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FILOSOFÍA POLÍTICA A
MEDIADOS DEL S.XIX EN LA NUEVA GRANADA (COLOMBIA). ESTUDIO
DE CASO: PRIMEROS PROGRAMAS DE PARTIDOS.
RESUMEN:
Los casos específicos a estudiar son los programas de partido de Don Ezequiel Rojas y
Don José Eusebio Caro, quienes representan dos personalidades especiales en la historia
política e intelectual del país. Ambos tienen un marcado carácter filosófico que los lleva,
en sus escritos políticos, a dar reflexiones ontológicas sobre el hombre y la sociedad. Así
mismo, ambos conocen las ideas de la filosofía política europea que domina desde la
Ilustración (en inclusive sus predecesoras) y buscan la forma de traducirlas y aplicarlas a
las realidades sociales del proyecto estatal de aquel entonces. Por si fuera poco, vale la
pena recordar que ambos son los fundadores discursivos de los partidos políticos
conservador y liberal (en el caso de Caro en sociedad con Mariano Ospina). Por lo tanto,
el análisis de sus discursos, sus propuestas administrativas, los programas de creación de
partidos, sus escritos filosóficos y sus vidas mismas, son indispensables para cualquier
estudio serio sobre la política colombiana del siglo XIX.
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INTRODUCCIÓN
El presente no tiene como causa última ser una investigación total, ni un proyecto con
grandes pretensiones académicas, más bien quiere y desea ser un boceto o quizá el
sencillo esquema de una posible investigación futura. Ante lo dicho, es necesario
argumentar algunas nociones previas respecto a los postulados teóricos que servirán como
guía.
Así, esta introducción se concentrará en hacer un breve análisis de la primera palabra que
adorna el título de este trabajo: Imaginarios. Ante este término pueden surgir diversas
preguntas ¿Qué significa hacer un estudio de lo imaginario? ¿Cómo se definen los
imaginarios? ¿Pueden los imaginarios ampliar el terreno de la Historia?
Teniendo en cuenta lo anterior, este trabajo busca responder en rasgos breves ¿Cómo se
imaginaban el Estado los intelectuales elegidos?, ¿Cuál fue el imaginario de modernidad
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que se creó en la época a trabajar?, ¿En qué dista el imaginario de lo moderno del s. XIX
y el actual? ¿Podemos replantear algunos debates del s. XIX a partir del esclarecimiento
conceptual de lo imaginario?
EL DEBATE DE LA MODERNIDAD
A partir del análisis del término modernidad es necesario hacer ciertos esclarecimientos.
Si bien rastrear la historia de este concepto seria tarea ilusoria en este momento, vale la
pena dar luces al respecto de algunas ideas a proponer.
Tal y como sucedió con otros conceptos que terminaron convirtiéndose en grandes
categorías que han servido para estructurar la historia (Antigüedad, Medioevo, entre
otras) el concepto modernidad es una convención y una imposición hecha a los
acontecimientos y al pensar del transcurso de los siglos XV al XIX.
La palabra modernidad y los siglos que la abrazan se suelen identificar con características
fijas ligadas a las premisas trascendentales de diferentes movimientos intelectuales,
tratando de englobar en ellas todo lo ocurrido en la cotidianidad y en la materialidad de
este transcurso temporal. Pese a ello, haciendo un estudio relativamente mínimo de la
temática, es factible encontrar que durante la modernidad diversas ideas se pusieron en
debate sin que ninguna se convirtiera en hegemónica y sin privilegiar ninguna totalizante,
igualmente, el transcurso del tiempo permitió algunos cambios abruptos a nivel general,
como el cambio en el poder político material en algunos países europeos, surgimiento de
una sociedad desligada de las castas y conexa al concepto de clase, entre muchos otros.
