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de Barros
Tipos de acciones
Acciones que nacen de un ilícito civil:
a)Acción indemnizatoria: la mas característica de las acciones civiles que nacen de un ilícito.
El valor de cambio del dinero permite que sea usado para fines reparatorios y
compensatorios de muy diversos tipos
b)Acción de reparación en naturaleza: se dirige a evitar o interrumpir el daño que amenaza
producirse o que actualmente esté afectando al demandante. Esta acción generalmente esta
subsumida a la indemnizatoria. Los fines de la acción de reparación de naturaleza pueden
ser perseguidas por medio de la acción Indemnizatoria o directamente mediante acciones
dirigidas a obtener ciertos actos u omisiones reparadoras al demandado
c)Acción de restitución de beneficios: No atiende al daño que se sigue del ilícito, sino los
beneficios que injustamente obtiene el demandado.
Finalidades preventivas, interruptivas y reparatorias del daño de las acciones civiles.
Desde un punto de vista temporal las acciones que nacen de un ilícito civil pueden tener
por objeto impedir que el daño llegue a ocurrir, poner término a su realización, o restituir
en naturaleza o compensar en dinero el daño ya ocurrido. En cuanto a su fin, las acciones
preventivas e interruptivas son típicamente acciones en naturaleza. Por el contrario, las
acciones dirigidas a la reparación del daño ya provocado son usualmente indemnizatorias,
con las dos reservas ya insinuadas: que siendo posible la reparación en naturaleza se puede
solicitarla directamente del demandado y que, aun en el caso que lo demandado sea una
indemnización, su cálculo toma en consideración el costo de restituir el bien dañado a su
estado anterior (o al estado más cercano que sea posible obtener).
a. Planteamiento
b. Acciones preventivas
Acciones civiles preventivas del daño. El derecho civil otorga desde el derecho romano
acciones para prevenir la producción del daño. Es el caso de las acciones que se dirigen a
impedir el daño temido, esto es, “el daño aún no causado, que tememos se va a producir”.
Sin embargo, con el correr del tiempo, han surgido nuevos riesgos, de modo que su ámbito
de protección es limitado.
En el título XXXV del libro IV, de los delitos y cuasidelitos civiles, “se concede una acción
popular en todos los casos de daño contingente que por imprudencia o negligencia de
alguien amenace a personas indeterminadas; pero si el daño amenazare solamente a
personas determinadas, sólo alguna de éstas podrá intentar la acción” (artículo 2333).
A diferencia de las acciones posesorias, la acción preventiva del artículo 2333 no lleva
aparejado un procedimiento especial por la ley procesal. Usualmente será aplicable el
procedimiento sumario en razón de la regla general que lo establece respecto de las
acciones que requieren de tramitación rápida para que sean eficaces (CPC, artículo 680 I).
Sin embargo, en atención a que este procedimiento tampoco asegura la urgencia requerida,
la práctica procesal tiende a recurrir a la acción de protección o a las medidas cautelares
anticipatorias, como se verá sucintamente en los párrafos siguientes.
Medidas precautorias en juicio civil. El medio que abre el derecho procesal civil para
obtener una medida preventiva frente a un daño de los referidos en el artículo 2333 es que
el juez decrete una medida precautoria, en la forma de una cautela anticipatoria del derecho
pretendido. En circunstancias que las referidas en el artículo 290 no coincidirán usualmente
con el propósito perseguido por el actor, el camino es solicitar alguna de las medidas
innominadas que autoriza el artículo 298, otorgando una caución proporcionada que es
determinada por el juez. El juez tiene amplias facultades prudenciales para valorar la
urgencia y determinar la medida de prevención adecuada. Si el peligro de daño es grave y la
prevención es urgente, la medida precautoria puede demandarse incluso en la forma de una
medida prejudicial precautoria en los términos referidos por el artículo 279 del mismo
código.
Acciones disponibles. El que sea víctima de un daño actual y continuado puede solicitar al
juez que lo haga cesar del modo que resulte más eficaz. El procedimiento aplicable será el
sumario, porque siempre que se trate de poner término a una acción dañosa, por su
naturaleza requerirá de tramitación rápida para que sea eficaz (CPC, artículo 680 I). Este
procedimiento resultaría en la práctica usualmente ineficaz en atención a la urgencia que
requerirá la pretensión del demandante. A ese efecto quedan abiertos a la víctima los
caminos de las medidas precautorias y la acción de protección en los mismos términos que
cuando se persiguen fines puramente preventivos. La lógica que subyace tras estas acciones
es restitutoria y no reparatoria, de modo que su procedencia no está sujeta al requisito de la
negligencia.
