflejo o por repercusión es personal del actor. El llamado daño reflejo o por
repercusión da lugar a una pretensión indemnizatoria originaria del actor, cuyo fundamento
es su propio daño personal. En este caso, los efectos dañosos del daño corporal o de la
muerte sufridos por la víctima inmediata se expanden hacia un tercero. Si bien la muerte no
es un perjuicio para quien la sufre, puede serlo para personas que estaban ligadas
patrimonial o afectivamente a la víctima. Algo análogo puede ocurrir en caso de graves
lesiones corporales de la víctima inmediata. El problema más serio que presenta el daño
reflejo (especialmente el moral) se refiere a los criterios para definir sus límites.
La acción que persigue este daño reflejo debe ser distinguida de la que se tiene iure
hereditatis, esto es, la que pertenecía a la víctima inmediata y que se adquiere por
transmisión. Ambas acciones tienen por objeto perjuicios inequívocamente diversos en
materia patrimonial, de modo que no existen discusiones acerca de la posibilidad de
acumularlas (con la precaución de que un mismo daño no sea indemnizado más de una vez).
Tratándose del daño moral, por el contrario, existen fuertes razones para asumir que los
herederos sólo pueden reclamar los perjuicios personalmente sufridos como daño reflejo,
de modo que no pueden acumular al propio daño moral una pretensión indemnizatoria a
título sucesorio por los daños morales que haya sufrido la víctima directa.
3. Cesibilidad de la acción indemnizatoria

Transferencia de la acción.
La acción indemnizatoria tiene carácter patrimonial, de modo que, en principio, nada
impide su cesión a un tercero. En materia de daños patrimoniales, la cuestión es por
completo pacífica. Surgen dudas en materia de daños morales, a cuyo respecto se ha
argumentado que la transferencia no es lícita, atendido el carácter personalísimo de los
derechos afectados y la función compensatoria, en oposición a una estrictamente
reparadora, de la indemnización en dinero. La cesión del derecho de reparación del daño
moral extrema esta transformación del perjuicio moral en un crédito comerciable, de modo
que parece razonable estimarla como ilícita.

Transacción relativa a la acción reparatoria.


La justificación para limitar la cesión de la acción indemnizatoria por daño moral no resulta
aplicable a la transacción. En efecto, este contrato tiene por finalidad poner término a un
litigio pendiente o precaver uno eventual (artículo 2446 I), de modo que su función es
sustitutiva de la sentencia judicial. Nada hay de ilícito en que las partes eviten litigar en la
materia mediante un acuerdo compensatorio que incluya daños morales.

4. Transmisibilidad de la acción indemnizatoria


Principio de transmisibilidad. Límites. En principio, la acción indemnizatoria que nace de
un delito o cuasidelito civil se transmite a los herederos, según dispone el artículo 2315. A
pesar de la generalidad de esa norma legal, la pregunta se plantea de una manera diferente
respecto de los daños patrimoniales y morales, en atención a su naturaleza y a la función de
la indemnización.
Discernir acerca de estas diferencias a propósito de la transmisibilidad de la acción no
supone una contradicción con esa norma legal, porque es de toda evidencia que el C.C. no
asumió en su tiempo que los daños morales fueran reparables. Por lo mismo, la
transmisibilidad de la acción indemnizatoria por daño moral no puede inferirse
mecánicamente de esa norma legal, que entonces sólo podía tener implícitamente en cuenta
los daños patrimoniales.

Transmisión de la acción indemnizatoria por daños patrimoniales. Sobre los daños


patrimoniales: el derecho a la indemnización se encuentra incorporado al patrimonio del
causante y no hay razón alguna para estimar que sea intransmisible (artículos 951 II y
1097). Además, la norma del artículo 2315 comprende inequívocamente el derecho de los
herederos a demandar los daños patrimoniales que haya sufrido el causante hasta el
momento de su muerte. La transmisión comprende el daño emergente y el lucro cesante
que la víctima sufrió en vida
La diferencia fundamental con las pretensiones que podría haber interpuesto la víctima, si
no hubiese fallecido, está dada por el alcance de la pretensión indemnizatoria por lucro
cesante. Si la víctima hubiese sobrevivido incapacitada para ganarse la vida, el lucro cesante
comprende los ingresos netos esperados por el período de tiempo que podía esperarse que
sobreviviera. Contrariamente, en el caso de los herederos no existe legitimación activa para
solicitar perjuicios que sobrepasen el tiempo que la víctima efectivamente sobrevivió. Más
allá del momento de la muerte, sólo nace la acción por el daño patrimonial reflejo que se
sufre en razón de haberse perdido una fuente de sustento. Pero esta pretensión por daño
reflejo pertenece personalmente a los actores y no derivadamente por sucesión hereditaria.
La muerte no constituye per se daño moral transmisible. En el derecho contemporáneo
prevalece la idea de que por mucho que la vida sea el más valioso de los bienes, de ello no se
sigue que sea per se objeto de reparación a título hereditario. Se asume que del valor de la
vida no se sigue la necesidad de reparar su pérdida, porque quien muere no puede tener un
crédito indemnizatorio por su propia muerte. En el fondo, se trataría de un derecho sin
sujeto. Por el contrario, el daño moral que sufren las personas más cercanas sí da lugar a
reparación a título personal, por los daños morales que personal-mente les haya producido
la muerte de la víctima directa.
Sólo si se tiene la indemnización del daño moral por una pena civil, habría razón para
estimar que la sanción civil deba seguir al mayor de los males; pero ello lleva a los tópicos
antes discutidos de que la culpa civil no constituye un juicio de reproche personal y que hay
fuertes razones para evitar la justificación de la indemnización del daño moral sobre la base
de una función punitiva.
Por otro lado, el reconocimiento de un derecho transmisible, que comprendería el daño
moral, resultado del solo hecho de la muerte, amenaza con producir una acumulación de
indemnizaciones, que, en esencia, derivan del mismo daño: uno que se habría radicado en el
causante, en cuya compensación patrimonial sucederían los herederos, y otro que tendría
por antecedente la propia aflicción que se sigue de ese mismo padecimiento y muerte. En
verdad, al aceptarse el daño moral reflejo, pierde su más profunda justificación
compensatoria la indemnización por el solo hecho de la muerte; a la inversa, las
limitaciones establecidas por la jurisprudencia en otros sistemas jurídicos para la
reparación del daño reflejo han contribuido a que se abra la puerta a las acciones dirigidas a
obtener su reparación iure hereditatis, por transmisión del derecho que habría nacido en
quien ha fallecido.