Situando el foco en la filosofía política, tema de interés para el desarrollo de este boceto,
la modernidad se ha imaginado bajo premisas que defienden la razón y sobre la religión,
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nuevas libertades y derechos de los individuos, una concepción ontológica del hombre
como ser autónomo, la poca intervención estatal en la vida privada del hombre ante una
mayoría de edad mental y demás ideas a fines1. No obstante, la filosofía política moderna
no tiene un marco delimitado en su definición debido a la pluralidad de corrientes del
pensar. Así; mercantilismo, fisiocracia, liberalismo, absolutismo, despotismo ilustrado,
conservadurismo utilitarismo, entre otras, convivieron como modelos económicos y
sociopolíticos. Por otro lado; humanismo, renacimiento, ilustración y romanticismo
fueron los dominios intelectuales que permitieron el surgimiento de las doctrinas ya
nombradas.
Tal y como se está dando a entender, la modernidad, en esencia, no representa una idea.
A partir de diferentes teorías políticas actuales, se puede decir que es un significante
vacío, esto es, una palabra significante o palabra material sin significado o sin la
posibilidad de crear una imagen psicológica en cualquier grado de abstracción (Laclau,
2005). No se puede pretender definirla bajo cualidades fijas ni bajo grados de valor a
partir de una comparación con demás periodos (ya mucho se ha equivocado la historia
de, por ejemplo, encasillar de obscuro al periodo medieval). Significantes vacíos, como
la modernidad, son de gran importancia en diferentes ámbitos, pues se llegan a constituir
como hegemonías, definidas como la unificación de diferentes discursos, fijados como
fuerzas antagónicas dominantes en el plano sociopolítico. De esta forma, se crea una falsa
plenitud comunitaria acerca de una idea que no evoca nada (Laclau, 2005).
Ahora bien, la anterior fue una incipiente crítica a las categorizaciones totalizantes y
hegemónicas que no pasan de ser significantes vacíos, en las cuales no se toman en cuenta
ciertos umbrales temporales, bajo los cuales ocurren revoluciones en el lenguaje. Vale la
pena aclarar que todo cambio social y o político lleva consigo un cambio en el lenguaje.
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Ideas provenientes de la filosofía liberal y la Ilustración.
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e inclusive para el caso europeo. No había una identificación política o una construcción
estatal con aires de modernidad, sino expresada en términos de las corrientes políticas
propias de la época, es decir, no hubo, en el plano temporal a trabajar, ni hombres
modernos, ni estados modernos, ni tiempos modernos.
Está claro que una propuesta tan atrevida debería tener un sustento bibliográfico muy
fuerte. Para hacer una pequeña prueba de esta hipótesis planteada se hará un análisis de
los discursos más importantes en materia política de los intelectuales granadinos José
Eusebio Caro (quién escribió en compañía de Mariano Ospina) y Ezequiel Rojas,
buscando en ellos el bagaje conceptual utilizado para referirse e identificarse con ciertas
ideas políticas y filosóficas.
Se pueden caracterizar dos particularidades que dan vida al estudio de la filosofía política
a lo largo del s. XIX en los territorios de la actual Colombia: La falta de decisión a la hora
de construir un sistema estatal estable, duradero y acorde al gusto y necesidad de la
mayoría; y, por otro lado, el flujo de ideas tanto internas como externas. Pese a que hubo
generalidades políticas en la época, primó la diversidad teórica y práctica desde la cual se
podrá hacer un estudio más detallado, bien sea por épocas, corrientes o personalidades.
Posterior a la expulsión de las tropas españolas, Simón Bolívar, general del ejército
independentista, ascendió al poder y perduró en el hasta 1830. Durante estos años
predominó la lucha entre las ideas liberales, propagadas por Francisco de Paula
Santander, y una propuesta más conservadora con miras a la monarquía vitalicia,
promovida por Bolívar, quien tenía la idea de una nación latinoamericana, unida bajo una
monarquía simbólica (Bushnell, 1994).
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autonomía local. Los años transcurridos entre 1830 y 1845 fueron importantes en la
definición de los bandos políticos que se ponderarán en la historia nacional. Teniendo en
cuenta las ideas dictatoriales bolivarianas, los liberales se dividieron en dos facetas. La
primera, más radical y autodenominada progresista, no concebía articular a los
bolivarianos dentro de la nueva estructura de poder; por otro lado, la segunda, de carácter
moderado, apoyaba su participación en función de un proceso representativo justo
(Bushnell, 1994).
