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La Lumen Gentium es una de las tres constituciones contenidas en el concilio vaticano

II, y es conocida con el nombre de constitución dogmática sobre la Iglesia, fue


promulgada por el Papa Pablo VI el 21 de Noviembre de 1964.

LA MISIÓN DE LA IGLESIA PROVIENE DE JESÚS

Jesús, tuvo conciencia desde el principio, de ser el Enviado de alguien a quien Él llama
Padre, con la misión concreta de anunciar el reino de Dios a todos los hombres como se
puede analizar en el segundo apartado de Lumen Gentium, “El Padre Eterno, por una
disposición libérrima y arcana de su sabiduría y bondad, creó todo el universo, decretó
elevar a los hombres a participar de la vida divina…”y también se puede observar en el
tercer apartado “Vino, por tanto, el Hijo, enviado por el Padre, quien nos eligió en El
antes de la creación del mundo y nos predestinó a ser hijos adoptivos, porque se
complació en restaurar en El todas las cosas (cf. Ef 1,4-5 y 10). Así, pues, Cristo, en
cumplimiento de la voluntad del Padre…”.

Conforme el paso de los años, el breve recorrido por la vida de las primeras
comunidades cristianas, se ha ido afirmando que:


La misión de la iglesia se fundamenta en la misión de Jesús como enviado del
Padre para la liberación de la humanidad.

La razón histórica del ser de la iglesia es prolongar la misión de Cristo y hacer
visible en la historia de los hombres.

La misión es la verdadera y única terea de la iglesia.

La misión de la Iglesia se llama evangelización, una palabra que proviene del griego y
que significa “Buen mensaje, buena noticia”.

Jesús designa como “evangelio” la llegada del Reino de Dios, que provocará la
liberación de los oprimidos y la justicia para los pobres.

A la acción de pregonar el evangelio, durante mucho tiempo, se le ha identificado con


el anuncio del evangelio a los no creyentes, fundamentalmente en los llamados países
de misión y con la predicación de la Palabra de Dios en general. Esto puede verse en el
octavo punto de Lumen Gentium, “Cristo fue enviado por el Padre a «evangelizar a los
pobres y levantar a los oprimidos» (Lc 4,18), «para buscar y salvar lo que estaba
perdido» (Lc 19,10); así también la Iglesia abraza con su amor a todos los afligidos
por la debilidad humana; más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la
imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y
procura servir en ellos a Cristo”.

Tras el Sínodo que los obispos dedicaron en 1974 al tema de la evangelización en el


mundo contemporáneo, Pablo VI utilizó sus resultados para elaborar su exhortación
apostólica Evangelii Nuntiandi, donde se concibe la evangelización como la “dicha y
vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda.” Se puede decir, que la
evangelización abarca toda la vida de la Iglesia, en cuanto esté orientada a hacer
presente y proclamar el Reino de Dios, del que es signo entre los hombres.

La nueva evangelización tiene la tarea de suscitar la adhesión personal a Jesucristo y a


la Iglesia de tantos hombres y mujeres bautizados que viven sin energía del
cristianismo. Esa evangelización nueva en su ardor supone una fe sólida, una caridad
pastoral intensa y una recia fidelidad, que bajo la acción del Espíritu, generen una
mística, un incontenible entusiasmo en la tarea de anunciar el Evangelio.

Para clarificar la misión de la Iglesia, podemos analizar que en el punto veinticuatro de


Lumen Gentium, “Los Obispos, en cuanto sucesores de los Apóstoles, reciben del
Señor, a quien ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra, la misión de enseñar a
todas las gentes y de predicar el Evangelio a toda creatura, a fin de que todos los
hombres consigan la salvación por medio de la fe, del bautismo y del cumplimiento de
los mandamientos (cf. Mt 28,18-20; Mc 16,15-16; Hch 26, 17 s). Para el desempeño de
esta misión, Cristo Señor prometió a los Apóstoles el Espíritu Santo, y lo envió desde el
cielo el día de Pentecostés, para que, confortados con su virtud, fuesen sus testigos
hasta los confines de la tierra ante las gentes, los pueblos y los reyes (cf. Hch1,8; 2, 1
ss; 9,15).

Cabe destacar que esta evangelización de la que se preocupa la Iglesia , suscita la fe y la


conversación, lo cual es el centro de las misiones de la Iglesia. Dicha conversación no
es un mero cambio de mentalidad, sino algo que afecta al hombre entero, al sentido de
su vida personal y social, a los valores que la orientan y a las condiciones sociales que
la hacen posible.

La conversación es inseparable de la liberación integral del hombre, de su mundo y de


su historia, e incluye la liberación total y real de todas las dimensiones de la vida
humana y política.
Finalmente cabe destacar, que la Iglesia podrá llevar a cabo su misión evangelizadora
siempre que transparente y comunique con su vida lo que proclama en su mensaje. Para
que la comunidad cristiana pueda ejercer la misión que le encomendó Jesús, es
necesario que se sitúe permanentemente a la escucha de la Palabra de Dios que la
interpela, purifica y edifica.

Por ello, puede afirmarse que la Iglesia, por ser evangelizadora, se debe situar con
humildad en un proceso de continua conversión a la Palabra de Dios que proclama.

Por último, me gustaría finalizar este trabajo resaltando el punto cuarenta y dos que me
parece muy interesante, “Dios es caridad, y el que permanece en la caridad permanece
en Dios y Dios en Él» (1 Jn 4, 16). Y Dios difundió su caridad en nuestros corazones
por el Espíritu Santo, que se nos ha dado (cf. Rm 5, 5). Por consiguiente, el primero y
más imprescindible don es la caridad, con la que amamos a Dios sobre todas las cosas
y al prójimo por Él…”.

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