Problemas que plantea la transmisibilidad del daño moral. La transmisibilidad se


sostiene en un argumento técnico que se asocia al creciente carácter patrimonial de la
indemnización del daño moral, que lleva a estimarlo como un crédito de dinero que se
incorpora al patrimonio del causante por el solo hecho del daño y hasta que ocurre la
muerte. A ello se agrega la norma del artículo 2315, que comprende a los herederos entre
los titulares de la acción.
Los principales argumentos para negar lugar a esa transmisibilidad se refieren tanto a la
naturaleza del daño moral, como a la finalidad que persigue su reparación.
Todo indica que no es conveniente reconocer dos acciones distintas y concurrentes en caso
de muerte: o bien se reconoce el daño moral sufrido por el causante (que se entiende dar
lugar a un crédito que ingresa al patrimonio del causante y en el cual se suceden los
herederos); o bien, se niega lugar a la transmisión, y se indemniza el daño personalmente
sufrido por las personas más cercanas a la víctima fallecida. La concurrencia cumulativa de
acciones tiene el especial inconveniente de que las indemnizaciones por daño moral personal
y a título hereditario se superponen necesariamente, porque en la aflicción de las personas
más cercanas ya está incorporado el sufrimiento del fallecido. En efecto, en la medida que el
daño moral reflejo tiene por justificación la particular relación afectiva del titular de la
acción con la víctima directa, la indemnización que aquél reciba por el daño moral que
personalmente ha sufrido incluye de manera necesaria el pesar por el sufrimiento de la
víctima. Así se explica que en el derecho comparado exista la tendencia antes anotada a
reconocer alternativamente un derecho iure hereditatis (si no se reconoce acción por daño
reflejo) o una acción iure propio por el daño reflejo, pero no ambos a la vez.
Resultando inconveniente la acumulación, es preferible optar por la indemnización del daño
reflejo, negando lugar a la transmisión. La prueba del daño reflejo atiende de mejor manera
a los vínculos reales de afecto y dependencia espiritual que existen entre los demandantes y
la víctima fallecida. Asimismo, permite hacerse cargo razonablemente del daño moral
sufrido por la víctima inmediata, que repercute en quienes le eran más cercanos (pero
evitándose la doble indemnización). Por otro lado, las reglas del derecho hereditario
pueden excluir a quienes tenían un consorcio de vida que no esté reconocido por el derecho
sucesorio (el conviviente, por ejemplo), y pueden favorecer a quienes carecen de esa
relación afectiva (parientes con los que el fallecido no tenía trato alguno y, en el extremo, el
Estado).
Las razones para negar lugar a la transmisibilidad de las pretensiones indemnizatorias por
el daño moral sufrido por la víctima fallecida no se extienden a las acciones de reparación en
naturaleza. Todo indica que las personas más cercanas al menos no deben tener
restricciones en su interés de interponerlas en protección de la memoria del fallecido. Este
interés es especialmente intenso en la protección de la privacidad y la honra de este último.

Ejercicio de la acción civil en el proceso penal

a. Introducción
Responsabilidad civil y responsabilidad penal. La tendencia a la separación se ha
acentuado en épocas recientes. Por una parte, se ha llegado a construir una teoría del delito
extremadamente refinada, que se ha caracterizado por la definición rigurosa de los
requisitos para hacer procedente la sanción penal, con el resultado de que la doctrina del
delito actúa como un límite a la imposición de la pena, mientras que en la responsabilidad
civil, por el contrario, la tendencia ha sido a la expansión. Por otra parte, la predilección a
separar las esferas de lo público y de lo privado y a relegar a esta última amplios ámbitos de
la moral, la religión y las costumbres, ha hecho que conductas que antes estaban sujetas a la
regulación estatal bajo sanción penal, hayan quedado entregadas al juicio individual.

745. Condiciones limitativas al ejercicio de la acción civil en el proceso penal.


El más elemental requisito para el ejercicio de la acción civil en el proceso penal es la
existencia de un hecho punible que sea objeto de una investigación criminal. Por eso, la
acción civil es accesoria en el juicio penal. Además, la responsabilidad civil no emana del
delito penal, sino de la concurrencia de los respectivos requisitos. Así, no sólo puede haber
responsabilidad civil sin que se incurra en ilícito penal, sino también puede haber
responsabilidad penal sin que el procesado responda civilmente, como ocurre con los
delitos de peligro, que no se materializan en daño alguno.
Por eso, la acción civil, aunque tenga por antecedente el daño ocasionado por el ilícito penal
y se ejerza en sede penal, conserva su naturaleza civil, de modo que su finalidad es la
protección de un interés esencialmente privado de reparación del daño. En consecuencia, la
acción puede ser objeto de renuncia (CPP, art. 52 II), desistimiento y abandono (CPP, art.
64), transacción (C.C., art.2449), y prescribe según las reglas del C.C. (C. Penal, artículo 52
II). Finalmente, el cumplimiento de la sentencia civil dictada en el juicio criminal se rige por
las disposiciones sobre ejecución de las resoluciones judiciales del CPC (CPP, art. 472).
El CPP restringe el ejercicio de la acción civil en el procedimiento penal, invitando a las
partes a entregar el conocimiento del conflicto privado al juez civil. La restricción opera por
un doble camino: el ejercicio de la acción civil sólo está autorizado en el procedimiento
penal ordinario y sólo se admite la acción civil ejercida por la víctima contra el imputado, a
menos que sea de naturaleza puramente restitutoria.
En consecuencia, a menos que la propia víctima ejerza la acción civil indemnizatoria contra
el imputado en un proceso penal ordinario, la acción civil deberá ser deducida ante el juez
civil. Ése es necesariamente el caso, por ejemplo, de la acción de la víctima contra el tercero
civilmente responsable o de la interpuesta por daño reflejo sufrido por personas distintas a
la víctima.
A su vez, la tramitación de la acción civil en el juicio penal depende de la continuación de
este último. Así, si una vez deducida la acción civil, y antes de comenzar el juicio oral, éste
terminare o se suspendiere por cualquier causa, la víctima tiene la carga de presentar su
demanda ante el tribunal civil competente, en el término de sesenta días siguientes a aquel
en que por resolución ejecutoriada se dispusiere la suspensión o terminación del
procedimiento penal; si no lo hiciere, cesa la interrupción de la prescripción de la acción
civil (CPP, art 68). En contraste, si en el juicio civil el juez estima que la existencia del delito
es fundamento preciso de la sentencia civil o tuviere en ella una influencia notoria, puede
suspender el pronunciamiento de la sentencia civil hasta la terminación del proceso
criminal, a condición de que en éste se haya deducido acusación o formulado requerimiento,
según sea el caso (CPC, art 167 I).