Medidas que puede decretar el juez. Se ha aceptado por la doctrina que “el juez puede dar
órdenes y decretar, por tanto, todas las medidas que estime conducentes a hacer cesar el
daño”. Esta facultad es una consecuencia natural del derecho que tiene la víctima a ser
restituida en naturaleza a la condición anterior a la que se encontraba antes del
acaecimiento del hecho ilícito del tercero. En definitiva, la acción para poner término al
daño actual es la más elemental de las acciones que persiguen la restitución en naturaleza y
el juez está autorizado para decretar la suspensión del hecho ilícito que provoca la
turbación del derecho o interés perturbado.
Reparación indemnizatoria
Mora del obligado. La mora plantea una pregunta previa en materia de responsabilidad
extracontractual. Mientras en la responsabilidad contractual no es discutible que los
perjuicios por el retardo se cuentan desde la mora (artículo 1557), la cuestión no está
expresamente resuelta en el ámbito de la responsabilidad extracontractual.
Mientras la víctima del daño no requiera al deudor el pago de la indemnización, el
responsable no puede ser tenido por incumplidor. Incluso puede ocurrir que el responsable
aún no tenga noticia de la producción del daño.
Puede entenderse, en consecuencia, que la mora es un instituto común al derecho de
obligaciones y rige respecto de cualquier tipo de responsabilidad civil. Y en circunstancias
que en sede extracontractual no resultan aplicables las reglas 1ª y 2ª del artículo 1551, el
deudor de la obligación indemnizatoria sólo está en mora desde que ha sido judicialmente
requerido (artículo 1551 Nº 3).
En general, esta tesis no ha sido acogida por la doctrina y jurisprudencia, que ha partido de
la base de que la norma sobre la constitución en mora del artículo 1551 sólo se aplica en
sede contractual.
Momento que se considera para la valoración del daño moral. Si en materia de daño
patrimonial resulta a menudo difícil determinar el valor del dinero a la época en que el daño
se produjo, ello resulta imposible en el caso del daño moral.
Al determinar la fecha desde la cual se debe reajustar la indemnización, la jurisprudencia se
ha ido progresivamente ordenando en torno a la idea de que la época relevante para la
determinación del daño moral es la fecha de la sentencia de primera o segunda instancia,
según sea la que efectúa la apreciación, porque sólo entonces el juez tiene una correcta
percepción del valor en dinero que está reconociendo como indemnización y puede recurrir
a los criterios de valoración que la práctica jurisprudencial haya establecido.
Criterio para determinar la fecha de inicio del reajuste. La época desde la cual debe
otorgarse el reajuste comienza en el momento en que se calcula la indemnización. El reajuste
se justifica precisamente porque entre la moneda que sirve de base al cálculo de la
indemnización y la moneda del pago hay una diferencia de valor, de modo que la única
manera de asegurar que la víctima reciba la indemnización completa es incorporando como
reajuste esa diferencia de valor.
d. Intereses
Intereses corrientes. En circunstancias en que los intereses no son una sanción, sino
simplemente expresan el costo de no haber recibido oportunamente el pago, corresponde
que se declaren intereses corrientes, que expresan precisamente el costo de mercado por el
uso del dinero durante el período de tiempo que transcurre hasta el pago de la
indemnización. El interés corriente, que por mandato de la ley es también el interés legal, es
publicado durante la primera semana de cada mes por la Superintendencia de Bancos e
Instituciones Financieras. En atención a que los intereses corrientes son diferentes para
operaciones reajustables y no reajustables, corresponde atender a si la suma reconocida
como indemnización considera reajustes (como es lo usual). En tal caso, corresponde
aplicar los intereses corrientes para operaciones reajustables, porque de lo contrario la
indemnización excedería el daño efectivo.
Fecha desde la cual se conceden intereses por el daño patrimonial.A falta de norma
legal expresa, desde un punto de vista sistemático y de justicia parece preferible que los
intereses se deban desde que el demandado queda notificado de la demanda
indemnizatoria.
Que los intereses corran desde la notificación de la demanda es la solución más justa desde
el punto vista de las posiciones relativas de las partes, encuentra fundamento legal en las
normas sobre efectos de las obligaciones del Código Civil y es consistente con el principio de
la reparación integral del daño patrimonial.
