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Se destacó como un intelectual muy productivo, pues se mantuvo activo hasta poco antes de su
muerte e influyó el curso de tres generaciones diferentes. Su obra escrita abarca 37 volúmenes y
trata temas filosóficos, sociales, psicológicos y educativos. Entre sus principales obras podemos
mencionar Mi Credo Pedagógico (1889); La Escuela y la Sociedad (1899); El Niño y el
programa Escolar (1902); Democracia y Educación (1916); La Reconstrucción en Filosofía
(1920); Naturaleza Humana y Conducta (1922); La Búsqueda de la Certeza (1929); El Arte
Como Experiencia (1934); Experiencia y Educación (1938).
Fue un hombre de hechos como, que aspiraba a la unificación de pensamiento y acción. Además
de su inconmensurable dedicación en pro de una transformación del sistema de educación
norteamericano, se identificó por defender la igualdad de la mujer, incluyendo sus derechos
políticos de elegir y ser elegida. De igual manera promovió las organizaciones sindicales que
favorecieran los derechos de los maestros.
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La vida y futuro tanto del ser humano como de la sociedad dependen de su educación. En este
sentido, el pedagogo y filósofo de Burlington, en su libro “Democracia y educación”, considera
que esta última ayuda a la renovación del ser humano, es el medio de la continuidad de la
existencia. Así como la nutrición y la reproducción son esenciales para la vida biológica, la
educación es determinante para la vida social. A través de ella no sólo se busca transmitir el
saber que diferentes generaciones adquirieron al paso de los siglos, sino que permite a las
sociedades reorganizarse, reconstruirse. Su propósito es permitir el crecimiento intelectual,
moral y emocional del individuo y consecuentemente la evolución de una sociedad democrática.
Al respecto indica Dewey “la educación puede emplearse para eliminar los males de la sociedad,
encauzar a la juventud por los caminos que no produzcan males” (Dewey, Democrcia y
educación, 1998, pág. 75).
Para este autor existe una estrecha relación entre el desarrollo de una sociedad y su educación. A
lo largo de su vida reflejó una preocupación por la reconstrucción social a través de la educación
y la vivencia de la democracia. Al respecto señala que la democracia será una farsa si el
individuo, a través de un proceso educativo, no es formado para pensar por sí mismo, para juzgar
de manera crítica (Dewey, 1962). Profundizando en este sentido se puede decir que la función
principal de la educación en una sociedad democrática no se reduce a ayudar a un niño (ser
inmaduro) a descubrir para qué es bueno, sino que lo debe llevar a desarrollar sus capacidades al
máximo teniendo presente que todo proceso de formación tendrá sentido cuando contribuya al
mejoramiento de la vida social. La educación debe trabajar para crear una generación de
ciudadanos más inteligentes y comprometidos con las generaciones pasadas y futuras.
Afirmaremos ahora que, la realidad colombiana, que se caracteriza por sufrir diferentes
escenarios donde la cultura de la muerte es el común denominador, reclama el respeto por la vida
y por el desarrollo de una sociedad más humana. Esta singularidad que nos distingue a nivel
latinoamericano nos lleva a preguntarnos ¿cuál debería ser el aporte de la educación para
alcanzar tal propósito?
Ahora bien, este interrogante nos permite reconocer lo valioso que puede ser el volver la mirada
a las contribuciones hechas por John Dewey a la historia de la pedagogía. En sus diferentes
escritos los maestros podríamos encontrar las luces necesarias para que el sistema educativo
colombiano llegase a ser laboratorio de una verdadera democracia.
Lo anterior nos conduce a hacer memoria de algunos postulados importantes trabajados por este
filósofo estadounidense durante su tarea como educador en la primera mitad del siglo XX. El
primero de ellos consiste en afirmar que la educación debe ser el método fundamental del
progreso social. Para lograrlo es necesario recordar lo que expone Dewey al señalar que todo
proceso educativo debe comenzar con un conocimiento de las capacidades, intereses y hábitos
del niño, así mismo tener siempre presente que el ser humano aprende en la interacción con su
ambiente a partir de su capacidad funcional (Dewey, 1962). Se aprende haciendo (learning by
doing). Como diría Guillermo Ruiz “la educación escolar debe por tanto favorecer el diseño de
experiencias reales para estudiantes que supone a su vez la resolución de problemas prácticos”
(Ruiz, 2013, pág. 108). Esta premisa, como justo juez, nos lleva a tener presente que muchos
aprendizajes desarrollados por nuestros educandos carecen de solidez y pertinencia debido a que
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fueron producto de una práctica docente que desconoce los intereses de éstos y los trata como
agentes pasivos, incapaces de construir sus propios conocimientos desde la propia experiencia.
Un segundo postulado presente en la obra pedagógica de Dewey radica en ver “la educación
como un proceso de estimulación, de nutrición y de cultivo. Es el proceso de dirigir o encauzar
la vida de los niños y jóvenes” (Dewey, 1998, págs. 20 - 21). Para llevarlo a la práctica se hace
necesario tener presente lo expuesto por Guillermo Ruiz (2013) cuando afirma:
Podríamos mencionar muchos más axiomas pedagógicos tan ricos como los anteriores, pero
damos la oportunidad para que los docentes se acerquen al pensamiento de John Dewey y
redescubran su valor para el tiempo presente. Solo quisiéramos agregar a nuestra reflexión
pedagógica, que todo sistema educativo debe adaptarse a las exigencias históricas, políticas y
sociales del país. La educación es, como diría Guillermo Londoño, “… primordial en la
búsqueda de caminos para el progreso del ser humano…” (Londoño Orozco, 2001, pág. 101).
