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Repensando el "campo" en Antropología. Cuadernillo de trabajo nº 1

Article · January 2012

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4 authors, including:

Gimena Perret
University of Buenos Aires y Universidad Nacional de General Sarmiento
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Cuadernillo de trabajo N° 1
Repensando el «campo» en antropología

Taller PPermanente
ermanente de Metodología e Investigación
Proyecto de Reconocimiento Institucional (PRI) 2011-2013
«Problematizar la objetivación. Una actividad colectiva de
metainvestigación socioantropológica»
Facultad de Filosofía y Letras - UBA
1
Integramos en Taller Permanente de Metodología e Investigación
Laura Pérez
Gimena Perret
Verónica Zallocchi
Bettina Fratta

2
Presentación *
Desde fines de 2010, el Taller Permanente de Metodología e Investiga-
ción inició una nueva etapa, esbozada a partir de la presentación del PRI1
«Problematizar la objetivación. Una actividad colectiva de metainvestigación
socioantropológica». Quienes integramos el taller venimos realizando desde
2006 un trabajo autoorganizado de exploración y reelaboración de cuestio-
nes ligadas a la formación en metodología de investigación. Durante los pri-
meros años transitamos un espacio de lecturas colectivas que nos permitie-
ron armar un mapa respecto del territorio conformado por algunas corrien-
tes teórico-metodológicas que tienen incidencia en la práctica de la investi-
gación social. Luego fuimos partícipes de una propuesta curricular en for-
mato seminario2, el cual, a través de planteos problemáticos puso en común
en la cursada el mapa construido. Posteriormente, mientras algunas compa-
ñeras continuaron con el sostenimiento del seminario, en el taller nos propu-
simos volver la reflexión hacia la práctica de investigación que desarrollamos
cada integrante por separado.
Nos habíamos propuesto identificar nudos problemáticos comunes que
atraviesan de diferente modo los procesos de investigación en los que las
personas integrantes del taller nos encontramos. Hasta ahora, pudimos enun-
ciar algunos: el problema de la construcción del objeto de investigación; la
noción de campo; el trabajo con distintos tipos de fuentes documentales; los
vínculos entre investigador y sujetos «de» investigación; y el papel de las lla-
madas redes sociales en la investigación.
Hemos profundizado en el problema de la noción de campo, que con-
dujo a las discusiones que son materia de esta publicación. El hecho de que

* En este escrito mantendremos el formato de género masculino a fin de facilitar una lectura más
fluida. No obstante ello, dejamos explicitado nuestra adhesión a aquellas perspectivas que
postulan que la normatividad binaria de género vinculada al carácter performativo del lenguaje,
tiene como efecto la (re)producción y el refuerzo de la desigualdad de género.
1 Programa de Reconocimiento Institucional de Equipos de Investigación de la Facultad de
Filosofía y Letras, UBA, 2011-2012. Res. N° 1380
2 Seminario Derribando Muros, aprobado para la carrera de Sociología en la Facultad de
Ciencias Sociales de la UBA, cuya primera cursada se efectuó en 2010 y la segunda en el
presente 2012.

3
sea este el primero de los nudos problemáticos3 comunes que nos hemos
abocado a profundizar, ¿es casualidad? No lo sabemos, pero tal vez el reco-
rrido por el trabajo de escribir estas líneas, nos pueda dar alguna pista.

3 Entendemos por nudo problemático aquellas situaciones en las que varias dimensiones están
presentes y se entrecruzan determinando su incidencia, aunque muchas veces la naturalización
sobre tales situaciones las hagan aparecer como aspectos lisos de la práctica.

4
Surgimiento de un problema a partir de la práctica

¿Es la etnografía, como muchos de sus críticos han insinuado,


singularmente precaria en su empirismo ingenuo, su irreflexividad
filosófica, su orgullo interpretativo?
Jean y John Comaroff ,1992

