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1.

La noción de validez hace referencia a algo que se le adjudica a una teoría o a una hipótesis
porque hay preceptos y un consenso de hechos, procedimientos y pruebas que lo respaldan.
Este consenso no puede lograrse de manera arbitraria. Es decir, no puede hacerse por un
capricho, una preferencia o una creencia particular. Existen diferentes tipos de validez. La
validez de constructo, por ejemplo, tiene que ver con medir la operalización del mismo
experimento, en la medida en que qué tanto las variables reflejan los valores que se quieren
mostrar de nuestra hipótesis.

Por un lado, está la validez externa. Esta hace alusión a la forma en que los resultados
obtenidos en un experimento pueden aplicarse a sujetos de diferentes poblaciones y
diferentes lugares y, por lo tanto, se busca responder a la pregunta de que si dichos resultados
pueden ser generalizados o no. Un ejemplo de esto sería determinar la aplicabilidad de
Homebase en otras partes del mundo, pero de este estudio se hablará más adelante.

Por su parte, la validez interna hace alusión al grado en que en un experimento se excluyen
explicaciones externas a los resultados. Esto implica que busca responder a la pregunta: en
qué medida o grado se pueden controlar o excluir las variables externas que podrían afectar
las variables medidas. También implica que ciertamente existen evidencias y/o pruebas de
que el trabajo realizado en un estudio (como por ejemplo un programa de intervención X) es
la causa los efectos observados, y por lo tanto de los resultados. Así, pues, la manipulación
de ciertas variables es responsable de los cambios en las variables observadas.

Una prueba controlada aleatoria (PCA) es, como su nombre lo indica, un experimento
controlado que es usado para evaluar la seguridad y/o efectividad de ciertos tratamientos e
intervenciones que son implementados en una población. Sirven para desarrollar
observaciones de validez interna. En estas pruebas se realizan observaciones activas, lo que
indica que los investigadores hacen intervenciones de modo que puedan observar ciertos
efectos relevantes para sus hipótesis. Así mismo, buscan saber si sus tratamientos explican
los fenómenos observados. La característica principal de las PCA es que los miembros de un
grupo o de una determinada población se distribuyen de manera aleatoria entre dos o más
grupos. Esta muestra, que es elegida al tener en cuenta las preguntas que le interesen al
investigador, se divide en grupos de tratamiento, que son la parte de la muestra a la cual le
es aplicada el tratamiento de la intervención o sus posibles variantes, y grupos de control, o
sea la parte que no recibe ninguna intervención. Lo importante de esta aleatorización es que
permite ver qué tan efectiva es la labor del investigador, en el sentido de que es una manera
efectiva de asegurarse de que no haya diferencias sistemáticas mayores entre las muestras
que puedan variar los resultados obtenidos.

Este tipo de pruebas permiten establecer que entre las variables observadas hay una relación
explicativa en la medida en que no solo buscan describir un problema, sino que intentan
hallar las posibles causas del mismo. Es decir, se divide una población para demostrar
mediante dos variables que hay un efecto tanto positivo o negativo, y determinar que
efectivamente hay una relación de causa y efecto entre los tratamientos y los resultados.

Tal es el caso del estudio de Homebase. Homebase es un programa de prevención de falta de


vivienda que se realizó en Nueva York y trata de conglomerar una red de centros de esta
prevención. Fue diseñado para evitar que las familias caigan en estas condiciones. La
hipótesis de dicho estudio tiene que ver con el impacto del programa. Es decir, a grandes
rasgos su hipótesis es que las personas que estén en este tratamiento (que estén afiliadas al
programa) pasan menos noches en albergues que las personas del grupo de control (que no
estén afiliadas), y por tanto, el programa afecta la tasa del uso de los albergues.

El llamado a los solicitantes elegibles del programa se llevó a cabo entre junio y septiembre
del año 2010. Después de que se determinara cuáles de los solicitantes eran elegibles para
los servicios de Homebase, se les ofreció la oportunidad de dar su consentimiento informado.
La participación en el estudio fue voluntaria; aun así, si los solicitantes decidían no dar su
consentimiento, no recibirían los servicios del programa durante el período de inscripción al
estudio. Sin embargo, junto con los miembros del grupo de control, tenían permiso de acceder
a otros servicios de prevención de falta de vivienda ofrecidos por otras agencias de Nueva
York.

