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#29 Noviembre - 2014

Reseña del seminario “El ultimísimo Lacan”


De Jacques-Alain Miller | Por Paula Vallejo

En este seminario (2006-07), JAM sostiene que calificar el inconsciente


de real sitúa al psicoanálisis en un paradigma nuevo, en el que los
conceptos adquieren otro relieve e incluso, en ocasiones, parecen
desmoronarse.

Parte de una lectura a la letra del pequeño texto del “Prefacio a la edición
inglesa delSeminario 11”, para ilustrar la inversión de perspectiva que
entraña la última enseñanza de Lacan: del Otro al cuerpo, del lenguaje
a  lalengua, del SsS al Uno solo, del inconsciente transferencial, al
inconsciente real.

Define al inconsciente real como un agujero y a la urgencia como “la


modalidad temporal de inserción de un traumatismo”. El analista debe,
pues, hacer pareja con la urgencia, más allá de la verdad mentirosa que
viene a recubrirla.

Miller retoma el episodio alucinatorio del Hombre de los Lobos para


situar lo real errático y sin ley, “el tenue silencio de lo real”, la existencia
de aquello que está cortado de la palabra y no se puede atrapar por
la vía de la rememoración (S1-S2) sino de la reminiscencia (S1). Es lo
inmemorial, lo que no ha entrado en la historia del sujeto, las primeras
marcas de goce, los fenómenos de cuerpo. Si de lo que se trata es de
hacer algo con estas primeras marcas, encadenarlas de algún modo,
cernir al máximo lo real, ¿qué lugar para la interpretación del analista cuando estamos confrontados a la inexistencia
del Otro? Es entonces la psicosis, y no la neurosis, la que funciona de referencia para situar el inconsciente real y
proponer un nuevo modo de intervención del analista.

Miller afirma en este seminario que toda la enseñanza de Lacan puede concebirse como una respuesta sintomática
de éste al traumatismo del inconsciente freudiano. Así, a través de los seminarios: Aún, El sinthome, Lo no sabido que
sabe de la una-equivocación alza alas para la morra”, “El momento de concluir” y “La topología y el tiempo”, nos
indica los diversos pasajes de Lacan frente a los impasses de su síntoma: cómo operar con una práctica de palabra sin
quedar envueltos en una creencia en lo verdadero, cómo liberarnos de la verdad religiosa en el psicoanálisis, cómo
producir un espacio que no le deba nada al imaginario (corporal) y donde lo que cuente sea un decir articulado a la
satisfacción y no al saber.

Las consecuencias de este trayecto sobre el dispositivo del pase ocupa por varios capítulos a Miller. Llama “el reverso
del pase” a la propuesta de Lacan de establecer una relación entre el inconsciente real y la causa analítica, donde
se trata de “medir lo verdadero con lo real” y mostrar cómo cada quien se las arregla con su síntoma para obtener
satisfacción del mismo. Subraya asimismo la elaboración en soledad de esa hystorización que tiene como partenaire a
la Escuela.

Destacando la orientación materialista de la última enseñanza, Miller sigue a Lacan hasta ese punto más allá del
inconsciente, al que se vió conducido. Sin destinatario, sin destino, sin transferencia, más allá de la idea de causalidad,
sólo queda la posibilidad de un significante nuevo, propio, capaz de introducir un nuevo uso que pueda orientar
al parlêtre.

Abandonado el sueño del despertar, la dirección de la ultimísima enseñanza es el dar vueltas en círculo en torno al
agujero. El inconsciente no es ya un saber que no se sabe sino un no saber hacer con, una defensa. Lacan, al revés de

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Freud, quiere volver a la un-bevue, la equivocación de la cual procede el inconsciente freudiano, para fundamentar
al parlêtre en un Uno. El goce del Uno es aquí el goce del cuerpo y el problema es cómo operar para modificarlo.

En esta perspectiva, Miller enfatiza que no hay liberación del sinthome, sólo se trata de saber por qué se está enredado
en él. El modelo del acto analítico es el corte, del que la topología permite afirmar que tiene el poder de cambiar la
estructura de las cosas.

En los últimos capítulos, Miller nos introduce en el mayor impasse del psicoanálisis que tuvo que enfrentar Lacan
al poner en cuestión que lo simbólico sea capaz de alcanzar lo real. Si entre lo simbólico y lo real hay disyunción, el
psicoanálisis no sería sino una estafa. A la salida de ese impasse que Lacan propuso, en el “Seminario 24”, por la vía
del síntoma, en tanto la única cosa que conservaría sentido en lo real se le agrega la que formula al año siguiente, en
“El momento de concluir”, cuando frente a esa disyunción propone intentar imaginar lo real.

Si lo real no habla y lo simbólico sólo puede mentir, lo que queda es el recurso a lo imaginario, al cuerpo, la tela. Es
un imaginario otro que el del principio, un imaginario vaciado de sentido. Lacan había situado que entre lo real y lo
imaginario había una hiancia y que allí encontrábamos la inhibición. Ahora se abre una pregunta; ¿es posible superar
la hiancia entre lo imaginario y lo real?

En el último capítulo Miller nos propone una “elaboración sobre el tiempo”. Retoma las referencias de Lacan para
decirnos que la eternidad es el sueño del despertar y que la práctica analítica debe situarse en el tiempo. Subraya que
Lacan encontró en la topología un modo de salir de la geometría y de la eternidad por cuanto la topología comporta
la función tiempo (deformaciones) y la función cuerpo (el tejido, la tela).

El saber en lo real no supone, como antaño, encontrar el algoritmo de un sujeto. Es un saber que no habla, como el
de las cosas que saben cómo comportarse. La apuesta por el pase es entonces la de poder orientarnos en la oscuridad
que entraña el inconsciente real, donde no podemos hallarnos sino a tientas.

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