El problema acerca de la noción de campo decantó como objeto de


discusión y de reflexión a partir del encuentro con nuestra propia cotidianeidad.
Cotidianeidad que nunca es unilateral respecto de la investidura de investi-
gadores sociales con la que por momentos podemos recubrir nuestra subje-
tividad, sino que se encuentra entrelazada con múltiples investiduras posibles
(trabajadores, estudiantes, graduados, madres, padres, hijos, y un gran et-
cétera), sin que se pueda garantizar una diferenciación precisa entre las dis-
tintas esferas de nuestras vidas.
Observando a la distancia, la situación particular que fue el puntapié
inicial del problema que hoy nos sirve de límite y de discusión en este docu-
mento, podría haber sido cualquier otra. Sin embargo, podemos decir que
en esa situación se condensaron potencialmente algunas condiciones para
avanzar en el intercambio de problemáticas comunes que atañen a los pro-
cesos de investigación social en los cuales estamos inmersos, y que
explicitábamos así en el proyecto:
La posibilidad de identificar nudos problemáticos epistemológicos,
metodológicos y teóricos ligados a procesos particulares de inves-
tigación y el intercambio colectivo de los mismos, nos permitirá
objetivar las diferentes investigaciones que estamos llevando ade-
lante y de esa forma producir un conocimiento que puede dar
cuenta de algún aspecto del mundo social y, a su vez, de cómo va
siendo producido ese conocimiento en sí mismo, incluyendo el aná-
lisis de aquellos supuestos (epistemológicos, metodológicos y teó-
rico-conceptuales) que suelen tornarse en obstáculos inadvertidos
del hacer del investigador, precisamente por permanecer como su-
puestos, muchas veces ocultos para el mismo / la misma investiga-
dor/a.
El punto de partida fue un problema concreto que una de las integran-
tes del Taller puso a discusión como un nudo problemático habiéndolo iden-
5
tificado a partir de su práctica investigativa, que se manifestó como una im-
posibilidad de acceder al campo. Enfatizamos el cómo fue enunciado y nom-
brado el problema dado que en las discusiones subsiguientes esta forma de
enunciación fue siendo comprendida como la enunciación de un falso pro-
blema, no solo porque tenía como contenido una aseveración errónea o
incorrecta sino que el contenido se encontraba, a su vez, condicionado por
la forma de enunciación misma del problema.
Aquí retornamos hacia lo que más arriba formulamos respecto del en-
cuentro con nuestra cotidianeidad como un aspecto inescindible de nuestra
práctica como investigadores. Desde este punto de vista, los antropólogos
construimos nuestros problemas de investigación a partir de al menos tres
variables. Por una parte intervienen supuestos teóricos, conceptos, catego-
rías disciplinares y prácticas metodológicas. Por otra parte trabajamos con
las interpretaciones que las personas hacen de su propia cotidianeidad, las
cuales muchas veces son compartidas por nosotros como partícipes del mis-
mo mundo social. Finalmente, en nuestros debates hemos encontrado que
además actúa una suerte de sentido común antropológico constituido por
resabios y naturalizaciones de lo que debe ser la práctica de investigación
socioantropológica4.
En el caso que nos interpela para plantear el problema, creemos que
un resabio de sentido común antropológico se manifestó como la enuncia-
ción de una dificultad al parecer contundente: «no puedo ingresar al cam-
po». En lo concreto, esta aseveración se fundaba en la imposibilidad de in-
gresar a una plataforma de call center, espacio en el cual se encuentra el
foco del problema de investigación: el proceso de trabajo5. El impedimento
se le aparecía como crítico a la investigadora, debido a que el proceso de
trabajo se desarrolla al interior de un espacio y un tiempo vedados a la mira-
da externa, por condiciones que son también parte del problema mismo.
Esta representación de un proceso al interior de parece ser clave, porque
remite a la idea de que en un espacio y tiempo dado, se desarrollan ciertos
acontecimientos, que son fundamento mismo para la investigación. Frente a
este presupuesto inmediato, el obstáculo se presentó como prácticamente
insalvable, porque lo que queda vedado al ojo de la antropóloga, es justa-

4 Uno de los propósitos de este cuadernillo es discutir y reflexionar sobre este sentido común
5 Entre los objetivos que comprende la investigación, se encuentran los de analizar y explicar la
existencia o no de conflictividad laboral en los call centers, vinculado esto último a la forma en la

6
mente aquello que pretende hacer visible. Entonces ¿es esta plataforma de
trabajo el campo? Por cierto que rápidamente la investigadora fue sacada
colectivamente de su error: no, la noción de campo refiere a otra cosa.
El campo no es meramente un lugar sino un proceso en permanente
constitución que articula diferentes niveles de un problema de investigación.
También se encuentra conformado por las relaciones que se establecen entre
las personas, sucesos y procesos que intervienen en la investigación, incluida
la investigadora. El campo es una construcción deliberada aunque no anto-
jadiza, no obstante algunas veces no se expliciten los presupuestos que están
en su base. Y correlativamente el campo también implica un lugar, en tanto
una realidad compleja que se constituye a partir de esta articulación de nive-
les de un problema, y que se expresa en un espacio particular o en múltiples
espacios posibles. Consecuentemente, la especificidad del problema será lo
que determine qué forma podrá adquirir, o cómo se podrá expresar
espacialmente el campo en cuestión. En el caso de un call center, la especi-
ficidad del campo en construcción está determinada por una multiplicidad
de aspectos entre los que se encuentra la imposibilidad de un acceso directo
al espacio de trabajo.
Sin embargo, más allá de esta primera resolución del problema «de
acceso» en este caso particular, nos encontramos con otras preguntas, que
nos abría la respuesta hallada. Lo ocurrido ¿es de orden individual, afectan-
do a un investigador? ¿O es un problema que responde a condiciones de la
práctica de investigación? ¿Por qué la idea de campo aparece en lo inmedia-
to, como estrechamente vinculada con la idea de lugar? ¿Hay algo ingenuo
o irreflexivo en ello y que proviene de cierta naturalización del conocimiento
socioantropológico? Por otro lado, ¿qué consecuencias político-teóricas se
pueden desprender de estos planteos?

que se organiza el proceso de trabajo en la actividad y los modos en los que las empresas
ejercen el control sobre mismo. Para decirlo de modo más general, la enunciación del
problema se fundamenta en la necesaria observación del proceso de trabajo justamente,
para su descripción y análisis, como así también, en la observación directa de los mecanismos
que se despliegan por parte de la patronal, es decir los efectos del disciplinamiento. En estos
términos, la imposibilidad de acceder a la plataforma de trabajo de un call center se traduce
en la imposibilidad de observar el despliegue del proceso de trabajo y de acceder a las
personas que son parte del mismo, encontrándose en su seno.

