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LA INDIFERENCIA

A la falta de preferencia o interés, lo que está localizado en la punta del látigo del
desprecio, se le llama indiferencia. Es lo que se experimenta en el grado cero de
la emoción, es decir, cuando los sentimientos están más fríos que calientes. Los
cínicos, que mienten con desfachatez, los arrogantes y los soberbios que estiman
su sí mismo en demasía, son indiferentes porque están fuera del escenario,
porque parece no importarles nada. No estar implicado afectivamente con algo es
un arma poderosa para manipular a los otros, al medio y al interior propio. La
indiferencia es un lujo afectivo porque el indiferente no sufre con el sufrimiento de
los demás. Y así como no sufre tampoco ríe, se sorprende, grita, llora o patalea. El
indiferente no hace lo que todos los demás sí y por eso puede tachársele de
aburrido o pedante. Los indiferentes nunca faltan en todas partes porque la
indiferencia flota en el ambiente. Es como el aire que uno respira. Mientras todos
se preocupan demasiado por sí mismos nadie se preocupa por los otros. La
indiferencia permite la pobreza, el abuso, la violencia y la frialdad, por algo las
calles se han llenado de basura, mendigos, vagabundos, prostitutas, asaltantes y
corruptos. Como permite el empobrecimiento del espíritu, termina por enfriar todo
aquello que encuentra a su paso. Es la guerra fría a la que todos juegan quizá sin
darse cuenta. Cuando se quiere ser frío, se opta por ser indiferente. Sin embargo,
hay dos tipos de indiferencia, la real y la simulada, pero al igual que todas las
emociones lleva una suerte de gestualidad que la deja fluir por todo el cuerpo,
después de todo cuando uno se muestra indiferente lo hace completito y no por
partes. Es decir, toda emoción siempre lleva dentro una suerte de actuación, una
estilización individual que sólo le pertenece a quien la porta. Y esa estilización va a
todas partes con sus portadores, es como una sombra que no se ve, pero que
está pegada a los diferentes modos de ser de cada uno.

La indiferencia real, la que no se actúa, la que es más natural que artificial, no


necesita de mucha estilización porque simplemente brota, como los suspiros o los
recuerdos. La simulada, salta con cierta intención de hacer como si nada pasara,
niega la vida porque hace como si en la vida no hubiera pasado nada. Es una
suerte de venganza endulzada con la perversión de hacer sentir al otro que no se
siente. Sin importar la forma en que se presente, al negar la vida, la indiferencia
mata, tortura, aniquila, pero no a quien la porta sino a quienes se les aplica.
Necesita de los demás para poder despreciarlos. Al ser un escudo protector para
el gladiador que la posee, también puede servirle de lanza para herir a los demás.
Por ello a los indiferentes se les trata de manera distinta porque no están en
comunión con los otros. La indiferencia es un modo muy particular de negar la
comunión de los demás con el desprecio. A los indiferentes se les permiten las
caras largas y endurecidas. Parece que nada les divierte y una forma de
incorporarlos a la comunidad a la cual niegan es tratarlos bien. Los indiferentes
son los aguafiestas de las reuniones porque siempre tienden a negar lo bonito de
la comunión y lo hacen pasar como algo trivial y superfluo. Sin importancia pues.

No obstante la indiferencia es casi una condición generalizada. En un mundo en el


que todos se enamoran cada vez más de su sí mismo, la posibilidad de vivir juntos
se desvanece porque en la indiferencia el otro desaparece, con todo y sus
emociones. Y no vale nada. Pero como el otro desaparece, el indiferente también
se desintegra porque al negar la sociedad a la que pertenece se niega a sí mismo
y entonces no le queda nada más que un mundo idealizado o mistificado que lo
aleja de la realidad en la que vive. Los indiferentes viven en un mundo que han
creado para sí porque sólo importan ellos, nadie más. La indiferencia generalizada
permite toda clase de abusos desde el incremento de los precios de la leche hasta
la violencia sexual. Y a esta sociedad le hace falta implicarse más con su realidad
para poder modificarla. Desgraciadamente la indiferencia ha triunfado en un
mundo en donde la falta de compromiso es una posición más cómoda. Mientras el
compromiso exige responsabilidad, la indiferencia sólo requiere del cinismo, la
soberbia y la arrogancia para olvidarse que el mundo está roto o a punto de
romperse.

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