Ambas facciones liberales, pese a sus diferencias, compartían unas mismas orientaciones
ideológicas. Existió un interés en convertir a la Nueva Granada en un territorio donde
predominaran los ideales de la ilustración. Ambos grupos compartían cierto desapruebo
del predominio militar y el fanatismo religioso. Así, entre muchas lecturas compartidas,
vale la pena resaltar las más frecuentes, como Montesquieu, Constant, Tocqueville y
Jeremy Bentham, cuyo caso se tratará con detenimiento en lo posterior (Palacios &
Safford, 2002).
Estas fueron las tensiones políticas vividas en la primera mitad del s. XIX. El partido
ministerial logro poner en el poder a José Ignacio Márquez, quien afrontará la Guerra de
los supremos, primera guerra civil de este Estado independiente. Pedro Alcántara Herrán,
sucesor presidencial de Márquez, quien también procedía del partido ministerial, pondrá
en manos de Mariano Ospina Rodríguez, líder intelectual del parrido ministerial y
ministro del interior, la redacción de una nueva Carta Magna. La constitución de 1843
será el primer intento constitucional de la ya consolidada república, de volver a las bases
españolas. Se abolió la libertad de prensa, se censuró la educación y las lecturas liberales
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y se impuso la religión católica como única encargada de la dirección formativa del
Estado (Posada & Ibáñez, 1903).
Más allá de lo dicho anteriormente, ambos fueron los pioneros en la creación del
programa del partido Liberal y Conservador. El primero fue escrito el 16 de Julio de 1848
en las primeras páginas del periódico “El aviso”, artículo que llevó por nombre La razón
de mi voto, en el cual se proponía la candidatura de José Hilario López, ante la negativa
de Rojas de asumir la vía presidencial. En respuesta a la fuerza y popularidad obtenida
por partido liberal y a las decisiones tomadas por la ya ejercida presidencia de López
(como la expulsión de los jesuitas), el 4 de octubre de 1849, en el semanario La
civilización, editado por Ospina y Caro, aparece el primer programa del partido
Conservador, titulado Declaración política. Ambos programas serán los discursos a
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analizar en este trabajo, elegidos por su carácter conciso, por la cualidad de ser pioneros
y por la importancia que tuvieron en su época y que tienen en la nuestra.
Es posible decir que tanto Rojas como Caro (en compañía de Ospina) fueron los creadores
materiales del partido liberal y conservador, respectivamente. Sin embargo, sigue en
debate la génesis de las construcciones ideológicas de cada partido, las cuales se remontan
inclusive al periodo colonial. Lo que ahora corresponde es ver cómo se representó la
imaginación y las ideas exteriores en esta primera materialidad discursiva, bajo la cual,
se hacía efectiva la existencia de unos partidos importados (Martínez, 1996), en un
espacio contextualmente diferente al presentado en la Europa del mismo siglo.
Bajo la metodología del análisis del discurso se pretende hacer un estudio de la fuente
primaria con la que se dispone. Teniendo en cuenta que los discursos a tratar son de un
marcado carácter político, este análisis será específico a la hora de encontrar categorías
pertenecientes al dominio de la política y de las relaciones de poder.
Como bien es sabido, el análisis del discurso no dispone de una metodología única, cada
analista decide el o los caminos a partir de los cuales pueda llegar a la identificación y
caracterización de lo que considere o no importante en su análisis. En este caso en
específico, se hará un breve aislamiento de los valores e ideologías que se encuentran
inmersas dentro de sistema político a estudiar (Van Dijk, 1999) Se habla de sistema ya
que un grupo de valores debe funcionar de forma estructural uno en favor del otro, así se
realza la tesis de que no hay estructura sin sistema y viceversa.