Durante el período de inscripción al estudio, el personal de Homebase evaluó a los


solicitantes elegibles del programa, les administró el consentimiento y presentó los casos que
aceptaron ingresar al estudio a un sistema de asignación aleatorio basado en la web que
asignó cada caso al grupo de tratamiento o al grupo de control. La asignación aleatoria de
cada individuo se registró en el sistema de información de Homebase. Usando este proceso,
415 solicitantes del programa fueron asignados aleatoriamente, de modo que 208 tuvieron
acceso a los servicios de Homebase (el grupo de tratamiento) y 207 fueron asignados al grupo
de control.

El análisis arrojó una diferencia significativa en el uso del albergue entre los grupos de
tratamiento y control. Las familias de los grupos de tratamiento estuvieron en promedio 22.6
noches menos en refugio (9.6 noches a comparación de las 32.2 noches que estuvieron las
familias del grupo de control). Igualmente, uno de los hallazgos más significativos fue que
las familias en el grupo de tratamiento eran 6.5% (8.0% comparado con 14.5% del grupo de
control) menos propensas a pasar al menos una noche en el albergue. De modo similar,
aquellas personas que estuvieron en el grupo de tratamiento resultaron 8.9% menos propensas
a solicitar albergue.

Estos resultados suponen que aquellos que fueron calificados como elegibles para participar
y fueron asignados al grupo de tratamiento, pero que de igual manera no recibieron servicios
por parte del mismo, no se vieron afectados por el programa. Como resultado, el efecto total
observado para la muestra de investigación surgió de entre los participantes, arrojando como
medida resultante del impacto de Homebase 25.3 noches de uso reducido de albergue.
2.
Existe una cierta concepción de la relación entre ciencia y políticas públicas en la cual los
científicos, tanto sociales como naturales, deben aportar demostraciones y pruebas que sirvan
para decidir discusiones políticas. Según esta concepción, los científicos recolectan hechos,
los políticos desarrollan políticas basadas en esos hechos, los legisladores aprueban leyes
para implementar dichas políticas y las agencias gubernamentales las refuerzan mediante
regulaciones basadas en los hechos. Esto sería debido en parte a que la ciencia, en principio,
otorga una comprensión más fidedigna del mundo, y por lo tanto, otorgaría las mejores bases
para aplicar una política pública sobre temas relacionados con el cambio climático, impacto
ambiental, etc. Por esta razón las labores de los científicos incluirían el ofrecerle a la sociedad
las pruebas que la misma necesita, ya sea mediante la elaboración de mejores modelos
climáticos, mejores estimaciones de la temperatura de los océanos, etc. Una vez se tengan
estas cosas, resulta más sencillo determinar qué acciones tomar y cuándo hacerlo, ya que la
ciencia nos dice si un problema es real y de ser el caso qué hacer al respecto.

No obstante, algunos como Naomi Oreskes son conscientes de que las ciencias nunca
proporcionan pruebas irrefutables y absolutas, sino que más bien se recurre a la investigación
científica para proporcionar las aproximaciones más cercanas a las pruebas reales que se
pueden obtener. Con base en esto, lo que Oreskes sostiene es que las pruebas no juegan un
rol tan determinante en las ciencias como algunos creen que debería ser, y por esto mismo
no pueden tener la relevancia en el desarrollo de políticas públicas que algunos demandan.
Para ello, la autora recurre a tres ejemplos.

En su primer ejemplo, menciona que tanto la evidencia de la deriva continental como la


evidencia de las placas tectónicas era indirecta. Entre esta evidencia se encuentran la forma
de ciertos continentes que parecen encajar entre sí, pero además de eso, fósiles de
especímenes distribuidos en diferentes partes del mundo, y datos estratigráficos y
paleoclimáticos que parecían indicar que los continentes alguna vez estuvieron unidos en una
Pangea. Las inferencias más importantes fueron de carácter abductivo. Es decir, los
fenómenos observados eran fenómenos que, de no ser cierto que los continentes estuviesen
en constante movimiento, hubieran resultado muy difíciles de explicar con los recursos
disponibles a inicios del siglo XX. Y no fue sino hasta mediados de los ochentas que los
científicos empezaron a realizar mediciones más directas del movimiento de los continentes
mediante tecnología satelital.