7
Desmontando una noción disciplinar

Sabemos que no es excepcional el hecho de


que actuemos desde un cierto sentido común
antropológico asumiendo irreflexivamente ciertas
prenociones, como mecanismos de naturalización
que operan en todo ámbito de lo humano. Y lo
hacemos sin reconocer inmediatamente el carác-
ter no reflexivo que por momentos adquiere nues-
tra práctica, carácter que se va configurando
como parte del quehacer antropológico a lo lar-
go de nuestra formación y más allá de la misma,
reproduciendo una mirada ingenua sobre los fe-
nómenos en los que nos involucramos.
El peligro de tal perspectiva estriba en que creemos toparnos con «pro-
blemas» que parecen dificultar el proceso de investigación, cuando son nues-
tras prenociones las que constituyen el escollo.
Si nos paramos desde esta perspectiva, nos encontramos con que cuan-
do planteamos que el campo es un espacio físico, un territorio con límites
definidos y tangibles que deben ser franqueados por el antropólogo, lo que
opera allí es una de esas prenociones. Esta relación entre campo y lugar se
manifiesta en los hechos como un problema del acceso al campo, y en ese
sentido, opera como un supuesto compartido. Supuesto no reconocido, a
pesar de que nos hemos formado en el reconocimiento del su carácter con-
ceptual y abstracto, siendo la noción de campo un producto de los modos en
los que problematizamos los fenómenos que nos rodean, antes que de una
experiencia directa de un lugar, de un territorio delimitado.
Ahora bien, ¿es legítimo postular que existe en nuestro imaginario
antropológico, una fuerte relación entre las ideas de campo y de territorio?
Adelantándonos un poco sobre lo que en el próximo apartado profundizare-
mos, consideramos que esta relación tiene su fuente en el recorrido histórico
de la disciplina. El problema del acceso a un espacio-territorio-lugar, es una
tópica central para la antropología dado que fue una preocupación históri-
camente constitutiva de la conformación y transformación disciplinar a lo
largo de más de un siglo.
Volviendo la mirada hacia el pasado, nos encontramos con la necesi-

8
dad de recuperar críticamente la concepción clásica de campo y las discu-
siones que esta concepción acarreó a lo largo de una parte sustancial de la
historia disciplinar, y en el camino nos condujo a la noción de trabajo de
campo. Y nos dimos cuenta que nos metimos (casi) en camisa de once va-
ras, porque el problema tiene su peso específico: sin el trabajo de campo y
todas las ambigüedades, imprecisiones y discusiones consiguientes, la an-
tropología no hubiese sido lo que es. Eduardo Menéndez en La parte nega-
da de la cultura (2002) nos recuerda la matriz clásica fundada por
Malinowski, en la que el trabajo de campo, es justamente lo que otros hasta
ese momento no hacían. Trabajar en el campo, no en el escritorio. Obtener
uno los datos. Tener información de primera mano. Y he ahí el núcleo central
de nuestra especificidad originaria. Originaria pero ¿vigente en la actualidad
y bajo los mismos supuestos?
El problema del «estar ahí» que supone una mirada antropológica que
tiene la aptitud para traspasar el velo que oculta a la realidad (traspasar por
ejemplo, el límite de un territorio), apunta a la vieja afirmación de la autori-
dad etnográfica, a la objetividad del conocimiento antropológico y a su vali-
dez científica. Afirmación que, a pesar de haber sido ya cuestionada, parece
perdurar obstinada y silenciosamente. Cuestión que coloca en el centro de la
discusión al propio investigador y su relación con toda la problemática de la
investigación social.
En un marco más general debemos explicitar nuestro cuestionamiento
a ciertas nociones que el positivismo ha impuesto a nuestras miradas, a pe-
sar de las críticas y debates que han intentado superarlo. Al postular que
campo es un proceso en continua construcción, este constructo ¿es un
«sacabocado» de la realidad? ¿Qué límites y qué posibilidades la noción de
campo como construcción nos ofrece? ¿Es una condición sine qua non para
la producción antropológica? Pensar en términos de construcción del cam-
po ¿no conlleva el riesgo de un relativismo más o menos radical?
Un matiz que surgió en nuestras discusiones, fue plantear esta cuestión
en términos de cómo «construimos vínculos de investigación» con las perso-
nas en los diferentes contextos en los que interactuamos en nuestra práctica.
De este modo, intentamos superar la disyuntiva «acceder o no acceder al
campo» y centrarnos en cómo generamos vínculos de investigación con los
otros y el modo en que este aspecto condiciona la construcción del problema
de investigación y la práctica investigativa.

9
Territorialidad y práctica antropológica

En este apartado retomamos una «denuncia» que realizan algunos au-


tores de la tradición posmoderna en antropología: el trabajo de campo de
tipo etnográfico, central a la identidad intelectual y profesional de la antropo-
logía, permanece todavía en la actualidad sin examinarse, es decir, no se ha
llegado aún a revisiones profundas de su modus operandi (Comaroff, 1992).
En este sentido consideramos que aún no hemos discutido lo suficiente las
implicancias teóricas, epistemológicas y políticas de la fuerte asociación exis-
tente en nuestra disciplina entre la delimitación clara y precisa de un territo-
rio, la práctica etnográfica y la producción de conocimiento considerado
válido. Asociación que en la antropología ha tendido cada vez más hacia
una «peligrosa» identificación de la antropología con su método, y a reducir-
la a un ejercicio de «intersubjetividad» (Comaroff, 1992; Gupta y Ferguson,
1997).
Sabemos que durante la primera mitad del siglo XX parte de la especifi-
cidad de la antropología como ciencia se relaciona directamente con la ex-
periencia del contacto directo con «otro» culturalmente distinto y -en la ma-
yoría de los casos- distante geográficamente. El trabajo de campo etnográfico
que habilitaba ese contacto se constituyó, a partir de los trabajos de
Malinowski, Boas, Radcliffe-Brown y otros, en el garante de la validez del
conocimiento producido. Basta recordar los esfuerzos de estos autores por
darle a la antropología el carácter de ciencia de modo tal de terminar con la
«antropología conjetural» propia del evolucionismo. Notemos que fue el tra-
bajo sobre el terreno la herramienta metodológica defendida para ello, entre
otras cosas, porque posibilitaba la observación directa y, mediante ella, la
objetividad de los datos.
Por otra parte, el surgimiento del trabajo de campo como herramienta
metodológica, está estrechamente vinculado con una nueva forma de
conceptualizar a la cultura. Tanto Boas como Malinowski, con sus diferen-
cias específicas, entienden a la cultura como una totalidad coherente y úni-
ca, por lo tanto, la forma de comprenderla es «estando ahí», mientras que
con la corriente evolucionista se entendía a la cultura como una expresión de
la totalidad de la vida social del hombre y lo que intentaban explicar era su
evolución y universalidad. Es decir, que a partir de las «superviviencias» cultu-
rales (y aplicando el método comparativo) era posible remontarse al conjun-
to cultural original y reconstruirlo. Por esta misma razón, les bastaba colec-