Como bien se planteó al comienzo del trabajo, uno de los objetivos es poner en manifiesto
que el reconocimiento de los intelectuales de mediados del siglo XIX como hombres
modernos, o de forma análoga, como constructores de un estado moderno, era una
concepción equivoca. Para desarrollar esta idea es necesario adentrarnos en los discursos
de estos pensadores, razón por la cual se ha delimitado este gran grupo a los ya citados
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Ezequiel Rojas y José Eusebio Caro y sus programas de partido, ambos fueron electos
por razones ya clarificadas.
Un primer análisis de dichas obras devela la inexistencia del concepto modernidad dentro
de los términos usados en su construcción. No se habla ni del hombre moderno, ni del
estado moderno, así como tampoco del tiempo o la época moderna. Expiado este concepto
del discurso y de la imaginación de estos intelectuales (o por lo menos en el plano
representativo al cual se nos permite acceso), es necesario hacer una revisión de sus ideas
y lograr identificar que sistemas, valores e ideologías políticas inundan el lado implícito
del contenido de sus discursos.
Así, teniendo en cuenta que no se reconocen como hombres modernos, sino que ésta es
una categoría que se les ha asignado, vale hacerse la pregunta ¿Cómo se identifica el
hombre en estos discursos?
“Pero, se pregunta, ¿qué es lo que quiere el Partido Liberal? ¿Cuáles son sus deseos? ¿Cuál es
la teoría que quiere ver realizada? (…)”
Estos dos cortos fragmentos permiten apreciar, en primera medida, que el emisor, pese a
dejar en claro que es Ezequiel Rojas (al final de la publicación), pretende hablar a unísono
de la institución del partido liberal. Así mismo, se busca que el receptor no sea otro sino
todos los granadinos, sin disgregar entre ellos.
“El partido conservador es el que reconoce y sostiene el programa siguiente: (…) Sea
del católico contra el protestante y el deísta, o del ateísta, el jesuita y el fraile (…) por los
comunistas, los socialistas, los supremos (…) El conservador condena (…)” (Caro & Ospina,
1849).
Igual que en el ejemplo anterior, el emisor se camufla bajo la totalidad del partido
conservador; no obstante, el público dirigido se debe reconocer como “conservador”, no
obstante hay una identificación del hombre en cuanto a su valoración religiosa y en cuanto
a sus ideales políticos.
A modo de síntesis, ambos discursos permiten comprender que dentro de sí, existen
diversos tipos de hombres, liberales, conservadores, socialistas, comunistas, supremos,
entre otros. Esta idea, además de debatir el germen del hombre moderno, revela en la
imposición de modernidad, lejos de unas características fijas de la representación de un
hombre, un choque o debate entre variedades discursivas.
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Dado que no son justas con esta historia las periodizaciones universalistas, tales como
modernidad, lo que podemos llegar a identificar son diferentes ideologías políticas y
facciones dentro de ella, esto es, particularidades que entran en continuo debate
enriqueciéndose y resignificándose. Para el siguiente ejercicio se estudiará como el
liberalismo, con su facción utilitaria, y el conservadurismo, poseen presupuestos que
identifican a los hombres de la época y que enriquecen su discurso, identificándose como
singularidades y no como universalidades. De aquí se seguirá un estudio que permita
encontrar la relación entre estas teorías y la puesta en materialidad de los discursos de
ambos programas, los cuales, bajo su identificación onomástica, deberán por mínimo ser
fieles a algunos de los siguientes principios.
LIBERALISMO
En su sentido natural y originario, es decir, bajo los presupuestos presentes en los Dos
ensayos sobre el gobierno civil, escrito por John Locke en el siglo XVII, el liberalismo
se fundamenta como una doctrina filosófica y política que aboga por los siguientes
principios.
En su primer capítulo, Locke destaca que los hombres son criaturas de Dios y propiedad
de éste, por lo cual, no pueden ser sometidos ante el poder de ningún otro hombre. “Los
hombres todos, se hallan en el estado de la perfecta libertad para ordenar sus acciones,
disponer de las personas y sus bienes como lo tuvieron bien, dentro de los límites de la
ley natural” (Locke, 1991, p.6). No obstante, argumenta el empirista inglés, que pese a
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esta libertad, el hombre no es libre de destruirse a sí mismo, ni siquiera a criatura alguna.