Tipos de acciones civiles en el proceso penal. El CPP distingue dos tipos de acciones
civiles: la acción restitutoria, destinada a la restitución de las cosas que constituyen los
efectos o instrumentos del delito, siempre que no sean objeto de la pena de comiso (CPP, art
59 I); y la acción de responsabilidad civil. En las secciones siguientes serán analizadas
respectivamente estas acciones.

b. Acción restitutoria

Alcance. La acción restitutoria se dirige, ante todo, a recuperar la tenencia de las cosas que
constituyen los efectos o instrumentos del delito. Asimismo, puede tener por objeto la
recuperación de las cosas hurtadas, robadas o estafadas. En uno y otro caso, se trata de la
más elemental de las pretensiones de restitución en naturaleza, cuyo requisito de
procedencia es que ésta resulte posible. Si las cosas se han destruido, la reparación en
naturaleza está descartada y sólo es posible la indemnización compensatoria.

Acción referida a objetos y documentos recogidos o incautados. El CPP restringe el uso


de la acción de restitución de efectos o instrumentos del delito en dos sentidos. Ante todo,
su ejercicio puede tener por único fin recobrar la posesión o tenencia física del bien o bienes
recogidos o incautados; en consecuencia, no resulta admisible ejercer en el proceso penal
una pretensión por equivalencia, como, por ejemplo, la restitución del valor de la cosa
destruida. Además, la reclamación sólo puede llevarse adelante durante la etapa de
investigación, esto es, desde el momento en que el Ministerio Público promueva la
persecución penal hasta su cierre (CPP, art 189).
La acción civil que tiene por único objeto la restitución de los objetos recogidos o
incautados, debe interponerse siempre durante la tramitación del procedimiento penal (CPP,
art 59 I, en relación con art 189). En virtud de esta última norma, las reclamaciones o
tercerías que los intervinientes o terceros entablen durante la investigación respecto de
esos objetos se tramitarán ante el juez de garantía. A efectos de esta pretensión restitutoria,
la competencia del juez de garantía se extiende a la acción ejercida por la víctima o por
terceros, contra el imputado u otra persona.
Si bien el artículo 189 habla simplemente de objetos recogidos o incautados, la referencia
debe entenderse efectuada a los bienes mencionados en los artículos 187 y 217 del CPP:
objetos, documentos e instrumentos que parecen haber servido o haber sido destinados a la
comisión del hecho investigado; los que de él provinieren, o los que pudieren servir como
medios de prueba; y los que se encontraren en el sitio del suceso. Todos estos objetos deben
ser inventariados y conservados por el Ministerio Público, evitando que se alteren de
cualquier forma (CPP, artículos 83 letra c, 187, 188 y 221).
La pretensión restitutoria es una cuestión accesoria al juicio que exige pronunciamiento
especial del tribunal y que, en consecuencia, se tramita en la forma de un incidente.
Interpuesta durante la etapa de investigación la reclamación o tercería para obtener la
entrega material de los objetos que hubieren sido recogidos o incautados por el fiscal en la
investigación del hecho punible, el juez de garantía se limitará a declarar el derecho del
interviniente o del tercero en dichos objetos, sin que ellos les sean devueltos en razón de
esa sola declaración (CPP, art 189 I).
La resolución que declara el derecho sobre los objetos recogidos o incautados también
ordenará su devolución sólo si, en opinión del tribunal, no es necesaria su conservación a
efectos del proceso penal (CPP, art 189 I). En otras palabras, procede la restitución si los
bienes recogidos o incautados no tienen incidencia relevante en la investigación criminal,
no justificándose, en consecuencia, que se prive de su posesión o tenencia física a quien ha
mostrado tener derecho sobre los mismos. En todo caso, se debe dejar constancia mediante
fotografías, u otros medios que resulten convenientes, de las especies restituidas o
devueltas (CPP, art 189 inciso final).
De lo anterior se sigue que, a menos que se efectúe esa calificación, que facilita la restitución
anticipada, la regla general en la materia es que será en la sentencia donde se dispondrá el
comiso de los efectos o instrumentos del delito, o su restitución, según sea procedente (CPP,
art 413 III).

Situación de las cosas robadas, hurtadas o estafadas. La restitución de las cosas


robadas, hurtadas o estafadas es más simple que la de las incautadas o recogidas con
ocasión de la investigación, porque no requiere de una tramitación incidental. Las cosas
robadas, hurtadas o estafadas son entregadas a su propietario en cualquier estado del
procedimiento, a su simple petición, una vez que se hubiere establecido por cualquier
medio su valor y se hubiere acreditado la propiedad a su respecto (CPP, art 189 II). No rige,
por tanto, la limitación relativa a la oportunidad para requerir su devolución: la entrega a su
dueño se realiza en cualquier estado del procedimiento.

