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Teoría de la literatura III

Pérez Flores, Edwin Guillermo


Reporte de lectura sobre “Análisis textual de un cuento de Edgar Poe”
Barthes comienza a explicar su texto mostrando las dos grandes tendencias a las que se
inclinan las investigaciones sobre el análisis estructural (y, además, cuál es el que empleará),
es decir, las buscan una gramática del relato con la cual se pueda examinar un relato con
base en una preceptiva inalterable (análisis estructural), y las que tratan al texto como un
proceso activo de significaciones (o significancia), donde lo importante es observar cómo se
construye el significado del mismo a partir de la identificación de su tejido de códigos
culturales y de la intertextualidad (análisis textual).
Enseguida, el estructuralista expone cuatro disposiciones operatorias importantes con la
finalidad de realizar el análisis textual: la primera, se fragmentará el objeto estudiado en
unidades de lectura denominadas lexías, las cuales se caracterizan por ser un significante
textual (una palara, una frase, un párrafo) que contiene no más de cuatro sentidos posibles;
la segunda, lo relevante de esas medidas reguladoras son los diferentes sentidos de
connotación que puedan expresar (significado) y no su forma (significante), así, se tiene que
aquéllas pueden ser asociaciones (por ejemplo, la descripción física de un actante distribuida
en varias frases a lo largo del texto en cuestión, las cuales sólo contienen un significado) o
relaciones (por ejemplo, cuando una acción empieza en un lugar de la obra y termina en un
sitio no contiguo, sino muy lejano); la tercera, se propone que éste sea un análisis progresivo
lo que significa que no se proporcionará una explicación del texto, ni se reconstituirá la
estructura del mismo, sino que se seguirá el proceso de su estructuración, de tal modo que la
estructura de la lectura será más indispensable que la de la propia composición; la cuarta,
reivindica el olvido, pues el análisis (la lectura placentera y cómoda) no se preocupa por
recuperar y registrar estrictamente todos los sentidos del escrito considerado (el cual se funda
sobre la intertextualidad), y, también, señala la conjugación de dos ideas (la de infinito
combinatorio y estructura) a fin de aprehender la nueva concepción que se debe tener del
lenguaje.
Después, Barthes dedica la mayoría de su artículo a descubrir cómo se forman los sentidos
del texto, al exhibir cuáles son los códigos culturales (los cuales son, en esencia,
“simplemente campos asociativos, una organización supratextual de anotaciones que
imponen una cierta idea de estructura (…) son ciertos tipos de lo ya-visto (…) es la forma de

1
ese ya constitutivo de la escritura del mundo”1, es decir, un conjunto reglas tan normales que
parecen atributos intrínsecos del texto y que, si se violan, el mismo se hará ininteligible para
quien sea que lo lea) con los que se cifró cada una de las lexías que halló en el relato corto
de Poe entre los que destacan: el código cultural, el cual se particulariza por ostentar los
saberes humanos, las inmensas reglas elaboradas (morales, éticas) por la sociedad; el código
científico que, además de emplearse frecuentemente en la obra literaria para marcar una
ambigüedad en la naturaleza de éste, alude a los preceptos de la experimentación científica
y, a su vez, a la deontología médica; el código retórico, el cual no sólo hace referencia a las
reglas sociales del decir como el anuncio o el resumen, sino también a la enunciación
metalingüística, la cual menta, por consecuencia, a otro tipo de código que específica cómo
el lenguaje se hace consciente de sí mismo (como la anunciación complicada a la que hace
referencia el título del relato); el código cronológico que determina una forma de clasificar
el tiempo según los fines de la dramatización: puede que sea un tiempo diegético (el cual
influye directamente sobre la historia del relato) o no-diegético (el cual sólo funciona para
darle al hecho estético un efecto de realidad); el código socio-histórico distinguido porque
ayuda a movilizar aquél conocimiento único y vago (pero, además, propio) de una sociedad
(como el mote de ‘Señor’ con que llaman al Sr. Valdemar); el código de la comunicación, el
cual se distingue porque designar las relaciones internas de fenómeno lingüístico de tipo
dirección (es decir, cuando se vuelve enteramente un código fático que permite la relación
entre el narrador y el lector) o de intercambio (el texto puede alternar, entonces, entre la
verdad y la ilusión); el código simbólico, el cual “es un trazo del lenguaje que desplaza al
cuerpo y deja entrever otra escena que la de la enunciación, tal como creemos leerla [tal es
el caso del nombre Valdemar que alude, imprevisiblemente, a la profundidad, al abismo
oceánico]”2, además, cabe destacar el funcionamiento del sub-código que se desprende de
éste (a-simbólico) que niega toda interpretación ajena a la que proporciona el momento de la
enunciación (como lo que expresa la léxica (5), en donde el narrador dará a conocer los hecho
tal y como fueron, y no como pudieron ser); el código de las acciones, la cual mantiene la
armazón anecdótica del relato con las distintas secuencias (se define como una

1
Roland Barthes, “Análisis estructural de un cuento de Edgar Poe”, en Teoría literaria: Antología de lectura,
SUAFyL, México, 1996, p. 218.
2
Ibíd., p. 219.

2
microestructura que no un objeto aparentemente lógico, sino una expectativa con su
respectiva solución) que produce; por último, el código enigma, se diferencia porque “reúne
los términos mediante cuyo encadenamiento se plante un enigma, y, después de algunos
‘retardamientos’ que otorgan toda su sal a la narración, se devela su solución”3.

3
Loc. cit.

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