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FACULTAD DE CIENCIAS Y EDUCACIÓN


MAESTRIA EN DOCENCIA
EPISTEMOLOGIA E HISTORIA DE LA PEDAGOGIA Y LA DOCENCIA
CLODOMIRO RUEDAS RODRÌGUEZ
RODRIGO VARGAS ANTOLINEZ

UNA APROXIMACIÓN AL PENSAMIENTO


PEDAGÓGICO DE JOHN DEWEY (1859 – 1952)

La importancia de John Dewey (1859 – 1952) en el panorama pedagógico del siglo XX es


innegable. La historia de la educación lo revela como una de sus mayores figuras. Se caracterizó
por su espíritu renovador y por dedicarse a la búsqueda de mejores prácticas educativas que
hicieran la vida más humana.

Dewey es un filósofo y pedagogo norteamericano, nacido en Burlington, Vermont, un 20 de


octubre de 1859. Es considerado uno de los pioneros de la denominada escuela nueva y su
importancia radica en poner en el centro del debate al niño, quien a través de sus vivencias se
plantea interrogantes, soluciona problemas y desarrolla todas sus capacidades. Sus
conocimientos, producto de sus experiencias pedagógicas y plasmados en libros, se constituyen
en un referente importante en el arte de educar, sus investigaciones lo llevaron a replantear la
razón de ser de la educación con todo lo que ella convoca. El trabajo que realizó a través de su
escuela experimental generó reflexiones y críticas al sistema educativo convencional y se
convirtió en una exhortación permanente para la búsqueda de nuevas maneras de comprender la
educación en aras de formar niños y jóvenes interesados en la construcción de una sociedad
caracterizada por la vivencia de los principios democráticos. De allí se deduce que todo su
quehacer pedagógico gira entorno a la relación que existe entre la escuela y democracia.
El espíritu de su obra tiene como premisa esencial renovar la vida social de acuerdo con los
ideales de la democracia requiere transformar la vida escolar.

Se destacó como un intelectual muy productivo, pues se mantuvo activo hasta poco antes de su
muerte e influyó el curso de tres generaciones diferentes. Su obra escrita abarca 37 volúmenes y
trata temas filosóficos, sociales, psicológicos y educativos. Entre sus principales obras podemos
mencionar Mi Credo Pedagógico (1889); La Escuela y la Sociedad (1899); El Niño y el
programa Escolar (1902); Democracia y Educación (1916); La Reconstrucción en Filosofía
(1920); Naturaleza Humana y Conducta (1922); La Búsqueda de la Certeza (1929); El Arte
Como Experiencia (1934); Experiencia y Educación (1938).

Fue un hombre de hechos como, que aspiraba a la unificación de pensamiento y acción. Además
de su inconmensurable dedicación en pro de una transformación del sistema de educación
norteamericano, se identificó por defender la igualdad de la mujer, incluyendo sus derechos
políticos de elegir y ser elegida. De igual manera promovió las organizaciones sindicales que
favorecieran los derechos de los maestros.
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La vida y futuro tanto del ser humano como de la sociedad dependen de su educación. En este
sentido, el pedagogo y filósofo de Burlington, en su libro “Democracia y educación”, considera
que esta última ayuda a la renovación del ser humano, es el medio de la continuidad de la
existencia. Así como la nutrición y la reproducción son esenciales para la vida biológica, la
educación es determinante para la vida social. A través de ella no sólo se busca transmitir el
saber que diferentes generaciones adquirieron al paso de los siglos, sino que permite a las
sociedades reorganizarse, reconstruirse. Su propósito es permitir el crecimiento intelectual,
moral y emocional del individuo y consecuentemente la evolución de una sociedad democrática.
Al respecto indica Dewey “la educación puede emplearse para eliminar los males de la sociedad,
encauzar a la juventud por los caminos que no produzcan males” (Dewey, Democrcia y
educación, 1998, pág. 75).

Para este autor existe una estrecha relación entre el desarrollo de una sociedad y su educación. A
lo largo de su vida reflejó una preocupación por la reconstrucción social a través de la educación
y la vivencia de la democracia. Al respecto señala que la democracia será una farsa si el
individuo, a través de un proceso educativo, no es formado para pensar por sí mismo, para juzgar
de manera crítica (Dewey, 1962). Profundizando en este sentido se puede decir que la función
principal de la educación en una sociedad democrática no se reduce a ayudar a un niño (ser
inmaduro) a descubrir para qué es bueno, sino que lo debe llevar a desarrollar sus capacidades al
máximo teniendo presente que todo proceso de formación tendrá sentido cuando contribuya al
mejoramiento de la vida social. La educación debe trabajar para crear una generación de
ciudadanos más inteligentes y comprometidos con las generaciones pasadas y futuras.