Ahora bien, con este ejemplo lo que Oreskes quiere demostrar es que la ciencia no ofrece
demostraciones meramente irrefutables sino que, en ocasiones, los científicos crean
consensos robustos en base a inferencias a la mejor explicación. Además, el caso de la deriva
continental es un claro ejemplo de que las demostraciones directas no son del todo necesarias
para obtener estos consensos. Durante el transcurso del siglo pasado los científicos habían
conseguido lograr un consenso exitoso a pesar del hecho de que no se habían cumplido las
normas de prueba expresadas por Lomborg. En el caso de que las placas tectónicas y la deriva
continental hubiesen resultado pertinentes para un debate de políticas públicas, los defensores
del estatus quo hubieran podido insistir en que los datos eran indirectos y por lo tanto sendas
teorías no estaban confirmadas.

No obstante la ciencia, menciona la autora, progresa en base a inferencias indirectas y


abductivas, siempre y cuando estas evidencias e inferencias sean lo suficientemente
aceptables y coherentes para expertos relevantes. Un consenso amplio y robusto de expertos
en un determinado campo es aún más importante que las pruebas, la certeza o la unanimidad,
si se tiene en cuenta que siempre habrá algunos cuantos especialistas en desacuerdo. Todo
esto implica además que no hay realmente una definición objetiva e irrefutable de lo que
pueda considerarse una prueba científica. Pues el conocimiento científico es solo el consenso
social de expertos, basado en las evidencias al alcance que han sido evaluadas de conforme
a ciertas metodologías aceptadas.

En su segundo ejemplo Oreskes habla sobre el caso de la escritora Rachel Carson, quien a
inicios de la década de los sesentas había publicado su polémica obra Silent Spring. En este
libro se hablaba sobre el tema del impacto ambiental que tuvo el uso generalizado de
pesticidas, especialmente el DDT. No fue muy bien recibido ya que, por un lado reflejaba
mayormente miedo de lo que pasaría si se continuaran ciertas actividades agrícolas, y por
otro, solo se basaba en reportes y casos particulares que no se sustentaban en análisis
estadísticos suficientes. A pesar de ello, el PSAC (the President’s Science Advisory
Committee) atendió este tema e intentó contrastar los beneficios obvios y rápidos de los
pesticidas con sus riesgos sutiles a largo plazo.
Oreskes muestra que, a pesar de las incertidumbres (especialmente con respecto a la falta de
datos y estudios científicos) y los desacuerdos por parte de expertos, se respaldaron
ampliamente las preocupaciones de Carson y de igual modo se hizo un llamado para un
mayor control del uso de pesticidas en E.E.U.U. Así mismo, se realizaron varias
recomendaciones específicas del uso de ciertos pesticidas, se recomendaron más estudios y
se exigió una mayor aplicación de las leyes existentes. En este caso, se puede observar que
la ausencia de pruebas suficientes fue positivamente relevante para una política pública. Pues
esta política se implementó en base a un conocimiento que no fue ni comprobado ni del todo
certero, pero de cualquier forma reflejaba un consenso forjado en opinión científica experta.
4

A mi juicio, el experimento de Milgram, así como sus variaciones, puede ser cuestionado
moralmente, si se tiene en cuenta que sometió a los sujetos que participaron a una experiencia
traumática, o en el mejor de los casos incómoda. El objetivo de Milgram era básicamente el
explicar por qué individuos aparentemente no sádicos eran capaces de cometer crímenes y
atrocidades bajo el mando de una autoridad superior que se los ordenaba, a pesar de que la
acción ejecutada fuese en contra de sus creencias y preferencias. La relevancia de este trabajo
recae en que, en cierta medida, sirvió para explicar por qué en situaciones como el holocausto
nazi durante la Segunda Guerra Mundial los soldados alemanes obedecían órdenes. No
obstante, más allá de eso, demostró que las instituciones mismas podían generar situaciones
diferentes para los individuos, y que estas situaciones realmente podían determinar la acción
de obedecer o no. En el primer caso, por ejemplo, se mostró que la mayor parte de los sujetos
aplicó descargas letales al aprendiz siguiendo una autoridad, mientras que en los casos en los
cuales había dos figuras de autoridad en desacuerdo, los individuos optaban por abandonar
el experimento antes de llegar al último nivel de voltaje.