Aumento en el valor de los daños. Los daños pueden haber aumentado de valor en el
tiempo intermedio entre la fecha de la demanda y la fecha de la sentencia o con
posterioridad a la sentencia. Conviene analizar por separado estas dos hipótesis. Si los
daños incluidos en la demanda aumentan de valor durante la tramitación del pleito, se
puede entender que forman parte de la relación procesal y que el juez debe valorarlos según
la magnitud que adquieren al momento de la sentencia definitiva, según el principio que la
indemnización debe ser completa. La regla subyacente expresa que para la valoración
resulta relevante toda evidencia que produzcan las partes para apreciar los daños que el
actor refiere en su demanda. Por el contrario, parece existir acuerdo en que si el cambio de
valor se produce con posterioridad a la sentencia definitiva de segunda instancia, el monto
de la indemnización no puede ser revisado en virtud del principio de cosa juzgada.
Disminución del valor de los daños con posterioridad a la demanda. El cambio de valor
de los daños puede ocurrir porque no se producen daños que se esperaba se produjeran (el
discapacitado encuentra una oportunidad de trabajo más rentable que la anterior) o porque
son de menor intensidad que la esperada (los daños corporales tienen una evolución más
favorable que lo previsto). A su vez, estos cambios se pueden producir durante el juicio o
con posterioridad a la sentencia definitiva.
En principio, todo cambio favorable a la víctima que ocurra durante la tramitación del juicio
debe ser considerado en la sentencia. No existe diferencia, en este caso, entre la disminución
del valor del daño y la no realización del daño que era esperado al momento de plantearse
la demanda (según el principio de que el juez no está del mismo modo determinado por las
excepciones y alegaciones del demandado que por las peticiones del demandante). Si el
daño invocado por el demandante no se produjo o se produjo en una intensidad inferior, el
juez no podrá darlo por acreditado, lo que es razón suficiente para que se frustre total o
parcialmente la pretensión indemnizatoria.
Todo parece indicar que los hechos ocurridos después de dictada la sentencia de término no
son relevantes si se traducen en un mero cambio en los valores del daño. Por el contrario, si
la víctima sufre nuevos daños con posterioridad a la demanda o si con posterioridad a la
sentencia de término llega a ser cierto que no se producirá un daño para el cual se reconoció
indemnización, el objeto pedido y la causa de pedir, respectivamente, son diferentes a los
del juicio anterior; en consecuencia, en tales casos no puede esgrimirse la cosa juzgada para
enervar la nueva acción indemnizatoria de la víctima o la acción restitutoria de quien ha
sido condenado. La mejor alternativa frente a la eventualidad de cambio de la situación, que
a menudo afecta a los daños futuros, es que el propio fallo asuma la incertidumbre y
reconozca la indemnización condicionada a que lleguen efectivamente a ocurrir.
Generalidades.
En general, conviene distinguir los beneficios conexos al daño sufrido por la víctima
(pensiones, seguros) de los otros efectos patrimoniales positivos que se pueden seguir del
accidente. Los casos más típicos de estos últimos, en casos de daños a cosas corporales, son
el valor remanente de la cosa destruida, en circunstancias que la indemnización cubre su
valor de sustitución y el mayor valor que puede tener la cosa luego de reparada. También en
caso de daño corporal puede ocurrir que la víctima evite gastos relevantes durante el
período de curación, en que su mantención es financiada por el demandado. En estas
situaciones, esos valores resultan determinantes al momento de apreciar el daño efectivo,
de modo que deben ser diferenciados de otros tipos de beneficios colaterales. En esta
sección se intentará revisar las diversas hipótesis de beneficios colaterales, intentando
buscar criterios diferenciados atendiendo a su naturaleza.
Valor remanente de la cosa sustituida por otra y mayor valor de la cosa recibida. Al
tratar del daño a las cosas se han analizado dos situaciones referidas a beneficios conexos
que puede obtener el demandante de un daño a las cosas. Ante todo, el responsable de los
daños tiene derecho a que le sea entregada la cosa que se ha tenido por destruida o que le
sea deducido el valor remanente; a este respecto, hay acuerdo en la doctrina y
jurisprudencia nacional que se han ocupado de la materia.