750. Otras acciones restitutorias. No todas las acciones que de acuerdo con el derecho
civil tienen naturaleza restitutoria están señaladas en las normas que se han analizado en
esta sección. No lo están, por ejemplo, la acción contra el poseedor por la restitución de
frutos y deterioros, o las que tienen por objeto el valor de la cosa destruida. En
circunstancias que las reglas del art 189 del CPP(en relación con los artículos 83 letra c, 187
y 188) sólo se refieren a las cosas que hayan podido servir para la comisión del delito, a sus
efectos o a los que pudieren ser utilizados como medios de prueba, así como a las hurtadas,
robadas o estafadas, debe entenderse que se trata de disposiciones especiales. Cualquier
otra acción restitutoria, especialmente las que tienen por objeto el valor en dinero de una
cosa, deben entenderse comprendidas en la acción civil reconocida por el art 59 II del CPP.

c. Acción de responsabilidad civil y otras acciones civiles no restitutorias

Condiciones generales para el ejercicio de la acción de responsabilidad civil en el


proceso penal. Durante la tramitación del procedimiento penal la víctima puede deducir
respecto del imputado cualesquiera acciones que tengan por objeto perseguir la
responsabilidad civil derivada del hecho punible. En todo caso, la víctima tiene un derecho
de opción de ejercer esas acciones ante el tribunal civil correspondiente. Con todo, admitida
a tramitación la demanda civil en el procedimiento penal, no se puede deducir nuevamente
ante un tribunal civil (CPP, art 59 II). Por el contrario, deben plantearse necesariamente ante
un tribunal civil las acciones de responsabilidad civil interpuestas por personas distintas a la
víctima, encaminadas a obtener la reparación de los daños patrimoniales o morales
causados por el hecho punible. Asimismo, sólo es competente el juez civil para conocer de
las acciones dirigidas contra personas distintas al imputado (art 59 III, CPP).
La regulación de la acción de responsabilidad civil se funda, en consecuencia, en criterios
procesales bien unívocos. En primer lugar, se limitan los titulares de la respectiva acción:
sólo la víctima puede actuar civilmente en el proceso penal, lo que excluye la acción de
terceros que aleguen haber sufrido daño reflejo o por repercusión.
En segundo lugar, en el proceso penal la acción civil se dirige exclusivamente contra el
imputado, lo que excluye la dirigida contra quienes, sin cometer delito penal, hayan
intervenido en la producción del daño y los terceros civilmente responsables.
Finalmente, conviene advertir que las distinciones precedentes son adjetivas y no
sustantivas. Las condiciones sustantivas de la responsabilidad civil derivada del hecho
punible son las mismas, cualquiera sea el tribunal que conoce de las respectivas acciones.

Acciones civiles distintas a la de responsabilidad civil. La disposición del art 59II del
CPP alude a todas las restantes acciones que tuvieren por objeto perseguir las
responsabilidades civiles derivadas del hecho punible.
Entre estas acciones civiles, distintas de la acción indemnizatoria, que tienen por
antecedente inmediato la materia discutida en sede penal, se pueden mencionar, por
ejemplo: i) las reparaciones especiales previstas en el C. Penal; ii) las que tengan por
finalidad obtener la declaración de ineficacia de un acto jurídico, unilateral o bilateral, por
falsedad del instrumento o por haberse celebrado de manera fraudulenta, o con objeto o
causa ilícita, de conformidad con lo acreditado en el juicio penal; iii) la cancelación de una
inscripción en un registro público obtenida por un título falsificado o declarado nulo; o iv) la
que persigue la restitución del valor de la cosa, que no es propiamente restitutoria en el
sentido del art 59 I, en relación con el 189 del CPP

Competencia. Para el conocimiento de la acción civil deducida por la víctima contra el


imputado hay dos tribunales naturalmente competentes: el juez penal y el juez civil. Con
todo, una vez ejercida la acción y admitida a tramitación en el respectivo proceso penal,
precluye el derecho opcional de acudir ante el tribunal civil y, por tanto, en caso de hacerlo,
el imputado puede oponer la correspondiente excepción de litispendencia.
De la acción civil ejercida por sujetos distintos de la víctima o en contra de un sujeto diverso
del imputado sólo puede conocer el juez civil, de acuerdo con las reglas generales de la
competencia. La pretensión civil, en estos casos, se debe ejercer en su sede natural, como es
el proceso civil.

Legitimación activa. La legitimación activa para ejercer la acción de responsabilidad civil


en el proceso penal recae exclusivamente en la víctima penal, entendiéndose por tal al
ofendido (CPP, art 108). A su vez, es ofendido por el delito el titular de los bienes jurídicos
directamente protegidos por la infracción de las normas penales que dan lugar al proceso
criminal. Así, puede perseguir la responsabilidad civil derivada de un cuasidelito penal de
lesiones quien las haya sufrido, aunque los perjuicios comprendan daños contra las cosas
(como ocurre en un accidente del tránsito); pero no tiene legitimidad activa en el proceso
penal el tercero que también sufrió daño en cosas de su propiedad, pero no fue víctima del
ilícito penal de lesiones corporales.
En los delitos cuya consecuencia fuere la muerte del ofendido y en que éste no pudiere ejercer
los derechos que la ley le otorga, se establece un orden de prelación en la titularidad de la
acción, de modo que la intervención de una o más personas pertenecientes a una categoría
excluye a las comprendidas en las categorías siguientes: i) el cónyuge y los hijos; ii) los
ascendientes; iii) el conviviente; iv) los hermanos; y v) el adoptado y el adoptante (art 108 II,
CPP). En el orden referido, las víctimas reflejas de la muerte de una persona pueden ejercer
la acción civil de responsabilidad en el juicio penal.