“(…) que siendo todos iguales e independientes, nadie, deberá dañar a otro en su vida,
salid, libertad y posesiones” (Locke, 1991, p.7). Es decir, se debe preservar a toda costa
el derecho a la vida. Vida y libertad son junto con la propiedad, esto es, todo fruto de su
obra y trabajo, derechos individuales e inquebrantables del hombre.
Debido a que estos tres derechos son dados por una ley natural, no es posible asegurar su
respeto por parte de otros hombres. En busca de garantizar su seguridad, los hombres
hacen un convenio o un contrato en el cual renuncian a ciertos poderes para entregarlos a
la sociedad civil, fundamentando las bases para el surgimiento de la República. Los
poderes de este convenio son los poderes a los cuales lo individuos renuncian. El poder
legislativo, el cual surge gracias al abandono individual de salvaguardar los derechos
naturales, consolidándose como el poder que decreta las normas para una debida
estabilidad; y, por otro lado, el poder ejecutivo, el cual surge al abandonar el poder del
castigo ante la corrupción a los derechos individuales.
Sería ilusorio pensar que las ideas liberales que influenciaron a los intelectuales del siglo
XIX granadino, se agotan en las consideraciones de Locke. Se nutren no solo de unas
teorías políticas sino también económicas. De esta forma, clásicos como Adam Smith y
demás propagadores del liberalismo económico, según el cual, la intervención del Estado
debe ser nula en los diversos procesos de venta y cambio mercantil (Rugiero, 2005).
Así, expuestas las ideas más importantes del movimiento liberal clásico, es requerido
analizar el discurso de Rojas y encontrar en él la influencia directa de dicho sistema.
Las frases que abren el discurso liberal pueden dar luces sobre el proyecto imaginado. Se
quiere república en el sentido comunitario donde el hombre no regule sus libertades sino
que lo haga un ente superior. Se cuida Rojas de la palabra democracia ya que no se busca
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los poderes directos del pueblo, caso ilusorio para la época y para un territorio con medios
de comunicación paupérrimos, por ende utiliza la frase “sistema representativo”.
“Quiere que los derechos individuales y sus garantías sean realidades y no engañosas
promesas, y quiere esto porque hoy los que ejercen los poderes públicos pueden hacer
impunemente cuanto quieran, y pueden disponer de la vida de los hombres y de los intereses de la
nación a su arbitrio; porque las instituciones no contienen freno alguno de prevenir estos
atentados.” (Rojas, 1848).
Queda explicita en este apartado la influencia del liberalismo clásico. Habría que agregar
la interpretación que da Rojas sobre la defensa del derecho natural a la vida, la cual no es
irrespetada por otro individuo sino por la corrupción del ente supremo por el cual se unió
la sociedad.
“Quiere que sólo la voluntad de la ley sea la que disponga de la suerte de los hombres,
y que los funcionarios, tanto del orden ejecutivo como del judicial, se contraigan a ser un órgano
fiel de ella; y se quiere esto porque las instituciones actuales no proporcionan este beneficio; y
porque cuando la voluntad de la ley es sustituida impunemente por la voluntad de los encargados
de su cumplimiento, hay un absolutismo, tanto más detestable cuanto mayor es el número de los
que lo ejercen.” (Rojas, 1848).
La coherencia entre liberalismo clásico y este fragmento recae en que solo la ley puede
decidir sobre un hombre, ya que hace parte de las libertades que se le entregan al Estado;
no obstante, según el liberalismo clásico las decisiones de la ley, al juzgar, no pueden
atentar de lleno contra los derechos naturales, en especial contra la vida. Este fragmento
se levanta contra el absolutismo, enemigo principal del liberalismo clásico.
“Que las leyes den libertad y seguridad y que no pongan obstáculos de ninguna clase a
la producción y a la circulación de las propiedades, y entonces los particulares harán lo demás,
porque el deseo de la riqueza no es necesario inspirarlo.” (Rojas, 1848).