10
cionar y comparar los materiales que terceros les proveían.
A partir de Malinowski, la producción de verdad en antropología queda-
rá íntimamente ligada a la realización de trabajo de campo etnográfico, y
éste, a la elección y delimitación de un área donde llevarlo adelante, es decir,
de un territorio o lugar, de un dónde.
Dado que los grupos sociales con los que trabajaba el antropólogo esta-
ban geográficamente circunscriptos a un lugar, al antropólogo no le traía de-
masiados inconvenientes trazar los límites de la comunidad que iba a estudiar.
En este sentido, el dónde no fue algo que ofreciera grandes problemas, más
allá de las alusiones que pueden encontrarse referidas a las condiciones
climáticas, a las dificultades en el traslado y a cuestiones generales de la vida
cotidiana del investigador en las diferentes regiones en las que se instalaba.
Podemos decir que lo que se consolida en la disciplina durante la prime-
ra mitad del siglo XX es una relación directa entre territorialidad y trabajo de
campo, relación en la que se legitima y valida la producción de conocimiento
antropológico. El ir hacia un lugar geográficamente definido se instaló así
«como la forma autorizada de estudiar antropológicamente algo» (Wright,
2005: 57), que implicaba la mayoría de las veces, un alejarse de la propia
sociedad, un desplazamiento del investigador. De este modo, el dónde de la
antropología se incorporó -un tanto acríticamente- al quehacer antropológico
como paso necesario para conocer antropológicamente una sociedad dife-
rente a la propia.
Es entonces, la distancia entre el objeto de estudio y el lugar en que se
comunica el saber sobre él, lo que constituyó la autoridad antropológica, jus-
tificada a través de un «realismo etnográfico» (Canclini:) que sugirió, especial-
mente en las producciones textuales, un alto grado de neutralidad y objetivi-
dad: el «estar ahí», implicaba «ver», registrar datos, acumular detalles de la
vida cotidiana, elaborar mapas, sacar fotos, entre otras cosas, que no solo
ponían en evidencia la experticia del antropólogo sino que garantizaba la «ver-
dad» del conocimiento producido.
A partir de los procesos de descolonización la disciplina inicia un cambio
en la propia experiencia del desplazamiento, en el sentido de que comenzará
cada vez más a plantear la posibilidad y necesidad de una antropología en y
de la propia sociedad del antropólogo. Surge así una generación de
antropólogos y antropólogas que comenzaron a cuestionar varios aspectos
de la práctica tradicional sancionada como norma por las escuelas dominan-
tes de la época. Fueron revisados, re-experimentados y reformulados: el lugar
de autoridad/autor del antropólogo -con las versiones de la antropología