Más difícil resulta la pregunta por la deducción del mayor valor que tiene la cosa nueva que
reemplaza a la antigua. Por mucho que intuitivamente se tienda a aceptar la deducción de
ese mayor valor, de modo que sea de cargo de quien recibe la reparación, en el derecho
comparado la pregunta es contestada sobre la base de ciertas calificaciones especiales, o
simple-mente la deducción no es aceptada.
Gastos que se evitan a consecuencia del accidente. En el cálculo del lucro cesante
resulta evidente que los gastos que habrían sido necesarios para producir los ingresos
esperados deben ser deducidos, a efectos de calcular la ganancia neta esperada. Pero, más
allá de esa consideración evidente, surge la pregunta por el efecto de los gastos en que la
víctima dejó de incurrir a consecuencia del daño sufrido. Dos grupos de gastos son
especialmente relevantes: los gastos y los impuestos ahorrados.
Respecto de unos y otros, lo determinante es que el ahorro se produzca precisamente a
consecuencia del daño. Así, mientras la cosa deteriorada está en reparaciones, habrá
ahorros de mantención, de seguros e incluso de depreciación. Todos ellos disminuyen el
valor de los perjuicios, bajo la condición de que sean significativos (en la medida que puede
entenderse que los beneficios están sujetos a una regla de relevancia análoga al daño).
b. Prescripción de la acción
Plazo de prescripción. En virtud de una norma especial del Título XXXV del Libro IV, las
acciones por delitos o cuasidelitos civiles se extinguen por prescripción transcurrido el
término de cuatro años, contados desde la perpetración del acto (artículo 2332). Esta
norma se aplica a cualesquiera tipos de responsabilidad extracontractual, a menos que una
norma especial establezca algo diferente.
Daños diferidos, daños futuros, daño continuado, agravación del daño y daños
nuevos. Son daños diferidos aquellos que se manifiestan con posterioridad a la comisión
del hecho culpable o doloso. El plazo de prescripción se debe contar en este tipo de casos
desde que el daño se hace conocido o se manifiesta a la víctima, con un límite de diez años
desde que concluye la ejecución del hecho que lo genera.
La comisión de un hecho ilícito se puede prolongar indeterminadamente en el tiempo. En
este caso el delito se renueva de manera permanente. La comisión de un delito que subsiste
en el tiempo genera un daño continuado. Sólo una vez que el delito se haya dejado de reno-
var y sus efectos dañinos se hayan consumado, es posible sostener que el acto ya se ha
perpetrado. En consecuencia, si la consumación del hecho es coetánea a la producción del
daño, desde ese momento debe comenzar a computarse el plazo de prescripción. Si el hecho
es instantáneo, pero el daño continuado, la prescripción sólo comienza a correr cuando cesa
el daño.
La misma regla resulta aplicable cuando se trata de un hecho ilícito complejo, compuesto
por un conjunto de actos autónomos, pero normativamente vinculados entre sí y que
causan daño. En este evento, el último de dichos actos es el que resulta relevante a efectos
del cómputo de la prescripción. Con todo, esta hipótesis no se debe confundir con el daño
que por su naturaleza persiste de manera indefinida, como típicamente puede ocurrir con el
daño moral o con el lucro cesante que se sigue del daño corporal. En este caso, el momento
determinante es cuando ocurre el daño. Así, se ha fallado que muy distinta a una secuencia
de hechos dañosos es la secuela que se sigue del daño moral, susceptible de prolongarse “tal
vez, por toda la vida”.
La circunstancia de que un daño devenga en más intenso o se agrave puede tener efectos en
la responsabilidad; pero en nada afecta al plazo de prescripción que ya ha comenzado a
correr. Con todo, esta regla sólo rige si se trata del mismo daño, porque en caso de tratarse
de un daño nuevo, aunque haya sido ocasionado por un mismo hecho, resulta coherente con
lo antes expresado que comience a correr un plazo de prescripción también nuevo.
a. El demandado
Autor del daño. Con las solas excepciones que establece el artículo 2319, todas las
personas son capaces de delito o cuasidelito civil, de modo que la acción de responsabilidad
se dirige, ante todo, contra quien por su hecho negligente (en la responsabilidad por culpa)
o por su posición generadora de un riesgo (en la responsabilidad estricta) ha causado el
daño que da lugar a la pretensión reparatoria (art2316 I).
Se tiene por autor del daño a quien materialmente lo ha producido, pero la responsabilidad
también se extiende a quienes han actuado como cómplices o encubridores del hecho, en la
medida que su conducta ilícita resulta determinante en la materialización de los perjuicios.