Este apartado presenta muy bien los intereses del liberalismo económico clásico, el cual
bebe de la libertad económica y la no intervención del Estado en el intercambio comercial,
lo cual no le quita la responsabilidad de proteger y asegurar la propiedad y la libertad de
quienes en mutuo acuerdo se unieron para su creación.
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“Conferirlos [los destinos públicos] por dar renta a las personas pobres, cuando no hay
aptitudes y tal vez falta probidades prevaricar, es ejercer actos de beneficencia con los bienes
ajenos.” (Rojas, 1848).
Estos cortos renglones denotan la oposición clara que hacen los teóricos del liberalismo
económico clásico (Malthus, Smith, Ricardo) a la asistencia social, la cual, es un principio
en contra a la igualdad y fortalecedor de la pereza y del aumento demográfico.
EL UTILITARISMO BENTHAMISTA
“la naturaleza puso al género humano bajo el dominio de dos señores soberanos: el dolor
y el placer (...) Al trono de esos dos señores está vinculada, por una parte, la norma que distingue
lo que es recto de lo que es errado y, por otra, la cadena de las causas y de los efectos”.
“el principio que establece la mayor felicidad de todos aquellos cuyo interés está en juego
como la justa y adecuada finalidad de la acción humana, y hasta la única finalidad justa, adecuada
y universalmente deseable”
“Aquellos cuyo interés está en juego” siempre componen una “comunidad”. ¿Qué es una
comunidad? “Si la palabra tuviese un sentido, sería el siguiente. La comunidad constituye un
cuerpo ficticio, compuesto por personas individuales que se consideran como sus miembros. ¿Cuál
es, en este caso, el interés de la comunidad? La suma de los intereses de los diversos miembros
que integran la referida comunidad” (Bentham, 2000, p.23)
Bajo estos tres cortos fragmentos extraídos de la obra de Bentham, se hallan los principios
generales de la utilidad, caracterizada por la búsqueda de la mayor felicidad Así, las
acciones tienden a ser juzgadas como correctas e incorrectas en la medida en que pueden
o no ocasionar felicidad y bienestar a una comunidad. Estas mismas nociones son
adecuadas en la evaluación de un Estado y su legislación. Esta aceptación de la teoría
utilitarista presupone un rechazo a las doctrinas del liberalismo clásico. La aceptación de
la libertad como derecho natural implica que los hombres no pueden ser sometidos a
ninguna privación, por lo cual, ninguna forma de gobierno sería posible. Ante esto
Bentham concebía que no se puede hablar de derechos frente al poder de un gobierno,
sino de seguridades contra un mal gobierno (Rugiero, 2005). La libertad permitida será
entonces aquella que no hace daño a la comunidad en conjunto.
La felicidad se encuentra constituida por dos partes: el placer y la seguridad, el papel del
estado es proporcionar la seguridad para que el hombre, en su libre desarrollo (libre en
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sus restricciones), pudiese bajo metas individuales alcanzar sus placeres con el mínimo
margen de dolor. (Santos, 2016)
Al ser exiliado del país por los hechos ocurridos durante la conspiración septembrina, en
la cual Rojas participó, empezó su viaje por Francia e Inglaterra antes de volver al país
con la muerte del ‘libertador’. Si bien, es en este viaje donde adopta sus primeras
posiciones utilitaristas, estas no son maduras aún. Su incursión discursiva se puede ver
más en sencillos conceptos que en largas arengas.
“La sociedad para sus servidores: tiene derecho a que se le sirva bien, porque
de ello depende su prosperidad y bienestar; debe, pues, emplearse a los hombres que
prestar buenos servicios con fidelidad, sea cual fuere el partido político a que hayan
pertenecido o pertenezcan.” (Rojas, 1848).