11
dialógica-, la elección de sociedades exóticas como objeto privilegiado de
estudio y el reconocimiento de problemáticas de investigación en las propias
sociedades de origen de los investigadores. En este contexto, si bien se revi-
saron los supuestos teóricos y epistemológicos de la producción antropológica
del período colonial, no ocurrió lo mismo con la metodología de trabajo, tal
vez porque tenía que justificar(se) como una disciplina que podía pasar del
estudio de sociedades distantes cultural y geográficamente al estudio de/en
la propia sociedad del investigador, lo que redundó, a nuestro entender, en la
reproducción de la «pequeña comunidad nativa» al interior de la propia so-
ciedad del antropólogo, reforzando así la practica etnográfica tradicional.
Desde nuestra crítica presente, podemos afirmar la persistencia en tales ex-
periencias renovadoras, de una identificación, cuando no yuxtaposición en-
tre los conceptos de campo y territorio, lo cual puede volver verosímil que
aún hoy los sigamos yuxtaponiendo en formas muchas veces inadvertidas.
Es por ello, que nos preguntamos por las condiciones de la investiga-
ción antropológica y del trabajo de campo actuales. También por las herra-
mientas con las que contamos para la reflexión metodológica, cuando en la
construcción de nuestro objeto de estudio muestran su posible no adecua-
ción frente al contexto sociocultural contemporáneo. No adecuación que se
expresa la mayoría de las veces como un persistente estado de perplejidad en
los antropólogos y antropólogas cuando deben plantear sus primeros pro-
blemas de investigación, o delimitar «su» «campo», o al advertir que los suje-
tos y sus prácticas no son posibles de circunscribir a un territorio o lugar
específico.
No estamos diciendo con esto que tengamos que abandonar la prácti-
ca etnográfica, por el contrario, consideramos que deberíamos situarnos
frente a la necesidad de plantear cómo o en qué sentido deberíamos
reformularla, es decir, pensar qué estrategias epistemológicas y metodológicas
desarrollar para desfetichizar la noción de «campo» y su fuerte vinculación a
un territorio, lugar, emplazamiento o localidad que ha sido tan cara a la
ciencia antropológica, ya que sigue pesando sobre nosotros la herencia de
la antropología clásica que concebía al trabajo de campo como aquella «prác-
tica espacial de residencia intensiva» (Clifford, 2007). Y este replanteo de la
práctica etnográfica está vinculado a una reflexión sobre las condiciones
socioculturales en que se produce y comunica el saber antropológico. «Para
saber cómo conocer mejor es necesario conocer cómo nos organizamos
para conocer; cómo se interiorizan en nosotros hábitos metodológicos y es-
tilos de investigación que consagran las instituciones y los dispositivos de
reconocimientos» (Canclini, )
12
Cómo repensar la noción de campo
¿Cómo conocemos al otro y qué es lo que conocemos del otro? ¿Si no
«estamos ahí», podemos dar cuenta de lo que allí sucede? ¿Cómo nos vin-
culamos con ese otro que queremos conocer?
Si actualmente el trabajo de campo no requiere de modo necesario ni
deseable el traslado de una geografía a la otra, de todos modos en nuestra
práctica de investigación constatamos una diferenciación, una separación,
entre nuestra propia experiencia y la de los sujetos que se encuentran ligados
a nuestro problema de estudio. Sobre esta misma distancia se sostiene por
cierto, la validez del conocimiento antropológico, dado que si no hubiera
una distancia de algún orden entre quienes investigamos y quienes forman
parte de nuestro objeto de investigación, la existencia misma de la antropolo-
gía podría ponerse en duda. ¿Pero de qué modo nos colocamos en esta
distancia? ¿Es la distancia tal, o es parte del constructo epistemológico-
metodológico?
Entendemos que se trata de un problema que puede pensarse a partir
de diferentes niveles de análisis. En un primer momento, podemos afirmar
que nada nos diferencia de quienes forman parte de nuestro problema de
investigación. Simple y llanamente somos parte del mismo orden histórico y
social. En este sentido, no somos externos a los problemas que investigamos,
sino que formamos parte de las mismas condiciones sociales de existencia.
Sin embargo, consideramos que existe un segundo nivel de análisis y
que se encuadra justamente en el marco de lo metodológico. Cualquier in-
vestigador en el proceso de construcción de vínculos con un grupo o comu-
nidad con los que no estuviera familiarizado, o en el curso de una aproxima-
ción a un ámbito ajeno a su cotidianeidad, e incluso mediando algún grado
de vinculación previo, se encuentra ante la sensación de no pertenencia, de
extrañeza, de exterioridad en definitiva, de aquello que precisamente quiere
indagar. En ese sentido existe una externalidad relativa, que se traduce en
una distancia claramente perceptible entre el investigador y los sujetos que
son el foco de su atención. Distancia que se nos impone necesariamente, en
tanto la construcción del campo y de los vínculos que supone es una cues-
tión que atañe a un problema de investigación y al modo que dicho proble-
ma será abordado.
Ahora bien, sin intenciones de profundizar en la discusión, podemos
decir que esta externalidad relativa en la que nos afirmamos, difiere de la
mirada externalista sostenida por la antropología clásica fundada en una
13
concepción de las sociedades como entidades discretas. Concepción que
habilitaba a los antropólogos a ubicarse por fuera de esas sociedades desde
una posición de observador neutral. En ese sentido, la noción de ‘campo’
concebida por las escuelas de la antropología con estatus académico desde
principios del siglo XX, ha sido construida en primer lugar sobre supuestos
taxonomizadores de lo social, tanto en términos cronológicos como espacia-
les, lo que ha dado lugar por un lado a la concepción evolutiva en un sentido
de progreso entre distintos «tipos» sociales y, por otro lado, a la concepción
de que distintas sociedades, con sus discontinuidades territoriales, podían
ser puestas una al lado de otra en un ordenamiento clasificatorio dependien-
do de sus rasgos sociales y culturales, pensados como características discre-
tas y claramente discernibles. En segundo lugar, la concepción de campo de
la antropología fundacional ha sido edificada sobre el supuesto de que la
sociedad, además de ser tipificable en virtud de sus rasgos, es fundamental-
mente homeostática, siendo sus rasgos/instituciones, elementos necesarios
para el funcionamiento de la estructura manifiesta.
Quizá la noción de campo clásica se encontraba atada no solamente a
lo territorial como el límite físico dentro del cual el antropólogo era investiga-
dor, sino además este basamento territorial imponía dificultades para pensar
los vínculos entre el investigador y los sujetos de investigación como constitu-
tivos del campo y, a la vez, como efecto de relaciones sociales históricamente
construidas.
Entender qué tipo de concepción de lo social era propia de la antropo-
logía clásica nos habilita a separar (al menos parcial o potencialmente) la
noción de campo clásica de su fundamento territorial, de modo tal de com-
prender la territorialidad como una construcción surgida a partir de relacio-
nes sociales históricamente conformadas.
Pero además, este intento parcial, nos puede decir algo más acerca del
modo en que en última instancia, intentamos construir conocimiento acerca
del mundo. Si percibimos una distancia entre nosotros y los otros, en parte es
porque somos capaces de ser afectados por ciertos hechos. A la vez, si no
estamos presentes para ser afectados por ciertas diferencias (y ni siquiera
todas, sino tan sólo algunas pocas), cualquier cuestión vinculada con la mis-
ma, carece de significado. ¿Esto significaría caer en un empirismo ingenuo
por el cual deberíamos ‘estar ahí’ para ser afectados por las diferencias?
Ante esta pregunta Bateson (2002) nos advierte que:
Estamos observando un mundo de significados; algunos de los
pormenores y diferencias, grandes y pequeños, que existen en

