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PRESENTE Y FUTURO DE LA NATURALEZA HUMANA

Alfredo Marcos

El concepto de naturaleza humana proviene de una larga tradición filosófica. Hasta tal punto resulta
importante la cuestión de la naturaleza humana en la filosofía clásica que, según Inmanuel Kant,
todo el campo de la filosofía se refiere en última instancia a esta pregunta: “¿Qué es el hombre?”[1]

1. Una breve historia


Antigüedad Clásica
Los filósofos antiguos y medievales situados en la línea platónica no pusieron en cuestión la
existencia de la naturaleza humana, entendida esta como esencia o Idea del ser humano. Antes
bien, asumieron como una tarea propia la investigación de los elementos invariantes que
condicionan y posibilitan la existencia humana, de los rasgos esenciales que hacen que seamos
precisamente humanos y no cualquier otra cosa. También Aristóteles y los aristotélicos identifican
una cierta naturaleza humana que consta de aspectos animales, sociales y racionales, integrados
en la unidad de cada individuo concreto.
Modernidad
No obstante, a lo largo de la modernidad, han sido varios los pensadores que han afirmado que el
ser humano carece de naturaleza. En lugar de la misma, le han atribuido una libertad
incondicionada, una necesidad de hacerse a sí mismo desde una suerte de autodeterminación
radical. Se suele citar en esta línea el precedente renacentista de Pico della Mirandola (1463-1494).
Según este autor, Dios habría creado al ser humano fuera de las leyes naturales que determinan
al resto de las criaturas, para que construyese su ser sin barrera alguna, según su libertad y arbitrio.
El pasado siglo
La negación de la naturaleza humana llegó a convertirse en la moda intelectual dominante durante
una buena parte del pasado siglo. Las distintas variedades del existencialismo y del nihilismo
apuntaban en esta dirección. Aun así, no han faltado durante el siglo XX pensadores que han
criticado estas posiciones dominantes. Se pueden citar al respecto, por su claridad, estas líneas de
Jesús Mosterín: “Entre los fantasmas que ha producido el delirio de la razón, destaca por su
extravagancia y recurrencia la idea filosófica de la inexistencia de una naturaleza humana”[2].
La actualidad
En nuestros días, se viene dando una llamativa recuperación y revitalización de la reflexión
filosófica sobre la naturaleza humana[3]. Podríamos decir que, en las últimas décadas, la cuestión
de la naturaleza humana ha regresado al primer plano de la reflexión filosófica.

2. ¿A qué se debe esta urgencia actual por pensar de nuevo la naturaleza humana?
Probablemente a dos factores interconectados, uno intelectual -el auge del naturalismo- y otro
práctico -el desarrollo de las antropotecnias.
Desde el punto de vista intelectual
Nos hemos enredado en una autocomprensión bipolar. Empezábamos a vernos, a mediados del
siglo pasado, como pura libertad, pura indeterminación, puro deseo, pura voluntad, pura
existencia carente de toda naturaleza, orientación y sentido. Pero antes de la llegada de la
presente centuria, la moda intelectual ya había cambiado.
Ahora está más en boga concebir al ser humano como pura naturaleza, pura determinación, pura
materialidad, pura ley científica, pura animalidad o pura máquina. El existencialismo y el
naturalismo son, en efecto, modas incompatibles desde el punto de vista intelectual, pero
producen ambas los mismos efectos prácticos.
Las antropotecnias
El ser humano del existencialismo radical, carente de toda naturaleza, se produce como un
artefacto (absurdo) de sí mismo. Y el ser humano del naturalismo radical, que es todo naturaleza,
queda, por ello, a la entera disposición de las antropotecnias.
En estas circunstancias, parece indicado –obligado quizá– preguntarse de nuevo por el ser
humano. Antes de deshacernos de él por vía antropotécnica, sería bueno disponer de tiempo para
pensar sobre el mismo, para conocerlo más a fondo y para ver si, en efecto, merece la pena
conservar la humanidad tal cual es o realmente tenemos que resignarnos a perderla. Nunca ha
sido más urgente pensar la naturaleza humana, para evitar la pérdida de la misma por la vía de los
hechos. Y también para evitar las actitudes luditas, causadas por el miedo, que paralizarían la
ciencia y la tecnología y con ello las posibilidades de efectivas mejoras de la vida humana.
Para muchos de nosotros es obvio que ni la mejora efectiva de la vida humana, ni los criterios
sensatos de valoración de las antropotecnias, llegarán de la mano de la negación de la naturaleza
humana. Tampoco de la mano de su radical naturalización.

3. ¿Qué concepto de naturaleza humana queda pues disponible o resulta prometedor?