Ambos valores, pese a ser pilares del utilitarismo, son peticiones de muchos otros
sistemas, no obstante su uso dentro del discurso liberal obedece directamente al
pensamiento Benthamista. El nivel de rectitud de las cosas se puede medir teniendo en
cuenta el bienestar que producen, en este caso, ante la unión de diversos individuos, el
interés está en un bienestar común donde se garantice que la felicidad individual de uno
no perjudicará la del otro.
“leyes claras, precisas y terminantes para que con facilidad pueda el común de
los hombres conocer sus deberes y sus derechos. Quiere esto porque no existe: la
legislación de la Nueva Granada es un caos; lo han reconocido y repetido todos, siendo
ésta una de las causas de que la responsabilidad de los funcionarios públicos sea
ilusoria; de que todo derecho se haga litigioso; de que no se cumplan las obligaciones
que se contraen; de que no haya seguridad de ningún género y de la desconfianza
general” (Rojas, 1848).
Valores: claridad
Afirma Jeremy Bentham que “El hombre natural puede raciocinar con exactitud y con
sencillez, pero el hombre artificial no sabe hacerlo, sino valiéndose de sutilezas, de
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suposiciones y de ficciones. El hombre natural puede encaminarse a su objetivo por el
sendero derecho; mas el hombre artificial no sabe llegar al suyo sino por medio de rodeos
infinitos” (Bentham, 1825, p.19). La sencillez y la claridad del lenguaje son de suma
importancia en las leyes. Es directo, tal y como lo dice (Santos, 2016) un guiño de ojo al
filósofo inglés.
En este sencillo renglón se analiza la defensa del bienestar para el mayor número.
“Quiere el Partido Liberal que no adopte la religión como medio para gobernar:
las dos potestades deben girar independientemente, cada una dentro de su órbita, puesto
que cada una tiene su objeto y fin distinto. Emplear la religión y sus ministros como
medios para hacer ejecutar las voluntades de los que gobiernan los negocios temporales,
es envilecerla, desvirtuarla y separarla del fin con que la instituyó su divino fundador.
(…) La pretensión de presentar al gobierno temporal haciendo causa común con la
religión, sólo tiene por objeto fabricar un escudo al abrigo del cual puedan obrar
discrecionalmente y disponer de la sociedad, de sus individuos y de sus intereses; nunca
el absolutismo es más poderoso que cuando el gobierno temporal adopte la religión como
instrumento.” (Rojas, 1848).
CONSERVADURISMO
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independencia del Imperio español es ese punto de quiebre. Así, teniendo en cuenta las
diferencias contextuales y estructurales entre el Imperio francés y el Imperio Español son
lo suficientemente amplias para que los dogmas de cada sistema ideológico varíen.
Según Robert Nisbet, (1995) las ideas conservadoras, en un sentido general pueden
resumirse en los siguientes valores: Historia, Autoridad y Religión.
Para los conservadores, la historia no es más sino experiencia, la cual va mucho más allá
que el pensamiento abstracto y los ideales sociales y políticos planteados por la filosofía
liberal. La autoridad, en contraste con los liberales, redefine los conceptos de libertad e
igualdad, ya que propone que el hombre además de rendirle cuentas a la república, tiene
responsabilidades con otras instituciones, como la familia. La libertad y la igualdad son
principios incompatibles, ya que la igualdad cohíbe la libertad individual. Por último,
todo sistema conservador promueve la defensa de la religión y la moralidad
judeocristiana.
De carácter más sencillo, sin recurrir a grandes argumentos o al uso frecuente de figuras
literarias que aporten un carácter retórico al texto, el programa del partido conservador es
claro en sus máximas:
“(…) El orden constitucional contra la dictadura;” (Caro, J. & Ospina, M., 1849)
Valores: Orden.
Queda explicito lo que pide. Esta dictadura que aqueja el partido conservador se puede ver
reflejada igual en las peticiones del partido liberal en contra del absolutismo. La idea de orden,
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general dentro de la ideología conservadora, aboga por una estructuración más grande que la
presentada por el partido liberal. Los conservadores consideran que las relaciones de poder van
más allá del simple ejercicio de ciudadanía, llegando a configurarse en otros ámbitos, religiosos,
familiares, etc.