14
ciertas partes de ese mundo total son representados por rela-
ciones entre otras partes de ese mundo. Debe haber un cam-
bio en mis neuronas o en las tuyas que represente ese cambio
en el bosque, esa caída del árbol; pero no al suceso físico, sólo
a la idea de suceso físico. Y la idea no tiene localización en el
espacio ni en el tiempo -tal vez únicamente en una idea del
espacio o el tiempo-.
Volviendo a nuestras preguntas, podemos arriesgar que conocemos al
otro porque construimos significados -un mundo de significados- que nos
otorgan una representación del mundo a partir de ser afectados por «por-
menores y diferencias» de ese mismo mundo, y en ese sentido es que enten-
demos la imposibilidad de una externalidad absoluta. La índole de esas dife-
rencias es lo que nos coloca en una cierta distancia irreductible: «el número
de diferencias potenciales en esta tiza es infinito, pero muy pocas de ellas se
vuelven diferencias efectivas» (Bateson, 2002), distancia de la que nos vale-
mos sustancialmente, cuando nuestras intenciones residen en decir algo acer-
ca de estas diferencias y cuando necesitamos establecer vínculos con el pro-
blema que investigamos y los sujetos que son parte de éste. Es en este sentido
que afirmamos la externalidad relativa también como una diferencia, sin la
que no sería posible el establecimiento de vínculos significativos.
Por último, queremos referir a cierto lugar común de Bateson, que no
por ser atractivo, es menos fértil: «El mapa no es el territorio, y el nombre no
es la cosa nombrada». Lo interesante que esta idea encierra para el proble-
ma que desató esta reflexión, es el hecho de que muchas de nuestras res-
puestas a situaciones cotidianas en la investiga-
ción y en la vida en general, conservan cierto
trasfondo irracional y no se encuentran guiadas
por la distinción entre mapa y territorio. Cuando
decimos que no podemos acceder al campo, tal
vez nos estemos dejando llevar por lo simbólico
y afectivo que no permite efectuar la distinción
entre el nombre y la cosa nombrada. Intentar
trazar esta distinción es tal vez, un intento de for-
zar nuestros procesos reflexivos para que ciertas
diferencias puedan ser efectuadas.

15
Más allá del territorio:
el campo como absoluta construcción

Una deconstrucción crítica de la concepción clásica de ‘campo’ en


antropología, como identificación velada, y por tanto incuestionada, de éste
con un territorio, implica en forma solidaria la asunción del ‘campo’ de in-
vestigación como un constructo teórico, un recorte problemático intenciona-
do que no tiene límites vis á vis con una locación. En pocas –y extremas-
palabras, si el campo no es coextensivo en lo inmediato a un territorio, a una
localización fácilmente identificable -las Trobriand-, cuando dice que va al
‘campo’, el investigador no sólo no está ‘yendo’ a ninguna parte por fuera de
su propio mundo social –tan propio como lo propician los medios de trans-
porte y comunicación- sino que está metaforizando su propia actividad al
olvidar, o directamente no advertir, el carácter de constructo de tal noción.
Como vimos en la parte que antecede, por campo entendemos una
construcción histórico-social que nos contiene y de la que en ningún mo-
mento podemos estar ‘por fuera’. En este sentido, contra toda pretensión de
objetividad positivista, el campo social del investigador determina y ‘contami-
na’ por completo su actividad, no existe un afuera y un adentro absoluto, y
como partícipe del mismo mundo social comparte –distancia mediante- los
horizontes de sentido de las personas con las que investiga.
Dentro de la perspectiva etnográfica la observación participante ha sido
su herramienta metodológica distintiva. Si bien con el tiempo, el concepto de
observación participante ha derivado en otros modos de investigar: investi-
gación participativa, investigación acción, participación
observante. Estas perspectivas metodológicas que abo-
gan por un tipo de investigador comprometido
(Castellazzo, 2005), no sólo no han cuestionado la
necesidad de ‘estar ahí’, en el ‘campo’/territorio, sino
que la ha profundizado. La territorialidad innegable de
las problemáticas investigadas por estos nuevos
paradigmas, tributarios de varias maneras de la obser-
vación participante, ha mantenido cierto nivel de yux-
taposición entre lo que se considera campo y lo que se considera territorio.
Retomando lo que planteábamos al inicio de este cuadernillo, cuando
nuestra compañera se vio inundada por la imposibilidad de ‘acceder al cam-

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po’, en un sentido comprendimos colectivamente la casi invención del pro-
blema. Como partícipe del mismo mundo social de las personas con las que
investiga, el problema de «acceso» se revelaba como un falso problema, más
aún en virtud de su experiencia laboral previa en los ámbitos de investigación
de la problemática. Sin embargo, para algunos de nosotros resultó de una
incomodidad insoportable descartar la cuestión como un falso problema sin
más, dadas nuestras pretensiones de universalización respecto de los nudos
problemáticos que cruzan toda investigación, central en nuestras discusio-
nes como Taller. Si no podemos universalizar ciertos aspectos comunes, en-
tendemos que cae toda posibilidad de pensar nuestras disciplinas, más allá
de todas las quejas y cuestionamientos que le hacemos a nuestra formación.
Entendemos como campo de investigación un constructo teórico que
parte de una pregunta sobre la realidad, la cual con distintos grados de
cercanía a nuestra experiencia biográfica y de la cual tenemos diverso grado
de conocimiento, se conjuga con nuestros intereses generando
dialécticamente una necesidad de interrogación sobre ella. Este ‘dónde mi-
rar’ es tan sólo un recorte pertinente del mundo social conocido, recorte que
se erige como campo de investigación, campo de atención donde el investi-
gador dirigirá las acciones tendientes a poder dar cuenta de una pregunta.
Qué mirar, con quiénes interactuar, es decir el campo de investigación,
sólo puede determinarse, recortarse, delimitarse, atendiendo a lo que pre-
guntamos, y, dependiendo de qué problema estemos abordando, este ‘dón-
de’ de la etnografía será más o menos circunscripto a uno o varias localiza-
ciones, tendrá mayor o menor carácter de énclave, estará más o menos
diseminado espacialmente, tendrá mayor o menor permanencia o intermi-
tencia en su ocurrencia.
Así las cosas, es perfectamente verosímil que el problema del campo se
revele como un problema de acceso, si estamos sosteniéndonos desde una
perspectiva etnográfica clásica, para la cual el problema de investigación
exige un trabajo presencial de parte del investigador. Aquí cabría preguntar-
nos si este trabajo de observación es o no irremplazable incluso con la mejor
y más completa colección de entrevistas. En este sentido cabe señalar una
doble implicación, pues la territorialidad del campo estará determinada por
la problemática en combinación con una elección metodológica, las cuales
a esta altura se revelan como indisociables. Método y problema van juntos.
Método y problema se co-determinan. Las posibilidades metodológicas de-
terminan una serie de problemáticas posibles, así como una pregunta de
investigación admite unos pocos modos de ser abordada.