A estos efectos, las reglas generales sobre causalidad son suficientes para determinar la
extensión pasiva de la acción de responsabilidad; ésta se dirige por igual contra cualquiera
persona cuya conducta ilícita haya sido condición necesaria del daño.
En los casos de responsabilidad estricta, el antecedente determinante de la responsabilidad
es usualmente la calidad (por ejemplo, la de tenedor de la cosa riesgosa) o el desarrollo de
la actividad. Corresponde a la ley definir quién será tenido en cada caso por responsable, en
la medida que no es la conducta, sino el riesgo el elemento que resulta determinante.
Herederos del autor del daño. La acción también puede ser ejercida en contra de los
herederos del autor del daño, en virtud del principio de continuidad patrimonial activa y
pasiva del causante en sus sucesores universales (artículo 951 II). Por lo demás, la
legitimidad pasiva de los herederos está expresamente reconocida en el título sobre delitos
y cuasidelitos civiles (artículo 2316 I).
Si el causante ha fallecido en el accidente ocurrido por su culpa y que ha provocado daño a
terceros, debe entenderse que la sucesión asume igualmente la obligación reparatoria,
porque el ilícito fue cometido en vida del causante; por eso, carece de relevancia el orden
temporal en que efectivamente se suceden la muerte del causante que provocó el accidente
y los daños sufridos, personalmente o por repercusión, por el tercero que los demanda. c)
Los herederos están obligados a la deuda a prorrata de sus participaciones hereditarias y la
insolvencia de cualquiera de ellos no grava a los demás, según las reglas generales (artículos
1354 y 1355).
Beneficiarios del dolo ajeno. También están pasivamente legitimados en el juicio a que dé
lugar un ilícito civil quienes se han aprovechado de un dolo ajeno, aunque personalmente
no hayan incurrido en ilícito alguno, de conformidad con las reglas generales .
b. El demandante
Acciones colectivas y daños difusos. La exigencia que el daño sea personal plantea
particulares dificultades en el caso de daños difusos o fraccionados, que se reparten entre
muchos sujetos. El daño difuso presenta a menudo problemas respecto al umbral de
relevancia que debe tener el perjuicio para que haya lugar a una pretensión reparatoria, lo
que puede excluir la acción individual de cada uno de los múltiples sujetos afectados. Aun
bajo el supuesto de que los daños sean individualmente significativos, la dificultad práctica
radica en los incentivos insuficientes para hacerlos valer separadamente por cada una de las
personas afectadas, porque su baja intensidad no justifica los costos personales y
económicos de emprender una acción.
En la medida que para ejercer la acción de protección se requiere alegar un derecho de
cualquier intensidad, que incluso puede ser invocado por asociaciones que reúnen a
personas que tienen intereses fraccionados o difusos, ha devenido en un procedimiento
cautelar que presenta caracteres típicos de las acciones populares (con la sola condición de
que se pueda reclamar la amenaza, turbación o privación de un derecho).
El daño reflejo o por repercusión es personal del actor. El llamado daño reflejo o por
repercusión da lugar a una pretensión indemnizatoria originaria del actor, cuyo fundamento
es su propio daño personal. En este caso, los efectos dañosos del daño corporal o de la
muerte sufridos por la víctima inmediata se expanden hacia un tercero. Si bien la muerte no
es un perjuicio para quien la sufre, puede serlo para personas que estaban ligadas
patrimonial o afectivamente a la víctima. Algo análogo puede ocurrir en caso de graves
lesiones corporales de la víctima inmediata. El problema más serio que presenta el daño
reflejo (especialmente el moral) se refiere a los criterios para definir sus límites.
La acción que persigue este daño reflejo debe ser distinguida de la que se tiene iure
hereditatis, esto es, la que pertenecía a la víctima inmediata y que se adquiere por
transmisión. Ambas acciones tienen por objeto perjuicios inequívocamente diversos en
materia patrimonial, de modo que no existen discusiones acerca de la posibilidad de
acumularlas (con la precaución de que un mismo daño no sea indemnizado más de una vez).
Tratándose del daño moral, por el contrario, existen fuertes razones para asumir que los
herederos sólo pueden reclamar los perjuicios personalmente sufridos como daño reflejo,
de modo que no pueden acumular al propio daño moral una pretensión indemnizatoria a
título sucesorio por los daños morales que haya sufrido la víctima directa.