Cuando intentamos dar respuesta a esta pregunta, nos percatamos de que no puede hacerse
desde el vacío, desde ningún sitio. Una buena base para abordarla la encontramos en el sentido
común, que nos une como seres humanos. También servirá aquí de inspiración la tradición
aristotélica, como alta elaboración filosófica del sentido común humano. En dicha tradición, el ser
humano no aparece completamente separado de la naturaleza, pero tampoco absolutamente
naturalizado.
Es el sentido común el que nos dice que poseemos una cierta naturaleza, que estamos constituidos
según la misma, y que ella nos sirve como criterio y guía para orientar nuestras acciones y nuestra
realización como personas. Pero, la conexión de nuestra naturaleza con nuestras acciones
personales no es rígida, no es determinista, sino que está mediada por nuestra libertad. Nuestra
experiencia de naturaleza y nuestra experiencia de libertad son innegables. Así, cualquier pose
intelectual que niegue la libertad humana o que niegue la naturaleza humana resultará sesgada y
oscurecedora, además de antiempírica.
Por todo ello, tanto el naturalismo radical, como el existencialismo radical, merecen una revisión
crítica. Se impone, tras dicha crítica, una elaboración constructiva y sensata del concepto de
naturaleza humana. Y, a partir de esta, es probable que logremos criterios para filtrar
adecuadamente las nuevas propuestas antropotécnicas. Además, una revisión contemporánea del
concepto de naturaleza humana habrá de vérselas con las polémicas que forman parte del debate
actual: transhumanismo, relación del ser humano con los animales –si es o no un animal más–,
posición de la tecnociencia dentro de la vida humana, desarrollo humano y su efecto sobre el
medio ambiente… Hoy día, el estudio de la naturaleza humana ha de incluir también una reflexión
sobre los entornos en los cuales habita el ser humano; entorno natural, social y -digámoslo así-
espiritual (o sea relativo al arte, a la ciencia, a la reflexión filosófica, a la religión, a la captación del
bien, la verdad y la belleza) [4].
Vulnerabilidad, dependencia y autonomía
Como se ha apuntado más arriba, quizá una visión de la naturaleza humana basada en el sentido
común y en la tradición aristotélica pueda dar cumplimiento a todas estas exigencias
contemporáneas. Parece iluminadora la idea del ser humano que encontramos en dicha tradición,
y que pone énfasis en tres aspectos del mismo: animal, social, espiritual. Así, vemos que somos
vulnerables debido a nuestra animalidad; por ser sociales, somos mutuamente dependientes; y, en
virtud de nuestra espiritualidad, nos hacemos autónomos.
La modernidad se fraguó como una búsqueda de la autonomía, un valor a todas luces deseable,
que cobra pleno sentido solo cuando se presenta en equilibrio con la vulnerabilidad y la
dependencia propias de la vida humana. Además, cada ser humano es una sustancia única,
una persona. Podemos distinguir intelectualmente sus diferentes aspectos, mas en realidad estos
no existen por separado. Por ello, una parte esencial de la reflexión actual sobre la naturaleza
humana consiste en dar cuenta de esta integración de todo lo humano en la unidad de cada
persona. Y, de nuevo, la tradición aristotélica, a través del concepto de diferencia, puede resultar
de ayuda para esta tarea.
En dicha tradición, el ser humano es un animal, en un sentido serio de la palabra. No puede
entenderse sin su condición animal; pero tampoco basta con apelar a la misma para dar cuenta de
su naturaleza. Dicho de otro modo, no se pueden negar ni las semejanzas ni las diferencias que
obviamente existen entre el ser humano y el resto de los animales[5]: en el ser humano, lo social
y lo espiritual diferencian lo animal de un modo propio e irreductible. Es un animal social y un
animal espiritual, que nace y vive en el seno de la familia humana, que tiene capacidad de auto-
conciencia, que tiene capacidad de apreciar el bien, la verdad, la belleza; que tiene capacidad de
reflexionar, de plantearse problemas morales… Esto sería lo más próximo a una definición de la
naturaleza humana: el ser humano es un animal social, espiritual. Y todo ello, además, de manera
conjunta, de manera integrada; no como elementos yuxtapuestos, sino unificados de modo
irrepetible en cada persona.
Por otro lado, cabe recordar que esta naturaleza común es normativa. Nos indica que, como
animales, hemos de procurar nuestra vida y salud, como seres sociales, la convivencia pacífica y
justa, y que, como seres espirituales, estamos orientados hacia la verdad, el bien y la belleza. De
ahí se sigue que cualquier intervención tecnológica sobre el ser humano ha de hacerse desde un
profundo respeto a nuestra naturaleza común y a la identidad de cada persona
Un cambio drástico de la naturaleza humana
Hay propuestas filosóficas y científicas sobre la mesa que buscan un cambio drástico de la
naturaleza humana por medios de ingeniería genética y contando también con ingeniería
informática, robótica, etc. Con todos estos medios técnicos se proponen modificar radicalmente
al ser humano. Pero el ser humano tiene un valor absoluto que, desde Kant al menos, llamamos
dignidad. Su naturaleza es orientativa, es normativa, y sería un error modificarla hasta devastarla.
Ahora bien, todos los medios técnicos que podamos utilizar para mejorar la vida humana, han de
ser desarrollados y utilizados. No para modificar la naturaleza humana, sino para mejorar la vida
humana. Es decir, la posibilidad de aplicar con garantías y confianza lo que sensatamente veamos
como positivo en las nuevas tecnologías, y de rechazar sin complejos lo que nos parezca
desacertado, depende, a su vez, de la posibilidad de juzgar la tecnociencia con criterios
independientes apoyados en la idea de naturaleza humana.
El futuro de la naturaleza humana
Por último, y respecto del futuro de la naturaleza humana, convendría recordar las palabras tan
repetidas de Karl Popper: “El futuro está abierto”. El devenir de la familia humana depende en
gran medida -aunque no totalmente- de nuestras decisiones libres.
En consecuencia, el intento de predecir el futuro es fútil. Resulta mucho más interesante, en
cambio, ponerse manos a la obra para tratar de hacerlo, y de hacerlo lo mejor posible.
No nos relacionamos con el futuro gracias a la vista, sino gracias a las manos que contribuyen a
hacerlo presente. No tiene mucho interés, por tanto, especular sobre el futuro del ser humano,
pero sí proponer un sentido que oriente nuestras decisiones y acciones. Estas deberían orientarse
hacia una vida más propiamente humana, y no hacia una presunta utopía posthumanista.