Valores: Cristiandad.
Sin necesidad de presentar a fondo, debido a que la sencillez de los artículos hace explicita su
intención, se puede notar que los valores aquí perseguidos por el partido conservador no varían
en cuanto a las pretensiones máximas del liberalismo, punto que será tocado posteriormente.
“La civilización, en fin, contra la barbarie (…)” (Caro, J. & Ospina, M., 1849)
Valores: La civilización
Al nombrar “la civilización” (que por cierto, es también el nombre del semanario de José
Eusebio Caro y Mariano Ospina donde es publicado este programa) se hace referencia a los
estados y las naciones europeas cristianas.
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Yendo un poco más allá, a la hora de comparar los valores que se reivindican en cada uno
de los discursos, podemos notar que las similitudes abundan y las diferencias son muy
escazas. En ambos discursos existe un párrafo sintetizador que reúne lo dicho de forma
previa utilizando palabras claves. Mediante la comparación de esos dos breves párrafos
se puede llegar a diversas conclusiones.
“El conservador condena todo acto contra el orden constitucional, contra la legalidad,
contra la moral, contra la libertad, contra la igualdad, contra la tolerancia, contra la propiedad,
contra la seguridad y contra la civilización, sea quien fuere el que lo haya cometido.” (Caro, J. &
Ospina, M., 1849)
Así, es justo desmitificar que, por lo menos en el marco de esto primeros programas, el
partido conservador produce su discurso como una resistencia ante la hegemonía de unas
ideas liberales. Los valores predicados son, omitiendo cierta profundidad que posee el
escrito de Ezequiel Rojas, los mismos; los pocos cambios que hay, son a fin de cuentas
secundarios, eximiendo la defensa de la moral del cristiano, inclusive hace críticas contra
otros sistemas políticos no mencionados en las querellas partidistas.
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para hacer ejecutar las voluntades de los que gobiernan los negocios temporales, es envilecerla,
desvirtuarla y separarla del fin con que la instituyó su divino fundador. (…) La pretensión de
presentar al gobierno temporal haciendo causa común con la religión, sólo tiene por objeto
fabricar un escudo al abrigo del cual puedan obrar discrecionalmente y disponer de la sociedad,
de sus individuos y de sus intereses; nunca el absolutismo es más poderoso que cuando el gobierno
temporal adopte la religión como instrumento.” (Rojas, 1848)
CONCLUSIONES
Con la limitada autoridad que otorga el análisis hecho y reafirmando la tesis planteada en
un inicio, es justo recalcar que el hombre moderno no existió, es un invento actual, con
el cual se ha creído identificar el pensamiento de algunos intelectuales. La historiografía
colombiana (Jaramillo, 1994) suele identificar junto a la variable “modernidad” una que
se le antepone: “tradición”, la cual especulo igual de errada a la primera por los mismos
motivos; no obstante, su desarrollo requeriría, en respeto de su complejidad, otro trabajo
a detalle. En lugar de estas categorías, como ya se dijo, se deben identificar las
particularidades políticas, que más que influenciar se resignifican al entrar en contacto
con el contexto social granadino. En este ejercicio se identificaron algunas de éstas, no
así, inconformes, la historia del libro y de la práctica lectora, la investigación de archivos
personales y el análisis minucioso del discurso social y político, permitirán encontrar
muchas más. Ante el problema anterior, según el cual la modernidad es un significante
vacío, la historia puede tener dos opciones, a menos que esta conclusión no sea tan solo
una vaga ilusión: la primera es buscar otro u otros significantes, como se propuso, para
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identificar al hombre y a la política de mediados del siglo XIX; o, en caso contrario,
agregarle un contenido a ese vacío.
Como bien se sabe, ninguna investigación llega a finalizar por completo. Durante el
desarrollo de este trabajo y en la revisión de la fuente elegida surgieron, entre muchos,
tres interrogantes principales a los cuales no se les dio respuesta en virtud de conservar
una coherencia interna, sin embargo, es justo darles una pequeña mención en este
apartado.
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