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Estallando la etnografía

De lo anterior se desprenden dos cuestiones a tener en cuenta: Por un


lado admitir que la elección metodológica no es tanto una elección en el
sentido liberal de la palabra, como si pudiera decidirse por un método eli-
giéndolo desde una góndola de supermercado, sino una decisión que impli-
ca, y a la vez depende, de decisiones en torno a las preguntas de investiga-
ción. Si tenemos una disponibilidad social más limitada respecto de la posibi-
lidad de ‘estar ahí’, nos veremos compelidos a realizar modificaciones en lo
que preguntamos, así como también deberemos decidir por una u otra me-
todología en función del objeto que estemos construyendo con nuestra pre-
gunta.
Una segunda cuestión a tener en cuenta tiene que ver con el estatuto de
verdad de los resultados de la investigación. Desde Malinowski, el paradig-
ma etnográfico se fue legitimando a sí mismo por ser el que permitía al inves-
tigador acceder a la verdad de lo investigado, despejando del medio la inter-
pretación de informes de campo que eran reportados a ‘antropólogos de
galería’. La presencia del investigador obtuvo el estatuto de garante de la
verdad respecto de lo que se investigaba. Con muchos años de discusión en
torno al tema, hoy podemos permitirnos hacer estallar esta premisa inviola-
ble. Seguir sosteniendo a la manera de un antropólogo inocente, que la ga-
rantía de verdad es simplemente el ‘estar ahí’ supone una epistemología
empirista que no hace diferencia entre la realidad ‘externa’ y lo que perciben
nuestras terminales sensoriales, dentro de la cual el investigador se configura
en una suerte de mecanismo de input-output, que se limita a recibir impre-
siones verdaderas y volcarlas en papel. Supone a la vez una epistemología
positivista, donde el sujeto de la investigación emite
predicados verdaderos sobre la realidad desde
una relación de externalidad (objetiva y subjetiva)
con el objeto-problema de su investigación. Y su-
pone una epistemología fenomenológica donde
el objeto-problema en cuestión presenta en for-
ma homogénea y transparente sus aristas verda-
deras a la mirada del sujeto que pregunta. En el
marco de esta crítica a una etnografía que sigue
sosteniendo cándidamente la necesidad de ‘estar

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ahí’, sostenemos que la verdad no es una consecuencia metodológica, sino
un problema político. O lo que es lo mismo, ‘estar ahí’ no garantiza ‘acce-
der’ a la verdad. La observación participante no implica consecuencias de
verdad, sólo es necesaria o innecesaria teniendo en cuenta lo que pregunta-
mos.
Sin embargo, si somos radicales en
nuestra crítica al empirismo, el positivismo y
el fenomenismo, la verdad tampoco es sim-
plemente accesible a través de sucedáneos
del ‘estar ahí’ como podría serlo una o mil
entrevistas, en una suerte de emparche que
queramos efectuar a la ‘legítima etnografía’
recitando, de una forma igualmente inocen-
te: ‘no importa si no puedo estar ahí, toda-
vía puedo hacer entrevistas’. Tanto para la
práctica de la observación participante como
para la sola realización de entrevistas debe-
ríamos saber que el lenguaje no tiene solamente una función informativa o
comunicacional, sino una fuerte función performativa que produce efectos,
advertida o inadvertidamente para todos los participantes. Esto, sumado al
hecho de que toda interacción de investigación está atravesada por intereses
–del investigador y los sujetos con quienes investiga-, implica que los discur-
sos en el marco de la observación participante o de entrevistas siempre de-
ben ser deconstruidos minuciosamente. E implica también asumir que el pro-
pio investigador, en el mismo acto de deconstrucción, como al formular un
problema, como al priorizar ciertas acciones sobre otras, como al elegir es-
tar presente en ciertas situaciones en detrimento de otras, como al diseñar
una entrevista de cierto modo y no de otro, está siendo parte interesada en la
construcción de verdad resultante del proceso de investigación. Entonces, no
importa si hacemos o no etnografía, si podemos ‘estar ahí’ o no, si podemos
‘entrar al campo’ o no, lo definitorio es que advirtamos los supuestos
epistemológicos que distinguen entre una performance inocente de una re-
flexiva en la producción de verdad.

