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LOS SOFISTAS

La enseñanza que recibía en la escuela el joven ateniense era elemental y

primaria. Parece ser que, al menos en la primera parte del siglo V, no existía

en Atenas ninguna enseñanza superior. Pero en la segunda mitad del siglo

surgieron innovaciones decisivas en la educación, gracias a la aportación de

los sofistas1 . En principio esta palabra no es en absoluto despectiva, sino

todo lo contrario: designa a los hombres hábiles y sabios a la vez, que son

capaces de transmitir a otros su ciencia o su experiencia. En distintas partes

de Grecia, y sobre todo en la isla de Cos, había habido ya escuelas de

medicina. A partir del siglo VI los filósofos de Jonia ya se habían preguntado

cómo estaba formado el universo y algunos de ellos, como Jenófanes de

Colofón, habían tenido la audacia de criticar la inmoralidad de los dioses

mucho antes que Platón. Pero parece ser que los pitagóricos fueron los

primeros en crear realmente una escuela de enseñanza superior, precursora

de nuestras universidades, en la Magna Grecia, en Metaponto y en Crotona.

En ellas se enseñaba esencialmente matemáticas y filosofía. Maestros y

discípulos se agrupaban en una especie de cofradía religiosa bajo la

advocación de las Musas y dedicada al estudio; sabemos que posteriormente

las escuelas de Platón, de Aristóteles y de Epicuro adoptarán la misma

forma, pues hasta este punto es cierto que entre los antiguos casi todas las

actividades adquieren más o menos categoría de sagradas: las

representaciones teatrales, aun cuando se trataran de las obras de


Aristófanes, más licenciosas e irrespetuosas respecto a los dioses, se

desarrollan dentro de ceremonias religiosas, y las discusiones más libres de

los filósofos acerca del mundo y los dioses tienen lugar en torno al altar de

las Musas, a las que se rinde culto2 . Pero quienes sistematizarán y

difundirán los conocimientos nuevos son los Sofistas. No enseñan en un

lugar determinado, ya que los primeros profesores de enseñanza superior

son conferenciantes itinerantes. Las exhibiciones que hacían de su saber y

de su talento de oradores atraía a alumnos que se vinculaban a ellos y los

seguían de ciudad en ciudad, pues eran ante todo educadores. Bajo la

denominación general de FILOSOFÍA enseñan todo lo que entonces se podía

saber y que no se aprendía en la escuela elemental: geometría, física,

astronomía, medicina, artes y técnicas, y sobre todo retórica y filosofía

propiamente dicha. Por lo tanto las aspiraciones de los sofistas eran

universales, y por esa razón constituían un blanco continuo para las críticas

y las crueles ironías de Sócrates y Platón. Su finalidad común era formar

hombres de primer orden, sabios y hábiles a la vez, y sobre todo dirigentes

de masas, hombres de estado, la élite de cada ciudad en definitiva.