Legitimación pasiva. Desde el punto de vista pasivo, sólo el imputado está legitimado para
ser civilmente demandado ante el juez penal. Si la acción se ejerce contra personas
diferentes del imputado, la demanda deberá plantearse ante el tribunal civil competente de
acuerdo con las reglas generales (CPP, art 59 II). Para estos efectos, la víctima está
autorizada para actuar desde que el Ministerio Público formaliza la investigación.
b) En la medida que no puede dirigirse en el procedimiento penal la acción civil en contra
de una persona distinta al imputado, no puede demandarse en esta sede al tercero
civilmente responsable (el propietario del vehículo motorizado o el empleador, por
ejemplo), de modo que éste sólo puede ser demandado ante el juez civil competente. El CPP
ha sido riguroso en excluir las acciones civiles contra personas distintas del imputado, con
el efecto de restringir sustancialmente el ejercicio de la acción de responsabilidad
patrimonial en el proceso penal.

d. Reglas de procedimiento

Preparación de la demanda civil en el proceso penal. El ejercicio de la acción civil en el


proceso penal sigue la estructura del procedimiento penal ordinario. Por eso, el actor civil
sólo puede actuar una vez formalizada la investigación. La víctima puede preparar su
demanda civil solicitando las diligencias que considere oportunas para esclarecer los hechos
que posteriormente serán fundamento de su acción. La ley no indica las diligencias que
sirven para preparar la demanda, de modo que la víctima podrá proponer las que estime
pertinentes y útiles a la indagación y esclarecimiento de los hechos. En todo caso, es el fiscal
quien debe decidir cuáles diligencias se practicarán por estimarlas pertinentes a la
investigación. La víctima puede asistir a la práctica de estas diligencias si el fiscal estimare
útil su presencia (CPP, art 61 en relación con artículos 183 y 184).
La víctima también puede preparar su demanda civil solicitando al juez de garantía, durante
la etapa de investigación, que decrete respecto del imputado una o más de las medidas
precautorias previstas en el Título V del Libro II del CPC (CPP, art 157). La solicitud debe
efectuarse por escrito y se tramita de acuerdo con las reglas que regulan las medidas
prejudiciales civiles, contenidas en el Título IV del Libro II de ese ordenamiento, con la
reserva que el plazo para interponer la demanda civil se rige por las reglas generales (CPP,
art 157). Las resoluciones que niegan o dan lugar a la medida solicitada son apelables (CPP,
art 158).
La preparación de la demanda produce el importante efecto de interrumpir el plazo de
prescripción de la acción civil, de cuatro años contados desde la perpetración del acto (C
Penal, art 105 II, en relación con el art 2332 del C.C.). Con todo, la interrupción queda
condicionada a la oportuna presentación de la demanda. De este modo, si no se ejerce la
demanda civil en el momento procesal preciso, se entiende que la prescripción nunca se ha
interrumpido (CPP art 61).

Presentación de la demanda civil. La demanda civil en el procedimiento penal puede ser


presentada hasta quince días antes de la fecha fijada para la realización de la audiencia de
preparación del juicio oral (CPP, art 60 en relación con art 261). La víctima debe presentar
su demanda por escrito y cumplir con los requisitos previstos en el art 254 del CPC.
Adicionalmente, deberá indicar en forma clara y precisa los medios de prueba de los que
piensa valerse en el juicio. En esta materia no rige el principio de oralidad que caracteriza al
sistema procesal penal.
Contestación y excepciones del demandado. La demanda civil deberá notificarse al
acusado a más tardar diez días antes de la realización de la audiencia de preparación del
juicio oral (CPP, art 262). Una vez notificada la demanda civil, el imputado debe oponer las
excepciones que correspondan y proceder a su contestación.
El demandado puede oponer excepciones y contestar por escrito hasta la víspera del inicio
de la audiencia de preparación del juicio oral, o verbalmente, caso en que podrá hacerlo al
inicio de dicha audiencia (CPP, art 62 en relación con art 263). Puede también señalar los
vicios formales de que adolece la demanda civil, requiriendo su corrección.
En su contestación, el demandado debe indicar cuáles serán los medios de prueba de los
que piensa valerse en el juicio oral. Si ofreciere prueba testimonial, deberá presentar una
lista de testigos, individualizándolos con su nombre, apellido, profesión y domicilio o
residencia (a menos que esté exceptuado por razones de seguridad para el testigo), y
señalar, además, los puntos sobre los que habrá de recaer sus declaraciones. En el mismo
escrito, también deberá individualizar al perito o peritos cuya comparecencia solicitare,
indicando sus títulos o calidades (CPP, art 62 II en relación con art 259).

Resolución de incidentes y conciliación. En la audiencia de preparación del juicio oral


deben resolverse todos los incidentes y excepciones dilatorias deducidos con ocasión de la
interposición o contestación de la demanda civil (CPP, art 63). El juez de garantía se
encuentra facultado en esta audiencia para subsanar los defectos formales de que adolezca
la demanda civil. Si fuere necesario, incluso puede suspender la audiencia, por un plazo que
no podrá exceder de cinco días, para que los vicios puedan ser corregidos. Si en ese plazo la
víctima no subsana los defectos de su demanda, se la tendrá por no presentada. En
definitiva, el juez dispone de facultades para ordenar corregir de oficio los vicios procesales
que perciba, a efectos de evitar nulidades posteriores.
En esta misma audiencia el juez debe llamar al querellante y al imputado a conciliación
sobre las acciones civiles que aquél haya deducido. El juez de garantía deberá proponer
bases de arreglo. En el evento de que la conciliación resultare exitosa, se levantará acta,
donde se consignarán sólo las especificaciones del arreglo, y que suscribirán el juez, las
partes que lo deseen y el secretario. El efecto de la conciliación convenida es el de una
sentencia ejecutoriada (CPP, art 237 en relación con CPC, arts 263 y 267).