3. Cesibilidad de la acción indemnizatoria
Transferencia de la acción.
La acción indemnizatoria tiene carácter patrimonial, de modo que, en principio, nada
impide su cesión a un tercero. En materia de daños patrimoniales, la cuestión es por
completo pacífica. Surgen dudas en materia de daños morales, a cuyo respecto se ha
argumentado que la transferencia no es lícita, atendido el carácter personalísimo de los
derechos afectados y la función compensatoria, en oposición a una estrictamente
reparadora, de la indemnización en dinero. La cesión del derecho de reparación del daño
moral extrema esta transformación del perjuicio moral en un crédito comerciable, de modo
que parece razonable estimarla como ilícita.
a. Introducción
Responsabilidad civil y responsabilidad penal. La tendencia a la separación se ha
acentuado en épocas recientes. Por una parte, se ha llegado a construir una teoría del delito
extremadamente refinada, que se ha caracterizado por la definición rigurosa de los
requisitos para hacer procedente la sanción penal, con el resultado de que la doctrina del
delito actúa como un límite a la imposición de la pena, mientras que en la responsabilidad
civil, por el contrario, la tendencia ha sido a la expansión. Por otra parte, la predilección a
separar las esferas de lo público y de lo privado y a relegar a esta última amplios ámbitos de
la moral, la religión y las costumbres, ha hecho que conductas que antes estaban sujetas a la
regulación estatal bajo sanción penal, hayan quedado entregadas al juicio individual.
Tipos de acciones civiles en el proceso penal. El CPP distingue dos tipos de acciones
civiles: la acción restitutoria, destinada a la restitución de las cosas que constituyen los
efectos o instrumentos del delito, siempre que no sean objeto de la pena de comiso (CPP, art
59 I); y la acción de responsabilidad civil. En las secciones siguientes serán analizadas
respectivamente estas acciones.
b. Acción restitutoria
Alcance. La acción restitutoria se dirige, ante todo, a recuperar la tenencia de las cosas que
constituyen los efectos o instrumentos del delito. Asimismo, puede tener por objeto la
recuperación de las cosas hurtadas, robadas o estafadas. En uno y otro caso, se trata de la
más elemental de las pretensiones de restitución en naturaleza, cuyo requisito de
procedencia es que ésta resulte posible. Si las cosas se han destruido, la reparación en
naturaleza está descartada y sólo es posible la indemnización compensatoria.
750. Otras acciones restitutorias. No todas las acciones que de acuerdo con el derecho
civil tienen naturaleza restitutoria están señaladas en las normas que se han analizado en
esta sección. No lo están, por ejemplo, la acción contra el poseedor por la restitución de
frutos y deterioros, o las que tienen por objeto el valor de la cosa destruida. En
circunstancias que las reglas del art 189 del CPP(en relación con los artículos 83 letra c, 187
y 188) sólo se refieren a las cosas que hayan podido servir para la comisión del delito, a sus
efectos o a los que pudieren ser utilizados como medios de prueba, así como a las hurtadas,
robadas o estafadas, debe entenderse que se trata de disposiciones especiales. Cualquier
otra acción restitutoria, especialmente las que tienen por objeto el valor en dinero de una
cosa, deben entenderse comprendidas en la acción civil reconocida por el art 59 II del CPP.
Acciones civiles distintas a la de responsabilidad civil. La disposición del art 59II del
CPP alude a todas las restantes acciones que tuvieren por objeto perseguir las
responsabilidades civiles derivadas del hecho punible.
Entre estas acciones civiles, distintas de la acción indemnizatoria, que tienen por
antecedente inmediato la materia discutida en sede penal, se pueden mencionar, por
ejemplo: i) las reparaciones especiales previstas en el C. Penal; ii) las que tengan por
finalidad obtener la declaración de ineficacia de un acto jurídico, unilateral o bilateral, por
falsedad del instrumento o por haberse celebrado de manera fraudulenta, o con objeto o
causa ilícita, de conformidad con lo acreditado en el juicio penal; iii) la cancelación de una
inscripción en un registro público obtenida por un título falsificado o declarado nulo; o iv) la
que persigue la restitución del valor de la cosa, que no es propiamente restitutoria en el
sentido del art 59 I, en relación con el 189 del CPP
Legitimación pasiva. Desde el punto de vista pasivo, sólo el imputado está legitimado para
ser civilmente demandado ante el juez penal. Si la acción se ejerce contra personas
diferentes del imputado, la demanda deberá plantearse ante el tribunal civil competente de
acuerdo con las reglas generales (CPP, art 59 II). Para estos efectos, la víctima está
autorizada para actuar desde que el Ministerio Público formaliza la investigación.
