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ese ya constitutivo de la escritura del mundo”1, es decir, un conjunto reglas tan normales que
parecen atributos intrínsecos del texto y que, si se violan, el mismo se hará ininteligible para
quien sea que lo lea) con los que se cifró cada una de las lexías que halló en el relato corto
de Poe entre los que destacan: el código cultural, el cual se particulariza por ostentar los
saberes humanos, las inmensas reglas elaboradas (morales, éticas) por la sociedad; el código
científico que, además de emplearse frecuentemente en la obra literaria para marcar una
ambigüedad en la naturaleza de éste, alude a los preceptos de la experimentación científica
y, a su vez, a la deontología médica; el código retórico, el cual no sólo hace referencia a las
reglas sociales del decir como el anuncio o el resumen, sino también a la enunciación
metalingüística, la cual menta, por consecuencia, a otro tipo de código que específica cómo
el lenguaje se hace consciente de sí mismo (como la anunciación complicada a la que hace
referencia el título del relato); el código cronológico que determina una forma de clasificar
el tiempo según los fines de la dramatización: puede que sea un tiempo diegético (el cual
influye directamente sobre la historia del relato) o no-diegético (el cual sólo funciona para
darle al hecho estético un efecto de realidad); el código socio-histórico distinguido porque
ayuda a movilizar aquél conocimiento único y vago (pero, además, propio) de una sociedad
(como el mote de ‘Señor’ con que llaman al Sr. Valdemar); el código de la comunicación, el
cual se distingue porque designar las relaciones internas de fenómeno lingüístico de tipo
dirección (es decir, cuando se vuelve enteramente un código fático que permite la relación
entre el narrador y el lector) o de intercambio (el texto puede alternar, entonces, entre la
verdad y la ilusión); el código simbólico, el cual “es un trazo del lenguaje que desplaza al
cuerpo y deja entrever otra escena que la de la enunciación, tal como creemos leerla [tal es
el caso del nombre Valdemar que alude, imprevisiblemente, a la profundidad, al abismo
oceánico]”2, además, cabe destacar el funcionamiento del sub-código que se desprende de
éste (a-simbólico) que niega toda interpretación ajena a la que proporciona el momento de la
enunciación (como lo que expresa la léxica (5), en donde el narrador dará a conocer los hecho
tal y como fueron, y no como pudieron ser); el código de las acciones, la cual mantiene la
armazón anecdótica del relato con las distintas secuencias (se define como una
1
Roland Barthes, “Análisis estructural de un cuento de Edgar Poe”, en Teoría literaria: Antología de lectura,
SUAFyL, México, 1996, p. 218.
2
Ibíd., p. 219.
2
microestructura que no un objeto aparentemente lógico, sino una expectativa con su
respectiva solución) que produce; por último, el código enigma, se diferencia porque “reúne
los términos mediante cuyo encadenamiento se plante un enigma, y, después de algunos
‘retardamientos’ que otorgan toda su sal a la narración, se devela su solución”3.
3
Loc. cit.