Rendición y valoración de la prueba. En la audiencia del juicio oral se deben rendir todas
las pruebas que las partes hubieren ofrecido para acreditar sus respectivas pretensiones y
defensas, y que no hubieren sido excluidas por el juez de garantía. En el día y hora fijados, el
tribunal se constituirá con la asistencia del fiscal, el acusado, su defensor y los demás
intervinientes. Una vez iniciada la audiencia, que es la misma del juicio oral penal, el
presidente de la sala concederá la palabra al actor para que exponga su demanda civil (CPP,
art 325). Posteriormente concederá la palabra al acusado para que proceda a su defensa.
Cada parte determina el orden en que rinde su prueba, correspondiendo recibir primero la
ofrecida para acreditar los hechos y peticiones de la acusación y de la demanda civil (CPP,
art 328). La prueba de las acciones civiles se sujeta a las normas civiles en cuanto a la carga
probatoria, y al CPP en cuanto a su procedencia, oportunidad, forma de rendirla y
apreciación (CPP, art 324). Concluida la recepción de pruebas, el presidente otorgará la
palabra al fiscal, al acusador particular y al defensor para que expongan sus conclusiones y,
posteriormente, se permitirá al fiscal y al defensor replicar. A continuación, se declarará
cerrado el debate.
Si una vez comenzado el juicio oral se dictare el sobreseimiento de la causa, el tribunal debe
continuar con el desarrollo del juicio para el solo conocimiento y fallo de la cuestión civil
(CPP, art 68 inciso final). En esta situación, la dependencia de la acción civil a la tramitación
del juicio penal cede en beneficio de la víctima; aunque el juicio penal termine sin sentencia
definitiva, continúa hasta la dictación de la sentencia el juicio civil ya iniciado ante el juez
penal. Por el contrario, si el juicio oral aún no hubiese comenzado, la suspensión o
terminación del juicio penal obligan al actor civil a recurrir ante el juez de esa competencia;
en tal caso, la ley se limita a simplificar las notificaciones de la demanda y resolución que
recae en ella (se efectúa por cédula), y la tramitación ante el juez civil sigue las reglas de
juicio sumario (artículo 68 II y III).

Sentencia civil en el juicio penal. Tanto en el caso de absolución o condena penal, el


tribunal debe pronunciarse sobre la demanda civil válidamente interpuesta. La sentencia
definitiva deberá pronunciarse sobre la responsabilidad civil de cada uno de los acusados
que hayan sido civilmente demandados, y fijará el monto de las indemnizaciones a que
hubiere lugar (CPP, art 342 letra e). En consecuencia, no puede dejarse, como ocurre en el
proceso civil, la determinación del monto de los daños y perjuicios para la fase de ejecución
de la sentencia.

Recursos contra la sentencia civil dictada en el juicio penal. En contra de la sentencia


definitiva que dicte el tribunal de juicio oral en lo penal no procede recurso de apelación
(CPP, art 364); de acuerdo con las reglas generales del proceso penal, sólo procede el
recurso de nulidad fundado en las causales establecidas en los artículos 373y 374 del CPP.
El establecimiento definitivo de los hechos que provee el juicio oral se extiende a la materia
civil. En consecuencia, cada vez que la víctima demande al imputado en sede penal y al
tercero civilmente responsable en sede civil, la sentencia dictada en materia penal quedará
sujeta sólo al recurso de nulidad y, en cambio, la que se dicte en materia civil, a los recursos
de apelación y casación (CPC, art 187 y 767). En definitiva, aunque los hechos sean
idénticos, el procedimiento ante el juez civil es de doble instancia y hay lugar al recurso de
casación, mientras el procedimiento penal sólo admite el recurso de nulidad.

Renuncia de la acción civil, desistimiento, abandono. La renuncia de la acción civil en el


proceso penal es un acto de disposición que extingue la acción y se encuentra expresamente
autorizada por la ley procesal (CPP, art 56). La renuncia produce el efecto de extinguir la
acción civil y, por tanto, impide a la víctima accionar civilmente, sea en el procedimiento
civil o penal. Por eso, la renuncia da lugar a la excepción perentoria de renuncia del derecho.
Por cierto que extinguida la acción civil no se entenderá extinguida la acción penal para la
persecución del hecho punible, lo que es reflejo de su carácter público e indisponible.
Excepcionalmente, tratándose de un hecho punible de acción penal privada, cuando sólo se
ejerce la acción civil se considerará tácitamente extinguida la acción penal (CPP, art 66).
La víctima puede también desistirse de su acción en cualquier estado del proceso penal.
Puede hacerlo inmediatamente después de haberla presentado y hasta antes de existir
sentencia definitiva firme. El desistimiento es una típica institución procesal que se
encuentra regulada en los arts 148 a 151 del CPC, expresamente aplicables por remisión al
Libro I de ese ordenamiento que realiza el art 52 delCPP . Por tanto, presentado el
desistimiento de la víctima, la petición se somete a los trámites establecidos para los
incidentes, el imputado puede oponerse a dicha solicitud y el juez debe resolver el asunto. Si
el desistimiento es aceptado, la pretensión civil se extingue definitivamente, produciendo
efecto de cosa juzgada (CPC, art 150). Si, por el contrario, el juez rechaza el desistimiento, la
acción civil continúa con su tramitación normal.
El abandono de la acción civil se encuentra regulado en el Código Procesal Penal, como una
sanción por no haber mostrado la víctima interés en persistir en su demanda civil. Las
causales que lo hacen procedente son expresivas de cierta indolencia en la conducta de la
víctima: no haber comparecido a la audiencia de preparación del juicio oral o a la audiencia
del juicio oral, sin justificación (Código Procesal Penal, artículo 64). El abandono opera por
el solo hecho de estas ausencias, a menos que la víctima pruebe los hechos inimputables que
le impidieron asistir. El abandono no produce simplemente el efecto de impedir que
continúe tramitándose la acción de responsabilidad civil en el proceso penal; en efecto, una
vez admitida a tramitación la demanda civil en el proceso penal, no podrá ser deducida
nuevamente ante el juez civil (CPP, art 59 II). En consecuencia, a menos que el juez penal
estimare que la ausencia del actor es justificada, caso en el cual la acción no se tendrá por
abandonada (CPP, art 64 II), el abandono en sede penal produce el efecto de extinción de la
acción civil.