Afirmaban que se puede enseñar la areté3 . Ahora bien, la areté, la virtus

de los latinos, no es esencialmente la virtud moral, es el conjunto de

cualidades que forman al hombre eminente y lo hacen útil e ilustre. 1

PERICLES, al que se podría considerar xenófobo a causa de su ley del 451,

destinada a frenar la extensión del derecho de ciudadanía, se rodeó de

Metecos: su maestro ANAXÁGORAS de Clazomene y su compañera ASPASIA


de Mileto. El arquitecto de El Pireo, HIPÓDAMO de Mileto, y el astrónomo

FAEINO son también Metecos. En cuanto a los SOFISTAS, que a veces

pasaban por Atenas y a veces se instalaban definitivamente, Platón nos los

da a conocer: PROTÁGORAS procede de Abdera, Tracia. GORGIAS de

Leontinos, Sicilia; HIPIAS de Elis. De los diez mejores oradores atenienses

tres de ellos son Metecos: ISEO de Calcis; DINARCO de Corinto y LISIAS de

Siracusa. 2 P.BOYANCE, El culto de las Musas en los filósofos griegos. 3 Ver

el Protágoras de Platón, que aborda este tema. Muchos jóvenes atenienses

deseaban más que nada adquirir este saber, condición de la areté. Por esta

razón, para ellos era un acontecimiento que un sofista famoso llegara a su

ciudad. Un diálogo4 de Platón nos muestra la emoción y la ansiosa espera

del joven Hipócrates, que va a despertar a Sócrates antes del amanecer para

suplicarle que le presente a Protágoras de Abdera, que está de paso en

Atenas. Acuden a casa del rico Calias, un “mecenas” que ofrece encantado

hospitalidad a los sofistas. Allí, en la entrada, Sócrates e Hipócrates

descubren a Protágoras paseando y charlando con los atenienses de las

mejores familias: el anfitrión Calias, los dos hijos de Pericles, Cármides, etc.

Sócrates también reconoce a los sofistas que se encuentran allí: Hipias de

Elis, que se interesaba por todo y era experto en todo, Pródico de Ceos, que

era, con Gorgias de Leontinos, uno de los maestros de retórica más famosos.

Los sofistas no eran desinteresados como Sócrates: había que pagar muy

bien sus lecciones, pero eran los únicos capaces de ofrecer una verdadera

cultura general y formar oradores. La multitud se burlaría quizá de esos


intelectuales suntuosamente vestidos, presumidos y pedantes, y eran el

blanco favorito de las burlas de los poetas cómicos. Aristófanes, en Las

nubes, representa al ateniense Sócrates como si fuera uno de ellos,

encerrado en sus pensamientos o haciendo que le colgaran metido en una

cesta para estudiar más de cerca los fenómenos atmosféricos y los astros.

Sabemos que Sócrates, con su ideal de moral y su exigencia fundamental

de verdad, se distinguía de los sofistas, muy materialistas y más

preocupados por la eficacia práctica que por el rigor intelectual y moral, pero

el ateniense medio no hilaba tan fino. Esas burlas, precio de la gloria, no

impedían que los sofistas, ganaran mucho dinero y que promovieran cierto

humanismo, que Sócrates y Platón critican y purifican seguramente, pero

que, tal como era, contribuyó de manera decisiva al desarrollo de la élite

griega. La objeción ,más grande que Sócrates y Platón hacían a la enseñanza

de los sofistas era que la areté a la que aspiraban se burlaba en el fondo de

lo que actualmente llamamos virtud: el Calicles del Gorgias sitúa su ideal

de poder más allá del bien y del mal5 . La vida y la muerte de Sócrates son

una buena muestra de esta moralidad. Doce años después de que él bebiera

la cicuta, en el 387, el año en el que empezó a haber cierta tranquilidad en

las ciudades griegas, Platón fundó su escuela en el gimnasio de la

Academia6 . Maestro y discípulo buscaban juntos la verdad en largas

discusiones “dialécticas” que vemos trasladadas literariamente en los

diálogos platónicos. Pero no nos engañemos: este especie de universidad, la

primera que se abrió en la propia Grecia, no era únicamente un centro de


enseñanza intelectual, era al mismo tiempo una especie de comunidad

religiosa, siguiendo el modelo de la escuela pitagórica, en la que los filósofos

y aprendices de filósofos, unidos en el culto a las Musas, pero también en el

recuerdo del admirado Sócrates, trataban de llevar una vida más pura, la

que prepara el alma, liberada de las impurezas del cuerpo, para acceder a

la contemplación de Dios después de la muerte. La “vida filosófica” es

efectivamente una preparación para la muerte: compromete a todo el ser.