Afirmaremos ahora que, la realidad colombiana, que se caracteriza por sufrir diferentes
escenarios donde la cultura de la muerte es el común denominador, reclama el respeto por la vida
y por el desarrollo de una sociedad más humana. Esta singularidad que nos distingue a nivel
latinoamericano nos lleva a preguntarnos ¿cuál debería ser el aporte de la educación para
alcanzar tal propósito?

Ahora bien, este interrogante nos permite reconocer lo valioso que puede ser el volver la mirada
a las contribuciones hechas por John Dewey a la historia de la pedagogía. En sus diferentes
escritos los maestros podríamos encontrar las luces necesarias para que el sistema educativo
colombiano llegase a ser laboratorio de una verdadera democracia.

Lo anterior nos conduce a hacer memoria de algunos postulados importantes trabajados por este
filósofo estadounidense durante su tarea como educador en la primera mitad del siglo XX. El
primero de ellos consiste en afirmar que la educación debe ser el método fundamental del
progreso social. Para lograrlo es necesario recordar lo que expone Dewey al señalar que todo
proceso educativo debe comenzar con un conocimiento de las capacidades, intereses y hábitos
del niño, así mismo tener siempre presente que el ser humano aprende en la interacción con su
ambiente a partir de su capacidad funcional (Dewey, 1962). Se aprende haciendo (learning by
doing). Como diría Guillermo Ruiz “la educación escolar debe por tanto favorecer el diseño de
experiencias reales para estudiantes que supone a su vez la resolución de problemas prácticos”
(Ruiz, 2013, pág. 108). Esta premisa, como justo juez, nos lleva a tener presente que muchos
aprendizajes desarrollados por nuestros educandos carecen de solidez y pertinencia debido a que
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fueron producto de una práctica docente que desconoce los intereses de éstos y los trata como
agentes pasivos, incapaces de construir sus propios conocimientos desde la propia experiencia.

Un segundo postulado presente en la obra pedagógica de Dewey radica en ver “la educación
como un proceso de estimulación, de nutrición y de cultivo. Es el proceso de dirigir o encauzar
la vida de los niños y jóvenes” (Dewey, 1998, págs. 20 - 21). Para llevarlo a la práctica se hace
necesario tener presente lo expuesto por Guillermo Ruiz (2013) cuando afirma:

La educación es una constante reconstrucción de las experiencias en la forma de darle


cada vez más sentido, habilitando a nuevas generaciones a responder a los desafíos de la
sociedad. Educar, más que reproducir conocimiento, implica incentivar a las personas
para transformar algo. Lo que realmente se aprende en todos y cada uno de los estadios
de la experiencia constituye el valor de esa experiencia y finalidad primordial de la vida –
desde esta visión – se enriquecería en todo momento. Así la educación es reconstrucción
y reorganización de la experiencia que otorga sentido a la experiencia presente y aumenta
la capacidad para dirigir el curso de la experiencia subsiguiente (pág. 108).

Teniendo en cuenta lo expuesto en este apartado y revisando el incremento de la violencia en sus


diversas manifestaciones y la deserción de los estudiantes en sus estudios superiores, cabe
cuestionaros si tan regular situación será producto de un sistema educativo que se fundamenta en
una pedagogía tradicional, que no centra su atención en la vida de los estudiantes y presenta un
programa escolar con asignaturas inconexas, alejadas de la realidad misma. En esta línea es muy
acertado evocar las sabias palabras de nuestro gran maestro Estanislao Zuleta cuando se pregunta
¿por qué la educación no enseña a pensar?, al respecto nos dice:

La educación, tal ella existe en la actualidad, reprime el pensamiento, trasmite datos,


conocimientos, saberes y resultados que otros pensaron, pero no enseña ni permite
pensar. A ello se debe que el estudiante adquiera un respeto por el maestro y la
educación que procede simplemente por intimidación (Zuleta, 2016, pág. 3)

Podríamos mencionar muchos más axiomas pedagógicos tan ricos como los anteriores, pero
damos la oportunidad para que los docentes se acerquen al pensamiento de John Dewey y
redescubran su valor para el tiempo presente. Solo quisiéramos agregar a nuestra reflexión
pedagógica, que todo sistema educativo debe adaptarse a las exigencias históricas, políticas y
sociales del país. La educación es, como diría Guillermo Londoño, “… primordial en la
búsqueda de caminos para el progreso del ser humano…” (Londoño Orozco, 2001, pág. 101).
Sentencia posible siempre y cuando, a través de ella, se busque eliminar los privilegios y las
privaciones injustas en el seno de la sociedad, como siempre lo buscó Dewey a través de todo su
ejercicio pedagógico (Dewey, 1998)

Antes de concluir nuestra disertación sobre el pensamiento educativo del pedagogo en cuestión,
se hace fundamental plantear lo que él piensa sobre la escuela, el rol del maestro y la tarea del
estudiante.