Influencia recíproca de resoluciones en lo penal y en lo civil


Principios. La responsabilidad civil y penal son independientes entre sí: puede haber
responsabilidad penal sin que haya lugar a la responsabilidad civil, como ocurre con el
ilícito penal que no ocasiona daños; y, a la inversa, la mayoría de los casos que dan lugar a
responsabilidad civil no acarrean responsabilidad penal, sea porque el hecho que ocasiona
el daño no está tipificado como delito, sea porque no se cumplen las condiciones subjetivas
de imputabilidad criminal.
Con todo, ambos ámbitos jurisdiccionales se entrecruzan por dos órdenes de razones: ante
todo, de economía procesal y de justicia en sentido formal, con el propósito de evitar
sentencias contradictorias; y, además, en virtud de una regla excepcional que establece la
especialidad de la jurisdicción civil (CPP, art 171 I).
a. Efectos de las resoluciones penales en materia civil
Sentencias condenatorias: ilícitos penales e infraccionales. Según dispone el art 178 del
CPC, en los juicios civiles podrán hacerse valer las sentencias dictadas en un proceso
criminal siempre que condenen al imputado. Esta regla ha sido interpretada
extensivamente, de modo que no sólo se aplica respecto de sentencias penales sino también
al amplio ámbito de los ilícitos infraccionales. Por eso, resulta también aplicable respecto de
sentencias que imponen o confirman una sanción (por ejemplo, multa) por infracción a una
determinada regulación administrativa, porque los requisitos para sancionar en un
procedimiento infraccional son de analogía penal, y necesariamente más estrictos que los
requeridos para establecer la culpa civil, que no sólo comprende los ilícitos infraccionales,
sino, además, los ilícitos contra los usos normativos o simplemente contra deberes
generales de cuidado. Con igual razón, producen efectos en materia civil las sanciones que
fijan los jueces de policía local en el ámbito de su competencia (Ley Nº 18.287, sobre
procedimientos ante los juzgados de policía local, artículo 29).
Con todo, conviene tener presentes los límites de este efecto de las sentencias
condenatorias, penales o administrativas.

Principio: las sentencias absolutorias no producen efectos en sede civil. Por regla
general, las sentencias absolutorias penales no producen cosa juzgada en materia civil,
porque de la circunstancia de no existir responsabilidad penal no se sigue necesariamente
que tampoco haya lugar a la responsabilidad civil. Así lo establece el art 179 I del CPC, en
cuya virtud las sentencias que absuelvan de la acusación o que ordenen el sobreseimiento
definitivo, sólo producen cosa juzgada en materia civil cuando se funden en ciertas y
precisas circunstancias.
El efecto de cosa juzgada de la sentencia penal absolutoria y del sobreseimiento definitivo
es excepcional en materia civil; sólo procede en aquellos casos expresamente señalados en
la ley. Por la misma razón, esas normas deben ser interpretadas de manera restrictiva. En
consecuencia, para que una sentencia absolutoria produzca efecto de cosa juzgada en
materia civil, debe satisfacer precisamente alguna de las hipótesis contenidas en el art 179
el CPC.

Excepciones: circunstancias en que la sentencia penal absolutoria produce efectos en


sede civil. Las sentencias que absuelvan de la acusación o que ordenen el sobreseimiento
definitivo, sólo producirán cosa juzgada en materia civil cuando se funden en alguna de las
circunstancias establecidas por el art 179 del CPC.
Primera regla: inexistencia del hecho. “La no existencia del delito o cuasidelito que ha
sido materia del proceso. No se entenderán comprendidos en este número los casos en que
la absolución o el sobreseimiento provengan de la existencia de circunstancias que eximan
de responsabilidad criminal” (CPC, art 179 regla 1ª).
Segunda regla: inexistencia de participación del demandado en el hecho dañoso. “No
existir relación alguna entre el hecho que se persigue y la persona acusada, sin perjuicio de
la responsabilidad civil que pueda afectarle por actos de terceros, o por daños que resulten
de accidentes, en conformidad a lo establecido en el Título XXXV, Libro IV, del Código Civil”
(CPC, art 179 regla 2ª).
Tercera regla: inexistencia de indicio alguno en contra del acusado.
“No existir en autos indicio alguno contra el acusado, no pudiendo en tal caso alegarse la
cosa juzgada sino respecto de las personas que hayan intervenido en el proceso criminal
como partes directas o coadyuvantes” (CPC, art 179 regla 3ª).

Contraexcepción: obligaciones restitutorias. Las circunstancias del art 179 del CPC
están sujetas a una limitación adicional, contenida en el inciso final, que señala: “Las
sentencias absolutorias o de sobreseimiento en materia criminal relativas a los tutores,
curadores, albaceas, síndicos, depositarios, tesoreros y demás personas que hayan recibido
valores u objetos muebles por un título de que nazca obligación de devolverlos, no
producirán en ningún caso cosa juzgada en materia civil”.
Esta norma restablece la regla general en materia de obligaciones restitutorias: las
sentencias absolutorias y las que ordenan el sobreseimiento definitivo no tienen eficacia en
el juicio civil.

Alcance de la cosa juzgada. Se ha fallado que la cosa juzgada de la sentencia dictada en


sede criminal produce efectos erga omnes, sin que se requiera la concurrencia de la triple
identidad a que se refiere el art 177 del CPC. En definitiva, se trata de un efecto de cosa
juzgada que se aleja de los principios generales aceptados en la materia: ante todo, porque
el objeto de la acción civil es material-mente diferente del de la acción penal (a pesar de lo
cual, lo resuelto en sede penal puede producir efectos en materia civil) y, salvo en el caso de
la tercera regla del art 179 del CPC, ni siquiera se requiere identidad legal de personas
(produciéndose un efecto civil erga omnes de la sentencia dictada en el juicio penal).
El alcance de cosa juzgada material que la sentencia penal produce en materias civiles está
precisado por el art 180 del CPC: “Siempre que la sentencia criminal produzca cosa juzgada
en el juicio civil, no será lícito en éste tomar en consideración pruebas o alegaciones
incompatibles con lo resuelto en dicha sentencia o con los hechos que le sirvan de necesario
fundamento”.
De la regla puede inferirse que sólo lo declarado expresamente en la sentencia penal produce
el efecto de cosa juzgada en materia civil.