Sentencia posible siempre y cuando, a través de ella, se busque eliminar los privilegios y las
privaciones injustas en el seno de la sociedad, como siempre lo buscó Dewey a través de todo su
ejercicio pedagógico (Dewey, 1998)
Antes de concluir nuestra disertación sobre el pensamiento educativo del pedagogo en cuestión,
se hace fundamental plantear lo que él piensa sobre la escuela, el rol del maestro y la tarea del
estudiante.
Respecto a la primera de estas categorías, plantea que la escuela es una institución social a través
de la cual se aprende a vivir en comunidad. Sobre este aspecto señala que gran parte de “la
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educación actual fracasa porque olvida el principio fundamental de la escuela como una forma de
vida en comunidad” (Dewey, 1962, pág. 56). En este sentido dirá que ella debe fomentar el
espíritu social, debe ser un laboratorio donde se aprenda a ser ciudadano, es decir sea el lugar
donde se aprenda a vivir en los principios de la democracia. Son sabias sus palabras al mencionar
que:
Cuando la escuela convierta y adiestre a cada niño de la sociedad como miembro de una
pequeña comunidad, saturándolo con el espíritu de cooperación y proporcionándole el
instrumento para su autonomía efectiva, entonces tendremos la garantía mejor y más
profunda de una sociedad más amplia, que sería también más noble, más amable y más
armoniosa (Dewey, Escuela y sociedad, pág. 48)
Ahora bien, si pensamos en transformar la dinámica educativa en Colombia desde una visión
Deweyana se hace necesario reflexionar en torno al papel que juega el niño en el ámbito escolar,
cuál es su contexto, sus intereses, sus aspiraciones, pero además cuál es el papel del maestro en
ese caminar por la formación integral y democrática.
Dewey reconoce que el niño es un ser activo y capaz de resolver los problemas y liderar de
forma libre y responsable las actividades o tareas propuestas. Como lo indica en una de sus
obras:
Cuando el niño comienza su escolaridad, lleva en sí cuatro impulsos innatos – el de
comunicar, el de construir, el de indagar y el de expresarse de forma más precisa – que
constituyen los recursos naturales, el capital para invertir, de cuyo ejercicio depende el
crecimiento activo del niño (Dewey, Escuela y sociedad, pág. 30)
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Esta realidad lleva a comprender que el niño no es una hoja en blanco, sino un cúmulo de pre-
saberes. Es un ser activo que permanentemente está aprendiendo, lo que le permite consolidar su
conocimiento a través de la experiencia. Realidad siempre posible si asumimos lo que plantea
Dewey al afirmar que “el interés debe ser la base para la selección, porque los niños se interesan
por las cosas que necesitan aprender” (Dewey, 1962, pág. 119).
Para que se logre lo anterior, el maestro, desde la postura del autor, debe tener presente en su
labor que le corresponde una doble responsabilidad en la educación democrática. La primera,
permitir que en el aula de clase se desarrollen experiencias que posibiliten al alumno formar un
pensamiento crítico y, en segundo lugar, participar como ciudadano en la construcción de una
sociedad mejor. En la obra Experiencia y Educación lo caracteriza como “agente mediante el
cual se comunican el conocimiento y las destrezas y se imponen las reglas de conducta sin
convertirse en un vigilante implacable del comportamiento” (Dewey, Democrcia y educación,
1998, pág. 13). Se requiere que el maestro transforme sus prácticas educativas y contribuya en la
formación del carácter de cada niño, para ello el maestro acompaña, genera experiencias
significativas y apoya en la búsqueda de soluciones a los problemas. En este sentido el autor
considera que los maestros tienen una tarea muy difícil puesto que deben provocar una
experiencia vital y personal en cada uno de los estudiantes. Poseen el desafío de presentar un
programa escolar que tenga conexión orgánica y rompa el dualismo entre las asignaturas del
currículo y la vida misma de los educandos.
Es necesario recalcar que la situación que vive nuestro país y la responsabilidad que debe
cumplir el sistema educativo colombiano obliga a replantearnos lo que se comprende por
escuela, para ello es necesario determinar cuál es la tarea que debe cumplir. La labor
desempeñada por John Dewey aparece en nuestro horizonte como una señal de esperanza para
tener siempre presente que la escuela, más que un lugar donde los estudiantes aprenden y
desarrollan diversas competencias en las diferentes áreas del saber, es el espacio ideal donde
todo niño y joven se humaniza aprendiendo a convivir con los demás.
Quisiéramos terminar nuestra reflexión pedagógica poniendo por escrito una breve reseña sobre
una de las obras más significativas a nivel pedagógico escritas por John Dewey. En nuestra
consideración vemos que su lectura se convierte en un imperativo categórico que lleva a
plantearnos el interrogante ¿Qué tan responsables somos los maestros como artesanos del saber
en los diferentes males que puede sufrir nuestra sociedad colombiana?
educación en sí misma. Desde el punto de vista evolutivo, hay una transformación de una
cultura primitiva hacia estructuras sociales complejas, manifestada de la mejor forma a
través de la democracia, forma de asociación política que permite un tipo de experiencia
humana más desarrollada y que permite de mejor forma el desarrollo de la experiencia,
en la forma como la concibe el autor.
En sus numerosos capítulos el autor reflexiona con rigor sobre cuestiones como la función social
y los fines de la educación, los métodos de enseñanza, el significado y las peculiaridades de los
contenidos culturales o materias de estudio, los valores educativos, el juego y el trabajo, los
aspectos sociales y vocacionales de la educación, y las dimensiones morales en las relaciones y
los procesos educativos.
Bibliografía
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