Respecto a la primera de estas categorías, plantea que la escuela es una institución social a través
de la cual se aprende a vivir en comunidad. Sobre este aspecto señala que gran parte de “la
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educación actual fracasa porque olvida el principio fundamental de la escuela como una forma de
vida en comunidad” (Dewey, 1962, pág. 56). En este sentido dirá que ella debe fomentar el
espíritu social, debe ser un laboratorio donde se aprenda a ser ciudadano, es decir sea el lugar
donde se aprenda a vivir en los principios de la democracia. Son sabias sus palabras al mencionar
que:

Cuando la escuela convierta y adiestre a cada niño de la sociedad como miembro de una
pequeña comunidad, saturándolo con el espíritu de cooperación y proporcionándole el
instrumento para su autonomía efectiva, entonces tendremos la garantía mejor y más
profunda de una sociedad más amplia, que sería también más noble, más amable y más
armoniosa (Dewey, Escuela y sociedad, pág. 48)

En esta perspectiva se hace enriquecedor para nuestro quehacer, el ejercicio de comparar el


concepto que hoy en muchos lugares de Colombia se maneja sobre escuela y el construido por
este pensador norteamericano. Dewey cree que “la educación es un proceso de vida y no una
preparación para la vida ulterior” (Dewey, 1962, pág. 55), considera que la escuela debe
transformar la vida de los niños, fomentando la ayuda mutua, el sentido de pertenencia. En este
aspecto, cabe reconsiderar lo que hoy pasa en el interior de nuestras aulas de clase. El marcado
individualismo y la constante indiferencia por la vida del otro, es una clara demostración que en
la escuela los niños y los jóvenes colombianos no aprenden a vivir en comunidad. En ellas,
como diría nuestro pedagogo de Burlington, no se eliminan hasta donde sean posibles los rasgos
perjudiciales del medio ambiente (Dewey, 1998, págs. 29 - 31). Parafraseando a este pensador
podríamos decir que las escuelas colombianas no cumplen la tarea de educar a nuestra niñez y
juventud en función del bienestar de la comunidad. Ellas emplean métodos individualistas que
atrofian los impulsos naturales de dar, hacer y servir. Siguen enseñando por libros de texto y se
apoyan en el principio de autoridad desarrollando todo el programa escolar por métodos casi
escolásticos que no motivan ni el descubrimiento ni la investigación (Dewey, 1998). Sólo
buscan tener sentido en el hecho de preparar de manera adecuada a sus estudiantes para que
puedan acceder con éxito al mercado laboral llegando a ser de esta manera una extensión del
sistema capitalista, como lo señala Henry Giroux al afirmar que “el conocimiento es apreciado
de acuerdo con el valor instrumental en el mercado” (Giroux, 1997, pág. 67).

Ahora bien, si pensamos en transformar la dinámica educativa en Colombia desde una visión
Deweyana se hace necesario reflexionar en torno al papel que juega el niño en el ámbito escolar,
cuál es su contexto, sus intereses, sus aspiraciones, pero además cuál es el papel del maestro en
ese caminar por la formación integral y democrática.

Dewey reconoce que el niño es un ser activo y capaz de resolver los problemas y liderar de
forma libre y responsable las actividades o tareas propuestas. Como lo indica en una de sus
obras:
Cuando el niño comienza su escolaridad, lleva en sí cuatro impulsos innatos – el de
comunicar, el de construir, el de indagar y el de expresarse de forma más precisa – que
constituyen los recursos naturales, el capital para invertir, de cuyo ejercicio depende el
crecimiento activo del niño (Dewey, Escuela y sociedad, pág. 30)
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Esta realidad lleva a comprender que el niño no es una hoja en blanco, sino un cúmulo de pre-
saberes. Es un ser activo que permanentemente está aprendiendo, lo que le permite consolidar su
conocimiento a través de la experiencia. Realidad siempre posible si asumimos lo que plantea
Dewey al afirmar que “el interés debe ser la base para la selección, porque los niños se interesan
por las cosas que necesitan aprender” (Dewey, 1962, pág. 119).