Cuestión penal de efectos suspensivos en el proceso civil. El art 167 del CPC contempla
la hipótesis de una cuestión criminal de efectos suspensivos: “Cuando la existencia de un
delito haya de ser fundamento preciso de una sentencia civil o tenga en ella una influencia
notoria, podrán los tribunales suspender el pronunciamiento de ésta hasta la terminación
del proceso criminal, si en éste se ha deducido acusación o formulado requerimiento, según
el caso. Esta suspensión puede decretarse en cualquier estado del juicio, una vez que se
haga constar la circunstancia mencionada” (CPC, art 167 I y II).
La hipótesis de esta norma se justifica en razón del eventual efecto de cosa juzgada que
puede tener el fallo que se dicte en un juicio criminal pendiente. En consecuencia, el
supuesto de aplicación es precisamente que no exista una sentencia definitiva en el proceso
penal. Antes de que finalice el proceso criminal, el juez civil debe establecer si la existencia
del delito que allí se investiga será o no fundamento preciso de la sentencia civil que debe
dictar, o si tendrá en ella una influencia notoria. En caso afirmativo, podrá suspender la
tramitación de la causa hasta que se falle la causa penal. Pese a que la disposición habla de
suspender el pronunciamiento de la sentencia civil, los tribunales desde temprano
entendieron que esta suspensión se refería al procedimiento o tramitación de la causa.
Dicha paralización puede solicitarse y decretarse ‘en cualquier estado del proceso civil’. La
suspensión origina un incidente que debe tramitarse por cuerda separada, sin paralizar el
curso del proceso civil (CPC, art 167 III). El conocimiento y fallo de este incidente es de
competencia del tribunal civil que está tramitando el proceso principal, en primera o en
segunda instancia.
Si el tribunal competente resuelve favorablemente el incidente, el procedimiento civil se
paralizará hasta la resolución de la causa penal. Con todo, si en este juicio se ventilaren
otras cuestiones que puedan tramitarse y resolverse sin esperar el fallo del proceso penal, el
procedimiento continuará respecto de ellas sin interrupción (CPC, art 167 IV). La
suspensión debe limitarse, en consecuencia, a las actuaciones que pueden ser incompatibles
con lo que se resuelva en el proceso penal.
b. Efectos de las resoluciones civiles en materia penal
c.
Regla general. En principio, la sentencia dictada en un juicio de responsabilidad civil no
produce cosa juzgada en materia penal, sea absolutoria o condenatoria.

Cuestiones prejudiciales civiles. Durante el juicio penal puede suscitarse una cuestión de
carácter civil, que sea uno de los elementos que la ley penal considera para definir el delito
que se persigue, para agravar o disminuir la pena, o para establecer la responsabilidad
penal del autor. Por regla general, la cuestión civil es resuelta por el tribunal con competencia
en lo criminal (COT, art 173). Por excepción, existen materias cuyo conocimiento está
reservado exclusivamente a los jueces civiles. Si ése es el caso, el juez de garantía deberá
decretar el sobreseimiento temporal de la causa, suspendiéndose el procedimiento penal en
tanto la cuestión no sea resuelta (CPP, artículo 252 letra a)
Éstas son las cuestiones prejudiciales civiles. Es el caso de una disputa relativa a la
propiedad de una especie en un juicio por hurto o sobre la validez de un matrimonio en uno
por bigamia. La sentencia civil produce, en tal caso, efecto de cosa juzgada en materia
criminal.
Siempre que para el juzgamiento criminal se requiera la resolución previa de una cuestión
civil, que debe ser conocida por un tribunal que ejerza jurisdicción en lo civil, se suspenderá
el procedimiento criminal hasta que dicha cuestión sea resuelta por sentencia firme (CPP,
art 171 I).
Con todo, la suspensión del procedimiento criminal no impide que se verifiquen las
actuaciones urgentes y estrictamente necesarias para conferir protección a la víctima o a
testigos o para establecer circunstancias que comprobaren los hechos o la participación del
imputado y que pudieren desaparecer. Si se trata de un delito de acción penal pública,
corresponde al Ministerio Público promover el proceso civil, intervenir en la causa e instar
por su pronta conclusión (CPP, art 171 I y II).

Efectos de la indemnización civil en materia criminal. Acuerdos reparatorios.


Bajo ciertas circunstancias, el pago de la indemnización civil puede producir efectos en
materia penal. Entre esos efectos pueden mencionarse los siguientes:
-El pago de la indemnización de perjuicios o la restitución de la cosa pueden servir para
configurar la atenuante de reparación celosa del mal causado, contemplada en el art 11 Nº 7
del C Penal.
-El pago de una suma determinada a título de indemnización en favor de la víctima, o la
garantía de su pago, es una de las condiciones que el juez de garantía puede decretar para
que opere la suspensión condicional del procedimiento (CPP, art 238 letra e). El
incumplimiento de la condición impuesta puede devenir en la revocación de la suspensión
(art239).
-El pago de la indemnización civil es condición para que se otorgue la remisión condicional
de la pena. En efecto, la ley Nº 18.216, sobre medidas alternativas a las penas privativas o
restrictivas de libertad, impone como condición para obtener este beneficio “la satisfacción
de la indemnización civil, costas y multas impuestas por la sentencia” (ley Nº 18.216, art 5º
letra d). No obstante, el tribunal podrá prescindir de esta exigencia en caso de impedimento
justificado.
La cuestión es por completo distinta tratándose de los acuerdos reparatorios, a que hace
referencia el CPP (art 241). En este caso, la reparación consistirá típicamente en el pago de
una suma de dinero, que es funcionalmente equivalente a la ‘pena’ (y, en consecuencia, no
puede ser calificada de indemnización de perjuicios); de ello se sigue que estos acuerdos
reparatorios no extinguen naturalmente la acción civil que nace del hecho punible. De
hecho, el único efecto civil que la ley procesal penal otorga al acuerdo reparatorio es la
acción para ejecutarlo de conformidad con las reglas generales aplicables a las sentencias
civiles (art 243, con referencia a los art 233 y siguientes del CPC).
Por eso, a pesar de su naturaleza patrimonial, los acuerdos reparatorios alcanzados en sede
penal poseen típicamente efectos punitivos, de modo que no constituyen propiamente una
indemnización civil con efectos en materia penal; tampoco se trata de una prestación
convenida en el juicio penal que produzca per se efectos extintivos de la obligación
indemnizatoria en materia civil.
Que el acuerdo reparatorio no tenga una naturaleza jurídica indemnizatoria (en el sentido
del derecho civil) no obsta, como es obvio, a que también comprenda la renuncia a las
pretensiones indemnizatorias de la víctima.

S-ar putea să vă placă și