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A modo de conclusión:
Una o varias antropologías, uno o varios tipos de
problemas. Un campo o muchos posibles

Con toda la amplitud del arco metodológico que nos habilitaría a inves-
tigar diversos problemas, es sin embargo habitual en nuestra formación de
grado que se privilegie la docencia casi en exclusividad acerca del método
etnográfico. Cual ritual de pasaje, todos debemos ser pequeños malinowskis,
debemos ser observadores participantes, debemos estar ahí en el ‘campo’, y
si no se abre la puerta del mundo al que nos debemos entrometer según
indica la currícula vigente, no nos queda siquiera la resignación, aunque sí la
secreta certeza de no estar aprendiendo mucho. Algunos venimos repensan-
do desde hace tiempo este modelo de formación, y nos preguntamos qué
hay detrás de esta unicidad metodológica.
Por un lado invitamos a repensar el ámbito problemático pertinente de
la antropología, si es que existe tal cosa, o más bien preguntarnos por qué se
privilegia, en la formación pero también en grandes franjas de práctica diga-
mos, profesional, una constelación de problemáticas que resulta ‘cómodo’
abordar desde la etnografía de los otros: No suele darse el caso que se
estimulen, o aunque sea se acompañen, investigaciones que aborden pro-
blemas existentes allí donde el investigador no puede entrar, por una cuestión
de acceso espacial o temporal. Ni, en la otra orilla, tampoco es muy reco-
mendado el abordaje de problemas existentes allí donde el antropólogo es
uno más. En el intento de responder estos interrogantes nos preguntamos
por qué, en la formación metodológica de grado, no son bien vistos los pro-
blemas de investigación de índole teórica, o por qué son cuestionados o
desalentados los estudiantes que se interesan en problemáticas históricas
cuyo abordaje exige un alto grado de trabajo con fuentes documentales des-
de una perspectiva etnohistórica, por citar unos pocos ejemplos.
Por otro lado, intentamos repensar la formación metodológica local
desde la perspectiva de la ciencia normal, en términos de Kuhn. Esto es,
planteamos el interrogante acerca de las condiciones históricas, sociales y
políticas que propician este tipo de formación metodológica y no otra más
integral. Entendemos que la propia lógica de autorreproducción disciplinar
local y de sus colectivos hegemónicos, sumado al sentido correcto y norma-
lizado de aquello que se considera lo específicamente antropológico (meto-
dología etnográfica privilegiada en la formación, acervo problemático ‘apro-
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piado’) desde esos centros normales y normalizadores, son parte de la expli-
cación respecto de por qué contamos con una formación metodológica es-
trechamente limitada a lo etnográfico.
De lo anterior se desprenden dos tipos de consecuencias que nos per-
miten retomar el planteo del inicio de este cuadernillo. Un primer tipo de
consecuencias nos permite visibilizar que cuando desde la formación
metodológica de grado se habla de ‘campo’, ´trabajo de campo’, ‘hacer
campo’, aún con todas las críticas a las visiones de los clásicos de la antro-
pología catalogadas como etnocéntricas, externalistas e instrumentales a los
fines expansionistas, la referencia al ‘campo’ continúa siendo la que acuña-
ron esos autores. Lo cual no quiere decir otra cosa que, la mera posibilidad
de imaginar o proponer que el campo de investigación de un antropólogo en
formación pueda ser fuentes documentales, problemas teóricos, o proble-
mas surgidos en su ámbito cotidiano, no entra dentro de los límites de lo
posible de la normalidad disciplinar.
Un segundo tipo de consecuencias aluden al hecho de que incluso den-
tro de la propia elección de una perspectiva estrictamente etnográfica que
un importante número de investigadores en formación hacen, la noción de
‘campo’ que trasuntan sus trabajos no dejan de tener cada uno de los ele-
mentos tipificadores que se supone debe tener una producción intelectual
para ser considerada etnográfica: viaje, extrañamiento, externalidad, infor-
mante clave, categorías nativas, «porteros», permanencia intensiva, etc. Ele-
mentos que son tanto tipificadores como cristalizadores de lo que es antro-
pología y lo que no, yuxtaponiendo equivocadamente la antropología como
disciplina con su método fundante y hegemónico en la carrera, impidiendo
que la perspectiva etnográfica se interrogue a sí misma, mute, estalle sus
esclerosadas estructuras y genere conocimiento nuevo, en todo el sentido de
la palabra.
Por último, dejamos algunas cuestiones abiertas a futuras indagacio-
nes. Nos preguntamos, retomando los interrogantes planteados por Clifford
(2007), qué queda hoy de las prácticas antropológicas clásicas en las situa-
ciones nuevas que vivimos los antropólogos a medida que la geografía de la
distancia y la diferencia cambian, a medida que las relaciones de poder en la
investigación se reconfiguran, a medida que se redefine la frontera entre el
observador y el observado, a medida que se despliegan nuevas tecnologías
de transportes y comunicación. De qué modos en nuestras disciplina esta-
mos cuestionando y reelaborando las nociones de viaje, frontera, co-resi-
dencia, interacción, adentro-afuera, local-global, que han definido el «cam-

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po» y el propio trabajo de campo antropológico.
Nos preguntamos también cuánto de las discusiones acerca de la au-
toridad etnográfica en la producción de verdad en antropología efectiva-
mente tienen incidencia en la práctica real de muchos investigadores e inves-
tigadoras. En qué medida las producciones antropológicas dan cuenta de
una práctica en la producción de verdad anclada en viejos postulados
externalistas o, por el contrario, problematizan el espacio ocupado por el
investigador como un sujeto interesado en la verdad que se produce. Como
plantea Bateson (2002) es deseable que el científico sea consciente de sus
presupuestos y sea capaz de enunciarlos (aunque el no hacerlo no impida
que la ciencia continúe funcionando). Esto es lo que hemos intentado hacer
en este primer cuadernillo de trabajo.

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Bibliografía

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un oficio, Rosario, Laborde Editor, 2000.
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Canclini
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Zizek, S., A propósito de Lenin. Política y subjetividad en el capitalismo
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