b) En la medida que no puede dirigirse en el procedimiento penal la acción civil en contra
de una persona distinta al imputado, no puede demandarse en esta sede al tercero
civilmente responsable (el propietario del vehículo motorizado o el empleador, por
ejemplo), de modo que éste sólo puede ser demandado ante el juez civil competente. El CPP
ha sido riguroso en excluir las acciones civiles contra personas distintas del imputado, con
el efecto de restringir sustancialmente el ejercicio de la acción de responsabilidad
patrimonial en el proceso penal.
d. Reglas de procedimiento
Rendición y valoración de la prueba. En la audiencia del juicio oral se deben rendir todas
las pruebas que las partes hubieren ofrecido para acreditar sus respectivas pretensiones y
defensas, y que no hubieren sido excluidas por el juez de garantía. En el día y hora fijados, el
tribunal se constituirá con la asistencia del fiscal, el acusado, su defensor y los demás
intervinientes. Una vez iniciada la audiencia, que es la misma del juicio oral penal, el
presidente de la sala concederá la palabra al actor para que exponga su demanda civil (CPP,
art 325). Posteriormente concederá la palabra al acusado para que proceda a su defensa.
Cada parte determina el orden en que rinde su prueba, correspondiendo recibir primero la
ofrecida para acreditar los hechos y peticiones de la acusación y de la demanda civil (CPP,
art 328). La prueba de las acciones civiles se sujeta a las normas civiles en cuanto a la carga
probatoria, y al CPP en cuanto a su procedencia, oportunidad, forma de rendirla y
apreciación (CPP, art 324). Concluida la recepción de pruebas, el presidente otorgará la
palabra al fiscal, al acusador particular y al defensor para que expongan sus conclusiones y,
posteriormente, se permitirá al fiscal y al defensor replicar. A continuación, se declarará
cerrado el debate.
Si una vez comenzado el juicio oral se dictare el sobreseimiento de la causa, el tribunal debe
continuar con el desarrollo del juicio para el solo conocimiento y fallo de la cuestión civil
(CPP, art 68 inciso final). En esta situación, la dependencia de la acción civil a la tramitación
del juicio penal cede en beneficio de la víctima; aunque el juicio penal termine sin sentencia
definitiva, continúa hasta la dictación de la sentencia el juicio civil ya iniciado ante el juez
penal. Por el contrario, si el juicio oral aún no hubiese comenzado, la suspensión o
terminación del juicio penal obligan al actor civil a recurrir ante el juez de esa competencia;
en tal caso, la ley se limita a simplificar las notificaciones de la demanda y resolución que
recae en ella (se efectúa por cédula), y la tramitación ante el juez civil sigue las reglas de
juicio sumario (artículo 68 II y III).
Principio: las sentencias absolutorias no producen efectos en sede civil. Por regla
general, las sentencias absolutorias penales no producen cosa juzgada en materia civil,
porque de la circunstancia de no existir responsabilidad penal no se sigue necesariamente
que tampoco haya lugar a la responsabilidad civil. Así lo establece el art 179 I del CPC, en
cuya virtud las sentencias que absuelvan de la acusación o que ordenen el sobreseimiento
definitivo, sólo producen cosa juzgada en materia civil cuando se funden en ciertas y
precisas circunstancias.
El efecto de cosa juzgada de la sentencia penal absolutoria y del sobreseimiento definitivo
es excepcional en materia civil; sólo procede en aquellos casos expresamente señalados en
la ley. Por la misma razón, esas normas deben ser interpretadas de manera restrictiva. En
consecuencia, para que una sentencia absolutoria produzca efecto de cosa juzgada en
materia civil, debe satisfacer precisamente alguna de las hipótesis contenidas en el art 179
el CPC.
Contraexcepción: obligaciones restitutorias. Las circunstancias del art 179 del CPC
están sujetas a una limitación adicional, contenida en el inciso final, que señala: “Las
sentencias absolutorias o de sobreseimiento en materia criminal relativas a los tutores,
curadores, albaceas, síndicos, depositarios, tesoreros y demás personas que hayan recibido
valores u objetos muebles por un título de que nazca obligación de devolverlos, no
producirán en ningún caso cosa juzgada en materia civil”.