Bibliografía
Arendt, H. (2007): La condición humana, traducción de R. Gil, Paidós, Barcelona.
Arana, J. (2015): La conciencia inexplicada. Ensayo sobre los límites de la concepción naturalista de
la mente, Biblioteca Nueva, Madrid.
Cortina, A. (2009): Las fronteras de la persona. El valor de los animales y la dignidad de los
humanos, Taurus, Madrid.
Fuentes, A. (2018): “How Humans and Apes Are Different, and Why It Matters”, Journal of
Anthropological Research, 74: 151-167 [disponible en:
https://www.journals.uchicago.edu/doi/10.1086/697150#.W0Xj5Hho3Cg.facebook].
Fukuyama, F. (2002): El fin del hombre: consecuencias de la revolución biotecnológica, traducción
de P. Reina, Ediciones B, Barcelona.
Habermas, J. (2002): El futuro de la naturaleza humana. ¿Hacia una eugenesia liberal?, traducción
de R.S. Carbó, Paidós, Barcelona.
Kant, I. (2000): Lógica, Akal, Madrid.
MacIntyre, A. (2001): Animales racionales y dependientes, traducción de B. Martínez, Paidós,
Barcelona.
Marcel, G. (1953): Les Hommes contre l’humain, La Colombe, París.
Marcos, A. y Pérez, M. (2018): Meditación de la naturaleza humana, BAC, Madrid.
Mosterín, J. (2006): La naturaleza humana, Espasa, Madrid.
Nagel, Th. (2012): Mind and Cosmos. Why the materialist neo-darwinian conception of human
nature is almost certainly false, OUP, Oxford.
Nussbaum, M. (2006): El ocultamiento de lo humano. Repugnancia, vergüenza y ley, traducción de
G. Zadunaisky, Katz, Buenos Aires.
Sandel, M. (2007): Contra la perfección, traducción de R. Vilà, Marbot, Barcelona.
Savulescu, J. y Bostrom, N. (eds.) (2009): Human Enhancement, OUP, Oxford.
Sloterdijk, P.(2003): Normas para el parque humano, traducción de T. Rocha, Siruela, Madrid.
Spaemann, R. (2003): “Sobre el concepto de dignidad humana”, en Spaemann, R., Límites, Eiunsa,
Madrid.
Tallis, R. (2011): Aping Mankind. Neuromania, Darwinitis and the Misrepresentation of Humanity,
Acumen, Durham (UK).

Notas
[1] Kant, I. (2000): Lógica, Akal, Madrid, p. 92.
[2] Mosterín, J. (2006): La naturaleza humana, Espasa, Madrid, p. 17.
[3] Abajo, en el apartado de bibliografía, se citan algunos títulos que pueden dar una idea del
estado de la cuestión.
[4] Como se ve, es un programa demasiado extenso para poder abordarlo en un artículo como el
presente. Remito al lector interesado al libro: Marcos, A. y Pérez, M. (2018): Meditación de la
naturaleza humana, BAC, Madrid.
[5] Un estudio reciente al respecto puede verse en: Fuentes, A. (2018): “How Humans and Apes
Are Different, and Why It Matters”, Journal of Anthropological Research, 74: 151-167 [disponible
en:
https://www.journals.uchicago.edu/doi/10.1086/697150#.W0Xj5Hho3Cg.facebook].

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