Si bien al final todo fue aclarado, los sujetos salieron con la idea de que eran capaces de
infligir daños a otros por conveniencia propia (en este caso una compensación monetaria).
Esto, al poder tener posibles repercusiones negativas en la salud emocional de varios sujetos,
me es moralmente inaceptable por parte de un experimento que buscaba, en parte,
comprender la causa de la crueldad en los campos de concentración.

Considero que el consentimiento informado es una condición necesaria para la investigación


ética en tanto que el investigador debe cumplir obligaciones positivas para divulgar los datos
más relevantes que obtiene por parte del sujeto. Como por ejemplo, el informar con
antelación a los participantes acerca del propósito, así como los métodos, riesgos y/o
beneficios de la investigación, además de los posibles conflictos de interés que pudiesen
haber en un futuro. Estoy de acuerdo con esto porque creo que las personas tienen cierta
dignidad, y si queremos algo de ellas para nuestras hipótesis, lo mínimo que deberíamos
hacer es respetarlas. No se las pueden utilizar como meros instrumentos o medios, porque,
hablando de modo deontológico, tienen derecho a decidir autónomamente si ayudarnos o no,
a saber qué es lo que están aceptando y si ello les afectará después, y a vivir. Esto último
indica que moralmente es inaceptable que le pidamos a alguien dañar la integridad física de
un tercero como si tratáramos con conejillos de indias. Por otro lado, si el investigador es
capaz de confiar en la veracidad de lo que aportan los sujetos, sería justo que los sujetos se
sintiesen libres de depositar su confianza en el experimentador.

A pesar de esto, considero que hay condiciones en las cuales está bien el que un investigador
engañe a los participantes en un experimento/estudio, siempre y cuando el decirles toda la
verdad altere los resultados de lo que se quiere hacer y esto no signifique infligir un daño
psicológico y/o físico directo e irreversible. O incluso casos en los que el desconocimiento
de los sujetos sea necesario. Como por ejemplo, se hace un estudio psicológico sobre cómo
el uso de las gafas afecta la percepción de inteligencia en la sociedad. En dicho estudio, se
les pide a dos personas que en cierta cantidad de tiempo determinen el nivel de inteligencia
de otras personas basándose únicamente en fotografías. Se les puede engañar al decirles algo
como: no hay personas que se repitan, cuando en realidad se están repitiendo algunas con la
excepción de que en algunas imágenes llevan lentes y en otras no. O simplemente se les
podría ocultar esa verdad de que se repiten varias veces los mismos sujetos. En ese caso,
decirles toda la verdad alteraría, de una u otra forma, los resultados esperados.

Si aplicáramos estas consideraciones al estudio de Milgram, por un lado, veríamos que el


engaño fue necesario para el experimento debido a que era algo que, de ser enunciado,
hubiese permitido el sesgo por parte de los sujetos a la hora de participar. En ese caso se
hubiera arruinado todo el propósito. Por tanto, el hecho de que les mintieran era algo
entendible en el sentido de que si se hubiese dicho la verdad se hubiesen obtenido otros
resultados más sesgados. No obstante, el problema del engaño como tal es que traía consigo
una posible consecuencia psicológica a largo plazo.

Por otro, veríamos que en este experimento no hubo consentimiento informado; a las
personas simplemente se les decía qué hacer y estas obedecían. Cabe preguntarse, ¿qué
hubiera sido diferente si hubiese habido un consentimiento que protegiese a los participantes
de ciertos riesgos, no físicos sino psicológicos? Probablemente algunos participantes no se
hubieran visto afectados a nivel psíquico, al creer que en serio eran capaces de torturar a
desconocidos.

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