Esta norma restablece la regla general en materia de obligaciones restitutorias: las
sentencias absolutorias y las que ordenan el sobreseimiento definitivo no tienen eficacia en
el juicio civil.
Cuestión penal de efectos suspensivos en el proceso civil. El art 167 del CPC contempla
la hipótesis de una cuestión criminal de efectos suspensivos: “Cuando la existencia de un
delito haya de ser fundamento preciso de una sentencia civil o tenga en ella una influencia
notoria, podrán los tribunales suspender el pronunciamiento de ésta hasta la terminación
del proceso criminal, si en éste se ha deducido acusación o formulado requerimiento, según
el caso. Esta suspensión puede decretarse en cualquier estado del juicio, una vez que se
haga constar la circunstancia mencionada” (CPC, art 167 I y II).
La hipótesis de esta norma se justifica en razón del eventual efecto de cosa juzgada que
puede tener el fallo que se dicte en un juicio criminal pendiente. En consecuencia, el
supuesto de aplicación es precisamente que no exista una sentencia definitiva en el proceso
penal. Antes de que finalice el proceso criminal, el juez civil debe establecer si la existencia
del delito que allí se investiga será o no fundamento preciso de la sentencia civil que debe
dictar, o si tendrá en ella una influencia notoria. En caso afirmativo, podrá suspender la
tramitación de la causa hasta que se falle la causa penal. Pese a que la disposición habla de
suspender el pronunciamiento de la sentencia civil, los tribunales desde temprano
entendieron que esta suspensión se refería al procedimiento o tramitación de la causa.
Dicha paralización puede solicitarse y decretarse ‘en cualquier estado del proceso civil’. La
suspensión origina un incidente que debe tramitarse por cuerda separada, sin paralizar el
curso del proceso civil (CPC, art 167 III). El conocimiento y fallo de este incidente es de
competencia del tribunal civil que está tramitando el proceso principal, en primera o en
segunda instancia.
Si el tribunal competente resuelve favorablemente el incidente, el procedimiento civil se
paralizará hasta la resolución de la causa penal. Con todo, si en este juicio se ventilaren
otras cuestiones que puedan tramitarse y resolverse sin esperar el fallo del proceso penal, el
procedimiento continuará respecto de ellas sin interrupción (CPC, art 167 IV). La
suspensión debe limitarse, en consecuencia, a las actuaciones que pueden ser incompatibles
con lo que se resuelva en el proceso penal.
b. Efectos de las resoluciones civiles en materia penal
c.
Regla general. En principio, la sentencia dictada en un juicio de responsabilidad civil no
produce cosa juzgada en materia penal, sea absolutoria o condenatoria.
Cuestiones prejudiciales civiles. Durante el juicio penal puede suscitarse una cuestión de
carácter civil, que sea uno de los elementos que la ley penal considera para definir el delito
que se persigue, para agravar o disminuir la pena, o para establecer la responsabilidad
penal del autor. Por regla general, la cuestión civil es resuelta por el tribunal con competencia
en lo criminal (COT, art 173). Por excepción, existen materias cuyo conocimiento está
reservado exclusivamente a los jueces civiles. Si ése es el caso, el juez de garantía deberá
decretar el sobreseimiento temporal de la causa, suspendiéndose el procedimiento penal en
tanto la cuestión no sea resuelta (CPP, artículo 252 letra a)
Éstas son las cuestiones prejudiciales civiles. Es el caso de una disputa relativa a la
propiedad de una especie en un juicio por hurto o sobre la validez de un matrimonio en uno
por bigamia. La sentencia civil produce, en tal caso, efecto de cosa juzgada en materia
criminal.
Siempre que para el juzgamiento criminal se requiera la resolución previa de una cuestión
civil, que debe ser conocida por un tribunal que ejerza jurisdicción en lo civil, se suspenderá
el procedimiento criminal hasta que dicha cuestión sea resuelta por sentencia firme (CPP,
art 171 I).
Con todo, la suspensión del procedimiento criminal no impide que se verifiquen las
actuaciones urgentes y estrictamente necesarias para conferir protección a la víctima o a
testigos o para establecer circunstancias que comprobaren los hechos o la participación del
imputado y que pudieren desaparecer. Si se trata de un delito de acción penal pública,
corresponde al Ministerio Público promover el proceso civil, intervenir en la causa e instar
por su pronta conclusión (CPP, art 171 I y II).