Para que se logre lo anterior, el maestro, desde la postura del autor, debe tener presente en su
labor que le corresponde una doble responsabilidad en la educación democrática. La primera,
permitir que en el aula de clase se desarrollen experiencias que posibiliten al alumno formar un
pensamiento crítico y, en segundo lugar, participar como ciudadano en la construcción de una
sociedad mejor. En la obra Experiencia y Educación lo caracteriza como “agente mediante el
cual se comunican el conocimiento y las destrezas y se imponen las reglas de conducta sin
convertirse en un vigilante implacable del comportamiento” (Dewey, Democrcia y educación,
1998, pág. 13). Se requiere que el maestro transforme sus prácticas educativas y contribuya en la
formación del carácter de cada niño, para ello el maestro acompaña, genera experiencias
significativas y apoya en la búsqueda de soluciones a los problemas. En este sentido el autor
considera que los maestros tienen una tarea muy difícil puesto que deben provocar una
experiencia vital y personal en cada uno de los estudiantes. Poseen el desafío de presentar un
programa escolar que tenga conexión orgánica y rompa el dualismo entre las asignaturas del
currículo y la vida misma de los educandos.

Es necesario recalcar que la situación que vive nuestro país y la responsabilidad que debe
cumplir el sistema educativo colombiano obliga a replantearnos lo que se comprende por
escuela, para ello es necesario determinar cuál es la tarea que debe cumplir. La labor
desempeñada por John Dewey aparece en nuestro horizonte como una señal de esperanza para
tener siempre presente que la escuela, más que un lugar donde los estudiantes aprenden y
desarrollan diversas competencias en las diferentes áreas del saber, es el espacio ideal donde
todo niño y joven se humaniza aprendiendo a convivir con los demás.

Quisiéramos terminar nuestra reflexión pedagógica poniendo por escrito una breve reseña sobre
una de las obras más significativas a nivel pedagógico escritas por John Dewey. En nuestra
consideración vemos que su lectura se convierte en un imperativo categórico que lleva a
plantearnos el interrogante ¿Qué tan responsables somos los maestros como artesanos del saber
en los diferentes males que puede sufrir nuestra sociedad colombiana?

El libro Democracia y educación, escrito por el sociólogo norteamericano John Dewey, es


una obra clásica en la que se desarrolla una introducción a la filosofía de la educación, en
donde el autor establece una serie de argumentos para realizar una reflexión profunda
acerca de los fines y propósitos de la educación, a la luz de los cambios sociales que se
comienzan a visualizar al inicio del siglo XX.

El planteamiento inicial del libro está referido la argumentación de la noción de


experiencia por parte del individuo en relación con el proceso de comunicación y de
interacción con su medio ambiente. Las relaciones entre seres humanos, constituye un
proceso comunicativo experiencial, conformando la esencia del proceso educativo. Todo
lo que ocurre en el proceso experiencial, para Dewey constituye el proceso educativo, la
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educación en sí misma. Desde el punto de vista evolutivo, hay una transformación de una
cultura primitiva hacia estructuras sociales complejas, manifestada de la mejor forma a
través de la democracia, forma de asociación política que permite un tipo de experiencia
humana más desarrollada y que permite de mejor forma el desarrollo de la experiencia,
en la forma como la concibe el autor.

En sus numerosos capítulos el autor reflexiona con rigor sobre cuestiones como la función social
y los fines de la educación, los métodos de enseñanza, el significado y las peculiaridades de los
contenidos culturales o materias de estudio, los valores educativos, el juego y el trabajo, los
aspectos sociales y vocacionales de la educación, y las dimensiones morales en las relaciones y
los procesos educativos.

Bibliografía
Dewey, J. (1962). El niño y el programa escolar. Mi credo pedagógico. Buenos Aires: Losada,
S.A.
Dewey, J. (1970). Democracia y educación. Buenos Aires: Losada.
Dewey, J. (1998). Democrcia y educación. Madrid: Morata.
Giroux, H. (1997). Los profesores como intelectuales. Barcelona: Paidos.
John, D. (1998). Democracia y educación. En D. John, Democracia y educación (pág. 75).
Madrid: Morata.
Londoño Orozco, G. (2001). Aproximaciones a la historia de la educación y la pedagogia.
Bogotá, D.C: Kimpres Ltda.
Ruiz, G. (2013). La teoría de la experiencia de John Dewey: significación histórica y vigencia en
el debate teórico. Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y
Portugal , 103 - 124.
Saldarriaga, O. (2011). Del oficio de maestro, prácticas y teorías de la pedagogía moderna en
Colombia. Bogotá: Magisterio.
Zuleta, E. (2016). Educación y democracia. Bogotá: Ariel.

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