Es cierto que Platón no olvida la ciudad “terrestre”, cuyo plano ideal (y

utópico) traza en La República y en Las Leyes, pero contempla también, más

alto y más lejos, el destino celeste del hombre (ver el Fedón). En el siglo IV

el ateniense Isócrates llevó a cabo el relevo de los sofistas, y su escuela de

elocuencia se convirtió en rival de la Academia. Isócrates era un retórico que

se presentaba como filósofo, aunque la filosofía propiamente dicha le

interesara sólo en la medida en que le aportaba al orador una cultura

general y temas para desarrollar: la consideraba como una “propedéutica”

para el aprendizaje del arte de la oratoria. Sabemos que este debate se zanjó

en los siglos posteriores a favor de Platón. Este interés por los estudios entre

la élite de las ciudades griegas tuvo como consecuencia cierto descuido de

la cultura física. Los alumnos de los sofistas criticaban la antigua educación

que producía atletas con un cuerpo espléndido pero de poco cerebro. En el

siglo IV también comenzaba a declinar la enseñanza de la música, y sin

embargo surgía la enseñanza del dibujo. Parece ser que a los jóvenes

atenienses se les enseñaba sobre todo a dibujar la figura humana. Así,


gracias a los sofistas, el elemento intelectual de la educación pasa a ser

predominante poco a poco, mientras que en la antigua paideia era

secundario y estaba supeditado. “Se desfigura de manera considerable a los

antiguos griegos cuando se les muestra despreocupados ante la vida. Lo

cierto es lo contrario. La creencia más generalizada es que la vida es dura,

4 Protágoras 5 Le preocupaba demasiado su reputación (doxa) y estaba

demasiado ávido de estima y honor (filotimía). Los jóvenes que aparecen en

los diálogos de Platón son leales, simpáticos y encantadores, desde luego,

pero nada (excepto las lecciones de Sócrates, aplicadas en tan escasas

ocasiones) les impedirá convertirse con la edad, en Alcibíades o Calicles,

pues hasta ese punto prevalece en ellos sobre cualquier otro sentimiento el

deseo de ser fuertes y poderosos para conquistar la gloria. Tan sólo nos

parece elevada la moral de algunos filósofos, discípulos de Sócrates, que

tuvieron como precursores a los pitagóricos y a los órficos: La moral de

Platón, que aspira a la identificación del hombre con el bien absoluto, con

la ascesis y la contemplación, y la de Aristóteles, basada en la virtud básica

de eudaimonía. ¿Pero cuántos verdaderos discípulos tenían esos maestros

de elevada sabiduría? 6 Si nos alejamos de Atenas hacia el oeste, más allá

del cementerio del Cerámico, entramos en el territorio del demo de Colona,

donde nació el poeta Sófocles, y llegaríamos a la Academia, es decir, al

parque de Academo, personaje que puede ser, bien el antiguo propietario

del terreno, o bien un héroe local que tenía un santuario rústico en ese

lugar. Era un inmenso bosque sagrado que Hiparco, hijo de Pisístrato, había
rodeado de muros. estaba dedicado a Atenea, y en él se contemplaban los

doce olivos sagrados de la diosa. También tenían allí sus altares otros dioses,

especialmente Hermes, dios de los gimnasios, y Eros, dios del amor. Fue allí

donde, en el año 387, Platón inició una enseñanza regular. Efectivamente,

en la época de los sofistas, los gimnasios se convirtieron en los lugares de

reunión considerados auténticos círculos intelectuales, pues no había

entonces ningún establecimiento de enseñanza superior. que los dioses,

celosos e implacables, nos envían más penas que alegrías, y que el único

bien inalienable del hombre, lo que le queda cuando ha perdido todo, es esa

magnanimidad con la que domina la mala suerte. El hombre más fuerte que

su destino es tal vez la última palabra de la sabiduría griega”7 . En este

punto los griegos no han cambiado desde la Ilíada: en la alegoría de las dos

jarras, Aquiles, hablando al desconsolado Príamo, no considera siquiera el

caso inverosímil, irreal, de que Zeus solo concede a los hombres bienes: ya

es bastante haber recibido del dios supremo algunos años de felicidad, pues

muchos durante toda su vida no conocen más que miseria. Los coros

trágicos aconsejan repetidas veces: “cuidaos de afirmar que un hombre es

feliz antes de que haya muerto, ¿pues acaso sabéis lo que los dioses le

reservan?” Eurípides afirma que se debería llorar ante el que viene al mundo

y al que le están destinadas tantas desgracias, y acompañar con cantos de

alegría al que muere y así termina de sufrir .

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